Selección de artículos publicados
(Los artículos de la siguiente selección, aparecieron publicados en el Diario laRepública de Guatemala, durante los años 1995 y 1996).

Contenido:
Los motivos del escribidor
Los fantasmas del Teatro Nacional
Maña en la tarde me iré contó amorcito lindo
Literatura y resistencia en Guatemala
50 años: los esposos Piedra Santa fundaron un imperio sustentado por la necesidad del saber y la cultura
La catedral de Estrasburgo y su reloj astronómico
El teatro para escolares —una perspectiva que debe reorientarse—
De Esopo a Monterroso
Martí en Guatemala Modalidad del Teatro Continuo
I Feria de la Paz y la Cultura Guatemalteca 1996
Guatemala y la entrega de sus "Oscar"
Misión espiritual del teatro
Vivir cada 24 horas
El valor del dinero
Lo bueno y lo malo
Hablemos de arte y de los espacios culturales
Teoría de la fábrica de estrellas

© 1996: Manuel Corleto

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Los motivos del escribidor
Manuel Corleto


El escribidor es ese personaje de novela que se la pasa inventando tramas y situaciones, imaginando mundos paralelos a la existencia misma, reinventando lo que ve y escucha, enhebrando fantasías que muchas veces son menos absurdas que la propia realidad.
    Armado de lápiz y papel, garabatea, estruja, emborrona, rellena pliegos y cuartillas con esos símbolos que forman las letras que a su vez constituyen las palabras, en una sucesión de diferentes longitudes, formas y magnitudes, hechos y acontecimientos, que devienen en historias plasmadas en un original o manuscrito que se reproduce en forma de libro.
    Se sabe que él lo escribió porque así lo dice en el lomo y en la primera página. El autor, desde esa perspectiva, es un ser metafísico sin edad, sexo, fronteras. Y en su calidad de creador de universos, equiparado a las divinidades, está en todas partes pero raramente puede ser visto sino por algunos.
    Pocas profesiones confieren una aureola de tan variados matices, envuelta en un manto de misterio, aventura, sabiduría, bohemia, romance, intriga. Hasta se le endilgan facultades sobrenaturales, pactos con el demonio, recepción de voces del más allá y del más acá, escritura automática en estado de trance y un sinfín de cosas  por el estilo.
    El escribidor sube al cielo, toca las estrellas, se confunde con el sol. Baja al infierno, reta a las tinieblas, cohabita con las sombras. Es protagonista, testigo, tercera persona. Hechor y consentidor. Juez y verdugo. Primero y último hombre de la creación.
    Heredero directo de los alquimistas, da vueltas al contenido de sopa de letras de la olla para transmutar la palabra. Repite una y otra vez los movimientos en una secuencia idéntica. En un ritual que se sabe de memoria. En una repetición que, a pesar de lo aparentemente rutinario, resulta novedosa en cada giro.
    ¿De dónde le viene esa fuerza? La teoría del Poema universal sostiene que no hay nada nuevo bajo el sol. Que en la naturaleza misma está consignado el grande y perfecto y único texto que hay entre el cielo y la tierra. Que el escribidor no es sino una especie de receptor, de catalizador, recibiendo un dictado como una secretaria lo hace de su jefe.
    Ahora bien, de la misma manera que una secretaria puede cometer faltas de ortografía, comerse algunas palabras o párrafos, ser indolente y descuidada, el escribidor, en la transcripción final del texto, es susceptible a equivocarse. También, por supuesto, podría ocurrir que el receptor no sea capaz de leerlo en su totalidad y recurra a otros contenidos para llenar los baches.
    Cuestionados los escribidores sobre sus motivaciones, la mayoría estuvieron de acuerdo en que la afición les llegó de manera espontánea. Nadie dijo quiero ser escritor, de la misma forma que un infante puede manifestar su deseo de convertirse en médico o piloto aviador. Si el músico necesita del sonido y el silencio, el bailarín del ritmo y movimiento, el actor de la voz y la acción, el pintor de la luz y las sombras, el escribidor tiene —por experiencia propia— más que suficiente con el todo y la nada.
    El todo y la nada comprendidos como alfa y omega de la creación. De la a a la z en el alfabeto de la existencia. Del principio al final en la lectura de los signos de la naturaleza.    ¿De dónde, si no, saca la materia prima de sus cuentos, dramas, poemas, novelas?
    Luego viene el distanciamiento. El lapso de tiempo necesario entre el evento y el registro del mismo. De allí que mucho de lo que escriben los escribidores sea autobiográfico. Producto de la experiencia propia o de otros, conectado por los acontecimientos, consignado en los anales de la vida.
    Los motivos del escribidor pueden ser muchos y diversos en apariencia. Es como preguntarle a un ciego como mira la situación o a un sordo si ha escuchado rumores o a un mudo si no ha elevado su voz para protestar. Todo es relativo.
    Concluyo con un texto de Carlos Menkos-Deká (Todo tiene sentido):
    1. Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de los cielos.
    2. Es más fácil que un ojo pase por el reino de las agujas, que un cielo entre en el camello de los ricos.
    3. Es más fácil que un rico pase por el ojo de un camello, que un cielo entre en el reino de las agujas.
    4. Es más fácil que un reino pase en la aguja de los ojos, que un rico entre en el reino de los camellos.
    5. Es más fácil que un ojo pase por el cielo de un camello, que una aguja entre en lo rico de los reinos.
    6. Es más fácil que una aguja entre en lo rico de los ojos, que un reino entre en el camello de los cielos.
    Y también, aunque más impuros:
    7. Es más rico que un cielo pase por el ojo de un camello, que un reino entre en la aguja de lo fácil.
    8. Es más aguja el que pasa por el cielo de los ojos, que rico el que entra en el reino de los camellos.
    (Aseveración que no deja de mostrar experiencia de la vida)
    Y, por último, con no poca filosofía:
    9. Es más camello el que pase por el reino de un rico, que cielo el que entra por el ojo de la aguja.
    He aquí, la muestra. Las variabilidades, son casi infinitas.



Los fantasmas del Teatro Nacional
Manuel Corleto


Para que un teatro pueda llamarse como tal, además del escenario, la platea, los balcones, el foso, la tramoya, las obras, los directores, los actores, los técnicos, el público, la plástica, luz y sonido, necesita de otros ingredientes no menos importantes como lo son la magia, la ilusión, la fantasía.
    La Opera de París es un claro ejemplo. Con su centenario fantasma ha hecho las delicias y miserias de varias generaciones que, aunque pocas veces habrán podido observarlo in situ, lo conocen muy bien a través de las obras de teatro y las variadas versiones cinematográficas.
    El fantasma de la Opera está aquí, dice uno de los textos. Sin embargo, me atrevo a enmendar la plana ante el hecho de que si la Opera de París declara orgullosamente la presencia de un fantasma, el Teatro Nacional de Guatemala, enclavado en el Centro Cultural Miguel Angel Asturias, en vez de uno tiene que certificar dos.
    Para nuestra Guatemala, tan llena de tradiciones y leyendas con sus lloronas, sombrerones, cadejos, siguanabas, etcéteras, no resulta novedoso añadir dos personajes más a la rica antología. Porque ¿qué se necesita para ser merecedor de tal honor? Ser un genio o geniecillo —que para el caso es lo mismo—, posesionarse del teatro y hacer mucho ruido.
    La arquitectura misma del lugar, tan llena de recovecos, pasillos, escaleras, altillos, sótanos, rincones, ha sido ideal para que estos dos geniecillos —los fantasmas del Teatro Nacional— llenen una presencia más metafísica que física; porque a pesar de estar allí todo el tiempo, pasan casi inadvertidos a quienes habitualmente lo ocupan y a los visitantes ocasionales.
    Sus nombres son agudos. El acento en la última sílaba tiene la virtud de suspenderlos en el tiempo y el espacio, sugiriendo, por el golpe de voz, que hay algo más importante que viene detrás del apelativo. Joaquín... Efraín... También son bíblicos y suenan a trompetas y clarines, conmocionando los muros y cimientos de ese templo de la cultura y el arte que no caen, porque ellos, con su gran poder creativo, justifican su existencia y lo apuntalan con su espíritu.
    Aunque, como está dicho antes, pocas veces nos percatamos de la presencia de los dos fantasmas del Teatro Nacional, todos los conocemos por obras y acciones. De alguna manera, el uno resulta ser complementario del otro. Siameses en la gigantesca tarea de volcarse en la búsqueda y encuentro de una expresión que abarca la plástica, la literatura, la música, la arquitectura, el teatro, la invención, la constante manipulación de la olla de alquimista para trocar en oro lo que tocan y prodigarlo en constelaciones de universos plenos de luz y de sonido.
    Quienes han logrado avistarlos en sus respectivas cuevas del Centro Cultural que adornan con las muestras de su ingenio, quienes los ven deambular por el nudoso rumbo de las entrañas del Teatro Nacional, los describen como menudos, tímidos, asustadizos y esquivos. Pero igualmente como gigantes, intrépidos, confiados y sociables.
    Esta dualidad obedece a que su condición humana, con caparazón y todo, es únicamente un vehículo temporal. Y a que la genialidad, trascendiendo la barrera de la materia, supera los límites impuestos. Si hay alguna forma de libertad, no cabe duda que se manifiesta en fantasmas y genios, seres mitológicos de nuestra más cruda realidad y de nuestras más absurdas pesadillas.
    Joaquín Orellana y Efraín Recinos, en su calidad de habitantes permanentes del inframundo cultural de Guatemala, inventariados por la absurda burocracia, ninguneados por el rígido sistema, catalogados por los mercaderes de nuestra economía, representan la antítesis del grotesco sistema administrativo oficial.
    El protagonismo que estos geniecillos deberían tener de hecho y por derecho en la conducción de los destinos del arte y la cultura en el país, les es negado en forma inexplicable. Se les relega a la condición de ánimas en pena, mientras los otros, los listos, los incapaces, los corruptos, los amigos de los amigos, liderean la débâcle del arte y la cultura.
    Se puede exigir, por lo menos, que se les declare patrimonio nacional —por no decir fantasmas oficiales del Teatro Nacional—, con las insignias y preseas inherentes al rango, incluyendo las respectivas pensiones vitalicias; que se les erijan sendos monumentos en los jardines del Centro Cultural Miguel Angel Asturias y que se difunda su vida y su obra popularmente para que todos los guatemalteos tengamos la oportunidad de apreciar su genio.



Maña en la tarde me iré contó amorcito lindo
Manuel Corleto


Cuando el 1924 don Chema Orellana instituyó el quetzal como moneda nacional, jamás imaginó que su efigie tan familiar en los billetes de a uno iba a ser manchada, rayoneada, sellada con los más diversos propósitos.
    En algunas elecciones presidenciales, por ejemplo, los partidos opositores han usado la estrategia de desacreditar a su adversario sellando en los billetes de cincuenta centavos y de un quetzal, afirmaciones ofensivas sobre el susodicho candidato. Y no es extraño encontrar firmas, refranes, operaciones aritméticas, fechas conmemorativas, obscenidades de vez en cuando.
    Algunas sectas religiosas, también, aprovechando su constante paso de mano en mano, han sellado cantidades de billetes con mensajes alusivos a la salvación del alma.
    Sin embargo, lo que más ha llamado mi atención, es el uso del papel moneda como vehículo para enviar mensajes amorosos. En mi pequeña colección hay dos que son mis favoritos. El primero que dice maña en la tarde me ire conto amorcito lindo y el otro donde, con vacilante y temblorosa mano alguien escribió Natalio te quero muchos mi amoro te amo corason mio te sueña.
    Aunque no falta, de vez en cuando, un mensaje que denuncia y pone en guardia: Kenedy Israel Ajcac Corocoj hueco, hipocrita porque engaña a las muchachas dice que las quiere pero no. O de este otro: Anderson mentiroso me mintio diciendo que se llama Anderson lo odio.
    Volviendo al primero de los clásicos, trato de imaginar la verdadera historia que gira alrededor de ese mensaje que la amada deslizó en las manos de su caballero, a falta de otro medio más ortodoxo de comunicación.
    —Andá a traer las tortillas, Juanita.
    En la esquina, ya sin uniforme, Cecilio ronda desde su atalaya. El billete cae a los pies del centinela, mientras Juanita corre presurosa a su mandado.
    Mañana en la tarde me iré contigo, amorcito lindo. La mano temblorosa de la colegiala, el corazón agitado por la excitación, abrevia el mensaje comiéndose algunas letras en sus ansias.
    —Vas a llegar tarde al colegio, m'hija.
    —Ya voy, mama.
    Y el verde billete color de esperanza llega a manos de su galán en un descuido de la madre y frente a sus narices, en plena parada de bus.
    En relación al segundo de mis favoritos, voy a la tienda de los Tucures y compro unos cigarros cuando veo que ella desliza algo entre las manos de Natalio, quien febril de excitación pide un octavo. Ella se ha ido rápidamente. El saca del bolsillo de su pantalón varios billetes viejos y arrugados. Paga. Se mete el trago entre pecho y espalda y se va cantando por dentro —aunque por fuera no se le note nada—.
    Me dirijo a Bartolo Tucur y le pido me muestre el billete. Bartolo me mira con cara de ¿a éste qué le pasa? Yo le digo cualquier cosa, que estoy haciendo un trabajo sobre el dinero y como él me conoce y sabe que soy un poco raro y que me dedico a cosas que él no comprende sirvan para algo pero que de alguna manera respeta por el terror atávico a lo desconocido, me extiende uno.
    Lo tomo y compruebo que no es ese. Le pido otro. Busca en la pequeña caja de cartón donde se amontonan —estrujados, desvaídos, maltratados— y me da otro. Este tampoco. El tercer billete de a quetzal resulta ser el que busco, tiene escrito algo. Lo tomo y le doy uno de los míos de igual denominación a cambio. Leo el mensaje.
        Es sólo un billete que está diseñado para pasar por infinidad de manos en frías transacciones comerciales o en la pasión de un acto delictivo. Es sólo un pedazo rectangular de papel, impreso en ambas caras con las insignias, sellos, fechas, firmas y denominaciones de ley. Es el poderoso don dinero, capaz de comprar cuerpos y conciencias, amor y odio, vida y muerte.



Literatura y resistencia en Guatemala
Manuel Corleto


Ohio University Center for International Studies publicó en dos volúmenes "Literature and resistance in Guatemala" de Marc Zimmerman,  1995.
    "Literature and resistance in Guatemala" es una extensión de los materiales guatemaltecos altamente condensados que se encuentran en el estudio de Zimmerman con John Beverley, "Literature and Politics in the Central American Revolutions" (Austin: University of Texas, 1990).
    Marc Zimmerman tambien es compilador, junto con Raúl Rojas, de "Guatemala: voces desde el silencio —un collage épico—" (Editorial Palo de Hormigo y Editorial Oscar de León Palacios, 1993), que forma la cuarta y útima parte de una trilogía ya existente (collages épicos) sobre Centroamérica: "Nicaragua en revolución: los poetas hablan", "Nicaragua in Reconstruction and at War" y "El Salvador at War: A Collage Epic", lo que en conjunto constituye lo que se ha dado en designar como El cuarteto Centroamericano.
    "Guatemala: voces desde el silencio —un collage épico— fue construido empalmando, cortando y condensando fragmentos y trozos de poemas, novelas, cuentos, entrevistas, discursos, declaraciones, testimonios escritos o transcritos, de escritores importantes y menores, y también de aquellos que no escriben y no han tenido voz; todo combinado en una construcción cronológica, aunque múltiple y "Bajtiana" que constituye una especie de "narrativa nacional" capaz de presentar los conflictos, procesos y eventos más importantes de la historia nacional, especialmente en términos de las continuas luchas históricas de los sectores guatemaltecos oprimidos y a veces rebeldes para liberarse de la dominación, represión e intervención, a las cuales han sido sometidos", apunta Zimmerman en su Introducción General.
    Raúl Rojas, también compilador del citado libro, en sus "Pensamientos finales sobre nuestra cultura, nuestra sociedad y nuestros intelectuales", pone una nota disonante, publicada a reserva de que tanto Zimmerman como su colaborador Patricio Navia dicen no compartir su opinión. A continuación unos extractos: "Sin duda una de las experiencias más importantes adquiridas durante la recolección del vasto material utilizado (...) fue descubrir el copioso número de personas que en nuestro país se ha aventurado a escribir o que abiertamente se ha dedicado a la literatura. De no ser porque conocemos el odioso hecho de que alrededor del setenta por ciento de la población es analfabeta, nos atreveríamos a decir que en Guatemala todo el mundo escribe. (...) Tal pareciera que una vez adquirido cierto nivel educativo —y muchas veces inclusive sin haberlo hecho— el guatemalteco se siente con la obligación de "hacer literatura". (...) ...cabe preguntarse ¿qué bienestar concreto le ha proporcionado a Guatemala (...) toda la gama de escritores que ha surgido en nuestra historia? ¿Qué beneficios reales logra la población del país (...) con una nueva novela que se publique o un poema que se dé a conocer? (...) Por más Rusticatios, Jaguares en llamas, Demonios salvajes, Mundos como Flores o poemas eróticos de izquierda que se escriban, ninguno de ellos logrará sanear un vientre con lombrices o de remendar un labio leporino."
    Zimmerman disculpa a Rojas afirmando que: "los planteamientos los ven como exagerada y excesivamente negativos, tecnócratas y unilaterales, resultado de la desilusión revolucionaria y la persistencia de un ninguneismo nacional que viene con el paquete del colonialismo y subdesarrollo".
    Como sea, tenga o no razón Rojas, Zimmerman plantea un par de preguntas en "Literature and resistance in Guatemala", su última publicación: "¿Qué circunstancias guían a los escritores en un país pobre, multi étnico y analfabeta, a producir una literatura que influencia y expresa oposición al régimen? ¿Quiénes son esos escritores?"
    Las respuestas están en lo que día a día se escribe en nuestros países. Los estudios de Zimmerman constituyen la historia no oficial y sin censura de la realidad Centroamericana, en la voz de sus autores.



50 años:
los esposos Piedra santa Díaz
fundaron un imperio
sustentado por la necesidad del saber y la cultura
Manuel Corleto


"Uno salía amando la carrera de maestro", expresa Julio Piedra Santa Arandi, fundador de la dinastía, recordando sus tiempos de estudiante en la Escuela Normal, durante los últimos años del ubiquismo.
    "Y no era para menos", continúa don Julio, "porque todos los profesores además de ser excelentes se habían especializado en el extranjero: Manuel Galich, Manuel María Avila Ayala, doctor Arriola, Sanclaire Vargas, doctor Aldana".
    En esos días los estudiantes eran bequistas: "Nosotros somos quetzaltecos, dice doña Oralia Díaz de Piedra Santa, "hacían exámenes en los departamentos de la República y los que obtenían mejores punteos estudiaban de internos en la Normal".
    "Se ha perdido el amor que se tenía para dar clases", afirma doña Oralia. "Los libros de historia tenían algunas fotos pero no mapas, cada maestro hacía sus dibujos en el pizarrón, pero había que borrarlos cada vez".
    "Como bequistas teníamos el compromiso de pagar nuestra enseñanza", cuenta don Julio, "y al graduarme di clases en la Escuela San Salvador en Pamplona, ganado 23 quetzales con 97 centavos al mes de sueldo". "Yo me gradué de contadora", recuerda doña Oralia, "nos casamos y nos establecimos en Guatemala, eso fue en 1945".
    "Como no había materiales didácticos, compramos una máquina impresora, un Multígrafo que vendían y había servido para imprimir propaganda durante la guerra", dice don Julio.
    No cabe duda de que la buena educación vocacional es la base para el desarrollo personal, lo que unido a la buena fortuna de salirle al paso a las carencias con ingenio y constancia, hacen posible que hoy podamos celebrar los primeros 50 años de Editorial Piedra Santa, empresa pionera en material didáctico.
    La nueva guardia de la empresa la constituyen los cuatro hijos del matrimonio Piedra Santa Díaz: Julio, Irene, Ruth y Raúl. Todos involucrados directamente en las diferentes divisiones de la  corporación.
    El ingeniero Julio Piedra Santa Díaz lo expresó en su discurso de las Bodas de Oro, manifestando que "50 años parece corto pero es toda una vida, especialmente para una empresa". Relató cómo sus padres, en una frágil embarcación se lanzaron "a ese mar desconocido, buscando tierra segura".
    Que para llegar, don Julio y doña Oralia, hombro con hombro, "tuvieron que capear fuertes temporales, remar contra la corriente, cambiar las velas rotas por nuevas y mejores, y luchar mucho contra las olas para llegar al puerto de los 50 años".
    Dijo también, en una clara alusión a Moby Dick, de Melville, que "como buenos marinos sólo la pasan en el puerto el tiempo suficiente para ir de nuevo al mar, pero esta vez al mar de la globalización y de la competitividad".
    Después de los primeros 50 años, el tiempo seguirá contando "sólo que esta vez", agregó el Ing. Piedra Santa Díaz, "todos tienen que remar juntos en la misma dirección y con la misma fuerza para alcanzar la calidad total, la excelencia en servicio y reingeniería, donde lo que cuenta no es sólo mejorar lo que ya existe, sino hacer mejores productos nuevos".
    Aprovechó el Ing. Piedra Santa Díaz, para mencionar su proyecto "en 1997 leeré un libro", que consiste en la publicación de 12 folletos —él, modestamente los llama así, pero son pequeños libros de 16 y 32 páginas, profusamente ilustrados—, que han empezado a aparecer desde enero puntualmente uno cada 15 de mes, con el objeto de que el trabajador, el empresario, el ejecutivo desarrollen la habilidad de leer".
    "Ahora ya es una carabela", concluyó el Ing. Piedra santa Díaz, "y no una frágil canoa como hace 50 años. Y es el momento de rendir un homenaje a los avezados capitanes de entonces", momento en que todos los se pusieron de pie, brindando un largo y caluroso aplauso a los esposos Piedra Santa Díaz. por su éxito y constancia.
    "Nunca nos imaginamos a lo que íbamos a llegar", expresa doña Oralia con lágrimas en los ojos por la emoción. "Nadie quería comprarnos las hojitas con mapas impresos a dos colores, azul y negro, en el Multígrafo. Decían que les salía más caro abrir la caja registradora por un centavo que costaba cada hoja", agrega, secándose las lágrimas. "Pero a los niños se les exigía que dibujaran los mapas. Y así era como el niño localizaba torcido y aprendía torcido".
    Don Julio, que a diferencia de doña Oralia que todavía sigue al frente de la Corporación, se retiró con el deseo de "estudiar y aprender nuevas cosas para que se hagan. Por ejemplo los mapas en serigrafía, que me gustaría que los siguieramos haciendo en serigrafía", campo en el que también es precursor.
    Guatemala tiene en los esposos Piedra Santa Díaz un claro ejemplo de que los sueños pueden convertirse en realidad. "Mis nietos ya se están especializando en el extranjero, aprendiendo nuevas cosas para trabajar en la empresa cuando se gradúen", dice contento don Julio.
    "Lo que nunca debe perderse", repite doña Oralia para estar segura de que hemos comprendido, "es el entusiasmo para salir adelante".
    Y han salido adelante. Y han creado una empresa sólida que da trabajo a cientos de empleados guatemaltecos. Sería justo que el país, a través de su gobierno, reconociera como a unos de sus hijos predilectos a los esposos Piedra Santa Díaz por su constante labor y aporte a la educación y cultura, dándoles la máxima condecoración con motivo de sus bodas de oro: la Orden del Quetzal.



La catedral de Estrasburgo y su reloj astronómico
Manuel Corleto


A lo largo de la historia de la humanidad, el hombre ha querido dejar testimonio de su paso. Esa extrema necesidad de transmitir algo, de trascender la materia, de querer transmutarse en la conciencia de los que vienen, es la que se siente mientras se mira hacia arriba el pico de aguja de la torre de la catedral de Estrasburgo.
    Se impone la mole esa, apunta hacia el cielo como un dardo y se pierde uno observando los innumerables altorelieves que cuentan la historia del cristianismo con su estilizada presencia. Se piensa en Fulcanelli y en Carpentier. Fulcanelli propone que el arte gótico mostrado en los monumentales edificios de la Edad Media son, en realidad, libros de piedra que enseñan la ciencia de la alquimia, conteniendo la misma verdad y fondo científico que las pirámides de Egipto, los templos de Grecia, las catacumbas romanas y las basílicas bizantinas.
    Todos hemos leído en alguna parte la semejanza que parece existir entre el arte gótico y el goético o mágico. Los más acuciosos han encontrado que gótico tiene su raíz en argótico. El argot, que en resumen es un lenguaje particular de grupos de individuos. Un idioma hermético, posiblemente el hablado en la Torre de Babel. Un lenguaje, en suma, sagrado.
    Gótico, goético, art goth, argotiers, argo-nautas, la nave Argos.  La catedral de Estrasburgo: una mole de piedra para cualquiera. Un libro abierto para los poseedores de la clave. Hermosa sí, pero cerrada a los profanos. Hay que concentrarse, como hace la mayoría, en admirar la arquitectura y el increíble reloj astronómico en la nave interior, construido en 1842 —aunque el primero del que se tiene noticia data de 1352, reemplazado por otro en 1547 en el mismo lugar del actual—.
    Todos los días a las 12:30 horas, los 12 apóstoles desfilan frente al Señor. La muerte, cada cuarto de hora hace sonar una campana, mientras pasan figurillas alegóricas de las cuatro edades de la vida: el infante, el adolescente, el guerrero y el viejo.
    En la parte baja desfilan los días de la semana, representados por los dioses Apolo el domingo, Diana el lunes, Marte el martes, Mercurio el miércoles, Júpiter el jueves, Venus el viernes y Saturno el sábado. El gallo, que mide un metro de altura, canta tres veces y bate sus alas al paso de los apóstoles, rememorando que Pedro negó al Cristo en tres ocasiones.
    El reloj contiene un calendario perpetuo, calcula las fases de la luna, los eclipses de sol, la salida y metida del sol; sobre una esfera están pintadas las estrellas que se ven cada noche en el cielo de Estrasburgo. Todos los años, de la noche del 31 de diciembre a la mañana del primero de enero, se ajusta automáticamente a la hora exacta. Cuenta los años bisiestos y coloca las fiestas móviles en su respectivo lugar.
    Una obra maestra del ingenio humano para medir el implacable paso del tiempo.



El teatro para escolares
—una perspectiva que debe reorientarse—
Manuel Corleto


René Molina, en los años sesenta, inventó el Teatro para niños. Poco después, con la misma inocencia, Hugo Carrillo instituyó su llamado Teatro para estudiantes de nivel medio. Ninguno de los dos estaba consciente del auge que tomarían estas corrientes al cabo de un cuarto de siglo. Y es que la genialidad de estos precursores radica en lo simple de la idea: el uno, trasladar a la escena nacional los cuentos clásicos que todos habíamos escuchado alguna vez de niños antes de dormir y el otro, con más sutileza tal vez, "suavizar" el árido camino que los escolares debíanos recorrer para estar en contacto con la literatura universal, lectura obligatoria en los planteles educativos.
    El auditorio del Conservatorio Nacional, la gran sala del viejo Cine Capitol, se colmaron de niños y jóvenes en incontables jornadas matutinas y vespertinas para disfrutar las travesuras de El gato con botas y maravillarse con la poesía coreográfica en El mundo mágico de Miguel Angel Asturias -entre muchos otros-, en un derroche de luz, sonido y movimiento, y con las luminarias del teatro, la danza, la música, la plástica del momento.
    El teatro, como catalizador de todas las otras artes -porque sus elementos aunque se mezclen permanecen inalterados- es el vehículo adecuado para la formación integral del hombre. Los componentes estéticos se combinan en un ensamble armonioso o disonante, no importa, para dar paso a la recreación de hechos donde la fantasía y la realidad se amalgaman en un espacio y tiempo sin edades . Allí, precisamente, radica la fuerza del arte escénico que, a diferencia de los otros, es efímero y, por lo tanto, no puede colgarse en un muro o imprimirse en un acetato o guardarse en un anaquel. La memoria del teatro queda en el subconsciente del individuo y lo nutre internamente toda la vida.
    De esa cuenta, la fuerza del teatro para niños y para estudiantes radica, como lo intuyeron sus visionarios iniciadores René y Hugo, en un tácito entendimiento entre el educador y el teatrista para crear un flujo continuo que nutra tanto al estudiante como al artista, con los elementos retreoalimentadores que enriquezcan al niño y al joven para su formación integral y permita, al mismo tiempo, que el artista crezca en su dimensión creadora.
    La teoría choca en alguna parte con la realidad. Veintipico años después, agentes externos atentan contra la estabilidad del teatro para niños y jóvenes por los desmedidos desmanes de una humanidad que se desangra frente a los contenidos de la sociedad de consumo desechable y provisional —como acertadamente lo proclama Joan Manuel Serrat—. Elementos disociadores se confabulan para poner entre la espada y la pared al arte escénico, mientras las autoridades de Educación y de Cultura mantienen una actitud de suspensión inanimada de ciencia ficción frente al problema.
    Y el problema ha tomado dimensiones apocalipticas porque, además de que los espacios culturales se han reducido, contrariamente a toda lógica del proporcional crecimiento de la población, las condiciones de inseguridad restringen la salida de los niños y jóvenes a los pocos teatros que tienen temporadas escolares. La amenaza de atentados, secuestros y otros hechos de violencia ponen en serio peligro la estabilidad y redunda en perjuicio de educandos y artistas.
    Descontando la necesidad de que el estado y la iniciativa privada coadyuven a la superación del problema, se hace necesario replantear los procedimientos para este tipo de jornadas, en el sentido de enfatizar sobre el hecho de que si niños y jóvenes no pueden ir al teatro, éste llegue a sus establecimientos educativos.
    También que las compañías de teatro para niños y para estudiantes sigan el sano ejemplo del Grupo Pierrot's, de Rudy Mejía, en el sentido de no poner énfasis en las temporadas de tal fecha a tal fecha en teatros, sino en el teatro de repertorio. Es decir, ofrecer un menú de obras —incluyendo títeres y marionetas— que se pueden llevar a los establecimientos educativos en cualquier época del año.
    Si la montaña no viene a mí, debo ir a la montaña, parece ser el lema de Rudy Mejía y su grupo. René Molina, retirado del teatro en la actualidad, estará de acuerdo conmigo en cederles la estafeta. Hugo, desde donde se encuentre, se estará matando de la risa pensando que él ya lo había pensado y no vacilaría en nombrarlo su heredero —con el pago, por supuesto, de su porcentaje por derechos de autor—.



De Esopo a Monterroso
Manuel Corleto


Fábula es una composición alegórica, protagonizada por animales, que contiene una enseñanza. Este género tuvo su origen en el Oriente y cultivado en Grecia por Esopo y por Fedro en Roma. Entre las fábulas más conocidas están las de La Fontaine y las de Iriarte y Samaniego y Monterroso.
    La pulga y el hombre, de Esopo:
    En cierta ocasión una pulga fastidiaba sin cesar a un hombre. Este la cazó y le manifestó:
    —¿Quién eres tú que vives a expensas de mi sangre, picándome sin ton ni son?
    —Es esa nuestra forma de vivir; no me mates —contestó la pulga—; poco es el mal que puedo ocasionarte.
    El hombre rompiendo a reír, respondió:
    —Sin embargo vas a morir al momento, y de mi propia mano, pues cualquiera que sea el daño, grande o chico, hay que evitar a toda costa que se realice.
    Expresa esta fábula que no debemos sentir compasión hacia un malvado, sea éste débil o poderoso.
    La muerte y el desventurado, de La Fontaine:
        Llamaba un Desgraciado cada día
            En su ayuda a la Muerte;
        —¡Cuan bella eres, señora —le decía—;
        Ven pronto a terminar mi triste suerte!
        Pensó ella que acudiendo le servía,
        Llama a la puerta, y entra, y se aproxima,
        Y grita, contemplándola el pobrete:
        —¿Qué es eso tan horrible que da grima?
        ¡No te acerques, oh monstruo, vete, vete!—
            Mecenas, que fue un hombre distinguido,
        Dijo en alguna parte: "Yo consiento
        En ser manco, impotente y aun tullido,
        Con tal que viva y estaré contento."
        No vengas nunca, ¡oh, muerte!, con espanto
            Yo te digo otro tanto.
    La oveja negra, de Augusto Monterroso:
    En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra.
    Fue fusilada.
    Un siglo después, el rebaño, arrepentido, le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.
    Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.
    El criminal, de Esopo:
    Un hombre había cometido un asesinato y era perseguido por los deudos de la víctima. Llegado a las márgenes del Nilo, dióse con un lobo y, con temor de él, se trepó a un árbol de la orilla, mas encontrándose allí subido, vió una serpiente que se arrastraba hacia él, y entonces se lanzó al río, donde fue víctima de un cocodrilo.
    Demuestra la fábula que ninguno de los elementos, ni la tierra, ni el aire, ni el agua, brinda amparo a los criminales que los dioses persiguen.
    El Paraíso imperfecto, de Monterroso:
    —Es cierto —dijo melancólicamente el hombre, sin quitar la vista de las llamas que ardían en la chimenea aquella noche de invierno—; en el Paraíso hay amigos, música, algunos libros; lo único malo de irse al Cielo es que allí el cielo no se ve.



Martí en Guatemala
Modalidad de Teatro Continuo
Manuel Corleto


La Compañía de Teatro Guatemala, estrenará mundialmente Patria y Libertad (Drama Indio), dos actos de José Martí, durante la Primera Feria de la Paz y la Cultura Guatemalteca, el 12 septiembre de 1996, a las 14 horas, con la novedosa modalidad de Teatro Continuo, en el área exterior del Centro Cultural Miguel Angel Asturias.
    La teoría del Teatro Continuo está especialmente diseñada para presentarse en escenarios naturales, aprovechando el entorno y permitiendo que el público —en vez de permanecer sentado a la manera tradicional en un teatro— circule entre los diferentes ciclos continuos que componen la obra, en un recorrido prefijado.
    Cada uno de los ciclos continuos representa una unidad, una especie de escena que en vez de sucederse en un escenario para darnos la secuencia total de la obra como ocurre en una sala de teatro convencional, corre independientemente en seis escenarios naturales, cercanos el uno del otro, en forma de permanencia voluntaria. Es decir, empieza la escena y cuando ésta termina, vuelve a empezar de nuevo y así se repite continuamente durante el lapso de tiempo que dura el total de la obra —digamos unas dos horas—.
    El público mira el primer ciclo continuo y cuando éste termina para volver a empezar, va hacia el segundo y así, sucesivamente, hasta ver los seis. Esta nueva modalidad permite, además, que alguien pueda volver a un ciclo anterior para rever algo que le gustó mucho o que no entendió perfectamente. Y, en cierto sentido, tener una perspectiva cinematográfica, porque el espectador algunas veces estará rodeando la escena —como en un teatro arena—, o viéndola en un foso desde arriba, o en una loma desde abajo, etc.; en una variedad de ángulos y distancias imposibles de lograr desde una butaca fija en el teatro.
    Otro factor importante en el Teatro Continuo, es que se prescinde de decorados, iluminación artificial y sonido amplificado. Es ideal para plazas, calles, parques, colegios, espacios abiertos donde se reúne la gente con fines educativos o de entretenimiento, tal el caso de una feria. También es, de alguna manera, la respuesta a una necesidad derivada no solamente de la inseguridad ciudadana a causa de la violencia —que retrae cada vez más al público que no quiere ir a los teatros para no exponerse—, sino a la falta de espacios teatrales, propiamente dichos, los cuales son clausurados para dar paso a asambleas de Dios, estacionamientos, o simplemente otro tipo de negocios más rentables.
    La modalidad de Teatro Continuo, además, es un experimento que involucra a seis directores —uno por cada Ciclo Continuo— y a un numeroso elenco de actores y actrices —una cincuentena—. Los personajes siguen siendo los mismos a lo largo de los seis ciclos, en una secuencia ordenada con inicio y final de la obra, pero interpretados por diferentes actores. Valga decir que Martino (el revolucionario independentista de la obra que no es más que el propio Martí) —que interviene en el tercero, cuarto, quinto y sexto ciclos continuos, que se están dando simultáneamente en cuatro de los seis escenarios diferentes— es interpretado por cuatro actores.
    Martino, en este caso, será identificado por el público gracias al color de su levita y moño, y a un detalle del maquillaje que resalte sus largos bigotes negros. En cambio, el Padre Antonio, como otro ejemplo, será reconocido porque los actores que lo interpretan tendrán una visible tonsura en la coronilla, barba cana y el hábito del color usado por su orden religiosa, además de una gran cruz colgando del pecho.
    De igual manera, elementos de ultilería -como un bastón, una espada, una banda, etc.—identificarán al mismo personaje— aunque será interpretado por diferentes actores, como está dicho- a lo largo de los seis Ciclos Continuos.
    Se pretende poner al alcance de maestros, alumnos, estudiosos, y público en general, el hermoso texto de Martí (Primera Edición Centenario de la Muerte de José Martí 1895-1995), no sólo para que lo conozcan y disfruten con su lectura, sino para que también puedan apreciar la puesta en escena —en un estreno mundial con esta modalidad de Teatro Continuo— y para que, eventualmente, pueda ser representado en escuelas y colegios por los mismos alumnos en el futuro.
    José Martí vivió y amó en Guatemala. Eso sería más que suficiente para reverenciar su obra y su palabra. Centro Cultural Miguel Angel Asturias, 12-13-14 y 15 de septiembre, durante la Primera Feria de la Paz y la Cultura Guatemalteca 1996. Consulte la programación general.




I Feria de la Paz y la Cultura Guatemalteca 1996
Manuel Corleto


Del 12 al 15 de septiembre, por primera vez desde que fuera construido, el Centro Cultural Miguel Angel Asturias estará cumpliendo su función: propiciar los espacios para que el público pueda apreciar las diferentes manifestaciones de la cultura guatemalteca y declarar gratos a artesanos y artistas para que ocupen las instalaciones de ese complejo.
    De nueve de la mañana a cuatro de la tarde se estará desarrollando una programación nunca antes vista en nuestro medio. Las bellas artes y las artes populares se presentarán al público asistente en una suerte de bouffet cultural, donde cada quien se servirá su propio menú y en las cantidades que pueda consumir.
    El público peatonal hará su ingreso por la sexta avenida y será recibido por los barriletes gigantes de Santiago Sacatepéquez, por las asociaciones de artesanos y de las casas de la cultura del país. Allí podrá apreciar tejidos, trabajos en madera y barro, danzas folklóricas, marimbas y bandas, dulces típicos, exposiciones diversas a lo largo de la Plaza Maya.
    Un poco más adelante, en Plaza Mujeres, tendrá la oportunidad de ver obras de teatro, bailes, payasos, cuentacuentos, caricaturistas. Y desde allí desembocará a la Plaza Central (ubicada entre el Gran Teatro y el Teatro al Aire libre).
    En la Plaza Central, los Libreros presentarán exposición de publicaciones, tanto para niños como para todo público, habrá desfiles de trajes regionales, entrega de libros a sus autores, Teatro Continuo con el estreno mundial de una obra de José Martí, danza moderna, cuentacuentos, y otras muchas actividades.
    En el Teatro al Aire Libre se darán cita grupos de teatro, de música, de danza.
    La comida tradicional guatemalteca podrá degustarse en las áreas específicas, con platillos regionales ofrecidos por las casas de la cultura del país. Y mientras se come algo y se toma un respiro, habrá conciertos de música, estudiantinas, bandas, marimba.
    Después del almuerzo (o antes), la Escuela de Artes Plásticas tendrá exposiciones de pintura, escultura, cerámica. Habrá talleres y música de Cámara.
    Y para los amantes del Cine, habrá películas y videos diversos.
    Todo lo anterior, y mucho más, en forma continua e ininterrumpida durante siete horas al día, de jueves a domingo (12-13-14 y 15 de septiembre), de nueve de la mañana a cuatro de la tarde.
    Habrá parqueo disponible y la entrada de vehículos será por la 24 calle. El costo se ha establecido de cinco quetzales por carro y un quetzal por visitante. Los estudiantes con carnet entrarán gratis.
    Después del comercial, quiero retomar el hilo de lo que decía al principio. Este esfuerzo conjunto del estado y la iniciativa privada piensa repetirse cada año. Pero las expectativas van más allá.
    En primer lugar, aprovechar la coyuntura de la suspensión de los desfiles escolares y la próxima firma de la paz. Si eso se da como está previsto, las condiciones para desarrollar un programa permanente de actividades en los exteriores del Centro Cultural Miguel Angel Asturias serán propicias.
    Se trata de abrirlo permanentemente, los fines de semana, haya sol o lluvia, frío o calor. En la actualidad solamente el Zoológico La Aurora y el Hipódromo del Norte pueden ser visitados durante la semana, pero en especial durante los fines de semana.
    Si a eso sumamos en el futuro al Centro Cultural Miguel Angel Asturias como alternativa, tendremos actividad permanente de artistas de la plástica, de la música, del teatro, de las artesanías, la literatura y los libros, no solamente cuatro días al año, sino siempre.
    Por ahora concretemos una cita durante la I Feria de la Paz y la Cultura Guatemalteca 1996. Por el único pago de admisión de un quetzal por cabeza, que ayudará a sufragar los gastos mínimos, usted y su familia podrán disfrutar de una fiesta cívica y cultural sin parangón y sin límite de tiempo (siete horas diarias, como para planearlo tipo día de campo). Inaugurará el presidente de la república el jueves 12 a las 11 horas. Y, según tengo entendido, clausurará el hijo del presidente con un conciertón de Rock el día domingo 15 a las cinco de la tarde. ¿Qué tal?




Guatemala y la entrega de sus "Oscar"
Manuel Corleto


Desde hace muchos, cada año la Academia Cinematográfica estadounidense hace gala de sus Oscar para premiar lo mejor del séptimo arte.
    En Guatemala, sin casi notarlo, la entrega de los "Oscares" se prodiga a montones para premiar, con su publicación, la obra de literatos guatemaltecos de todos los tamaños, calibres y ubicación geográfica nacional e internacional.
    Esta labor de hormiga, en un país donde los sectores de poder no quieren abrir espacios al arte y la cultura, se hace más notoria cada vez cuando en los cuatro puntos cardinales se dan casos, aislados pero significativos, de culturitis aguda y de artistitis galopante.
    La culturitis aguda, por ejemplo, se manifiesta especialmente en la juventud que ya está harta de la enajenante corriente comercial plena de vaciez y connotaciones aberrantes. Con todo ese bombardeo transcultural cotidiano, se está dando un efecto de invernadero. Es decir, la saturación de los medios ha contribuido —contrariamente a lo esperado por ellos y sus ratings y sus porcentajes de ventas—, al hartazgo de una generación que ya no se sorprende con nada y, por lo tanto, ya no es susceptible —como antes— al engaño.
    Esta masa infectada con el virus de la culturitis aguda guatemalensis, empieza a valorar justamente a sus connacionales y a revalorar sus raíces. Y, lo que es más importante, a buscar ávidamente espacios donde esta cultura nacional se manifieste.
    La artistitis galopante, como un fenómeno de expresión, empieza con un ligero escalofrío de rechazo a lo impuesto como patrón por un conglomerado que propugna por el consumismo a toda costa. Cada día es más la gente que aprecia en sus modelos nacionales el valor creativo y la grandeza de su espíritu. Cada día es mayor la aceptación de las propuestas hechas por los artristas nacionales a pesar, como dije antes, del bombardeo indiscriminado del establishment con sus tabúes y fetiches.
    En este proceso irreversible, hay Quijotes. Y uno de ellos, aunque más con aspecto de Sancho Panza, es Oscar de León Castillo.
    Hijo del insigne educador Oscar de León Palacios y fundador de la dinastía, nuestro Oscar se ha impuesto una tarea quijotesca, arremetiendo contra los molinos de viento de la incultura. Entre muchas otras cosas igualmente importantes y significativas, nuestro Oscar se ha propuesto llevar el libro, este pequeño objeto capaz de despertar los más encontrados sentimientos, a las manos de los que realmente interesa: los lectores.
    Su labor editorial lo ha llevado a los diferentes confines de la patria, colaborando con bibliotecas en la provincia, entregando libros a los autores, publicando revistas literarias, promoviendo foros, lecturas, premios y miles de cosas más.
    Es justo mencionar, entonces, que durante la recién finalizada I Feria de la Paz y la Cultura Guatemalteca 1996, en el Centro Cultural Miguel Angel Asturias, nuestro Oscar presentó a los lectores nuevos libros, a razón de 1.25 diarios, lo que impone un récord indiscutible que debe guardarse en los anales de la historia cultural del país.
    En lo que va del año, en años anteriores y en el futuro próximo, la entrega de "Oscares" nacionales se seguirá dando pródigamente en Guatemala, gracias al empeño, buena voluntad y desinteresada intención de este personaje que, con su franciscana figura, colma los espacios que el estado no puede siquiera medianamente llenar.
    Nuestro Oscar ha batido todas las marcas. Justo es que se le reconozca y premie por igual. Desde ya lo propongo para la Orden del Quetzal o cualquiera otra distinción oficial de categoría. Sus méritos hablan por sí solos.



Misión espiritual del teatro
Manuel Corleto


Casualmente, durante una de mis habituales visitas al Ministerio de Cultura, me topé con un volante que con el título "Lo que será el Teatro Nacional de Guatemala" llamó mi atención. Se trata de una hoja tamaño oficio impresa en verde en ambas caras y que contiene una detallada descripción de "El Teatro Nacional de Guatemala en construcción, (que) será el más moderno y suntuoso de América Latina. (Y que) contará con el más avanzado equipo de la técnica escénica."
    Pensé que se refería a nuestro Teatro Nacional en el Centro Cultural Miguel Angel Asturias, pero el dibujo arquitectónico mostraba un edificio que en nada se parece al que conocemos. Sin embargo, después de una segunda y tercera miradas, comprendí que era, sin duda alguna, un material de presentación del proyecto original, allá por los años sesenta y tantos, que se debe haber quedado perdido en las insondables bodegas de Bellas Artes (Arte y Cultura de nuestros días), recuperado ahora que se está haciendo limpieza y colocado estratégicamente (junto con viejas revistas, programas, folletos, etc.) en la recepción del Despacho de Cultura para que el que espera no se desespere en la antesala de los sin esperanza.
    El dibujo en mención muestra un edificio de fachada curva de 98 metros de largo y tres niveles con columnas y amplios ventanales, con un cubo escénico rectangular. El texto se inicia con una descripción de la ubicación y del entorno y menciona que esta estructura en "la colina del antiguo Castillo de San José, formará parte de la Ciudadela del Arte y será el ornamento más lujoso de ese Plan Piloto".
    Se puede comprobar que no únicamente se modificó la forma arquitectónica del Teatro Nacional, sino que se quedaron perdidos varios contenidos de los módulos que integrarían el Centro Cultural, tales como la Escuela de Artes Escénicas, los Palacios de Radio y Televisión, el Museo de Arte Moderno y el Teatro Experimental. Y el viejo Castillo que fuera tomado por el ejército y que todavía lo tiene ocupado ahora, "sería reacondicionado para que, sin perder su sello de noble tradición, sirva de restaurante."
    Al final de esta sección de texto se conoce la paternidad del mismo como la de "el joven escritor Leonel Méndez", quien resalta en un recuadro: "Misión Espiritual del Teatro", que reproduzco a continuación:
    Aludidos los aspectos materiales del nuevo Teatro Nacional, ahora deseamos puntualizar ligeramente sus fines culturales.
    En primer término, hay que asignarle la gran misión educativa que el género teatral tiene en las sociedades de todos los tiempos, desde los días griegos. Las ideas, los sentimientos, los ideales, las pasiones, las esperanzas de una época se proyectan en la creación dramática, que es la gran expositora del alma histórica y por ello de gran valor informativo y formativo del pueblo. No hay mejor, ni más poderoso ni más idóneo instrumento de educación de masas.
    El teatro, como actividad intelectual, necesita del edificio que bosquejáramos en su importancia arquitectónica funcional. La creación dramática necesita difundirse y penetrar en el pueblo. Por eso nos hemos perdido durante cuarenta y cuatro años de la oportunidad de someternos a su proceso formativo, de sus beneficios morales y espirituales, de su dádiva estética, de su recreación constructiva, de su docencia, de su emoción maravilosa. Con el nuevo palacio escénico hoy en construcción, la actividad dramática universal entrará en contacto con nuestras masas. ¿Puede concebirse mayor servicio cultural al país?
    Función de pedagogía social, de fines artísticos, de formación literaria, de excitación de la propia creación dramática y de equipos humanos de interpretación son ya bastante y meritoria misión. Pero no se agota aquí el gran servicio espiritual del teatro... Será el eje de otras actividades creadoras de orden artístico, como la danza, el canto y las modalidades estéticas del televideo y radio. A su sombra de árbol tutelar, muchas formas artísticas adquirirán desenvolvimiento.
    Será así que el nuevo Teatro Nacional prolongue en el tiempo el culto al espíritu, que ha sido característica de la región de quien dijeran los soberanos españoles que era gema preciada de la Corona: la bien amanada Patria nuestra."
El joven Leonel Méndez de entonces no debe ser otro que el Lionel Méndez Dávila de ahora. Arquitecto y escritor. Y quien, entre otras cosas, inaugurara en el capítulo de teatro la Gran Sala con el estreno de su obra "El Popol Vuh para niños del año dos mil", con vestuario y escenografía de Efraín Recinos a principios de los años ochenta, si mal no recuerdo.
    En los contenidos de Leonel Méndez hay dos cosas fundamentales. La creación de la Ciudadela del Arte con la integración de los complejos de la Escuela de Artes Escénicas, los Palacios de Radio y Televisión, el Museo de Arte Moderno y el Teatro Experimental. Y su función cultural en beneficio de las masas del país la misión de pedagogía social, de fines artísticos, de formación literaria, de excitación de la propia creación dramática y de equipos humanos de interpretación.
    Por lo visto, casi todo se quedó en el tintero. Después de modificaciones al proyecto inicial, de recortes presupuestarios, de mala ejecución de la obra, de toda clase de asegunes, fue precipitadamente inaugurado el Gran Teatro —en versión final de Recinos—, con la vergonzosa toma de posesión de Lucas García. Y de allí en adelante, el elefante blanco que había nacido con muchas deficiencias se fue deteriorando, carcomido por el cáncer de la incapacidad y de la corrupción administrativa, hasta convertirse en el cadáver de gigantescas proporciones que hoy conocemos.
    Cabe preguntarse por qué Leonel Méndez y el grupo de intelectuales y artistas que crearon el concepto y la obra arquitectónica, no se pronuncian  para protestar enérgicamente por los contenidos del malogrado Centro Cultural y el inapropiado uso que mayormente se le ha dado desde su fundación. Las notables deficiencias del complejo pudieron ser corregidas y las políticas culturales reorientadas para evitar que su funcionamiento quedara limitado a los caprichos de una élite dirigente —verbigracia, el gobierno de turno— y a la codicia de los empresarios de espectáculos populares y eventos pseudoculturales.
    Pero quizá lo más lamentable es que se haya perdido el concepto original de que la "ingeniería de paisajes ornamentarán el área jardinizada para que sea en el más bello paseo en el propio corazón de la Urbe". En otras palabras, declarar el Centro Cultural Miguel Angel Asturias un espacio abierto —frente a la carencia de suficientes parques y áreas verdes en la ciudad— para que las familias guatemaltecas pudieran disfrutar de sus bellos espacios y que fuera un lugar de convergencia para el encuentro del arte y la cultura "fina" y popular con el pueblo.
    Coincido con los enunciados de que el teatro, como actividad intelectual, requiere del espacio físico cerrado -un teatro-. Y de que la creación dramática necesita difundirse y penetrar en el pueblo. Pero no hay que confundir una cosa con otra. De nada sirven los dientes si no hay quijadas. Lo primero, y más importante, es que las manifestaciones dramáticas se desarrollen a partir de las academias de teatro, danza, canto, etc., en una forma integrada, en un espacio adecuado —aulas y escenario—, para que los teatristas tengan la preparación básica y profesional necesarias.
    Lo segundo, es propiciar que el arte escénico se desarrolle en espacios alternativos más accesibles para el grueso del público. Es sabido que el porcentaje de población que asiste a los teatros convencionales es mínimo. Y que la supervivencia del teatro en Guatemala depende en gran parte de que se cambie el concepto de hacer llegar al público a una sala cerrada en vez de llevar el teatro a los lugares donde habitualmente se encuentra un público que difícilmente tendrá acceso a él de otra manera, hasta que no cambien las condiciones socio-económicas actuales.
    Pero eso será motivo de un análisis a continuación. (Quede, mientras tanto, como tarea de reflexión y discusión la necesidad de retomar los elementos básicos del proyecto del Teatro Nacional  y el Centro Cultural Miguel Angel Asturias (Ciudadela del Arte, como se le llamó en su oportunidad) en un congreso donde participen, en primer lugar, los teatristas, y las instituciones públicas y privadas, y los sectores culturales del país. Máxime ahora que se pretende que el Palacio Nacional se convierta en otro elefante blanco —centro cultural o museo o quién sabe qué— de la incapacidad administrativa gubernamental).
"El más moderno y suntuoso teatro de América Latina" abrió sus puertas precipitadamente en los años ochenta con la toma de posesión del sanguinario General Lucas García. En ese momento quedó echada la suerte para el Centro Cultural Miguel Angel Asturias. Y también la sal.
    Propiedad del Ministerio de Educación hasta la fecha —porque jamás se hizo el traspaso correspondiente, incluyendo el del Teatro de Bellas Artes, a Cultura y Deportes—, parece que volverá a sus fueros con la tan anunciada y deseada desaparición de la susodicha cartera.
    Para el estado, Cultura ha sido y sigue siendo un pain in the ass —un dolor de cabeza, para hacerlo menos prosaico—. Creado para dar chance a una bola de políticos y aprovechados, no ha podido concretar su gestión más allá de sus narices. Es decir, ha sido una especie de club de viajes alrededor del mundo en más de ochenta días, una oficina de promoción para los funcionarios que no pudieron conseguir mejores huesos por el momento, una plataforma política para cumplir los intereses del partido y una caja de ahorro de fácil acceso —merced a los recortes presupuestarios de rigor— para rellenar los bolsillos de los funcionarios de otras carteras consideradas estratégicamente más importantes.
    El Centro Cultural Miguel Angel Asturias es un ejemplo de cómo la medicina puede matar al paciente con suma facilidad. Planeado como un lugar para el encuentro de las artes escénicas, se ha visto reducido a un deficiente cascarón que renta salas para actividades de todo tipo al mejor postor. De espacio propiciador para la creación y experimentación —cosa que todavía está en veremos—, se ha reducido a uno de los lugares más inhóspitos e inadecuados para el quehacer teatral.
    La misión espiritual del teatro, desarrollada en el concepto inicial de Leonel Méndez, quedó rápidamente engavetada y en el olvido. Al cambiar tan drásticamente los planos del Teatro Nacional  —no hablo de su concepción estilística sino dentro del plano funcional y concreto—, se desvirtuó en gran medida su justificación.
    Es difícil, claro, enderezar un árbol torcido, especialmente cuando ha pasado tanto tiempo y sus raíces están profundas en la tierra y su tronco y ramas han perdido la flexibilidad propia de la edad. Tampoco debe hablarse de acciones radicales como demolerlo y empezar de cero otra vez para no cometer los mismos errores en la reconstrucción.
    Un término medio sería zapatero a tus zapatos. Dar el control administrativo a quienes de veras saben de eso, a quienes tienen experiencia en el ámbito artístico y cultural, y a quienes están dispuestos a dedicar tiempo y esfuerzo a la correcta planificación y ejecución —por concenso— de las acciones a tomar para revertir el curso de los acontecimientos.
    En el Centro Cultural Miguel Angel Asturias, sus salas de teatro deben dejar de ser consideradas como espacios de usos múltiples. Para eso están los centros de convenciones de los hoteles y los estadios. Hay que consagrarlas exclusivamente para el teatro y las artes escénicas —así como el Auditorio del Conservatorio Nacional se destina únicamente para la música—. Y el área exterior debe ser abierta al público y a los artistas para que sea un lugar permanente de encuentro, y donde se puedan dan libres las manifestaciones culturales.
    Para terminar con el tema de lo que iba a ser el Teatro Nacional en sus orígenes y lo que es hoy después de los incontables errores en sus siguientes fases de construcción, quiero manifestar que de nada sirve tener uno de los más bellos teatros del mundo en la colina del fuerte de San José si no se dan las condiciones para que funcione como tal.
    Quiero agregar que, para que no se repitan los garrafales errores del pasado, se deje el Palacio Nacional exclusivamente para los eventos del estado. Una muestra de que funciona es el reciente show de la Firma de la Paz. Y que el Centro Cultural Miguel Angel Asturias sea tomado por los artistas, por el público, para hacer de él no solamente uno de los más modernos y suntuosos de América Latina, sino un verdadero faro de luz, faro de libertad de la creación dramática a todo nivel.


Vivir cada 24 horas
Manuel Corleto


El ritmo de la vida moderna nos hace perder el paso de la existencia. Y, para colmo de males, se nos enseña que todo debe planificarse perfectamente a corto, mediano y largo plazo, para salirle al paso a lo inesperado.
    Lo bueno y lo malo está fríamente previsto. Y nada debe apartarnos de los parámetrros fijados si no queremos desarmonizar y ser rechazados por el establishment. Somos parte de estadísticas, censos, promedios, tipos, categorías, grupos. Dentro de ese esquema, nuestro comportamiento debe ceñirse a lo indicado por las normas sociales y de etiqueta.
    Los signos exteriores deben cuidarse. La ropa y el corte de cabello, bigote, barba debe estar a la altura de las circunstancias. Los tatuajes, adornos, maquillaje exagerados no tienen cabida en una sociedad hipócrita y corrupta que propugna por el consumismo y el acaparamiento desmedido de bienes materiales, así como todo tipo de distinciones, medallas, pergaminos que se puedan lograr en el regateo.
    Por lo anterior, creo que el retorno a la naturaleza, a la vida sencilla, a los valores espirituales se hace necesario con una disciplina similar a la que acostumbran los viciosos para dejar su adicción: las 24 horas de sobriedad.
    Dicho lapso de tiempo no tiene el mismo significado para los conservadores, los sectarios, los responsables de mantener las líneas de producción a todo nivel, para los que propugnan una forma de vida mejor mañana, en el futuro, en la vida eterna.
    El hombre sencillo, por el contrario, cuenta las 24 horas de su día como única medida para la existencia. Y no es que esté renunciando a su trabajo, a sus estudios, a su familia, sino que se esmera porque esas 24 horas de cada día sean las mejores que pueda darse a sí mismo y a los demás.
    Tampoco quiere decir que se viva una vida perfecta y alejada de las tentaciones, los errores, los sinsabores y los fracasos. La condición humana no lo permitiría; pero sí que esas 24 horas, a pesar de la carga negativa que conlleva una relación en sociedad, tenga calidad y sea armoniosa con el entorno.
    Sin llegar a los extremos del ascetismo, la contemplación, la meditación profunda, hay ciertos fundamentos que deben tomarse en consideración. En nuestra vida normal de todos los días perdemos mucho tiempo en el proceso de procurarnos el dinero suficiente para subsistir. A tal grado, que pasamos nuestras mañanas, nuestras tardes, nuestras noches enfrascados en una lucha por lo que llamamos la supervivencia.
    Debemos pertenecer a tal sociedad, a tal club, a tal grupo; debemos obtener las más altas calificaciones; debemos prepararnos mejor. Y cuando sentimos, se nos ha ido la vida sin darnos cuenta. Hemos vivido años adelante y descuidado las 24 horas de cada uno de esos días.
    Se plantea la supervivencia como un combate donde se triunfa o se muere. Los términos medios no existen. No basta lo indispensable y debemos esforzarnos por lograr más y más cada día.
    Para llegar a las metas que nos hemos fijado a corto, mediano y largo plazo, distorsionamos la realidad de cada día. Se nos olvidan las sonrisas, los abrazos, los cariños, las frases amables, las cosas simples que hacen la delicia de una existencia. Las cosas que están frente a nuestros ojos pasan inadvertidas porque la mente está pujando por lo que va a pasar mañana, la semana entrante, el próximo año.
    Y es que hay tanta maravilla en cada uno de los segundos, minutos de nuestras veinticuatro horas, que vale la pena detenerse un instante para contemplar una flor, acariciar a un niño, componer un poema, una canción, ver viejas fotografías, tratar, en fin, de sacarle el jugo a ese lapso de tiempo que para nosotros no puede significar nada, pero que para la mosca, por ejemplo, es su vida entera.



El valor del dinero
Manuel Corleto


La mayoría afirma que todo se puede pagar con dinero. Pero lo que pocos dicen es qué se debe hacer para obtener ese dinero que lo compra todo -o casi todo, pues-.
    Desde niños se nos enseña que para vivir una buena vida se necesita salud, fortuna y amor, en ese orden. Y la trilogía se vuelve piedra angular de la existencia de millones de seres humanos que, por lo general, no tienen madre ni padre ni perro que les ladre.
    De todo hay, por supuesto. El rico no tiene salud. El sano no conoce el amor. El amado carece de fortuna. Y en otras combinaciones, el rico es amado pero no saludable. El sano tiene fortuna pero no es amado. Y al que le llueve amor por todas partes y tiene una salud envidiable anda sin un real en el bolsillo.
    Extraña paradoja. Pero dejando a un lado la salud y el amor, analicemos hasta dónde llega el poder de don dinero y hasta dónde debemos llegar nosotros para obtener la plata necesaria para comprar lo que se supone podemos comprar con ese dinero.
    El dinero compra influencias. Si usted quiere lograr trato preferencial en los negocios, reparta religiosamente unos billetes, regalos, viajes aquí y allá, y nadie se interpondrá en su camino sin arriesgarse a sufrir las consecuencias. El dinero procura impunidad. Si usted es cogido con las manos en la masa, haga un par de llamadas y las respectivas transferencias bancarias, y las acusaciones serán discretamente retiradas sin más trámite. El dinero propicia la corrupción. Si usted tropieza con una ley, reglamento u ordenanza que se interpone en el negocio, debe haber alguna forma de arreglarlo, ¿no le parece?
    Para colmo de males, los contenidos de la publicidad y de las películas que muestran al jet set internacional contribuyen a recrear ese ambiente hollywoodense donde para llegar hay que hacerlo revestido de las credenciales y de la parafernalia del consumismo, del poder económico, para satisfacer los caprichos de una sociedad que se debate ante la impotencia de una masa que carece de lo necesario para subsistir.
    De la misma manera que el equilibrio natural se ha roto para colmar las ansias de una cúpula de poder, el equilibrio social no podrá restablecerse —si es que alguna vez lo hubo— o establecerse dentro de los parámetros actuales.
    En lo primero, por ejemplo, es un secreto a voces que se ha llegado a descubrir una cura efectiva contra el cáncer, pero que los grandes consorcios internacionales de la droga y de la medicina frenan la comercialización para mantener el status económico. Igualmente ocurre con los derivados del petróleo, aplicados a la industria automovilística, donde los avances en combustibles no contaminantes no se aplican en la industria para no exponerse a quebrar los monopolios de las líneas de producción existentes.
    En cuanto a lo social, es evidente que las estructuras del poder se derrumbarían ante una masa económicamente homogénea. Si todo el mundo tuviera casa, comida, educación, salud, y parecidos estándares de oportunidades básicas, con una equitativa repartición de la tierra y de la producción mundial, el dinero desaparecería para dar lugar al trueque, al reciclaje, en contra del consumismo imperante.
    En nuestro sistema actual tenemos, además, el problema del valor real del dinero. Es decir, cuánto vale lo que compramos con nuestro dinero. Lo que pagamos vale lo que cuesta intrínsecamente, más los valores agregados de mano de obra, comercialización, impuestos, publicidad, transporte, etc. Lo que ganamos vale menos porque se nos descuentan los impuestos e incluye una penalidad por los posibles errores que cometamos y que ocasionen pérdidas a la empresa. Entonces el valor de lo que pagamos está inflado, mientras el valor de lo que ganamos se devalúa cada vez más.
    De esta manera se explica uno que el nivel de corrupción y delincuencia crezcan frente a la posibilidad de obtener dinero fácil y libre de imposiciones fiscales. El valor del dinero, en conclusión, es el equilibrio entre el valor que damos a nuestras propias necesidades y el precio que estamos dispuestos a pagar por satisfacerlas.



Lo bueno y lo malo
Manuel Corleto


Mis amigos —que con muchos de ellos para qué necesita uno de enemigos—, a la manera de un slogan publicitario que de tanto escucharlo se termina por creer, dicen que mi mujer es buena y que lo único malo que se le puede achacar a ella es tenerme a mí.
    Bueno y malo. Diferentes caras de una moneda, pero que se complementan una a otra para hacer el todo. Parte de una misma naturaleza que la falsa moral y los convencionalismos se encargan de distorsionar para esconder las verdaderas intenciones.
    Si las intenciones son el motor de las acciones, la complejidad de la conducta humana se simplifica de una manera increible cuando nada se esconde. Es obvio pensar que el arte del disfraz y de la simulación ha sido llevado a sus máximas expresiones para ocultar la verdadera naturaleza animal del hombre.
    Los amantes de los animales se molestarán cuando afirmo esto, argumentando que éstos son mejores que las personas porque actúan por instinto. La irracionalidad, que es atributo animal, en el hombre se transforma en una aberración.
    Pero todo está íntimamente conectado con la educación, la cultura, las tradiciones, los mitos, los tabúes. Eso que no es más que el lustre, la cáscara de las verdaderas inclinaciones del ser humano, esconde —consciente o subconscientemente— la verdad que está escrita en los genes de cada persona. La herencia, como agregado, y lo que ha dado en llamarse la inclinación natural, juegan un papel determinante en la personalidad.
    Para ahondar más en la confusión, hay factores puramente externos, existenciales, incidentales que pueden convertir a un malo en bueno —o viceversa—. Estos ejemplos se dan, principalmente, en los enunciados de las doctrinas religiosas donde sólo el arrepentimiento es suficiente para el perdón y, de consiguiente, para que los nuevos patrones de conducta sean aceptados. En la sociedad civil, con las leyes y reglamentos, la cosa es más complicada, porque el perdón únicamente puede llegar a través del jefe de estado o después de la expiación de la pena impuesta.
    De esto se deduce que la bondad y la maldad son lo mismo, visto desde ángulos diferentes. El que ayuda a un asesino a escapar, por ejemplo, para unos estaría ejerciendo un acto de bondad para salvar al individuo; pero al entregarlo a la justicia podría también ser tachado por otros de malvado.
    Hay en el comportamiento humano esa línea casi invisible, ese espacio donde se funden lo bueno y lo malo, que llamamos justicia. Porque la justicia castiga al culpable con la misma energía que protege al inocente. Y porque en su ceguera no hace más distingos que en relación al delito o a ausencia del mismo.
    Al que abandona todo para seguir un ideal, se le señala como injusto. Al que se juega la vida en la ruleta de la fortuna, como temerario. Al que lucha por una causa, necio. Y en la balanza del bien y del mal todos tenemos nuestro lado que inclina el fiel hacia uno u otro polo. Porque es muy difícil lograr el equilibrio.
    La pregunta es si somos buenos o malos en relación a los patrones aceptados por los demás, y si nuestra inclinación obedece a la noción de nosotros mismos. En otras palabras, si somos buenos o malos a los ojos de los demás o de los nuestros.
    La respuesta carece de valor ante la cultura de la complacencia. Están en juego los patrones de una sociedad que se debate entre los valores impuestos por los que gobiernan el cuerpo y el alma. Se es bueno y se es malo. Punto. Nadie parece querer ahondar demasiado en el concepto.
    Mientras tanto, seguimos empecinados en vivir la vida como si se nos fuera a acabar el día de mañana. Valdría la pena poner atención a la naturaleza para darse cuenta de que allí no existe el bien o la maldad como los concebimos. Unicamente la noción de que hay un ciclo por cumplir. Y eso parece ser suficiente.



Los monstruosos monopolios radiofónicos y televisivos
Manuel Corleto


Al margen de los gobiernos que han permitido que las frecuencias de radio y televisión sean usadas con fines estrictamente comerciales y enajenantes, como parte de una conspiración para propiciar el cáncer del colonialismo cultural, quiero referirme al tema de la producción de programas nacionales o, más exactamente, a la forma en que los corruptos de todos los tiempos han comerciado con el patrimonio de los guatemaltecos, impidiendo que se desarrollara una industria que hubiera permitido a los artistas nacionales vivir y proyectarse plenamente en el medio y en el extranjero.
    El florecimiento de la producción de radionovelas en los años cincuentas no se dio por casualidad. Obedecía a la necesidad de buscar un balance entre las transmisiones de programas extranjeros y la incipiente industria nacional. La fórmula del uno a uno rindió excelentes resultados, porque la ley exigía que hubiera un equilibrio entre el número de radionovelas extranjeras y nacionales que se pasaran al aire.
    El fenómeno de la televisión fue algo parecido y proliferaban los programas artísticos y culturales. La industria de la televisión nacional también había nacido.
    En algún momento del tiempo, las transnacionales de radio y televisión se interesaron en ampliar los mercados a sus productos, creando las bases del monopolio que ahora conocemos y que ha dado como resultado que no se pudiera desarrollar en Guatemala una industria radiofónica y televisiva que permitiera la competencia en el mercado internacional y la cuota de trabajo que significaría el bienestar de miles de artistas y técnicos guatemaltecos y sus familias.
    Hasta aquí el panorama es claro. En el regateo de los costos de producción, ha sido más conveniente traer programas enlatados. Y no ha habido hasta el momento alguien capaz de marcar un hasta aquí a la abusiva y prepotente actitud de esos consorcios que se mofan "de poner y quitar presidentes de la República a voluntad".
    Es parte de la historia de corrupción e impunidad del país. Sin embargo, uniéndonos al estribillo que dice que todo va a cambiar de ahora en adelante —pero que bien sabemos que no será por generación espontánea—, los artistas organizados estamos decididos a hacer un frente común para exigir que la ley se cumpla.
    Empezaremos con las radios y televisoras, para luego llegar a las agencias de publicidad. En el caso de las primeras, haremos que no evadan más el pago del impuesto del IPSA (Instituto de Previsión Social del Artista Guatemalteco), el cual no han querido hacer efectivo desde 1991. Vamos a agotar la vía administrativa y judicial para exigir que esos millones de quetzales que por derecho y ley corresponden al artista, se traduzcan en jubilaciones, retiro por invalidez, casa hogar del artista, servicio de enterramiento y mausoleo y otra serie de beneficios directos e inmediatos.
    Al mismo tiempo, los grupos organizados exigiremos que se haga cumplir la ley de compensaciones -o como rayos se llame-, para que haya producción nacional obligatoria de radio y televisión, cultural y comercial, y se pueda competir en horarios, primero, y luego en el mercado internacional.
    La factura que hasta ahora se nos ha cobrado a los artistas y técnicos nacionales es muy alta. Hemos perdido décadas de evolución. Hemos perdido un mercado nacional e internacional. Hemos perdido una industria que hubiera propiciado trabajo a miles de guatemaltecos.Y aunque la ley no puede ser retroactiva, hay que tratar de recuperar de alguna manera lo que esos monopolios monstruosos nos han arrebatado: el tiempo, la dignidad, el derecho a que el artista tenga el espacio y las oportunidades para desarrollarse.
    ¿O acaso estarán pensando también en privatizar las frecuencias de radio y televisión para concretar de esa manera el colonialismo cultural para liquidar con sus contenidos las costumbres, las tradiciones y el propio concepto de nacionalidad guatemalteca? Ver para creer.



Hablemos de arte y de los espacios culturales
Manuel Corleto


El arte, como manifestación del espíritu, necesita un adecuado vehículo de expresión.
    Cuando esa expresión es espontánea y su finalidad la de recrear, sin esperar ulteriores recompensas, estamos hablando de un arte no subordinado a la oferta y la demanda.
    El arte, desde esa óptica no es, de manera alguna, un objeto que se expone para ser "admirado" en el sentido tradicional. Es, por el contrario, la libre expresión del artista que, la mayoría de las veces, "choca" con lo establecido y provoca reacciones de rechazo, disgusto, malestar en el espectador.
    De consiguiente, el artista es subversivo.
    Y lo subversivo, es opuesto a lo establecido.
    Bajo esa premisa, la expresión artística que rompe con el orden de una minoría dominante, no tiene cabida en la estructura de un estado que propugna por el desarrollo industrial.
    Por otro lado, cuando las necesidades básicas de la población se traducen en trabajo, vivienda y salud —como una trilogía inventada por la libre empresa—, el arte se desplaza a la calidad de artículo suntuario, accesible a unos cuantos o, adquiriendo connotaciones aberrantes, para ponerlo al alcance de otra minoría alienada.
    En esas condiciones, el artista, el creador subversivo, se encuentra entre la espada y la pared. La espada que apunta a su pecho, conformada por los comerciantes e industriales que lo consideran un ser improductivo —además de raro, antisocial, loco—; y la pared, apretada a su espalda, por las instituciones del estado que, además de lo anterior, lo estiman una amenaza para el sistema.
    De esa cuenta, la iniciativa privada patrocina lo que conviene a sus intereses comerciales y el estado apoya lo que no riña con sus intereses políticos, dando como resultado la proliferación de un arte mediatizado para el consumo de las masas.
    ¿Cómo puede, dentro de esa óptica, sobrevivir el arte como expresión del espíritu?
    Propiciando la creación de espacios para la creación. Lugares de encuentro artístico. Sitios para la experimentación. Centros culturales.
    Hay demasiados cuarteles, demasiadas iglesias, demasiados centros comerciales. Hay pocas bibliotecas, pocos teatros. Las escuelas pueden contarse con los dedos de la mano en cada zona. Proliferan las salas de masaje, los prostíbulos, las cantinas. No hay áreas verdes, parques, canchas de juego en cada barrio. Las banquetas son usadas como área de parqueo, las calles como botadero de chatarra. Se restringe el libre tránsito con túmulos y barreras y casetas de vigilancia. Se asesina impunemente.
    Dado que los espacios para la creación no son rentables en el sentido comercial, inescrupulosos propietarios provocan el cierre de teatros para habilitar áreas de parqueo, para convertirlas en pensiones de mala muerte, para ingresar en las filas de los prósperos ciudadanos que propician el crecimiento económico del país.
    Todo, aparentemente, es un plan orquestado para eliminar la resistencia ideológica. Para el uno, cada hombre cultivado es un brazo menos para la producción. Para el otro, un opositor más, peligroso por sus ideas.
    En ese tira y jala, el artista queda al medio de ambas potencias en pugna. O se incorpora a la fuerza productiva del país o se torna complaciente. El no hacer alguna de ambas cosas, significa una segura muerte civil y política. Y de consiguiente, la muerte del mismo artista y de su expresión original.
    Frente a ese panorama, ¿cuál es el único espacio posible para que el artista pueda desarrollar su creatividad y mostrarla? Un centro cultural.
    Los llamados Centro Cultural Miguel Angel Asturias del Ministerio de Cultura y Centro Cultural Universitario de la Universidad de San Carlos son dos complejos que no cumplen con las condiciones mínimas para ser considerados como tales.
    Para que un centro cultural funcione se necesitan tres condiciones básicas. Primera, que el espacio físico se abra a la creación y a la experimentación. Segunda, que la creación y la experimentación sea llevada a cabo por el propio artista. Y tercera, que se establezca una fluida correspondencia entre el público y el artista.
    En el caso del Centro Cultural Miguel Angel Asturias, no se han dado ninguna de las tres condiciones desde su inauguración en los setentas. Se ha tratado únicamente de un lugar donde se presentan espectáculos ya hechos y se rentan las salas —o se prestan a los cuelludos— para que se lleven a cabo desde tomas de posesión presidenciales hasta concursos de miss Guatemala pasando por la Teletón, las elecciones, convenciones bancarias y graduaciones escolares.
    El espacio nunca ha estado abierto a la creación y experimentación. No se han dado las condiciones para implementar programas permanentes de apoyo al arte y la cultura, con el seguimiento adecuado, incluyendo becas e intercambio. Sus plazas y jardines han estado cerrados al público y al artista callejero en un necio afán por preservar un monumento que se caerá por su propio peso más tarde que temprano o que caerá en las garras de los lobos de siempre con la tan mentada privatización.
    En resumen, el Centro Cultural Miguel Angel Asturias funciona como un centro de convenciones y eventos especiales, al margen del desarrollo del artista nacional y de las tendencias actuales del arte.
    Con el Centro Cultural Universitario, la cosa no ha sido muy diferente. Sin embargo, la Universidad ha tenido claro el concepto de que ese lugar es para los universitarios -como el Centro Cultural Miguel Angel Asturias debería serlo para los artistas-. Aunque bateando y sin un plan congruente con la realidad el CCU, por lo menos, está un tanto más cercano al artista y sus premisas, aunque inadecuadas y en el total abandono, abiertas a la experimentación y la creación de diversos grupos y disciplinas artísticas que trabajan por impulso propio.
    En conclusión, el Centro Cultural Universitario funciona como un centro de enseñanza de las artes, igualmente al margen de cualquier política cultural tendiente a la superación integral de los artistas.
    En cualquier lugar del mundo donde funciona un Centro Cultural, su administración y dirección está encomendada a personalidades del arte y la cultura. Como ese es un espacio que los artistas creadores y experimentadores toman, literalmente hablando, no hay restricciones en cuanto a las tendencias y expresiones artísticas. Como no se trata de un espacio que va a explotarse comercialmente a la manera tradicional, sus rentas llegan principalmente del estado central, las municipalidades, asociaciones y fundaciones, y donaciones de empresas privadas nacionales y de países amigos. Y sus ingresos son utilizados en beneficio exclusivo de las actividades del centro.
    Para que un Centro Cultural pueda ser considerado como tal, entonces, se hace necesario que desarrolle actividades diversas en el campo de las Bellas Artes. No desde el punto de vista conservador y tradicional, sino más bien dentro de un esquema liberal y de total apertura.
    Mientras el aparato burocrático del Ministerio de Cultura y de la Universidad de San Carlos siga operando como hasta ahora, no funcionarán los centros culturales a su cargo. Es imprescindible que, sin que eso signifique la privatización, permitan que la iniciativa privada, las asociaciones, las fundaciones, y cuantos grupos organizados existan se adhieran al gran proyecto nacional, a través de convenios de cooperación, de la total descentralización del arte y la cultura.
    Ya que el Estado y la Universidad —que ostentosamente exhiben sus mal llamados centros culturales—  no son capaces de enfrentar por sí solos el reto de abrir sus puertas a la creación y experimentación, deben aceptar la ayuda de instituciones privadas, asociaciones, fundaciones, patronatos y demás, en la forma de convenios de cooperación.
    El botón de muestra lo constituye el convenio de cooperación entre el Ministerio de Cultura y la Asociación Nacional de Actores y Técnicos, para la administración del Teatro de Bellas Artes.
    Las autoridades creen y siempre han creído que poner un teatro a disposición de los interesados en programar actividades es suficiente. De allí el mayor fracaso del Teatro Nacional. Piensan los encargados de turno que la finalidad es llenar una sala, en sucesivas temporadas, con los grupos de moda en un arreglo de tanto por ciento para el teatro y tanto por ciento para los artistas, o de tanto por el alquiler de la sala. Craso error en el que ha caído, por supuesto, el teatro de Bellas Artes, malfuncionando únicamente como una sala de representaciones al mejor postor.
    La propuesta de la Asociación de Actores y Técnicos es simple: Usar la infraestructura del estado y los dineros del presupuesto para que funcione un complejo cultural en vez de una sala de alquiler para teatro. Y procurar, gracias a su calidad de asociación con personalidad jurídica, donaciones para la implementación de programas y la remodelación del teatro para hacerlo más congruente con las necesidades de un conglomerado de las bellas artes.
    Comprobada la inoperancia de la administración cultural del estado, el gremio teatral, a través de su asociación, sugiere que el Teatro de Bellas Artes se convierta en un lugar de encuentro de las artes. Para evitar malos entendidos, es claro que la dirección del teatro así como el manejo de los fondos de su presupuesto queda íntegramente en manos del estado, como siempre. La cooperación está comprendida entonces como el esfuerzo para que los recursos que el teatro tiene sean usados de la forma más provechosa y racional posible, haciendo énfasis en la creación y experimentación como finalidad primordial.
    Algo que debe también quedar totalmente claro, es que el trabajo de cooperación de la Asociación Nacional de Actores y Técnicos con el Teatro de Bellas Artes es totalmente voluntaria y adhonorem. Ninguno de sus miembros pertenece al personal del Ministerio de Cultura ni percibe salario en relación al convenio, dietas por sesiones o algún otro tipo de beneficio económico.
    Se pretende implementar programas a corto, mediano y largo plazo, contándose ya con el apoyo de personas e instituciones públicas y privadas en un afán porque se beneficie tanto al público como a los artistas. Entre los proyectos a corto plazo, está habilitar salas adecuadas para ensayos y talleres, mejorar las instalaciones en uso, crear un centro de documentación teatral, una sala de exposiciones, una cafetería del artista. A mediano plazo, iniciar la remodelación del espacio escénico —con el apoyo y supervisión del ingeniero Efraín Recinos—, crear la Compañía Nacional de Teatro, poner a funcionar la Unidad de Teatro para resolver los problemas inherentes a los festivales de los barrios, departamentales y un teatro rodante, la creación de un Directorio del Teatro de Bellas Artes, para el diseño de políticas culturales y la implementación de proyectos. A largo plazo, realización de Festivales Nacionales e Internacionales, intercambio de artistas, becas de capacitación y especialización, giras nacionales e internacionales.
    Lo anterior es un listado parcial de las metas que la Asociación Nacional de Actores y Técnicos se ha fijado en torno al convenio de cooperación con el Teatro de Bellas Artes y que representa un importante experimento en el campo del arte y la cultura. Es, además una propuesta para que grupos interesados tomen los espacios oficiales que, tradicionalmente, no han podido ser administrados por los siempre ineptos funcionarios de turno.
    Está demostrado que el estado no puede, por sí solo, enfrentar el reto de hacer funcionar el Centro Cultural Miguel Angel Asturias. Está claro que la Universidad de San Carlos no sabe qué hacer con su Centro Cultural Universitario. Es el momento de sacarles las castañas del fuego por el bien del arte y la cultura de Guatemala. ¿Quién va a ponerle el cascabel al gato?



Teoría de la fábrica de estrellas
Manuel Corleto


¿Qué se necesita para llenar una sala de exposiciones, una función de teatro o de ballet, la presentación de un libro? Notoriedad. Alrededor del espectáculo, del autor, del intérprete, hay que tejer una maraña de sucesos que motiven tanto al conocedor, al especulador, al crítico, como al grueso del público —que si lo que quiere es mierda, hay que dársela—.
    Si la exposición tal de pintura sobre el tema de la violencia (por ejemplo) es ya un fuerte ingrediente para llamar la atención, habrá que aderezarla con su dosis de escándalo periférico. Es decir, el pintor —en este caso— se vería envuelto —unos días antes de la apertura— en algún incidente violento. La ficción y la realidad se entremezclarían convenientemente para hacer de la exposición un éxito sin precedentes.
    En el caso de un estreno teatral con una comedia, se hablaría con suficiente anticipación de la desafortunada vida del autor, de la mala suerte de tal o cual actriz para crear el contraste. Y si se tratara de un drama, por el contrario, algunos incidentes jocosos y atrevidos de los mismos.
    En principio habría que conseguirse algunos periodistas amigos y pedirles que publicaran entrevistas, chismes, indiscreciones. Más adelante, ya no sería necesario. El periodista está donde está la el dinero.
    De esa forma, y gracias al escándalo, se lograría la notoriedad para ir haciendo estrellas. Luminarias de la pintura, de la danza, del teatro. Con una vida real —que eventualmente podría resultar interesante— y una vida inventada para hacer las delicias del pueblo. Y nótese que digo el pueblo y no el público. El pueblo no podrá pagar la localidad, pero sí apreciar la foto sensacionalista en el periódico o ver la tele.
    Para llegar a lo anterior, por supuesto, habrá que "mercadear" a los candidatos. Además de su talento —requisito básico—, se tomaría en cuenta su carisma y, sobre todo, su facultad para caer en situaciones embarazosas. La celebridad, llegado el momento,  generaría a los mismos medios de comunicación y a las empresas productoras de espectáculos los jugosos dividendos necesarios para que valiera la pena la inversión.
    Pero volviendo a lo medular del asunto, no estaría de más delinear someramente la metodología necesaria a seguir. Por un lado, estarían los cazadores de talentos con sus cámaras y micrófonos. Estos cazadores de talentos formarían equipos de investigación altamente calificados —valga decir psicólogos y culturólogos— que se encargarían de scannear las publicaciones en busca de prospectos —espectáculos, artistas, obras— que ofrecieran las condiciones mínimas de calidad y, partiendo de eso, encontrar los opuestos para establecer los parámetros de factibilidad al escándalo.
    El equipo de mercadeo haría los estudios pertinentes. El equipo de relaciones públicas efectuaría los acercamientos personales. El prospecto, en ese momento, recibiría cursos especializados para expresarse en público, para vestir y comer adecuadamente, para hablar otras lenguas —o por lo menos los rudimentos de las mismas—, para actuar —incluyendo el arte de maquillarse y disfrazarse—, etc.
    Después de un tiempo determinado, se le expondría al público. Su foto aparecería en todas las publicaciones. Su imagen sería vista en todos los programas de televisión. Frecuentaría los lugares multitudinarios donde, previo libreto y comparsas, procuraría hacerse notar por su conducta escandalosa. En ese momento, el prospecto habría dejado de serlo para convertirse en luminaria.
    Por el otro lado estarían los escribidores, propiamente dichos, con sus afilados lápices, creando los textos de entrevistas, boletines, scripts para televisión. En la primera etapa será este equipo el encargado de hacerlo, porque después se espera que una vez nazca luminaria del firmamento cultural y artístico, periodistas y promotores lo harán en forma espontánea.
    Falta malicia. La celebridad llega fácilmente a través del escándalo. Uniendo estos dos ingredientes, malicia y escándalo, mezclándolos adecuadamente, llenando de estrellas el firmamento de la patria, habremos salido del subdesarrollo cultural.
(Luz Méndez de la Vega en A fuerza de llorar tanto, chisme-novela, pp.175-176)