Pinturas de guerra
© 2006: Manuel Corleto

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Pinturas de guerra
Manuel Corleto

L I B R O   P R I M E R O

1

¿DÓNDE ESTABA EL ERROR? Repasaba una y otra vez el plano que tenía en sus manos, a un palmo de sus narices, entrecerrando los miopes ojos para enfocar mejor. Se lo sabía de memoria, paso a paso, línea a línea, palabra por palabra. Lo sostenía únicamente como forma de asidero —estaba dotado de una mente fotográfica, decían—, para poner distancia, un muro, entre él y la mujer desparramada en el suelo a mitad de la habitación. A ella no tenía que mirarla para saber lo que estaba pensando. También se la sabía de memoria. Y cuando eso pasa, si no se tiene cuidado, se termina por reinventar a la persona y su historia.
    Supo que ella iba a decir tengo frío. Cuando lo dijo ya la respuesta yo también estaba en sus labios. Los grasientos bordes del papel, sus irregulares dobleces, las arrugas y manchas, los borrones y tachaduras y correcciones, la rasgadura en el borde inferior izquierdo, sus pequeñas perforaciones y marcas de las grapas —que evidenciaban que había sido parte de un legajo mayor—, bailoteaban frente a sus ojos a pesar de que sus manos lo sostenían con tal firmeza que sus dedos terminaban por dolerle —últimamente el ácido úrico le estaba dando problemas—. Soltó uno de los bordes de la hoja y ésta se dobló en una lenta caída para dejarlo ver —esta vez sí con los ojos— a la mujer que se había movido ligeramente a su derecha, como buscando algo entre sus piernas.
    —¿Qué hora es?
    Me va a preguntar la hora piensa simultáneamente, fijando su mirada en los labios de la mujer. No podía evitar, cuando lo hacía, esa casi insoportable sensación en el bajo vientre, en los testículos que se movían involuntariamente acomodándose dentro del escroto mientras empezaban a fluir las glándulas secretoras del semen, disparando el mecanismo para llenar de sangre las cavidades del pene y provocar la erección. Ella lo vio ponerse de pie y aproximarse. Para entonces ya tenía desabrochado el cinturón y se metía las manos en las verijas con un movimiento brusco para exponer su pene que, desde esa posición, apunta directamente al rostro de la mujer. Ella desvía la mirada y cierra con fuerza los labios para después abrirlos desmesuradamente con un pujido, a causa de un certero puntapié que él le propina en la boca del estómago.  Ella se dobla en dos hacia adelante, él la toma de los cabellos obligándola a levantar la cabeza. Ella se siente ahogar por la falta de aire y porque ahora él le ha introducido la verga en la boca, sin soltarla de los cabellos con ambas manos, obligándola a mamársela, acomodándole el miembro hasta la garganta, con movimientos fuertes y violentos, asfixiándola casi, hasta terminar en una fuerte explosión de placer y dolor al mismo tiempo porque ella, en su desesperación, lo ha mordido.
    —¡Maldita perra!, exclama, dándole un sonoro puñetazo en pleno rostro.
    La mujer cae hacia atrás, la boca chorreando semen y sangre. El toma su miembro con ambas manos y lo examina. Las marcas de los dientes son evidentes, pero no se han roto sino algunos vasitos capilares, produciéndole moretones. Le tiemblan las piernas y se derrumba en la silla, frente a la mujer, observándola con la gravedad que en la morgue se miran los despojos de un desconocido. Se reacomoda el dolorido miembro en su lugar y toma el papel de la mesa a su lado, poniéndolo frente a sus ojos. Su mente vaga en varias direcciones, deteniéndose de vez en cuando en una palabra determinada o en un garabato de la desgastada hoja, a veces en el recuerdo de tal o cual cosa que puede parecer intrascendente pero que significará la clave del enigma, el acceso a la verdad, la solución del acertijo. Ya desde niño le había gustado ver las cosas por dentro, desmenuzarlas, llegar a su esencia para conocer sus secretos y misterios. Podía, sin mayor esfuerzo, leer en la mente de las personas, anticipando los riesgos y peligros, y llevándose también grandes decepciones. En la escuela mantenía un reino de terror entre sus compañeros, quienes le llamaban Tupapá. Y cuando alguien mencionaba a Tupapá, el-tuyo-por-si-acaso era la fórmula común de respuesta. Al igual que temido era respetado y hasta reverenciado, porque cada acto de maldad tenía, por un lado, la víctima, pero también, por el otro, algún enemigo de la mencionada que quedaba contento y eternamente agradecido por el servicio.
    —Tupapá tiene toda la paciencia del mundo, le dice acariciándose el sexo sobre el pantalón, más para aliviar el dolor de la mordida que anticipando un nuevo asalto. ¿Qué tal si empezamos otra vez por el principio?
    El y los otros tres compinches violaron a la hija de trece años del carnicero. Pero no se conformaron con arrastrarla hasta el sitio baldío y abusar de ella, sino que la sodomizaron durante varias horas, poniendo en práctica todas las fantasías sexuales que habían aprendido copiándolas de revistas pornográficas y de las historias que les contaban los amigos y que dejarían chiquito al mismo marqués de Sade, llegando a introducirle, inclusive, objetos en la vagina y el ano, y dejándola abandonada, amarrada a un jocotal, con los pezones atravesados por espinas, hasta que la encontraron casi muerta al día siguiente, llena de moscas y hormigas y alertados por el zopilotero. El carnicero juró que si agarraba a los culpables, les cortaría la verga y se las metería por el culo antes de hacerlos picadillo. Y todos habían visto a don Chente, el fornido y de pocas pulgas carnicero, manejar la hachuela con el hueso y el cuchillo con la de asar con una maestría como para ponerle la carne de gallina a cualquiera y no dudar de sus promesas. La niña, para más señas, era muda y retrasada mental, por lo que no pudo aportar mayores datos a la investigación. Aunque el rumor que corría era fue Tupapá, el tuyo por si acaso, nadie se atrevía a inculparlo directamente por temor a una represalia. Sin embargo, tres días después lo pescó la policía en una redada. Al principio, todo indicaba que le iban a meter el huevo por andar con un tacifiro con hoja de seis pulgadas de largo, pero alguno de los policías que resultó ser amigo de un hermano de don Chente tuvo la genial idea de hacerle un favor al cuate y de paso también a la sociedad, dándole un escarmiento. Primero lo vapulearon, dejándolo como nuevo. Después le llevaron al Terencio, un enorme negro de Puerto Barrios que estaba cumpliendo condena de treinta años por haber asesinado a varios niños después de abusar de ellos y que tenía fama de talegudo, para que le diera a Tupapá un poco de su propia medicina.
    —¿Y diai, mamaíta? Usté sabe que a mí no me gustan los desaires. Si no me dice lo que quiero saber, voy a tener que llamar a los boys para que sigan jugando al tiro al blanco con todos esos jugosos agujeritos que usté tiene.
    Se huyó del correccional de menores y durante mucho tiempo no se supo nada de él. Algunos decían que lo habían matado en un palenque de gallos por líos de apuestas. Otros, que se había ido de mojado a Los Ángeles después de sumar otro ayote a su curricula criminal. Pero la verdad es que no se sabe donde anduvo hasta que resultó de alta en el ejército. Al cumplir su tiempo en el servicio pasó a formar parte de la seguridad de algunos cuelludos y funcionarios menores hasta que paró de guardaespaldas del jefe del Estado Mayor de la Defensa Nacional. Cuando trasladaron a su jefe, lo acompañó a su nuevo puesto como director de Inteligencia Militar en una curiosa edificación de dos plantas, enclavada entre un gran salón que tiempo atrás había servido para la devoción religiosa —no templo, más bien capilla de oración— y que tenía el nombre de una santa mártir y virgen sacrificada a los moros siglos atrás en las Españas, que ahora servía como bodega a una exitosa empresa de chucherías comestibles empacadas en bolsas plásticas de llamativos diseños y colores  —pero  que  por  sus  nulas propiedades alimenticias son llamadas en inglés junk food, hermana menor de la fast food—, y la casona del insigne poeta Velazco, quien con su voz diera lustre a las fiestas minervalias del recordado tirano de los veintitantos años, embajador cultural en Nueva York y en el viejo continente, y autodesterrado y muerto en Madrid, sin mayor pena ni gloria, a la caída de éste. Tupapapá pondría su granito de arena para que ese lugar no fuera olvidado en mucho tiempo. Sí, señor. Entre otras cosas, porque no figuraba en la nomenclatura de la ciudad ni en el registro de la propiedad inmueble. Técnicamente, no existía tal lugar. Algunos lo llamaban simplemente la casa sin número, por carecer de dirección postal.
    —Bueno, mi reina, le dice Tupapá, sin apartar la vista del ajado papel que sostiene, prepárese para recibir a su corte. Yo, lamentablemente, debo ir a hacer un mandado. Pero no se preocupe, no voy a tardar. Volveré como McArthur.
    Le envía un beso y la deja, desnuda, engrilletada, sangrante, a merced de esos lobos. Ella cierra los ojos para intentar seguir soñando el sueño donde se encuentra en la playa, bañada por el sol y las olas, perdida en la profundidad de los ojos de Martín. Nada más.





2

LA VIDA ES ASÍ m'hija le dijo su madre cuando cumplió quince años y se puso su primer vestido escotado hasta la cintura como dijo su padre a quien no le hizo ninguna maldita gracia ver a la patoja enseñando la pechuga con tacones altos y labios pintarrajeados pero estaba de acuerdo con su mujer nadie sabe para quien trabaja tanto cuidarla tanto esperar a que creciera y ahora que la veían hecha una señorita con ese cuerpo de cintura estrecha amplias caderas piernas fuertes de potranca asediada por los garañones que sólo ganas eran como la miel por las moscas se les hacía un nudo en la garganta de sólo pensar que cualquier hijo de vecino la podía desgraciar en un descuido en un segundo porque la muy jodida tenía su temperatura como decía maliciosamente su tía por temperamento y se le miraba que si no se tenía cuidado con ella iba a parar de puta como la Merceditas Lemus que no tuvo la culpa ella sino el culo que Dios le había dado pero la vida es así repite la madre y el padre que no es así y se la pasan discutiendo mientras la niña se hace mujer de exuberantes formas y desbordante sensualidad que eso no es del todo malo dijo la madre que no había que quitarle el ojos de encima dijo el padre y la criatura entre dos fuegos sufría horrores pensando que ella no tenía la culpa y avergonzándose de sus redondeces aterrorizándose con las extrañas sensaciones ese hormigueo en el vientre la aguadencia de las piernas la dureza de sus pezones la mirada de hombres y mujeres que recorren su cuerpo a lo largo y alto la obligan a esconderse dentro de ropa holgada y un tanto masculina unisex la llaman pero con ese vestido de sus quince años ese mismo que su madre le confeccionara de entre los olanes y encajes de su vestido de novia que se miraba relinda y muy parecida a su madre se podía decir por la foto enmarcada en la sala y adornada con listones rosados se sentía medio desnuda y a merced de los lobos y lascivos machos cabríos arrancados de la mitología familiar en esas historias veladas que sus papás le soltaban a gotas más en cuando que de vez con un lenguaje rebuscado que no ruborizaría ni a una monja e insistían en que era su muñequita de china y ella decía que no que era una muñequita de esas que exhiben dentro de su caja de vidrio a salvo del polvo de que alguien pueda tocarla como insistían en hacerlo sus primos que no la dejaban ni a sol ni a sombra con sus insinuaciones dobles sentidos chistes y sobijeos así es la vida m'hija repite su madre y trata de explicarle que esos cambios en su cuerpo eran la preparación para lo que tenía que venir y lo que tenía que venir según ella era un matrimonio a su tiempo e hijos uno o dos nada más porque la mujer si no se cuida termina hecha una ruina ya me ves su padre por el contrario se resistía a dejarla crecer tratándola como a una nenita fiscalizando cada uno de sus pasos que daba celándola hasta con el pensamiento si parecía que fuera él quien la quería estrenar decían las malas lenguas y las más viperinas aseguraban que él ya le pasaba fierro de ratos porque si no como iba a ser que desarrollara tan pronto y con esas curvas y yo sin frenos pero qué va a ser pensaba la madre que en el fondo era más tonta que santa si ya ni siquiera conmigo se le para hace rato y se ruboriza con la idea y sentía un cosquilleo entre las piernas que la avergonzaba más porque a esa edad ya no se tiene una vida sexual activa por la menopausia pero a la edad de la nena quince floridas primaveras sí hay que tener mucho cuidado la he visto mirando a la entrepierna de los patojos con disimulo curiosidad de muchacha tiene que ser y el padre que Dios lo castigue por pecaminoso e hijueputa más de una vez se le ha metido entre ceja y ceja la idea de darle una su buena probadita pero no ni que yo fuera chucho se la apartaba de la cabeza para eso están las mujeres de la mala vida las putas ya que la suya no le interesa en lo más mínimo desde hace un tiempal que ya no se acuerda qué linda se ve la nena con ese vestido presume la madre con las vecinas si hasta parece que fuera yo a esa edad y ella a esa edad ciertamente era muy bonita un poco más llenita pero bien dotada por la naturaleza un tanto más ingenua tanto que ni siquiera sabía de dónde venían los niños mucho menos cómo se hacían cuando se enteró fue un tremendo choque porque sin llamar a la puerta entró a la habitación de sus padres y allí estaba su papá que en paz descanse con una mujer que no era su madre él la tenía encima y ella pegaba de saltos como si estuviera cabalgando a todo galope una bestia bravía y los dos gritaban aullaban que le dio miedo cuando se lo contó a su amiga fue la amiga quien con pelos y señales le explicó lo del coito la eyaculación el orgasmo y todas esas palabras que nunca se atrevió a pronunciar en voz alta pero la nena sí ha tenido una educación sexual por lo menos que le dio por encargo de su mamá una tía que no se andaba con rodeos para llamar a las cosas por su nombre y allí estaba la nena la nenita en su cumpleaños número quince radiante feliz nunca la había visto bailar así ni siquiera sabía que sabía pero si algún mérito había que dar ese era para su papá el de la nena excelente bailarín que le había enseñado los pasos de moda mambo merengue bolero chachachá a rock'n roll no llegaba porque era música moderna pero los muchachos de su edad y los un poco mayores vaya si la hacían moverse como loca pero eso sí a la vista del amo engorda el ganado nunca se le olvidaría su fiesta de quince años por dos cosas primera porque allí conoció a Martín Martín era un primo lejano por parte de madre y como dicen que el primo a la prima se le arrima no fue una excepción en este caso la sangre llama y rápido andaban de la mano en el salón de baile abonados como pareja toda la velada ante las protestas de los meros primos y de los amigos y de los amigos de los amigos que querían bailar con ella segunda tampoco se le iba a olvidar nunca porque una buena y una mala accidentalmente se topó con su papá cogiéndose a la Merceditas en el asiento trasero del carro en el parqueo de enfrente a donde fue a buscar unos discos de Elvis Presley que había dejado y si su papá se la podía agarrar así tranquilamente a la Merceditas que apenas era un año mayor que ella por qué se mostraba tan puritano con su propia hija el muy hipócrita la música la arrastraba en brazos de su primo lejano pero ya no le permitía acercársele pegársele mucho como al principio no estaba impresionada realmente por el acto en sí ya lo había visto en revistas y fotos en el colegio sino porque la Merceditas era su amiga de toda la vida la vida es así dijo su mamá y su papá insistía en que no que no era así después de encontrarse con los ojos inexpresivos de su hija al volver era casi una repetición textual pensaba sonriente de lo que le había sucedido a su mamá de patoja según le contó su tía la de sin pelos en la lengua si se mataban de la risa al imaginar la escena y ella no se lo dijo a su tía pero siempre pensó en lo ridículos que se veían un hombre y una mujer desnudos enganchados en poses tan extrañas trabados por el sexo como había visto al perro con su perra no ella no lo iba a hacer nunca palabra





3

MARTÍN VACILA PORQUE NO sabe si tirar de una vez por toda la colilla o si encender un nuevo cigarrillo con ella como lo ha estado haciendo toda la víspera. La cajetilla está vacía. La estruja y lanza con fuerza hacia los primeros rayos del sol de la mañana. La pelotita de papel traza una curva perfecta para caer entre las remanentes sombras de la noche en el fondo del profundo barranco que se abre a sus pies. Lleva involuntariamente la mano hasta donde debe encontrarse su riñón derecho para palpar otra vez las cachas de su pistola nueve milímetros. Mira a su alrededor. En la distancia las lucecitas de la ciudad, blancas y amarillentas, van apagándose entre la bruma y la claridad imperantes.
    —Lo  que  tenés  que  hacer,  le  había ordenado Gerardo, es llegar al punto establecido a la hora y esperar. Un carro parqueado allí puede ser conspicuo, así que llevate a alguna de las compañeras para que parezcan un par de enamorados ¡y no hagás nada que pueda poner en peligro la operación!
    ¡Me cago en la operación y en la puta madre que te parió!, piensa Martín, pero no dice nada. El, de palabras tan fáciles y oportunas, sabe que el valor de las mismas radica en saberse callar a tiempo y cuando se debe. Tampoco ignora que una orden, especialmente si viene de alguien como Gerardo, no se cuestiona y punto. Así que del dicho al hecho no hay que dejar mucho trecho y ya con la patoja en el carro se sitúa en el lugar acordado.
    La patoja resultó ser de pocas palabras y muchos pedos. Desde que se le metió en el carro con ese gesto de chis-la-mierda le cayó en los huevos a Martín. Ni que le estuviera haciendo un favor la pisada con subirse sin darle la cara y sin siquiera presentarse. ¿Qué esperaba la muy cabrona? ¿Un Mercedes Benz? ¿Una limousine? Si con su escarabajo le iba muy bien, buen motor, buenas llantas, ni viejo ni nuevo, uno como había cientos en la ciudad pero que nunca lo dejaba en el arranque. Se lo iba a explicar, pero decidió ignorarla y concentrarse en lo que tenía que hacer. Pasar revista: el sobre con el dinero, el mensaje cifrado, la nueve con una tolva extra de 15 tiros, una granada de fragmentación,  cigarrillos  —eso era muy importante—,  su chumpa enguatada, zapatos con suela tipo tractor, linterna de baterías. Sí, todo parecía en orden. Revisó el nivel de aceite en el motor, el de la gasolina, el del líquido de la batería y los frenos, la presión de aire en las llantas. Sí, todo estaba bien. Antes de girar la llave de encendido, ajustó con un gesto rápido y brusco el espejo retrovisor que ella había desviado para retocarse el maquillaje, miró el reloj y se encomendó a todas las legiones del averno.
    El VW arrancó después de un pequeño estornudo. Encendió el radio, sintonizando una emisora de música instrumental en FM. Después de dar varios rodeos para chequear y contrachequear si lo seguían, enfiló hacia la carretera a El Salvador cuando el sol ya se había metido tras las montañas y llegó sin contratiempos al Mirador. Allí apagó las luces y salió del carro para estirar las piernas y orinar. Había frío y viento. Encendió un cigarrillo. Metió las manos en los bolsillos de su pantalón de gabardina gris y se quedó mirando distraídamente al horizonte.
    Maldice entre dientes por no haber llevado más que una cajetilla de cigarrillos. Y la tipa esa ni fumaba para más joder. Ya el sol empezaba a calentar un poco pero el recuerdo de esa noche en vela lo tenía molesto. Además no estaba seguro de lo que debía hacer. Nadie llegó a la cita como estaba previsto y no había teléfono cerca para comunicarse y pedir instrucciones. Se volvió para ver su carro que estaba a unos seis o siete metros de distancia. Por el reflejo del sol en el parabrisas no podía distinguir a la mujer en su interior. Vaya espécimen raro, piensa. Allí se la había pasado dentro del carro toda la noche, sin salir siquiera una sola vez, dirigiéndole la palabra únicamente en un par de ocasiones para preguntar la hora o algo por el estilo. Nada más. Ya otras veces le había tocado hacerse acompañar por mujeres y las cosas se habían desarrollado en otra forma. A eso se refería el cerote de Gerardo cuando le dijo que no hiciera nada que pudiera poner en peligro la operación. Bien que lo conocían los muchachos. Donde ponía el ojo ponía la pinga. Pero ahora, ni siquiera había tenido la oportunidad de saber un poco acerca de ella, mucho menos de palparle las nalgas o las chiches. Y eso le molestaba porque distraía su atención. Además, se había aburrido como una ostra toda la santa madrugada y ahora con la llegada de la luz no le había vuelto a ver la cara.
    De pronto la puerta del escarabajo se abrió. Como en las películas. Por inusual le parecía que no podía ser posible. Si hasta debía estar viendo babosadas por la goma del sueño. Pero no, la puerta efectivamente se abría y daba paso a una mujer que ahora, desde esa distancia y ángulo, le parecía más alta, más esbelta, más bonita. Se quitaba el suéter cerrado y lo dejaba caer en un amplio movimiento circular ininterrumpido sobre el carro. Se soltaba la cola de macho y, metiendo los dedos de ambas manos como rastrillos, mesaba su larga y hermosa cabellera.
    Ante esa revelación de las siete de la mañana, Martín se sintió un tanto turbado y desvió la vista para ver de nuevo hacia la curva de la carretera que de vez en cuando vomitaba un auto que pasaba a toda velocidad para perderse más adelante. Nada. Algo tenía que haber salido mal. Presintió, más que sentir, que ella había llegado hasta donde él se encontraba, un poco más a la derecha; lo que comprobó mirando disimuladamente por el rabo del ojo.
    —No vendrán le dice una voz desconocida hasta ahora. El emite una especie de gruñido como respuesta. Gerardo me dio instrucciones por si esto pasaba, concluye ella.
    Martín la tiene ya a su lado. El viento le hace llegar el aroma de su perfume. Lo percibe por primera vez, está seguro. Pero es imposible. ¿Cómo no iba a sentirlo dentro del carro? Gira para mirarla, le parece, por primera vez. Hay en sus rasgos algo extrañamente familiar que lo inquieta. ¡Sí! No puede ser. ¡Es ella!
    —Será mejor que nos vayamos a la casa de la zona 7, dice Rogelia dándole la espalda. El sólo atina a mover la cabeza afirmativamente y seguirla a unos pasos de distancia, totalmente conmocionado.





4

LAS COSAS NO LE salieron nada bien a Gerardo en la víspera. Esa cita con Mariana en la pensión de malamuerte de la Avenida de los Árboles no había sido una buena idea. Les costó un huevo y la mitad del otro llegar —¿era jueves o viernes?— tomando desvíos y desandando el camino para no destrozar las alfombras de aserrín y flores que los fieles confeccionaran para el paso de la procesión. Menos mal que andaban en moto, si no les hubiera sido imposible subirse a la banqueta, zigzaguear entre la gente —que les escupía calificativos como Judas y otros menos religiosos—, trasponer los muros de cucuruchos de riguroso negro con sus blancos guantes y gafetes que indicaban el turno, brazo y bocacalle donde debían cumplir su penitencia. El olor a incienso y a flores, entremezclado con el acre a sudor y perfume barato, era agobiante esa calurosa tarde de verano, y la banda que acompañaba el cortejo se hacía anunciar a lo lejos con la estridencia y desafine que no pueden faltar en esos casos para hacer la imagen de la devoción más folclórica.
    ¿Por qué se empeñaba en mantener esa absurda relación? Le pasaba como le pasaba con todo, con el trago, con su hermano, con esa maldita doble vida que estaba obligado a llevar. Si hasta parecía que se empecinaba en torcer cada uno de sus pasos en nombre de sus ideales y de la flor de ayote. Belle du jour. A plena luz del día un oficinista y estudiante universitario con inquietudes literarias, poeta en ciernes, y después venía lo otro. Un Dr. Jekyll y Mr. Hyde nativo. No le sirvieron de mucho el cuartel, la cárcel ni el manicomio. Todo lo había probado hasta las heces —”aparta de mí ese cáliz, padre”—, según confesaba en la segunda parte de su poemario inédito “De la memoria persistente”. Al manicomio y a la cárcel llegó por méritos propios, pero al cuartel fue a parar porque su padre pensó que era la única forma de hacerlo un macho de verdad y de retornarlo al buen sendero. Lo soltaron rápidamente a instancias del mismo progenitor por ser menor de edad y porque por su temperamento lo más seguro es que no sirviera para carne de cañón sino para que la tropa practicara el tiro al blanco con él. Por un tiempo pareció reconciliarse con la idea de sacar una carrera y se graduó de bachiller, entrando a la universidad. No se sabe si fue en el cuartel o en el instituto cuando empezó a echarse los tragos. No importa realmente. Lo cierto es que los dos años que estuvo en la Facultad de Psicología se dividieron entre huelgas, bochinches, mítines y temporadas en el bote. Ya tenía una reputación, bien ganada por cierto a pulso, de bolo, cogedorazo y medio, vergueadorazo, poeta.
    Mariana era todo lo contrario de la concepción que Gerardo tenía de la mujer ideal —en su billetera, junto con el recorte de un poema de Machado, conservaba la fotografía de Ivonne de Carlo que se había publicado en la “Carteles” revolucionaria—. La había conocido en la casa de una traida y le repateó desde el primer momento que la vio. La pisada se la llevaba de femme fatale y le echó los perros de inmediato. El, con esa tosca patanería de la que hacía gala, la mandó olímpicamente a la mierda y siguió cangrejeando a la otra polla como si tal cosa. Pero Mariana no era un hueso fácil de roer, no, señor, y desde ese día empezó a metérsele hasta en la sopa. Se topaba con ella en la universidad, en cuanta parranda anduviera, entre la multitud y en despoblado. Llegó al colmo ella de irlo a buscar a su casa y la mamá de él se tragó la píldora de que era una compañera y allí la encontró Gerardo y desde entonces nadie la podía sacar de la casa sino hasta bien tarde, cuando la tenía que acompañar a instancias de su madre.
    Gerardo estaba que echaba chispas de la rabia cuando por fin llegaron a la pensionsucha. Siempre le pasaba igual. Terminaba con los nervios destrozados. Mariana, por el contrario, reía y hacía chistes de todo, derrochando esa alegría de vivir tan común a las personas simples. Acostumbraba encontrarle parecido a las gentes con algo que aparentemente no tenía nada que ver. Pero si se ponía un poco más de atención, terminaba por sorprender lo acertada que era. Cualquiera diría que su vista era de rayos equis. La Superchica la llamaban. Y no era broma. Poseía esa increíble capacidad de tocarle el alma a las personas. Por eso, cuando le dijo al oído que el encargado de la pensión parecía un signo de interrogación, no pudo contenerse y le preguntó ¿cuál es su signo? Piscis, respondió el infeliz que para más señas era marica. No, le dijo Gerardo paciente, me refiero a su signo de puntuación. El encargado abrió desmesuradamente los ojos sin entender palabra y, rojo como un tomate, les dijo son dos quetzales por tres horas y no hay agua caliente, entregándoles la llave y una toalla sin más trámite que recibir el pago correspondiente.
    Lo del manicomio le resultó de pura carambola. Como pasan las cosas en la vida cuando se escupe al cielo y se lanza la primera piedra. El estigma de la locura es inherente a la condición humana. Se trae en los genes hasta que algo inesperado acciona el disparador y entonces. Eso le pasó a Gerardo. No había sido más alocado que cualquiera de los compañeros de su edad. Es cierto que desde muy pequeño se mostraba inquieto, nervioso, hiperactivo y que su mamá le daba agüitas, le cantaba, frotando su cuerpo para lograr que se durmiera —su papá, mucho menos paciente, le daba un par de sopapos y a joder a otra parte chiriz pisado—, pero eso estaba lejos de ser considerado una anormalidad. Ella, como todas las madres dónde te pongo m'hijo que el sol no te dé, lo malcrió demasiado. Especialmente porque le daba mucha pena que hubiera resultado con ataques epilépticos. Hasta allí todo iba más o menos bien, bajo control; pero nunca falta el diablo que mete la mano y de pronto resulta que dijeron que el niño no tenía lo que habían dicho antes que tenía. El doctor les comunicó que se trataba de un tumor cerebral y que no sabrían si era maligno hasta operar de inmediato —ya se habían extrañado que le saliera mucha sangre de narices pero el diagnóstico fue rompimiento de vasos sanguíneos, algo normal en la cercanía de la pubertad, que debía alimentarse, dormir de ocho a diez horas—. Volvió bien de la anestesia. El tumor estaba extirpado y gracias a Dios resultó benigno, exclamaban aliviados todos. Es del tamaño de una pelota de golf se maravillaban cuando lo veían los estudiantes de medicina dentro de un recipiente con formol en la sala de biopsias del Hospital General San Juan de Dios. Su recuperación fue rápida y total. Poco tiempo después Gerardo andaba de arriba a abajo, con la cara llena de espinillas y barros y soltando gallos a diestra y siniestra. Con la pubertad cesaron los ataques. El doctor concluyó que había sido un milagro porque el tumor estaba localizado en una zona muy delicada y poco conocida del cerebro. Tal vez iba a tener problemas con la memoria pero que por lo demás viviría cien años si seguía las instrucciones al pie de la letra.
    El cuarto número nueve de la pensión en la Avenida de los Árboles abrió sus puertas a los amantes esa tarde abrileña de Semana Santa cuando ya la procesión iba pasando enfrente. La verdad es que tanto va el cántaro al agua que al fin Gerardo se le quedó mirando un día a Mariana con ojos nuevos. Ella estaba en la cocina hablando con la mamá y movía los brazos, la cabeza, cada parte de su cuerpo para enfatizar lo que quería decir. Conversaban las dos de nimiedades, cosas de mujeres, pero para Gerardo todo lo que no fuera la voz de Mariana quedó sordo para sus oídos esa noche y se cegó a todo lo que no fuera la figura de esa mujer que le parecía estar mirando por primera vez. Esperó con ansiedad el momento de llevarla a su casa como se había hecho costumbre, y le dijo a su madre, en un aparte, que no regresaría esa noche que no se preocupara. La madre, que abrigaba secretas esperanzas, no dijo nada pero comprendió todo al instante. Parecía que finalmente le estaba entrando la cordura a su hijo menor.
    —Gracias por traerme, le dijo ella y se bajó de la moto.
    —Sí, le respondió él con un monosílabo y sin mover un sólo músculo del cuerpo como siempre.
    Por un momento ninguno de los dos hizo o dijo nada más. El ronquido de la Horex quinientos centímetros cúbicos, aplacado por el silenciador, producía tosidos matemáticamente espaciados. El la miró desconcertado. Ella le devolvió una sonrisa como siempre. Y sin mediar otra palabra se trepó a la máquina nuevamente y enfilaron a toda velocidad hacia la Avenida de los Árboles por primera vez. Eran las diez y media de la noche cuando llegaron con los ojos llenos de lágrimas, no se sabía si por la emoción o si por el fuerte viento del camino.






5

EL SONIDO METÁLICO LE pareció un disparo. Y es que existe en ese fenómeno toda una compleja mecánica, toda una complicada química que funciona en el cerebro de diferente manera en cada persona. Algo así como el amor pero no igual. Comprende una variada gama de posibilidades que aún para el mismo escucha podría parecer otra cosa en el día que en la noche, en la distancia que en la cercanía, en el sueño que en la vigilia. Le pareció un disparo aunque intuía —ella no era buena para eso— que podía ser otra cosa que un disparo el que inquietó el silencio de las tres y pico de la madrugada de ese hermoso mes de octubre. La puerta se cerraba a sus espaldas —¿o había sido antes?—. El tosido del motor al cortarse la ignición y el abrupto brinco del vehículo al sacar impacientemente el pedal del embrague —sabía algo de eso porque Martín le estaba enseñando a manejar en su viejo escarabajo  VW—  la volvían a la realidad —¿o fue después?—. No sentía el dolor ni la tibia viscosidad de la sangre. Además uno podría morir y no percatarse —tampoco era nada buena para eso— o soñar que estaba viva y a lo mejor ya se encontraba bien muerta de verdad. Pero un muerto no puede echarse hacia adelante, su cuerpo doblado en escuadra por el intenso zigzagueo del miedo en el espinazo. Tampoco podría un muerto abrir desmesuradamente la boca para llenar de aire sus pulmones a punto de colapsar por el miedo y los golpes con mangueras. Sintió que los hombres la tomaban por los cabellos, de los brazos, que la arrastraban con la misma gravedad que el carnicero el costillar de la res, introduciéndola a la fuerza —¿por qué si ya ni siquiera se resistía?— en ese pasillo que notaba —para eso sí que era buena— interminable y que desembocaría en el lugar donde sabía que la estarían aguardando con impaciencia para hacerla objeto del sacrificio, el ritual de la vida y de la muerte al que se sabía convidada, víctima propiciatoria, virgen para el cenote sagrado, sus omóplatos sobre la fría superficie de la piedra donde su todavía palpitante corazón —el mismo que Martín le dice que suena a vieja locomotora a vapor— sería ofrendado a los dioses de la barbarie y de la sangre, como había ocurrido desde antes que llegaran acá los hombres del otro lado del mar hace más de cinco centurias, desde antes que sus antepasados se asentaran en las márgenes de los ríos y lagos de esta  tierra  plena  de sol y de montañas, desde antes tal vez que los mismos dinosaurios aparecieran y desaparecieran entre dos cataclismos nucleares en la edad de los tiempos.
    —¿Qué pasa? pregunta ásperamente uno.
    —Creo que no aguanta más tartamudea otro.
    Un repentino bienestar la hizo entrar en sospechas -y para eso sí que no había quién le ganara- de que algo andaba mal. O por lo menos no tan bien. O mejor dicho lo bien que se supone podía estar dadas las circunstancias. No sentía nada. Permanecía inmóvil, desparramada, desarticulada sobre ese pulido altar propiciatorio, rodeada por hombres que se disputaban cada una de las partes de su cuerpo, que le prodigaban la atención que antes nunca había tenido. Uno de ellos apoyaba la tosca cabeza sobre sus senos, otro la tomaba del brazo y le daba golpecitos con la palma de la mano como para sacarle el color a la piel, otro más levantaba sus párpados con los pulgares y la miraba a los ojos intensamente, y así, cada uno se aferraba a una porción de su carne con solícita gravedad.
    —¡Así ya no me sirve para ni mierda!
    Sonrió pensando en la incongruencia de la escena. Ella yaciendo desnuda y sangrante como en la sala de partos y ellos tratándola como si fuera un desagüe al que se le obstruyó la cañería.  Parecía.  Era un disparo, ahora ya no le cabía la menor duda al respecto —siempre la había impresionado el dicho aquel que habla de abstenerse en esos casos—. Era un portazo —el sonido de la una se había entremezclado con el del otro—. La puerta se había cerrado. Estaba muerta. Punto.





6

—PERO QUIÉN IBA A decirlo cuando la nena cumplió quince años ¿te acordás Pablo? me acuerdo vos Herminia del día en que la jodida patoja nació vos estabas un poco decepcionada porque querías hombre no es verdad yo quería lo que fuera la santa voluntad de dios y lo fue ni tanto porque ya habías escogido el nombre ¿te acordás Herminia? a pesar de que diecinueve años nos contemplan dieciocho si me hacés el favor porque estabas embarazada cuando nos casamos ¡shhhhh! que te van a oír no hay nadie más aquí las paredes tienen oídos no seás exagerada vos Herminia pero no lo digás ni en broma por si acaso lo digo de la manera más seria que puedo bueno dieciocho años para no discutir ¿y quién está discutiendo pues? que estaba decepcionada que quién iba a decirlo si que Rogelio o Rogelia menos mal que no se te ocurrió ponerle mi nombre hubiera sido Paula no mi segundo nombre ¡ni pensarlo! Rogelia es otra cosa ya no tiene importancia estábamos en los recuerdos y en eso seguimos los hay buenos y malos agradables y desagradables pero son recuerdos después de todo sí pues ¿quién iba a decirlo? reina de belleza ella es nuestra reina de cualquier manera sí pero reina de belleza es un reconocimiento general digamos que no es más que un falso culto a la belleza culto o no es un gran honor es un gran negocio es una suerte que tiene la bonita y que la fea la desea es un vil comercio de la carne ¿cómo se te ocurre Pablo? vos sos mujer deberías estar en contra de todo eso ¡ah sí cómo no! el super machista defendiendo ahora a las mujeres no me hace la menor gracia que se ande mostrando casi en cueros no es para tanto es en traje de baño el traje de baño es para usarlo en la piscina no pensás lo mismo cuando estás prendido de las revistuchas tuyas esas viendo a las mujeres medio desnudas a mí no me importa se trata de mi hija ¡qué de al pelo! quiere decir que te disgusta ver a tu hija en calzoneta pero no te causa problema ver a la hija del vecino en cueros lo que es carne al gancho pues ¡no seas bárbaro! todo lo ves a través de esa mente podrida o no estamos hablando de otra cosa estamos hablando de los concursos de belleza no te pareció nada malo cuando ella nos lo vino a contar toda emocionada me agarró desprevenido me metió un gol si estuvieras más atento a las cosas de la casa ¡ve que de a huevo! ¿y quién trabaja pues? ¿y quién se mata con el oficio los deberes de los patojos y todavía tiene tiempo para el señor? ¡qué tiempo para el señor! hace mucho que no sé de eso ¿qué? eso ¿sí pero qué? bueno bien sabés a lo que me refiero podés referirte a mil cosas me refiero sólo a una ¡ah a eso! sí a eso eso que no tiene nada que ver con lo que estábamos hablando ya ni me acuerdo de lo que estábamos hablando de los quince años de la nena de eso sí me acuerdo ¿creés que soy idiota? vos lo dijiste claro que me acuerdo lo que pasa es que no se te puede hablar de nada porque salís con tus babosadas lo que estoy haciendo es un simple comentario te ponés necio no es como para que saltés como chompipa por favor Pablo no seás hiriente me estás acusando de tener una falsa moral lo que pasa es que me enoja tu machismo no quiero ver a mi hija como si se tratara de ¿de qué? de un pedazo de carne ya lo dije en eso estamos de acuerdo Pablo en la vida no solamente hay que ser honrado sino también debe aparentarse ¿de qué estás hablando? mirá a la Merceditas por ejemplo ¿y qué vela tiene ella en este entierro? yo sólo te estoy diciendo tenés la mente enferma mirá a la Merceditas los dos sabemos muy bien quién es la Merceditas pero ella no ha ganado ningún concurso de belleza que yo me haya enterado ¿o sí? no pero soy hombre y sé de esas cosas y yo soy mujer y también sé de esas cosas lo que pasa es que deseo lo mejor para nuestra hija vos hablaste de la Merceditas no sé por qué se me ocurrió abrir la boca para insultarnos a mí y a la nena ¿qué dije pues? a mí me llamaste chompipa y de ella que iba a parar de puta como la Merceditas yo no dije eso ni que le hubiera servido de colchón ¿estás seguro Pablo? ¿qué querés decir? pudiste impedírselo no cambiés de tema le hubieras dicho desde un principio que no le dabas permiso y ya no lo hice porque nunca creí que fuera a ganar ¿conque era eso? la ví tan ilusionada a la pobre que me dio pena ¿y estás diciendo que nuestra hija no merecía ganar? estoy diciendo que no creí que fuera a ganar es lo mismo no es lo mismo pero volvamos al asunto de la Merceditas yo no quiero Pablo ¿por qué? mejor dejemos las cosas como están yo siempre le he entrado al toro por los cuernos mejor machete estate en tu vaina insinuaste que yo y la Merceditas ¿por qué te empecinás en hacerme hablar? porque quiero oírte ¿estás seguro? ¡mjú! siempre has sido un egoísta buen principio y también un hipócrita seguí seguí Herminia siempre has querido figurar ser el número uno que los demás estemos siempre bajo tu sombra dominante y protectora y diciendo amén a todo nos has negado muchas cosas en nombre de ese falso puritanismo siempre me obligaste a estar metida en la casa mirame las manos mirame estas arrugas de amargura mirame las canas sin una profesión sin la alegría de vivir podrás decir muchas cosas podrás tratar de convencerme como siempre lo hacés de que ha sido lo mejor en aras del bienestar de la familia porque el señor es el que trae el sustento al hogar y ese dinero nos permite irla pasando ¿no te das cuenta acaso? ¿cuándo fue la última vez que me dijiste algo amable? ¿cuándo dejaste de verme como a un ser humano con necesidades? no podemos retroceder el reloj no podemos volver a los veinte años cuando estábamos llenos de ilusiones y es una lástima que así tenga que ser pero ahora se trata de nuestra hija y no quiero que a ella se le nieguen las oportunidades que se le presenten ¿que se va a volver puta como la Merceditas? yo te respondo que no porque en primer lugar siempre he velado porque no se topara con un degenerado como el bueno y el honesto del Pablo que en mi propia casa en mis narices se andaba cogiendo a la amiguita de su hija ¿que cómo lo supe? ¿que cuándo me enteré? no importa siempre supe de tus aventuras antes y después de ella supe lo que hacías y no te dije nada por miedo por terror a quedarme sola con mi hija abandonada pero hoy ya no te tengo miedo Pablo ya no tengo miedo a perderte porque nunca te tuve en realidad la nena ha crecido es una joven normal que va a la universidad y tiene amigos y además que ha ganado un importante concurso de belleza ¿no te das cuenta Pablo? no se va a volver como la Merceditas perdé cuidado ella no nació para eso es una buena patoja el que sea Miss Guatemala no tiene que ver nada la que es pé es pé hasta en un convento eso vos lo sabés de sobra además la belleza es exterior es efímera se acaba muy pronto ella va a durar reina por un año pero lo importante es que sus principios morales prevalecerán toda la vida seguramente te aburro Pablo seguramente vas a agarrar tu saco y saldrás dando un portazo como





7

—ES TU PRIMO MARTÍN, le dijo su madre. El hijo de mi prima Margarita.
    El hijo de la tía Margarita, piensa Rogelia, la que se había ido a los Estados Unidos después de la guerra, cuando ya no era tan joven.
    —Te conozco por foto, le dice él dándole un beso en la mejilla y un abrazo. Pero eres más bonita en persona, le susurra al oído.
    Le habían contado tantas cosas de la tía Margarita. Decían que aquí ya la había dejado el tren y que por eso se había ido a conseguir marido gringo aunque fuera.
    —Gracias, responde ella visiblemente turbada.
    También decían que había enviudado al poco tiempo de casada. Fue entonces cuando había escuchado por primera vez la expresión hijo póstumo.
    —¿Acabas de llegar?
    —Sí. Y no hice el largo camino para quedarme aquí parado toda la noche. ¿Bailamos? Y la toma de la mano. Ella se deja llevar suavemente.
    Mártin había dicho su madre, acentuando la a. Eso le chocaba un poco.
    —Sé lo que piensas, dice él tomándola del talle. Pero a mí me gusta que me llamen Martín, acentuando ín. Y la música, en un mi sostenido, lo llena todo arrastrándolos en su voluptuosidad.
    Llegaban con frecuencia cartas de la prima Margarita desde San Francisco California, acompañadas con fotos de Mártin en su bautizo —se le veía más bien sólo la coronilla—, Mártin montando un pony moteado y casi tan pequeño como él, Mártin en la escuela mostrando un gran hueco donde deberían estar los incisivos superiores, Mártin sentado sobre las piernas de un sonriente Santa Claus con aspecto plástico, Mártin siendo arrastrado por las olas la primera vez que lo llevaran a la playa, Mártin en Disneylandia junto a un Pato Donald enorme, Mártin aquí y Mártin allá. Se lo sabía de memoria en cada una de las etapas de su crecimiento —su mamá reservó un álbum sólo para esas fotos—, le era  tan  familiar que no le importó cuando la besó —le rozó los labios más bien con los suyos—. Nadie lo había hecho antes, a pesar de muchos haberlo intentado. Pero esta vez parecía lo más natural del mundo cuando la besó de nuevo.
    —Te traje algo. Y le entrega un pequeño envoltorio.
    Mártin en High School junto a una linda joven rubia -desabrida y excesivamente huesuda le parecía a ella-, Mártin en el equipo de fútbol americano —con esas almohadillas en los hombros y el casco que le imprimían un aspecto gigantesco y feroz—, Mártin el día de su graduación con toga y birrete color vino tinto y esa incipiente barba de chivo que le había dado en dejarse.
    —¿Para mí?, pregunta ella ruborizándose.
    Pero si eso apenas acababa de ser y ahora lo tenía allí, frente a ella, rodeada por sus brazos y sintiendo el calor de su cuerpo.
    —No todos los días se cumplen quince años. Abrelo. Y se separa ligeramente de ella.
    Nunca se habían escrito una carta. Era una especie de información cruzada entre las madres, un diálogo en el que ellos estaban siempre presentes en tercera persona. Ahora era diferente ¡y vaya si lo era!
    —Lo haré después, si no te importa. Y desvía los ojos para disimular su turbación.
    —Como quieras. ¿Sabes bailar rock?
    —¿Me enseñarías? Tengo unos 45 rpm de Elvis. Y sin más se dirige hacia la calle seguida por Martín. El parqueo de enfrente del salón de baile está muy mal iluminado pero eso no impide que ella camine entre los autos con paso seguro y llegue hasta el Ford de su padre, abriendo rápidamente la puerta del lado contrario del conductor.
    —Lo siento, dice Martín, llevándola de vuelta al salón de baile.
    —¿Por qué?, pregunta ella en un balbuceo.
    —No sé. Porque se me ocurrió lo del rock tal vez.
    —Ese era mi papá. Y ella mi mejor amiga.
    —No sé qué decir.
    —No digas nada.
    Martín la ve partir, ser tragada por ese mundo de gente que danza alegre y despreocupada. Gira para ver en dirección al estacionamiento cuando la puerta se cierra con lo que le parece el sonido de un fallido disparo.





8

LA ORDEN DEL DÍA descansa sobre las rodillas de Tupapá en la página dos mostrando sus entrañas en blanco y negro. No ha podido pasar de allí, releyendo una y otra vez el último párrafo tratando de concentrarse en el tema, pero los ojos le lagrimean del cansancio y las letras bailan y se desenfocan imposibilitándole seguir adelante. Aparta la vista y la posa en las paredes, en los pocos muebles, en el techo, en el piso, en el legajo de documentos que acompañan al informe, en la lámpara que produce una amarillenta y mortecina luz, como buscando algo que no sabe qué es pero que sabe que debe estar en alguna parte de esa habitación que llaman —con una mezcla de envidia, admiración y velado temor— l'oficina de Tupapá y que no es otra cosa que un cubículo de poco más de tres metros cuadrados con una mesa que hace de escritorio, una rústica silla de pino, un estante atascado con los más diversos objetos y un catre de campaña. Hace un movimiento circular con el brazo para apartar a un mosquito que pasa zumbante, pero es más bien para arrancarse esas miles de telarañas que siente lo envuelven cada vez que tiene que hacer algo que va más allá de su capacidad y conocimiento. Cierra los ojos y trata de encontrar —entre la oscuridad y esa infinidad de puntitos que se forman cuando aprieta fuertemente los párpados para no abrirlos—, en el fondo mismo de su cerebro, lo que no pudo hallar en su errática mirada de hace un momento. ¿Qué busca en realidad? Sabe que con el informe y las evidencias que tiene en las manos va a poder acabar de una vez por todas con esos malditos comunistas que tantos dolores de cabeza les han dado desde el asesinato de Gordon Mein el embajador gringo en la Avenida de la Reforma y el secuestro y posterior muerte de Von Spreti el embajador alemán. Allí están los nombres, alias, direcciones, itinerarios, planes operativos, buzones de armamento, fábricas de municiones y bombas, contactos dentro y fuera del país, una suculenta mesa servida para que se harten con ellos. ¿Qué le molesta entonces? Ha trabajado duro para llegar hasta donde está. Ha sido un sabueso entrenado para seguir la huella, un perro de ataque que hinca el colmillo en la yugular de sus víctimas y chupa su sangre hasta la última gota. Ha obedecido ciegamente a sus superiores y no le ha costado nada ir más allá del deber en sus ansias por servir y ser recompensado con unas palmaditas en el lomo. ¿Qué lo hace sentir como si fuera un jamón trabado entre las dos rodajas de pan? Abre los ojos sobresaltado y dirige su mirada hacia el papel, misma página dos, que ahora parece brillar más intensamente a pesar de la escasa luz. Como que le ha estado fallando la vista últimamente, piensa.  La misma que donde la fijaba ponía la bala. La bala. Dicen que por allí hay una con su nombre escrito en ella. ¿Cómo será eso? Que penetre la piel, que muerda la carne, que rompa los ligamentos, que astille los huesos, que explote para buscar su camino de salida, dejando su honda y desflorada huella de destrucción y muerte. El, que no se ha tentado el alma para rociar de plomo a cuanto cristiano se le pone enfrente, sabe que debe doler tanto o más que una puta muela. Que el dolor de parto que dicen que es casi insoportable. Que el dolor que producen los cálculos biliares cuando pasan por los conductos y que llaman el escala paredes porque es tanto. ¡Mierda!, escupe la palabra, cuando descubre su nombre en letras de molde. Su nombre cristiano, porque el sobrenombre Tupapá no aparece en los documentos oficiales. Contiene la agitada respiración mientras lee las líneas que siguen. Da vuelta a la página con febril ansiedad y las gotas de sudor impactan la clara mecanografía. Deja caer el legajo sobre la mesa y seca el sudor de su frente con la manga de la camisa, percatándose de que tiembla como una hoja sacudida por el viento y de que sus manos están tanto o más mojadas que su rostro y su cuello. Se pone de pie, tambaleante, conteniendo apenas un fuerte sollozo. Todo da vueltas a su alrededor y tiene la sensación de caer ¡ay! en el fondo de un negro y profundo pozo.





9

PARECIA QUE UNA CAJA de grillos se hubiera destapado por lo repentino del sonido. Llevaban varias horas en el lugar y ya les pesaba el silencio. Por eso cuando empezó el traca-traca de las ametralladoras, a Martín le volvió la vida. Había permanecido todo ese tiempo en suspensión inanimada, respirando lentamente, con el mínimo de pulsaciones por minuto y zumbantes los oídos por la falta de ruido. Pero ahora era diferente. La adrenalina hacía su trabajo, inyectando todos sus centros motores y él haría lo propio con cada uno de los pensamientos que se le agolpaban no en la cabeza, sino en el bajo vientre que es el lugar donde dicen que anidan las mariposas del miedo.
    —El miedo, le rebatía Gerardo en una ocasión, es subproducto de consumo de la mente. El ave no lo tiene a las alturas. El pez tampoco a las profundidades del océano. ¿Te acordás de "El cuervo" de Edgar Allan Poe?
     —¡Y dale con la mierda esa!, exclama Martín. ¿Cómo le iría al pez en los altísimos espacios aéreos o al ave en los insondables abismos marinos?
    —Las alas son para volar y las aletas para nadar, no jodás, es un esquema simple.
    —Pero las mariposas del miedo están allí, agazapadas en cada organismo viviente.
    —¿Acaso tienen mariposas del miedo las mariposas? ¡No me réquete-contra-jodás, vos Mártin! —(acentuando la a)—. El cuervo volaba entre la niebla, ¿te acordás de la historia? El hombre caminaba entre la niebla. ¿Hay imagen más cabrona que esa? De pronto hombre y cuervo se topan de frente, encontrándose. Ambos pegan de alaridos presas del terror. Un hombre que vuela, piensa el cuervo. Un cuervo que camina, piensa el hombre. ¡Puta, vos, Mártin! —(otra vez acentuando la a)—. ¡Qué imagen! ¡Qué imagen!
    Sacudió fuertemente la cabeza para alejar las ideas, despejar la mente, hacer una rápida evaluación de lo que estaba pasando. No en su cabeza, sino fuera de ella.
    —¿Te siguen chingando esas mariposas?, es la voz de Gerardo que se acurruca de un salto junto a él.
    —¿Y quién pisados te ha dicho que el minúsculo cerebro de un cuervo está diseñado para pensar?, es la agria respuesta de Martín.
    —¡Medio gringo tenías que ser, vos, para ser tan mula! De un jalón lo obliga a incorporarse y a seguirlo en dirección a una pequeña loma, corriendo velozmente en zig-zag, zambulléndose de cabeza en una hondonada, ocultándose detrás de un árbol, de un promontorio de rocas, separados el uno del otro.
    —¡Pero no hueco!
    —¡Un poco chueco, vos Pocho!
    —¡Por la picha!
    —¡Por la ficha!
    —¡Saludos a tu mamá Licha!
    —¡Saludos a la tuya la Locha!
    Sus voces, en un juego de albures y palabras, rivalizan con los disparos de fusilería y explosiones de granadas de la tropa que los rodea.
    —¿Falta mucho, vos flacucho?
    —¡Estamos a un paso de cucurucho!
    —¡Pues a lo que te truje, carajo!
    —¡Si no puedo por arriba, me le bajo!
    —¡Acomódese como pueda, compañero!
    Martín es el primero en llegar a la loma y, sin mirar atrás, se clava pecho a tierra.
    —¡Yo, como la Montiel, fumando espero-te!
    —¡Yo, como Peter Pan, sueno-te la campanilla!
    A unos pasos de distancia, Gerardo aterriza ruidosamente.
    —¡Puedo notar que tenés morada la rabadilla!
    Siempre le pasa lo mismo a Martín cuando ha estado sometido a grandes presiones. Primero, esa dizque sensación de ingravidez que le produce un entre bienestar y desasosiego que se manifiesta con calambres y picazón en la planta del pie. Después, como quien destapa una olla de agua hirviente, la sangre en las venas corre a borbollones, insuflándole un empuje comparable a cien máquinas corriendo a todo vapor. Repentinamente, le acomete una inmovilidad parecida a la del reloj al que se le acabó la cuerda o a la del globo que se ha desinflado totalmente. Y es como si todas las cañerías del mundo se abrieran al mismo tiempo.
    —¡No me digás que ya te measte en los calzones, compañero!
    La voz de Gerardo le llega lejana, apenas audible, en contrapunto con los disparos y explosiones, confundida con otra voz en el tiempo y en la distancia que le dice you're peeing your shoes you son of a bitch!
    —Es agua bendita.
    —Es roja.
    —Es vino de consagrar.
    —¡Es sangre, vos cerote!





10

DÉJEME QUE LE CUENTE mama le dice Rogelia a su madre temblando de excitación no lo va a creer si hasta yo creo que estoy soñando pero qué es m'hija decilo de una vez que ya estoy sudando de sólo pensar que se trata de algo malo le dice Herminia retorciéndose las manos nerviosamente en un movimiento mecánico de secárselas con el delantal como cuando me trajiste la noticia de la muerte de la Canelita te brillaban igual los ojos el pecho te saltaba igual de agitado y hasta la voz te cambia pero no mama si no se trata de nada malo le dice dándole un beso para tranquilizarla ¿estás segura? pregunta Herminia porque con la perrita no me dijiste toda la verdad al principio fue para no asustarla ya sé como se pone cuando de noticias se trata sean buenas o malas no importa además yo no estaba segura de que a la chuchita la había atropellado el camión ¿y esta es buena o mala? decilo de una vez pues yo creo que es buena ¿de qué se trata? voy a tomar un poco de agua dice Rogelia porque tengo seca la boca si me vine más corriendo que andando ¿no está mi papá? mejor si no está porque él va a poner el grito en el cielo ya lo estoy oyendo pero no me tengás con el alma en un hilo y decilo de una vez por todas no sé por donde empezar ¡ay hija! ¿verdad que es una mala noticia? no mama no es una mala noticia ¿tiene fresco? m'hija a mí me va a dar algo me muero de la sed servite un poco de limonada le señala la mesa del comedor donde hay un pichel cubierto con una servilleta y decime de una vez por todas lo que tengás que decir Rogelia llena un vaso y apura su contenido le falta azúcar dice frunciendo la nariz se me acabó no importa bueno mama siéntese para que no se pierda ni una de mis palabras ¡qué sentarme ni qué sentarme! por favor mama ¿se acuerda de la Estelita? ¡cómo no me voy a acordar de la Estelita! pues ella y yo nos enteramos en el instituto ¿en el instituto decís? con razón tus notas han bajado nada que ver mama por eso no me gusta que andés con la Estelita ¿me va a dejar que le cuente o no? bueno ya no te interrumpo hija ¿qué es? pero siéntese mama vaya pues me siento si me va a dar algo mejor estar sentada ¿no creés? Rogelia se acomoda en el sillón frente a ella y la toma de las manos le decía que nos enteramos con la Estelita pero prométame que no se va a reír te lo prometo hija bueno la mamá de una compañera ¿se acuerda de Verónica? ¿de quién? creo que usté no la conoce porque está en otra sección a lo mejor sí decime quién es muy bonita ella si parece artista de cine ¿Verónica? no la mamá ¡ah! y no es para menos porque ganó un concurso de belleza usté se debe acordar no me acuerdo ella debe tener su misma edad ahora pues no me acuerdo hija ¿qué tiene que ver? mucho tiene que ver porque ella es del comité organizador ¿de qué comité organizador me estás hablando? del concurso de belleza ¡ah! no me lo dijo exactamente a mí sino que a la Estelita ¿y ella te lo dijo? de eso se trataba pues ¿y ahora por fin me lo vas a decir a mí? estoy tan emocionada mama se te nota desde la punta de la coronilla a la de los pies me eligieron candidata ¿para un concurso de belleza? para el concurso de belleza ¿qué diferencia hay? del cielo a la tierra vos ahorita andás en el cielo pero tu papá te va a bajar a la tierra en un decir Jesús dice poniéndose de pie por eso quiero que lo convenza mama para que no haya problema ¿y quién te dijo que yo puedo convencer a tu papá de algo que ni siquiera yo misma estoy convencida porque ni sé de lo que se trata? es una gran oportunidad para cualquier mujer vos sos una patoja en lo que está pensando mama si ya me están saliendo canas y arruguitas por aquí y por allá canas verdes son las que yo tengo y de las arrugas mejor ni hablemos hablemos del concurso soy toda oídos pues la Vero le dijo a la Estelita que su mamá me había echado el ojo para que fuera la representante de Cobán es cierto que naciste allí pero nos vinimos hace mucho tiempo a la capital ella dice que uno es del lugar donde dejó enterrado el ombligo yo lo tengo guardado en el ropero ya lo sé mama es un decir ¿y la tal Verónica qué? ella va a ser la candidata de la capital a tu papá no le va a gustar a él nada le gusta me cuida como si fuera una nenita para él seguirás siendo una nenita nada va a cambiar eso aunque me case y tenga hijos una cosa a la vez estamos hablando del concurso y no de casarse y tener hijos de acuerdo mama ¿se lo va a decir? no sé mire que ya no tarda en llegar de cualquier manera no se lo puedo soltar así a boca de jarro pero prométamelo mama ¿prometer qué patoja? las dos se aproximan a él que acaba de entrar ¡ah! buenas noches papa ¿cómo te fue Pablo? no lo oímos entrar papa ¿de qué están hablando? cosas de mujeres ¿se lo dice usté mama? ¿decirme qué? estábamos platicando sobre los concursos vengo con los pies deshechos dice derrumbándose en el sofá ¿le alcanzo sus pantuflas papa? mejor las voy a traer yo para que le contés pero mama ya vengo dice saliendo parece que tenía prisa en dejarnos solos sí ¿qué es lo que ibas a decirme? preferiría que se lo dijera mi mamá ¿se trata del instituto? sí y no ¿de algún enamorado? ni pensarlo usté me los espanta todos lo primero es lo primero sí ya sé el estudio el diploma vas a seguir en la universidad ¿no es cierto? sí cómo se tarda mi mamá a lo mejor está fabricando las pantuflas ja-já ¿usté me quiere papa? bien sabés que sí nunca le pido nada ¿de qué se trata? le estaba diciendo a mi mamá que es algo que me dijo la Estelita mmmmmm ¿por qué frunce el seño? por nada ni sabe de qué se trata y ya está poniendo mala cara entonces decímelo para que se me ponga buena un concurso de belleza ¡Herminia! no tiene nada de malo no dije que tuviera nada de malo pero tu mamá de veras que parece que se fue a fabricar las benditas pantuflas olvídese de las pantuflas papa ya no aguanto los pies ¿quiere que le dé un masaje? quiero que me expliqués eso del concurso de belleza en realidad son dos concursos de belleza bueno empezá por el primero para que me entere no quiero hacérselo muy largo tomate todo el tiempo no te preocupés bueno la mamá de Verónica fue reina de belleza ¿ah sí? es la mamá de una compañera de la sección “B” entiendo y parece que ella es la encargada de organizar el de Miss Guatemala ¿y vos qué tenés que ver en todo eso? pues la mamá de Verónica me dijo que yo tenía las medidas aquí están tus pantuflas Pablo ya era hora Herminia ¿se las pongo papa? siempre que estás así de amable es que algo querés para qué se lo voy a negar papa no digás que la patoja es interesada Pablo digo que tiene interés en algo no que sea interesada es lo mismo mama papa por favor mejor seguí contándome sobre eso de los concursos como le decía a mi mamá la mamá de Verónica dice que tengo muchas posibilidades sí que tenés las medidas no te burlés Pablo no me estoy burlando ya por favor hablá pues primero tengo que ganar la representación por Cobán ¿y después? la nacional ¿así de fácil? ¿acaso no creés que la patoja pueda ganar un concurso de belleza? uno tal vez pero está hablando de dos me gustaría intentarlo ¿para qué? no sé para probar por probar hay muchos en la cárcel y en el cementerio ¡no seás bárbaro Pablo! es un dicho ya sé que es un dicho pero todo lo que la nena te está diciendo es que le gustaría participar ¿y vos que pensás? no sé pero creo que no tiene nada de malo claro que no tiene nada de malo papa no dije que tuviera nada de malo ¿entonces me da permiso? un momento primero hay que saber de qué se trata ya se lo dije papa un concurso de belleza ni que fueras tan ignorante Pablo me refiero a las fechas horarios gastos y esas cosas si quiere se lo digo a mi mamá y que ella se lo diga después a usté ¿dónde está mi periódico? ¿eso quiere decir que sí o que no? eso quiere decir que dónde está mi periódico se lo presté a don Jorge ¿mi periódico? dijo que lo iba a devolver rápido y se me olvidó pedírselo si quiere yo voy a traerlo papa no m'hija que vaya tu mamá voy yo y olvídense de lo que dije Rogelia sale rápida y se hace una pausa pesada hasta que Pablo la rompe murmurando entre dientes ¡concurso de belleza! ¿qué dijiste? ¿qué pensás Herminia? que dejé la estufa encendida y ella sale sin más dejándolo a Pablo con una palabrota trabada entre los dientes





11

MARTÍN ESTACIONA EL VW con un chirrido de llantas y se apea presuroso. Corre el trecho que hay entre la banqueta, el jardín, la puerta de la casa de Gerardo y golpea nerviosamente. Todo está totalmente a oscuras. Deben ser las siete de la tarde, tal vez las ocho de la noche. Martín no lo sabe. Desde que se enteró ha perdido la noción del tiempo. Y con ella también la prudencia. Ni en los peores momentos en la montaña o en las acciones urbanas se había sentido igual. La noticia lo había tomado totalmente desprevenido. Si apenas ayer habían estado juntos en la playa, bajo el manto de estrellas, haciendo el amor. Tal vez eso era lo que más le contrariaba, porque nunca antes la había sentido tan suya, tan cercana, tan intensa pero a la vez lo contrario. No supo explicárselo. No antes de ese momento cuando dijeron en la radio que cayó un reducto guerrillero en la zona 2 y que aparentemente no había sobrevivientes. Las fuerzas de seguridad rodearon la manzana y después de mucho tiempo y de fuerte intercambio de balas una tanqueta hizo añicos la puerta de metal y los llenaron de gas lacrimógeno y le prendieron fuego al lugar.
    Mariana abre la puerta y detrás de ella viene la madre de Gerardo secándose las manos en el blanco delantal. Sin darse cuenta ya se encuentran en la cocina y en las manos de Martín humea una aromática taza de café. El lugar está lleno de humo. Sobre la mesa descansaba un pastel semi quemado y empiezan a arderle los ojos cuando ve que la madre de Gerardo, con un movimiento automático, se seca una lágrima con la punta del delantal.
    —Parece que el termostato del horno no funciona, dice Mariana.
    —¡Lástima! Es el pastel preferido de Gerardo, dice la madre dando media vuelta para no dejar que se le desborde la emoción.
    Martín apura el último sorbo. La cafeína ha producido el efecto deseado. Sus manos dejan de temblar y la mente se le disipa al igual que el humo en la estancia.
    —Sí, es una lástima, se escucha decir con una voz que parecía venir del más profundo sueño. Sé algo de eso. En cuanto pueda le echaré un vistazo.
    Martín sale de la casa de Gerardo como una hora más tarde. Lo primero que hace al cerrar la portezuela de su viejo VW es romper a llorar. Maldice en dos lenguas, como si la suya fuera bífida a causa de esa extraña mixtura en su sangre que a ratos la sentía espesa como el gravy o rala como la horchata. Trata de introducir la llave en la ranura de la ignición a tientas porque su visión se borra por las lágrimas y la rabia. Finalmente logra arrancar el motor después de dos o tres intentos y acelera por la estrecha calle rumbo hacia donde él cree que está el lugar de los encuentros.





12

ME ENCONTRABA EN LA playa de cara a esa bóveda que se abría —¿o se cerraba?— a la inmensidad de la noche sin luna salpicada de estrellas prendidas como focos de un inconmensurable arreglo con sus destellos blancos, rojos, verdes, tornasolados, titilantes. El rugido del mar lo llenaba todo en un incesante roar de mil motores de naves aceleradas al unísono con el flujo y el reflujo de las olas chorreantes de sal y espuma que castigan las caparazones de gigantescas tortugas marinas que llegan a desovar en la aún cálida arena para cumplir el ciclo de vida y muerte de su especie. El fuerte viento barría el estrecho cinturón con forma de hoja de cuchillo existente entre el océano y el canal y cuya punta corresponde a la barra de alborotadas aguas que pugnaban por entrar —¿o por salir?— repletas de peces debatiéndose en la turbulencia de su elemento para comer a los chicos o servir de alimento los grandes. A unos pasos se encontraban las brasas encendidas y humeantes de la hoguera que ardiera para dar calor y servir de faro de luz a trasnochados navegantes que atrevidamente remontaban las crestas de las olas y se deslizaban por sus flancos en un agitado e incesante bamboleo en sube y baja. Pedí un deseo a una estrella fugaz que cruzaba el firmamento allá arriba dejando una efímera estela a su paso y me pregunté si no se trataba de un meteorito que se quema por la fricción al atravesar la atmósfera terrestre o de un objeto volador no identificado al salir de ella. Sin embargo, recuerdo que la sensación más fuerte del momento provenía de mi propio interior. Quiero referirme también a eso porque jamás me había pasado cosa semejante. Una experiencia de delicioso bienestar pero al mismo tiempo de aterrorizante angustia. Yo estaba de pie, eso lo recuerdo muy bien porque miré hacia abajo en esos momentos. Es decir, el lugar que correspondía a mis pies era ahora la superficie lisa de la arena mojada y unos pequeños cangrejos, con su característico andar de medio lado, avanzaban confiados entre el arco que formaban mis piernas, cavando rápidamente agujeros por donde desaparecían entre burbujas cuando otra ola barría la playa. Y con cada llegada de las olas mis pies eran sepultados más profundos en la arena. Eso me proporcionaba la estabilidad que las raíces deben dar al árbol para evitar su caída pero en mi caso, que no soy árbol para tener raíces y que si me caigo puedo levantarme y moverme y cambiar de lugar y pararme de cabeza si quiero, resultaba incómodo estar en esa posición, especialmente porque ahora, con las nuevas oleadas, la arena me llegaba al tobillo. La consecuencia lógica, pensé, si seguía hundiéndome por el peso y por el flujo y reflujo del agua, era que terminaría por salir del otro lado del mundo, en alguna playa lejana, con los pies para adelante. En esas estaba cuando me di cuenta que aunque mi apariencia era totalmente estable, vertical, sólida, dentro de mí, empezando por mi sangre corriendo en las venas y arterias, y siguiendo con todos los órganos de mi cuerpo, se estaba repitiendo en mi interior el movimiento de las olas. No sé cómo explicarlo porque me distrajo ver que el nivel de la arena llegaba a la altura de mis rodillas en esos momentos y que en el cielo se iban apagando las estrellas una a una, en secuencia desordenada, como si de pronto el universo entero hubiera sufrido un inexplicable corte de energía eléctrica. Seguía escuchando el roar del mar pero éste, frente a mis ojos, se quedaba inmóvil, como en una postal. No era ya el sonido del mar de afuera sino el del mar de adentro de mi cuerpo. El nivel de la arena me subía ahora a la cintura. Los cangrejos, a causa de la nueva perspectiva y de la cercanía, me parecían más grandes y amenazadores, aunque se concretaban a pasar rápidos a mi lado, siguiendo el mismo patrón que antes seguían las estrellas fugaces en el cielo y perdiéndose ora en el agua, ora en la playa, para volver a cruzar en todas direcciones, rozando mi pecho y luego mi cuello y después disparándose a pocos milímetros de mi boca conforme me iba  sepultando irremediablemente. Tardo más en decirlo que lo que demoré en hundirme totalmente, no sin antes aspirar profundo una última bocanada para llenar de aire los pulmones y poder aguantar la respiración ante la inminente asfixia. No es que sintiera miedo de morir. Fue un movimiento reflejo. El mismo, seguramente, que sufre el niño que acaba de ser parido y respira por vez primera. Sólo que un niño recién nacido no tiene conciencia de la vida y de la muerte. No importa, me dije, ante la horrorizante visión de las tenazas de un cangrejo a la altura de mi ojo izquierdo segundos antes de sumirme en la oscuridad más profunda. Morir no debía ser tan malo después de todo. Cerrar los ojos y los oídos y perder la conciencia y ser alimento de crustáceos para burlar a los inevitables gusanos de la corrupción de la carne. Con los ojos, la boca, los oídos sellados por la arena, con la efervescencia de ese mar interior que parecía hervir en mis venas, me deslizaba hacia el centro de la tierra en una interminable caída a plomo horadando la arena, la tierra, la roca, la incandescente lava, los ríos subterráneos arrancados de la imaginación del Julio Verne de mis lecturas tempranas. Yo, que estaba en la playa, me encontraba ahora muchos cientos de kilómetros debajo de ella con los pies descalzos por delante simulando las filosas cuchillas de un taladro. Empezaba a perder la esperanza de volver a ver la estrellada bóveda infinita de esa hermosa noche de octubre perturbada apenas por la noticia del primer hombre lanzado al espacio tal vez con la inconfesada intención de recoger un poco del esparcido polvo cósmico de sus antepasados siderales. Porque polvo somos y en polvo nos convertiremos. Sentencia que cobra sentido frente a la teoría del distanciamiento y a la vez cercanía con arcángeles, ángeles, santos y querubines en los cromos de la lección dominical del catecismo con demonios y dragones y serpientes y frutas del bien y del mal, blancas palomas e imponentes monumentos. ¿Qué hacía yo en el centro de la tierra mientras allá arriba posiblemente alguien se impacientaría por mi tardanza porque habíamos quedado de vernos sin falta a las tres en punto de la tarde en el lugar de siempre? El lugar de siempre que no era otro que la misma playa donde me encontraba al momento en que mi sangre se convirtiera en agua salada de mar con sus olas, crestas, corrientes, y me hundiera, empezando por los pies, en la tibia arena. Esa parecía ya historia antigua por los eventos que se desencadenaban a mi alrededor y la circunstancia de haber llegado al centro mismo de la tierra —que así me lo parecía aunque no se puede confiar plenamente en los sentidos cuando se carece de puntos de referencia como la estrella polar o el sol naciente para corroborarlo— y aparentemente seguir en línea recta hacia el otro lado, que en mi geografía corresponde a algún lugar del Océano Indico entre las costas de Ceilán y las Islas Maldivas, tal vez en pleno lecho marino y servir de pretexto para que mis huesos sean punto de partida en la formación de un nuevo arrecife de coral con sus bancos de peces y diversidad de habitantes marinos. Pero todo a mi alrededor parecía indicar que me había detenido en ese punto y pude percatarme, merced a una sensación de ingravidez, de que mi cuerpo había vuelto a la normalidad. ¿Cómo decirlo? Ya no escuchaba el rugido del mar en mi interior, ya no sentía la agitación de las olas en mis venas. De pronto -hay que recordar que mi última visión correspondía a las grandes tenazas de un cangrejo azul frente a mi ojo izquierdo- tuve la certeza de que algo importante me iba a ser revelado en ese momento y pude, no sin mucho de miedo, mover un dedo. Eso inició la reacción en cadena de reflejos que, de alguna manera, correspondían a todas y cada una de las estrellas que debían estarse encendiendo en la bóveda infinita para restaurar el intrincado dibujo del cielo que identifica a constelaciones y galaxias consignadas a capricho por los trasnochados inventores en las cartas estelares, porque si partimos de los puntos luminosos y empezamos a unirlos con una línea somos capaces de recrear el universo a voluntad. Nunca lo había pensado seriamente. Pero en la intrincada geometría de las formas y si partimos de cuatro puntos dispuestos en forma de cuadrado, por ejemplo, las opciones al unirlos con una línea pueden dar como resultado, según su orientación, un rombo, una cruz, una equis, una ene mayúscula o una zeta; y diversas otras posibilidades al unir únicamente tres puntos en forma de u, en forma de ene minúscula, de cé, etcétera. De esta manera, cada uno de nosotros podría, a voluntad y con un poco de imaginación, redibujar su propio mapa de constelaciones. E interconectar las figuras básicas para formar otras más complejas. En eso estaba pensando cuando abrí los ojos. La cegadora luz me golpeó de frente con tanta fuerza que me derribó y me hizo doler en algún punto detrás de mi cabeza, aturdiéndome y dejándome con náusea. No sé cuánto tiempo transcurrió entre ese momento y el próximo. Perdí la conciencia, seguro, porque no recuerdo nada más a partir de la luz cegadora y de cuando trataba de asirme a algo para no caer y mis manos únicamente encontraban el vacío. En todos los manuales de supervivencia está escrito que hay que mantener la calma a toda costa para no sucumbir a los peligros reales y a los creados por los mismos mecanismos del miedo. Quise entonces no ser presa fácil del pánico aunque mi cuerpo temblara sin control y mi mente se cerrara a otra idea que no fuera la de mi propia e inevitable muerte en ese lugar que sin duda no se encontraba en los mapas y en las cartas de viajes conocidos. ¡El centro de la tierra! Núcleo indiscutido del origen de toda la costra que se fuera pegando a su corteza para dar forma y nombre al planeta que nos cobija, desde los invisibles microorganismos hasta las más evidentes manifestaciones de vida superior, desde el primer amanecer en los albores de los tiempos hasta el gris manto de la propia anunciada extinción. En un arco que se extiende de la nada al infinito, de la sombra a la luz, de la vida a la muerte, con una asombrosa precisión y una matemática exactitud que nos habla del tiempo de los tiempos, del tiempo para todas y cada una de las cosas que tienen causa y efecto en nuestra cotidiana realidad. ¿Y si hubiera muerto? ¿Si mis huesos permanecieran en la arena blanqueados por los cangrejos y la sal y el sol? ¿Si todo no fuera más que una ilusión? Abrí los ojos. Miré a mi alrededor. Estaba en la playa de cara a esa bóveda que se abría a la inmensidad del pleno sol en ese hermoso día de octubre justo a las tres de la tarde.





13

A GERARDO LE IMPORTABA un carajo su estatura. Desde chico lo vivían jodiendo, llamándole sapo, chipuste, pulga, enano, feto, gnomo, metro y medio, chisguete. Y él, invariablemente, se tocaba los genitales, haciendo el gesto de acomodarse el pene a lo largo del pantalón en un movimiento descendente hasta el tobillo. Nunca tuvo mucho cabello y en la adolescencia se le fue blanqueando la lona en una especie de tonsura franciscana que llegó a su máxima expresión a los veintitantos años. La calva, agregada a su metro sesenta y cinco de estatura, le confirió un aspecto de engañosa fragilidad que, con su miopía que lo obligaba a usar anteojos que parecían hechos con culo de botellas por lo gruesos, lo hacían parecer como un empleadillo de banco, un maestro de contabilidad, un anodino ser que después de un momento pasaba totalmente inadvertido entre la concurrencia. Para que el retrato quedara completo bastaba colocar sobre su labio un espeso bigote a lo Charlot de Chaplin.

¿Cuántos días han pasado desde aquellos
donde todo reloj era ocultado a la cortés manera
del anfitrión árabe
para demostrar con ese gesto
el incalculable valor que se le da al tiempo
gastado en la grata compañía de una visita?
La mención a la hora,
al día o a la noche,
al tiempo,
podían ser entendidos como una insinuación,
y perderse la magia del momento
ante la noción de la segura partida.

    Cuando Gerardo conoció a Rogelia en la Facultad de Humanidades de la Universidad de San Carlos, era muy popular porque había ganado el concurso de belleza Miss Guatemala un par de años antes. Aunque estaba totalmente de acuerdo con que ella era una muchacha excepcionalmente bonita y con los atributos necesarios para haber merecido el título, la censuraba por haberse prestado a ese sucio juego del decadente sistema capitalista con sus connotaciones y contenidos altamente denigrantes para la mujer.

Para estos amantes, el límite a la pasión
no existía ni en los adioses ni en la distancia.
Sus fronteras estaban marcadas por el semen,
la saliva, el sudor de cada uno de los encuentros.
El cuadrante de sus relojes
carecían de horas, minutos y segundos.
El concepto del tiempo que se adelanta y atrasa,
que corre y se detiene,
que pasa y se va y viene,
no tenía para estos seres ninguna significación
dentro y fuera de sus vidas.

    La primera vez que la vio fue como una aparición. Estaba él platicando con unos compañeros en el jardín de la facultad como a eso de las seis de la tarde. El sol se estaba poniendo en el horizonte de la ciudad plagado de montañas y volcanes. Acababa de llover y los vapores de agua se despegaban de la todavía caliente tierra de verano formando una cortina de iridiscentes contrastes que subía con lentitud de efecto cinematográfico. Hablaban de cualquier cosa, no podía recordar de qué por lo intrascendente, cuando la vio llegar. En ese momento no pudo apreciar sus facciones porque ella se colocó exactamente entre el sol y Gerardo y su figura quedaba, en un fuerte claroscuro, con un halo de luz impresionante que la recortaba contra el fondo.
    —¿Eres Gerardo?, escuchó su voz clara y profunda.
    —Sí, alcanzó a balbucear, entrecerrando los ojos para divisarla mejor en el contraluz.
    —Soy Rogelia, continuó ella. Me dijeron que hablara contigo.
    —Sí, sí, por supuesto, dijo él poniéndose de pie y moviéndose en diagonal para sesgar su posición en relación al sol y poderla ver mejor.

Y no vaya a pensarse
que habitaban una isla desierta
o una gruta en la montaña a cientos de kilómetros
de la próxima estación de gasolina disponible.
Tampoco que hubieran quemado sus naves
en tácita renuncia del mundanal ruido
y sus multicolores y atractivas luces.
Mucho menos
que fueran distintos
al común denominador de los mortales.
Simplemente, estaban enamorados.

    Por mucho tiempo los compañeros lo fastidiaron atiplando la voz y diciendo el clásico “soy Rogelia”, seguido de un sibilante “sísísí” y un sonoro pedo, porque decían que al verla se había cagado en los calzones. Y era verdad. No podía negarlo. La impresión que había causado en él era enorme.
    —No soy la misma de antes, le dice después.
    —¿A qué te refieres?, pregunta él.
    —Te responderé con una frase de Martí: “Viví en el monstruo y conozco sus entrañas”.

En la geografía de la vida,
con sus cimas y depresiones, ocasos y amaneceres,
las arrugas y cicatrices de los eventos
son marcadas con tinta indeleble.
En la bitácora de la existencia cotidiana
quedan grabadas, con la precisión
de un hipersensible sismógrafo
que registra los más leves pulsos,
las gráficas de líneas quebradas
que muestran la magnitud de las pasiones.
Carne y hueso,
alma y espíritu,
en una compleja maraña de materia y esencia.

    Se hicieron buenos amigos. Era extraña esa pareja tan dispareja. La bella y la bestia, decían los compañeros y él desde el fondo de su corazón les daba la razón al ver las instantáneas donde ella aparecía radiante a su lado —en la universidad, en una excursión, en una fiesta, en un restaurante—, la negra cabellera suelta hasta los hombros, la figura de abundantes pechos y angulosas formas.
    —¡Dios mío, tantas curvas y yo sin frenos!
    ¿Qué es esta chingadera?, se preguntó cuando le dio por escribir poemas de amor a lo Gustavo Adolfo Becquer. Si su onda era —y así lo confirmaba el segundo poemario que estaba por salir— combativa, revolucionaria, de denuncia: “El hombre y su guitarra”, una velada apología de la lucha armada, una ingeniosa trasposición del instrumento musical y el fusil, en forma de corrido mejicano, que no contenía una sola palabra, una sola imagen censurable por el régimen y con la que había ganado el certamen ínter facultades del año anterior.

Estaban enamorados.
La frase encierra todo
porque contiene el componente esencial
que fusiona, cataliza y rige la pasión humana.
Y la pasión humana, en materia y esencia,
en alma y espíritu, en hueso y carne
encuentra su máxima expresión
a través de los sentidos,
en la abstracción de esa fuerza
que atrae y repele al mismo tiempo,
pero que crea un campo de energía
capaz de quebrarlo en millones de pedazos que,
de por sí solos,
representan un universo de sensaciones
y de acontecimientos sin horario y sin edad.

    —”El hombre y su tartaja”, corregían los cuates, imitando con las manos el movimiento de una ametralladora y disparando en todas direcciones.
    ¿Qué le estaba pasando?, se golpeaba en la frente con la palma de la mano para alejar las ideas. ¿Enamorado él? Y daba un puntapié a la silla con ira.
    —¿Qué te pasa, hijo?, es la madre desde el otro lado de la puerta de su cuarto.
    —Nada, mama, miente Gerardo. Me tropecé. No es nada.

Dentro de esa dimensión,
los amantes son capaces de condensar
la energía pasional y de expandirla
más allá de los límites de su realidad.
Porque una cosa es el tiempo que de tal a tal hora
pasan juntos,
y otra es el que ellos comparten.
Dicho de diferente manera,
están los planos físicos y metafísicos.
Los primeros,
gobernados por las leyes naturales,
en armonía con el universo que vemos y podemos medir,
y los otros
con esa especie de reloj espiritual
que no obedece más mandato que el de la pasión.

    Y volvía a sentarse y se quedaba mirando a las letras en la blanca hoja de papel, con su dibujo de escalonadas líneas de diferente longitud de los versos, enrollada en la máquina de escribir, y con palabras que creía olvidadas, enterradas para siempre en su memoria, pero que ahora parecían tener nuevo significado.
    —¿Crees que hacemos lo correcto?, pregunta ella.
    —¿Acaso hay otra manera?, responde él con un nuevo cuestionamiento.
    Sabía exactamente a lo que Rogelia se refería, pero temblaba de ansiedad con sólo imaginar que
    —No, no la hay.
    —No.
    —Tal vez en la otra vida.
    —Sí. Escribí un poema. ¿Quieres leerlo?

Estaban enamorados.
En un estado de gracia y desventura
al mismo tiempo,
donde los dados caen de culo
con más frecuencia que con los números ganadores.
De un juego en el que se apuesta todo,
se arriesga todo
en una sola mano
y donde no escasean los dados cargados
y la carta oculta bajo la manga.
De un encuentro en el que la traición
y el engaño
son cuenta corriente.

    Le inquietaba el giro que tomaban los acontecimientos. Temía dejarse arrastrar por la voluptuosidad del sentimiento, él que siempre se había caracterizado por ser muy objetivo, muy pragmático. Y no había tiempo para eso. Ni lugar. Menos ahora que era responsable directo de la operación.
    —¿Por qué lo rompiste?
    —Correspondía a mi etapa nerudiana y tengo copia guardada en algún lado, miente Gerardo. ¿Me acompañas a la Editorial Universitaria? Tengo que corregir las pruebas.

De una estrecha comunión
de los cuerpos,
donde el límite de la piel se estrecha
y se ensancha la profundidad del abrazo
en abismos de pronunciados riscos
y traicioneras aguas.

    La relación de Gerardo con Mariana era perfecta en su simplicidad. Tenía el don de pasar inadvertida la mayoría del tiempo, pero llegado el momento no daba cabida a nada más que no fuera ella, saturándolo todo con su presencia. Incapaz de sentir celos, le había dicho la vez que se conocieron que Rogelia se parecía a la virgen de Caravaggio (lo primero que él hizo al estar a solas fue buscar en el volumen 2 de El Arte Italiano la reproducción de un detalle del cuadro donde yace la muerta con la mano derecha en el vientre y el brazo izquierdo extendido en ángulo recto) y Gerardo, que la conocía muy bien por su capacidad de ver en el alma de las personas, deseó que Mariana se equivocara por primera vez en su vida.
    —Mañana irás con un compañero al Mirador de la carretera a El Salvador, dice Gerardo esquivando directamente su mirada.
    Rogelia se metió en su corazón. Nunca antes había sentido ese nudo en la garganta y mariposas en el estómago. La primera respuesta cuando se aparecía una escoba con faldas, desde que se acordaba, era ese cosquilleo en el bajo vientre y la inevitable erección. ¡Si parecía chucho el fregado! Pero con ella todo había ocurrido de distinta forma. Una extraña manera que distraía su atención y terminaría por exponerlos peligrosamente a todos. Era necesario hacer algo. No quería perderla.
    —Después de eso, hablaremos, concluye con voz casi inaudible.
    —Está bien. Haré lo que haya qué hacer, replica ella con el corazón latiéndole en la boca por la emoción.
    Definitivamente, la iba a sacar por un tiempo. No estaba dispuesto a sacrificar a su reina en una sola movida, especialmente cuando no conocía aún las reglas de ese nuevo juego.

Estaban e-na-mo-ra-dos.





14

LA EXCEPCIONAL HABILIDAD DE Tupapá con la navaja le venía por herencia paterna. Percival Pérez era zapatero, allá en el Barrio de La Parroquia, muy cerca del Cerrito de El Carmen y se la pasaba de sol a sol embrocado remendando cuanto par estuviera aún en condiciones de recibir una nueva suela, un nuevo tacón, una nueva costura para prolongar su vida más allá de lo imposible. Don Percival solía usar la misma lengua de cuero para afilar las navajas y para propinar al pequeño Tupapá, como correctivo, un promedio de doce latigazos diarios de ida y vuelta en sus desnudas nalgas. La frecuencia de esta práctica, aterradora al principio, terminó por curtir las asentaderas del patojo y a producirle un tremendo placer sensual, especialmente en el momento en que era obligado a bajarse los pantalones y a colocarse en cuatro patas para exponer el culo al castigador.
    Tupapá, con la gravedad del cirujano que se prepara a realizar una vasectomía, toma la navaja de zapatero entre sus dedos índice y pulgar, balanceando el peso, dirigiendo la punta hacia el sitio donde deberá hundirla para hacer la incisión. Sus ayudantes han preparado al sujeto y lo agarran firmemente de brazos y piernas, a pesar de estar semi inconsciente y de no ofrecer resistencia alguna.
    Tupapá, a los once años, era ya el terror del vecindario. Odiaba tanto a los gatos que era común encontrar a los felinos colgados por el cuello en el famoso árbol de Pie de Lana, el legendario ladrón que dicen fuera ajusticiado en ese mismo lugar en los tiempos de la Nueva Guatemala de la Asunción, abiertos en canal y con las tripas colgando al sol, plagadas de zumbantes moscardones verdes. Las ancianas del barrio se hacían cruces cuando lo miraban llegar de la escuela, con las rodillas deshechas, las manos hinchadas, las orejas rojas por los constantes castigos que incluían hincarlo en un rincón de la Dirección sobre granos de maíz o pequeñas piedras, pegarle con una regla de madera en la yema de los dedos y en las piernas, jalonearle las orejas y el pelo, coscorrones, y toda esa gama de bárbaros correctivos que se estilaban en los centros educativos de ese tiempo. Pero lo que más impresionaba a las viejecitas era su mirada, esquiva y profunda a la vez, con un par de ojos que rara vez parpadeaban y que parecían echar chispas de lo negros y brillantes. El cura de la iglesia de La Parroquia había dicho una vez al viejo zapatero que la maldad no era atributo propio de los hombres que están hechos a semejanza de Dios, sino producto de las artes de Luzbel que no desaprovechaba momento para ganarse un alma; y le había sugerido que se lo mandara a la sacristía para sacarle los malos espíritus. Don Percival aceptó a regañadientes porque, aunque era católico y apostólico romano, había visto demasiados muertos acarrear basura, y muchos vivos en la misa dominical.
    Con la mano izquierda agarra los testículos del sujeto y los juguetea un poco, apretándolos y estirando para hacer un corte nítido con la navaja en su derecha. El sujeto grita y ese movimiento es aprovechado por Tupapá para introducírselos violentamente en la boca.
    —Se va a ahogar, dice uno.
    —Denle un su juguito de naranja para que le bajen, ríe otro.
    —¡Desháganse de esta basura!, ordena Tupapá.
    Por un tiempo pareció que el hijo del zapatero había por fin enderezado el rumbo. Se le veía muy serio ayudando en la misa de gallo, antes de ir a la escuela. Y por la tarde, recibía con atenta unción sus clases de catecismo. Entre los once y los catorce años de edad, los habitantes del barrio de La Parroquia no tuvieron queja alguna de Tupapá —eltuyoporsiacaso—. Los gatos proliferaron como nunca y no volvió a aparecer alguno colgando del centenario árbol de Pie de Lana durante esa época. Ahora, don Percival rara vez tenía que usar la lengua de cuero para otra cosa que no fuera asentar el filo de sus cuchillas de zapatero y hasta el humor le había cambiado, al grado de que se había hecho de una mujer veinte años más joven que él y muy hermosa.
    Tupapá se lavó las manos ensangrentadas y dejó correr el agua sobre la afilada hoja. Con frecuencia, cuando miraba la pulida superficie de la cuchilla, se le venía de pronto el viejo olor a cuero y a pegamento y escuchaba la seca tos de su padre y veía la excesivamente roja, casi negra, saliva sobre sus labios. Si algo odiaba de su trabajo era la sangre y la sangre le hacía pensar en la carne y la carne en el carnicero y el carnicero en la jodida que le habían pegado a su hija la muda. Por eso no se entretenía demasiado y cuando tenía que cortar lo hacía de un solo tajo y a escupir a la calle.
    Parecía que Tupapá había encontrado en la religión un bálsamo para su alma. Así lo decían las viejas señoras del barrio, agradecidas de lo solícito que el joven se portaba cuando ellas venían con su canasto del mercado, o cuando las ayudaba a subir las gradas del atrio de la iglesia, o cuando necesitaban que les hiciera algún mandado. Y don Percival, no digamos, estaba encantado de tenerlo más tiempo en la casa, remendando y cosiendo, atendiendo a la clientela, entregando zapatos a domicilio en su vieja y destartalada bicicleta. Hasta que un día que regresaba en forma intempestiva de un viaje al interior de la República, el viejo zapatero desaforadamente sorprendió a Tupapá montando a pelo a su joven madrastra.
    Los gritos en la casa sin número, a pesar de ahogarse en mazmorras subterráneas, podían ser escuchados en el silencio de la madrugada por los trasnochados que, con unos tragos de más, perdían la noción del tiempo y se aventuraban por el centro de la ciudad. Y más de una vez, a alguno de ellos se le paralizó el corazón cuando los portones se abrieron intempestivamente y la casa escupía un vehículo con vidrios polarizados a toda velocidad y un par de motoristas de civil en una Yamaha TT-500 color naranja y plata a la retaguardia. Estos eran los encargados de ir a secuestrar a las víctimas y de repartir los despojos de los torturados por Tupapá y su cuadrilla en el Parque de las Naciones Unidas en Amatitlán, en las cunetas de apartados caminos, entre los cañaverales de la costa sur, donde invariablemente aparecían con un papel clavado en el pecho y que tenía pintada una mano blanca.
    Don Percival enviudó cuando Tupapá tenía apenas dos días de nacido. La esposa había muerto de fiebre puerperal en su quinto parto. Era entonces una mujer de cuarenta años, magra y curtida por el sol de oriente de donde era originaria. De los cuatro hijos anteriores solamente habían sobrevivido dos. La hembra, la mayor, se había dado a la vida alegre después de un desafortunado y corto matrimonio. Unos decían que se fue de mojada a los Estados Unidos. Otros afirmaban que la vieron en un prostíbulo de la zona 2. Pero la verdad es que desapareció de sus vidas para siempre. El varón, casi veinte años mayor que Tupapá, estaba en la Penitenciaría Central cumpliendo una condena por el asesinato en cuadrilla de un comerciante, al que descuartizaron y metieron en un tonel. Tupapá fue amamantado y criado por una tía, hermana del zapatero, y no se fue a vivir con su padre sino hasta que tuvo seis años.
    Parecía sin edad. De estatura mediana y más bien delgado pero nervudo, los más corpulentos tenían en Tupapá un contrincante que no daba ni pedía cuartel. Su peligrosidad quedaba de manifiesto cuando, como presa acorralada por la jauría, echaba mano de su cuchilla de zapatero y se abría paso como una exhalación, cortando a diestra y siniestra con la precisión aterradora de una fiera que por instinto busca la yugular para hincar sus mortales colmillos. Sabía, por experiencia propia, que del alcance de su arma dependía la distancia. Aunque era buen tirador a doscientas yardas, no sentía gusto en matar a alguien con un fusil de largo alcance. Lo único que le quedaba era un zumbido en los oídos por la explosión y un acre olor a pólvora. La pistola servía muy bien a mediana distancia. Sentía que por mucha puntería que se tuviera, la víctima podría hacer un movimiento inesperado de último momento, o alguien interponerse por accidente en el camino. Con la navaja, sin embargo, en un cuerpo a cuerpo, el control sobre el blanco era perfecto. El margen de error quedaba reducido al mínimo. Lo único, era la sangre.
    No se sabe si obró en defensa propia. De cualquier manera era su padre el que machete en mano lavaba su honor en la sangre de la infiel esposa. Tupapá recibió un filazo en el hombro. Corrió despavorido y se quedó trabado entre la mesa y el pequeño mostrador. Todo ocurrió como en un sueño, como cuando se sienten pesadas las piernas y no se puede dar un paso y el tiempo parece detenerse. No recordaba haber tomado la cuchilla de zapatero de su padre. Lo único que supo es que estaba allí, al alcance de su mano. Fue una estocada limpia y precisa en el pecho del viejo zapatero, a la altura del corazón.
    A su hermana la vio muy pocas veces. Tiene una confusa maraña de recuerdos de esa época que se entremezclan con la imagen de su tía y de esa muchacha de mirada triste y grandes ojeras que identifica entonces como la primogénita del zapatero. A su madre de crianza la siguió visitando con frecuencia. Pequeña y compacta, con unos enormes senos que lo hacían evocar el tiempo de la lechería, porque Tupapá se negó a dejar de mamar hasta el momento en que se fuera a vivir con su padre. Después de esos primeros seis años, jamás en la vida había podido encontrar mejor lugar que ese, húmedo y cálido, oloroso y dulce. Cuando vio a su hermana que era plana por delante y por atrás, flaca como un palillo, y sintió en su abrazo el contacto de ese pecho duro y frío, tuvo miedo. Era como si le hubieran quitado de pronto el abrigo en una noche fría, negra y con viento. La casa de la tía rebosante de niños, con dos o tres chuchos y gatos que se echaban cerca del fuego, con paredes de lapa que dejaban enormes rendijas por donde se colaban los rayos de sol arremolinados por el humo, con su enorme patio de tierra lleno de gallinas y patos y coches, con árboles pintados de apetitosos jocotes de corona, nísperos, naranjas, limones, con toneles de todo tamaño para el agua, la cal, la masa y rajas de ocote y mecheros para alumbrarse de noche. Y de pronto ser trasplantado a un lugar estrecho, de sucias paredes, oscuro, sin otros niños, sin plantas, sin animales, sin el rico olor de las tortillas en el comal y el chisporreteo de los leños ardiendo en el fogón. Con un hombre que se pasaba la vida cortando, remendando, pegando zapatos y una hermana que se negaba a salir de su cuarto, echada sobre la cama sin hacer, entre un volcán de trapos sucios y descoloridos. Tupapá, con su natural curiosidad infantil, asomaba la cabeza entre los pliegues de la harapienta cortina que hacía de puerta y su hermana, que parecía estar esperando siempre ese momento, lo recibía con un certero zapatazo o lo que tuviera a su alcance y una andanada de insultos. Durante algunos meses, hasta que ella desapareciera silenciosamente, sin despedirse, para siempre, Tupapá pudo comprobar que la rutina de lo que ocurría en el cuarto de su hermana apenas sufría cambio alguno. Las frecuentes pesadillas lo despertaban a mitad de la noche. Extendía su brazo para tocar a su padre, pero la cama estaba vacía. Volvía a dormirse con los ojos secos de tanto llorar porque echaba de menos el tibio regazo de su tía. A la mañana siguiente, se apostaba en un rincón del estrecho corredor para ver salir al viejo zapatero del cuarto de su hermana y dirigirse rápido a vaciar la vejiga en un arbusto de mala hierba que crecía solitario en ese remedo de patio. Cuando se asomaba para espiarla, allí estaba ella, desnuda, sobre la cama, mostrando ese pecho adolescente sin desarrollar que tanto lo impresionaba, con el eterno humeante cigarrillo entre los dedos, un pesado objeto en la mano y escupiéndole las maldiciones y horrendas amenazas que él temía se pudieran cumplir en cualquier momento.





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MIRÁ LO QUE LE hicieron a mi niña grita Herminia a un Pablo que se encuentra derrumbado vomitando en el frío y sucio piso de la morgue esa mañana de mediados de octubre si todo ocurrió de repente y nadie se podía imaginar comenta una vecina sí chulita dice otra que oyó en el noticiero de la noche que habían encontrado el cadáver de una patoja a la vera del camino ¿qué camino? pregunta otra y no le sabe decir porque no puso atención pero la verdad es que tampoco sabía ni se imaginaba que se estuviera hablando del cuerpo de Rogelia de esa muchacha tan linda tan llena de vida que prometía tanto y se enteraron cuando los cuervos de las funerarias se arremolinaron en la vieja casa del barrio muy de mañana y sin más se enteraron Pablo y Herminia pero se resistían a creerlo porque así pasa en esos casos y Herminia se desmayó y Pablo se rascaba la cabeza en forma mecánica y hasta cómica podría decirse si se hubiera tratado de otro momento y otra circunstancia como le comenta uno de los zopilotes de funeraria a otro de la competencia porque aunque se andan disputando los cadáveres para ofrecer un velatorio y un enterramiento a la medida del deudo y al mejor precio no quiere decir que sean enemigos son gajes del oficio y de tanto ver muertos y de tanto manipular muertos no se pueden tomar tan a pecho la muerte porque a dónde irían a parar si no entre ellos hacen chistes y hasta hay algunos que disfrutan su trabajo aunque se cuidan mucho de mostrar sus emociones como ocurrió con el Lencho el Lencho que trabajaba en Funerales Gayoso frente al parque Colón y que con el tiempo se le descubrió que practicaba la necrofilia con las muertas ¿y qué es eso? pregunta la vecina que quería estar en todo pero que no sabía nada de nada y le dicen que es una especie de enfermedad sexual y más se confunde la pobre señora hasta que otra más pelada le dice en un aparte que a esos hombres no se les paraba con las vivas y que solamente podían hacerlo con las muertas ¿sin su consentimiento? pregunta a quemarropa un bolito de esos que nunca faltan en los velorios y que había estado escuchando a las doñas y las doñas y los maridos de las doñas y los empleados de la susodicha funeraria lo pusieron patitas en la calle con la promesa de que le iban a meter una su buena vergueada si lo veían otra vez rondando por allí y de veras que daba pena la imagen de la madre dolorosa y del padre que se daba de topes en las paredes con la cabeza sólo de recordar lleno de remordimiento que tal vez no había sido buen padre y era culpa suya pero cómo iba a ser su culpa dicen si el deber de un padre es velar porque sus hijos aprendan a vivir y cojan el buen camino mi pobre niña exclama Herminia entrecortando el llanto mientras nosotros comíamos y dormíamos y estábamos ignorantes ella sufría la peor de las torturas la peor de las muertes y volvía a caer desfallecida por el dolor la funeraria estaba casi desierta porque la gente tenía miedo sabían que era el gobierno el que la había agarrado en un reducto y que eran las mismas autoridades las que negaron en todo momento que la tuvieran en su poder y mientras eso decían sus esbirros la estaban matando quién sabe en que oscuro y apartado lugar para luego ir a tirar sus martirizados despojos en una cuneta con el tiro de gracia y todas las señales para evidenciar que si se seguían metiendo a babosadas era mejor que aguantaran las consecuencias porque la subversión es un grave delito y la gente tenía miedo de darse color y de que pensaran que también estaban metidos con la guerrilla y esas cosas así que mejor se hacían los locos y solamente los familiares más cercanos y algunos vecinos que ya por viejos se creían a salvo del sambenito y otros los menos que sí los tenían rayados y que de alguna manera querían retar al sistema de esa manera y decirles que así no se trata ni a una perra mucho menos a una mujer a una ex Miss Guatemala que le había dado nombre y gloria y lustre a su país al mismo país que los asesinos aseguraban defender y enlutaban de esa forma si hasta daban ganas de unirse a la guerrilla y de irse a la montaña y de cobrarse con propia mano vida por vida y ofensa por ofensa ¿hasta cuándo va a durar esto Dios mío? al enfilar hacia el Cementerio General apenas iban el carro de la funeraria con el ataúd y las coronas y las flores y otros dos o tres pero la gente que se había enterado de la noticia se detenía respetuosamente frente al paso del cortejo pidiendo a los cielos que su muerte no quedara sin castigo y que los asesinos no tuvieran reposo ni vivos ni muertos y que hasta la última generación sus descendientes sufrieran el estigma de esa maldad pero conforme se iban acercando al final de la 20 calle y cuando llegaron a las puertas del cementerio se empezaba a ver cierto movimiento había un mundo de gente que se disputaba el honor de llevar el féretro en hombros y que decía consignas contra el gobierno llegando al extremo la exaltación de algunos estudiantes universitarios que coparon a un individuo que les pareció sospechoso y lo registraron encontrándole una credencial de G-2 la temida inteligencia del ejército y una cuarenticinco reglamentaria procediendo a desnudarlo a golpearlo y que escapó de ser linchado por la oportuna intervención de un cura que no se sabe si estaba allí acompañando a Rogelia o si venía de otro entierro pero lo cierto es que les habló de la justicia divina y del quinto mandamiento y de la condenación en los avernos circunstancia que fue aprovechada por el susodicho esbirro para escurrirse entre el grupo de familiares y amigos de los deudos que de alguna manera y paradójicamente le sirvieron de escudo hasta que los ánimos se apaciguaron y dieron cristiana sepultura a la muchacha claro que la cosa no podía quedarse así y a los pocos días un comando emboscaba a una cuadra de la casa sin número un vehículo con los vidrios polarizados y rociaba con plomo a los ocupantes dejándolos acribillados en un decir Jesús pero para Herminia y Pablo una muerte varias muertes cualquier muerte no iba a devolver la vida a su querida hija no hay derecho la verdad que no hay derecho no hay derecho no hay derecho no hay derecho repiten





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DESPUÉS DEL PRIMER ENCUENTRO que tuvieran en la fiesta de quince años de Rogelia, Martín se volvió un asiduo visitante de la casa.
    —¿Cómo está mi tía favorita?, dice a Herminia abrazándola por la cintura y alzándola para hacerla girar.
    —Mártin, por favor, ruega ella, que estoy muy vieja para esos juegos.
    —No me haga reír, dice, depositándola en el suelo y dándole un sonoro beso, usted es adorablemente joven.
    Herminia estaba encantada con ese sobrino que le había caído del cielo y veía con buenos ojos que se llevaran tan bien con Rogelia. Pero para Pablo esas muestras de confianza no denotaban sino muy malas costumbres.
    —Podés decir lo que querrás, Herminia, dice Pablo, pero no vas a negarme que este viene aquí como Pedro por su casa.
    —Así son los patojos, trata de disculparlo Herminia.
    —Eso será allá en gringolandia. Aquí hay educación. ¿Cuándo se ha visto que algún amigo criollo de nuestra hija medio salude, se vaya directamente al refrigerador y encienda el tocadiscos?
    —No seás tan severo, Pablo. Además, son primos.
    —Lejanos.
    —El patojo es muy correcto.
    Pablo no tenía nada contra él en realidad. Excepto que se sentía incómodo porque lo habían cachado con la Merceditas en pleno desfafaye en el asiento trasero del Ford. No pudo dar la cara a su hija durante varias semanas.
    —¿Y a ustedes qué les pasa?, pregunta Herminia, parece como si el ratón les hubiera comido la lengua.
    —Nada, dice, Pablo, ¿qué va a ser?
    —Sí, pues, dice Rogelia, ¿qué podría ser, papa?
    Pablo cambiaba la conversación y aquí no ha ocurrido nada. Pero Herminia que conocía muy bien a los dos, tenía sus dudas.
    —¿Y por qué ya no ha venido por aquí la Merceditas, m'hija? El otro día que me la encontré en el mercado se hizo como que no me había visto.
    —No sé, mama.
    —¿Y, vos, Pablo?, hace rato que ni la mencionás.
    Pablo se atragantaba. Y en su fuero interno Herminia hubiera deseado que a Pablo se le quedara trabado un hueso de pollo en el gaznate.
    —¡Ay, no, Dios me va a castigar!, exclama de pronto Herminia un día que está planchando las camisas de su marido.
    —¿Castigarla? ¿Por qué, mama?, pregunta Rogelia que la ha escuchado por casualidad.
    —No me hagás caso, m'ija. A veces hablo sola. Cosas sin sentido.
    Rogelia sabía que no era así, pero no le podía decir que ella y Martín habían encontrado a su mejor amiga con las piernas para arriba, y a su papá metido entre ellas con el pantalón bajo hasta las rodillas.
    —¡Pero él también es hombre!, piensa en voz alta Rogelia un día en la cocina.
    —Ahora sos vos la que habla sola, apunta su madre.
    —Parece mal de familia, ¿no cree?
    A los seis meses, Martín se regresó a San Francisco, California, como estaba previsto. Comenzó un largo período de cruces de cartas entre los novios, con el inevitable refunfuño de Pablo que no quería aceptar del todo esa relación.
    —Amor de lejos es de pendejos, repite Pablo cada vez que puede.
    —Ya dejá en paz a la Rogelita, le dice Herminia. ¿No ves que es su primera experiencia?
    —Ese no va a regresar, Herminia. Oí lo que te digo.
    El tiempo pareció darle la razón, porque de pronto, como al año de haberse ido, se interrumpió la comunicación. Tres, cuatro, cinco cartas le fueron devueltas a Rogelia por el correo con el sello de dirección desconocida.
    —Eso ocurrió exactamente cuando mi prima Margarita entregó su alma al Señor, dice Herminia en voz baja y con la cabeza gacha.
    —Te lo dije, ese no va a regresar, afirma triunfante Pablo.
    Y Rogelia le dio la razón a su padre, hasta aquella tarde en el Mirador de la Carretera a El Salvador, cinco años después, donde por inexplicables cosas del destino se reencontraron en las circunstancias antes descritas.





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LAS HISTORIAS DE AMOR se dan pródigamente en la literatura. Romeo y Julieta, Margarita y Armando, Cyrano y Roxana, María y Efraín. Nombres que se entrelazan en el nudo gordiano de las pasiones humanas y que constituyen el marcapaso donde los sueños y la realidad se encuentran para siempre. Para que sea posible el amor, se necesitan dos. Al menos que se piense en Narciso ahogado en su propia imagen adorada, pero eso es otra cosa. Se necesitan dos para que se dé la química, esa conjunción de fluidos magnéticos y sensoriales que disparan el mecanismo del enamoramiento —que no son otra cosa que la preparación para el acto sexual, con sus jugos y hormonas y adrenalina—, merced a los clásicos flechazos de Cupido. Nunca se han cruzado antes en el camino, nunca se han visto ni han sabido nada el uno del otro. Y de pronto, en una milésima de segundo, pasa. Está hecho. El y ella coinciden en las coordenadas de un punto en el tiempo y en el espacio y se produce ese choque —porque se habla de rayos, conmociones, rubores, desvanecimientos, temblores, suspiros, todas esas cosas—. Una vez establecido el contacto inicial, los acontecimientos se desarrollan de acuerdo a la intensidad del encuentro, del choque, y ya son ellos los que deciden si van a llegar a mayores consecuencias o si, simplemente, cada quien va a seguir viviendo su vida. Para que todo sea posible, se necesitan -por lo menos- dos elementos que coincidan en un lugar. Ese es el punto de encuentro. Puede ser prefijado por las partes, como en el caso de una cita de cualquier naturaleza o, ser el resultado de la casualidad, de la eventualidad, del destino, como muchos suelen llamarlo. Ese encuentro, claro, puede ser bueno o malo, de memorables o lamentables consecuencias. De un instante o de toda la eternidad. Pero no importa. Siempre da gusto imaginar la forma en que dos personas -o más- se comportan, lo que hacen, a dónde van, y todas esas cosas, antes de que se dé el encuentro definitivo. Se disfruta mucho con las películas de acción, porque incluyen ese fuerte elemento de suspenso. Cuando la cámara, por ejemplo, muestra al hombre de negocios en su lujoso automóvil BMW sport, conduciendo velozmente por una carretera panorámica, llena de curvas, cercana al mar. Luego muestra una familia común —padre, madre y dos hijos pequeños— que a bordo de su camioneta Volkswagen se dirigen, en sentido opuesto, obviamente a la playa. En hábiles intercortes de interesantes encuadres, dan la secuencia de ambos vehículos, haciendo evidente —con flashbacks— que el hombre, finalmente, después de un tormentoso matrimonio, va en busca de los brazos de su amante que lo espera llena de promesas junto al fuego de la chimenea. La familia, mientras tanto, bromea sobre cosas de todos los días, discuten nimiedades, y se notan arreos de pesca y de buceo en el vehículo. La música, por supuesto, va poniendo los pelos de punta, junto con la imagen de esos autos que parecen ir, inexorablemente, hacia la coincidencia en un punto del camino. Ni siquiera ha ocurrido y ya se mira la fatídica curva, los autos despeñándose y las fuertes explosiones allá abajo. O, en otro ejemplo, cuando se ve, iluminada dramáticamente con predominio de claroscuros la escena, parcialmente a un hombre que empieza a vestirse. En la siguiente escena, una joven mujer duerme plácidamente en su cama, desnuda, apenas cubierta por la finísima sábana de seda blanca que dibuja su espléndido cuerpo, iluminada por la luz de la mañana que se filtra por entre las cortinas. El hombre se ata las cintas de los zapatos y se destaca en uno de sus dedos un extraño anillo —elemento que jugará un papel muy importante, se supone, en el desarrollo de la historia y que llegado el momento ayudará a identificar al sujeto—. La mujer se mueve lánguidamente, dejando al descubierto otra porción de su bella anatomía. El hombre toma un arma de grueso calibre y comprueba si está cargada. La mujer gira, mostrando sus turgentes nalgas y abre los ojos, extendiendo el brazo para palpar al compañero que ya no está con ella en la cama, aunque se notan las huellas de su cuerpo. El hombre se coloca el arma en la cintura. Se mira a otro hombre entre vapores —¿el acompañante de la chica?— tomando una ducha. Se mira una toma en picada de los zapatos del primer hombre que avanza pisando suavemente la mullida alfombra. Se mira la mano del hombre de la ducha que cierra la llave del agua. Se mira la mano del primer hombre —destacando de nuevo el singular anillo— sobre el picaporte de la puerta que gira con la presión, abriéndose lentamente con un acusador chirrido. Se mira a la chica que enciende un cigarrillo con expresión de qué noche la noche de anoche. Lo demás ya se puede imaginar. Cada instante de la vida es un punto de encuentro. El amor en los libros ha movido a las mujeres y hombres de todos los tiempos. Y para los que no leen, el cine ha sido una gran fuente de inspiración. Las fórmulas amatorias, las frases, los poemas, los gestos, las miradas, se han convertido en lugar común de las parejas. La música que ellos escuchan ha pasado a ser parte de sus preferencias. Han nombrado como ellos a sus hijos e hijas. En algún lugar de su corazón o de su cartera guardan sus adorados retratos. Sueñan con recorrer los mismos lugares que hollaron sus pies y conocer las mismas gentes que los hicieron vibrar de emoción y, cuando la vida se convierte en un martirio porque el amor es imposible, morir como ellos en el colmo de la desesperanza. Las historias de amor colman sus vidas, se apropian de sus pasiones, satisfacen sus deseos. Les prestan la magia, el encanto, el misterio, la ternura, la simpatía, la fórmula de la poción amorosa que permitirá que el objeto de su dulce tormento caiga rendido a los pies. Y no tienen que ser historias de buenos amores. A veces se conforman con un simple remedo del mismo. Porque están convencidos de que en teniendo amor, aunque sea uno malo es preferible que nada para las ansias. Las historias de desamor también han inspirado a las mujeres y a los hombres de todos los tiempos. Muchas de las grandes tragedias se basan en la imposibilidad de amar o ser amado. Ya sea porque factores ajenos a ellos mismos los separan, o porque el uno desquiere al otro. La literatura del amor —y del desamor—, ha servido como un termómetro para medir la intensidad del sentimiento. Y cuando se está con el objeto de la pasión, son ellos actuando como los primeros seres de la creación, como los famosos amantes de Verona, como todas y cada una de las parejas célebres de la historia real y de la inventada. Si, como se sugiere, están totalmente influenciados por los modelos de conducta de otras personas o personajes, ¿qué les queda de ellos mismos en realidad? ¿El beso que dan obedece a la atracción, a la necesidad de cercanía, a la demostración del sentimiento? o ¿cuando besan se refieren, además, en forma consciente o subconscientemente, al clima de la escena que están, sin querer-queriendo, recreando en su mente y corazón? Los que claman por la originalidad absoluta de sus acciones, disentirán. Los que proclaman que no hay nada nuevo bajo el sol, estarán de acuerdo, pero en la mayoría quedará un sentimiento de frustración. De duda. Y de temor. Porque el miedo es anterior al nacimiento. Cuando se es niño, la sola mención de la muerte es capaz de ponerle los pelos de punta a cualquiera. Los cuentos de duendes y de aparecidos, de animales mitológicos, de vampiros chupa sangre, de extraterrestres, de hechos insólitos, de crímenes terroríficos, colman sus sueños y les impide dormir de noche. La pesadilla es parte del aprendizaje sobre las cosas inexplicables de la vida y sobre la muerte. La idea de la muerte espiritual tarda más tiempo en ser asimilada, pero cuando se dan cuenta que tienen un cuerpo mortal y un alma igualmente perecedera, están listos para recorrer el infierno y tostarse cual chuleta en el asador de su propio miedo. El aprendizaje del pánico es largo y tormentoso. Les llega con la primera noción de humanidad y no los abandonará nunca. Van aprendiendo a temer desde el sutil escalofrío hasta el desgarrador grito del terror. Y cada una de sus acciones está encadenada a ese atávico lastre de irracional factura que no deja salir el valor sino en extremas y contadas ocasiones. La suya es una cultura del miedo. Una religión del temor. Un aterrorizante recorrido por el pecado y la condenación. Porque para no morir nunca tienen que morir un poco cada día. Porque para vivir eternamente habrán de morir en la materia. Con la certeza de la vida les llega la convicción de la muerte. Cada día, en la larga cadena de la evolución, en la encarnizada lucha por la supervivencia, aprenden a valerse de las armas para no ser muertos, que son las mismas armas capaces de quitar la vida a los demás. Con la misma voz que le cantan a la vida, emiten los sonidos del lamento. Sus corazones laten alborozados con la primera luz del día y se recogen en el manto de temores cuando cae la noche. De lo blanco a lo negro, del calor al frío, de lo alto a lo bajo, de la risa al llanto, de un polo al otro, van en un tira y jala cada día de su existencia. Quizá es por eso que, de la misma manera que la peor ofensa es desearle la muerte a alguien, el mejor cumplido es en contra de ella misma. Y eso lo saben los sabios de todos los pueblos que en vez de desear larga vida en un saludo, apelan a la esperanza de lo imposible con la fórmula: que no mueras nunca. Que no mueras nunca, dicen los árabes como saludo. Y ocultan los relojes de la casa para hacer que el tiempo se detenga, que no pase, mientras dure la visita. Y saben que el deseo de larga vida va más allá de las mismas expectativas naturales, mientras que el no mueras nunca contiene elementos sobrenaturales que vencen al miedo. No se sabe, en algún momento, si el temor a la vida es más grande que el temor a la muerte. Para muchos se es un viajero en tránsito, entre el lapso del nacimiento y de la muerte. Para otros, lo que cuenta es la vida anterior y la de después de la muerte. Desde que adquieren la conciencia de la muerte como algo inevitable, sus vidas se convierten en una constante lucha para vencerla. En la cronología de ese hecho, no cumplen años de vida, sino que le restan tiempo a la muerte. La suya es, desde esa óptica, una cultura del postergamiento. En el horizonte de sus días está el ineludible final de la existencia. Aunque no se muevan, aunque se cuiden, aunque sean celosos de sus actos, allí estará la conclusión de su estadio. ¿Acaso puede alguien cambiar eso? Está Shangrilá con su fuente de la eterna juventud, está el doctor Frankenstein con su fórmula de volver a la vida, están los adelantos científicos que permiten congelar un cadáver para devolverlo a la vida cuando la civilización haya encontrado la forma de vencer a la muerte. Pero siempre queda el tiempo. Y el tiempo, paradójicamente, se encarga de enseñarles que la muerte, al igual que la vida, no puede ser más que una ilusión. Un sueño dentro de otro sueño que se deberá soñar por toda la eternidad. Para no morir nunca.









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GERARDO ESTÁ EXALTADO, SUDOROSO, aspirando febrilmente el humo del cigarrillo y caminando de un lado a otro de su pequeño cuarto, enfundado en su raída bata.
    —Seguridad (dicta a Mariana que se encuentra sobre la cama deshecha, envuelta en una ratosa sábana, tecleando en la vieja máquina Royal del poeta que tiene sobre las piernas, y donde él escribiera la mayoría de sus versos laureados). Seguridad, (repite con un tosido), significa tener a la Organización fuera de cualquier peligro o daño respecto al enemigo; para ello es necesario adoptar criterios y medidas que garanticen su funcionamiento y desarrollo. Esas medidas o normas de seguridad deben permitir la militancia clandestina a todos los niveles, desde los colaboradores hasta los militantes y combatientes. Aquí es precisamente donde podemos afirmar que la militancia constante, la desconfianza constante y la clandestinidad a toda prueba tienen su máxima aplicación. Estos principios inherentes a toda organización revolucionaria, son requisitos inexcusables para garantizar éxitos en nuestro trabajo.
    —A ver vos, dice el instructor a uno de los reclutas que lo rodean en el patio del cuartel, señalame en tu cuerpo tres puntos mortales.
    Tupapá se pone de pie como impulsado por un resorte.
    —La cabeza, mi capitán. El cuello y el pecho.
    —Y también el culo de tu madre.
    —Sí, mi capitán.
    —¿Sí?
    —Digo, no, mi capitán.
    —¿Qué parte de la cabeza, el cuello, el pecho?
    —La base del cráneo, mi capitán; la yugular, el corazón, responde Tupapá, la boca seca por el miedo.
    —En primer lugar debemos afirmar (enfatiza Gerardo, acercándose a Mariana un tanto cachondo), que la seguridad se adquiere en la medida en que hacemos claridad sobre nuestra ubicación dentro del sistema y en que alcanzamos un alto grado de responsabilidad dentro de la organización. Esto es invariable para todas las etapas de la guerra, que necesariamente implica desde el principio el mantener sólidos criterios de seguridad y métodos y procedimientos adecuados a las situaciones que se nos presenten. La clandestinidad, que es nuestra mejor arma dentro del proceso de guerra, debe estar bien implementada desde el inicio mismo de nuestra actividad revolucionaria. Consideramos que la constancia hasta la necedad en este sentido, nos mantiene seguros y fuertes para seguir adelante en cualquier etapa o fase de la guerra. La seguridad es la constante que nos permite realizar con eficiencia nuestro trabajo, desde el surgimiento hasta la ampliación o crecimiento. Por ello la seguridad debe estar siempre presente en el desarrollo de la guerra, si no queremos tener serios tropiezos o fracasos y poner en peligro nuestra vida, la vida de la organización y, por consiguiente, la misma causa de nuestro pueblo.
    —A ver, acercate. Me acabás de medio mostrar tres de los puntos mortales en tu cuerpo. Agarrá esa bayoneta, ordena señalándola, y clavámela en el corazón.
    Tupapá vacila y se tropieza torpemente. Está nervioso, no porque no sepa como meter un puyón a un cristiano, que para eso es bueno; sino porque se trata de su instructor un capitán del ejército.
    —¡Hacé lo que te digo, pedazo de mierda, le grita el militar amenazante, o te voy a sacar la madre a puro vergazo limpio!
    —Pero, mi capitán, balbucea Tupapá, y se inclina indeciso para recoger el arma.
    El instructor aprovecha para darle una patada en pleno rostro. Tupapá cae de espaldas, sin soltar la bayoneta, y se pone de pie todavía aturdido y manando abundante sangre por la rota nariz.
    —¡A ver pues, hijueputa, metémela aquí en el pecho te digo!
    Tupapá se lanza sobre él con un espantoso alarido y trata de darle una estocada que, a pesar de la habilidad del oficial que ya lo ha tomado del brazo esquivándolo, le rasga la camisa.
    —Una gran parte de nuestro trabajo militante la realizamos individualmente (dicta un Gerardo transfigurado por la excitación que le provoca ver uno de los senos de Mariana que se le ha descubierto con el movimiento de sus brazos al poner una nueva hoja en el carro de la máquina). Por ello es un requisito imprescindible contar con la certeza de que estamos al margen de cualquier peligro por parte de los aparatos represivos. Esta seguridad la logramos por medio del esfuerzo constante y el cuidado sistemático que tengamos en nuestra actividad, tanto legal como clandestina, y mediante la aplicación oportuna y precisa de las normas para conservar la seguridad en un óptimo grado. A este nivel de la seguridad individual del militante debemos ser extremadamente cuidadosos en los siguientes puntos: No debemos evidenciar nuestra actividad clandestina y nuestra ubicación política a personas ajenas a la organización. No debemos hacer comentarios con personas de nuestra “confianza”. De esta forma evitaremos nuestra ubicación o evitaremos que se levante algún tipo de sospecha sobre nosotros. Si realizamos algún trabajo político, debe estar bien determinado el nivel de cada prospecto, debemos estar preparados para ello y, sobre todo, debemos tener la correspondiente autorización para hacerlo.
    Esa primera experiencia en el cuartel lo había dejado a Tupapá fuera de circulación durante tres meses con un brazo y la nariz rotos. Le llenaba de orgullo, eso sí, que el capitán había necesitado unas puntadas a la altura de la tetilla izquierda, y notó con mucho agrado que los otros soldados lo miraban con admiración y respeto. No hallaba la hora de estar bien, sin ese molesto yeso en el brazo y esa pieza metálica ajustada a su nariz con esparadrapo, para vérselas de nuevo con el oficial. Había meditado sobre eso. No había sufrido ningún castigo extra por la osadía de rayarlo, así que estaba seguro de que si lo mataba en un entrenamiento, lo más seguro era que darían un parte sin novedad. Y tal vez hasta un ascenso a sargento. ¡Le gustaba el ejército!
    —No debemos dejar documentos delicados a la vista de personas ajenas a la organización, continúa su dictado Gerardo, encendiendo otro cigarrillo y dejando una pausa para que lo cubra el humo, ya sea en la casa o en otro lugar.
    —Ya sea en la casa o en otro lugar, repite ella sin dejar de teclear.
    —Debemos tener el cuidado (se le sienta detrás y sin dejar de dictar le toma uno de sus pechos), de guardarlos convenientemente, para prever incluso un cateo por parte de los agentes del enemigo. Debemos mantener y pulir nuestra leyenda o manto para todas nuestras actividades clandestinas. Debe ser una leyenda o manto sin contradicción, es decir, que parezca completamente razonable y que justifique hasta los más mínimos detalles de nuestra actividad. Debemos ordenar nuestras actividades (sostiene el pecho de Mariana como si tratara de calcular su peso) de tal forma que nuestro horario de entradas y salidas sea normal y corresponda a nuestro manto. No debemos leer libros o documentos en lugares inadecuados, como podrían ser los autobuses o alguna casa donde cualquiera pudiera enterarse de nuestra lectura. No debemos hablar por teléfono cuestiones políticas, y mucho menos tratar de establecer contactos o reuniones, ya sea por la comodidad o facilidad, o porque queremos pasarnos de listos. No debemos utilizar vestuario “mafioso” o poco conveniente al medio en que realizamos nuestras actividades (le frota el pecho, a la altura del pezón, haciendo movimientos circulares con la palma de la mano); como por ejemplo: usar pelo excesivamente largo, que pueda darle al enemigo alguna pauta, o bien que puedan confundirlos con delincuentes comunes. Debemos cargar siempre con nosotros todos los documentos de identificación; al salir de la casa, debemos revisar si llevamos nuestra cédula de vecindad, inscripción militar, constancia o carnet del lugar donde trabajamos, etcétera. No debemos hacer trabajo político con el ánimo de incorporar a alguien, si no estamos suficientemente preparados para ello y si no estamos autorizados por el responsable.
    Tupapá no se volvió a topar con el oficial ese sino hasta doce años después. Le había perdido la pista por completo y hasta se le había olvidado que existía. Lo reconoció de inmediato y sintió la curiosidad de ver debajo de su camisa y su chumpa la cicatriz de ese bayonetazo que se había jurado que sería únicamente un anticipo a la cuenta por cobrar. El ahora coronel lo miró a los ojos, pero no dio muestras de reconocerlo. El lo siguió muy de cerca, como era su obligación, para protegerle las espaldas a su nuevo jefe, el comandante de la inteligencia militar.
    —No debemos participar directamente en actividades políticas (ahora con las dos manos sobre sus pechos y besándole la espalda), como por ejemplo: actividades estudiantiles o manifestaciones sin trascendencia. Es decir, no debemos evidenciar públicamente nuestras posiciones, salvo en casos excepcionales, y para los cuales debemos contar con la autorización expresa de la Organización. Debemos utilizar un pseudónimo para la realización de nuestro trabajo clandestino, o utilizar varios si la amplitud del trabajo es de mayor alcance. Este pseudónimo debe ser completo con nombre y apellido, y debe tener una historia sobre el mismo (ahora le besa el cuello). No debemos usar ni cargar pertrechos militares si no tenemos autorización, o bien cuando son innecesarios y peligrosos. Debemos evitar la relación con personas de dudosa ubicación política, con otras que puedan estar controladas por sus actividades en tal sentido, y también con los elementos lumpen proletarios. Cuando recibimos principios, procedimientos y métodos de trabajo, que son producto del conocimiento y la experiencia, la mayoría de las veces los aceptamos y decimos que son aceptados; pero todo se queda en buenas intenciones y deseos (ahora le mordisquea la oreja). Nuestra obligación y nuestra responsabilidad es practicarlos constantemente con rigor y evaluarlos en la práctica. Esto es lo básico para garantizar nuestra seguridad individual.
    Se comentaba que un par de jóvenes oficiales de apellidos Turcios y Yon Sosa, se habían ido a la montaña. Todavía estaba fresco el triunfo revolucionario de Fidel Castro, y se temía que esa llama de la subversión pudiera prender y repetirse aquí la historia de la Cuba de Batista. Además, la sola mención de la reforma agraria y el recuerdo de los gobiernos de Arévalo y Arbenz, sumado a las presiones del Departamento de Estado de los Estados Unidos, ponía la piel de gallina a los militares que se enfrentaban, por primera vez, a la guerra de guerrillas. Tupapá fue asignado a contrainsurgencia y su jefe trasladado al estado Mayor Presidencial. Su cuchilla de zapatero podía esperar, se dijo.
    —Así como el trabajo individual tiene grandes riesgos, también los tiene el trabajo de las unidades, dos o más militantes (dicta Gerardo, la voz entrecortada por el deseo y despojándose de su bata). Por ello debe garantizarse la seguridad de este trabajo por medio de un esfuerzo colectivo; todos debemos ser conscientes de la responsabilidad que implica trabajar en equipo, y debemos preocuparnos por la seguridad de todos como un solo hombre.
    Al llegar a este punto, Mariana ya ha girado para enfrentarlo, haciendo a un lado la máquina de escribir y los papeles. Gerardo, con una urgencia animal, la monta, penetrándola violentamente. Ella va a protestar pero él le tapa la boca con su mano y le acerca sus labios al oído para decirle: A continuación (un fuerte puyón) mencionaremos algunos criterios y normas para la seguridad de la unidad: (dos fuertes puyones) Debemos discutir y evaluar periódicamente la clandestinidad (un lento y profundo puyón) y secretividad de la unidad (varios puyones poco profundos y rápidos). Dentro de la estructura interna de la unidad (se la saca y le da vuelta, poniéndola en cuatro patas) debemos designar un responsable específico de seguridad (la penetra desde atrás), partiendo de que esta labor es también colectiva (dos puyones profundos); dicho responsable tendrá determinadas tareas específicas en cuanto a esta actividad (pierde el control, puyándola violentamente y viniéndose con un prolongado grito de placer).
    Tupapá lleva horas en la misma posición. Los calambres lo están matando. Sabe que de esa manera no puede ser detectado y que sus signos vitales son más lentos y reposados.
    —Eso se llama mimetizarse, mula, le dice el instructor, picándole las costillas con el cañón de su Galil.
    —Sí, mi capitán, responde con un pujido.
    —Y pase lo que pase, aunque te hable, no digás ni mierda si no querés que te rompa el culo, ¿oíste?
    (Tupapá se muerde la lengua hasta casi sangrar, sin emitir sonido alguno, sin moverse). Todavía no ha nacido, piensa, el hijueputa que me mate (y automáticamente lo agrega a la lista de espera que guarda en la mente de los oficiales que piensa degollar algún día, cuando se le presente la oportunidad).
    —Debemos establecer (reanuda el dictado, encendiendo un cigarrillo. Mariana, con las mejillas todavía encendidas por el placer y las manos temblorosas, teclea dificultosamente), sistemas de comunicaciones y contactos de tal manera que se evite la dispersión y no se pierda la continuidad del trabajo. Pero fundamentalmente debemos proveer las formas de comunicación para que sean rápidas, precisas y oportunas. Debemos establecer lugares de trabajo que ofrezcan las condiciones necesarias para garantía de los militantes y de los recursos que se utilizan; en esto incluimos los lugares para estudio político, para discusión de problemas y también para algún tipo de entrenamiento militar.
    La concepción de la vida y de la muerte para Tupapá era la de un niño. Su primitiva mente la guardaba en tres casilleros perfectamente ordenados.
    —El destino de los muertos es el cielo, le dijo su padre una vez. Pero también está el infierno. Y el purgatorio.
    El cielo, trataba de imaginar en sus noches de insomnio, ese espacio infinito, entre las nubes, flotando, donde el tiempo es eterno, libre de pasiones, alejado del mundanal ruido, todo espíritu y energía, quietud y armonía. Éxtasis y gloria. El averno con sus altas temperaturas y calcinantes llamas, con jornadas de trabajos forzados sin descanso, con la pena impuesta sin fin de la condena, entre sulfurosos vapores tóxicos y sonidos infernales. Y el purgatorio. El limbo. Destinado a los que no fueron ni buenos ni malos.
    —Debemos cuidarnos mucho de elevar la voz (dicta Gerardo, la boca seca por la deshidratación. Mariana teclea desganadamente). Y también debemos sustituir determinadas palabras por otras, para no evidenciar nuestra actividad: nunca debemos mencionar palabras como socialismo, comunismo, guerrilla, política, etcétera. Debemos mantener la compartimentación en forma extrema con respecto a otras unidades, otros sectores u otros individuos ajenos a la unidad, según los criterios referentes a este respecto; igualmente es necesario practicar la compartimentación algunas veces dentro de la misma unidad. Debemos establecer comunicación rápida y eficaz para detectar o resolver cualquier problema de seguridad; debemos establecer en el seno de la unidad un sistema ágil y exacto de comunicaciones y contactos. Debemos de tener planes de emergencia para prever cualquier situación difícil que se presente durante el trabajo colectivo. En cuanto a los contactos en lugares públicos, en situación normal se deben esperar diez minutos; en situación crítica, cinco minutos. Tanto en situación normal como en situación crítica, la puntualidad exacta debe ser nuestro principio. Es conveniente también fijar siempre puntos de emergencia para lograr una comunicación posterior (voy al baño dice Mariana y sin más se dirige hacia allí, totalmente desnuda. Gerardo la ve partir y automáticamente se lleva la mano al sexo porque ha sentido una punzada de placer con la memoria de ese cuerpo tembloroso pegado al suyo. Esto no ha terminado, piensa, y se pasa la lengua por los resecos labios, como anticipando lo que ha de venir).
    Tupapá aprendió la teoría de la vida y de la muerte según su cultura. Una cultura del miedo, la renunciación, el desconsuelo, que arrastra la conciencia de un final inevitable junto con la resignación pintada en el rostro.
    —Lo que pasa después de la muerte sigue siendo un misterio, le dijo su padre. Lo único cierto y que podría ser la clave del enigma, es un culto a la vida. Las respuestas se obtienen de la naturaleza misma. Pero hay que saber leer los signos, hijo. Los signos de la vida y de la muerte.
    Mariana ha vuelto del baño. Se seca la piel erizada por el frío y colmada con gotitas. Su negro cabello está empapado y se coloca la toalla como turbante, sentándose de nuevo frente a la máquina de escribir. Desnuda. Gerardo traga saliva y dicta.
    —La distensión consiste fundamentalmente en el debilitamiento y aflojamiento de la seguridad, que en el transcurso del tiempo se observa en algunos militantes y unidades. Hablamos de ello con el objeto de evitar o superar las distensión en materia de seguridad. Tanto a nivel individual como colectivo, el tiempo de militancia funciona negativamente a este respecto, por la confianza que se va adquiriendo y por la fraternidad mal entendida. El conocimiento y la confianza que se va tomando con los compañeros, permite irse ubicando legalmente, permite intuir los alcances del trabajo que se realiza, lugares de trabajo legal y clandestino, se obtiene intercambio de informaciones secretas, etcétera; en pocas palabras, se pierde gradualmente la compartimentación. Esta deficiencia también se observa en cuanto al funcionamiento de la unidad; aquí está el mayor peligro, en cuanto que gradualmente se va perdiendo la desconfianza y vigilancia hacia el enemigo o hacia la población indefinida políticamente. Si no desterramos esta deficiencia puede traernos consecuencias muy graves, como ocurrió en el pasado.
    Tupapá se estaba cagando del miedo allá arriba. Los oídos tapados y zumbantes, los ojos rojos y llorosos, los nudillos blancos por la enorme presión de sus puños cerrados. No había nada en el mundo capaz de hacerlo retroceder. Lo tenía probado desde niño cuando su sola presencia aterrorizaba a los vecinos del barrio del Cerrito del Carmen. Pero necesitaba la estabilidad que le brindaba el tener las patas bien plantadas en la tierra. Y allí, a más de mil pies de altura, lo ahuevaba el vacío. El capitán lo sacó del mutismo con una brutal patada en el culo que lo lanzó del avión. Si alguna vez le hubiera podido entrar el arrepentimiento por las cosas horribles que hizo en la vida, ese era el momento. Pero, como era una constante en él, se prometió que en la primera oportunidad que se le presentara, iba a joderle el paracaídas al oficial ese, para que se fuera a hacer mierda allá abajo en alguno de los próximos saltos.
    —Mencionamos a continuación casos concretos en los que hemos observado distensión: (dicta Gerardo, colocando su dedo índice en un punto de la columna vertebral de Mariana, entre sus omóplatos. Ella, con un escalofrío, se arquea y protesta porque así no puede seguir escribiendo). Se utilizan los mismos lugares de trabajo sin previo control; argumentando que siempre se han usado sin problemas. Se utilizan los mismos lugares de contacto, por comodidad o por falta de conocimiento del medio. Se hacen cada vez más prolongadas las esperas por un compañero, y se prolongan demasiado las reuniones de trabajo. (Gerardo ha empezado a deslizar con suavidad su dedo hacia abajo). Se utiliza el teléfono para pasar algún dato relativo a determinada situación política u organizativa, en lugar de hacerlo por un medio directo y seguro (ya lleva el dedo a la altura de la cintura de la muchacha). Se descompartimenta un vehículo por un falso concepto de solidaridad. Se utilizan lugares quemados o en proceso de quemarse por no buscar otros menos quemados y más seguros, y la mayoría de las veces por no saber utilizarlos convenientemente; por ejemplo, utilizar cafeterías u otros lugares que bien sabemos que por principio están controladas por las fuerzas represivas. En una palabra, se siguen rutinariamente los mismos métodos y mecanismos para el desarrollo de nuestras actividades, sin cambiarlos o adaptarlos a las situaciones cada vez más complejas y peligrosas del medio urbano y rural (Gerardo se chupa el dedo para llenarlo de saliva y lo coloca entre las nalgas de Mariana). Definitivamente este rutinarismo no constituye parte de nuestro estilo de trabajo, por lo que debe ser eliminado de raíz (Gerardo ha introducido el dedo en el ano de la mujer. Ella aprieta fuertemente en un movimiento involuntario. El siente la presión de esas nalgas y deja de dictar).





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MANIFIESTO COLUMNISTA

SIEMPRE HE CREÍDO QUE el hombre es él más su circunstancia. De esa forma, no puede desligarse jamás de los actos que significan su existencia. Lo que el hombre hace, sus acciones, son la punta del témpano de hielo. Su pensamiento, esa parte inexplorada e invisible, representa la masa sumergida en el mar de los sargazos. La disociación entre la acción y el pensamiento, constituye la piedra angular de la problemática de la vida. Una abismal diferencia entre lo que digo y pienso, lo que hago y quisiera hacer, lo que pretendo y lo que soy en realidad. En el concierto de las razones, me encuentro en medio de todo y de nada. Comprendo los enunciados, discurro, hablo, declaro, querello, afirmo, pregunto, converso, discuto, arguyo, deduzco, infiero, considero, debato, disputo, opongo, cuestiono, delibero. Allí están el arbitrio, el motivo, la facultad, el raciocinio, el argumento, la información, la motivación, el mensaje, el recado, el derecho, la justicia, el fundamento, el conocimiento, la lógica, el intelecto. Proclamo mi total adherencia a las causas perdidas porque la ganancia está del lado de los que buscan, no de los que han encontrado. No conozco todas las respuestas. Pregunto, cuestiono y trato de mantener el balance entre la levedad del ser y la firmeza del espíritu. Afirmo mi estado de ciudadano del mundo, relegando las fronteras a su condición de líneas divisorias físicas y políticas, impuestas por el sacrosanto derecho de propiedad que enajena la tierra, la agota y la destruye, en perjuicio de los originales pobladores. Creo en el derecho, la justicia, el fundamento, el conocimiento, la lógica, el intelecto. En la fuerza que no opone la razón, en la consecuencia de los actos, en los principios de equidad. En todo lo que está escrito en la naturaleza, bueno o malo, porque responde a los enunciados básicos de la supervivencia de las especies. En consecuencia combato, donde éstos se encuentren, los signos de la infamia, del deshonor, del descrédito, del envilecimiento, de la degradación, de la vileza, del escándalo, de la impureza, de la indignidad, de la bajeza, de la ignominia, de la afrenta, de la vergüenza. Debo reafirmar, sin embargo, mi convencimiento total sobre la oscura naturaleza humana, donde las pasiones dejan su huella y la consecución de los fines justifica los medios. Tengo los mismos demonios que cualquiera, iguales necesidades y los apetitos que mueven el mundo. La negación de lo obvio sería una falacia del tamaño de las cosas que suelo criticar. Pero la fortaleza del ser humano está, precisamente, en el conocimiento de sus debilidades, en la solidez de sus convicciones y en la capacidad de enfrentar los retos. Declaro mi total solidaridad con aquellos que se levantan cada mañana con la certeza de un día bueno y se acuestan por la noche con la esperanza de un día siguiente mejor que el anterior, porque en ellos todavía existen rastros de la inocencia original que es la madre de todas las cosas. Declaro mi absoluto rechazo a cualquier forma de discriminación, porque las pequeñas y las grandes diferencias hacen posible el llamado milagro de la naturaleza, y porque sin vestiduras y plumajes y condecoraciones todos somos iguales. En el regateo de espacios, exijo el que me corresponde como testigo de mi época. Las cosas que digo y hago pertenecen al universo de mis ideas y mis creencias. El tamaño de mi libertad está dimensionado por mi pensamiento. La intransigencia de mis actos, rubricados con nombre y apellido, son de mi entera responsabilidad y riesgo. Por eso manifiesto mi derecho a ser yo mismo.





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EN LA ACTIVIDAD CLANDESTINA urbana (lee Tupapá y trata de concentrar su atención en el papel), las comunicaciones, los contactos y las reuniones constituyen el punto más delicado. Así nos lo demuestra la experiencia anterior, donde la inobservancia e incumplimiento de las normas elementales de seguridad causó sensibles bajas en las filas revolucionarias (la mujer que está desparramada a sus pies emite un leve pujido. El le propina un puntapié en las costillas y continúa con su lectura como si nada). La vulnerabilidad de esas actividades en la ciudad, podríamos sintetizarla en tres causas: La mayor parte de nuestras actividades tienen que realizarse utilizando canales legales de comunicación: teléfonos, telegramas, buses, etcétera; debe contactarse en la vía pública (una gruesa gota de sudor cae sobre la hoja, formando un círculo que se expande irregularmente en todas direcciones, haciendo correr la tinta en cientos de negras y minúsculas venitas); se deben utilizar casas y lugares recreativos públicos, donde la situación operativa no nos es adversa por las condiciones físicas y sociales específicas de la ciudad (un leve movimiento de la mujer en el piso distrae su atención y aprovecha para secar el sudor de su frente con el dorso de la mano). El enemigo concentra en la ciudad abundantes recursos humanos y técnicos; buen número de policías, orejas, radiopatrullas, garitas, cuarteles militares, etcétera. Esto implica una mejor vigilancia y movilidad por parte del enemigo (relee la última parte, asintiendo con la cabeza y aprobando totalmente los términos del escrito, porque él se sabe aludido como pieza fundamental de esa aceitada maquinaria de la seguridad nacional). El militante urbano muchas veces conduce su actividad de forma dispersa, desordenada, liberal o indisciplinada. Esta es la causa más decisiva y determinante, y debemos combatirla desde ahora mismo con el mayor rigor e intransigencia para eliminarla radicalmente.
    De los cuatro ocupantes del vehículo de vidrios polarizados, únicamente sobrevivió uno. En el Hospital Militar no se explicaban cómo podía ser posible con semejantes heridas, principalmente la de una bala que le entró por el hombro derecho y se le alojó en el estómago después de hacer un errático y devastador recorrido provocándole el colapso de un pulmón y rozando su corazón.
    La represión no es una fuerza aciaga, incontrolable, sino que depende mucho de nosotros el que pueda tener éxito o no (lee Tupapá, repitiendo en voz alta la palabra “aciaga”, sin comprender su significado).
    —Infausta, desgraciada, infeliz, de mala suerte, le dice la mujer desde el piso. Cruel, impía.
    Las palabras han llegado hasta los oídos de Tupapá como una sucesión de disparos en la distancia.
    Los errores de la militancia son los que le dan al enemigo la posibilidad de identificarnos y causarnos graves y lamentables problemas (continúa leyendo Tupapá, con el eco de las palabras de la mujer multiplicados por el silencio y la desnudez de las paredes de la estrecha habitación). Por ello, la erradicación de esos errores es urgentísima. No podemos confiarnos al azar ni adecuarnos (que ella sea capaz de leer sus pensamientos). Desde hoy mismo debemos poner en práctica todas las normas de seguridad, en las comunicaciones, contactos y reuniones.
    La explosión de la granada destrozó de lleno a uno de los hombres de atrás, y las esquirlas se esparcieron dejando como un colador cuerpos y vehículo, alojándose una de ellas en el cráneo del sobreviviente.
    El mayor enemigo para la seguridad es la comodidad; ésta nos conduce a utilizar los canales de comunicación más controlados por el enemigo, tales como el teléfono, cartas, telegramas, etcétera (Tupapá siempre había visto con desprecio a los analistas de inteligencia militar, metidos hasta el cuello en montañas de papeles y entre la maraña de cables conectando micrófonos, audífonos, un montón de aparatos de recepción de comunicaciones). A toda persona sospechosa de actividades clandestinas el enemigo le controla periódicamente el teléfono; por este motivo decimos que este es un recurso al servicio de la represión, si no se utiliza en forma correcta y prudente (pero tenía que reconocer que de otra forma no habría caído en sus manos esa mujer que estaba ahora a sus pies). El enemigo cuenta con suficientes elementos técnicos para controlar todas las llamadas telefónicas; aun cuando se use un teléfono público, se corre el riesgo de que el aparato al que llamamos esté controlado; es por esto que su uso en comunicaciones clandestinas debe ser muy restringido (se comentaba que una llamada los había alertado y que el capitán, que parecía tener un interés personal en el asunto, les había dicho que a la Miss Guatemala la quería vivita y coleando y en buenas condiciones). Todas esas llamadas “ingeniosas” que improvisamos -”Vas a ir mañana a la fiesta”, “llévame mañana a las doce al parque el libro que te presté”, etcétera- dejan un círculo de señales suficientes para un experto en descifrar mensajes; y finalmente los únicos engañados resultan siendo los pretendidos engañadores.
    Los atacantes se aproximaron a rematarlos. Un balazo en la nuca a cada uno. El sobreviviente presentaba una llaga sangrante en el cuello. Los médicos del intensivo comentaban que aparentemente la bala estaba defectuosa y que solamente le había quemado la pólvora por la explosión.
    El uso de cartas y telegramas es poco frecuente en nuestro medio (Tupapá mira a la mujer que permanece totalmente inmóvil y recuerda que cuando la trajeron, el capitán les ordenó que lo dejaran a solas con ella). No debemos usar estas comunicaciones en la ciudad y tendremos sumo cuidado en la correspondencia al exterior del país (cuando les autorizaron el regreso, el capitán tenía la bragueta abierta. Eso no era lo que había llamado su atención, porque era lógico pensar que se había cogido a ese rico culito). Las fuerzas de contrainsurgencia mantienen oficinas y expertos en el registro de cartas, y desciframiento de claves (pero ella, recuerda Tupapá, tenía una expresión de triunfo en esos labios rotos y sangrantes. Fue cuando el capitán les ordenó que la violaran todos): captación de nombres supuestos, de direcciones falsas, de mensajes entre líneas, de claves en número y de todo ese tipo de recursos que se utilizan para encubrir un mensaje; y lo mismo sucede con los telegramas.
    El boletín clandestino de la guerrilla depositado en el buzón de Prensa Libre indicaba que las acciones cometidas contra los esbirros de la G2, contra la casa del director de la Policía Nacional, contra la casa del jefe de las Fuerzas Armadas, eran como represalia por la tortura y muerte de la compañera Rogelia.
    No nos debemos formar una imagen de omnipotencia del enemigo (a Tupapá se le encendió el foquito en ese momento y entendió a cabalidad lo que había pasado): es imposible que éste ejerza un control absoluto en todos estos tipos de comunicación, ya que necesitaría un presupuesto elevadísimo para poder controlar a toda la gente (¿por qué no era sino hasta ahora que comprendía el total sentido de esa expresión en los labios de la mujer, en sus ojos?). Pero sí lo hace invariablemente con todas las personas que han dado señales de actividad clandestina (el hijueputa del capitán no había podido. No se le había parado ja-ja-ja-já). El llamar o escribir a un compañero con pseudónimo utilizando los canales legales es una delación directa; hay que prever los riesgos que esto implica, si no se hace adecuadamente utilizando su nombre legal (se agarraba el vientre con las dos manos sin poder dejar de reír ja-ja-ja-já). Hay que observar también algunas normas en la circulación de vehículos: No hay que conducir innecesariamente a grandes velocidades. Hay que cumplir rigurosamente las indicaciones de tránsito (era el mismo capitán que le había roto la nariz en varios pedazos, el del bayonetazo). No hay que volver la vista atrás sospechosamente; mejor usar el espejo retrovisor (por eso había pedido que ellos la violaran en su presencia). Hay que cargar siempre todos los documentos de circulación (ya decía él que tenía algo extraño la mirada de la mujer mientras los hombres se vaciaban dentro de ella). No hay que usar los vehículos directamente en operativos (no quitaba sus ojos de los ojos del militar). Hay que darle un uso legal, correcto y compartimentado, para evitar quemarlo (y él gritaba histérico a los hombres que la siguieran violando). Hay que mantenerlos en buen estado, con suficiente combustible y con un mínimo equipo de reparación (y ella seguía mirando al capitán como lo estaba viendo a él en esos momentos).
    Algunos testigos coincidieron al decir que dos hombres habían perpetrado el atentado. Que uno de ellos había atravesado un pequeño carro —que por sus características no podía ser otro que un Volkswagen— para cortarles el paso y que el otro, desde atrás, había lanzado una granada y disparado repetidas veces con un arma automática.
    En los buses urbanos hay que evitar absolutamente cualquier conversación sobre aspectos políticos, sobre el trabajo militante o sobre todo aquello que pueda evidenciarnos (Tupapá, por primera vez, sintió pena por la mujer. No por lo que le había pasado a ella, sino porque ella había arrancado, de alguna manera, su virilidad al capitán ese que se la debía). Esto hay que tenerlo muy presente, porque en todo bus siempre hay alguien interesado en detectarnos, ya sean pasajeros, inspectores, etcétera (dejó la lectura un instante para verla, pero estaba hecha un ovillo, con el cabello cubriéndole el rostro). Preferentemente se deben usar buses de dos puertas, y hay que colocarse en un lugar desde donde se tenga un perfecto dominio de la situación (se prometió, en lo posible, no tocarla más. Total, se llevó lascivamente la mano al sexo, ya le había dado gusto al muñeco hasta el hastío). No debemos buscar al compañero en su casa en el momento que lo deseamos; esto es muy fácil, pero es muy peligroso y es un mal hábito; también hay que abstenerse de dejar mandados con sus familiares (trató de concentrarse de nuevo en la lectura). Un recurso que puede utilizarse es el de los pases. Tienen la gran ventaja de ser un canal completamente clandestino y compartimentado, ya que únicamente saben de él quienes lo usan (pero su mente andaba vagando en otras partes). Es ésta una comunicación rápida, en la que se transmite un mensaje escrito, encubriendo bien el contenido y debiendo destruirlo al leerlo (casi sintió deseos de ayudar a la mujer, de darle una muerte rápida para que no siguiera sufriendo). Los pases pueden hacerse de dos formas: personal e impersonal.
    No iba a ser fácil localizarlos porque había cientos de carros iguales a ese por toda la ciudad. Pero les preocupaba que hubieran devuelto el golpe tan rápido. Tenía que haber una fuga de información, no cabía duda. Mientras tanto el único sobreviviente se debatía entre la vida y la muerte.
    Un pase personal es cuando se ejecuta directamente (Tupapá leía a marchas forzadas las últimas líneas del documento). Por ejemplo, al encontrarse en una esquina hacer el pase rápido y continuar caminando separados como si nada hubiera ocurrido; también puede ser frente a una vitrina, etcétera (le aburría enormemente esa parte). Esto debe hacerse planificadamente y en lugares establecidos de antemano, desde donde se tenga conocimiento de la situación operativa (especialmente porque no aportaba nada nuevo a su conocimiento). El pase impersonal se hace utilizando los recursos que da el medio externo, específicamente los escondrijos (un conocimiento forjado a base de la experiencia); las hendiduras de una pared, el hueco de un árbol, los intersticios de una banca de un parque público, etcétera; es decir, todo lo que la imaginación pueda descubrir para aumentar nuestros recursos operativos (y nadie como él sabía hacer su trabajo a la perfección). Esta operación requiere una mayor planificación, dominio de la situación operativa, buena coordinación, naturalidad en los cargos y descargos de los escondrijos y la seguridad absoluta de que no se es observado por nadie (y no lo había aprendido en los libros, no, señor). Esto es muy funcional en los momentos álgidos de la represión, donde es necesario restringir los contactos personales (lo había aprendido de la vida). Hay que empezar a ubicar y seleccionar escondrijos, que son de mucha utilidad (y de la muerte).





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NO SEÁS ASÍ PABLO a la nena no le gusta que la tratés como si fuera una bebita ya se graduó con honores ya se dio el lujo de ser Miss Guatemala ahora está estudiando arquitectura ¿qué más querés? igual era cuando andaba con Mártin ¿te acordás? hasta que la patoja se desesperó y cortó con él ahora ves con malos ojos que ande con sus amigos de la universidad si ni siquiera le gustan las fiestas allí está la pobre doblada sobre la mesa estudiando hasta las altas horas de la noche y después a seguir estudiando en la U ni a vos ni a mí nos hubiera gustado una hija monja ¿o sí? con una hija monja ni siquiera podríamos verla a saber en qué convento la tendrían enclaustrada a la pobre pero no es monja sino una patoja normal a pesar de los pesares y cuando digo a pesar de los pesares sabés muy bien a lo que me estoy refiriendo porque no has nacido hoy ni yo tampoco se hace difícil criar a los hijos en estos tiempos con tanta violencia tanto vicio tanta tentación por todos lados te acordás que en nuestros tiempos la cosa era más fácil a nadie se le exigía más de lo que podía dar la vida era tranquila y se desarrollaba más o menos sin contratiempos mayores bueno es decir nunca faltan los contratiempos pero sabés lo que quiero decir ahora se vive como en una urgencia como si la vida se fuera a terminar mañana y es posible que termine mañana pero no se puede vivir con la angustia de saber que en la vuelta de la esquina la muerte te puede estar acechando como le ocurrió al pobre de tu hermano que en la gloria esté este tu hermano no se metía en nada era tranquilo de su casa al trabajo hogareño cariñoso con su mujer la Bertita y con sus hijos y ya ves lo que le pasó si uno no está libre del peligro quién iba a decir que lo iban a confundir porque así dijeron y así lo creo lo confundieron qué iba a andar tu hermano metido en la guerrilla y esas cosas que de sólo pensarlo se me pone la carne de gallina no te riás Pablo bien sabés que se me pone la carne de gallina por cualquier cosa ¿te acordás cuando nos casamos? ¿la noche de bodas? no eso sino que creímos que se trataba de algún tipo de salpullido de rasquiña pero no te riás Pablo te digo se me quitó cuando se me fue pasando la vergüenza con vos si ni siquiera podía ir al baño tenía que esperar a que salieras al trabajo si no no como me pasaba los fines de semana o los días feriado cuando te quedabas en la casa qué bonita era esa época Pablo ¿no la echás de menos vos también? comete uno muchos errores es cierto pero lo hace una por mish por avergonzada no por otra cosa y cuando nació la nena ¿te acordás Pablo? yo te dije ya es la hora y me dijiste que todavía no era tiempo y yo te dije que podía saberlo por los huesos de las caderas que sentía que se movían como si me los estuvieran abriendo con unas tenazas pero cuando se me rompió la fuente qué nervioso te pusiste Pablo no sabías qué hacer saliste corriendo a buscar un taxi y no te diste cuenta que andabas descalzo y después andabas con los pies todos rajados con ampollas pero contento porque cómo deseábamos un hijo cuando te dijeron que era una niña te pusiste un poco serio pero no enojado en realidad y vino aquello de los nombres que todos eran de niño y te negabas a ir al registro civil a inscribirla y decías mañana voy y nunca ibas y cuando por fin como al año te decidiste te pusieron una multa que era como de cinco quetzales y que nos parecía un capital en esa época no fue fácil para nosotros de un lugar a otro de una casa a otra estaba aburrida de tanto ir y venir y me preguntaba cuándo íbamos a poder comprar algo nuestro para la nena cuando creciera hasta que nos salió premiado el cachito de la lotería ¿te acordás? y resultó justo para el enganche y por fin tuvimos nuestra casa ¡las que hemos pasado juntos vos y yo! ¡lo que nos ha costado la vida! a veces quisiera poder regresar el tiempo a aquellos días cuando éramos tan felices pero no sé lo que pasó Pablo tal vez fue culpa mía no lo sé tal vez tuya o de los dos porque eso de casados casa de dos y culpa de dos sin embargo a empujones y atrancones hemos podido salir adelante juntos de tanta cosa y allí está la nena que ya es toda una mujer y que cualquier día se nos casa no porque haya visto algo o sepa algo sino porque los hijos se casan y se van y hacen su propia vida me muero del miedo de sólo pensar en la suerte de la nena que dios la ayude y la proteja y consiga un buen hombre así como vos Pablo con tus defectos y grandotes pero un buen hombre a pesar de todo y que tenga sus hijos ¿te imaginás nosotros de abuelos? tener a ese pedacito de carne que es carne de nuestra carne bueno sabés bien lo que quiero decir yo creo que voy a ser una buena abuela y una buena suegra no me voy a meter en nada para nada en su vida pero me encantará cuidar a los nietos y cambiarles los pañales y darles su comidita y enseñarles sus primeras palabras y a dar los primeros pasos si eso de los nietos es como una segunda oportunidad que dios nos da para corregir los errores que cometimos con los hijos aunque todos dicen que los abuelos echan a perder a los nietos con tanto alcahueteo pero no es cierto lo que pasa es que tenemos más paciencia y les dedicamos más tiempo y sí sí los alcahueteamos es cierto pero que gocen de niños porque nunca se sabe lo que les depara el destino si no acordate de la Pepita la hija de doña Conchi tan llena de vida tan buena patoja tan chula y que paró de pé la pobre y la pobre de la doña Conchi sin saber nada si hasta la fecha cree que su hija trabaja de demostradora de belleza como siempre anda tan arreglada y maquillada y llena de adornos y joyas pero cada quien con su vida y eso es algo que a nosotros ni fú ni fá pero la verdad es que te quiero pedir un favor Pablo sí ya sé que me ando con muchos rodeos pero así soy yo qué se le va a hacer pocas veces te pido algo antes sí pero desde hace mucho tiempo que no está bien voy a decirlo de una vez es probable que te parezca una tontería pero quiero que me escuchés hasta el final la nena y yo hemos pensado es decir ella me dijo que por sus estudios y por la distancia y por los horarios pues que si le permitíamos irse a quedar a la casa de una compañera como tienen que hacer investigaciones y esas cosas y se la pasan en la biblioteca pues





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(LOS HOMBRES LA LLEVAN a su presencia. El les hace un gesto enérgico para que los dejen solos. Cuando ella escucha el sonido de la puerta que se cierra y se mira frente a frente con ese hombre, siente que se le aflojan las piernas, pero se yergue con gran esfuerzo).
    —Es un honor, miss, le dice el militar poniéndose de pie y haciendo chocar sus botines (¿por qué todo suena a disparo en este lugar?, se pregunta temerosa). Soy un devoto admirador suyo.
    —El título fue mío apenas por un año (es más hermosa de lo que imaginé, piensa, dejándose llevar por esa sensación que le nace en el espinazo y recorre hasta sus genitales), mi nombre es Rogelia.
    —Lo sé. Siéntese, por favor (tiene una erección en este momento, observa ella). ¿Fuma?
    (La mujer niega con la cabeza, sentándose. El se detiene a dos centímetros de su nariz).
    —Rogelia, dice (preferiría que me dijera miss, eso pondría un poco de distancia ¡Voy a vomitar!). Soy, como le dije, gran admirador suyo.
    —Perdóneme, le dice. Perdóneme por ser franca con usted (tiene los dedos largos y huesudos, piensa con una oleada de sensualidad, uñas largas y cuidadosamente pintadas en un tono rosa), pero estoy indignada por la forma en que se me ha traído aquí y se me maltrata.
    —Sí (¡se fijó en mis manos!), pero no depende únicamente de mí.
    —¿Qué quiere decir?, se aventura con un nudo en la garganta (no te hagás la mosquita muerta, porque eso si me va a poner como la gran puta).
    —Mire, miss (lo dijo, empieza a poner distancia), todos podríamos evitarnos muchos problemas si quisiéramos.
    —Si he cometido algún delito, me gustaría saber (empieza la rutina de mierda) porque yo estaba
    —Hagamos un trato, ¿quiere? Juguemos el juego de la verdad y aquí no pasó nada (¿tendrán a Martín?).
    —Debe tratarse de un error (ya me está empezando a aburrir esto) yo
    —Usted, señorita Guatemala, se encuentra aquí porque (no, se le nota desesperado, no tienen a nadie más), usté lo sabe, estamos al corriente de sus actividades.
    —¿Actividades? (ahora me va a salir con cualquier mierda). ¿A qué se refiere? Disculpe, pero no entiendo.
    —Subversivas. Mis órdenes son terminantes, ¿para qué nos vamos a andar por las ramas? (estoy perdida, dios mío, que tenga la fuerza). Quiero proponerle una salida buena para usted y para mí.
    —Ya le dije que (no me deja alternativa la reina esta de belleza).
    —¿Ha oído la expresión puyón y besito? (aquí viene otra vez, está excitado, puedo verlo). Si colabora, nadie va a hacerle daño. Necesitamos que me diga los nombres de sus compañeros. Es todo.
    —¿Y me dejará ir? (no sin antes darte una buena cojida).
    —Tú me gustas (va a tocarme ¿qué hago?).
    —No lo suficiente para dejarme vivir (ahora si nos vamos entendiendo).
    —Depende de ti, mi reina (su mano está caliente y pesada).
    —Por favor (más vale que te dejés, cabrona).
    —Favor por favor (su aliento es aguardentoso).
    —No (puyón y besito).
    (Desde la perspectiva del miedo, cualquier cosa que pueda causar daño, dolor, angustia, queda relegada. Absurda paradoja, porque ese estado agudiza la ansiedad y la hace crecer con la fuerza todavía contenida de un volcán que se sabe hará saltar su cono algún día para formar el cráter y desbordar desde allí y por sus laderas la lava incandescente del terror).
    —¡Un rey para su reina! (no, no, no),
    (Algo parecido a la furia que también se aprende a reprimir cuando se conoce la sutil diferencia entre la cantidad de adrenalina, la temperatura de la transpiración, la forma de respirar —por la nariz o la boca—, la ubicación, intensidad e intermitencia del temblor del cuerpo, la dilatación de las pupilas, el sabor en la boca).
    —Te la voy a meter mi reina y vas a disfrutarlo y me vas a decir todo lo que quiero saber (no, no, no).
    (El miedo y la ira se parecen a primera vista y si alguna vez se comete un acto heroico tiene que ser bajo el influjo de esas dos fuerzas que de ninguna manera son antagónicas sino complementarias).
    —Pero no me mirés así, cabrona (ahora va a golpearme y me desgarra la ropa y me tumba en el suelo).
    (En la práctica del escondimiento y pretendido escamoteo de las emociones adversas, se tiene un éxito enorme en la degustación de los placeres, en lo que se ha dado en llamar la buena parte de la vida).
    —No. No puedo (¡callate, perra!).
    (Y los placeres, contrariamente al miedo y a la furia, no ocupan lugar ni causan depresiones. Se reciben y gastan en el intercambio, y se prodigan sin límites ni fronteras).
    —No puedo, maldita sea. No puedo (lo que pasa es que he estado sola por mucho tiempo. Mis amigas me dicen que parezco monja).
    —¡...! (¡...!)
    —¿De qué te estás riendo, estúpida? (no tienen a Martín, a Gerardo, a los otros. No tienen nada. Nada).
    —¡Maldita! ¡Perra! ¡Te dije que no me mirés así, infeliz! ¡Ya no te riás! (el juego del gato y el ratón ja-já. Nunca creí que pudiera ser tan divertido).




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EL MILITANTE QUE HAYA dado una primera señal al enemigo de su actividad y sospeche que éste lo investiga, antes de efectuar un contacto es indispensable y obligatorio que se contrachequee. El contrachequeo busca como objetivo comprobar la actividad del chequeo y en su caso desinformar y romperlo; para ello no debemos manifestar absolutamente ninguna señal de nuestra intención y actividad, ni debemos evidenciar que conocemos técnicas de contrachequeo. Al aplicar el chequeo, el enemigo busca fundamentalmente dos objetivos: Detectar y comprobar la actividad clandestina de sospechosos; detectar las personas, casas, lugares, etc., donde el sospechoso despliega su actividad clandestina.
    Martín, desde el momento que se encontrara de nuevo con Rogelia aquella noche de vigilia en El mirador de la carretera a El Salvador, maldijo su suerte y supo que ésta estaba echada. No era ni el tiempo, ni el momento, ni el lugar adecuado para volver la vista atrás y desandar el camino y decirle que la amaba y esas cosas.
    —Todas mis cartas fueron devueltas sin abrir, dice él esa mañana de regreso a la ciudad.
    —De igual manera debe quedar lo nuestro, Martín, lo siento.
    —¿Por qué? Tengo derecho a saberlo.
    —Porque ya no somos los mismos. Y pon la vista en el camino que lo que menos nos conviene en estas circunstancias es un accidente.
    Podemos definir dos tipos de chequeo: Chequeo fino. Es el que se efectúa con intención de que el objetivo no se dé cuenta de que está siendo chequeado. Generalmente el chequeador suspende su actividad cuando es detectado, y es sustituido por otro del mismo tipo para que el objetivo no se percate de la actividad de control de la que está siendo objeto. Un equipo de chequeo consta generalmente de tres hombres, usando diversas modalidades para su desplazamiento: chequeo ordinario, chequeo en zig-zag, chequeo en tenedor. Ellos se coordinan entre sí por medio de señales efectuadas con las manos; y cuando el hombre cercano al objetivo es detectado por éste, pasa a ser sustituido por el sucesor respectivo del equipo, y así sucesivamente. Usan como apoyo un vehículo, cuya característica puede ser —aunque no siempre— la antena del radio-transmisor que se comunica directamente en el centro de operaciones, donde se lleva un control de los movimientos de chequeo. Esto es para cuando el seguimiento es a pie, existiendo modalidades diferentes para el seguimiento de objetivos que se movilizan en diversos tipos de vehículos motorizados.
    Habían coincidido un par de veces más Rogelia y Martín, a lo sumo, en los siguientes seis meses, pero no habían tenido la oportunidad de conversar. La situación era muy peligrosa y no se podían dar el lujo de poner en peligro la operación. En este juego de vida y muerte, la vida podía esperar porque la muerte rondaba a cada vuelta de la esquina. Una tarde, Martín la fue a esperar en la universidad y se plantó en la puerta del salón de clases de la facultad de arquitectura.
    —Te invito a un café, dice él.
    —Pero no aquí, responde ella. Conozco un lugar en la zona 4.
    Estuvieron silenciosos todo el trayecto. Llegaron a la cafetería como a las siete y media de la noche.
    —¿Quieres comer algo?
    —No, gracias. Un café está bien.
    —Dos cafés, por favor, ordena a la mesera, quien no puede quitar los ojos de la muchacha.
    —¿Usted es Miss Guatemala?, deja ir la pregunta la empleada.
    —Lo fui, sí, dice Rogelia.
    —¿Puede darme su autógrafo? Aquí mismo, en el block de órdenes. Ponga a Susanita. Susanita es mi hermana.
    Existen puntos fijos de control, por medio de chicleros, conserjes, barrenderos, meseros, etc., en calles, facultades, cafeterías, donde frecuenta la persona de interés. Hay también puntos de control ambulantes, por medio de vendedores, electricistas, fumigadores, etc., para chequear la casa del sospechoso. Además de estos recursos que el enemigo pone en juego, también hay recursos de tipo técnico, vehículos de distintas características, binoculares, pequeños telescopios para controlar a larga distancia, radiotransmisores portátiles y en vehículos, cámaras fotográficas, etc. —la relación detallada de estos y otros aspectos rebasa la finalidad de estas sencillas normas de seguridad—. Chequeo evidente o japonés: así se llama el chequeo que se ejecuta intencionalmente, con el fin de que el objetivo se dé cuenta de que está siendo vigilado en todo lugar y momento, para presionarlo psicológicamente y limitar sus movimientos. En nuestro medio, este tipo de chequeo generalmente se realiza con fines de eliminación y de intimidación.
    Los dos cafés se han enfriado sobre la mesa y ambos están en silencio, sin poder reiniciar una conversación que se quedó perdida en el tiempo.
    —Es una imprudencia, dice ella, jugueteando distraídamente con la cucharita.
    —Te amo, dice él poniendo la mano sobre la suya.
    —No digas eso, dice ella, retirando nerviosamente la mano.
    —Es la verdad.
    —Es una mentira del tamaño de tu nariz, bromea ella. Será mejor que nos vayamos o tendré que firmar otro autógrafo en la morgue.
    Algunas normas que debemos observar para efectuar exitosamente el contrachequeo: En primer lugar, debemos efectuarlo con naturalidad, no dando lugar a ningún indicio de esta actividad; de lo contrario no dará los resultados apetecidos. La técnica de contrachequeo permite neutralizar las actividades del enemigo, si la aplicamos con cuidado e inteligencia; pero si denotamos conocimiento de estas técnicas, si las ejecutamos muy burdamente o rompemos el contrachequeo corriendo —evidenciando de esa forma que ya nos dimos cuenta que fuimos vigilados—, automáticamente estaremos descubriendo nuestra militancia, facilitándole al chequeo el primero de los objetivos fundamentales de que hablábamos. Al entrar o salir de la casa que habitamos, debemos controlar si hay algún individuo extraño, fijándonos en aspectos que éste no pueda cambiar fácilmente: sus defectos físicos evidentes, etcétera. y no en aspectos superfluos y fáciles de cambiar, como son bigotes, ropas, sombrero, etc. Igualmente debemos controlar los vehículos que están en las cercanías y qué características tienen.
    —¿A dónde vamos?, pregunta ella.
    —A un lugar donde nadie pueda encontrarnos.
    Llegaron al puerto de San José hora y media después. La luna estaba casi llena y el clima, aunque cálido, parecía refrescar por la brisa que soplaba del mar.
    —Es una locura, dice ella.
    —Te reto a una carrera en la arena, dice él, alejándose a grandes zancadas.
    La espuma y el agua sobre la playa imprimían un efecto de espejo pulido en el que se podía ver reflejada la imagen.
    —Insisto en que es una locura.
    —Mi psicoanalista te daría la razón.
    En el contrachequeo es importantísimo establecer previamente una ruta de encaminamiento, haciendo un detenido estudio de la situación operativa, del medio en el aspecto físico, social, económico, movimiento del enemigo, etc.; hay que estipular el horario de recorrido, los puntos de comprobación, los puntos de rompimiento. En fin, todo lo que garantice el éxito de la actividad para llegar a la hora convenida al contacto. La ruta de encaminamiento debe ser coherente con la dirección del lugar del contacto. Por ejemplo: si resido en Guajitos y tengo un contacto en el Trébol, sería un error que mi ruta de encaminamiento la estableciera en la sexta avenida, con el pretexto de ver una cartelera cinematográfica, y después dar vuelta para ir al lugar del contacto; el recorrido es anormal e ilógico. Lo correcto es establecer una ruta de caminamiento y un probable punto de rompimiento en la Facultad de Ingeniería, simulando trámites de estudio, para de allí salir tranquilo y seguro al contacto. Esto se hace con el fin de confundir al enemigo en una serie de actividades.
    Desde esa noche en las tibias playas del Pacífico, Rogelia y Martín hicieron un pacto: no se hablaría de amor, de planes, de familia. No, hasta que se dieran las condiciones.
    —Vas a vivir en una casa de la zona 15, le dice Gerardo a Rogelia.
    —No hay problema, dice ella. Mi papá cree que voy a quedarme donde una amiga.
    —Bien. Estarás allí con tu marido.
    El punto de comprobación por la función que desempeña en la vida ordinaria nos da un pretexto o justificación para servirnos de cobertura y desplegar con naturalidad esa actividad. Puede ser la cartelera de un cine, la vitrina de un almacén, una heladería, etc.; donde podamos comprobar detenidamente si estamos siendo chequeados. Podemos utilizar recursos que la misma ocasión nos proporciona y que nos dan un buen pretexto: el paso de una chica, un carro lujoso, algunas personas que vistan extravagantemente, etc. El punto de rompimiento es el lugar que por sus características particulares obliga al chequeador a evidenciarse claramente o a perdernos de vista, no pudiendo ser reemplazado inmediatamente en el primer caso, y frustrándose el chequeo en ambos casos. Por ejemplo, un elevador, una escalera, un callejón estrecho, un terreno descampado, etc. Si ponemos atención desde ya, encontraremos muchos lugares con estas características; salvo en casos extremos, nunca se ha de romper violentamente, sino hay que hacerlo con naturalidad. Debemos evitar actitudes sospechosas: volver violentamente hacia atrás a cada momento, caminar sin rumbo definido, etc. Al contacto se debe llegar con la plena seguridad de que estamos completamente libres de chequeo; y cuando comprobamos la existencia de éste, sin poderlo romper, debemos evitar el contacto, pues esto quemaría a los demás compañeros. Después del último punto de comprobación, debemos ir al contacto sin contrachequearnos, y debemos caminar siempre contra la vía para tener control sobre los movimientos de los vehículos e impedir que nos sigan por la misma ruta.
    El aparente matrimonio era ejemplar para los vecinos de la residencial zona 15 que veían con muy buenos ojos a la joven ex reina de belleza y al apuesto norteamericano, ejecutivo de una importante empresa extranjera de medicamentos. Una pantalla perfecta para tener un lugar seguro donde esconder a uno de los legendarios fundadores de las Fuerzas Armadas Rebeldes, César Montes, quien llegó a pleno sol oculto dentro de un fino ropero de caoba. Para el gobierno, Montes había muerto en combate en la Sierra de las Minas, acción ampliamente celebrada en los boletines del ejército y en los medios de comunicación; pero después de un tiempo, cuando ya fue prudente, y usando esta vez un cofre típico de medianas dimensiones, fue sacado de la casa, vivito y coleando, rumbo a Cuba.
    A continuación mencionamos algunas normas de seguridad importantes para los contactos: No debemos contactar en lugares mafiosos, frecuentados por drogadictos, delincuentes, prostitutas, etc. Tampoco debemos hacerlo en centros de actividad política, principalmente de oposición, partidos políticos, asociaciones estudiantiles, sindicatos, etc. En estos lugares hay vigilancia y control, pues constituyen centros de interés para las fuerzas de contrainsurgencia. No hay que contactar en lugares inadecuados. La puntualidad demuestra nuestro grado de conciencia y responsabilidad; al no observarla, aumenta grandemente la posibilidad de detectación por parte de la represión, por el tiempo que se arriesga mientras se espera al retrasado. Como ya hemos notado, el plazo de esperar en tiempo normal es de diez minutos como máximo, y en tiempos duros cinco minutos como máximo. Antes de llegar al punto convenido debe efectuarse un ligero estudio de la situación operativa en el lugar del contacto. Es útil comunicarse con la gente, preguntando direcciones, la hora, etc., para no llegar directamente al contacto, y que éste quede diluido entre las distintas personas que hemos abordado.
    Durante esa época, el tiempo casi se detuvo para la pareja que en su intimidad y frente a todo el mundo aparentaba compartir una vida despreocupada y feliz. Pero hubo un incidente que casi provoca una tragedia y que, en el devenir, constituyó una pista de fácil seguimiento para los expertos de inteligencia militar.
    Si en alguna ocasión tuviéramos que contactar con algún compañero desconocido, debemos usar las señas y contraseñas, que pueden ser prendas de vestir determinadas u objetos que se lleven en la mano en una forma convenida, acompañado todo ello de una discreta seña o contraseña verbal. Esto debe ser fijado por los compañeros de mayor responsabilidad, cuando se planifique el contacto. Hay que vestir de forma acorde al lugar donde se contacta, a fin de confundirse con la gente de allí. Por ejemplo, si contactamos en una zona residencial, hay que ir bien vestidos. Es necesario mimetizarnos con el medio circundante. No hay que manifestar precaución, vigilancia o desconfianza para no llamar la atención.
    Herminia fue la primera sorprendida, porque la nena nunca le había mentido. Y para colmo de males había influido en ella para que hablara con Pablo.
    —Pero, ¿por qué no me dijiste la verdad, hija?
    —Tenía miedo de enojarla, mama.
    —Tu papá está hecho una fiera y con razón. Tengo miedo de lo que pueda hacer.
    —No se preocupe, mama. Hablaré con él.
    No hay que llevar ningún papel comprometedor y mucho menos otro tipo de cosas; si fuera necesario, el compañero responsable será el encargado de centralizarlos y trasladarlos por un medio más seguro. Esto sirve también para las armas, que jamás deben portarse innecesariamente, debiéndolo hacer para fines estrictamente operativos. La madurez de nuestros militantes ha de comprender en su exacta dimensión este aspecto. Es necesario justificar diligentemente el motivo por el cual nos encontramos a esa hora y en ese lugar del contacto; esto hay que llevarlo preparado de antemano y tener cuidado de que la leyenda tenga coherencia con el lugar y la hora. Cuando un militante contacta con su colaborador, debido a que éste no está acostumbrado a los hábitos de seguridad, debe hacérsele un contrachequeo previo por una ruta de caminamiento que le establezca de antemano, muchas veces sin que él se dé cuenta.
    Pero Pablo no era, precisamente, de los que gustaban oír buenas razones. Estaba naturalmente rabioso del engaño de su hija y de que le hubiera ocultado la relación con Martín, a quien no había visto en años y creía a muchos miles de kilómetros de distancia. Herminia contribuía con sus reproches, lágrimas y lamentaciones a ponerle la cabezota de este tamaño.
    —Soy el papá de Rogelia.
    —Claro que lo recuerdo, don Pablo, dice Martín. Pase adelante.
    Los diversos tipos de contacto pueden ser: Contacto Regular. Es el que se ejecuta el mismo día de la semana y a la misma hora, o cuatro lugares distintos al mes. Contacto de reserva. Es el contacto que queda establecido para otra hora del día o de los días siguientes, en otro lugar, por si el contacto regular falla por algún motivo. Contacto de emergencia. Es el que se realiza en un lugar y a una hora estipulada, en caso de que se presente una situación inesperada y que necesite tratamiento urgente. Para ello es indispensable una señal de aviso por algún canal legal y seguro, conviniendo una hora permanente para recibirlo. Una llamada telefónica completamente normal y corriente, un saludo a través de una emisora de radio, etc. Desde ya debemos crear y practicar todos estos mecanismos de seguridad, evitando las improvisaciones tan nefastas al trabajo.
    Nunca se supo lo que Martín y Pablo hablaron esa tarde en la casa de la zona 15, pero todo el mundo en el barrio se enteró de que algo no andaba bien con esa pareja.
    —Sos un mula, le dice Gerardo. Estas poniendo en peligro a la organización.
    —Veré que puedo hacer, responde Martín.
    —Yo sé lo que vas a hacer, le dice Gerardo. Este lugar ya no es seguro. Permanecerán en la casa por un tiempo, para no despertar sospechas con un súbito desocupamiento. Pero a esto hay que ponerle remedio de inmediato.
    Las señales son excelente medida de seguridad para los contactos. Cada militante y cada unidad debe establecer un código de señales. Aquí se hace indispensable una vez más la creatividad y la iniciativa —que no son únicamente requisitos abstractos del militante—. Por ejemplo, en los sectores próximos al contacto se puede tener ubicado un poste, una pared, etc. El responsable, que debe presentarse antes al lugar del contacto, o cualquier otro militante, al notar el peligro avisa al resto de sus compañeros por un medio muy seguro y sin correr ningún riesgo, de manera que los demás puedan desplegarse tranquilamente. Esto lo llamamos señales pasivas; una cruz en un poste convenido indica peligro, o una rueda indica normalidad; en las señales activas: la sacada de un pañuelo nos indica peligro, por ejemplo, mientras que el peinarnos nos indicará normalidad.
    Con la supuesta muerte de César Montes, con el repliegue de Yon Sosa hacia territorio mejicano, con la muerte real de Turcios Lima al volcar su automóvil e incendiarse en la Calzada Roosevelt, las FAR estaban siendo desarticuladas. En el oriente, en la Sierra de las Minas, el ejército barría a las fuerzas rebeldes, y en la ciudad las tenazas de la represión se cerraban peligrosamente para los combatientes urbanos.
    —Lo siento, le dice Rogelia.
    —Era muy bueno para ser realidad, le dice Martín.
    —¿Volveremos a vernos?
    —Cuenta con eso.
    Respecto a las reuniones anotamos lo siguiente: Algo que debemos tener siempre presente en nuestra actividad clandestina es el no rutinizar. Las entradas y salidas a la misma hora en una casa; el frecuentar periódicamente y a la misma hora una cafetería, un cine, un parque de recreación, etc.; el usar los mismos lugares para los contactos; el no variar los lugares para las reuniones; el usar a la misma hora una ruta de autobuses; el habituarse a caminar siempre en un mismo sector. Todo esto le facilita a las fuerzas represivas la detectación de nuestros movimientos. Por ello debemos cambiar frecuentemente el uso de todos estos aspectos mencionados, para no caer en el grave error de la rutinación. No debemos efectuar la reunión en el mismo lugar del contacto, porque, si alguien fue detectado, le estaremos poniendo al enemigo el grupo al alcance de su mano. Debemos evitar reuniones en lugares que no ofrezcan condiciones. El lugar donde se realice la reunión debe permitir el control de la situación en sí y los movimientos externos al lugar; es decir, no debemos reunirnos en lugares donde estemos aislados y podamos ser fácilmente sorprendidos.
    Gerardo se enteró por un contacto que Rogelia había sido capturada en algún punto entre la universidad y la zona 15. Después, gracias a las versiones de testigos oculares, supo que ella se había bajado de la camioneta en la 18 calle.
    —Caminaba, con sus libros bajo el brazo, dice uno.
    —Un hombre se le acercó por atrás y le dijo algo al oído, dice otro.
    —Un carro con vidrios polarizados se paró a su lado, dice una señora.
    —Yo ví cuando la metían a la fuerza, dice un patojo.
    —Gritó su nombre, dice otro. ¡Rogelia! ¡Rogelia!
    La llegada a la reunión debe hacerse en forma escalonada y deben participar exclusivamente los miembros de la unidad; un grupo numeroso llama la atención. Es necesario darle una leyenda a la reunión, esto es, una explicación lógica y coherente que pueda aguantar un interrogatorio y una comprobación por parte del enemigo; ésta debe estar adecuada a nuestra personalidad y los datos que demos deben ser ficticios y sencillos, sin entrar en detalles minuciosos. Si estamos en una reunión de estudio político, podemos usar la leyenda de que somos estudiantes universitarios y que estamos estudiando para un examen; necesariamente esta leyenda debe reforzarse con el manto de tener a la mano libros y textos universitarios. En cada unidad debe haber un responsable de seguridad; él debe estudiar previamente las condiciones de seguridad en que se va a dar la reunión y debe informar al respecto al inicio de la misma.
    Pablo, en un abrir y cerrar de ojos, se dio cuenta de la verdadera situación. Lo había vivido antes. Había mucha similitud entre lo que le había pasado a su hermano y lo que ahora le estaba sucediendo a su hija. Un escalofrío de terror le recorrió el cuerpo.
    —¿Qué te pasa, Pablo? Te ves raro.
    —Nada, Herminia. ¿Qué me va a pasar?
    —Te conozco. ¿Se trata de la nena?
    —Sí, pero no hay que preocuparse, le dice, abrazándola como no lo había hecho en años.
    Las reuniones deben ser necesariamente breves, pero con el tiempo necesario para tratar a cabalidad los aspectos del trabajo; no hay que prolongar innecesariamente la reunión por motivos ajenos a ella. Es necesario elaborar una agenda, dándole prioridad a los aspectos más importantes y urgentes. Hay que tener preparado un plan de retirada de emergencia, especificando la función de cada compañero y el orden que deberá seguirse en el retiro. Según la situación legal de los compañeros y el carácter de la reunión, deberá instalarse un equipo de campaña y protección. Hay que tener a la mano todos los documentos de identificación personal. Hay que hablar con prudencia, tanto en la elevación de la voz, como en el cuchicheo; ambas formas llaman igualmente la atención. Hay que evitar el mencionar explícitamente palabras como guerrillas, chinga, control, prense, socialismo, etc. Cuando se acerquen personas extrañas hay que cambiar el tema de una manera natural, no interrumpiendo la charla dándole un giro súbito y estrepitoso; el lenguaje ofrece muchos recursos para expresar una misma cosa de muy diversas maneras.
    Prensa Libre. “Rogelia fue secuestrada por un grupo de hombres fuertemente armados, denunciaron sus familiares”.
    No hay que molestarse cuando un compañero nos llame la atención por hablar fuerte o asumir actitudes sospechosas. No es conveniente reunir en una misma ocasión a dos o más colaboradores, ya que los descompartimentaríamos entre sí. No hay que llevar a ningún colaborador a una casa de la organización, donde viva un militante; más bien usar siempre los recursos del colaborador. Hay que usar señales de seguridad no sospechosas, los recursos que nos ofrece la misma situación de la reunión; por ejemplo, cuando hay reunión en una casa, si las cortinas están cerradas, es señal de peligro, y si las cortinas están abiertas es señal de normalidad. Cuando se utiliza una casa, es conveniente encender la radio para aminorar la audición externa de los que hablamos. En los lugares descampados y frecuentados hay que tener en cuenta que es fácilmente escuchable lo que se platica.
    Prensa Libre. “No se realizó exhibición personal de Rogelia, porque no ha sido detenida, dijo el ministro de Gobernación”.
    El término enlace es sinónimo de contacto, pero lo utilizamos para los compañeros de mayor responsabilidad en la organización. Un factor indispensable en toda organización clandestina es mantener relaciones de tipo vertical: de cada uno de los militantes para cada uno de la unidad, de ésta para con el responsable del sector, y de éste último para con los miembros de la dirección. Esta verticalidad es la que permite que la detectación, detención y posible “cantada” de un compañero por los abominables métodos que usa el enemigo, no pase ni afecte a otros compañeros; es decir, que no tenga repercusión que damnifique al resto de la organización.
    Prensa Libre. “Rogelia fue encontrada muerta el jueves”.
    Debemos comprender correctamente que la verticalidad no se debe por ningún motivo a una jerarquización militar de sentimiento de mando, o afán de subordinación, o privilegios exclusivistas; sino que a una necesidad vital para la organización clandestina que se propone responsablemente el desarrollo de una guerra. A este respecto debemos tener en cuenta los siguientes puntos: No debemos conocer los nombres ni los domicilios de estos compañeros, ni debemos juntarnos innecesariamente; hay que erradicar ese riesgo. Debemos evitar el conocer a otros militantes y personas relacionadas con el movimiento. No debemos aprendernos direcciones, lugares de trabajo o de estudio de los compañeros; esto reduce al mínimo las posibilidades de delación. Es necesario usar siempre el pseudónimo. Queda prohibido ir directamente a las casas de los compañeros.
    Prensa Libre. —Esquela— La señorita Rogelia, ex Miss Guatemala, fue encontrada en la carretera que conduce de Escuintla a Santa Lucía”.
    Las casas hay que utilizarlas exclusivamente para los fines operativos a que han sido destinadas; no hay que darles otros usos diversos, y han de conocerlas únicamente los compañeros estrictamente necesarios; por ejemplo, si se trata de una casa de seguridad, no hay que efectuar en ella reuniones u otro tipo de actividades. No debemos relacionarnos legalmente con otros militantes, para no enredar la actividad clandestina con la legal; esto aumentaría las posibilidades de detectación. Tampoco debemos mezclar lugares donde efectuamos labor clandestina con las actividades legales. Según el carácter de las reuniones y la responsabilidad de los compañeros que asisten, debe llegarse al punto con varias horas de anticipación, e incluso con un día de anterioridad.




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HAY UN MOMENTO EN la vida que no se parece a ningún otro. Me gustaría poder explicarlo más allá de la imagen y la palabra. Detenerlo en sustancia y en esencia. No como cuando hacemos una fotografía y la imagen queda suspendida en el tiempo y en el espacio en un estado de inanimación total. No como cuando se encuentra atrapado en la descripción de una novela entre los signos ortográficos de la palabra escrita. Tampoco como cuando queda sujeta a la cadencia del lenguaje con los golpes de voz en el diapasón del sonido. Sino de una manera todavía no inventada y por lo mismo ajena a la comprensión de cualquiera que se asome a la intimidad de ese hecho incapaz de producirse nuevamente o de ser reproducido a plenitud por el actor o el espectador. Es por esa razón que he llegado a concluir que el teatro, como expresión de la vida, no es más que una burda recreación de patéticas proporciones, incapaz de sustentar la sutileza del momento o de la cadena de momentos que caben en ese instante particular. Que, desde la óptica del espectador, viene a ser un grosero símil de la existencia tamizado por los averiados circuitos de un cerebro que funciona en su infinitesimal onda de frecuencia. Por eso me parece improbable la validez de los principios enunciados en otro tipo de memoria que no sea la genética. ¿De qué manera diferente se podrían justificar la vida y la muerte? ¿El odio y el amor? ¿La justicia y todas las formas aberrantes de la degradación humana? Por más que trato de recordar los hechos y de ordenarlos en una secuencia lógica y de trasladarlos a una forma de expresión que permita el diálogo ininterrumpido y congruente, fiel y al mismo tiempo desprovisto del maquillaje y los adornos cosméticos de la estética, me topo con la rebasante duda. El documento se diluye en los vapores de una interpretación que trata, entre otras cosas, de esconder entre los símbolos cabalísticos de la dialéctica el significado verbal de un hecho que no puede contenerse en los límites de la ficción y la realidad, cuando he sido testigo y protagonista al mismo tiempo. Porque es mi sangre la que mancha las páginas de esta historia y las imprime con el acento esdrújulo de lo patético, de lo ridículo, de lo fantástico. Estoy aquí, en la evocativa forma de un poema de trágicos versos sin métrica ni rima, pero igualmente lo podría en la sonrisa de cada niño nacido y por nacer, en el universo de las ideas que germinan en las coordenadas de la pasión primigenia del inventor de sueños y castrador de verdades. Para que cuando los hijos de los hijos pregunten por los padres de los padres, no haya la menor sombra de incertidumbre sobre los hechos consignados en los papeles de la historia contada al calor de los fuegos quemantes de la vaga memoria que se desprende en pedazos de caprichosas formas y que constituyen las piezas del rompecabezas que se arman y se desarman y se revuelven y se extravían y son sustituidas en los ires y venires de las consecutivas versiones de la anécdota. Tal vez el tamaño de mi miedo rebasó los límites de la prudencia. Pude hacerlo de mil maneras diferentes, seguir el paso a paso en los manuales de supervivencia, revestir mi humanidad de camaleónicos disfraces, jugar la partida con las piezas blancas y aprovechar la ventaja del primer movimiento. Pero se escribe sobre páginas en blanco, se navega en mares desconocidos, se bucea en las insondables profundidades de la propia experiencia. Si me veo forzado a describir el momento con la acuciosa precisión del relojero, a detallar los sucesos con el rigor del que expresa su última voluntad, con la meticulosidad de quien dicta la fórmula de la vacuna maravillosa para erradicar el flagelo de la enfermedad, tal vez no sea fiel conmigo mismo, porque desconozco las reglas del juego que impone ese determinado instante. Para poder despojarme del vestido en su totalidad, necesito una razón más poderosa que el deseo. Para mostrar las vísceras, mi cuerpo debe ser preparado en el ritual de la víctima propiciatoria. Para que se me hinque el diente no hay más nada qué hacer que condimentar la vianda. Sé que estuve allí porque cada vez que entrecierro los ojos para enfocar la imagen de mi propia miseria, regreso a los días de mi niñez y me veo en la copa del árbol más alto, en el centro del lago más grande, en lo hondo del más profundo barranco, sobredimensionados todos por el tamaño de mi cobardía. Sin embargo, no todo está dicho todavía. Escucho, a lo lejos, un sonido metálico. Siento un ligero mordisco en la carne. Derramo la sangre a borbollones. Caigo en el vórtice de un huracán y me desprendo de la tierra. Nadie muere en la víspera, me digo, y cierro las páginas del libro, lo pongo sobre la mesa de noche y apago la luz. Giro para abrazar el tibio cuerpo de Rogelia que duerme hecha un ovillo a mi lado y me olvido de todo. Buenas noches.





L I B R O   S E G U N D O

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—GUATEMALA HA CRECIDO Y con ella sus irremediables males, dice don Everildo, sentado detrás de su caja registradora y entre las barras de metal impuestas por la prevención ante una creciente ola de asaltos a abarroterías y tiendas. La antañona ciudad de chatas casas multicolores al óleo de una planta con la apariencia de ranchitos de nacimiento alineadas en las estrechas calles de amarillentos faroles —que los incontables terremotos bambolean desde pretéritas edades—, cedieron su basamento a grandes edificios, centros comerciales, playas de estacionamiento, night clubs, condominios, negocios diversos, en un evidente derroche de recursos que llegan por cielo, mar y tierra desde el sur —Cali y Medellín— producto del tráfico de drogas y del lavado de dólares, para inyectar la frágil economía de un país que se ha desangrado después de más de treinta años de conflicto armado interno. Con la firma de la paz, ese eufemismo para decir que el ejército y la guerrilla van a convivir en democracia olvidando los pasados agravios, no hay otra cosa que el preámbulo de una lucha más cruenta y despiadada en el plano político para lograr el control institucional y el poder absoluto. Los cimientos del progreso están anclados sobre los cementerios clandestinos y las montañas de esqueletos de los millares de desaparecidos. El negocio de la guerra se diversifica para abarcar los ámbitos de la depredación, el tráfico de estupefacientes, el trasiego de armas, el crimen organizado. La ciudad ha crecido y los males que acompañan a las grandes metrópolis se enquistan y proliferan sin control. La corrupción está diseminada como un cáncer cuya cura no se avizora sino hasta bien entrado al tercer milenio. Y entonces habrá un mal mayor en una cadena vertiginosa e interminable de tribulaciones. Los adelantos científicos han sido capaces de llevarnos a las estrellas y a las insondables profundidades de los mares, pero no han hecho posible la equitativa repartición del conocimiento y los bienes entre los hombres de buena voluntad. Tal vez allí esté la clave del enigma. En el convencimiento de que no existe tal tipo de humanidad. Que la voluntad ni es buena ni mala, es simplemente la potencia del alma, que mueve o no mueve a hacer una cosa. (Punto y aparte). La historia de las ciudades descansa sobre la historia de sus gentes, una por una que en la suma hacen el compendio de las iniquidades. Los promontorios de hechos, conforme se suceden, van formando las capas sedentarias de los estratos inferiores de la historia, ocultando las evidencias, propiciando los fallos de memoria —distorsionada en el tiempo y en la distancia—, tejiendo un manto de cuentos, historias, leyendas, narraciones, entretejiendo una maraña de sucesos inconexos pero que forman un todo en la versión del cronista de la ciudad que se pierde y se reencuentra entre los avatares de su propia conciencia que se estira y que se encoge para, a su vez, llegar al punto muerto de su propia realidad.
    —¡Pero qué bonito habla usté, don Everildo!, comenta un señor que ha estado escuchando en silencio, acompañado por su cuarta botella de cerveza, según lo testifican los otros envases vacíos que se encuentran alineados sobre el mostrador. No entendí gran cosa, pero se nota que echa de menos los tiempos de antes.
    —Esta novísima y progresista ciudad, continúa diciendo don Everildo, ahora dirigiéndose directamente al señor, me sorprendió en la esquina de la doce calle y segunda avenida de la zona uno, donde leí en una de sus paredes del negocio, pintadas a la mejor manera artesanal y evidentemente autodidacta, con los infaltables errores gramaticales de los rótulos de ofertas de ocasión, y con letra gótica Old English Style: Se fabrican antiguedades.
    —¿Y usté qué come para saber tanto, don Everildo?, le pregunta una doña que ha ido a comprar azúcar. Dos libras, por favor.
    —Para llegar a la comprensión del asunto, doñita, le dice, despachándole su pedido, habría que ser de hoy y de antes. Una imposible dualidad, porque de igual manera que no se puede estar aquí y allá al mismo tiempo, no es posible ser de ayer y de hoy sin desafiar dramáticamente las leyes físicas sobre las que descansan las inamovibles estructuras de la existencia. Sin embargo, el anacronismo, ese error que consiste en suponer que un hecho ha acaecido en época distinta de aquella en que sucedió, nada tiene que ver con la falta de correspondencia entre un acto y la costumbre del tiempo en que se realiza. La etimología de la palabra, da como resultado otra: contra-tiempo (contra el tiempo, no contratiempo).
    —Gracias, don Everildo, agradece la señora. Le voy a decir a mi marido que se venga a dar una vuelta para ver si aprende algo.
    —Que le vaya bien, doñita y saludos a su esposo. Contrariamente a mi costumbre, propone don Everildo al señor de las cervezas, filosofemos un poco sobre el asunto de la certeza de lo incierto. Esto tiene sus riesgos. Así que vamos a estar claros en que los asumimos sin chistar. Veamos. Cada vez que me levanto por la mañana —yo no sé cómo lo hace usted pero yo igual que todo el mundo— ni siquiera me doy cuenta qué pie pongo primero en tierra.
    —Ahora que lo dice, yo tampoco, don Eve.
    —Pero deduzco, por mi situación geográfica en el lecho que comparto con la Ofe, mi mujer que, en la rotación obligada, pongo primero el derecho. Asumamos entonces, que cada vez que me levanto por la mañana lo hago con el pie derecho. Esto aparentemente me pone en ventaja sobre los que se levantan con el pie izquierdo, por aquello de que quienes se levantan con ese pie tienen mayores posibilidades de que todo les salga mal durante el día. Yo no lo creo, pero por si acaso, que quede claro. Me siento tranquilo frente a la certeza de lo incierto o a la incertidumbre de la certeza.
    —Eso último sí que sonó bonito. ¿Cómo dijo? La certeza de
    —lo incierto. Vea. Nuestra vida transcurre dentro de dos planos diferentes. Lo que somos. Lo que aparentamos ser. O cómo nos ven los otros y cómo nos vemos a nosotros mismos. Sin entrar en apreciaciones subjetivas sobre ese punto, acordemos que lo único que vale la pena en este doble juego de certezas, es la poca certeza al respecto.
    —¿Me regala otra certecita, por favor?
    —Que sea la última de la noche. Para que no nos quedemos en el juego dialéctico, le entrega su nueva botella, valga decir que no importa con qué pie nos levantamos o si nos vemos o no nos ven de tal o cual forma. Lo que vale la pena destacar, en todo caso, es nuestra actitud frente a las cosas.
    —Con eso sí que no tengo problema, don Eve. Yo tomo las cosas como de quien vienen.
    —Bien dicho, pero el problema se complica si preguntamos sobre la carga de esa actitud. Positiva o negativa. Y sobre la incidencia de esa carga en nuestras acciones cotidianas. Porque nos levantamos por la mañana y ponemos equis pie primero. ¿Qué si ponemos los dos al mismo tiempo?
    —También puede ocurrir. Tiene usté razón.
    —Lo cierto. Lo incierto. Dos caras de una misma moneda. Lo positivo, lo negativo. Polos que se rechazan aparentemente pero que en la adición nos dan más (fuerzas iguales se repelen, más por menos da más).
    —Eso me recuerda a mi profesor de álgebra, don Eve. Tal vez fue el suyo también, se llamaba don Panchito. Nunca pude entender una palabra de lo que decía, pero nos hacía repetir “más por menos da más, más por más da menos”.
    —Después de bajar libros y de meditar profundamente sobre el tema, nos percatamos de que si bien es cierto que una acción positiva o negativa puede determinar el desarrollo de un evento, también lo es que a pesar de esa carga emocional se puede cambiar el marcador durante el encuentro.
    —Ahora sí me la puso más fácil. Hablando de marcadores y de encuentros, ¿va a ir al estadio a ver el clásico de los cremas y los rojos?
    —¿Usted va a ir, don, o sólo me pregunta? Nuestra vida gira alrededor de falsas certezas e inciertas verdades. Todo está en movimiento. Todo es cambiante. El agua que bebemos en el río hoy no será la misma de mañana, aunque estemos situados en el exactísimo lugar.
    —Sí. Voy a ir. ¿Nos acompañamos para ver el fútbol?
    —No, gracias, don, usted sabe que no puedo. Cuando hablo sobre esto no estoy seguro si se podría responder a todo con un F o V (falso o verdadero) como en un examen donde debemos escoger entre dos posibilidades. Es falso o es verdadero. ¿O podría ser medio falso o casi verdadero?
    —Total, le dice el bolito después de vaciar la última gota de su bebida, ¿quién puede saberlo?
    —Yo, porque la única certeza, (y que conste que no digo cerveza), que tanto usté como yo podemos tener en este momento es que aquí finaliza la historia sobre la certeza de lo incierto, porque voy a cerrar la tienda.





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—ASÍ COMO SE LO digo ni más ni menos ¡treinta años! treinta largos años de vivir con la angustia de esas pocas horas y minutos que mi hija padeció antes de su muerte recriminándome doliéndome pensando que tal vez yo hubiera podido hacer algo para salvarla pero no ¿cómo? si ni siquiera sabía dónde estaba y cada pensamiento que con el paso de los años tendría que hacer menos cruda la realidad y más llevadera la cruz solamente ha servido para escaldar la herida para hacerla sangrar para llagarla para engusanarla usté tal vez no pueda entender lo que le digo porque bendito sea dios sus hijos están vivitos y coleando sí ya sé que con Rodolfito siempre ha tenido problemas con eso que le gusta el traguito y otras cosas y que con la Merche con la mala suerte que tuvo ella en su matrimonio pues usté ha sufrido lo suyo según me ha contado porque uno siempre quiere lo mejor para sus hijos pero dígame cómo entender que alguien pudiera así en frío y sin que la nena le haya hecho nada ensañarse en esa forma con ella viera lo que Pablo sufrió el pobre después de eso ya nunca pudo levantar cabeza perdió el pelo se le cayeron los dientes se le subió el azúcar perdió la vista le fallaba el corazón la artritis no lo dejaba trabajar envejeció tanto que costaba reconocerlo debajo de ese costal de huesos él que era tan fuerte tan vital tan lleno de ánimo tan arrecho para todo verse reducido a una piltrafa y lo peor era el remordimiento cuando se enteró de que a mi patoja la localizaron por su culpa bueno él no sabía nada así que no se le puede señalar pero se sentía culpable de todos modos y es que cuando se enojaba no atendía razones no miraba de la pura rabia se dejaba llevar por sus impulsos parecía un toro embistiendo el trapo rojo parecía un tren de carga a todo vapor a toda máquina bajando por una pendiente qué tonta soy ya estoy llorando otra vez pero la sicóloga me dijo que si hablaba de eso que si lo aceptaba iba a ser mejor cada día y no ha resultado porque ha sido peor cada día ¿se acuerda de ella? si le mostré la foto del concurso de belleza ¡cómo se le iba a olvidar! en la flor de la edad llena de ilusiones y tan valiente porque hay que reconocer que para hacer lo que ella hizo se debe tener mucho valor no quiero pensar ¡dios me guarde! que haya sido una víctima inocente me dolería más ahora y me hubiera dolido más entonces como si eso fuera posible pero ella sabía en lo que se estaba metiendo Pablo siempre le decía que tuviera cuidado con sus juntas que se fijara con quien andaba era los dos ojos de Pablo la adoraba a su hija más que a nada en el mundo el pobre se enteró antes que yo de su captura y no me dijo nada y de su muerte me dijo mentiras con tal de no preocuparme más pero una de madre tiene un sexto sentido una antenita que le dice si las cosas andan bien o andan mal y a mí me decía el corazón que algo estaba mal y no me equivoqué ¡cómo me hubiera gustado equivocarme! Pablo había salido a la tienda según me dijo y se estaba tardando demasiado yo estaba sola cuando llegaron los de la funeraria con la noticia pero si a ellos no se les puede culpar porque no sabían que yo no sabía ellos solamente se concretaron a hacer su trabajo y así de esa manera brutal fue como me enteré sentí como si una bomba hubiera explotado en mis oídos dicen que me desmayé yo no me acuerdo de nada y en eso vino Pablo y los echó casi a patadas con las fuerzas que tenía los sacó volando y sólo porque dijeron que comprendían su dolor aceptaron después sus disculpas y se hicieron cargo del velorio y del sepelio pero se las cobraron de todos modos a la hora de pasar la cuenta los muy infelices usté va a decir que parezco disco rayado pero ¿de qué cosa voy a hablar si no? si ya no creo en nada mire la situación ahora que los del bando de los que mataron a mi hija se sentaron a la mesa de negociaciones con los que antes torturaban y asesinaban esta paz es de papel se lo digo yo porque fuimos unas de sus víctimas porque sufrimos en carne propia si tuviera treinta años menos si mi hija viviera le juro que hubiera hecho junto con ella y todos los demás cualquier cosa para impedir que se firmara ese papel sin que antes se hiciera pagar con su vida y con iguales sufrimientos a los que dieron la orden de asesinarla a los que obedecieron la orden y mataron a mi Rogelia y a todos los que dieron las órdenes para que muchos otros atormentaran y mataran a miles de inocentes porque las ideas se combaten con ideas sí sí ya sé que no debo exaltarme que me hace mucho daño que soy una anciana no voy a tomarme esa pastilla estoy bien disculpe pero le digo que no me pasa nada si me he de morir quiero estar lúcida para no olvidar ni un sólo instante a mi hija y a Pablo y a todos los que he querido más que a mi vida de acuerdo un momento más es todo lo que le pido porque necesito que me ayude a salir de aquí usté sabe que tengo un dinerito enterrado en mi casa en la Florida zona 19 si usté me ayuda lo compartiremos todo lo que quiero es que me lleve a la séptima avenida y cuarta calle leí en los periódicos que la casa sin número está desocupada y me gustaría ver si la puedo tomar rentada para poner otro hogar de ancianos pero esta vez sólo para ancianas porque aquí se ve cada cosa con los viejos verdes que para qué le cuento está bien ya termino le digo que no quiero la pastilla no la necesito que no voy a








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Los pordioseros se arrastraban por las cocinas del mercado, perdidos en la sombra de la Catedral helada, de paso hacia la Plaza de Armas, a lo largo de calles tan anchas como mares, en la ciudad que se iba quedando atrás íngrima y sola.
        Miguel Ángel Asturias
        El Señor Presidente


NADIE SABÍA DE DÓNDE había venido ese hombre. De pronto, hace muchos años, se le empezó a ver deambulando por las calles del centro con un sombrero y un abrigo excesivamente grandes y desvaídos que debieron ser negros alguna vez, un palo que le servía de bastón y de arma para intimidar a otros mendigos y a los perros -y también a las mujeres y a los niños que preferían darle una limosna para evitar que los fuera a golpear-, y un bulto, amarrado fuertemente con un lazo, que contenía todas sus pertenencias y que nadie le había visto desatar jamás. La gente no sabía si reír o llorar ante su imagen. A ratos parecía arrancado de un comic o salido de una leyenda, porque le ajustaba la descripción de El Sombrerón. Otras veces era la estampa misma de la desolación y del desamparo. Se creía que era mudo, pero unos pocos aseguraban haberlo oído hablar en ocasiones aunque sin entender una palabra. Decían que parecía una jerigonza y un estudiante de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de San Carlos había tenido la osadía de grabar subrepticiamente sus palabras, sus extraños sonidos, pero ninguno de ellos, incluyendo especialistas en lenguas muertas y dialectos, al escuchar la cinta, pudo concluir sobre sus raíces y procedencia. La transcripción, que circuló profusamente con motivo de su estudio, fue publicada en el Diario laRepública por el Cronista de la Ciudad Miguel Álvarez, y es la siguiente:        
            Tujú paguábara paguábara emeyéberel tujuyochún pochunr sijisíbiri aguábara caguábara sochún
    (Repitiéndose en un obstinado).    
    Al principio, sería por los setentas, su conspicua figura se veía exclusivamente en el casco central de la ciudad; pero después desaparecía durante largas temporadas. Hasta que ocurrió lo que pasa en estos casos cuando algo deja de ser una novedad y se pierde en lo cotidiano, mimetizándose en el medio que lo circunda. Conforme la ciudad crecía, el radio de acción de este folclórico personaje —La Habana revolucionaria tuvo el suyo, llamado El caballero de París— se iba extendiendo hacia los márgenes, por lo que con el paso de los años resultaba más difícil encontrarse con él. Sin embargo, la grabación y posterior publicación de sus palabras le valieron, por primera vez, un nombre en el que todos estaban finalmente de acuerdo: Tujú-Paguábara-Paguábara, abreviado a Tujú-Paguábara.
    Y cuando la gente, en especial los colegiales, a sus espaldas le gritaba Tujú-Paguábara-Paguábara, sus pequeños ojos se encendían y respondía lleno de júbilo ¡Emeyéberel Tujúyochún Pochunr Sijisíbiri Aguábara-caguábara-sochún! y se sacaba el miembro, poniéndose a orinar desenfadadamente.
    Hay un hombre, sin embargo, que desde el instante de leer la crónica en el periódico, se da un golpe en la frente con la palma de la mano y pronuncia en voz alta el significado. Los que están con él, al escucharlo, le preguntan si se trata de un nuevo trabalenguas o de alguna fórmula mágica.
    —No es nada, dice Martín, colocando el diario en una gaveta. Se trata de un recuerdo de hace mucho tiempo. Nada más.
    Y decide postergar —si ya lo había hecho durante más de un cuarto de siglo— otra cosa que no fuera la reinserción de los ex-guerrilleros a la vida civil y el fiel cumplimiento del convenio de una paz firme y duradera que estaba en pleno desarrollo en esos momentos.





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—EL RITMO DE LA vida moderna nos hace perder el paso de la existencia. Y, para colmo de males, se nos enseña que todo debe planificarse perfectamente a corto, mediano y largo plazo, para salir al encuentro de lo inesperado. Lo bueno y lo malo está fríamente previsto. Y nada debe apartarnos de los parámetros fijados si no queremos desarmonizar y ser rechazados por el establishment. Somos parte de estadísticas, censos, promedios, tipos, categorías, grupos. Dentro de ese esquema, nuestro comportamiento debe ceñirse a lo indicado por las normas sociales y de etiqueta. Hay que cuidar los signos exteriores. La ropa y el corte de cabello, bigote, barba deben estar a la altura de las circunstancias. Los tatuajes, adornos, maquillaje exagerados no tienen cabida en una sociedad hipócrita y corrupta que propugna por el consumismo y el acaparamiento desmedido de bienes materiales, así como todo tipo de distinciones, medallas, pergaminos que se puedan lograr en el regateo. Por lo anterior, creo que el retorno a la naturaleza, a la vida sencilla, a los valores espirituales se hace necesario con una disciplina similar a la que acostumbran los viciosos para dejar su adicción: las 24 horas de sobriedad. Dicho lapso de tiempo no tiene el mismo significado para los conservadores, los sectarios, los responsables de mantener las líneas de producción a todo nivel, para los que propugnan una forma de vida mejor mañana, en el futuro, en la vida eterna. El hombre sencillo, por el contrario, cuenta las 24 horas de su día como única medida para la existencia. Y no es que esté renunciando a su trabajo, a sus estudios, a su familia, sino que se esmera porque esas 24 horas de cada día sean las mejores que pueda darse a sí mismo y a los demás. Tampoco quiere decir que se viva una vida perfecta y alejada de las tentaciones, los errores, los sinsabores y los fracasos. La condición humana no lo permitiría; pero sí que esas 24 horas, a pesar de la carga negativa que conlleva una relación en sociedad, tenga calidad y sea armoniosa con el entorno. Sin llegar a los extremos del ascetismo, la contemplación, la meditación profunda, hay ciertos fundamentos que deben tomarse en consideración. En nuestra vida normal de todos los días perdemos mucho tiempo en el proceso de procurarnos el dinero suficiente para subsistir. A tal grado, que pasamos nuestras mañanas, nuestras tardes, nuestras noches enfrascados en una lucha por lo que llamamos la supervivencia. Debemos pertenecer a tal sociedad, a tal club, a tal grupo; debemos obtener las más altas calificaciones; debemos prepararnos mejor. Y cuando sentimos, se nos ha ido la vida sin darnos cuenta. Hemos vivido años adelante y descuidado las 24 horas de cada uno de esos días. Se plantea la supervivencia como un combate donde se triunfa o se muere. Los términos medios no existen. No basta lo indispensable y debemos esforzarnos por lograr más y más cada día. Para llegar a las metas que nos hemos fijado a corto, mediano y largo plazo, distorsionamos la realidad de cada día. Se nos olvidan las sonrisas, los abrazos, los cariños, las frases amables, las cosas simples que hacen la delicia de una existencia. Las cosas que están frente a nuestros ojos pasan inadvertidas porque la mente está pujando por lo que va a pasar mañana, la semana entrante, el próximo año. Y es que hay tanta maravilla en cada uno de los segundos, minutos de nuestras veinticuatro horas, que vale la pena detenerse un instante para contemplar una flor, acariciar a un niño, componer un poema, una canción, ver viejas fotografías, tratar, en fin, de sacarle el jugo a ese lapso de tiempo que para nosotros no puede significar nada, pero que para la mosca, por ejemplo, es su vida entera.
    —Quiero felicitarte por esa disertación, Mariana.
    —¡Gerardo! ¿Eres tú? ¿Cuándo llegaste? ¿Cómo estás? ¡Qué sorpresa!
    Los dos se funden en un abrazo. Se toman de las manos. Se separan un poco para verse mejor. A ella le ha salido el color en las mejillas. A él le brillan los ojos detrás de sus gruesos lentes.
    —Estás igual.
    —También tú.
    —No mientas.
    —No mientas.
    Los dos ríen. Gerardo se enteró por el periódico que la sicóloga iba a dar una conferencia sobre “Vivir cada veinticuatro horas” en el Centro de Desarrollo Humano. Y allí estaban, frente a frente, después de tanto tiempo.
    —¿No te parezco ahora un punto de admiración?, le pregunta Gerardo.
    —No, sonríe turbada recordando la Avenida de los Árboles. Más bien me pareces un libro abierto, un bestseller. ¿Y la moto?
    —Perdida, como casi todo.
    —Me casé, Gerardo. Y tengo dos hijos.
    —Sí. Lo supe. ¿Cómo se llaman?
    —El mayor, Gerardo. La nena, Rogelia.
    —Lindo nombre. El de ella, por supuesto.
    Hay una pequeña pausa incómoda, que es aprovechada por otras gentes para felicitar a la sicóloga. Gerardo da unos pasos hacia atrás para observarla un poco en la distancia. Mariana está en plena madurez. La edad le ha favorecido. Ella, después de despedirse de sus invitados, se acerca sonriente.
    —Esto debemos celebrarlo. Te invito a cenar.
    —¿No se molestará tu marido?
    —Estoy separada.
    —Lo siento.
    —Vamos, acepta. Te cocinaré algo. A Gerardito y Rogelia les encantará conocerte. Les he hablado tanto de aquellos tiempos. De nosotros.





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—MIS AMIGOS, COMENTA DON Everildo, —con muchos de ellos para qué va a necesitar uno de enemigos—, a la manera de un slogan publicitario que de tanto escucharlo se termina por creer, dicen que mi mujer es buena y que lo único malo que se le puede achacar es tenerme a mí.
    —Tiene razón, don Eve, dice el señor empinándose una botella de cerveza, la tercera, según la cuenta, se es bueno y se es malo, dependiendo del color del cristal con que se mire.
    —Usted parece entenderme, don, continúa el tendero. Bueno y malo. Diferentes caras de una moneda, pero que se complementan una a otra para hacer el todo. Parte de una misma naturaleza que la falsa moral y los convencionalismos se encargan de distorsionar para esconder las verdaderas intenciones.
    —Las verdaderas oscuras intenciones.
    —Exacto. ¿Le sirvo otra certecita?
    —A mi cuenta y riesgo, bien fría, gracias.
    Destapa la botella, se acerca a él, quien extiende la mano para recibirla. Pero don Everildo, abstraído en sus pensamientos, deja en suspenso la conclusión del movimiento.
    —Si las intenciones son el motor de las acciones, dice don Eve, la complejidad de la conducta humana se simplifica de una manera increíble cuando nada se esconde. Es obvio pensar que el arte del disfraz y de la simulación ha sido llevado a sus máximas expresiones para ocultar la verdadera naturaleza animal del hombre.
    Y se queda inmóvil. Ambos lo están. El uno con la mano extendida y el otro sin terminar de entregarle la cerveza.
    —Los amantes de los animales se molestarán cuando escuchen que afirmo esto, argumentando que éstos son mejores que las personas porque actúan por instinto. La irracionalidad, que es atributo animal, en el hombre se transforma en una aberración.
    Retrocede unos pasos, llevándose consigo la botella. El don se ha quedado de una pieza, sin saber qué hacer para que le llegue el vital líquido a las manos y al gaznate.
    —Pero todo está íntimamente conectado con la educación, la cultura, las tradiciones, los mitos, los tabúes. Eso que no es más que el lustre, la cáscara de las verdaderas inclinaciones del ser humano, esconde —consciente o subconscientemente— la verdad que está escrita en los genes de cada persona. La herencia, como agregado, y lo que ha dado en llamarse la inclinación natural, juegan un papel determinante en la personalidad.
    Finalmente se acerca y el don aprovecha para casi arrancarle de las manos su cerveza por entre los barrotes.
    —¡Salucita, don Eve!
    —Salucita. Para ahondar más en la confusión, hay factores puramente externos, existenciales, incidentales que pueden convertir a un malo en bueno —o viceversa—. Estos ejemplos se dan, principalmente, en los enunciados de las doctrinas religiosas donde sólo el arrepentimiento es suficiente para el perdón y, de consiguiente, para que los nuevos patrones de conducta sean aceptados. En la sociedad civil, con las leyes y reglamentos, la cosa es más complicada, porque el perdón únicamente puede llegar a través del jefe de estado o después de la expiación de parte de la pena impuesta.
    —El perdón, dice el señor, apurando el contenido de la botella con avidez, es un tema apasionante (eructa). ¡Perdón!
    —Está perdonado. Los gases se suben fácilmente a la garganta. Pero volviendo al tema, arranca don Everildo, de esto se deduce que la bondad y la maldad son lo mismo, visto desde ángulos diferentes. El que ayuda a un asesino a escapar, por ejemplo, para unos estaría ejerciendo un acto de bondad para salvar al individuo; pero al entregarlo a la justicia podría también ser tachado por otros de malvado y revanchista.
    —Buenas noches, doña Ofe, dice el señor a la esposa de don Everildo que entra en ese momento.
    —Buenas noches, don. ¿Cómo estuvo el juego anoche?
    —Perdieron los rojos.
    —¡Qué le vamos a hacer! No siempre se gana. Disculpe, a su marido, el doctor dice que si no sacás a caminar a la chuchita todas las noches, le va a dar un infarto con lo gorda que está.
    —Ya voy a cerrar, Ofe, y la llevo a dar su vuelta. No te preocupés.
    —Buenas noches, don.
    —Buenas noches, doña Ofe.
    Ella sale. Don Everildo se ha quedado que no sabe si cerrar de inmediato o terminar con lo que estaba. Lo último es más fuerte.
    —Hay en el comportamiento humano esa línea casi invisible, ese espacio donde se funden lo bueno y lo malo, que llamamos justicia. Porque la justicia castiga al culpable con la misma energía que protege al inocente. Y porque en su ceguera no hace más distingos que en relación al delito o a la ausencia del mismo.
    —A propósito de injusticia, figúrese que los rojos perdieron porque el árbitro estaba comprado. En los últimos minutos marcó un penal. ¡Qué le parece!
    —Terrible, don. Pero permítame, para no perder el hilo del asunto. Al que abandona todo para seguir un ideal, se le señala como injusto. Al que se juega la vida en la ruleta de la fortuna, como temerario. Al que lucha por una causa, necio. Y en la balanza del bien y del mal todos tenemos nuestro lado que inclina el fiel hacia uno u otro polo. Porque es muy difícil lograr el equilibrio.
    —Minuto ochenta y nueve. Empatados a uno. ¡Si no le digo, pues!
    —La pregunta, sube un poco la voz don Eve, es si somos buenos o malos en relación a los patrones aceptados por los demás, y si nuestra inclinación obedece a la noción de nosotros mismos. En otras palabras, si somos buenos o malos a los ojos de los demás o de los nuestros.
    —Todo el mundo gritaba: ¡Rojos, rojos, rojos, rojos!
    —La respuesta carece de valor ante la cultura de la complacencia. Están en juego, y aquí le puedo decir que no importa si son rojos o cremas, los patrones de una sociedad que se debate entre los valores impuestos por los que gobiernan el cuerpo y el alma. Se es bueno y se es malo. Punto. Nadie parece querer ahondar demasiado en el concepto.
    —Estuvo a punto de ocurrir otra tragedia, como cuando murieron más de setenta aficionados en el juego eliminatorio del Mundial entre Guatemala y Costa Rica, ¿se acuerda?
    —Mientras tanto, seguimos empecinados en vivir la vida como si se nos fuera a acabar el día de mañana. Valdría la pena poner atención a la naturaleza para darse cuenta de que allí no existe el bien o la maldad como los concebimos. Únicamente la noción de que hay un ciclo por cumplir. Y eso parece ser suficiente. Voy a cerrar. Tengo que sacar a la perra a dar su vuelta.
    —Lo acompaño, don Eve. Así aprovecho yo también para arrimarme a mi arbolito porque tengo la vejiga a punto de estallar.






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LA DIOSA DE LA PAZ (AP)

RECUERDO QUE SOLAMENTE UNA vez antes en la vida he tenido una sensación semejante. Y fue al contemplar la estatua de la Diosa de la Victoria de Samotracia en el Louvre de París. Frente a esa visión, creí que nunca más podría conocer la excelsitud de la belleza, el sumo de la gracia. No hasta ahora. Y fue durante las recientes e históricas jornadas de la desmovilización en alguno de los campamentos guerrilleros del altiplano de Guatemala, para cumplir con los Acuerdos de Paz Firme y Duradera, cuando pude posar los ojos en esa adorable criatura, esa especie de aparición, esa indiscutible diosa de la paz. La imagen impactante de una joven india quiché de pie y en cuerpo entero, fusil AK-47 al hombro, cinturón militar con tolvas y cantimplora, vistiendo güipil, corte regional y caites, con un mechón de su negro cabello que acaricia entre sus dedos y la mirada baja y la inocente sonrisa, mientras un helicóptero de la ONU aterriza en —¿o despega de?— un plan del fondo, dio la vuelta al mundo por Associated Press. Estoy absolutamente seguro —y usted me dará la razón si tuvo también la dicha de poder contemplarla— que esta joven ex guerrillera, descendiente directa de la diosa Ixchel -patrona de la luna y de los nacimientos-, no bajó de la montaña como quieren hacernos creer algunos sino descendió del cielo propiamente, como los ángeles. La corporal belleza, que lleva en sus venas sangre preñada con semillas del odio y la violencia de una historia de más de quinientos años de dominación y vergüenza, la emparienta con el rey Pacal por la nobleza de su continente, pero también con los dioses de la guerra, del trueno, de los terremotos y de la venganza por su ejemplar coraje y determinación. Esta hermosa joven quiché, cuyas manos están destinadas a redondear hábilmente las tortillas del milenario maíz, a lavar los cortes sobre las riberas de los límpidos ríos de su aldea, a depositar la simiente en los fértiles surcos y a recoger el producto nutritivo de la tierra con cada cosecha, se vio tempranamente envuelta en las faenas propias de los hombres y mujeres que, internados en la selva y en la sierra, pelearon palmo a palmo contra las fuerzas militares para tratar de recuperar su calidad de pueblo digno, libre y soberano. Esta niña, conoció primeramente el miedo y la angustia, la soledad y el cansancio, el sabor del polvo y de la pólvora. No tuvo más manto que el de las estrellas en las noches y otro alimento que el que le brindó generosamente la madre naturaleza. No pudo ir a escuela y aprender los números y las letras, no jugó con las muñecas de tusa, no tuvo gallinas ni coches que cuidar. Pero esta joven diosa de la paz, templada a sangre y fuego por los rigores de la guerra, representa la esperanza de su raza. Sus manos ya no estarán en contacto con el frío metal de un fusil. Sus ojos ya no verán la miseria de la barbarie, de la muerte y de la destrucción. Ahora su vientre germinará la semilla de su pueblo, sus pechos amamantarán los hijos de su descendencia, y sus brazos mecerán tiernamente el promisorio futuro de la patria. Si yo fuera un poeta, le escribiría los versos más sentidos esta noche. Si yo fuera un hombre de su etnia y condición, la esperaría cerca de la poza de la aldea para cortejarla y hacerla mi mujer. Si yo fuera un dios en su universo, trabajaría gustoso los seis días de la creación para descansar a su lado el séptimo. Pero como no soy nada de eso sino únicamente un soñador, tengo que conformarme con contemplar su adorable imagen un instante más, para luego doblar la página del periódico para dejar ya de estar pensando en locuras y ponerme a trabajar de una vez por todas.





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TUJÚ PAGUÁBARA PAGUÁBARA EMEYÉBEREL tujuyochún pochunr sijisíbiri aguábara caguábara sochún, repite mentalmente Martín, poniendo en orden los sonidos para, a través de ellos, de cada golpe de voz, llegar al significado del contenido oculto. Su pensamiento recorre raudo en un movimiento oscilatorio de sismógrafo —porque en este momento sus emociones solamente podrían medirse con el mismo aparato con que se tasa la furia asoladora de la naturaleza— la amplia gama del espectro de su memoria que choca con los bloques subconscientes del olvido, la distorsión, la magnificación, la minimalización de los eventos que constituyen su realidad existencial. Y es que olvidar no es otra cosa que postergar el reencuentro con la cruda verdad. Porque duele. Porque representa el cul de sac de los infortunios, el lugar a donde van a dar las traiciones, los desengaños, las frustraciones.
    Martín esperó a que todos se fueran. Al último de ellos casi lo tuvo que echar a la fuerza. Quería estar solo. Poner en orden sus ideas. Meditar un poco sobre su actividad actual y sopesar las consecuencias de una acción a todas luces necesaria pero violenta. La venganza, se dijo, tiene que ser privilegio de los dioses. Pero cómo corroe el alma mientras no llega, cómo mina las fuerzas y el entendimiento, cómo hace miserables las horas y minutos y días y años que tarda. Este era un asunto de justicia. Pero de una justicia —profana o divina— que nada tiene que ver con jueces y fiscales, tribunales y apelaciones. Era cosa juzgada. Las condenas a muerte. Las ejecuciones dependían de que los sujetos fueran ubicados. Nada más.
    Nada más. En tres décadas todo esfuerzo para encontrarlos había sido infructuoso. Como si la tierra, en una complicidad sin nombre, los ocultara en sus entrañas. Por un momento se pensó que podían estar muertos o fuera del país, pero eso hubiera sido demasiado fácil, demasiado conveniente para que un gobierno corrupto y genocida tapara sus culpas y evitara el destape de la caja de Pandora.
    El oficial y el esbirro que habían torturado y asesinado a Rogelia estaban completamente identificados. Martín podía, al alcance de su dedo, tener toda la información sobre ellos. Toda, menos acerca del lugar donde se encontraban actualmente. Y esa tarea, sumada a la reinserción a la vida civil de los ex-guerrilleros y a la formación de un partido político que fuera representativo de la izquierda revolucionaria, consumía su tiempo y energía.
    La supervivencia de Martín se debía a Gerardo, porque había enloquecido, literalmente. Y en ese estado, aunque la furia homicida lo convertía en un arma letal muy efectiva, ponía en peligro a toda la organización. La prioridad uno de Gerardo era sacarlo del país a la mayor brevedad posible, pero estaban en medio de una ofensiva en la que Martín era pieza fundamental y debía esperar. La emboscada al vehículo de la G2 había significado un éxito, pero no habían tenido suerte. El capitán no iba en su interior, como estaba previsto. Y uno de ellos, el principal esbirro, había sobrevivido inexplicablemente a las graves heridas.
    La eventualidad proporcionó un manto para que Martín pudiera desaparecer más tarde del panorama. El 2 de octubre de 1966 moría Turcios. Martín lo sustituyó como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Sabido por los militares que las FAR estaban sin jefe, iniciaron una ofensiva contrainsurgente en Zacapa, comandada por el general Arana Osorio, para evitar que Martín pasara. Sin embargo él pudo regresar, oculto en un camión lleno de mercadería, el cual fue revisado por varios oficiales y soldados en los diferentes controles establecidos para el efecto, y desde allí dar una primera entrevista a la prensa nacional en la Sierra de las Minas.
    A principios de 1967, Martín tuvo que bajar de la montaña para ir a una conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad, donde se reunían representantes de todos los movimientos guerrilleros del área. Se hicieron los arreglos para que fuera acompañado por una sola persona hasta Río Hondo, donde pasaría a recogerlo un pick-up que llevaba una caja de muerto en la que se introdujo para llegar a la capital.
    El equipo que Martín usaba era único en el país en esa época, tanto que ni el mismo ejército lo tenía, y consistía en una mochila, arneses y un fusil M-16 norteamericanos. Todo esto se quedó en manos del guerrillero que bajó con él.
    El ejército se enteró tarde que Martín iba a bajar y cuando envió las patrullas, ya no estaba por allí. Rasuraron el área y coparon al guerrillero. Este, con el fusil de Martín provisto de mira telescópica, hizo por lo menos 17 bajas entre los soldados antes de que pudieran abatirlo con morteros y granadas.
    La unidad se ufanaba de haber liquidado a Martín, mostrando el equipo como prueba, ya que el cuerpo del combatiente había quedado destrozado. La noticia apareció al día siguiente en todos los diarios del país y del extranjero. Martín estaba oficialmente muerto.
    Eso fue muy conveniente para la guerrilla. Aparte de Gerardo y un par de colaboradores, nadie más sabía que Martín había viajado a La Habana, Vietnam, Corea, la Unión Soviética, no volviendo sino clandestinamente en 1972, para ser uno de los fundadores del Ejército Guerrillero de los Pobres EGP, y para luego incorporarse a la lucha armada de El Salvador, Nicaragua y con los Zapatistas en Chiapas.
    Para la mayoría de gente, Martín había estado muerto por una treintena de años. Su aparición, con motivo de los tratados de paz, lo devolvía oficialmente a la vida.
    Martín mueve la cabeza, como siempre le pasa cuando se pone triste, para sacudirse las telarañas del recuerdo. Había amado a esa mujer. Y había jurado, aún a costa de la propia, derramar hasta la última gota de la sangre de sus victimarios. El diario llama nuevamente su atención. Piensa en el mendigo y en su extraña jerigonza. Toma papel y lápiz. Y escribe:

Tujú paguábara paguábara emeyéberel tujuyochún pochunr sijisíbiri aguábara caguábara sochún

    Luego subraya:

Tupaguábara paguábara emeyéberel tujuyochún pochunr sijisíbiri aguábara caguábara sochún

Y finalmente escribe con gran excitación:

Tupapá el-tuyo-por-si-acaso





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—ESTAR MÁS DE ALLÁ que de acá no es otra cosa que a punto de colgar los tenis, de entregar el equipo, de irse shuco, de pasar lista allá arriba, dice Gerardo. Pero estar con un pie aquí y el otro allá, es diferente. Quiere decir que nos encontramos entre Jerez y la frontera, a mitad del camino entre ninguna parte.
    —La mayoría de las veces, en medio de nuestra vida cotidiana, nos vemos perdidos en la maraña de los asegunes. Vacilamos ante las disyuntivas. Dudamos de la efectividad de los pasos que nos han guiado hasta donde estamos en esos momentos, y de la dirección que debemos tomar a continuación. Sopesamos con una y otra mano las probabilidades, aspiramos hondo a ver qué pasa, dice don Everildo.
    (La tarde es fría. El sol se mete entre las brumosas montañas. Cae la noche. A lo lejos alguien canta. No. Alguien grita. No. Alguien llora).
    Gerardo: Así, en cada etapa de nuestra vida, frente a cada reto, ante cada tribulación. ¿Y qué tal si nos equivocamos?
    Don Eve: La complejidad de los eventos, la sutileza de las causas, lo inesperado de las acciones, nos arrastran inevitablemente. Es cuando nos preguntamos qué es lo que estamos haciendo allí, que por qué no nos fuimos hacia allá, si acaso hubiera sido mejor dar media vuelta e ignorar tal y cual cosa.
    (La tarde es cálida. El sol se mete entre los riscos del monte. Cae la noche. A lo lejos alguien canta. No. Alguien ríe. No. Alguien suspira).
    Gerardo: Somos los arquitectos de nuestro propio destino, solían decir las abuelitas. Nuestra vida es una página en blanco que debemos llenar con cada acto. Enmendar con cada error. Y luego, ¿qué? Guardarla celosamente en la cajilla de seguridad de un banco. O tal vez meterla en la gaveta del escritorio para releerla después de un tiempo. O arrancarla y esconderla en el ropero para que no la encuentren sino después de mucho trabajo. O destruirla para que sea historia.
    Don Eve: Todavía no ha sido inventada la fórmula de la infalibilidad. La perfección se redibuja cada día para volver a empezar otra vez. Pero el tiempo no se detiene en ese tipo de apreciaciones y la duda está allí, clavada como un aguijón, ante la incertidumbre.
    (La tarde es lluviosa. El sol no se ha asomado en todo el día. Cae la noche. A lo lejos alguien canta. No. Alguien maldice. No. Alguien implora).
    Gerardo: Estar con un pie aquí y el otro allá, brinda estabilidad. Es la posición favorita de los marineros para poder resistir el embate de las olas sin caer. Y para los viejos lobos de mar tener un pie aquí y el otro allá es como la reafirmación de que en cada puerto los espera un amor. Pero eso es otra cosa.
    Don Eve: Nos volvemos a ubicar en medio de ninguna parte. Estamos allí, de pie, en la posición que dijimos, que si nos vamos para este lado o mejor para el otro. Y así, como quien no quiere la cosa, de pronto hemos llegado a nuestro destino.
    Gerardo: Los que saben de esto dicen que por más que hagamos, digamos, opongamos resistencia, lo que es, será. Tal vez si hubiéramos puesto un poco de atención a las señales, no hubiera sido. Lo que nos llevaría de regreso al mismo lugar donde nos encontrábamos al principio.
    (La tarde es esplendorosa. El sol está pintado de rojo en el ocaso. Cae la noche. A lo lejos alguien canta. No. A lo lejos alguien canta. No. A lo lejos alguien canta).
    Don Eve: Después de todo, tal vez ni valga la pena sumirse en esta serie de apreciaciones que inevitablemente nos conducirán a un lado o al otro del espectro de las probabilidades que, como sabemos, son una en un millón, por decir algo.
    Gerardo: Sería mejor, en todo caso, terminar con el tira y jala de que si para un lado o para el otro, y quedarnos quietos, tranquilos, sin prisas, sin ansiedad por llegar a ninguna parte, mientras contemplamos el sol rojo como un tomate que se mete detrás de las montañas y escuchamos la voz de alguien que canta a lo lejos y no hacemos nada más mientras cae la noche y llega la oscuridad y recibimos un baño de estrellas. Sólo para variar.
    Hay una pausa. El bolito de las cervezas aplaude. Gerardo y don Eve se funden en un abrazo.
    —Mi hijo el poeta, dice don Eve.
    —Mi papá el filósofo, dice Gerardo.
    —De tal palo tal astilla, dice el don apurando su cerveza. Si hasta me recuerda el regreso del hijo pródigo. ¿A ustedes no?




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MARIANA RESULTÓ SER UNA excelente cocinera. Con esto podría quedar concluido el asunto y todo el mundo contento. Gerardo regresa a la patria. Encuentra a Mariana ya hecha una profesional, con dos hijos y separada de su marido. No sabemos nada sobre la vida sentimental de Gerardo, pero se nos lleva a pensar que la cosa puede terminar en romance entre ellos, especialmente ahora que he finalizado de leer “Andamios” de Mario Benedetti, que trata sobre el regreso del exiliado, su feliz reencuentro con una correligionaria y la relación amorosa entre ambos con trágico y lamentable final.
    También porque ahora sabemos que Gerardo y sus padres —don Eve y doña Ofe— se han reunido después de una separación forzada por la lucha revolucionaria.
    Martín, por otro lado, después de su periplo por los países socialistas y las revoluciones, creído muerto por los de un bando y el otro, y vuelto para organizar el partido político de la izquierda, después de la promocionada firma de la paz en Guatemala, se topa accidentalmente en un diario con una jerigonza al estilo de la del “Viaje al centro de la tierra” de Julio Verne, y gracias al desciframiento de la misma logra ubicar al esbirro que asesinó a Rogelia.
    Sabemos también que Pablo se vino abajo desde la tortura y asesinato de su hija, y que la progenitora, Herminia, íngrima y sola, pasa sus últimos días en un asilo de ancianos, fantaseando sobre la casa sin número, que sí existe, pero que ahora ya no es más el cuartel de la temida inteligencia militar, sino que se ha convertido a saber en qué cosa de la Guardia Presidencial. (La misma mona con diferente vestido). Pero.
    Las causas que motivaron este escrito van más allá de simplemente contar una historia de aventuras, amor y muerte. En el ámbito de esta realidad, después de treinta y seis años de conflicto armado, y mientras todavía no desaparecen las causas que lo originaron, no se puede hablar de una reconciliación, de una convivencia pacífica, del perdón, del borrón y cuenta nueva.
    La sangrante América Latina —y muchos otros pueblos tercermundistas— va a necesitar mucho más que discursos, manifiestos, convenios y buena labia. Los daños causados son irreversibles y la cura tiene un costo demasiado alto, como siempre, para los ciudadanos de segunda categoría para abajo.
    Nadie va a creer un cuento de aparecidos con un happy end hollywoodense y todos tranquilos y contentos. La realidad no puede ser sobrepasada por la ficción. De allí el éxito de Lucas y su Guerra de las galaxias, y del Cyberspace. La tercera dimensión, el mundo inconmensurablemente real, es un pobre ensayo de la cuarta, la quinta, la sexta y quién sabe cuántas más dimensiones que se abren, como agujeros negros en la capa de ozono, para dejar penetrar los mortíferos rayos gama, alfa, beta ¡qué sé yo!, que van a acabar un día no muy lejano con todo lo que se mueve y respira y existe entre los cuatro puntos cardinales del planeta Tierra.
    Mariana resultó ser una excelente cocinera. Los hijos de Mariana, Gerardito y Rogelia, de quince y doce años, se pegaron una gran divertida a costillas de Gerardo, porque parecían conocer mejor que él su vida y milagros, poniéndolo en aprietos en cuanto a fechas, eventos, lugares, personas, que él trastocaba sin darse cuenta. Cuando por fin se quedaron solos los dos, Gerardo estaba de mal humor.
    —Conozco esos negros nubarrones sobre tu frente, dice Mariana.
    —Me gustan tus hijos, dice Gerardo.
    —No se dan así con cualquiera. Mira que hasta improvisar un concierto para que los escucharas. Gerardito quería estudiar saxofón —le encanta el jazz—, pero su maestro lo convenció para que mejor se cambiara a clarinete. Que si aprende a tocarlo, le será muy fácil continuar con el saxo. Le costaría más a la inversa.
    —Tiene un sonido muy dulce el instrumento, aunque grave y profundo. Rogelia no lo hace nada mal con la flauta.
    —Es muy aventajada y le dieron una beca en el Conservatorio.
    —Pero míranos aquí, hablando como un par de viejitos. ¿Cuántos años dices que tiene Gerardito? ¿Quince?
    —Sí, y la nena doce.
    —Quiere decir que él nació al poco tiempo de haberme ido.
    —No te hagas ilusiones, Gerardo. No es hijo tuyo. Aunque lo hubiera deseado con toda el alma. No es hijo tuyo.
    —Todavía sabes leer muy bien en las personas.
    —La superchica, ¿te acuerdas?
    —Como si fuera ayer. Háblame de tu marido.
    —Preferiría no hacerlo. No ahora, por favor.
    —Está bien. ¿De qué entonces?
    —Cuéntame de ti.
    —Lo de Rogelia destrozó la vida de todos nosotros. Éramos jóvenes y tan vitales, teníamos ideales y esperanza, se nos antojaba componer el mundo. Estos últimos quince años los pasé en la clandestinidad. Tiempo en la montaña y tiempo viajando por infinidad de países para conseguir el apoyo de organizaciones humanitarias. No me dejé ver sino hasta recientemente en México, Oslo, El Salvador, para los acuerdos de paz. Dejé de publicar por completo.
    —¿Te casaste?
    —Sabes lo que pienso del matrimonio. Viví con algunas mujeres, tuve algunas compañeras, pero nada serio ni permanente.
    —Nada parece ser serio ni permanente en esta vida.
    —¿Habla la mujer o la sicóloga?
    —Hablan las dos. Cuando te fuiste me quedé vacía. No sabía qué hacer con mi vida. Iba a la facultad sólo para recordar los lugares que solíamos recorrer. Hasta que un día me dije: Mariana, en vez de estar viniendo aquí por nada, mejor matricúlate y gradúate. Y eso hice.
    —¿Estudiaba allí tu marido?
    —En los tiempos de mayor represión, cuando las tropas del gobierno invadieron la universidad, él me salvó la vida. Era catedrático.
    —¿Era?
    —Preferiría que
    —Yo no puedo leer tan bien en las personas como tú lo haces, pero reconozco cuando se me oculta algo.
    —Tienes razón, Gerardo. Pero, por favor, dame un poco de tiempo. Todo ha sido tan repentino que






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—TENGO MIS DUDAS EN relación a la medida de las cosas, dice don Eve. Sin embargo entiendo que todo es puramente referencial, a partir de, y en una forma comparativa. Una prueba irrefutable de esto, es la placa que los científicos han enviado al espacio —para que otras inteligencias interestelares, al encontrarla plantada en la Luna o en Marte, puedan hacerse una idea de cómo somos los terrícolas—, con un diagrama a lo Leonardo da Vinci, donde se muestran las características de un hombre y una mujer y sus dimensiones en un plano relativo a la medida, la divina proporción de los grandes maestros del arte, en el entorno específico del sistema solar y su masa. Según esto, cada cosa tiene su propia medida. Y en el marco referencial, el tamaño obedece al conocimiento que se tiene de una base comparativa, independientemente de las características específicas del objeto que se mide. Un ejemplo lo constituye la descripción de algo bi o tridimensional, resultado de la pesquisa policial. Una persona. Lo principal a determinar son el sexo, la estatura, la complexión, la raza, el color de la piel, el cabello, los ojos, a través de una inspección ocular. El plano de referencia inicial lo constituye una tabla dibujada en la pared, donde están claramente marcadas las variables de estatura en el sistema métrico decimal —o cualquier otro en uso—. Los sujetos permanecen de pie frente al panel y se tiene, de inmediato, una medida global en los parámetros antes indicados. La medida se ha obtenido en base a una constante que es el resultado de la suma de determinado número de elementos. La divina proporción, mencionada antes, es la de ocho cabezas para formar la longitud del cuerpo humano. Menos cabezas es un enano. Más cabezas se vuelve un gigante. ¿Y de dónde ha salido la divina proporción? Volviendo al ejemplo de la pesquisa policial, el hecho de que un individuo que mide 1 metro 80 centímetros de estatura contenga en su longitud ocho cabezas, no impide que otro de 1 metro 60 las pueda contener también. Ambos corresponden a la divina proporción, pero uno es indiscutiblemente más alto que el otro. Las medidas —que son de longitud, de peso, de volumen, de fuerza, etcétera— corresponden al estado de las cosas. Sin embargo, en el plano subjetivo, quedan muchas preguntas sin respuesta. Un vaso que contiene en la mitad de su capacidad líquido, ¿está medio vacío o a medio llenar? En el contexto de una acción se puede determinar el extremo. Por ejemplo, vemos que alguien vierte líquido en un vaso y lo llena hasta la mitad. Vemos que alguien bebe de un vaso y lo vacía hasta la mitad. Hay una certeza absoluta de que está medio lleno o medio vacío. Pero remitámonos a una imagen de un vaso que contiene líquido hasta la mitad. No hay ningún marco de referencia. El vaso y el líquido están allí pero no sabemos si está a medio llenar o a la mitad de quedar vacío. Así, en nuestra vida, se presentan cotidianamente las interrogantes sobre la certeza de un hecho. Las cosas están allí, con una apariencia de medio lleno o medio vacío y nadie es capaz de demostrar la veracidad del contenido. Los filósofos, los poetas, los políticos han gastado mucho papel y tinta para tratar de convencernos. Las teorías se suceden y acumulan y desechan sin que hasta el momento se hayan podido develar los misterios de la humanidad más elementales y decisivos. ¿Fue primero el huevo o la gallina? ¿Fue primero el gas o la electricidad? ¿El vaso está a medio llenar o medio vacío? Yo me declaro incompetente, aunque usted, sin lugar a dudas, tendrá una respuesta a medio camino entre la garganta y los dientes.
    —La verdad que no, don Eve, dice el don con su inseparable botánica. Yo sólo tengo boca para las cervezas y para comerme a besos a las patojas bonitas.





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LAS BANDADAS DE NEGROS zanates y clarineros de un profundo azul brillante, —que bien servirían para recrear a los cuervos de Poe y a los pájaros de Hitchcock—, vuelan en pos de su árbol en el Parque Central para pasar la noche. Es la hora en que el horizonte se pinta de cálidos celajes, para que cuando entre la oscuridad y todo se ponga negro no olvidemos que existen los colores, y que en los barrancos que circundan el valle de la metrópolis todavía habitan algunas aves de radiantes plumajes.
    El centro de esta ciudad es particularmente chato y desteñido —a no ser por la artificiosa y a veces excesiva luminosidad de sus rótulos comerciales—, lleno de sórdidos callejones y malolientes pasajes, donde hasta las construcciones nuevas adquieren rápidamente la pátina del humo de los vehículos y ese aspecto de sucio y descuidado.
    En la Plaza Central, frente al palacio y con el parque de por medio, haciendo escuadra con la Catedral Metropolitana, el bicentenario Portal del Comercio —con sus viejos almacenes de telas de turcos y saturado de ventas callejeras durante el día—, es prácticamente intransitable de noche por la cantidad de mendigos apilados bajo sus arcos y por la escasa iluminación.
    Pero a esa hora, cuando los bullangueros pájaros van en busca del cobijo de las ramas de las jacarandas en flor, cuando los vendedores recogen sus misceláneos productos, cuando las secretarias y los obreros se dirigen a sus hogares, cuando los enamorados aprovechan el cambio de luz para decirse sus cuitas, en una evidente reafirmación de que el movimiento que antecede a la noche —cuando muere el día—, no es otra cosa que la preparación para el amanecer —cuando nace el día—.
    Pero entre uno y otro momento, inexorablemente cae la noche. La sola frase “cae la noche” implica un atávico terror por el manto de sombras que cubre las formas y los colores, dejando desprovista a la humanidad del luminoso elemento y propiciando el ambiente para que las bajas pasiones -al influjo de la vital carencia- afloren en el submundo del vicio y del crimen.
    Dentro de ese contexto, para Tupapá un día es exactamente igual al otro. Una noche es, como para los pájaros -exceptuando los cazadores nocturnos y los murciélagos, por supuesto-, tiempo de buscar cobijo en algún lugar para esperar el nuevo amanecer. La simplicidad de su existencia lo hace parecerse al perro callejero que deambula por las calles y mercados con la única finalidad de procurarse unas sobras como alimento y un pequeño espacio para descansar. Y de igual manera que el can, a pesar de su famélica apariencia y de sus costillas al aire, Tupapá también gruñe y muestra los dientes y se eriza para proteger la hogaza de pan y su espacio con patética dignidad.
    Para Tupapá no hay diferencia entre verano e invierno, entre Semana Santa y Navidades. El único índice computable es la cantidad de monedas —y hasta algunos devaluados billetes— que logra cuando la plaza está animada en los días festivos. Y es entonces que se puede dar algunos lujos en el Mercado Central, comiendo chuchitos, tortillas con chicharrón y frutas frescas de la temporada. La mayoría de las veces, se disputa con los perros la basura de los botaderos. Y su palo le garantiza —como antes lo hiciera la navaja de zapatero— mantenerlos a distancia.
    Cuando lo dieron de alta en el Hospital Militar, no tenía a donde ir. De pronto se vio en la calle con la mitad del cuerpo semi paralizado y sin la visión de un ojo. Con la última paga en su poder, caminó sin rumbo hasta toparse con una pordiosera que le pedía suplicante una limosna. Tupapá, sin pensarlo, metió la mano en el bolsillo y le dio el sobre con el dinero. La mujer, viendo el cielo abierto, se alejó rápidamente —no ocurriera que el loco ese fuera a arrepentirse— y lo dejó, prácticamente, en las cuatro esquinas.
    Sus heridas del atentado estaban cicatrizadas, pero padecía de fuertes dolores de cabeza y tenía lagunas de memoria. Recordaba quién era. Sabía lo que era. Pero había olvidado a dónde iba. Sus pasos lo llevaban a ninguna parte, dormía en donde le agarraba la noche, comía lo que encontraba tirado, empezó a mendigar.
    Hablaba poco. Estaba olvidando las palabras. Las confundía. Trastocaba unas por otras. Se le enredaba la lengua. Repetía frenéticamente tupapáeltuyoporsiacaso, tujupagua, tujupaguara, tujupaguarapáguara, así hasta llegar al trabalenguas que conocemos y que gracias al investigador de la Universidad de San Carlos y al cronista de la ciudad habían permitido que la gente por fin lo llamara por su nombre y que él, sorprendentemente, respondiera a ese estímulo cuando le gritaban ¡Tujupaguabarapaguábara!
    —¡Tupapá!, escuchó una voz a sus espaldas.
    —¡Emeyéberel tujuyochún pochunr sijisíbiri aguábara caguábara sochún!, respondió automáticamente, girando y blandiendo el palo en alto.
    Frente a él estaba un hombre desconocido de unos cincuenta años, vistiendo pantalón de lona y chumpa y con las manos en los bolsillos.
    —Treinta años se dicen fácil, ¿no?, dice Martín.
    Tupapá, desconcertado, da unos pasos hacia atrás sin bajar el palo.
    —Tenemos algo pendiente vos y yo, dice Martín, y se levanta un poco la chumpa para mostrarle que lleva una pistola 9mm. en su cintura y que está dispuesto a cualquier cosa.





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—NO SE HIZO LA miel pa'l pico `el zope decían las viejitas dice muerta de la risa Herminia a la enfermera eso decían las viejitas en mis tiempos cuando sabían que fulanito pretendía a la nena ¡y ni pensarlo! para esa nena ningún galán era bueno el uno que muy moreno el otro que de procedencia muy baja el de más acá que muy gafo y lleno de deudas el de más allá que con pisto pero nada de pulimento y así en una interminable lista de defectos iban cayendo como moscas uno a uno todos los pretendientes vestidos con sus mejores galas y portando sus más impresionantes credenciales no crea que es muy diferente en estos días doña Herminia mi mamá es el vivo retrato de la abuelita esa que usté dice pero la cosa se complicaba cuando la nena a esas alturas ya sentía que iba a dejarla el tren y como estaba que se le derretía la miel se le antojaba el que fuera con tal de que no roncara y si roncaba que así como lo hacía durmiera conozco el caso de una prima de mi mamá doña Herminia lo mismo le pasó y se casó con el primero que tocó la puerta y que resultó ser el lechero vos me estás tomando el pelo chula no si es cierto se lo juro pero dejame que te siga contando esto se repetía con frecuencia hubiera bastado hojear las muchas páginas del diario íntimo de la nena para saber que a veces el susodicho era muy emprendedor y decidido y que optaba por la fuerza y la violencia para poseerla que también muchas veces éste era desplazado por otro más fuerte y traicionero y para colmo de males no faltaron los que se decidían por la vida en pareja a prueba ¿no le parece doña Herminia que eso del amor libre tiene algunas cosas convenientes como por ejemplo que si no se lleva la pareja pues pueden cortar y ya? hay gustos para todos los colores lo cierto es que no existen garantías aunque el candidato pase los exámenes con las más altas calificaciones porque una vez casado por todas las de la ley se puede dar el cambiazo y resulta un tarambana mujeriego y jugador aunque a veces se concretara un divorcio y a comenzar la historia que por supuesto no terminaba allí porque venían los pleitos legales para ver quién se quedaba con tal o cual cosa y la custodia de la fortuna llegando al extremo muchos de los galanes de poner tierra de por medio y de negarse a devolver las joyas de la nena que a esas alturas eran ya los remanentes de su saqueado patrimonio ¡ay doña Herminia! los hombres son muy aprovechados siempre andan viendo qué es lo que le sacan a una o le meten chulita las dos ríen nerviosamente pero como de todo hay en la viña del Señor no se negará que a pesar de los pesares puede haber momentos memorables plenos de emoción excitantes lo más parecido a lo que dicen los que saben de estas cosas que deben ser el amor y la felicidad verdaderos cuando por fin se encuentran ¡qué romántico doña Herminia! sí chulita dice Herminia y recuerda que guarda celosamente unas páginas de hermosa caligrafía que atestiguan la plenitud de su romance con un hombre que correspondió a su cariño que respetó su integridad que la amó sobre todas las cosas que trató siempre de protegerla de los eternos lobos de la codicia y que no era precisamente su marido Pablo ¿qué le pasa doña Herminia? ¿por qué? se estremeció con varios escalofríos debe ser la gripe que está dando fuerte estos días además suspiró ¿de veras? sí cuénteme de acuerdo pero antes voy a seguir con esta de las viejitas de mis tiempos que sabían que la nena no era diferente a otras de su condición que andaban en busca de quien les hiciera el amor y no la guerra que habían sido criadas por sus padres con mucho celo y que las ponían en guardia sobre la traición el engaño la irresponsabilidad y sobre los riesgos de ser un objeto de lucro y placer pero como para todo candado hay llave y para todo roto hay un descosido de nada sirven las convenciones y las previsiones tiene razón doña Herminia el diablo siempre mete la cola que la mete la mete ambas ríen maliciosamente la mujer está expuesta a la codicia seguirá siendo abusada violentada despojada de su patrimonio porque es como un diario con muchas páginas en blanco dispuestas para que quien escriba en ellas lo haga con puño firme y hermosa letra contando historias de amor y de esperanza de fidelidad y de entrega porque los brazos de la mujer son un libro abierto para consignar los eventos de la dignidad y la esperanza porque son alas de paloma para que el hombre que la posea tenga la capacidad de volar al infinito ¡pero qué hermosas palabras doña Herminia! no sabía que fuera poeta ¿y a qué viene eso? ¿me promete que no se lo va a contar a nadie? prometido ¿se acuerda de don Javier? ¿el señor del 7B? el mismo figúrese que me ha estado enamorando pero lo que yo creo es que tiene interés en que comparta con él lo del negocio del hogar de ancianas en la casa sin número y eso no se va a poder porque él es hombre





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GERARDO ESTA EXALTADO, SUDOROSO, aspirando febrilmente el humo del cigarrillo y caminando de un lado a otro de la habitación, enfundado en su bata.
    —La mayoría afirma (dicta a Mariana que se encuentra envuelta en la sábana sobre la cama deshecha, tecleando en una modernísima computadora laptop). La mayoría afirma (repite con un tosido) que todo se puede pagar con dinero. Pero lo que pocos dicen es qué se debe hacer para obtener ese dinero que lo compra todo —o casi todo, pues—. Desde niños se nos enseña (enfatiza acercándose a Mariana un tanto cachondo) que para vivir una buena vida se necesita salud, fortuna y amor, en ese orden. Y la trilogía se vuelve piedra angular de la existencia de millones de seres humanos que, por lo general, no tienen madre ni padre ni perro que les ladre. De todo hay, por supuesto (transfigurado por la excitación que le provoca ver uno de los senos de Mariana que se ha descubierto con el movimiento de los brazos en el rápido tecleo). El rico no tiene salud. El sano no conoce el amor. El amado carece de fortuna. Y en otras combinaciones, el rico es amado pero no es saludable. El sano tiene fortuna pero no es amado. Y al que le llueve amor por todas partes y tiene una salud envidiable anda sin un real en el bolsillo. Extraña paradoja (se le sienta detrás y sin dejar de dictar le toma uno de los pechos). Pero dejando a un lado la salud y el amor, analicemos hasta dónde llega el poder de don dinero y hasta dónde debemos llegar nosotros para obtener la plata necesaria para comprar lo que se supone podemos comprar con ese dinero. El dinero compra influencias (sostiene el pecho de Mariana como si se tratara de calcular su peso). Si usted quiere lograr trato preferencial en los negocios, reparta religiosamente unos billetes, regalos, viajes aquí y allá, y nadie se interpondrá en su camino sin arriesgarse a sufrir las consecuencias (le frota el pecho, a la altura del pezón, haciendo movimientos circulares con la palma de la mano). El dinero procura impunidad. Si usted es cogido con las manos en la masa, haga un par de llamadas y las respectivas transferencias bancarias, y las acusaciones serán discretamente retiradas sin más trámite. El dinero propicia la corrupción (ahora con las dos manos sobre sus pechos y besándole la espalda). Si usted tropieza con una ley, reglamento u ordenanza que se interpone en el negocio, debe haber alguna forma de arreglarlo, ¿no le parece? (ahora le besa el cuello). Para colmo de males, los contenidos de la publicidad y de las películas que muestran al jet set internacional contribuyen a recrear ese ambiente hollywoodense donde para llegar hay que hacerlo revestido de las credenciales y de la parafernalia del consumismo (ahora le mordisquea la oreja), del poder económico, para satisfacer los caprichos de una sociedad que se debate ante la impotencia de una masa que carece de lo necesario para subsistir (con la voz entrecortada por el deseo y despojándose de su bata). De la misma manera que el equilibrio natural se ha roto para colmar las ansias de una cúpula de poder (al llegar a este punto, Mariana ya ha girado para enfrentarlo, dejando a un lado la pequeña computadora. Gerardo, con una urgencia animal, la monta, penetrándola violentamente. Ella va a protestar pero él le tapa la boca con la mano y le acerca los labios al oído para decirle): el equilibrio social no podrá restablecerse (un fuerte puyón) —si es que alguna vez lo hubo— o establecerse dentro de los parámetros actuales (dos fuertes puyones). En lo primero, por ejemplo, es un secreto a voces que se ha llegado a descubrir una cura efectiva contra el cáncer (un lento y profundo puyón), pero que los grandes consorcios internacionales de la droga y de la medicina frenan la comercialización para mantener el status económico (varios puyones poco profundos y rápidos). Igualmente ocurre con los derivados del petróleo, aplicados a la industria automovilística (se la saca y le da vuelta, poniéndola en cuatro patas), en relación a combustibles no contaminantes donde los avances no se aplican en la industria para no exponerse a quebrar los monopolios de las líneas de producción existentes (la penetra desde atrás). En cuanto a lo social, es evidente que las estructuras del poder se derrumbarían ante una masa económicamente homogénea (dos puyones profundos y lentos). Si todo el mundo tuviera casa, comida, educación, salud (dos puyones rápidos), y parecidos estándares de oportunidades básicas, con una equitativa repartición de la tierra y de la producción mundial (varios puyones combinados), el dinero desaparecería para dar lugar al trueque, al reciclaje, en contra del consumismo imperante (pierde el control, puyándola violentamente, besando, mordiendo, aruñando su espalda, mientras ambos se vienen con prolongados gritos de placer).
    —En nuestro sistema actual (reanuda con un suspiro el dictado después de una pausa. Mariana, totalmente desnuda sobre la cama, teclea con desgano en la laptop) tenemos, además, el problema del valor real del dinero. Es decir, cuánto vale lo que compramos con nuestro dinero (se sienta a su lado, colocando su dedo índice en un punto de la espalda de ella, entre los omóplatos y soplando suavemente en su oído. Mariana, con un escalofrío, se arquea y protesta porque así no puede seguir escribiendo). Lo que pagamos vale lo que cuesta intrínsecamente, más los valores agregados de mano de obra, comercialización, impuestos, publicidad, transporte, etcétera (empieza a deslizar con suavidad el dedo hacia abajo). Lo que ganamos vale menos porque se nos descuentan los impuestos e incluye una penalidad por los posibles errores que cometamos y que ocasionen pérdidas a la empresa (ya lleva el dedo a la altura de la cintura de la mujer). Entonces el valor de lo que pagamos está inflado, mientras el valor de lo que ganamos se devalúa cada vez más (se chupa el dedo para llenarlo de saliva). De esta manera se explica uno que el nivel de corrupción y delincuencia crezcan frente a la posibilidad de obtener dinero fácil y libre de imposiciones fiscales (acomoda el dedo entre las nalgas de Mariana). El valor del dinero, en conclusión, es el equilibrio (lo ha introducido en el ano de la mujer) entre el valor que damos a nuestras propias necesidades (ella aprieta fuertemente en un movimiento involuntario) y el precio que estamos dispuestos a pagar por satisfacerlas (él siente la presión de esas nalgas y deja de dictar).
    —¿Qué te pasa, Gerardo?, pregunta Mariana. Dejaste enfriar el café.
    —¿Mmmmmmmmm? ¿Qué dices?
    —De pronto te quedaste ido, como si estuvieras en otro lugar, desconectado del mundo.
    —¡Ah!, ríe Gerardo. La verdad es que estaba a treinta años luz de distancia.
    —¿Te gustaría que fuéramos a algún sitio? La verdad es que me gusta estar contigo.
    —¿Crees que se pueda reencontrar algo que dejamos atrás hace tanto tiempo?
    —No lo sé, Gerardo. A lo mejor ya estamos un poco viejos para eso.
    —¡Viejos los caminos!, protesta él y la besa.






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EL SOL YA ESTÁ en pleno cenit y el mendigo no ha podido, en toda la mañana, ponerse de pie. Si no fuera por las convulsiones que le arremeten de cuando en cuando, bien podría decirse que es uno de tantos indigentes que murió, como un perro, después de pasar a la intemperie una noche helada y con vientos huracanados.
    Los transeúntes, en su mayoría, pasan a su lado rápidos, como queriendo ignorar que hay miseria y hambre en la ciudad, autovacunándose para no sufrir el dolor propio. Algunos, sin embargo, aminoran el paso o se detienen un instante para hacer comentarios de solidaridad contra el poder establecido y las injusticias, dejando algunos billetes y monedas en un acto de autoconmiseración y de bondad cristiana.
    Tupapá lleva días de estar enfermo. La fiebre lo ha hecho delirar y, en su demencia, el trabalenguas ha adquirido dimensiones que lo transportan a las pesadillas que él sabe ha vivido recientemente, donde era parte de un grupo de élite encargado de interrogar a los subversivos; y a la noche donde todo explotó fuera y dentro de su ser, de su cabeza, para llevarlo a las profundidades de un sueño donde se debatía entre la vida y la muerte con la ensangrentada cuchilla de zapatero de su padre en la mano.
    En los pocos momentos de lucidez, disfruta de la perspectiva única que los hombres de su condición tienen acostados al nivel del suelo o sentados. Desde esa posición, los pies de las personas, enfundados en zapatos o descalzos, son enormes comparados con la cabeza que se mira a lo alto y más distante. Son increíbles las cosas que se aprenden al mirar los pies de las personas. No hay necesidad de subir la vista más arriba para saber el sexo, la raza y la edad, el peso y la estatura, para adivinar su profesión y para detectar, inclusive, enfermedades y defectos físicos.
    Su memoria es frágil, no solamente por la fiebre sino porque la esquirla de granada en la cabeza precisó una trepanación cerebral para extraerla y los daños fueron irreversibles. Recuerda, eso sí, el momento en que lo dieron de alta, su andar sin rumbo fijo, su encuentro con la mendiga, sus días y noches de vagabundeo, pero no podría precisar el tiempo transcurrido desde entonces o el que lleva tumbado, sin poder moverse, en esa banqueta cerca del Parque Central.
    Ahora sí me voy a morir, piensa, cuando siente que alguien mueve su cabeza y le aproxima un objeto a la boca. Sabe que es de día porque la luminosidad pasa a través de sus párpados cerrados. Siente algo frío y húmedo en los resecos labios. Intenta abrir los ojos y sólo mira luces por todos lados, puntitos luminosos que giran vertiginosamente, explotando a su alrededor, y se desvanece.
    La siguiente vez que adquiere conciencia ya es de noche. Lo sabe porque tiene frío y siente el viento helado que le cala en los huesos. Pero su posición es diferente. Parece que alguien lo arrastró a un lugar más protegido, una especie de pasaje o zaguán. Una mano se posa en su frente. Siente el calor y, a pesar de el miedo que se apodera de él al saber que alguien está a su lado, y de su incapacidad para extender el brazo y tomar su cuchilla y defenderse, cierra los ojos y se abandona a esa tibia sensación ya olvidada del contacto físico de otro ser humano.
    Por esos inexplicables azares del destino, la mendiga, la misma a la que él le diera su sobre con dinero tiempo atrás, al notarlo enfermo lo había reconocido y auxiliado, salvándolo de una muerte segura.
    Durante varios años se le miró a la pareja de vagabundos deambular por las calles y las plazas y los atrios de las iglesias, pedir limosna juntos y compartir sus cosas. Para Tupapá era algo que él nunca había tenido en la vida, que ni siquiera había conocido. Hasta que el mismo destino, una noche de verano la arrancó de su vida para siempre.
    Ese fue el ramalazo de memoria que cruzó por la mente de Tupapá cuando vio al hombre que lo llamaba por su nombre y que le mostraba que llevaba un arma a la cintura.
    Y como ocurría en esos casos, hizo lo que siempre hacía: sacarse el pene y orinar los zapatos recién lustrados de un sorprendido Martín.





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—EL QUÉMEIMPORTISMO ES MÁS que una enfermedad, un deporte en nuestro medio. Un deporte nacional que se juega con habilidad increíble, digna de los Juegos Olímpicos, medalla de oro en el peleismo -para ponerlo más prosaico- y digno ejemplo a seguir por las generaciones venideras.
    —Ahora sí que se está mandando, don Eve, ¿qué mosca lo ha picado?, es el consuetudinario cervecero de antes, con la tercera en el estribo.
    —A usted, don, que le gusta el fútbol, puedo decirle que el quémeimportismo necesita de dos o más jugadores, sin límite de tiempo, y sus reglas son muy simples pero a la vez complicadas. La básica es poseer una piel dura a toda prueba, que no se estire ni se encoja, y que tenga la apariencia de normal para no exponerse a la descalificación automática. Quedarán excluidos los nacidos bajo el signo de Piscis. No me lo pregunte, por favor. No sé por qué, ni me importa.
    —Buen comienzo, don Eve. Buen principio.
    —Espérese a lo que viene, dice, llevándole un plato con manías saladas de boquitas. A continuación se necesita una cara dura, inmutable, invariable, inalterable, permanente, fija, inquebrantable, irrevocable, estable, capaz de conservar la expresión clásica que se podría traducir como inteligente pero a la vez ingenua, entre cándida y de mucha experiencia, con un poco de ajena y otro de familiar. Una cara como debe haber muchas, pero ojo, no hay que confundirse con las apariencias.
    —Con esa descripción que ha hecho, don Eve, he visto desfilar a casi todos los que conozco. A excepción suya, por supuesto.
    —Gracias, pero ¿cómo puede estar seguro? Esto de la cara, debo insistir aún a riesgo de parecer necio, enfatiza don Everildo, es asunto muy delicado, porque de lo contrario podemos llevarnos una impresión equivocada. Ejemplo: que creamos que el individuo juega al quémeimportismo y no se trate sino del idiotismo, o del cretinismo, o en una escala menos interesante, del simple y llano contemplatismo trascendental.
    —El juego cada vez se pone más interesante, don Eve. ¿Me sirve la otra?, por favor.
    —En cuanto le explique la primera parte. Atención. Siguiendo con las estrictas reglas, el jugador debe tener presencia a toda prueba. Que en ningún momento se dude que está allí, para nosotros, para ellos, para el mundo entero, de cuerpo presente y a todo color. Del ausentismo, por consiguiente, ni hablar. El que no está, no está y punto.
    —Eso nadie se lo va a discutir. ¿Y mi cervelina?
    —Ahorita va, no sea que pierda el hilo del asunto. Establecidos estos rígidos parámetros, pasamos a la forma en que se mueve la cosa. Los dos o más jugadores se sitúan donde quieran o puedan y se integran en las posiciones de responsabilidad y decisión en instituciones públicas y privadas —valga decir entre todas las fuerzas vivas del país—. Su identidad de jugadores no deberá ser revelada bajo ninguna circunstancia y perderá su privilegiada condición el que sea detectado antes de tiempo. Y aquí está su cervatana, para que no se me achicopale.
    —Gracias, don Eve. Salucita.
    —Saluzota, diría yo. Bien. Una vez en sus posiciones dominantes, los expertos en el quémeimportismo —sin mala intención, no olvidar que se trata únicamente de un deporte, aunque en el amor y la guerra todo se valga— van a dar rienda suelta a su arte para acumular los codiciados puntos que en el recuento final habrán de determinar al ganador absoluto del año —con subcampeones de copa y menciones honoríficas, y algunas de madre, por supuesto, que de todo hay en la viña del Señor—.
    —Lo expresado antes, esto cada vez sube más de tono, don Eve. Si hasta lo estoy desconociendo.
    —Ya lo dice el dicho. El que no te conozca, que te compre. Valga decir —porque honor a quien honor merece— que la Selección Nacional de Fútbol ha sido declarada campeona indiscutible del quémeimportismo en las últimas eliminatorias para el Mundial, y varios ex presidentes de la República, ex ministros y ex diputados se han disputado con puntuación cerradísima este caro honor.
    —Cuidado con eso de la Selección Nacional, don Eve, porque usté sabe de qué pata cojeo.
    —No se preocupe. Si usted es uno de los que estamos hablando o si conoce a alguno de los ases de este magnífico deporte nacional, no haga o diga nada. La historia se encargará de ceñir sobre sus sienes los laureles que le corresponden por derecho propio.
    —¿Terminó, don Eve?
    —He dicho, dice don Everildo.
    —Entonces, si me lo permite, le traigo preparado un tema para que nos lo discutamos usté y yo.
    —¿Un tema? ¿De qué se trata?, pregunta don Eve interesado.
    —De la belleza.
    —Dispare usted primero, y yo lo sigo.
    —De acuerdo. Gracias. En nuestras sociedades existen y han existido los estándares de belleza clásicos. La belleza no es otra cosa que el condicionamiento por patrones culturales acordes a las características físicas particulares inherentes a cada raza. ¿Qué tal?
    —Nada mal, don, nada mal. Le acepto el reto y continúo. De esa manera tenemos establecido un modelo relacionado a la regla de oro de la estética, dentro de unos parámetros muy específicos, que vienen a constituirse en la marca registrada de tal o cual región o época. ¿Me sigue?
    —Como el chucho a la chucha, don Eve, sin ofender.
    —Entiendo la imagen, no se preocupe.
    —Tomo la guitarra, no sin antes apurar el resto de mi cheve. Por supuesto que aquí no entran subjetividades. La belleza es muy concreta. Se puede medir, ver y tocar. Se puede apreciar en todo su conjunto y esplendor, aunque individualmente cada una de sus partes podría “adolecer” de algún “defecto”.
    —Me gusta, mi querido señor. Y me agarro de ese defecto. O más bien de ese conjunto de defectos para establecer el concepto de fealdad. Y que obedece, como está dicho antes, a las mismas especificaciones de la belleza.
    —Establecida la medida de la belleza, es fácil no perderse, don Eve. Si los patrones culturales sumados a las características de la raza coinciden, tenemos allí a una belleza —o a una fealdad, según el caso—.
    —Según el caso, mi queridísimo señor, pero como ejemplo situémonos en la antigua Grecia para establecer las características de la belleza clásica: la estatura corresponde a la medida de ocho cabezas. La complexión es atlética. El cabello castaño y ondulado. La piel blanca. La nariz aguileña y los labios carnosos.
    —Ahora vayamos al África para establecer el patrón de la belleza clásica: dos metros de estatura. Piel negra. Cuello largo. Cabello negro y rizado.
    —Y así podríamos, si nos lo propusiéramos, hacer un recorrido de país a país, de región a región, de época a época, para llegar a la conclusión de que el concepto de belleza cambia constantemente. ¿Otra cervecita?
    —Por vida suya. Gracias. En tiempos más recientes y gracias a las frecuentes migraciones y mezclas entre los pueblos, el concepto de belleza ha variado. Dejando a un lado las características propias de cada raza, llegamos a comprender que el ideal ha quedado establecido por la suma de todos y cada uno de los factores.
    —Me gusta el rumbo que este asunto ha tomado, mi queridisísimo señor, porque la suma de todos y cada uno de los factores ha ocasionado un cisma de grandes proporciones cuando los modelos de los que hablábamos no se detienen en sutilezas de raza o color. El patrón es impuesto, a través del impacto de la publicidad y de los medios de comunicación cada vez más sofisticados, hacia la mitificación de una belleza como atributo del éxito y de la fortuna.
    —Nadie puede perderse con esa guía, don Everildo, porque los adelantos científicos y tecnológicos han sido puestos al servicio de la quimera, transformando los rasgos, alargando los miembros, reduciendo medidas, dando un tinte a la piel o rebajándolo. O, para los que se conforman con vivir un momento cada vez, por medio de aplicaciones y postizos de todo tipo.
    —Sin embargo, no hay que dejarse llevar por la apariencia y, definitivamente, hay que romper con los enunciados enajenantes que propugnan por una visión exclusivamente materialista del entorno. Porque hay una belleza que es universal, que no se refiere al tamaño, al color, a la forma. Esa es propia a la persona y se llama belleza interior.
    —Por eso viene a ser cierto aquello de que la suerte de la fea la bonita la desea. Y de que el hombre es como el oso: entre más feo más hermoso. ¿Le gustó, don Eve?
    —Tanto, que de un pedo me ataranto.
    —¿Qué fumó hoy que está tan cambiado?
    —Estoy muy contento, porque mi hijo Gerardo ha vuelto para quedarse.
    —Sí, tuve el gusto de conocerlo anoche.
    —¿Se da cuenta, don? La guerra me lo quitó y la paz me lo devuelve.
    —Páseme la última para celebrar, don Eve.
    —Con mucho gusto. Y van todas por mi cuenta.
    —¡De ninguna manera!
    —¡Cómo de que no! Que también sea por el placer de ese mano a mano sobre las feas.
    —Muchas gracias, don Eve. Y sobre nosotros, los guapachosos osos.





40

LOS DOS AMIGOS SE habían encontrado en diversos países y situaciones a lo sumo una docena de veces durante los últimos treinta años. Aunque nunca lo habían expresado, existía un acuerdo tácito sobre guardar silencio acerca de Rogelia. Y no solamente por la muerte de la compañera, sino en especial por su vida y su estrecha relación con ambos. Eso los dejaba sin palabras qué decirse. De allí venía el lógico distanciamiento.
    Martín lo culpaba, porque fue Gerardo quien la expuso demasiado usándola como pantalla.
    Gerardo estaba rabioso, porque conociéndolo, le había advertido muchas veces que no se involucrara sentimentalmente con Rogelia.
    La rapidez y coordinación con la que habían dado los primeros contragolpes impidió que la represión pudiera causarles mayores daños y les permitió replegarse y reorganizarse exitosamente. Pero Rogelia había caído. Había sido sacrificada —y como ella cientos de miles de hombres y mujeres— al dios de los ejércitos o como se llame esa absurda maquinaria de destrucción y muerte que se alimenta con la sangre de sus víctimas propiciatorias.
    Coincidieron la última vez durante la ceremonia de la firma de la paz en el Palacio Nacional, pero no habían cruzado sino algunas palabras sobre temas generales. Molestos, más que todo, porque la comandancia de la guerrilla hubiera aceptado un acuerdo que les permitía ganar espacios políticos pero que los hacía perder dignidad, perder el “rostro”, como lo expresaban los feudales señores del Japón frente a una vergonzosa derrota, donde sólo la muerte era capaz de lavar las culpas.
    Gerardo recibió una llamada de Martín, pidiéndole que se encontraran para saldar en parte la cuenta que tenían pendiente desde hacía muchos años. Cuando escuchó eso, le dio un vuelco el corazón y aceptó sin más porque significaba que Martín había obtenido informes sobre los asesinos de Rogelia. Si no, ¿para qué otra cosa lo iba a citar en esos términos?
    Gerardo llegó temprano, como era su costumbre, no sin antes cerciorarse si era seguido —aunque tales precauciones parecían ya no ser necesarias dadas las actuales condiciones de seguridad; pero existía el hábito; y un hábito, bueno o malo, es muy difícil de erradicar—. Martín ya estaba allí, esperándolo, y se adelantó para recibirlo. Rechazó suavemente la mano extendida de Gerardo y en vez de eso, abrió los brazos.
    —Ha cambiado este lugar, le escucha decir Martín con esa característica forma de hablar mordiendo, desmenuzando las palabras, antes de decidirse a corresponder el saludo.
    —Es de nuevo dueño ahora, dice Martín. El ante anterior fue asesinado por el ejército en otro restaurante que tenía camino a la Antigua Guatemala y que fue incendiado. El anterior fue forzado a dejar el país bajo amenazas.
    —Al entendido por señas. Se abrazan. Es una desgracia.
    —Sí.
    Martín lo invita a sentarse. Piden un par de bebidas al mesero y se quedan un momento en silencio. El primero en romperlo es Gerardo.
    —Da pena ver cómo hemos hecho mierda este país, vos Mártin (¡con acento en la a!).
    —Sí. Duele.
    —En el alma. A propósito de tu nombre, en Guatemala el Martín no es muy común —exceptuando en los pueblos: San Martín Milpas Altas, San Martín Jilotepeque y otros—. En cambio los Gerardos se encuentran hasta para tirar.
    —Menos en los nombres de pueblos, como está visto.
    —Sí. En la historia, el Martín se prodiga en nombres de personalidades. En cambio, que me acuerde, no hay un sólo Gerardo célebre.
    —Vos.
    —¡Comé mierda!
    —El otro Gerardo famoso que viene a mi memoria es el de Cremona, un orientalista italiano del siglo IX o X, que tradujo del árabe al latín numerosas obras de astronomía y filosofía, y que formó parte del Colegio de Traductores de Toledo.
    —En cambio la larga lista de Martines podría estar encabezada por José Martí —con las dispensas del caso por la necesaria falta de la ene—, seguido por San Martín, ni modo, arzobispo de Braga y oriundo de Hungría, por Martín I rey de Aragón llamado El humano, por Martín Fierro del poeta José Hernández, y todos los demás Martines como Luther King, el general de San Martín y Dean Mártin, con acento en la a.
    —Joder con el acento.
    —¿Sos medio gringo o no?
    —Mi ascendencia es chapina.
    —Por el lado materno.
    —Decilo como querrás, pero no te pedí que vinieras para hablar de mi nombre.
    —Ya lo sé. Solamente trataba de romper el hielo.
    —¡No hay ninguna maldita necesidad de romper ningún chingado hielo!
    Gerardo ríe divertido. Llega la orden y beben un momento en silencio.
    —Encontré a Tupapá, dispara Martín a boca de jarro, y le cuenta con lujo de detalles las pesquisas que lo condujeron frente a frente con el ahora pordiosero.
    Gerardo, profundamente impresionado, aunque no lo demuestre con un sólo músculo de su cuerpo, sigue bebiendo en forma automática sin articular palabra.
    —¿Y?, pregunta finalmente.
    —Se orinó en mis zapatos el muy hijo de puta.
    Gerardo cree haber escuchado mal, pero Martín lo repite para asegurarse de que lo ha comprendido.
    —Te oí. ¿Dónde está ahora?
    —En las calles, responde Martín.
    —¿Lo dejaste ir?
    —No, exactamente. Sé quién es, lo tengo plenamente identificado.
    —Entonces parece que andamos de suerte vos y yo, Mártin, porque creo haber encontrado a nuestro capitán. ¿Qué te parece?




41

Mi adorado Martín:

NACI MUJER COMO PUDE haber nacido
    rosa o mariposa.
    De un capullo —oruga—
    o de uno en flor.
    Pude haber sido pulga
    o elefante,
    o tal vez una efímera;
    o la espina del cacto
    o la savia o la miel.
    Pude ser cualquier cosa,
    pero fui mujer.

    Y como tal no me queda sino deshojar con femenina gracia mis pétalos de margarita o de girasol en el sí y el no, en el me quiere no me quiere de mis llamados. Cuando llegue el momento de estampar la huella para significar el ciclo de mi existencia, quiero que se me recuerde como la abeja obrera, como la incansable trabajadora del panal, o como a una pequeña hormiga —la que tú dices que soy— que sabe llevar la pesada carga sobre su humanidad. Sé que mi estatura no sobresale de entre todos los hombres y mujeres de esta tierra sufrida, que mi voz apenas se escucha entre los gritos y lamentos de este pueblo, que mi lucha de poco puede servir para sembrar un grano en este desierto de desolación para que germine un día y crezca libre y fecunda. Pero no es porque mi estatura, mi palabra o mi lucha no sean dignos, sino porque hay verdaderos gigantes, como ustedes, que crecen, multiplican sus voces y trabajan para tratar de cambiar las cosas.
    El haber tenido la suerte de nacer mujer en este suelo donde la mujer es considerada artículo de desecho o artículo de lujo, no significa que deba renunciar a exigir la igualdad de derechos, pero también de obligaciones. La igualdad de oportunidades para hombres y mujeres que son capaces de poner su vida en la balanza, de ofrendarla si es necesario, para detener la barbarie de las huestes armadas, el abuso de poder de los gobernantes de turno, la explotación del hombre por el patrón. Del hombre por el hombre. Del hombre por los lobos con piel de hombre. Del hombre por los hombres con piel de lobo. En una apocalíptica visión que abarca todo el universo como un feudo medieval donde los señores hacen la guerra con la única finalidad de acrecentar los tributos que reciben y extender sus dominios.
    Como mujer, un día fui seducida por la fama y la fortuna, por las luces de colores, por los vestidos de fiesta y las joyas. Quise ser reina. Fui reina por un año. Viajé y conocí gentes y lugares maravillosos, pero también supe que había un mundo que es mundo. Un perro mundo. Gobernado por unos cuantos poderosos, una minoría impresionante, que con sólo desearlo podrían entre ellos aliviar el hambre de todos los pueblos. No digamos permitir un equilibrio, no de riqueza tal como la conceptuamos —la capacidad de tener lo que se desee por dinero—, sino de bienestar para todos por igual.
    No tuve que nacer mujer para darme cuenta que las naciones imperialistas nos explotan desde tiempos inmemoriales. Y no digo que lo sean por remotos, sino porque la memoria del pueblo es frágil como ala de mariposa que se deshace al contacto con los dedos. Primero fueron los conquistadores a sangre y fuego. Después México con la anexión de Chiapas y Tabasco. Después el León Británico con Belice. Y la bota imperialista de los Estados Unidos que ha puesto sus reales en la United Fruit Company y en el monopolio de los Ferrocarriles Internacionales de Centro América (IRCA), de los servicios esenciales —de igual manera que se ha posesionado del canal y del pueblo panameño, sembrando bases militares en su territorio y en cada uno de los territorios de los demás países de América Latina, incluyendo la de Guantánamo (guajira guantanamera) en la Cuba de Martí y de Fidel—.
    No tuve que nacer mujer para saber que los productos de mejor calidad de nuestros pueblos se van para los Estados Unidos y otras naciones poderosas del mundo, dejando para el guatemalteco las sobras y aquellos que, por su bajo estándar, no comerían ni los perros en esos países.
    Tampoco tuve que nacer mujer para culpar a los hombres y decirles que han vendido la patria al mejor postor en la oferta y la demanda del hambre y la injusticia social, de la explotación y el asesinato, de la iglesia y el ejército que se han prestado al sucio juego de los poderosos para ganar espacios y no perder las preferencias y canonjías.
    Si algún día volviera a nacer me gustaría ser mujer. Y si no fuera posible, me gustaría reencarnar en un ser sin sexo, nacionalidad, raza, religión. Algo así como un ciudadano del mundo o un ser de galaxias.
    Mientras tanto, mientras crezco, mientras me reproduzco y muero, quiero brindar mi corazón, en una larga dedicatoria de afectos, a aquellos que han sabido darme la esperanza necesaria para vivir cada día de mi vida con la convicción de que no hay mañana posible sin el hoy. Ni tampoco ayer posible sin el hoy. Porque de nuestras acciones se desprende la cabalidad de la existencia plena.
    Estoy un poco cansada. Quise escribir un poema para ti, y me salió un churro con pretensiones seudoliterarias y pequeñoburguesas. No dudes que te ama hasta la muerte,
    Tu Rogelia.





42

Querido Gerardo:

EL OTRO DIA ME detuve frente a la vitrina de una librería —creo que se llama “El tecolote de jade”, en la trece calle— y me topé con un libro tuyo. Ya sabés cómo soy con esto de los libros y tuve que comprarlo. No te lo he contado antes porque quiero que quede escrito para la pos-te-ri-dad, para que cuando seás rico y famoso yo pueda mostrar el libro autografiado y decir a todo el mundo lo conocí, él era mi amigo, y presumir de lo lindo.
    Me muero de las ganas por hacer algunos comentarios —resumen o crítica, dirían algunos—, pero como el que estudia Humanidades sos vos y no yo —que no sé que estoy haciendo en Arquitectura, pero de eso hablaremos otro día—, por favor disculpá el poco academicismo, que no tengo, pero sí estas palabras que me salen del corazón.
    Voy a empezar de afuera hacia adentro, de la misma manera que uno pela una fruta para llegar a su centro —que viene a ser lo más sabroso—. La portada —que según me explicaste es muy importante para su promoción y venta, porque debe ser atractiva, colorida y todas esas cosas para llamar la atención del posible lector—, está muy triste. El grabado de Grajeda Mena —después me vas a contar quién es, porque sabés que me interesa todo lo que es arte—, es muy bonito. Una especie de máscara de español, de esas que usan en “El baile de Moros y Cristianos” que vimos una vez en Ciudad Vieja, Sacatepéquez, y que no se me olvida porque los danzarines repetían constantemente un estribillo que dice:

        Señor nuestro parecer
        es darle fuerte batalla.
        Hasta rendir a sus pies
        esa infeliz y cruel canalla.

    Y luego este otro:

        Pues que se haga lo que manda
        y que no haya tardanza
        porque están nuestros aceros
        y dispuestos a la venganza.

    Me los sé de memoria porque tengo un oído bárbaro para la letra y la música de las canciones, y para los poemas.
Ya me fui por otro lado. Decía que la portada es bonita, pero que se mira algo triste, como flotando en ese espacio blanco —¿no creés que le pudieron poner un poquito de color?—. Y además como que no va con el título. ¡Pero qué criticona estoy! Lo sé y me lo has explicado que las publicaciones de la Editorial Universitaria son así porque no tienen dinero. Yo creo que lo que no tienen es otra cosa, pero el resto del comentario me lo reservo por ahora.
    Los poemas de “El hombre y su guitarra” me llegaron al alma. Me atrevo a confesarte que cuando los leí la primera vez, cuando me los enseñaste en manuscrito en la Facultad, me hicieron llorar como una niña, y quererte más y —hay cosas que no se pueden decir con palabras porque no caben en la extensión del papel y porque, vos sabés a lo que me refiero—. Te respeté más entonces y te admiré muchísimo.
    Me pasa una cosa extraña con esos poemas. A pesar de lo tristes que son, a pesar de la amargura del hombre que canta con su guitarra, a pesar de que las cosas que dice son descarnadas, me producen un efecto vivificante, renovador, ¡no sé cómo decirlo! Las palabras no son mi fuerte y no es un secreto para nadie.
    Cada vez que siento que las fuerzas me faltan o se me van, leo —digo leo y me lo sé de memoria—:

La guitarra en la mano de ese hombre
        no es guitarra
        es brazo
        y dedos.
        No se sabe si es el hombre
        quien la toca
        o si es la guitarra
        brazo y caja
        cuerdas clavijas y puente
        la que toca y trastoca
        el alma de los hombres
        que la rasgan.

    ¿No digo, pues? Aquí tenés a una de tus más grandes admiradoras. Te lo quise contar porque a veces uno se arrepiente de no decir las cosas en su momento a los seres queridos. Gracias por ese regalo que es tu poesía. A veces me quedo dormida y despierto con el libro bien apretado contra mi pecho —si hasta ya se ajó un poco el pobre—. Gracias por ser como sos. No cambiés nunca.
    Tu amiga de aquí a la eternidad,
    Rogelia





43

—CADA GREMIO SE CREE poseedor de la verdad absoluta, de la razón. Se rige por sus propios códigos y reglamentos. Se comunica con sus particulares giros idiomáticos. Establece los parámetros de su conducta, forma de ver la vida, de vestir, de comer, de hacer el amor y la guerra.
    Doña Ofe y Gerardo se encuentran en la trastienda. Interrumpen un instante la conversación para escuchar lo que está diciendo don Everildo, probablemente al mismo señor de las cervezas.
    —Los viejos, por viejos, son los sabios, es la voz de don Eve en segundo plano. Pero también por ser viejos, deben dejar libre el espacio a los jóvenes. Los jóvenes, por jóvenes, son inexpertos. Y cuando ganan experiencia ya empiezan a ser viejos o ya no tan jóvenes para ocupar los puestos de éstos. Extraña paradoja.
    —Ninguno de nosotros fue el mismo después de la muerte de Rogelia, hijo, dice doña Ofe a Gerardo, mientras teje un suéter. Tu papá, por ejemplo, después de jubilarse en la Municipalidad, usó el poco dinero para comprar las primeras cosas y así poder abrir la tienda.
    —En el decir popular, sigue siendo la voz de don Eve, los enemigos más encarnizados resultan ser los del mismo oficio. Chucho no come chucho. Y si lo mastica, no lo traga. Y si lo traga, lo regurgita.
    —¡Brindo por eso, don Everildo!, es la animada voz del susodicho señor.
    —Después vino lo de tu hermano, dice doña Ofe. ¿Alguna vez te dije cómo ocurrió?
    —Fue un accidente, ¿no?, dice Gerardo, sin gustarle nada el giro de la plática.
    —Es lo que se hizo creer. Y nosotros callamos para no agrandar la cosa.
    —¿Qué quiere decir con no agrandar, mama?
    —Parece que lo mataron, m'hijo.
    —Eso se debe a que cada gremio está compuesto por una heterogénea gama de clases sociales y de generaciones, se escucha que dice don Eve. Los popof del gremio no se llevan con los rústicos, los pobres no se llevan con los ricos, los jóvenes con los viejos y así, hasta formar grupos antagónicos irreconciliables.
    —La escucho, dice Gerardo.
    —No sé si deba hablar de esto, dice doña Ofe.
    —Aunque los objetivos de un grupo en particular sean los mismos, es la voz de don Eve, hay infinitas maneras de encarar los procedimientos para acometerlos. Unos, por ejemplo, están por accidente, por amistad, por compadrazgo; porque tienen más saliva para tragar más pinol. Otros, también como ejemplo, tienen cualquier cosa menos talento. Otros, para terminar con los asegunes, son talentosos pero no se llevan bien con los mediocres que, al final del camino, son los que lamentablemente tienen el control de las instituciones y del dinero.
    —Dígamelo de una vez, mama, de todos modos me voy a enterar.
    —Me condenaré en el infierno por esto, hijo. Le prometí a Mariana que nunca te lo iba a decir.
    —En mis profesiones u oficios, resalta la voz de don Eve, me ha tocado lidiar con los de mis gremios desde diferentes posiciones y he llegado a la conclusión —¡vaya descubrimiento!— de que no hay cuña peor que la del propio palo, que no come chucho el chucho y de que el peor enemigo gratuito es el del mismo gremio.
    —Si desde que el mundo es mundo las cosas han sido así, ahora es la pastosa voz del señor de las cervezas, ¿por qué lamentarse? Es parte de la condición humana, de las pasiones, de la lucha por el espacio. Si hasta hijos de una misma madre tienen abismales diferencias, ¿cómo no van a tenerla individuos con solamente grados de afinidad?
    —¿Mariana?, y se oscurece la frente de Gerardo con la sospecha.
    —Prometeme que no vas a hacer una locura, ruega doña Ofe.
    —En la lucha por procurar mejores condiciones para los miembros de un gremio, sigue la voz de don Eve, los dirigentes, los que ponen la cara y el coraje, se ven traicionados la mayoría de las veces por los mismos a los que se pretende beneficiar. Y es que como lo que está en juego son intereses personales dentro de la colectividad, el agenciarse el pan de la familia es más importante que procurar espacios para sus colegas. y como vale más pájaro en mano que cien volando, cualquier intento choca primero con los mismos agremiados creando fisuras que son aprovechadas por los filisteos de la cultura que solamente quieren salir en la foto y servirse con la cuchara grande en cuanto tienen la oportunidad.
    —Se lo prometo, mama.
    —Esta miope visión de la colectividad, es la voz de don Eve, estas fisuras creadas por las luchas intestinas, esta impaciencia por llegar lo más rápido y sin el mayor esfuerzo posible, es aprovechada, como dije antes, por los listos, los mediocres, los vividores de siempre. Chupasangres de la política, la administración pública, la cultura y del arte, parásitos de las instituciones que los amamantan y cobijan, Judas de sus maestros, Caínes de los Abeles.
    —¡Bravo por eso, don Eve!, es la entusiasmada voz del de las cheves.
    —Para todo el mundo, dice doña Ofe, tu hermano murió al estrellar su carro contra un camión mal estacionado en una curva del camino y sin luces de emergencia. Pero la verdad es que nunca pudimos ver su cadáver.
    —¿Sugiere que está vivo? ¿Que otro era el que iba en el carro?
    —Primero dios, hijo. Lo único que sabemos es que está desaparecido desde entonces.
    —Puedo imaginar un mundo mejor lleno de respeto por el propio trabajo, enfatiza la voz de don Eve, de celo por el cumplimiento del deber, de paciencia para la consecución de los goles, de armonía con el entorno, de condescendencia, de consideración, de transigencia, de paz para acabar pronto.
    —¿Y qué tiene que ver Mariana en todo esto? ¿Qué sabe ella? ¿Qué le dijo, mama?
    —¿Supiste que se casó, hijo? ¿Sabés algo sobre su marido?
    —De gente honesta que se declare incompetente cuando lo sea y deje el espacio a los que sí pueden. Y así, hasta que todos vayamos ocupando el lugar que nos corresponde en este vaivén de razones y sinrazones para lograr, a través de la selección natural, que al que le tocó el papel de pastor sea un buen pastor, y al que le tocó el de oveja, sepa que no será llevado al matadero irresponsablemente.
    —¡Buenas noches, papa!
    Es Gerardo que entra transfigurado, abre la reja de la tienda y sale.
    —¡Buenas noches, hijo!, don Eve cierra la puerta de barrotes que dejara abierta Gerardo. ¿Y a éste qué le pasa?, pregunta extrañado.
    —No lo sé, don Eve, dice apurando su último trago de cerveza el don. Pero escucho llorar a doña Ofe allá adentro.





44

—¿COMO SE SIENTE HOY doña Herminia? le pregunta el médico tomándole el pulso me dijeron que ayer tuvo una visita ¿me quiere decir quién era? la seño Juana me contó que se trataba de un familiar era el hijo de mi prima Margarita que se fue a vivir a los Estados Unidos después de la guerra porque ya la había dejado el tren como dicen y se consiguió un su marido gringo Martín es su hijo póstumo primo lejano de mi hija Rogelia que como en el decir pues se le arrimó a la prima es bueno que haya alguien que se preocupe por usted doña Herminia voy a examinarla le palpa el cuello ¿le duele aquí? le palpa el pecho ¿aquí? le palpa el vientre ¿aquí? ¡ay! ordenaré unos exámenes y va a ver lo bien que se pone en un dos por tres ¿doctor? dígame doña Herminia ¿qué tan enferma estoy? no lo sabemos todavía dígame la verdad bueno tenemos sospechas de que se trata de un cáncer ¿voy a morir? no si operamos y responde al tratamiento usted va a vivir muchos años más doña Herminia ¿y si le dijera que ya no quiero vivir esos muchos años que para mí ya fue suficiente? no la entiendo usté es médico y su trabajo es preservar la vida y prevenir las enfermedades pero para alguien como yo que ya ha tenido suficiente de lo bueno pero sobre todo de lo malo es más que justo descansar ¿no le parece? lo que ocurre es que está deprimida doña Herminia le voy a recetar unas pastillas que la ayudarán no quiero más pastillas ese ha sido mi eterno pleito con la seño Juanita son necesarias ¿sería capaz de hacerme un favor si se lo pido? por supuesto doña Herminia ¿lo que sea? si está dentro de mis posibilidades que me escuche unos minutos con gusto doña Herminia bien después de la muerte de mi hija me encontraba en su cuarto no se imagina el dolor que significa para una madre ver la cama tendida con el cobertor sin una arruga el reloj despertador que se ha detenido por falta de cuerda su muñeca preferida sobre la silla en una pose extraña como de abandono sus libros y cuadernos que no abrirán más sus páginas para ella el espejo del ropero que jamás reflejará de nuevo su imagen querida ese día mi marido Pablo se quedó parado en la puerta sin atreverse a entrar como temeroso de violar un lugar sagrado Herminia me dijo Pablo ¿qué vamos a hacer ahora? y se puso a llorar como un niño yo que siempre fui fácil para las lágrimas no derramé una sola ese día seguía mirando las cosas de la nena sin tocar nada sin mover nada de su lugar Pablo gimoteaba en la puerta y yo sentía los pies pesados como de plomo y la cabeza a punto de estallar recuerdo que me senté al borde de su cama como lo hacía cuando Rogelia era niña o cuando estaba enferma o cuando le contaba cuentos antes de dormirse o cuando despertaba gritando en medio de la noche por inquietantes pesadillas o cuando le llevaba un vaso de agua o cuando ya mayorcita me hacia confidencias sobre asuntos de mujeres y me pedía consejos perdí la noción del tiempo que había transcurrido pero al volverme Pablo ya no estaba allí escuché el sonido de la puerta de calle que se cerraba ese sonido tan familiar que me indicaba que mi hija había vuelto de la escuela del instituto de la universidad a una madre los sonidos porque no importa lo que una esté haciendo siempre le dicen lo que ocurre alrededor también sabía que Pablo había vuelto de su trabajo por los sonidos que se desplazaban con él a lo largo de la casa escuchaba cuando se quitaba los zapatos y se ponía las pantuflas cuando crujían las páginas de El Imparcial al sentarse en su sillón preferido a leer las noticias todo esto mientras yo estaba en la cocina preparando la cena o lavando la ropa o planchando las camisas enyuquilladas de mi marido pero con la muerte de la nena los sonidos eran diferentes como huecos como con eco como se oye en las habitaciones vacías sentada al borde de la cama intacta de mi hija acababa de oír la puerta de calle que se cerraba cuando llamó mi atención un pequeño libro que estaba debajo del joyero de mi hija yo siempre había sido muy respetuosa con sus cosas ella podía dejar lo que fuera que era incapaz de husmear le tenía confianza ciega y Rogelia era igual no tocaba nada de Pablo o mío pero una fuerza extraña me obligó a ponerme de pie caminé un par de pasos me senté en la banca de la marquesa con su luna redonda me vi reflejada en el momento que levantaba el joyero y tomaba el pequeño libro con mano temblorosa todo estaba en silencio a mi alrededor a lo lejos se escuchaba una sirena de bomberos o de ambulancia pensé en alguna desgracia porque siempre que se escucha una sirena se piensa en una desgracia lo que tenía en las manos era su diario con una pequeña cerradura traté de abrirlo no pude busqué en el joyero en las gavetas la llave no estaba en ningún lugar tomé una lima de uñas sin esfuerzo forcé la cerradura y lo abrí en su primera página estaba el nombre de mi hija y la inicial M por Martín sin duda pasé todas y cada una de las páginas del diario y no había escrita una palabra pero de él cayó un papelito color celeste cuidadosamente doblado que aterrizó sobre mi falda dejé el diario y lo tomé desdoblándolo despacio porque me daba la sensación que se iba a deshacer entre mis dedos como si se tratara de una hojuela de esas bien tostaditas que venden en la feria de agosto bañadas con miel pero el papel resistió y pude leer lo que había escrito en él nací mujer decía con una cuidadosa caligrafía que reconocí de inmediato como la de Rogelia nací mujer como pude haber nacido rosa o mariposa de un capullo -oruga- o de uno en flor pude haber sido pulga o elefante o tal vez una efímera o la espina del cacto o la savia o la miel pude ser cualquier cosa pero fui mujer decía el poema más hermoso que había leído en mi vida y no porque hubiera sido escrito por mi única hija que acababa de morir sino porque la describía exactamente como era delicada hermosa pero sobre todo con esa fuerza y convicción que la caracterizaban en ese momento me derrumbé y supe que yo no era ni mariposa ni flor o en todo caso era una negra mariposa de esas que dicen que tienen pintados huesos y calaveras en las alas y que presagian la muerte de las personas o una mustia rosa ajada y sin olor que está próxima al botadero acababa de cumplir cuarenta y tres años porque mi niña murió a los veinticuatro si le echa pluma sabrá la edad que tengo ahora aunque usté puede saber la edad que tengo con sólo leerlo en mi ficha del archivo pero lo que no puede leer en mi ficha del archivo porque no está escrito allí ni en ninguna parte es que los últimos treinta años de mi vida los he vivido en forma miserable después de leer el poema de mi hija doblé con cuidado el papel celeste y lo puse de vuelta entre las páginas en blanco de su diario coloqué el joyero encima dejé todo tal y como estaba y desde ese día no volví a entrar al cuarto de mi hija sino hasta cuando Pablo mi marido murió en déjeme ver en agosto de sí como diez años después fue terrible darme cuenta que había sido hija esposa madre y que ya no tenía más que un montón de recuerdos triste historia doña Herminia ¿qué es lo que quiere que haga por usted? leí el otro día sobre la eutanasia ¡pero doña Herminia! la muerte por piedad se llama leí que en los Estados Unidos hay un médico que ayuda a sus pacientes a bien morir eso es un delito doña Herminia yo también he leído sobre el doctor muerte y me parece que está procesado es verdad pero no hay que olvidar que aquello es los Estados Unidos y que aquí estamos en Guatemala en pleno subdesarrollo nadie se dará cuenta hasta le van a dar gracias a dios porque hay una boca menos qué alimentar lo siento doña Herminia pero yo lo sabría hice un juramento ¿qué es lo que usté sabría? que había una anciana moribunda que sufrió mucho en la vida y que iba a padecer más a causa de un cáncer no estamos seguros todavía ¿y si así fuera? lo siento no podría hacerlo ¿tendré que cortarme las venas yo misma? no diga eso doña Herminia ¿por qué no si para que se dé la vida se necesita de la complicidad de dos? doctor lo que le pido es que alivie mis sufrimientos me pide demasiado nadie lo sabrá si insiste me veré obligado a reportarla ¿y qué van a hacerme a condenarme a la inyección letal? ayúdeme doctor se lo suplico está bien lo pensaré y prométame también que no va a decírselo a nadie se lo prometo pero ¿no cree que usted sí debería hacérselo saber al hijo de su prima Margarita? no él ha sido muy bondadoso y ha velado por mí desde la muerte de mi hija pero no es médico ni siquiera creo que sepa poner una inyección ¿por qué no se lo pregunta? porque soy vieja pero no tonta doctor lo que le estoy pidiendo es algo parecido al secreto de confesión el secreto de confesión solamente puede existir entre el sacerdote y la persona que dice sus culpas ustedes los médicos son un poco sacerdotes ¿no? ¿acaso el capitán de un barco no puede casar a una pareja en alta mar? en el caso suyo doctor sería algo parecido el médico que asiste en su lecho de muerte al pecador usted me está pidiendo que la mate por favor no levante la voz doctor lo que le estoy pidiendo es que sea cómplice conmigo para que se dé mi muerte es como hacer el amor si es que no le importa hacerlo con una vieja como yo





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DOS QUE TRES

EN EL LENGUAJE POPULAR de todos los días, dos que tres significa más o menos. La ambigüedad de tal expresión refleja, de alguna manera, la idiosincrasia del guatemalteco. Como que nos da pena que la gente se entere de que la estamos pasando mal. El que escucha entiende que nos encontramos bien, pero que en el fondo podría ser mejor. Los que decimos, queremos decir que nos está yendo de la patada, pero que ahí la vamos pasando como quien no quiere la cosa. Algo parecido ocurre con el no. Lo más probable es que nos digan que sí, o que tal vez, cuando debió haber sido un rotundo, o por lo menos firme, no. Pero como tampoco nos gusta ofender, usaremos una negativa sólo impulsados por la ira o la exasperación. Las condiciones extremas en las que vive hoy día el guatemalteco común, lleno de rabia y desesperación frente a la inseguridad ciudadana, falta de oportunidades, carestía, pobreza, y demás, está cambiando el esquema de conducta al que las autoridades y los poderosos estaban acostumbrados. Las protestas se multiplican cotidianamente y se dice a viva voz lo que antes sólo podía ser pensado en la intimidad, por temor a la cárcel, el exilio y la muerte. Como que el alma le está volviendo al cuerpo al guatemalteco, no porque la represión a todo nivel sea menor, sino porque los grupos se están organizando mejor para resistir el implacable asedio del sistema. Por otro lado, el desgaste ocasionado por más de tres décadas y media de lucha armada, ha puesto la balanza en el fiel, donde todos los pecados y faltas serán perdonados en el nombre de la concordia y la paz, declarando un empate y borrón y cuenta nueva para los protagonistas del violento choque. Como siempre, el pueblo bien, gracias. Ha puesto los muertos de ambos bandos y recibe, en compensación, la factura de los gastos de reconstrucción a todo nivel, pagadera con leoninas imposiciones en el tercer milenio. Mientras tanto, los ricos se hacen más ricos y los pobres, miserables. La clase media, en un dos que tres, se encuentra como la salchicha de un hotdog entre las dos mitades de pan. Una, la de abajo, queriendo ocupar el lugar del embutido, pero condenada a permanecer pegada al inframundo por la fuerza de gravedad. La otra, de encima, poniendo toda su humanidad sobre las inferiores y ejerciendo la mayor presión sobre el trozo de carne que, al mismo tiempo, le sirve de alimento. Resulta paradójico, pues, hablar de una situación que es a todas luces insostenible, sobre las bases de un cambio que se propone en aras del bienestar general por la casta gobernante y poderosa, cuando sus enunciados propugnan por los contenidos de clase, condición, sexo, edad, altamente discriminatorios y excluyentes. En el mismo seno de esta sociedad que se debate entre un sistema democrático en la teoría y un feudalismo en la práctica, no hay cabida para la igualdad, entendida ésta como la condición indispensable para el desarrollo común de un pueblo. Las castas dominantes, tradicionalmente corruptas, explotadoras, represivas, genocidas, siguen levantando sus amuralladas barreras coronadas con alambre espigado, conectado a cables de alta tensión, cuidados por perros y bayonetas, no solamente para impedir el acceso a los de afuera, sino para guardar sus incontables riquezas producto del robo, la estafa, el asesinato. El crimen organizado nace, se organiza y ejecuta desde las instituciones que supuestamente son las encargadas de velar por el orden y la seguridad. La impunidad campea porque si cae uno, los demás le acompañarían en la caída como un castillo de naipes que se derrumba. Contemplando este nada halagüeño panorama, permítame que le pregunte ¿cómo la ve desde ahí? Pero no nos vaya a responder ¡dos que tres!

POR LA UNIDAD DE IZQUIERDA DEL PAÍS!!!
POR LA CLASE TRABAJADORA!!!
POR LA JUSTICIA SOCIAL!!!
VENCEREMOS!!!
IUNO

(Campo Pagado publicado en los diarios del país por el Partido Político en formación Izquierda Unida No Será Vencida -iuno-).





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LA TIENDA DE DON Eve no ha abierto sus puertas en todo el día. A la hora en punto, el señor de las cervezas ha llegado. Es la primera vez que encuentra las puertas cerradas y se siente frustrado, no porque no pueda ir a otra cercana a tomarse sus cheves, sino porque ese día, precisamente, ha terminado su estudio sobre los diferentes prototipos de conductores de automóviles y se muere de las ganas de, entre cerveza y cerveza, enseñárselo a su buen amigo y poder comentarlo con él.
    Piensa, mirando con impaciencia su reloj, que los últimos días ha notado muy extraño a don Eve, especialmente desde que doña Ofe se quedara llorando cuando su hijo pródigo, como él le llama, saliera rápido como una exhalación.
    Don Eve le ha contado algunas cosas, pero con él nunca se sabía si estaba hablando en serio o en broma —en metáfora, como solía decir—. Se había enterado, por ejemplo, que con la firma de la paz, su hijo Gerardo finalmente había podido regresar para vivir y trabajar en Guatemala.
    Todavía no se atrevía —y don Eve no soltaba mayor prenda al respecto— a preguntar sobre las actividades del hijo mayor —porque sabía que había habido un hijo menor que decían murió en un choque contra un camión mal estacionado—; pero deducía que o había estado exiliado por cosas de política o directamente en la clandestinidad como miembro de la guerrilla.
    Llevaba poco menos de veinte minutos esperando y ya estaba por irse, cuando vio llegar el auto de don Eve. Por lo oscuro del lugar no podía saber si venía acompañado por doña Ofe; pero cuando él bajó del carro y se encendió la luz interior la vio a ella. Don Eve lo saludó con un buenas noches y abrió el portón del garage, entrando su vehículo a continuación.
    El señor de las cheves estaba por irse discretamente, cuando escuchó la voz de don Eve que había salido a cerrar.
    —En años nunca había dejado de abrir la tienda. Le ruego me disculpe. Mañana será otro día. Lo espero. ¿Está bien?
    —No se preocupe don Eve. Sólo quería conversar con usted acerca de los prototipos de conductores.
    —¿Lo terminó?
    —Así es. Si quiere se lo dejo para que le de una leidita y mañana hablamos.
    —Está bien, don. Déjemelo y después nos discutimos los comentarios. Buenas noches.
    —Tenga, le entrega un paquete. Hasta mañana. Sin falta.
    —Buenas noches.
    —¿Qué quería?, pregunta doña Ofe cuando él entra con el paquete bajo el brazo.
    —Que lea algo que escribió, se lo muestra.
    —Ese hombre no me gusta, Eve. Hay algo raro en él.
    —No seás aprehensiva, Ofe.
    —Con todo lo que hemos pasado no se me puede acusar de paranoica.
    —Claro que no. Pero las cosas tienen que cambiar ahora que Gerardo ha vuelto.
    —Tengo miedo por lo que puede pasar.
    —La guerra terminó, Ofe. Por lo menos ya no habrá sangre y muertos.
    —No estés tan seguro, Eve. Tengo miedo por las venganzas. Mirá lo que pasó con nuestro hijo Byron.
    —Nuestro hijo Byron murió en un accidente.
    —Eso es lo que, según Mariana, nos querían hacer creer.
    —Esta Mariana siempre ha sido algo chiflada. Dicen que los loqueros son más locos que los locos.
    —Ojalá tengás razón.
    —Vas a ver que así es. Acostate si querés. Yo voy a leer esto y me voy rápido a la cama.
    —Buenas noches, sale doña Ofe.
    Don Eve se queda pensativo antes de decidirse a abrir el paquete. ¿Y si su mujer tuviera la razón sobre ese hombre? Mueve la cabeza para sacudirse las malas ideas, se pone los lentes, se sienta en su sillón y decide entrarle a la lectura.

PROTOTIPOS DE CONDUCTORES:
    El puntero: Este conductor no soporta que alguien vaya adelante de él. Siempre anda corriendo. Y cuando no hay nadie enfrente, acelera para ir en su busca y rebasarlo.
    El pesado. Se puede reconocer fácilmente a este conductor cuando va al volante de su carrito, porque se comporta como un chofer de trailer y camioneta. Para doblar en una esquina se abre peligrosamente pasando al otro carril y haciendo un amplio arco. También porque toca neciamente la bocina y se queda atravesado en las intersecciones provocando embotellamientos.
    El toro. Este conductor, pariente cercano del anterior, sufre del síndrome de lidia. Cuando ve un semáforo en rojo, embiste sin más trámite. También se caracteriza por su parecido con el conejo de Alicia en el País de las maravillas que va atrasado siempre.
    El oficial. Sin necesidad de sirena y luces de emergencia, se hace la vía libre a como de lugar. Gusta de los vidrios polarizados y autos último modelo, tanto del tipo deportivo como del rural 4x4.
    El elocuente. Igual en gesto como en palabra, este tipo de conductor se apropia de las calles y arremete con cuanto inocente se le cruza en el camino. Su repertorio de insultos abochornaría al más procaz. Cada día se suman más elementos del género femenino a este prototipo con mucho éxito.
    El lento. Para él no existe la noción de tiempo y espacio. Circula entre carriles y zigzaguea despreocupadamente. Este conductor es el principal blanco de los anteriores, pero igual ni se entera.
    El coqueto. Abarca a conductores de ambos géneros por igual, quienes usan los espejos retrovisores para ver su peinado y arreglar su maquillaje. Sólo sacan la mano para secar el esmalte de las uñas y decir adiós a amigos y amigas. Este síndrome se agudiza cuando aparecen las primeras canas y arrugas.
    El cuadrafónico. Se le escucha venir a varias cuadras de distancia. A causa del volumen están totalmente incomunicados con sus acompañantes y el mundo exterior. Son candidatos a un serio percance y a terminar sus días totalmente sordos.
    El abusado. Este conductor tuvo su entrenamiento en México, por lo menos, donde el que pega paga. Para él no hay señales de tránsito, semáforos, una vía, velocidad restringida, banquetas, ancianos, niños, ciegos, perros, charcos. Mejor si su carro no tiene silenciador y echa humo hasta por fregar.
    El ruletero. Este tipo de conductor anda siempre borracho, drogado o cruzado. Le viene el nombre por la costumbre de andar rolando sin rumbo aparente, con la pata metida en el acelerador. Como dato curioso, la mayoría de las veces circula en carros sin placas o con placas oficiales o extranjeras y la policía ni en cuenta.
    El perdonavidas. Este es el chistoso del volante. Se acerca velozmente por la retaguardia y cuando casi está a punto de atropellar a algunos cuantos peatones, toca la bocina y acelera alejándose muerto de la risa. También se detiene frente al semáforo y cuando ve que la gente está cruzando la bocacalle, puya varias veces el acelerador para asustarlos.
    El cafre. Hermano gemelo del Puntero. No soporta que alguien le lleve la delantera. Cuando alguien se prepara a rebasar con todas las de la ley, cambia peligrosamente de carril para impedírselo. Cuando es él quien quiere rebasar a alguno, se le pega peligrosamente a la cola tocando la bocina y cambiando luces para obligarlo a apartarse. Casi siempre anda en el carro de papi y sin licencia de conducir.
    El kamikaze. Rara vez anda solo. Se hace acompañar por amigos y amigas de su edad. Los momentos que prefiere son las horas pico o durante la noche. La mayoría de cementerios y hospitales están colmados con estos individuos.
    El inexperto. Se le reconoce fácilmente porque conduce a su derecha, hace las señales y paradas reglamentarias y nunca se excede en velocidad. Cuando sea experto pasará a engrosar alguna de las anteriores categorías y otras que no pudimos enumerar.

    Don Eve aparta los papeles. Se quita los lentes y se frota los ojos con cansancio. Bosteza. ¿Y si la Ofe tuviera razón?, se pregunta. ¿Acaso no es demasiada coincidencia lo del accidente automovilístico de nuestro hijo Byron y este trabajo sobre los conductores? No, se dice. ¡Esto es demasiado! Apaga la luz y decide irse a acostar.








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DIONISIO: BIENVENIDOS A SU programa Libre Encuentro, canales 3 y 7 de televisión nacional, que en esta oportunidad va a estrenar una nueva modalidad con el interesante tema “De cuarteles e iglesias”. En el primero de la serie, que es éste, habrá una exposición brindada por los ex comandantes guerrilleros Gerardo y Martín, que vienen en representación de la URNG y del Partido Político en formación Izquierda Unida No Será Vencida (IUNO), respectivamente. En el segundo programa de la serie, los delegados del ejército y de la iglesia harán la contra-exposición. Y en el tercero y último, se dará el Libre Encuentro entre todos los participantes. Soy Dionisio. Recibamos a nuestros invitados de hoy, Gerardo por la URNG y Martín por el IUNO. Buenas noches. (A GERARDO) ¿Por qué de cuarteles e iglesias, ex comandante Gerardo?
    GERARDO: Iremos por partes, si me lo permites.
    DIONISIO: Por supuesto.
    GERARDO: En Puerto Príncipe, el Ministerio de la Condición Femenina y de los Derechos de la Mujer de Haití, tomó el control de la sede del Ejército. En Panamá, a raíz de la abolición de las fuerzas armadas y del fin del tratado del Canal, las instalaciones militares norteamericanas serán usadas con fines civiles y pacíficos. Y así, a lo largo de toda Latinoamérica y el Caribe, donde tradicionalmente el ejército ha bien servido a la represión del Estado —como pantalla y fuerza—, a los intereses de las clases económicamente dominantes y del colonialismo extranjero, ahora se percibe una tendencia a la desmilitarización progresiva y total.
    DIONISIO: Eso tiene sentido desde la óptica de los retos de un nuevo milenio que van encaminados hacia la consolidación de la paz. Un lugar digno y seguro donde vivir, haciendo uso razonable de los recursos propios y ajenos, y de la no confrontación por las armas para lograr el desarrollo integral del ser humano, a través de las expresiones libres y sistemáticas de su cultura.
    MARTIN: El fin del siglo veinte parece ser también el principio del fin de los ejércitos en el área. Eso lo saben muy bien los militares desde hace tiempo, y se están preparando en forma inteligente para la transición. Porque a la par de sus galones y estrellas, la mayoría lucirá las palmas académicas.
    DIONISIO: Los profesionales de las armas se están graduando en las universidades, es cierto. ¿Obedecerá a la necesidad de integrarse a la sociedad civil —llegado el momento, que ya está llegando—, en posiciones protagónicas en la política, la economía, la industria, para no perder el acceso directo al poder y a la toma de decisiones?
    GERARDO: Y no solamente eso. Durante todo este tiempo, el ejército se ha preocupado por adquirir bienes inmuebles en lugares estratégicos de la ciudad y de los departamentos de la República. Un ejemplo lo tenemos en el cinturón de seguridad que han creado alrededor de la casa de gobierno, comprando propiedades que constituyen, ni más ni menos, los futuros trusts de la economía del país. Además de los actuales edificios del Instituto de Previsión Militar, de las agencias del Banco del Ejército, etcétera.
    DIONISIO: Según esa teoría, ¿se convertirán los cañones en piezas de museo para entonces, los aviones y helicópteros en ambulancias y hospitales aéreos, los oficiales en prósperos profesionales y hombres de empresa?
MARTIN: Y los soldados en guardaespaldas y en seguridad de esos prósperos profesionales y hombres de empresa. Los cuarteles…
DIONISIO: (INTERRUMPE) ¿No es esto, de alguna manera, una forma de decir que un ejército que ha sido muy eficiente en el ejercicio de las armas, va a serlo igualmente en su rol de transición civil?
    MARTIN: El ejército no fue muy eficiente durante los treinta y seis largos años del conflicto armado. Como tampoco la guerrilla. La firma de la paz, en términos de resultados, es un cero a cero o un uno a uno en el marcador final. Pero no viene al caso ahora. Pido prestadas sus palabras a Martin Luther King para decir I have a dream ¿Y cuál es ese sueño? Que el Fuerte de Matamoros (incluyendo el Canal 5 de Televisión, frecuencia del ejército), que la Guardia de Honor, que la antigua Escuela Politécnica, que el antiguo Hospital Militar, entre muchos otros, incluyendo al Palacio Nacional, se convierten en museos, centros culturales, sedes de agrupaciones que velan por la cultura, por la conservación, los derechos humanos, la paz. Todo manejado por fundaciones, asociaciones, universidades, el Municipio y el Estado, para abrir los espacios necesarios donde el pueblo tenga acceso a las manifestaciones artísticas, a la recreación, a la educación integral. Todo en forma gratuita.
    DIONISIO: Eso suena muy bien, pero hay que tomar en consideración que la cultura no es un negocio que se traduzca en ganancias para los inversionistas.
    GERARDO: Es por eso que la cultura debe ser subvencionada con los dividendos de los prósperos hombres de empresa, a través de impuestos directos específicos y donaciones deducibles de los impuestos; con el presupuesto de la Nación y la ayuda internacional.
    MARTIN: La cultura puede ser un negocio si se traduce en el pan espiritual que también necesita el hombre para vivir y desarrollarse plenamente, para enfrentarse a lo que viene.
    DIONISIO: Eso suena muy bien, repito, pero en la práctica no ha funcionado.
    MARTIN: Debería ser prioridad uno, porque tanto la salud, la educación, la seguridad, el techo, la comida son manifestaciones inherentes a la cultura de los pueblos.
    DIONISIO: Hemos hablado de cuarteles, ¿Qué lugar ocuparían las iglesias según eso?
    GERARDO: La iglesia original, ese otro gran cuco, ha sido erigida para decir al hombre que lo terrenal es pasajero y lo espiritual eterno. Que el hombre es producto del pecado original, de la desobediencia. Y que para ser salvo de ese estigma deberá arrepentirse y seguir ciegamente la palabra. Con esa premisa ha desarrollado todo un aparato que a lo largo de la historia va del sermón a la represión, del castigo al premio, del sufrimiento al éxtasis, de los santos sacramentos a la inquisición, pasando por las guerras, las plagas, la destrucción, la degradación del ser humano.
    MARTIN: Con su Santa Sede, como centro del enorme trust financiero, es una de las más pequeñas pero más poderosos naciones imperialistas y colonialistas de la tierra con sus tropas invasoras hasta en los pueblos más recónditos, exportadora de una de las doctrinas más exóticas y subversivas de la historia.
    DIONISIO: Eso es algo fuerte, pero será en el siguiente programa y en el último cuando la iglesia podrá responder. Mientras tanto, vamos a los avisos de nuestros patrocinadores.

CORTE COMERCIAL

    DIONISIO: Bienvenidos de nuevo. La iglesia y el ejército, según la premisa anterior, tienen muchas cosas en común.
    GERARDO: Por supuesto. Empezando con el decir popular: militar y cura, casa y comida segura. Para continuar, el uniforme, la estructura jerárquica. Y para terminar, la ciega obediencia a su autoridad superior. Dentro de esa estructura, militar y cura gozan de beneficios y prerrogativas no aplicables a otros grupos de la sociedad. El fuero militar y el religioso están por encima del civil. Son un estado dentro de otro estado con sus leyes, reglamentos, ordenanzas, propiedades y beneficios no afectos, inclusive, a la tributación fiscal. En conclusión, son grupos y sectas que sólo aceptan la autoridad del dios de sus ejércitos.
    DIONISIO: La iglesia también ha sufrido persecución, ha tenido divisiones y ha debido luchar como grupo de poder para conservar la hegemonía, consolidando sus posiciones.
    MARTIN: Correcto. Al grado que hoy por hoy es mucho más fuerte y tiene más probabilidades de supervivencia que el ejército.
    DIONISIO: A ver qué nos tiene que decir el ejército sobre esto.
    MARTIN: Para reafirmarlo, baste comprobar que no hay barrio, colonia, comunidad que no cuente con su templo a la vuelta de la esquina. Centros comerciales, salas de cine, locales diversos han sido sustituidos por las carpas de escuelas dominicales de la fe y templos de culto de tiempo completo.
    GERARDO: Ese es tal vez el meollo del asunto. Las escuelas públicas brillan por su ausencia o están en ruinas y mal equipadas. Hay infinidad de pastores de todas las religiones que tienen trabajo y muy pocos maestros de educación primaria, por ejemplo, con chamba. Nunca se ha visto que un militar o un cura vendan seguros de vida o tacos. Es común, por el contrario, ver a maestros que trabajan casi en cualquier cosa, menos dando clases a los niños.
    DIONISIO: Según eso, la iglesia no es una especie en peligro de extinción como lo es el ejército.
    MARTIN: Exacto, pero la iglesia deberá “pagar” ese precio haciendo que proliferen a la par de los templos las escuelas. Que las sectas —excepto los sábados, domingos y días de guardar— se constituyan en mentoras de esos cientos de miles de niños que no tienen acceso a la educación por la sempiterna y evidente incapacidad del Estado.
    DIONISIO: He escuchado antes, y viene al caso, que la iglesia siempre ha sido un negocio rentable, y lo seguirá siendo per secula seculorum.
    GERARDO: Es porque la salvación del alma por el perdón a los pecados, es una oferta que sale barata al transgresor. Justo es, dadas las circunstancias, que además ofrezca algo inmediato para el cuerpo y no únicamente se dedique a la venta de una ilusión: la vida eterna.
    DIONISIO: Con esta afirmación, vamos a nuestro corte de avisos comerciales. Gracias.

CORTE COMERCIAL

    DIONISIO: Bienvenidos de nuevo. Conversábamos con nuestros invitados durante el corte que una vez establecidos los parámetros de la discusión, habláramos de cuarteles e iglesias en el proceso eleccionario que se avecina, por primera vez, con una participación legal de la izquierda organizada. Me decías sobre eso, ex comandante Martín.
    MARTIN: Así es. En los últimos tiempos, aunque antes existía, se ha hecho sentir la fuerza del ejército y de la iglesia en las manifestaciones políticas. A pesar de estar reglamentado que tanto militares como religiosos no pueden por estatuto pertenecer a partidos políticos, la presencia de ambos en los distintos procesos eleccionarios —y no hablemos de los diferentes golpes de estado y contragolpes, por favor— se ha hecho sentir como una espina que deberá estar metida en la mano de hierro que se quiere implantar en nuestro país, con resabios desvelados y sentimentaloides de un general Ubico en el poder, como para que esté puyando todo el tiempo la herida y no se olvide de la ley fuga, los tribunales de fuero especial, las patrullas de autodefensa civil, los polos de desarrollo, tierra arrasada, jaguar justiciero, la mano blanca, por supuesto, entre otras experiencias igualmente aberrantes y dolorosas.
    DIONISIO: ¿Es una alusión directa al ex jefe de Estado, el general Efraín Ríos Montt y a su dualidad como hombre de armas y de iglesia?
    MARTIN: No es el momento de hacer señalamientos directos. Al que le calce el guante que se lo plante. Nadie ignora que tanto la iglesia como el ejército han servido de apoyo a los dictadores. Y también que siempre han tenido su infaltable cuota de poder en retribución a los servicios prestados. Ha sido éste un matrimonio indisoluble hasta en la muerte que ha dado sus buenos gananciales.
    DIONISIO: ¿A eso se debe, según ustedes, que tanto la iglesia como el ejército sigan estando interesados en gobernar?                     
    GERARDO: Responde a esto, Dionisio, ¿acaso el ejército y la iglesia no están mandando apresuradamente evangelistas y cruzados a todos los confines del país para el rescate de un botín que se desvanece frente a sus ojos por las presiones de las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional, el Departamento de Estado de los Estados Unidos y que, ante la desaparición de la potencia euro-asiática, se pretenden constituir en los únicos rectores de este mundo?
    DIONISIO: He tomado nota para lo que tengan que decir en el próximo programa los aludidos.
    GERARDO: La memoria popular sufre de amnesia colectiva. Los sanguinarios hechos del pasado cercano no han servido para crear una conciencia popular de rechazo a las propuestas de estas legiones de uniformados que han contribuido a la creación del caos imperante.
    DIONISIO: ¿Se hace necesaria, entonces, una revisión de valores, pero también una estrategia para evitarlo?
    GERARDO: Por supuesto. Para que estos personajes que se amparan debajo de uniformes y sotanas no sigan haciendo del sacrificio propiciatorio su forma habitual de tributar a los dioses.
    MARTIN: La consigna debería ser simple, para empezar. Que hasta un niño la entienda sin lugar a dudas: No más militares, no más pastores de iglesia en el poder.
    DIONISIO: Tal afirmación podría ser contraria a la ley electoral y a los contenidos de los derechos humanos.
    MARTIN: Las dolorosas experiencias, nos ponen en guardia contra los lobos con piel de oveja. Pero entiéndase que no se trata únicamente de que tal o cual personaje no pueda llegar a las elecciones por impedimento constitucional. Si es legalmente posible, pues que sean candidatos. El pueblo, que esta vez iría a las urnas a votar, les daría su merecido. Ese es el primer paso. Impedir que un militar o un pastor llegue al poder. El segundo y los siguientes pasos tendrán que encaminarse hacia la preservación de la democracia, la consolidación de la paz, la reducción del ejército y su virtual abolición, y la exigencia de que la iglesia ceda parte de sus bienes a los niños, en forma de educación pública gratuita, por lo menos.
    DIONISIO: En resumen, el tema de cuarteles e iglesias queda abierto a la discusión pública, solicitando a los medios de comunicación y a los interesados que se pronuncien. No con el fin de crear polémica, sino para dar vía libre a mejores condiciones para enfrentar los rigores de los duros tiempos que se avecinan a pasos agigantados.
    MARTIN: El poder real radica en el pueblo. El pueblo es soberano. Y la única forma de hacer valer ese poder es en las urnas electorales.
    DIONISIO: Por fortuna el voto es secreto.
    MARTIN: Ese es un buen punto. Nadie, sino uno mismo, sabrá la verdad. Una buena forma de protegerse contra las posibles represalias.
    DIONISIO: Hemos llegado al final de esta primera parte de Libre Encuentro. Los invitamos la próxima semana a la misma hora y por estos canales amigos, cuando estará con nosotros el general Ríos Montt, acompañado de una alta personalidad de la iglesia, posiblemente el mismísimo arzobispo Penados del Barrio en persona. Buenas noches, hasta entonces y muchas gracias a todos.

CREDITOS FINALES    





48

—PASA, PASA, GERARDO. NO te quedes en la puerta, dice Mariana, invitándolo a entrar.
    Ella acompaña a Gerardo hasta la pequeña sala. Allí se encuentra Rogelia quien, al verlos, se pone de pie y lo abraza.
    —Nos abandonaste, le dice en un cariñoso reproche, dándole un sonoro beso. ¿Qué te hicimos?
    —Te advertí que no lo aburrieras con la música, hija.
    —Si es así, prometo no volver a hacerlo.
    —No, dice Gerardo, de ninguna manera. Nunca había disfrutado tanto en una sala de conciertos y en primera fila.
    —Gracias, dice Rogelia. ¿Puedo ir a la casa de María, mama? Se ofreció a ayudarme con la lección de flauta.
    —Por supuesto hija. No vengas tarde.
    —No. Adiós, Gerardo. Los besa y sale.
    —María es amiga de Rogelia, dice Mariana, está un grado adelante y vive arriba. ¿Puedo ofrecerte algo?
    —No, gracias. Martín ha localizado a Tupapá.
    Mariana escucha la historia sin parpadear, todos sus sentidos puestos en la voz de Gerardo y en las palabras que salen de sus labios como si las estuviera machacando una a una para darles el valor y el significado que realmente tienen. Gerardo sabe que ella puede perderse con facilidad una vez que inicie el vertiginoso juego mental de la asociación de ideas —nadie le podía ganar a Mariana en eso, ni siquiera Martín que hacía gala de una extraordinaria habilidad para los trabalenguas y la jerigonza—, creando un subtexto de riquísimas imágenes y formas entreveradas, situación que llegaba a extremos cuando seguía un dictado. Gerardo no había podido olvidar los resultados cuando Mariana se ofreció a mecanografiar algunos de sus poemas. Recordaba especialmente un pasaje de “El hombre y su guitarra” que dice:

La guitarra en la mano de ese hombre
no es guitarra
es mano y dedos.
No se sabe si es el hombre
quien la toca
o si es la guitarra
brazo y caja
cuerdas clavijas y puente
la que toca y trastoca
el alma de los hombres
que la rasgan.

    Y ella escribió:

La mano en la guitarra de ese hombre
        es brazo y caja
        cuerdas clavijas y puente.
        No se sabe si es guitarra
        la que toca
        a ese hombre
        o si es brazo
        mano y dedos
        que trastocan            
        el alma de guitarra            
        que al hombre rasga.

    Cuando Gerardo concluyó su narración sobre el encuentro de Martín con Tupapá, ya no estaba seguro de si su propio pensamiento lo había arrastrado en la trampa del juego de Mariana. Ella, como entrando en la duda de Gerardo —de la manera tan especial como sabía hacerlo—, le hizo dos o tres preguntas claves para demostrar que no perdió una de sus palabras.
    —Se ha hecho justicia finalmente, dice ella.
    —Todavía no.
    —¿Quiere decir que
    —A Martín le corresponde
    —está vivo?
    —por haberlo encontrado, dice Gerardo. ¿Crees en la venganza?
    —Conozco el sentimiento
    —¿Por que dijiste a mi madre que Byron
    —pero de eso
    —mi hermano
    —¿rebajarse a hacer lo mismo
    —podría estar
    —que ellos
    —vivo?, pregunta él.
    —y matar fríamente?, pregunta ella.
    Hay un silencio. Del piso superior llega el dulce sonido de una flauta. Pan, dios de los bosques, piensa Mariana, de los rebaños y los pastores, tocando su caramillo de sonido triple y agudo. El de Hamelín, piensa Gerardo, arrastrando con el embrujo del sonido de su flauta a las ratas hacia una muerte segura en el agua. El encantador de serpientes que toca para que el áspid baile cadenciosamente con sus notas la danza de la muerte.
    —¿Y dónde está tu marido, pregunta Gerardo secamente?
    —Te contaré todo, dice ella.
    La voz de Mariana se entremezcla con la voz de la flauta, en un armónico dúo que transporta a Gerardo a más de treinta años atrás en el tiempo, cuando ella y su madre conversaban de cosas triviales en la cocina mientras él descubría por primera vez y para siempre su presencia adorable.







49

—GERARDITO, CON SUS QUINCE años recién cumplidos, aparenta diecisiete o dieciocho por su corpulencia, pero especialmente por su madurez. Para Mariana, este hijo significa el eslabón entre un pasado de apocalípticas dimensiones donde el amor y la muerte se conjugaban en un reducido espacio, y un presente de absurdas realidades donde el odio y la vida, paradójicamente, no permitían que el sueño desplegara sus alas y pudiera volar en pos de un futuro promisorio.
    —Sí, dice. Gerardito es tu hijo.
    El no se sorprendió en absoluto porque lo sabía, había sentido el llamado de la sangre, ese algo inexplicable que solamente puede darse entre un padre y un hijo.
    —¿El lo sabe?, pregunta Gerardo.
    —Cuando te fuiste, tenía tres meses de embarazo. No pude decírtelo.
    ¿Acaso habrían cambiado las cosas? ¿Se hubieran ido ella y Gerardo y su pequeño hijo juntos a la montaña y a los países que debía recorrer, a las guerras que debía pelear? Pero era bastante tarde para
    —¿Lo sabe?, insiste Gerardo.
    —Cuando te fuiste conocí a un hombre. Catedrático universitario. Me propuso matrimonio. Nació Rogelia. No, Gerardito no lo sabe.
    ¿Qué diferencia podría haber? Si Mariana había tenido que escoger -por su hijo- entre la estabilidad de una cátedra y la dura vida en la clandestinidad, ¿podía culpársele por eso?
    Y allí estaba ese hombre de apenas quince años recién cumplidos, que había renunciado a un bachillerato y luego a la universidad en una carrera de ciencias políticas, ciencias naturales, ciencias exactas o ciencias humanísticas para elegir la del arte como músico y maestro de formación musical. Ese casi niño que había mamado los horrores de la guerra sucia —como si pudiera existir la guerra limpia— y que conocía todo acerca de la vergonzosa historia de su país, especialmente en su pasado reciente.
    —La guerra, le dice Gerardito a su madre, es como un gran cuadro de Picasso, pero también un lienzo viviente de los hombres que se preparan para la destrucción y la muerte. Acabo de leer algo sobre las pinturas de guerra de los primitivos combatientes de todos los pueblos. Y hay algo en común: imprimir la fiereza de un animal de presa en sus rasgos y, al mismo tiempo, tomar la fuerza de ese animal, de esa entidad a veces sobrehumana, para sus propósitos.
    —Al poco tiempo de haber nacido Rogelia, confiesa Mariana a Gerardo, me enteré casualmente que ese hombre, mi esposo, tenía un hermano militar.
    —Las pinturas de guerra también se aplican sobre el rostro y el cuerpo para mimetizar al guerrero y hacerlo invisible, dice Gerardito. De la misma manera que las rayas del tigre lo confunden entre los espigados bambúes, y los verdes de la serpiente la hacen parecer liana o bejuco. Algo parecido, dice en broma a su madre, ocurre con el maquillaje de las mujeres, aunque el propósito sea, sin lugar a dudas, muy diferente, le da un beso.
    —Ayer fui a visitar, como siempre lo hacía, a doña Herminia al asilo de ancianos. Me dijeron que murió el domingo en la mañana y Martín se hizo cargo de los gastos del entierro, dice Mariana. Parece que uno de los médicos está preso. No supieron decirme por qué.
    —Gerardito debe enterarse de la verdad.
    —¿Para qué vas a decírselo ahora?, dice Mariana. ¿Qué diferencia puede haber?
    —Cuando yo me pinte, dice Gerardito a su madre, no va a ser ni para la guerra ni para el dulce himeneo. Va a ser para que todos vayan a chingar a su madre —con el perdón de la mía—, porque ya está bien de tanto dolor y tanta muerte.
    —¡Pero qué boquita la tuya, hermano!, protesta Rogelia.
    —Te puedes imaginar, dice Mariana a Gerardo, cómo me puse cuando me enteré que ese hermano de mi marido no era otro que “nuestro” capitán.
    —¿Dónde está ahora?
    —Mi marido muerto desde 1988. Enfisema pulmonar.
    —Hablo en serio, Rogelia, enfatiza Gerardito a su hermana. ¿De qué ha servido tanta muerte y destrucción si las causas que originaron el conflicto persisten? Mientras no haya justicia social, mientras no se respeten los derechos humanos, mientras no se cumplan los convenios,
    (Mariana siente un escalofrío mientras escucha a su hijo. ¡Cómo se le parece a Gerardo, dios mío!, piensa).
    —mientras existan seres como Tupapá y el capitán, por sólo mencionarlos a ellos, las pinturas de guerra pintarán muchos rostros y muchos cuerpos. ¿Quién puede asegurar que yo mismo, un día, no decida irme todo pintarrajeado a la montaña?
    —Será como ermitaño, dice Rogelia; porque lo gruñón te sobra.
    —Pregunto por su hermano, dice Gerardo impaciente.
    —Se fue para los Estados Unidos, le muestra un recorte del The Los Angeles Times. “Nuestro” capitán tuvo una honrosa muerte en Vietnam. Aquí dice que le concedieron la medalla de honor póstuma. El Corazón Púrpura.
    —¿Muerto?
    —La embajada de los Estados Unidos en Guatemala se la impuso a mi marido, como único familiar cercano.
    ¿Muerto en acción?, piensa Gerardo, con los ojos clavados en el recorte de periódico. ¡No puede ser!
    —Lo mismo me dije, dice Mariana, sorprendiéndolo de nuevo con esa capacidad de ella para saber lo que estaban pensando las personas. No podía ser más que una pantalla para proteger su identidad, así que hice mis propias averiguaciones y aquí está la prueba, le muestra una carta, de que los chinitos no pudieron matarlo.
    —¿Vive?
    —La carta está fechada hace poco más de dos años.
    Gerardo lee. Se saltea párrafos. Vuelve al principio. La excitación hace presa de él. Relee.
    —Un respetable veterano de Vietnam. El nombre está cambiado. ¿Cómo puedes tener la certeza de que es él?
    —¡No se preocupe, mama!, ruega Gerardito. Nada de eso va a ocurrir jamás. De lo contrario, Gerardo se vería obligado a escribir un nuevo poema titulado: “El hombre y su clarinete” y usted madre, a saber qué aportes no le haría cuando le tocara teclearlo en la laptop. No nos podemos correr ese riesgo, ¿no le parece?
    Los dos ríen. Rogelia, que no le encuentra la gracia, da la vuelta y se encamina a su cuarto.
    —¡El hombre y su clarinete!, camina protestando. ¡Machistas! ¿Por qué no podría ser “La mujer y su flauta”?, se escucha en la distancia.
    —Si pones atención a la letra, dice Mariana a Gerardo, ¿no te resulta familiar el rasgo?
    —¿Qué quieres decir?, pregunta él.
    —Esa carta, fechada en Los Ángeles, me la escribió tu hermano Byron.





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Estimados señores editores:
A MENOS QUE ME equivoque, y ustedes sean de los que empiezan un libro por el final, el que llegaran a estas líneas significa que han hecho un recorrido —poco más de 150 páginas con 1,800 caracteres cada una, lo que hace un total aproximado de doscientos sesenta mil caracteres; cifra tremendamente conservadora si la comparamos con el Fausto de Goethe o La divina comedia de Dante— en dos partes: la primera que sitúa la acción treinta años antes de la segunda. Es probable que me arrepienta algún día por lo que estoy haciendo en un pretendido arranque de honestidad —no olvidar que también hay segundas intenciones ocultas—, pero creo que es justo para ustedes que son los que ponen la plata y todas esas cosas, saber con el tipo de material y de escritor que están enfrentándose. Antes de seguir adelante, quiero solicitar, como una justa correspondencia de su parte a mi gesto, que si a pesar de los pesares decidieran publicar esta novela, dejen fuera de prensas este pretendido capítulo, para que únicamente quede entre ustedes y yo. Salvada la previa, voy a tratar de explicar los antecedentes de esta aventura dizque literaria. Hace algunos años, estaba yo enrolado en un programa para impulsar a los escritores nacionales. Consistía en preparar un listado de autores guatemaltecos —y de algunos centroamericanos—, los cuales se ofrecían para su venta exclusiva por teléfono y fax. Cuando usted recibía el listado de títulos, autores y precios, ordenaba por teléfono los libros tal y tal y tal —según su número en el catálogo—, y por cada tres que comprara, tenía derecho a escoger uno gratis de un listado de ofertas. La entrega se hacía, sin recargo adicional, en su casa u oficina dentro de las siguientes 24 horas, y usted pagaba contra recibo de los libros a entera satisfacción. Además, había una reunión semanal de adictos al libro —calcada de los alcohólicos anónimos, neuróticos anónimos, drogadictos anónimos, etcétera— con la finalidad de tratar temas sobre la adicción a la lectura —aunque, a diferencia de las anteriores, lo que se pretendía era estimular ese vicio y que hubiera más lectores— y de cómo sacarle provecho al máximo, incluyendo técnicas de lectura rápida, de lectura sin tener que comprar jamás un libro, de lectura mínima —que trataré de ampliar más adelante—, y otras. Cada miembro recibía un carnet de membresía que, entre otras cosas, le procuraba descuentos en librerías asociadas, precios especiales del boleto en ciertos espectáculos de música, teatro, danza, revistas de literatura y arte gratis, y la posibilidad de ir adquiriendo bonos con valor en cada compra, canjeables por libros en la siguiente. Estaba yo de lleno entonces en la promoción, difusión y venta de literatura de autores centroamericanos, conduciendo las sesiones, recibiendo los pedidos por teléfono y fax, preparando los paquetes de libros, entregándolos en casas u oficinas de los miembros. Comento todo esto, para establecer un marco de referencia sobre la forma en la que me embarqué en la aventura que culmina hoy con la presentación de este manuscrito para su publicación. Como dije al principio, hubiera sido muy fácil para mí concretarme únicamente a enviarlo sin más comentarios, pero nunca me hubiera perdonado —¡y vaya que he hecho cosas terribles!— el hacerme pasar por padre de la criatura cuando en realidad no soy sino un autor incidental, en todo caso, que se ha valido de las circunstancias propicias. Mi conciencia estará tranquila y ustedes tendrán en sus manos los elementos para sacar sus propias conclusiones. Estamos a mano. Retomando el hilo de la historia, las sesiones se llevaban a cabo los martes de cada semana, de seis a nueve de la noche. Allí se daban cita algunos personajes dignos de una novela para ellos solos. El licenciado en humanidades, de unos cuarenta años, uruguayo de nacimiento, que confesaba cuatro matrimonios y cuatro fracasos a causa de su adicción a la lectura; cuyo mayor placer lo constituía la posesión material del libro nuevo e intocado por alguien más —y de allí su teoría de que la lectura tenía una connotación sexual, que el libro era como una mujer, que el abrir sus páginas era como separar sus piernas tomándola de los tobillos y que el vértice de la unión de sus páginas no era otra cosa que su vulva jugosa—. La lectura de cada libro daba como resultado una posesión plena de lujuria. Una mujer, profesional universitaria —sicología, creo—, en sus treinta y pico, que no podía vivir sin un libro en las manos. A causa de eso, su vida social era nula. No se había casado y le era muy difícil mantener una relación. Se la pasaba leyendo de la noche a la mañana. Se quejaba de estar enferma del corazón a causa de los sobresaltos que le ocasionaba el hecho de ser sorprendida por sus jefes en el trabajo. Un joven sin oficio ni beneficio conocido que se la pasaba en los supermercados y centros comerciales. Como no tenía dinero para comprar libros, había desarrollado una técnica de lectura rápida y eficaz. Tomaba una canasta, la llenaba con algunos víveres y artículos diversos, tomaba un libro de los estantes y se colocaba en la cola más larga. Cuando estaba a punto de llegar a la caja, terminaba el libro y se iba a otra caja, o a otra tienda, para repetir la historia. Alguien más que se acercaba a un amigo y le preguntaba ¿qué estás leyendo? y entre plática y plática, con el libro en la mano, leía las tapas y lo esencial. Cuando se daba por satisfecho, se despedía del amigo. También iba a las librerías y de estante en estante leía lo que podía. Además había uno que otro lector “normal”, pero como está dicho antes, el objeto era crear o estimular la adicción a la lectura. Otro señor, de mediana edad, que contaba que iba a comprar zapatos, por ejemplo. Miraba en las vitrinas para decidirse sobre tal o cual estilo y marca cuando se topaba con una librería. Hacía esfuerzos sobrehumanos para no entrar, sabiendo que en el regateo iba a parar comprando libros en vez de los indispensables zapatos. Casos más complejos, como el del señor al que la mujer no lo mandaba al supermercado porque ya sabía de qué pata cojeaba. Pero cuando ella no podía ir y no había más remedio, la mujer le daba la lista y el dinero y le pedía que le prometiera que iba a traer exactamente lo que se necesitara. Nada más. El señor prometía hasta por las cenizas de su madre que iba al mandado y no al retozo. Ya en el supermercado, al momento de pagar, se topaba con el estratégicamente colocado estante con libros. Tomaba uno. Lo devolvía a su lugar. Lo volvía a tomar y, finalmente, para hacerlo más democrático, decidía que lo iba a echar a la suerte. Lanzaba una moneda al aire y la mayoría de veces ganaba el libro. Cuando volvía a su casa con el mandado, faltaban la leche del niño, los pañales, la papilla y ya se pueden imaginar la que se le armaba con la esposa. Había personas también que se acercaban con aspiraciones literarias, propiamente. Como solía invitar a autores conocidos para que hablaran sobre sus libros y sobre sus hábitos de lectura, no faltaba alguien que se presentara con un manuscrito de su propia cosecha con el deseo de que se leyera, comentara y, de ser posible, se le pusiera en contacto con editores para su publicación. De esa cuenta uno de los miembros, calvo, pequeño de estatura y con lentes de una graduación exagerada, que tenía un negocio relacionado con la venta de medicinas, se presentó con un paquete bajo el brazo. Esperó hasta que la sesión de terapia hubo terminado y se acercó a mí para decirme que necesitaba confiármelo porque él se tenía que ir de viaje a Alaska —habló de que debía pasar una larga temporada allá, invitado por no sé qué universidad— y que no podía dejarlo en otras manos que no fueran las mías. Como depositario del paquete, lo llevé a mi casa, lo guardé entre mis montañas de papeles, y me olvidé por un tiempo. Ocho o diez meses después, recibí una carta en la que él me decía que lo más probable era que no iba a volver a Guatemala y me pedía que abriera el paquete y que siguiera las instrucciones que venían en el mismo. Dicho y hecho. Abrí el paquete. Contenía casi 100 páginas mecanografiadas y una especie de instructivo. Me puse a hojearla y evidentemente se trataba de una novela, con su estructura en capítulos —24—, aunque no había título ni nombre del autor. Me dio un poco de flojera en ese momento y puse manuscrito e instructivo sobre mi mesa y me fui a hacer lo que tenía que hacer, dejando la lectura para más adelante. No sé si a ustedes les pase, pero a mí me cuesta mucho leer por oficio. La lectura, es un placer. Cuando alguien le dice a uno que lea, como en el colegio, por ejemplo, el gusto se va al traste y entrarle a un libro se siente cuesta arriba. Pero yo no soy un adicto, en realidad. Soy un lector hasta cierto punto racional, selectivo, temático, metódico, que gusta de la ficción, pero incapaz de sacrificar nada por la lectura. Esa es la diferencia. Así que ya se pueden imaginar que cuando no estoy leyendo por placer, estoy escribiendo. Y a veces prefiero hacer mis propias historias que leer las de otros. Disfruto más. Bueno, pero decidí entrarle al instructivo una tarde que estaba lloviendo a cántaros y me sentía resfriado y no iba a exponerme a las inclemencias del tiempo porque a mi edad un catarro se complica fácilmente. Lo reproduzco a continuación. Es breve.

Este material contiene una historia verídica. Yo no soy el autor. De hecho me fue confiado por alguien a quien se lo había entregado alguien. Así, en una larga cadena de depositarios. Ignoro su autoría y procedencia.

    Hasta aquí, queda claro que el manuscrito ha pasado de mano en mano sin que, evidentemente, se lograran los propósitos. De lo contrario, ¿qué sentido iba a tener el confiármelo? Sigo con las instrucciones.

Como, supuestamente, han pasado treinta años desde que se escribiera, lo más probable es que los mencionados asesinos de Rogelia ya estén muertos o desaparecidos desde hace tiempo. O, como yo he pensado muchas veces, no se trate sino de una novela de ficción, basada posiblemente en algún hecho real, que no tiene valores más allá de lo estético.

    Estuve a punto de regresar nota y manuscrito al sobre y de olvidarme, pero lo que viene a continuación me hizo interesarme.

Esta ha sido una larga cadena. El manuscrito quemaba mis manos y me quitaba el sueño. Al extremo que decidí deshacerme de él y poner tierra de por medio. Sabía que mi viaje a Alaska era definitivo -también por otras razones, claro-. Le ruego me perdone. Le aconsejo que, vencida la primera intención, no lo lea. Destrúyalo y olvídese. No vale la pena. Gracias por su confianza.

    ¿Conque eso era?, pensé. Alguien me pasaba la brasa encendida. Guardé todo y refundí el paquete en un rincón mientras decidía cómo deshacerme de él. Me olvidé por un tiempo. Hasta que recibí una nueva misiva del pequeño hombrecito con lentes de culo de botella. Fechada en Alaska, me confesaba que su insomnio había agravado y que sufría de terribles migrañas. Me pareció un poco exagerada la situación, pero me preocupó la parte final de su carta que decía algo así como que estaba embrujado, bajo un mal influjo, con una maldición a causa del manuscrito. Que, por favor, sin pensarlo, lo quemara y así él podría librarse de esa influencia y yo quedaría libre de cualquier daño. Me dio mucha risa eso último, porque yo no creo en espantos ni aparecidos ni supersticiones. Y como aquellos niños a los que se les dice no hagas tal cosa y ellos corren a hacerlo, me fui directo a buscar el paquete y leí de un tirón el manuscrito. No voy a hacer ningún comentario sobre la historia y esas cosas que corresponden a los analistas y críticos literarios. Total, ustedes ya lo leyeron y saben de lo que estoy hablando. Lo que sí voy a decir es que, a partir de ese momento, quedé cautivado por Rogelia —que resulta ser la heroína—, pero especialmente por Tupapá, ese personaje tan complejo y retorcido, tan cruel y despiadado, pero al mismo tiempo tan descarnadamente vivo —y que viene a ser el antihéroe—. Pensé, desde ese instante, que no era justo que semejante crimen, si había ocurrido, quedara sin castigo y empecé a buscar la forma de responder a los deseos del anónimo autor de que sirviera para dar con el paradero de los torturadores y asesinos. No voy a extenderme mucho más, porque es claro que la segunda parte de esta historia la escribí yo por parecidos motivos. Hay algunos cabos que quedan sueltos en forma intencional, porque lo que pretendo es que sea publicada por ustedes tal como está, para que llegue a las manos no de uno sino de miles de depositarios. Tal vez alguno se decida a continuar la historia con los hijos de los hijos de los protagonistas hasta llegar al esclarecimiento total, para que todos y cada uno de los que resulten culpables sean justamente castigados. Mientras tanto, reciban mis muestras de consideración y afecto. Atentamente, (nombre reservado a petición).