© 1984: Manuel Corleto
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El tren
Manuel Corleto
(ACTO UNICO)
Personajes: ÉL, ELLA, OTRO.
Una estación de ferrocarril perdida en la montaña. Se verá la pared del andén al foro, con una puerta grande de acceso. Un rudimentario carretón plataforma y cuatro ruedas para llevar equipaje. Cajas, bultos, suciedad. Cualquier época. Latinoamérica.
Al iliminarse la escena, ELLA se encuentra sentada sobre su maleta, en el centro del escenario. Pausa. ÉL, encargado de estación, atraviesa. Lleva en la mano una linterna de señales. Mira hacia el horizonte. Pausa.
ÉL: Escogió mal día para viajar, señorita.
ELLA: ¿Qué hora es?
ÉL: Las cuatro y media.
ELLA: ¡Qué fastidio!
ÉL: Ocurre cada año. No falla.
ELLA: Me imagino que debo cancelar el viaje.
ÉL: Como usted quiera. El tren llegará, tarde o temprano. ¿Se va por mucho tiempo?
ELLA: Sí. Enviarán otro maestro.
ÉL: Es una lástima.
ELLA: También me encariñé con la gente. ¿Tardará mucho?
ÉL: Deben estar cargando.
ELLA: No puedo culpar a nadie. Cerré los ojos, señalando en el calendario un día al azar. Cayó éste.
ÉL: Entiendo.
ELLA: Esperaré. Tendría que decir hola, cambié de idea. Me voy mañana... Y mañana, despedirse, adiós, buen viaje... Esperaré. (Pausa. ÉL se acerca, sentándose en el carretón).
ÉL: Está refrescando.
ELLA: Sí...
ÉL: Se acerca el invierno.
ELLA: He pasado dos, y dos veranos. (Pausa) ¿Tiene familia?
ÉL: Un hijo
ELLA: No lo vi por la escuela.
ÉL: ¡:La oveja negra! Lo embrujó la ciudad y se fue hace años. Es ya un hombre. ¿Y usted?
ELLA: No. Dos hermanos. ¿Lo ve seguido?
ÉL: Ultimamente, sí. Se escondió en un vagón de ganado. No supe de él por mucho tiempo. Luego, una carta y otra. Un día llegó... ¡Tuve que perdonarlo!
ELLA: ¿Estudia?
ÉL: Y trabaja. Es linotipista. Cuando termine el bachillerato quiere hacerse licenciado. Ahora está en el pueblo. Viaja también, pero le dije que esto iba para largo y decidió esperar en la casa.
ELLA: Es una suerte que lo tenga.
ÉL: ¿Usted cree? Las máquinas son mejores que los humanos. Están hechas para un fin determinado. El tren, por ejemplo, correrá en la dirección establecida y acabará por llegar... Al menos que... (Transición) Recuerdo que mi padre esperaba un convoy que no vino. Habían dinamitado el puente.
ELLA: Los tiempos cambian.
ÉL: Puede ser. (Pausa) El trabajó siempre en esto. Conocía un tren como la palma de sus manos. Brequero, maquinista, fogonero... ¿Sabe cómo acabó? Lo metieron detrás de un escritorio lleno de papeles. Estaba acostumbrado a la acción y lo convirtieron en una rata de bodega.
ELLA: ¿Por qué aceptó?
ÉL: Eramos siete a la mesa. Mi padre sustituyó al abuelo, yo a él... ¿Quién a mí?
ELLA: Como las vías.
ÉL: No entiendo, señorita.
ELLA: Pensaba... Llegué hace dos años y los rieles estaban exactamente en el mismo lugar. Cuando se oxiden los arrancarán, dejándolos olvidados... tal vez en una oscura bodega.
ÉL: Mi padre...
ELLA: Usted o su hijo. ¿Qué le hubiera gustado hacer?
ÉL: No sé. Esto. Alguien tiene que ser encargado de estación, ¿no le parece? Los rieles están allí, es cierto, pero la llevan a su destino.
ELLA: La máquina es más afortunada.
ÉL: Una vez quise ser payaso. Hace tiempo. Llegó un tren repleto de jaulas y gente. Felices. Cuando se fueron, me sentí como las vías, clavado, viéndolos partir... (Pausa. Transición) ¿Escucha?
ELLA: No. ¿Qué es?
ÉL: El telégrafo. Veré qué pasa. (EL sale por un lateral. ELLA camina un poco, para desentumecer las piernas. Mira hacia el horizonte. Pausa. Por la puerta, entra OTRO. Mira hacia todos lados. ELLA lo descubre. Es un hombre joven).
OTRO: ¿Viaja?
ELLA: Sí...
OTRO: Estuve esperando en una curva, allá arriba.
ELLA: ¿Piensa saltar..? ¿A la capital?
OTRO: Sí.
ELLA: No es bueno sin dinero.
OTRO: Lo sé. Buenas tardes. (OTRO inicia el mutis. Se detiene en la puerta). Puedo comprar mi boleto. Se lo aseguro. (OTRO sale. ELLA queda pensativa. Mira hacia el horizonte. Entra ÉL, con un papel en la mano).
ÉL: Tardará. No ha vuelto del cementerio.
ELLA: ¡Qué fastidio!
ÉL: Las personas no cambian con el tiempo. En sus pequeñas cosas, quiero decir. Conozco al general Cocito desde niños. Fuimos a la misma escuela. Entonces no había una aquí y me mandaron al otro pueblo, con una tía. Nos escapábamos para ver pasar el tren. ¡Lo apasionaba! Quiso hacerse brequero.
ELLA: ¿Son amigos?
ÉL: No. En realidad, no. Su padre era militar y lo metió al cuartel. Cuando se fue para la capital no lo vi en muchos años.
ELLA: Viene a visitar la tumba de su madre.
ÉL: Sin falta. El mismo día y por tren. Desde antes de ser presidente. Cuando lo de las elecciones, no lo podía creer. El candidato oficial había muerto repentinamente y el general Cocito estaba a mano. Lo único que tuvieron que hacer fue cambiar el nombre en las papeletas... Hace veinte años.
ELLA: Veintidós. Yo nací después.
ÉL: Eso nos hace viejos, ¿verdad? Tiene usted la edad de mi hijo. (Pausa). ¿Quiere un café?
ELLA: No se moleste.
ÉL: Lo puse junto al fuego. Voy por él.
ELLA: Gracias. (ÉL sale. OTRO entra. Trae un maletín).
OTRO: ¿A dónde fue el viejo?
ELLA: Me asustó.
OTRO: Lo siento.
ELLA: ¿Todavía no compra su boleto?
OTRO: (Se lo muestra). Estoy en regla.
ELLA: Fue a traer café.
OTRO: Tiene una pierna prestada, ¿se dio cuenta? Cuando era brequero, resbaló... Es curioso, ¿verdad? El viejo y Cocito crecieron juntos, como hermanos...
ELLA: Me contaba algo de eso.
OTRO: ¿Sí...? ¿Le dijo lo de la pierna de baquelita?
ELLA: No... Me contó que el general quería ser brequero.
OTRO: (Ríe). ¿Le creyó?
ELLA: Por supuesto. Nadie ignora su pasión por los trenes. La visita a la tumba de su madre, es uno de sus tantos pretextos para viajar.
OTRO: ¿Por qué escogió este día?
ELLA: ¿Y usted?
OTRO: Tengo el tiempo justo. Soy linotipista.
ELLA: Nada tradicional.
OTRO: También es una máquina. Sin embargo, tengo aspiraciones. ¿Usted?
ELLA: Llegué hace dos años... ¿Por qué tardará tanto?
OTRO: Ya una vez dinamitaron el puente.
ELLA: ¿Con qué objeto?
OTRO: Porque sí. Digamos que el tren representa lo establecido y nosotros los que envejecemos viéndolo pasar. (Transición). No llegó sola, ¿verdad?
ELLA: ¿De qué habla?
OTRO: Hace dos años. Yo iba en el tren.
ELLA: Se equivoca.
OTRO: Quizá... (Pausa). Está refrescando.
ELLA: Se acerca el invierno.
OTRO: ¿Un cigarrillo?
ELLA: No gracias... Tal vez un derrumbe.
OTRO: Tal vez.
ELLA: Si hubiera ocurrido algo lo sabríamos, ¿verdad?
OTRO: Pueden cortar la línea telegráfica.
ELLA: No es cierto. ¿Con qué objeto? Se han atrasado en el cementerio, eso es todo... A lo mejor están en camino.
OTRO: Es posible. (Pausa). ¿Algún maestro en su familia?
ELLA: No...
OTRO: Soy el primero que deja el tren. Al viejo no le gustó nada.
ELLA: Algo me dijo.
OTRO: (Ríe). ¡Vaya! No creo que sea justo.
ELLA: ¿Por qué? ¿Acaso lo pone en desventaja?
OTRO: Por supuesto. ¡Exijo igualdad!
ELLA: Está bien. ¿Qué quiere saber?
OTRO: Cualquier cosa. Cómo se hizo maestra, por ejemplo.
ELLA: Dos años en el pueblo. He compartido mis horas y mis días hablando de Juanito, Anita, del alcalde y si la comadre María... Traté, se lo aseguro, de ser honesta.
OTRO: ¿Lo consiguió?
ELLA: Mi padre no trabajaba. Por líos de sindicato, decía. Se la pasó en billares, cantinas y juntas gremiales. Era secretario y pedían ciertas mejoras. Empresa extranjera, al fin. No cedieron ni de uno ni otro bando, desencadenándose la huelga. Y no cedían ni de un lado ni del otro. Intervino la policía y el ejército... Dicen que se los llevaron muertos. La verdad es que los asesinaron en las bóvedas de la policía política. No quisieron entregarnos ni el cadáver...
OTRO: Lo siento.
ELLA: También yo.
OTRO: No creo que...
ELLA: Debo hacerlo. He callado y no es justo.
OTRO: ¿Por qué a mí?
ELLA: Esperamos el mismo tren, ¿no es suficiente?
OTRO: Continúe.
ELLA: Mi madre se echó un amante. Un militar, teniente o capitán. Este, a su vez, le echó el ojo a mi hermana. ¿Se imagina? Trabajaba de mecanógrafa con un sueldo de hambre. Decían que ella y el jefe... Tal vez eso explique por qué nunca faltó lo indispensable, incluyendo cigarrillos y licor...
OTRO: ¿Un militar? Hace dos años...
ELLA: ¡Espere! ¿No quiere conocer el final? También tengo un hermano. Un vago y holgazán. Cuentan que se metió a la policía secreta... Parece que lo han visto en compañía de los mismos rompehuelga de lo de mi padre. ¿Desea que continúe?
OTRO: No debí...
ELLA: ¿Qué tiene de extraño? Somos una familia como hay muchas en el vecindario. ¿Y yo?, la menor, una estúpida e ignorante. ¡No sabía ni para qué sirve el ombligo! Sí, señor. ¿Sabe cómo desperté una noche? Bañada en sangre, oprimida por el peso de...
OTRO: ¡Basta! ¡No voy apermitir que se diga una palabra más! (Los dos se miran un instante. ELLA camina, mirando hacia el horizonte. Entra ÉL. Trae dos tazas de café).
ÉL: ¿Por qué no dejar el viaje para mañana? Tenga, esto le hará bien.
ELLA: Gracias.
ÉL: Juventud rebelde y obstinada. Aquí me quedo, dicen, ¡y lo hacen! En mis tiempos...
OTRO: ¿Alguna noticia, viejo?
ÉL: No, hijo. Como si el tren, la estación y el telégrafo se hubieran evaporado. ¡Nada! Tiene que llegar; pero, mientras tanto, soberano lío.
OTRO: Esperaremos. ¿No es así, señorita?
ELLA: Sí.
ÉL: Como digan. A mí me da lo mismo. ¿Quieres?
OTRO: Déjame un trago. (Pausa. EL bebe. Da la taza a OTRO. Mira hacia el horizonte).
ÉL: Hay gente que ama la exactitud. El general Cocito es uno de ellos. Lo sé, porque... Bueno, eso fue de niños, pero las personas no cambian con el tiempo. Dicen que le gusta pasear por las calles de la ciudad. Ustedes deben saberlo mejor que yo. Cada día primero de mes, hace el mismo recorrido en su automóvil blindado, con escolta de motoristas y un carro militar a sus talones...
OTRO: Así es. Uno de esos cacharros producto y desecho de la II Guerra Mundial, regalo del gobierno de los Estados Unidos como un gesto de paz y amistad a los pueblos. A ti te concierne, viejo; esa pierna de baquelita lo es también.
ÉL: ¿Qué importa? Me sirve para caminar, no para andarla enseñando como trofeo.
OTRO: Algo parecido ocurre con los mutilados de guerra. Muestran el muñón con orgullo...
ÉL: ¡No te permito que hables así! No tienes derecho. Dejemos a un lado el respeto como padre... Has huido cobardemente de la responsabilidad. Tu deber era sustituirme.
OTRO: El tren va a terminar, y con él las estaciones y los encargados. ¿No te das cuenta, viejo?
ELLA: Por favor...
ÉL: Déjelo, señorita. Cree que porque es joven puede componer el mundo. ¿Qué logras escapando de la realidad? Si lo que piensas es cierto, no me importa. Será problema para la compañía de ferrocarriles. Ya estaré bajo tierra cuando suceda. Lo que debes tener presente, mocoso de porquería, es que otra máquina ocupará el lugar de ésta. ¿Quieres cambiar las cosas? Vendrán otras y otras que te aplasten.
OTRO: ¿Lo crees, viejo? Te has conformado con vegetar. Ser un mecanismo de la máquina es suficiente para ti... Lo fue para tu padre y para tu abuelo; pero conmigo, ¡se acabó!
ÉL: Pensé que hablabas de algo nuevo. Desde el momento en que te fuiste, has perdido el derecho a ser parte de la máquina. No sé si te importe, es problema tuyo; pero en lo que a mí respecta puedes hacer volar el puente, los rieles, el túnel... (Hace el intento de salir).
OTRO: Oye, viejo; perdona...
ÉL: No importa. Puedes hacer de tu vida lo que quieras.
OTRO: En realidad no quise decir eso... Estoy nervioso.
ÉL: Te duele verme convertido en un inservible, ¿verdad?
OTRO: No. Siento haberte fallado.
ÉL: ¿Y qué piensas hacer para remediarlo? ¿Dejar la maleta y quedarte?
OTRO: De verdad lo siento, viejo. Créeme que lo haría... Tengo que tomar ese tren y... Prometo que volveré.
ÉL: No te creo.
OTRO: Debes.
EL: Bueno, ¿qué te queda? He vivido con la esperanza de verte llegar en cada tren... La vieja murió cuando naciste y después el accidente. (Pausa. Transición). Discutir abre el apetito. ¿Quieren comer algo?
ELLA: No, gracias.
ÉL: Vamos, no cuesta nada decir que sí. De cualquier manera voy a ver, pueden tener hambre en el camino... (Pequeña pausa). Y no se asuste, señorita, discutimos cada vez que se acerca la despedida. (ÉL sale. ELLA se sienta en su maleta. OTRO enciende un cigarrillo. Pausa. Silencio).
ELLA: Es usted impulsivo. Su padre tiene razón.
OTRO: Su razón. Tengo la mía.
ELLA: ¿Eso le enseñaron en la escuela?
OTRO: Habla como maestra y no soy un niño. Lo aprendí en el trabajo. Linotipista, ¿recuerda? La palabra escrita cobra otro valor. Hay mil cosas en un periódico, letras de molde, quiero decir. La noticia es importante, pero una coma mal puesta puede cambiar el significado. Algo parecido ocurre con las personas. Una maestra, por ejemplo.
ELLA: Soy una mujer.
OTRO: También. ¿Quién era él?
ELLA: ¿Importa realmente? ¿En una estación de pueblo perdida en la montaña?... Llegué hace dos años, con una maleta y sola; la misma maleta y soledad que me acompañan ahora. Espero el tren que ha de llevarme a la ciudad. Eso es todo.
OTRO: ¿Lo amaba?
ELLA: Está enfriando.
OTRO: Quizá llueva. ¿Por qué no se abriga?
ELLA: Tendría que abrirla y no quiero, buen trabajo me costó echar todo dentro.
OTRO: Era una buena oportunidad para ver el contenido. Siempre me he preguntado qué es lo que lleva una maestra en su maleta de viaje.
ELLA: No hay regla general. ¿Me creería si le dijera que es exactamente lo mismo que traje?
OTRO: Por supuesto, pero eso no dice nada. Déjeme adivinar... Tres o cuatro vestidos, zapatos, un par de libros, una novela pornográfica, ¡un espejo!, su muñeco preferido y un atado con cartas de amor.
ELLA: (Ríe) Me confunde usted con una empleadita de banco. ¿Qué lleva un linotipista en su maletín?
OTRO: ¡La última proclama revolucionaria!
ELLA: ¿Lo dice en serio?
OTRO: No es casual que espere este tren.
ELLA: Yo tampoco, pero no aclara las cosas. Voy a hablarle con toda franqueza. Usted tiene razón.
OTRO: ¿A qué se refiere?
ELLA: A todo. No llegué sola hace dos años.
OTRO: No está obligada a contármelo.
ELLA: Aquella noche no fue la primera vez. Hubo otras, muchas... Mi madre acabó por darse cuenta. ¡Ya puede imaginarse! Creo que supe demasiado tarde para qué sirve el ombligo.
OTRO: ¿Y él?
ELLA: Nos vimos en hoteles, rincones, autos... La última vez fue en el tren. (Pausa). Lo espero...
OTRO: ¿Quiere decir que él viene...?
ELLA: Sí...
OTRO: ¿Por qué no deja el viaje para mañana? Total, se ha hecho tarde.
ELLA: ¿Usted?
OTRO: Lo dije como para mí mismo.
ELLA: He esperado mucho tiempo, ¿qué más da unas horas?
OTRO: Tengo que trabajar. ¿Sabe lo que se me acaba de ocurrir? El periódico es como un hombre. ¿Ha pensado en eso? Se alimenta diariamente con basura y vive del dolor ajeno. Cuando escupe, por no emplear otra palabra, se preguntan: ¿Será posible que alguien pueda hacer cosa semejante? Y así, todos los días de todos los años, hasta que la máquina deje de funcionar. (Grita). ¡¿Oyes, viejo?! ¡También soy parte del mecanismo...! (Pausa. Transición). ¡Bah! ¡Además de cojo, sordo! (Pausa. ELLA se sienta sobre su maleta. OTRO mira hacia el horizonte. Pausa). ¿Le gusta viajar de noche?
ELLA: No sé. Me da lo mismo. Lo único que deseo es que pase el tren y acabar con la espera.
OTRO: Lamento haberme expresado así del viejo. Tengo miedo de ser como él, ¿comprende? Somos diferentes y no quiere entenderlo. Se aferra a la idea romántica de la continuidad de su obra, y no puede ser. ¿Qué importan el tren, la estación o el telégrafo...? No estoy contra eso en realidad. Me da lo mismo una que otra máquina. Lo que me aterra es la idea de oxidarme, la inactividad...
ELLA: Y se niega a seguir esperando.
OTRO: No. Siempre esperamos algo, llámese tren, mujer o perro. A lo que me refiero es intangible. No tiene nombre ni sexo, credo o nacionalidad. Podría calificársele como cambio o despertar, ¿qué importa? Llegará al final.
ELLA: Y usted estará allí cuando suceda, ¿no es eso? Peca de pretencioso y exceso de comodidad. Mientras otros se parten el lomo para encontrar soluciones, usted se sienta en su palco de lujo a observar el curso de los acontecimientos... ¿Me creería si le dijera que traigo una bomba en la maleta?
OTRO: ¿Piensa volar el tren? (Ríe). Empiezo a pensar seriamente en la posibilidad de dejar el viaje para otro día.
ELLA: Yo también. (Entra ÉL. Trae portaviandas y termo).
ÉL: El hombre propone, y el diablo... En fin, viajeros listos, maletas en orden, café caliente y unos bocadillos... ¿Olvidé algo...? ¡Ah, sí! ¡El monstruo de acero!
OTRO: ¿Ninguna noticia? (EL mueve la cabeza negativamente). Anocheció.
ÉL: Dicen que por estos meses del año, son más largas las noches. ¿Será cierto? Lo que ocurre es que amanece tarde. (Transición). ¿Ningún cambio en los planes?
ELLA: Estamos considerándolo.
ÉL: ¡Magnífico! Eso ya significa algo.
OTRO: Sin embargo, viejo, no olvides que la decisión es nuestra.
ÉL: Lo sé... ¿Por qué no pasan dentro? El viento está frío.
ELLA: Puede llegar el tren.
ÉL: Tendrá que parar de cualquier modo. La máquina deberá beber después de esa larga pendiente.
OTRO: Estamos bien aquí, viejo. ¿Qué hora es?
ÉL: Las siete y media.
ELLA: ¿Ocurriría algo?
ÉL: No... ¿Qué podría pasar?
ELLA: Ya una vez dinamitaron el puente.
ÉL: Los tiempos cambian.
OTRO: ¿Con qué objeto?
ELLA: Nunca se sabe... El general Cocito viene en el tren y... (Pausa. Los tres miran hacia el horizonte). No.
OTRO: Veríamos la luz... ¿No dice nada el telégrafo, viejo?
ÉL: No. ¿Por qué no vamos dentro...? En poco tiempo estará tan oscuro que no podremos vernos ni las manos.
ELLA: Si hubiera tenido un contratiempo en el camino, lo sabríamos, ¿verdad?
ÉL: ¡Claro! El telégrafo...
OTRO: Pueden cortar los hilos.
ÉL: ¿Con qué objeto?... Vamos, empieza a dolerme la pierna que no tengo. ¿Sabían eso...? Con el frío... (Toman sus maletas y desaparecen por la puerta. Pausa. Baja la luz).
TELÓN.