(Texto en contraportada)
"Se acabó el tiempo, de Manuel Corleto, es extraordinaria, digna exponente de la literatura hispanoamericana". José Napoleón Oropeza escritor venezolano
"La utilización de un lenguaje espléndido y peculiar en la expresión del contexto en que se sitúa la novela. El equilibrio existente entre el lenguaje que expresa la realidad y el tratamiento de una forma poética que, con base en la fabulación de la novela, logra estructurar una historia inspirada en hechos reales de un pasado no muy lejano". Jurado calificador Premio Guatemalteco de Novela, 1991
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ES OCTUBRE Y EL invierno se ha metido en un mes que no le corresponde, que termino por creer que las noches de luna tan hermosas has sido tragadas por el agujero en la capa de ozono y llevadas más allá de la galaxia, dondequiera que eso quede. La lluvia es tan copiosa que nos moja en todas direcciones, nos empapa las plantas de los pies y se nos mete por el espinazo. Hago la señal de parada a un autobús en el instante en que un auto golpea un bache oculto por el agua y me baña con un pom y un esplash. Alguien ríe a mis espaldas. El autobús se detiene y ya no importa esquivar los chorros de agua que no alcanza a ser chupada por los tragantes taponeados de lodo e inmundicia, anegando los cruceros de las calles y avenidas de la ciudad. Alguien tose a mis espaldas. ¿Usted no es de aquí, verdad? escucho y siento un dedo punzante en mi costado. ¿Me regala diez len para la camio, don? Hurgo en mis bolsillos y le doy unas monedas. La mano que se extiende es joven y bien proporcionada. Toma el dinero con rapidez. Gracias, don y da media vuelta, alejándose con paso pequeño y vacilante. La ropa se me pega al cuerpo dando esa sensación de fría viscosidad. Me recorre un escalofrío. Las gotas me nublan la vista y limpio mis lentes con la yema de los dedos. Una ambulancia pasa rápida y la veo desaparecer cien metros adelante tras una estela de agua.
Hay algo en esas manos, pienso y vuelvo la cabeza. Su figura se perdió entre el mundo de gente que se materializa, prácticamente, al detenerse la lluvia. Hay gran animación, se forman grupos y salen a relucir pancartas, mantas y consignas. Así fue la vez pasada, don y veo nuevamente las manos. Esta vez hay un humeante cigarrillo entre los dedos. Estaban dispuestos a morir, pero en cuanto empezó la lluvia, patitas pa' qué te quiero, se disolvió la manifestación. Sigo con la vista la trayectoria del cigarrillo y me detengo en esos labios que chupan para avivar la brasa. ¿Me invita a un café, don?
Antes de matarlo le cortaron las manos. Las tiraron a los perros en un intento por evitar que, aún separadas del cuerpo como estaban, pudieran encontrar un trozo de tiza y dibujar en las paredes de la ciudad las consonantes y vocales que incitan a la rebelión y cuestionan los actos oficiales y sugieren acciones que encienden la mecha que inflama y devora.
Lo dice así, con la misma cadencia e inflexiones que pudiera usar para describirme un sitio cualquiera el guía de turismo. Bebe hasta la última gota y pido otro café.
Escribía poemas. Para niños y adultos tres, según como se vea. Todavía nadie se pone de acuerdo sobre ese extremo y hay infinidad de escritos que pretenden clasificar, con la fría objetividad de una necropsia, si tal o cual cosa que dijera obedeció al afán de criticar indiscriminadamente o si, como la mayoría sostiene, se debió a un cuidadoso plan financiado por potencia extranjera, central de inteligencia o asociación de comerciantes e industriales del país.
Miro mi reloj. Se paró a las tres y cuarto. No hay por qué ser amable, don. Si tiene que hacer, por mí no se detenga.
El agua se condensa con el calor de mi cuerpo. En el altavoz del lugar escucho una canción con versos en doble sentido. No quiere comer nada. Enciende otro cigarrillo.
Sin embargo, todos coinciden en un punto. Hacía poemas.
¿Quien?, pregunto intrigado.
El poeta.
Escribo esta historia cuando todavía no se seca la sangre. Y tinta y sangre cuando secan dan por concluido un proceso para siempre. Queda sólo la impresión, la reproducción más o menos exacta del original y la historia sigue en cualquier parte para dejar testimonio de lo que fue o no pudo ser nunca. Y cuando la escribo, cuando la leo, queda en el medio una distancia inconmesurable que separa la realidad de la ficción aunque no en ese orden, precisamente, que delimita y suscribe el hecho de la descomposición que se da por el tiempo. Los caracteres tipográficos, las palabras, frases, párrafos, capítulos son insuficientes para contener la esencia del hecho. El principio y el final se trastocan para cerrar el círculo que empieza y termina en cualquier punto y, al mismo tiempo como los agujeros negros del espacio, condensan tal cantidad de materia y energía que hacen imposible el paso de la luz y el entendimiento, dejando fisuras que deben llenarse con cualquier cosa que se tenga a mano para rescribir la historia que supuestamente fue, es o será conjugada en el verbo de la acción dramática de la vida. De la muerte.
Afuera ya no llueve. El sonido de la lluvia es sustituido por un rumor creciente que la dueña del establecimiento termina por cerrar la cortina metálica de la cafetería dejándonos adentro y maldiciendo entre dientes y diciendo que por culpa del gobierno están las cosas como están y que debería renunciar el presidente y que sería mejor que los militares tomaran otra vez las riendas del poder con mano dura.
Mataron al poeta. Le cortaron las manos. Tal vez no sintió nada. Tal vez supo que se le iba la vida por torrentes que salín de sus muñones para regar la tierra de ese sitio baldío donde lo encontrara un niño. El perro del niño. Niño y perro a la vez. Estaba des nudo y sin zapatos. Frío, desvergonzado, acerado.
Afuera crece el rumor. El aparato de radio ha sido silenciado. Se escuchan disparos y la dueña grita asustada cuando un humillo acre se filtra por debajo de la persiana y nos hace toser y arder los ojos.
Por más que el juez y sus ayudantes buscaron las manos, sólo pudieron encontrar cosas comunes a esos sitios donde crece la mala yerba y se acumulan basura y desperdicios.
Una empleada grita hay que darle agua de tila cuando la señora se desmaya. Hay que poner a funcionar el ventilador dice alguien. Que no cunda el pánico, se escucha.
Su madre lo reconoció sobre esa loza en la morgue y cayó sumida en un letargo de no lo puedo creer, si apenas ayer, si me dijo que y se la llevaron afuera para evitar un colapso fatal.
Las autoridades se niegan a extender el; certificado de defunción a su nombre alegando que sin huellas digitales la identificación es incompleta. Lo consignan doble equis mientras la evidencia viabiliza el camino de la ley y los parientes empiezan el vía crucis de los trámites para que les entreguen el cuerpo y poder sepultarlo como Dios manda en el panteón del artista nacional.
Ya no importa. La tierra donde descansa el mutilado cuerpo del Poeta no hace diferencias. Es la misma donde germina la semilla del árbol que dará sombra a víctimas y victimarios por igual. El mismo árbol que ha de dar madera para la cuna y el cajón de muerto. Para el lápiz y papel donde se escribirá la historia que hoy empieza si aceptamos que es cosa del pasado. En este aparente juego de palabras, el tiempo es determinante. Debemos coincidir en este extremo si hemos de seguir adelante, porque de él depende la clara comprensión de los hechos que parten del momento en que cae en mis manos el volumen de un poeta desconocido que dice estar
comprometido a medias
mitad aquí, mitad aquí
y en ninguna parte
La señora se ha recuperado del susto y nos proveen con servilletas empapadas en agua para que nos cubramos la boca. Por primera vez miro a mi alrededor. El local está lleno de gente que no quita la vista del espacio de luz que se filtra por la base de la persiana. De pronto algo golpea el metal. La persiana tiembla y retumba. Por las sombras puedo ver que un cuerpo cae. Que lo están golpeando. Por un instante la acción se detiene y el cuerpo es arrastrado, dejando nuevamente la nítida raya blanca de luz.
Mi encuentro con el Poeta se dio casualmente, sin premeditación ni cita previa.
Los italianos suelen llamarlo el rayo y se aplica a casos de enamoramiento súbito. He oído mucho sobre eso. Él la mira a ella, ella a él y ambos o uno de ellos, no hay regla fija sienten una especie de corriente eléctrica que los recorre de cabeza a pies.
Cuando conocí al Poeta sentí una sacudida tal que de momento no supe dónde estaba o lo que hacía. Mi primera reacción fue de resistencia a esa sensación extraña e incómoda que atentaba con romper la estructura de mi pensamiento, que comprometía seriamente el equilibrio de mis convicciones y forma de ver la vida. Mi sistema de autodefensa rechazó al Poeta y decidí olvidar el incidente.
Los días anteriores a que apareciera el cuerpo del Poeta se desarrollaron con increíble tranquilidad. Me hacen recordar una historia poco comentada de Julio Verne donde los ciudadanos de esa localidad disfrutan de una calma tal que no existe la prisa ni se conoce la violencia. Hasta que alguien decide subir al campanario de la iglesia y allí, llenando de aire puro los pulmones, su corazón empieza a latir con mayor celeridad y con él vibran las pasiones hasta entonces aplacadas por los efectos del gas del alumbrado público que todos inhalan irremediablemente a nivel de tierra. Si la teoría es correcta, la contaminación de las grandes ciudades y de algunas pequeñas debe, de alguna manera, incidir en el comportamiento de los habitantes. Y éstos, al aire libre, en el campanario de una iglesia o en campo abierto, obviamente, tendrían uno diferente.
Afuera se escuchan carreras, gritos, maldiciones. Me pongo de pie. Todos me miran. Ensayo un gesto de disculpa y el cosquilleo de mi pierna dormida me hace reír. En un momento la mayoría sonríe y camina por el estrecho local, tratando de ser amables los unos, otros mirando hacia el suelo tal vez para ocultar el temor que se siente en esa especie de ratonera. Siento el dedo punzante en mi espalda. ¿Tiene un cigarro, don? Busco antes de percatarme que no fumo, es decir que estoy tratando de dejar el vicio. Un hombre ofrece uno de los suyos.
No pude evitar oír que estaban hablando del Poeta, dice el hombre que creyó haberse comprado el derecho a participar de la plática. Y dicho y hecho se sienta a nuestra mesa.
No fueron días comunes los anteriores a la muerte del Poeta, dice una voz. Hubo, según estadísticas confiables, un pronunciado descenso en actos criminales, riñas callejeras e infidelidades, dice otro, sudando copiosamente, con un portafolios fuertemente apretado bajo su axila y aspecto de licenciado. Florecieron a lo largo de esos días relaciones humanas a niveles poco comunes, dice con los ojos en blanco una señora que debe estar pensando en la telenovela de las cinco. La nota roja desapareció de los diarios y la violencia televisiva no tuvo acceso a los hogares, dice otrora voz. Uno que evidentemente está con varios tragos entre pecho y espalda dice son babosadas. Una nueva arma bacteriológica, afirma alguien, porque con el pretexto de acabar con supuestas plantaciones de amapola y mariguana se están quemando grandes extensiones de la selva en el Petén. La dueña de la cafetería: dicen que el uso de aerosoles afecta, ¿cómo decirlo? La libido apunta el licenciado, eso responde la señora, como quiera que se llame y produce el efecto de un tranquilizante.
Fuller, en su Critical Path, lo ha predicho, dice un gringo canche y greñudo que está en la mesa del rincón.
Se decía que, de pronto, como si se hubieran cerrado todas las llaves del gas al mismo tiempo, se volvió aquello una de no acabar. Como antes. Peor que antes porque le cortaron las manos, lo mataron, confiscaron los libros del Poeta y fueron quemados en la Plaza Central, cambiaron de nombre a la calle con el nombre del Poeta y, para acabar pronto, se sugirió que todo niño llamado como él debía escoger otra gracia o resignarse a una posible desgracia.
Tengo un amigo que pertenece a una secta religiosa que no voy a nombrar porque no soy chismosa, dice la dueña. Pero sí diré que estamos hasta aquí, poniendo el dedo índice sobre su frente, de doctrinas y religiones exóticas.
Se lanza a contar que le contó que como miembro de la iglesia en cuestión tiene asegurado el sustento y el cielo.
Estoy de acuerdo, dice el licenciado. Foráneas, alejadas de nuestro contexto y realidades. Nos ha llenado tanto la cabeza con promesas de una vida después de esta. Vida, paz, felicidad, gozo eterno.
Pero lo del sustento es otra cosa, dice el bolito. Pan, vestido, techo y uno que otro traguito a destiempo.
Pues ese mi amigo, dice la dueña lanzando una glacial mirada al susodicho, gana un montón de billetes mensualmente. Paga un diez por ciento de diezmo y recibe un millar por ciento porque la iglesia les da a él, esposa y tres críos, comida, ropa, pago de renta
Eso lo vi en una película, dice una joven muy linda, Kramer versus Kramer creo. Bueno, no importa. Allí hasta les daban juguetes a los chicos y toallitas sanitarias a la señora.
¿A cambio de qué?, escupe radiante el licenciado. Ir a la iglesia los domingos, prestar algún tipo de servicio a la hermandad religiosa y vivir de acuerdo a los preceptos éticos, morales, etcéteras, dictados por un obispo o principal.
Se necesita más que eso, chilla el borrachito. Educación, oportunidades, amor. ¿Quién vive sin? No puede continuar porque tiene una arcada y vomita los zapatos del licenciado. Perdón.
Ya me hizo lata el piso este desgraciado, chilla la dueña.
Y nomás fíjese como me dejó los shus.
Pensar que no puedo hacer que lo echen a patadas de aquí.
Automáticamente, todos miran hacia la calle. Un pueblo unido jamás será vencido. Pueblo cabrón, por tu culpa no hay liberación. Carreras, golpes, uno que otro plomazo, sirenas de ambulancias.
Parece más que justo y barato, apunta el licenciado con gran esfuerzo por aparentar que no le importa que le hayan echado a perder el lustre que recientemente le habían dado en la plaza. Pero al igual que el doctor Ox de la historia de Verne que mencionó el señor, señalándome, y que yo también tuve que leer en mis tiempos de estudiante, la religión ejerce control absoluto sobre sus actos y decisiones y, lo que es peor, y asumo la total responsabilidad ética y legal de estas presunciones, produce, enlata y empaca os alimentos y artículos de uso personal como desodorante, pasta dental, champú, jabón, con las más estrictas medidas de control de calidad.
¿Está sugiriendo que los Americanos echamos porquerías en estos productos para que los que los usen se droguen?, dispara el gringo simultáneamente con su Nikon.
Claro que sí, amigo, se le aproxima el licenciado. Los cuales, especialmente en los alimentos, ejercerán sobre los fieles el mismo efecto que el yodo que se agrega al café en las prisiones para aplacar los deseos sexuales de los reclusos.
¡Bullshit! Fuller lo dijo. El daño que el hombre ha hecho a natura es irreversible. Sobrevivirán muy pocas gentes.
Este gringo debe ser de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días lo muy menos, dice una mesera a la otra.
¡Puchis!, responde la segunda, ¿ya viste como se viste?
El hombre que se sentó con nosotros se ha presentado como, veo su tarjeta, Arnulfo Zorrilla, maestro en artes marciales. Bastan tres segundos para matar a un hombre con una tarjeta de crédito, afirma.
Yo pienso en ese excepcional hecho al que se ha referido, a la calma chicha que precedió a la muerte del Poeta. Se ha mencionado insistentemente que en las comunidades rurales de nuestros países se inyecta drogas a las mujeres, obsequiadas por algún pueblo y gobierno extranjero, para frenar la explosión demográfica. También se ha dicho que en algunos hospitales, a las señoras que acaban de dar a luz se les ligan las trompas de Falopio sin su consentimiento. Y es un secreto a voces que el aluminio usado en la fabricación de ollas y sartenes, es muy peligroso porque despide un veneno que se mezcla con los alimentos que se cocina en ellos.
Estuve para el Mundial en Japón, dice Zorrilla y saca de su abultada billetera tarjetas y credenciales. Osaka, Tokio, Hiroshima, Nagasaki.
¡La bomba atómica!, grita el borrachín.
Bomba es la que se carga, ríe la mesera.
Estos gringos cabrones se cagaron en los pobres chinitos.
Japoneses, amigo, corrige el hombre desde mi mesa. Hay diferencia entre chinos y japoneses. Como entre mejicanos y argentinos, digo yo.
En primer lugar, dice el yanqui, no soy de esa generación de Americanos. Mi preocupación es por la naturaleza y le digo que, entre otras cosas igualmente graves, su pájaro está en peligro, hombre.
Una cosa lleva a otra y nos conecta con realidades de aunque usted no lo crea de Ripley. El lavado de cerebro se da desde su forma más sofisticada a burda. Desde el simple pertenecer al partido o a la iglesia para tener seguro el sustento, hasta la respuesta automática de comprar tal o cual oferta de tipo material o espiritual. Vivimos en un campo minado donde el menor movimiento en falso nos ha de mutilar con una bomba quitapie o destrozar con una Claymore. Nos movemos en un área de tiro donde juegan al blanco las poderosas fuerzas de la industria, el comercio, la religión, la política. Nadamos en una gigantesca alberca donde los dirigentes tiran sus anzuelos y nos pescan indiscriminadamente para saciar sus ansias antropofágicas, de chupa sangre.
De hijos de la grandísima puta, silba el bolito.
Más respeto, señor. Por las señoras.
Hay guerra sin cuartel en esta jungla donde modernos doctores Ménguele experimentan en laboratorios con nosotros los cobayos. Se nos altera el color de ojos, largo de huesos, el tamaño de los senos, las medidas periféricas del cráneo para crear razas superiores, hombres superiores. Se nos transforma genéticamente y se nos cambia sexo, estado civil, nacionalidad, profesión. Edad.
SE SORPENDIÓ LEYENDO ESQUELAS en los periódicos y le dieron ganas de tirar los sombreros de las gentes y hacerse a la mar. Su padre salió a comprar cigarrillos y no volvió más. Su hermana bebe, se droga y suicida. Su tío se negó un día a seguir comiendo y se quedó inmóvil, la vista fija en alguna parte del jardín, el tenedor a medio camino entre el plato y la boca. Su madre se dedicó a criar gatos y perros callejeros. Y muchas gentes que conoce escapan a la realidad constantemente, abrazan religiones, organizan largos viajes a Alaska o a la Amazonia, trabajan como bestias en cosas que no les gustan pero que dan dinero y poder.
Melvilla y su papá y hermana y tío y madre y todos los demás de esta larga cadena tienen razón. Y más que razón, el valor de tirarlo todo al rayo. Sin gentes como ellos no existirían un doctor Livingstone, un Hitler, un Colón, un Cristo, un Gauguin, una Storni, un Rockefeller; no habría pasado ni futuro. No habría imperios ni conquistas, revelaciones ni poesía, inventos o tributos, mártires o pioneros. No habría evolución ni exterminio.
Antes de hacerme a la mar, escribe, voy a lanzar por la borda todo lo que tengo. O lo que creo tener y que a lo mejor no es más que un sueño dentro de otro sueño.
Estando en el pasillo del sanatorio donde su hermana daba a luz, escuchó el primer llanto de su sobrino. Casi treinta años antes se encontraba en un lugar rectangular, mal iluminado, temblando de frío y de miedo, mientras en el otro extremo de la habitación su madre paría. Aunque la distancia y la oscuridad permitían ver poco, pudo escuchar con escalofriante claridad el primer llanto de su hermana.
MARÍA ELENA TENIA LOS pechos grandes y cálidos. Recosté mi cabeza entre ellos al compás de guarimbas seis por ocho en la escuela. Mis compañeras solían cerrar las puertas del salón de clase durante el recreo y María Elena, sobre un pupitre, empezaba a mover el trasero y los brazos rítmicamente, mientras se subía la falda y se bajaba el escote de la blusa. Todas reían y yo, con una erección que mal podía disimular, observaba esas piernas y esos pechos grandes y cálidos hasta que sonaba la campana. Fue maravilloso mientras duró. Cuando ya hubo cupo en una escuela para varones el siguiente año. María Elena andaba con un fulano que le metí mano con el mayor descaro. Ella no se quedaba atrás. La sorprendí varias veces agarrada del abultado miembro del hombre, en un aparente intento por evitar que éste rompiera el pantalón y las cosas pasaran a más por el momento.
Mi primer poema fue para María Elena. Lo único que recuerdo de él es que Carranza, su apellido, rimaba con panza en alguna parte. Se puede deducir el resto, pero no todo lo que escribí en esa época era por joder. Hice muy serias composiciones al maestro, a la escuela, a la bandera, a la madre, por supuesto; al ejército, a las fiestas patrios que me valieron premios y también pésimas calificaciones en matemáticas. Pienso que mi fantasiosa-mente me arrastró siempre hacia la cábala y de allí a Pitágoras hay una distancia imposible de superar. Cielo y tierra dan siete. Cuatro más tres igual infinito. Pero la cábala no alcanza cuando debemos hacer cuentas para los pagos de renta, supermercado, farmacia, colegio de los niños, clases de gimnasia de la mujer. También creo que a María Elena la cábala la tenía sin cuidado entonces y después cuando terminó de puta de regular categoría. La vi un día y cuando le pregunté que cómo estaba me respondió con esa sonrisa de desenfado que la caracteriza que está como quiere y que sigue contando únicamente hasta dos. Uno, por los orificios puyables que tiene y dos por los pares de bolas, chiches, nalgas, manos y piernas. Y le di la razón. Que cuenten de tres para arriba los impotentes y las menopáusicas, me dijo.
María Elena fue mi primera novia y en sus brazos tuve maravillosas fantasías eróticas. Le dediqué mis mejores masturbadas y eyaculé mientras dormía soñando con ella. También le escribí los más bellos sonetos, pero nunca supo ni esto ni aquello. Así es mejor. Yo todavía no estaba listo para la vida y mi amigo David lo supo cuando, tiempo después, estacionaba la panel de reparto de carne de res donde íbamos, enfrente de una serie de cuartuchos pintados con tonos chillantes al óleo, como de nacimiento, las puertas abiertas de par en par y mujeres recostadas en la cama con poca ropa y menor recato. La puerta se cerró detrás de él, como casi dice el bolero, y yo me quedé esperando, la cabeza zumbante por la sorpresa, por la vergüenza de no ser un hombre todavía y trasponer esa puerta o cualquier otra para alejarme del olor nauseabundo de la carne sanguinolenta y corrupta.
El papá de David tenía varias carnicerías, mujeres e hijos. Se me parecía un garañón tinto en sangre, con su gabacha y gorro blancos, chasqueando la lengua desde esa chispeante corona de oro de su incisivo superior derecho. Tenía, lo que se dice, gancho para las mujeres. Llegaban innumerables clientas a su negocio y él les daba la mano muy cortés y seductor, rascándoles la palma con la uña del índice derecho. Algunas se molestaban visiblemente, ya por casadas o quisquillosas. Otras parecían alentarlo con sus risas y comentarios a seguir adelante. Las menos, ni fu ni fa; se hacían las desentendidas o no sabían lo que eso significaba en el silencioso lenguaje de las manos. Lo recuerdo, los domingos, al volante de su Cadillac 55 automático verde musgo, de riguroso traje y corbata y biblia, rumbo al culto en el templo. Su bigote y sonrisa a lo Clark Gable le abrían puertas de templos y alcobas. Aunque tal vez tenía algo que ver con ese encanto personal la voluminosa billetera que se dibujaba en la bolsa del pantalón, a la par de otro promontorio que su sastre parecía querer hacer resaltar en la entrepierna.
En la misma casa vivía la hermana con el marido, zapatero de oficio y cartero por oposición. Temprano se le veía salir con su gran maleta de cuero al correo a recoger la correspondencia que debía repartir ese día. Una hora después estaba de vuelta, se quitaba el uniforme, se ponía a remendar zapatos y a cantar canciones obscenas. Varias veces aproveché su ausencia para zambullirme de cabeza en esa montaña de cartas que estaba debajo de la rústica escalera de madera que conducía al dormitorio, allá arriba. La mayoría estaban perfectamente cerradas, con sus estampillas intactas, intocadas. No era, evidentemente, un ladrón de valores en la correspondencia, sino un huevón e hijo de la tiznada. Me gustaría decirle ahora que ese acto irresponsable, esa práctica de a saber cuántos meses o años, me proporcionó la alegría de aumentar en cantidad y calidad mi colección de estampillas postales y me hizo gozar lo indecible con la lectura de cientos de cartas a amantes, hijos, padres, acreedores, funcionarios, reclusos, políticos que jamás llegaron a sus destinatarios. También me gustaría manifestarle que nunca sabrá las ilusiones que quebró, los dolores de cabeza que evitó, el bien y el mal que hizo, según como se mire. Ahora debe estar remendando los zapatos del cachudo. O repartiendo la correspondencia del averno. Ya no importa.
Me dediqué a escribir cartas. Kilométricas cartas llenas de lugares comunes, malos chistes y comentarios intrascendentes. Todavía lo hago, aunque con menor frecuencia y espontaneidad. Busco palabras, rebusco la forma de decir las cosas con propiedad eso mata la literatura epistolar. Y a otras también. Es como ver a las mujeres meticulosamente pintadas, con cada cabello en su lugar pero sin la sabrosura del trazo casual, si ese algo que aparentemente está fuera de lugar, sin la frescura natural de la que tanto se habla en los espots de televisión y revistas especializadas de belleza. Se dice mucho de la naturaleza, de la perfección encerrada en la creación donde todo es y está como debe ser, donde debe estar. Porque naturaleza es la esencia de algo y lo espontáneo es aquello que se da de primera intención. Lo natural no es espontáneo, no fue hecho en seis días como algunos proclaman. Es el producto de la evolución. Por eso es tan pesado leer cartas. Están cargadas de prototipos, parecen hechas con el mismo machote, tienen increíbles cantidades de palabras mal hilvanadas y son, en su mayoría, de un prosaico puro que si lees una lo has leído todo. Yo sigo comprometido a medias y no es espontáneo. Es el producto de malabares y juegos de palabras. ¿Qué es comprometido a medias? Y luego sigo mitad aquí, mitad aquí (un crítico encontró eso de una profundidad tal, que seguramente todavía no sabe donde emerger). Mitad aquí (un lado), mitad aquí (el otro lado). O mitad aquí (hoy), mitad aquí (ayer o mañana). O mitad aquí (por la cabeza), mitad aquí (por el corazón). En fin, para rematar con un en ninguna parte. La negación de lo antes enunciado. Eso no dice nada. Mejor hubiera sido y en ninguna parte/ mitad aquí, mitad aquí/ comprometido a medias. O mitad aquí, mitad aquí/ comprometido a medias/ y en ninguna parte. O mejor aún mitad aquí/ comprometido a medias/ mitad aquí/ y en ninguna parte y así podríamos seguir ad infinitum en el colmo del rebuscamiento.
Mi amigo David era candidato a Mister Olimpia. Trabajó sus músculos de tal manera que parecía que su piel se iba a romper en cualquier momento por lo más delgado. En opinión de los jueces mereció un tercer lugar porque sus músculos estaban desarrollados pero carecían de la definición necesaria. Mi hermana, lo más parecido a la Gestapo que conozco por su capacidad de husmear, atar cabos, leer correspondencia ajena, escuchar detrás de las puertas, dormir con un ojo abierto, descubrió entre mis papeles un mapa que marcaba la ruta terrestre hasta Texas y algunas referencias de la forma en que David y yo íbamos a llegar allá para enlistarnos en la fuerza aérea como pilotos de combate. Fue ella quien le dijo a mi mamá que era falso que estudiara en la nocturna cuando encontró mis cuadernos de poemas. Y fue ella la que dijo también que estaba en la federación de levantamiento de pesas. Todos pegaron el grito en el cielo, que cómo era posible, que en pleno desarrollo como estaba me iba a quedar enano, que me iba a dar una galopante por el esfuerzo, que mi complexión no era la adecuada, etcéteras. David, finalmente, ganó un primer lugar en Mister Pacífico, se consiguió mujer y nos dejamos de frecuentar. Después tuvo un terrible accidente en el Cadillac. El conductor del otro auto había muerto, se encontró licor en el 55 verde y fue a dar a la cárcel con todo y definición muscular. La familia del muerto era muy rica e influyente en las altas esferas y estaban dispuestos a refundir a mi amigo en la cárcel por tiempo indefinido. El papá de David pagó abogados, fue vendiendo una a una las carnicerías, los camiones de transporte de reses en pie, los vehículos de reparto de carne, las fincas de ganado y no lograba conseguir su libertad. Compró a un funcionario con el dinero de la venta de su última propiedad y logró enviar a David a los Estados Unidos.
Fue en el Cadillac verde donde aprendí a manejar. Automático, ocho cilindros, hidráulico. Me subí a un arriate y casi me llevo por delante a un indito vendedor de ponchos momostecos que pegó un salto increíble para salvar el pellejo. Uno de sus ponchos quedó pegado al parabrisas obstruyendo mi visión. David, desde el asiento derecho, pegó un grito, tomó el timón e hizo una maniobra para evitar que nos incrustáramos en un árbol. El carro se detuvo después de un par de brincos, sin daño. El marchante recuperó el poncho y nos mentó la madre en lengua vernácula. David tomó el control de la nave con la promesa de que sería mi última lección.
No lo fue. Me hice un experto, con un expediente limpio; a no ser por un incidente muy peculiar. En México, en plena madrugada y viajando de Monterrey a Matamoros, choqué aparatosamente contra un caballo en plena carretera interestatal. Después de hacer una rápida evaluación de los daños, la carretera me condujo de nuevo al periférico de la ciudad donde, en la oscuridad y con las luces de estacionamiento encendidas, estaba una ambulancia. Yo apenas tenía algunos golpes, pero mi acompañante sentado del lado de la muerte como suelen llamar a ese asiento había llevado la peor parte al caerle, literalmente, el caballo encima. Al embestirlo se elevó, hizo una parábola y aterrizó sobre el frágil techo del compacto. Teniendo un herido a bordo fue refrescante para mí la visión de una ambulancia y me bajé a pedir ayuda. De la ambulancia descendieron rápidamente el conductor y dos policías uniformados que avanzaron resueltos hacia mí. ¿Por qué huyó después de atropellar a? Había algo extraño en la presencia de los uniformados en la ambulancia, así que volví rápido hacia mi auto y arranqué como en las películas, dejan do la mitad de los neumáticos en el asfalto. Por el espejo retrovisor observé como la ambulancia, con las luces de emergencia encendidas y la sirena abierta se prendía a la cola, iniciando la persecución. Para no alargar la historia innecesariamente, me detuve frente al hotel donde nos habíamos hospedado y me sentí protegido por testigos ante la inminente llegada de ambulancia y policías, con tantas historias de secuestros y delitos que se cometen en los solitarios caminos.
¿Por qué huyó después de atropellar a?, preguntaban a gritos, amenazadoramente.
No vi al caballo, era color de noche y estaba de espaldas, balbuceé. Con el trasero hacia nosotros ofrecía poca visibilidad.
Me condujeron a la ambulancia, abrieron las puertas traseras y señalaban a un hombre que estaba boca arriba y con los ojos abiertos. Muerto. No fue fácil convencerlos. Sin embargo la evidencia era suficiente. Se encontró caca de caballo sobre la tapa del motor. Entre las retorcidas láminas de la lodera y del techo había trabados miles de gruesos pelos en toda la gama de grises.
TUVE UNA ESTAMPILLA POSTAL de bastante valor. Ese tipo de edición rara, dice el licenciado. A simple vista era igual a las otras de esa denominación, pero había un curioso defecto: dentro de un óvalo estaba el grabado del ave nacional de cabeza.
Suda, la corbata floja, en mangas de camisa, con su inseparable portafolios bajo el brazo. Las meseras terminan de servir otra ronda de café.
Como en los velorios, dice el borrachín. Pero falta el piquetito.
Conozco una técnica para hacerlo dormir. Basta con presionar la yugular, así, muestra Zorrilla en su propio cuello.
No será necesario. Ya se le va a pasar, dice el licenciado con tono conciliador. Habían impreso la parte exterior en azul nacional, oscuro en ese tiempo a diferencia del azul celeste de ahora, y el ave en verde como correspondía al tiro del segundo color, siguió así casi sin transición. Por esas casualidades que ocurren, metieron los pliegos al revés en la máquina impresora en el segundo tiro del color.
Algunos disparos y grito en el exterior, cortan la relación del abogado y la respiración de los presentes. Hay que llamar a la policía, suplica la señora de la telenovela de las cinco.
Guarden calma, sonríe el bolito. Yo soy autoridad. Y saca la reglamentaria .38 del cinturón.
Zorrilla se levanta como una exhalación y toma al hombrecillo de la muñeca dándole un rodillazo en los genitales. El bolito cae fulminado y Zorrilla queda estático, con un brazo en alto, blandiendo el arma.
Desarmado en pocos segundos. Esta técnica me fue enseñada personalmente por un maestro ninja durante
Por lo menos se va a estar quieto y callado por un rato, balbucea la dueña.
Cuando se dieron cuenta sacaron de circulación las defectuosas, dice el licenciado en un intento por retomar el hilo. Pero ya no se pudo determinar con exactitud el número de estampillas vendidas para deleite de coleccionistas y comerciantes del ramo.
Otra vez el acre humito que se filtra por la rendija de la persiana.
Bravo, dice el gringo aplaudiendo lentamente. Buckminster Fuller ha escrito que habrá violencia, destrucción, muerte.
¿De qué religión es usted, mister?, pregunta tímidamente alguien en la esquina opuesta del local.
El gringo mira, tratando de ubicar al dueño de esa voz. Pasa la lengua por los resecos labios, se pone de pie y camina con el característico balanceo de los hombres de mar.
Capitán Thor Tuga. Como todos ustedes, no estoy aquí por casualidad. Esto ha sido prefijado por una mente superior; pero el hombre, en su arrogancia y vanidad, agota al organismo viviente que es la madre tierra y prepara el camino para su desaparición que está próxima y es inevitable.
El sobre de la carta donde obtuve la estampilla, dice directamente al Americano el licenciado, estaba dirigido a una conocida consejera sentimental de uno de los diarios matutinos.
Bravo, dice la colegiala dando saltitos y agitando los brazos. Eso sólo lo había visto en las películas de Bruce Lee.
El licenciado, ceremoniosamente, abre su portafolios y bucea entre los papeles, murmurando por aquí lo debo tener. La colegiala se prende del maestro de artes marciales y ambos se sientan a una mesa. Una de las empleadas le echa una mirada escrutadora al bolito.
Para mí que éste estiró la pata.
El humo los hace toser y maldecir. El licenciado muestra un papel.
Escuchen. Señorita Rina, sección Arriba el corazón, Prensa Libre, presente. Querida Rina: Soy un asiduo lector tuyo y, aunque mi problema no sea estrictamente del tipo sentimental que tú tan bien manejas, quiero solicitar tu tiempo y ayuda para que me aconsejes que debo hacer.
No es nada, dice Zorrilla a la colegiala que lo mira con los ojos en blanco. Tiene que ver con el Zen, el Ying y el Yang, el Ki y, ¿dónde estudias?
Se ha formado un anillo alrededor del hombrecito. Hay que darle respiración artificial, dice uno. Ay chis, dice la mesera con cara de asco. Para mí que el rodillazo se los subió hasta la garganta, opina el abogado. Hay que darle jugo de naranja entonces, bromea solícita la dueña. ¿Y qué si se nos peló el pobre?, agrega. Cuente con un abogado, le dice el licenciado a Zorrilla. Alegaremos defensa propia y portación ilegal de arma de fuego. La mesera les muestra un carnet que ha sacado de uno de los bolsillos del bolito. El abogado lee con la vista y me lo pasa.
¡Sólo eso nos faltaba! Un policía de particular.
Quince años, pero como soy tan llenita creen que tengo más.
Escuchen, es el abogado, curiosamente, y en circunstancias que mencionaré después si me acuerdo, llegó a mi poder un álbum familiar de fotografías. Bueno, aquí sigue la relación de lo que piensa hacer con el álbum. Lee más adelante. Aquí está. Habla de las preguntas que se hizo. La segunda pregunta. Sí. Dice: Descubrí en una de las fotografías a un hombre que conozco, acompañado de una mujer y varios niños en una pose clásica de la mamá de los pollitos. Y esa mamá era la mía. Y uno de los pollitos soy yo. ¿Qué les parece?
¿Qué haremos con el cuerpo?
Entregarlo a las autoridades.
Pero si él es policía.
Fuerza interna. No sé si deba hablar de eso con una colegiala, dice suavemente Zorrilla, pero atengámonos a la apariencia y no a tu edad real. Bueno, los yoghis pueden lograr, sólo con la fuerza de la mente, tener una erección y eyacular.
Es una credencial de policía la que tengo en las manos. Pienso que, paradójicamente, por tratarse de un artista marcial, y la policía corresponde a las fuerzas de seguridad y marcial se deriva de Marte, dios de la Guerra, la brutalidad marcial se ha vuelto sobre él mismo. Debe ser el humo de las lacrimógenas que no me deja pensar claramente. Mi acompañante me hace una seña para que me acerque.
El Poeta pudo haber nacido o muerto en Cachemira, para el caso es lo mismo.
Escucho su clara voz, veo sus blancos dientes, bien alineados y esa carnosa lengua que se mueve presionando los de arriba y los de abajo.
Cachemira, Cochinchina son tetrasílabos. Y también lo es el nombre de la patria.
Hay magia en los golpes de voz para nombrar las cosas. Hay misterio en la imagen. El fotógrafo que imprime una placa con nuestra imagen, se queda con el alma. Hay sortilegio en el sonido. El que nombra nuestro nombre nos deja a su merced, desnudos, desprotegidos, sin espíritu. En la actualidad no se le da mucha importancia a esas cosas. Nombres e imágenes se prodigan a diestra y siniestra sin aparente control, pero sigue imperando cierta mística alrededor de ellos. La criatura será influenciada para toda la vida por esos cadenciosos golpes de voz que significan, magnifican su existencia, su estar. Yo me llamo. Yo soy. Flor de Loto, Primera Hija, Ciervo Veloz, Nube Negra están agregando a los tributos propios los del nombre con el que se les llama. Los nombres que nos nombran son a menudo incongruentes con la realidad. Teodoro es ateo. Blanca es morena. Annabella es la feita de la familia. Alejandro es enano.
El álbum en cuestión mide. Bueno, aquí sigue una larga descripción del mismo, abrevia el licenciado. Tipo de papel, número de páginas y fotos. Sí. Aquí. Hay una foto que, a mi juicio, es la más valiosa desde el punto de vista de composición, estado de conservación y, por si lo anterior fuera poco, actualidad: Término inconjugable con lo viejo. Y de fuerte contenido documental.
El hombre representa la esencia del ser. Impuesto en primera instancia por los padres, asentado en la partida de nacimiento, refrendado en cada acto civil, grabado en la lápida de su tumba, manoseado en las páginas de la historia, el nombre somos nosotros.
Yo soy una persona alejada de ruidos. No me gusta andar metida en molotes, dice la dueña. De la casa al trabajo. Del trabajo a la casa. Honradamente. Y pasarme esto ahora, justo ahora que me estaba yendo tan bien en el negocio. Detesto los líos de juzgado.
No se preocupe, doñita. Esta es mi tarjeta. Ha sido muy oportuno que me encontrara aquí, entrega el licenciado.
Si nos hablan de Pedro, Pedro a secas, muchos sujetos llamados pedro vendrán a nuestra memoria. Si nos adjetivan el mierda del Pedro o el carnudo de Pedro, se reducen considerablemente las posibilidades. Y si nos dicen el hijo de la grandísima puta de Pedro, ya no tendremos duda sobre quien se trata. La sabiduría popular pone su granito de arena, pero no es algo permanente. Los calificativos cambian con la edad, crecen, envejecen. Algunos para bien cuando no nos imaginábamos que aquel tontito iba a resultar una lumbrera o para mal cuando incendiario de joven y bombero de viejo.
Aquí viene lo más interesante, escuchen, crea suspenso el licenciado. La descripción de la foto: Un individuo bebe directamente de una botella de aguardiente que parece explotar en el aire y derrama el contenido conservando aún la forma del envase. El encuadre es de perfil, paralelo a la pared de adobe. Perfil, en relación al sujeto que está ligeramente doblado hacia delante con el pie izquierdo punteando en el suelo de tierra y lodo. Al fondo, en el centro, un oficial corta de tajo el aire con su sable, parcialmente cubierto por varias volutas de humo. En el muro de atrás, que conecta triangularmente con el otro, varios individuos, muchos con el uniforme a rayas de la prisión, están unos a horcajadas, otros de pie, otros sentados. Arriba, en el cielo, un zopilote evoluciona hacia una nube, o viene de ella: En silueta y a esa distancia no se puede precisar. El conjunto total quedó impreso en posiciones tales que hasta los muros parecen desafiar la fuerza de gravedad.
Sí, todavía soy, dice la quinceañera colegiala buscando distraídamente flor en uno de sus cabellos. Bueno, en mi familia las mujeres nacemos sin himen, gracias a Dios. Dicen que es muy doloroso.
Los adjetivos dan consistencia a la esencia, pero no pueden nombrar por sí mismos. Son leche y nata del sujeto. Nalga y pantorrilla del nombrado. Nombre y pre-nombre. Pareciera que ante la incongruencia del primer nombre, la carencia de significado del mismo, arrancado por lo regular de almanaques santorales, cuentos exóticos y hasta inventados, se quisiera investir al hombre de espíritu. Pedro a secas es nadie o cualquiera. El pendejo de Pedro es él y su atributo. Tiene alma, corazón y sombrero.
Sigo con la carta. ¿Acaso no estamos todos de acuerdo en que se trata de algo fuera de serie? En relación a la segunda pregunta planteada, corrí con mi madre y álbum en mano le mostré la fotografía. No la del fusilamiento. La otra, de la primera que estamos hablando. Aunque también hablaremos después sobre la que acabo de describir. Sí, me dijo con una sonrisa y me pareció que se ruborizaba debajo del carmín. Y aquí sigue con una serie de apreciaciones sobre las acciones y reacciones. En fin, más adelante. Sí. Aquí está: Se trata de un aspecto puramente formal. No, esto tampoco es relevante.
Continuando con el orden de las ideas, me dice mi acompañante, hay diferentes ángulos de apreciación. La forma en que nos vemos: Frente al espejo, frente a lo que hacemos, tenemos un nombre que es íntimo, no confesado, exclusivo. Con él nos identificamos en la tristeza, en la alegría. El nos da fortaleza, nos brinda paz. Representa el cúmulo de cosas que creemos ser, que aseguramos ser.
¿Y si no podemos salir de aquí y este empieza a?, pregunta la dueña, señalando con un gesto al inerte hombrecillo en el suelo.
No hay mal que dure cien años, mi querida señora, dice el licenciado sin dejar de leer la carta con la vista.
Curioso, dice Zorrilla a la colegiala, con una sonrisa. Habría que ver, ¿no te parece?
Ya termino, se precipita el licenciado. Corrí a mi casa y me concentré en el individuo de la foto. Ahora hablo de la otra. Y busqué en su rostro los rasgos familiares que a puro tubo deben estar en un álbum familiar de fotografías. Me fue imposible, aún con lupa, saber a ciencia cierta si.
La forma en que nos ven los demás, al derecho, porque frente a un espejo nos vemos al revés, como somos o como creen que somos, da lugar a un nuevo nacimiento. Un nombre que va sobre el nombre. Uno dicho a media voz, a nuestras espaldas generalmente, en un aparente rescate de la personalidad perdida en la formalidad del nombre original.
No es Carlos mi hermano, dice mi acompañante, encendiendo otro cigarrillo y chupando con avidez. No es Carlos el marido de mi hermana. Es Carlos el Chacal.
¿Quieren dejar de fumar, por favor?, pide el gringo. Ya bastante tenemos con el de afuera, caramba.
Nadie le presta atención. Nadie se acuerda que afuera, después de la lluvia, tal vez mientras llueve, un mundo de gentes con pancartas y mantas y pañuelos protesta contra el gobierno.
Aquí viene el asunto medular de la carta, dice a gritos el licenciado para hacerse escuchar entre los vivas y mueran y golpes y balazos afuera. Accidentalmente, dice, una de las esquineras de la foto se desprendió al tratar de arreglarla. Vi en la parte posterior la inscripción manuscrita en tinta ya borrosa e ilegible. Hasta la fecha nadie ha podido descifrar el misterio.
Varios golpes contra la persiana, algunos gritos histéricos de las empleadas, la dueña y la señora de la telenovela de las cinco y un gritillo felino de la joven colegiala que se prende al cuello de Zorrilla.
No es para tanto, caramba, dice Thor Tuga. Yo, como ustedes, lo único que quiero es salir de aquí cuanto antes. Debemos conservar la energía, no malgastarla.
Dice bien el gringo, dice Zorrilla, sin permitir que la colegiala se separe. Ha que concentrarse. Y con sus manazas sobre el trasero de la joven, la sienta sobre sus piernas.
Falta poco, promete el licenciado.
Hay otro, musita mi acompañante, que sirve para ocultar el nombre. De la vergüenza y del estigma muchas veces. Un nombre falso que a fuerza de uso se vuelve verdadero. Este, a diferencia del sobrenombre, lo selecciona el propio interesado en base a anagramas, juegos de palabras o nombres de cosas, personas o lugares. Y sólo él y sus allegados lo conocen, en principio.
Miro a mi alrededor. Pongo atención, por primera vez, en lo que me rodea. El local es espacioso, de esquina. Todas .las persianas están bajadas y en las dos vidrieras que corresponden a la calle se lee aW noL adimoC anihC. Hay dragones pintados y farolitos. En la vidriera que da a la avenida, cercana a donde me encuentro, está la puerta con su impensable que falte espantaespíritus colgado arriba. Una docena de mesas de metal cuadradas, con sus manteles de plástico, floreros con flores artificiales y sillas deterioradas y de mal gusto, en colores chillantes: rojo chino, verde metálico, jet black, están desperdigadas a lo largo del rectángulo que conforma la cafetería propiamente dicha. Un mostrador con caja registradora y la cocina al fondo. Un ventilador de pie en un extremo y varias cintas matamoscas plagadas de, pendiendo del techo. Un almanaque con un cromo que muestra un nevado paisaje alpino, todavía en la hoja de septiembre en su lugar. Trato de adivinar en la dueña los rasgos orientales que a fuerza deben existir en la dueña de una cafetería china, pero su tez morena y facciones negroides no corresponden. Ella y las empleadas se han retirado a conversar calladamente a la cocina. En la mesa contigua a la mía y mi acompañante se encuentra el portafolios del licenciado y sobre una silla su saco. Más allá, semiocultos por una columna, Zorrilla y la colegiala en su grotesco abrazo. A los pies de ellos, el policía de franco, tendido e inmóvil. Algunas mesas más allá, la señora de la telenovela de las cinco aparenta rezar un rosario, sin quitar la vista del capitán Tuga, quien ocupa la mesa más alejada a la nuestra.
La persona que me dio el álbum, sigue diciendo la carta, dice el licenciado, aseguró hasta su muerte que ignoraba la procedencia del mismo. Únicamente repetía que perteneció a un pariente lejano de su esposa, senil y sin madre ni padre ni perro que le ladre, ciudadano español, que fue repatriado a las Islas Canarias donde, si aún vive, está en un asilo con la protección de Su Majestad el Rey. Su nombre no me dijo nada ni me dio alguna luz, tampoco examinar los objetos, ropa y enseres personales que no se pudo llevar consigo y que estaban a la venta en una tienda de usado.
Poeta no es apodo. Tampoco es seudónimo. Es el nombre propio de ese hombre al que cortaron las manos como ejemplo, dice mi acompañante moviendo las suyas con gracia para reafirmar lo dicho. Nació Poeta. Nació con manos. Murió Poeta. Murió sin manos.
Fijó la atención en las mías. En las de la señora de la telenovela de las cinco que señala en dirección a la pareja. Por su expresión y la blancura de las piernas de la colegiala que está n sobre los hombros del maestro de artes marciales, comprendo que detrás de la columna se repite otra vez el acto más antiguo de la creación.
nueve
TODAVÍA NO SE SECA la sangre y ya empieza a diluirse en mi memoria la imagen del Poeta. Cuando pienso en él, dudo si realmente fue o si lo estoy medio inventando. Leo sus poemas, comento su vida, pero no me puedo deshacer del enorme peso de su muerte. Todavía siento sobre mis hombros la dura superficie del ataúd y me duele como si llevara a cuestas a todos los poetas del mundo que fueron sacrificados al dios de los ejércitos, que ofrendaron ritualmente sus vidas al terror y a la dictadura. Federico García, Otto René Luis de Lión, el Poeta, son una sola voz en el tiempo que dice, una sola mano en el espacio que escribe, un solo propósito en la historia que define la lucha del hombre por sus ideales de libertad.
MI TÍO NO PASA debajo de una escalera. Si un gato negro se le cruza en el camino o si un perro aúlla a media noche, con o sin luna llena, conoce algún tipo de conjuro para neutralizar el mal presagio. Si se levanta primero con el pie que no es, da tres vueltas a un poste de alumbrado público o vade retro, meditando profundamente en contra. Le horroriza dar o recibir objetos punzantes, aunque no falta quien afirme que hizo una histórica excepción en ocasión de la venida de una famosa cantante popular a uno de los teatros de la ciudad capital. Cuentan que, aprovechando el barullo y las apretazones, para averiguar si era culona natural no tuvo el menos empacho en pincharle las nalgas con un alfiler. Jamás enciende un tercer cigarrillo con el mismo fósforo costumbre que viene, según afirman, de la última gran guerra por aquello de que al primero lo ven, al segundo apuntan y al tercero disparan, aunque está de más decir que no ha participado ni en burucas callejeras. Es religioso, a su manera. No come carne los viernes, va a misa los domingos, se sienta en la misma banca y despierta justo después de la elevación. Nunca da la mano. Saluda con un pequeño movimiento de cabeza o haciendo un trino en el aire con los dedos o presionándose el brazo izquierdo con la mano derecha, inclinando rígidamente el cuerpo hacia adelante para marcar la distancia al que se acerca. Los que dicen saber de estas cosas hablan de fobias y microbios. Los más aventurados no tienen pelos en la lengua para decir que se la vuela tanto que no la da por complejo. La verdad, es un hombre solitario y retraído. Permanece soltero. No se le conocen aventuras. Era un brillante alumno en la facultad de medicina, un maniático del sobresaliente, quemador de pestañas e implacable devorador de volúmenes de texto. Un día se sentó a la mesa del comedor y se quedó mirando fijo. Parecía haber descubierto al aleph en algún punto del jardín, entre las largas orejas de burro o a través del chorro de la fuente. No quiso responder. Tragaba automáticamente si alguien le daba de comer en la boca. Yo era un niño entonces, pero nunca he podido olvidar su mirada perdida en ese punto invisible para todos los demás, su pacto con el silencio, su divorcio con la realidad.
Hubo concilio de familia y fue a dar con sus huesos al manicomio. Sin camisa de fuerza y dócilmente, lo encerraron entre esas altas paredes encaladas y ventanas con gruesos barrotes. Diagnosticaron esquizofrenia, clasificándolo entre los que sufren trastorno en el proceso de asociación de ideas esto lo supe después con pelos y señales y se dieron a la tarea de hacerlo volver a sus cabales con electrochoques e inmersiones en agua casi congelada.
No sé exactamente el tiempo que pasó allí. Un día alguien conduje un Studebaker verde y él iba entre nosotros, en el asiento trasero, rumbo a ese campo a volar barrilete. Mes de noviembre y fuerte viento. Él cortaba un pedazo de papel, doblándolo y pasándole la lengua ensalivada, para meterlo en el hijo y mandar un telegrama hasta el mismo papalote, allá arriba. Su cabeza sin pelo trajo a mi memoria el primer encuentro, cuando yo pequeño y con un gallo blanco bajo el brazo sentí miedo al acercarme a ese sonriente muchacho recién rapado en la universidad como bautizo de nuevo ingreso. Sin darme cuenta, estaba sobre sus rodillas, sin soltar el gallo, el mismo que un día después sacrificaron para hacerlo en chicha. Cuando volvimos a bordo del Studebaker verde, con el hilo reventado y tristes por la pérdida del barrilete de varillas de canasto, ya éramos amigos.
Había entre sus cosas más queridas una caja de madera rústica de esas que usan para empacar manzanas de California llena de objetos diversos: libros, manuscritos, cartas, cintas de máquina de escribir, llaves, un mazo de baraja española, yerbas medicinales, sobrecitos de té de hierbabuena, una clavija para afinar el piano, tres o cuatro paquetitos envueltos en papel de regalo navideño que ni siquiera había abierto, naftalina, una trampa para ratón, una libreta de apuntes sin usar, otras cosas que no recuerdo y un húmero humano. Estaba celosamente guardada en una pequeña cómoda a la par de la cama, entre sus zapatos e implementos de carpintería, pasatiempo preferido que combinaba con la botánica. Vale mencionar la cama, sólida construcción de cedro, con sus cuatro parales rematados por una chibola y de amplia cabecera finamente labrada. Cuando a la anciana Mamalena, tía suya, la sacaron en el ataúd, desarmaron la cama respaldo, pies, laterales y tablas sobre las que descansa el colchón de paja y la pusieron en su cuarto. Él no objetó absolutamente nada, aceptando la herencia, pero hizo desaparecer misteriosamente el mosquitero.
Persona de hábitos definidos, casi un maniático del doblez de la camisa y la raya del pantalón, repartía su tiempo entre las dieciséis y las cuatro o entre las diecisiete y las cinco horas. En un principio, parecía como si se tratara de diarrea o estreñimiento, los dos extremos no chocan. Hacía demasiadas visitas al inodoro y solo se podía conversar con él mientras frotaba cuidadosamente sus manos en el lavadero de la gran pila del segundo patio. Parecía que se preparaba, libre de bacterias y suciedad, a operar un apéndice o trepanar el cerebro por el occipital; resabios de sus años de practicante en el Hospital General. Ahora, cuando pienso en eso, comprendo que el excusado era el lugar más tranquilo y solitario. Y el ritual de agua y jabón, una purificación.
Hoy logré mirarme sin espejo era yo el que estaba sentado con el pantalón bajado hasta los tobillos leyendo Mandrake el mago me vi como en un espejo pero al revés como si mis ojos giraran alrededor mío mora arriba ora atrás ora aquí ora abajo ora allá ora en todas partes afuera y dentro de mí simultáneamente en increíbles ángulos y encuadres me veía al derecho como otros me miran como nadie me ha visto antes sin espejo sin reflejo sin artificio solo en ese espacio de dos metros cuadrados entre paredes húmedas y sucias entre un piso de lajas rotas y un cielo de vigas podridas apolilladas fijas por la inmovilidad la no sustentación el olvido y logré mirarme sin espejo y sin trucos sin conciencia sin quererlo siquiera mi atención centrada en Narda en Lotario me sorprendí espiando por las hendiduras de la puerta y desde el fondo del agujero oscuro y maloliente como si fuera otro un doble de mí mismo y el que estaba leyendo que era yo no etéreo no invisible no dormido no monstruo bicéfalo porque la cabeza del que estaba sentado era la mía y los ojos que miraban a mí sentado eran los mismos del yo leyendo con esa revista en las manos y los pantalones en los tobillos las piernas blancas descarnadas de rodillas cuadradas de muslos cerrados ocultando el sexo que apuntaba hacia el fondo del pozo mirarme sin dejar de leer ni subirme los pantalones igual que otras días que no eran hoy porque no pude verme con los ojos fijos en la historieta con las letras de molde bailando ante mis ojos con el gesto hipnótico de Mandrake con los ojos espiando escudriñando recorriendo cada milímetro de mí traté de aparentar tranquilidad la revista sobre el piso el mecánico gesto de se terminó el periódico que rasgo haciendo lo mismo que hice ayer cuando me limpiaba pero sin verme ponerme de pie lentamente tomar entre mis pulgares el cinturón y tirar hacia arriba ignorar que no uso calzoncillos abotonarme la braguetas meter los faldones de mi camisa introducir el pasador en el cincho en el segundo agujero avanzar hacia la puerta hacer girar la improvisada aldaba de madera abrir sin prisa con firmeza como si no importara recordar a Mandrake en el suelo todo esto sin dejar de verme admirando mis rasgos sintiéndome un poco otro como desde la pantalla del cinematógrafo ensayando gestos y ademanes simulando un revólver que sale rápido de su funda el beso de la amada la persecución de la zorra el asalto a bayoneta calada la red en las manos corta espada romana tridente de de Neptuno o Espartaco-Douglas encrespada barba cabello cano y partido por la mitad bigote a lo Dalí o Mefistófeles tu ser cara pálida Charlot un poco Clark en Lo que el viento se llevó un poco yo mismo cuando quiero ser otro que no puedo dejar de ser yo mismo mirándome como el carnicero que afila el cuchillo y se apresta a cortar en trozos la carne aserrar los huesos desechar vísceras el cirujano que toma el escalpelo entre pulgar y dedo medio presionando con el índice para guiarlo desde cogote a pubis el hombre que soy yo con las orejas grandes e inútiles con la nariz en gancho con los ojos pequeños y hundidos con los labios delgados con las cejas oscuras y espesas escapé hacia el lavadero a dos pasos del cuarto donde pude verme por vez primera sin espejo al derecho al derecho como otros me miran lavé mis manos como todos los días frotando mecánicamente viendo reflejada mi imagen por vez primera esa tarde en la superficie del agua de la pila al revés como nunca volveré a mirarme a la caras en un espejo como todos se miran.
CUANDO ESTRECHÉ SU MANO. O cuando casi, dice mi acompañante, me la dio en un movimiento rápido y escurridizo. Su contacto frío, húmedo, viscoso, me obligó a llevar la mía al abrigo para limpiarla. Observé que el Poeta hacía lo mismo, mecánicamente, frotando la yema de sus dedos con un movimiento circular.
Ruégote, concluía el licenciado, después de este preámbulo obligado, publiques mi carta para ver si alguna persona puede ayudarme a aclarar este penoso asunto. Mil gracias, Rina. Firma: Desesperado.
La carcajada de Zorrilla hace que todos volvamos la vista. Tiene el calzón de la colegiala en la mano y lo agita como una bandera de rendición. Ella trata de alcanzarlo, pero aún subida en la silla apenas logra igualar la altura de ese gigante de dos metros y unas doscientas cincuenta y pico libras de peso.
¿A dónde hemos llegado?, se pregunta la dueña tirándose de los cabellos. Esto no es Sodoma y Gomorra.
Abra la puerta, doñita, ruega la señora de la telenovela de las cinco. Prefiero morir aplastada por la turba enardecida que seguir presenciando esta orgía de pecado y perdición.
¿De qué otra manera se puede perpetuar la especie?, pregunta a su vez el Capitán Thor.
Es un asunto de hecho y de derecho. Cada cosa en su lugar, sentencia el abogado.
Balbuceó algunas frases, me dice al oído mi acompañante, y continúa allí para asegurarse que no me pierda algo. Refiriéndose al calor, al agua; creí adivinar la palabra gérmenes y me dijo que había un arraigo en su contra.
Cuando se vive en un país donde la vida no vale dos centavos, las palabras más simples adquieren dimensiones enormes, aterrorizantes. La intimidación, la provocación, el atentado, la agresión, la represión son el pan nuestro de cada día donde el sistema está diseñado para garantizar la supervivencia del poderoso.
Procedimiento judicial, apuntaba el licenciado.
Con sus costos en medicamentos, exámenes y en inversión de tiempo y energía.
Este es un país libre, reta Zorrilla. Hay democracia, ¿o no?
Debí a salir del país esa mañana, según dijo. Se dirigió al juzgado, con equipaje y todo. Allí una secretaria se maquillaba meticulosamente, frente a su escritorio, las pierna cruzada y la falda arriba del muslo, con la misma tranquilidad que lo haced en lo íntimo de su hogar. Le dijo que esperara al oficial cuarto del juzgado. El oficial cuarto del juzgado llegó una hora después y le informó que se trataba de un arraigo decretado por la juez segunda de familia. Y como no tenía familia, le dijo que era imposible, que se debía tratar de un error. Ningún error, aquí está el expediente, juicio de divorcio número.
Estupro, corrupción de menores. Va a necesitar un abogado, maestro Zorrilla.
Un error de procedimiento, un olvido. El arraigo no se levanta de oficio, es necesario que su abogado haga un escrito solicitándolo. Con el escrito en la mano se presentó de nuevo ante la juez. Ella debía firmar pero solo lo hacía religiosamente de dos a tres de la tarde. Le explicó su caso, le dijo que era urgente y demás, pero casi lo manda a la cárcel por insistir. Finalmente y de mala gana la juez firmó. Solo faltaba que se le extendiera el certificado que debía presentar en las oficinas centrales de migración para que el arraigo se levantara. La secretaria le dijo que en efecto ella era secretaria, pero no la secretaria a la que le correspondía hacer la certificación y que esperara a que llegara la que sí. Nuevas súplicas y explicaciones en vano. Ella ni se dignó verlo por el espejito de la polvera que usaba para retocar su maquillaje. Finalmente, llegó la secretaria, la otra, y le hizo el documento.
Viejos ridículos. Sólo se trata de una experiencia yoga, insulta la joven colegiala, prendida del brazo de Zorrilla.
En efecto. Kundalini, afirma éste.
Lo supe desde que lo vi, me dice el gringo. Yo solamente soy un diletante, pero puedo decir cuando el aura de una persona no me gusta en absoluto.
Andá a subir un poquito la persiana, Martita, dice la dueña a una mesera. Para ver si ya se pueden largar estos.
Zorrilla se interpone y la detiene con un gesto.
De todos modos no pensaba hacerlo, dice la mesera.
No se preocupen. A mí me corresponde, ¿no les parece? Que el gringuito tome la foto y que quede documentado para la posteridad.
Zorrilla llega hasta la persiana, frota sus manos y se coloca con las piernas separadas y flexionadas a la manera de los luchadores japoneses de Sumo. Mira sobre el hombro a la colegiala y le sonríe. Ella le manda un beso, animándolo. Mete sus dedazos entre la persiana y el piso y tira fuertemente hacia arriba. Nada. No cede. Lo intenta de nuevo
A Sansón le pasó algo parecido con Dalila, ríe el licenciado.
¡Qué Sansón ni qué Dalila!, exclama la dueña. Aquí está la llave del candado.
Zorrilla busca. ¿Qué candado? No hay. Déjeme ver. Es verdad. Tira de nuevo y nada.
Está atorada, dice bañado en sudor.
Nos quedamos adentro, dice el Capitán Tuga. The unconscious is not conscious, only the Conscious is unconscious of what the Unconscious is conscious of.
El Poeta era un incorregible, es la voz de mi acompañante que se me pega a la oreja. Un anti por naturaleza, susurra, que le llevaba la contraria a todo. Dicen que si decían rojo él decía negro. Que si se le indicaba que por allá él se venía para acá. Y viceversa. Pero no era un necio, entiéndase, me ensaliva la oreja. Necio es aquel que, siendo un ignorante, procede con imprudencia e impetuosidad.
¡Estamos atrapados!, chilla la señora de la telenovela de las cinco.
¿Qué pasa, Sansón, que no puedes derribar las columnas del templo?, pregunta el licenciado.
Con tanto ruido que meten, no dejan que me concentre, protesta Zorrilla.
Háganse a un lado, ordena la dueña. Aquí se necesita maña y no fuerza.
Tampoco era desconfiado, prosigue mi acompañante. Por lo general se fiaba de la buena fe e intenciones del prójimo. De esa cuenta, cuando escribía, cosa que también solía hacer por dinero, creí en la ecuanimidad y creaba personajes de carne y hueso pero sin alma. Un ejemplo de eso está palpable en la telenovela que le fuera encomendada para la cadena nacional de radio y televisión.
¿Telenovela?, se aproxima la señora, juntando su rostro al nuestro.
Para serte franco, me dice mi acompañante que le dijo su interlocutor, sin prestar la más mínima atención a la señora de la telenovela de las cinco, hay momentos en la vida de un escritor en que se pierde el control de personajes y situaciones. Se refería a que adquirían expresión propia.
Es cierto, si me permiten, dice la señora. ¿Qué sería de nosotras sin las benditas telenovelas? Yo, por ejemplo, encerrada en mi casa desde los dieciséis que me casé, he vivido, he viajado, he amado a sólo dos pasos de la cocina.
Y eso, dice bajando la voz mi acompañante, presionando sus finos labios en el pabellón de mi oreja, aún en literatura suena a subversión. Es decir que trasforma, destruye, desordena.
Si la vida fuera así, suspira la señora. Tantas amarguras, tanto sufrimiento, tanto dolor; pero en el último capítulo, todo se arregla. Créamelo, afirma vehementemente en mi otra oreja.
¿Hay algo más contrario a la naturaleza?, cuestiona mi acompañante. Máquinas. Eso es diferente.
Y no vaya a creer que tengo tiempo para estar prendida al televisor, es la señora; las vida de una ama de casa no es envidiable desde ningún punto de vista.
Cuando el entrevistador le preguntó que si en contra de lo que había planeado, el giro iba a ser diferente, es mi acompañante, él respondió que sí y no puedo hacer mucho por evitarlo.
Disculpe, ¿de qué telenovela están hablando?
De la del Poeta.
Esa no la vi, dice tímidamente la señora y vuelve la cabeza al oír un fuerte golpe en la persiana, seguido por gritos y algunos disparos.
Mayor razón para esperar ansiosos el final, le dijo el entrevistador me dice mi acompañante. Sea, respondió, lo que está escrito, escrito está. Me imagino que cuando dejó de ver la lucecita roja de la cámara respiró profundamente, liberado de una gran presión. Al apagarse los reflectores del estudio, debió empezar a sentirse un octopus gelatinoso que se desparramaba amoldándose en el sillón. Y frente a él, el monitor encuadraba a todo color los créditos de la presentación del último capítulo de la telenovela.
EN ESTE ÚLTIMO EPISODIO, cámara abre a grupo en el cementerio. Mi protagonista había fallecido en circunstancias extrañas y fue parcialmente devorado por sus mascotas. Hay un alejamiento y vemos a autoridades civiles y militares, representantes de la iglesia y chusma. Los sellos están intactos, dice el ministro frente al catafalco que contiene los restos. Yo mismo los puse, dice el general con complacencia. Y aquí están los siete candados, puntualiza su eminencia el cardenal arzobispo metropolitano, ¿queréis mayor prueba? Yo como Santo Tomás. También yo, hace eco al general el ministro. Una señal y cambio de encuadre sirven al secretario, con un pliego en la mano, para empezar la lectura: Por orden de autoridad competente se efectuará la exhumación de los. Hay tomas de reacción de asistentes. Se escucha la voz. Determinar, dos puntos. Primero, si se trata de. Cámara de nuevo a secretario. Segundo, ante insistentes rumores, demostrar que. Acercamiento lento de cámara a ataúd. Tercero, comprobados los extremos anteriores, proceder a. La siguiente secuencia trata sobre quién tiene la llave maestra. Los funcionarios se excusan de que esté en su poder. El general ordena. El ministro anuncia que se hará una minuciosa investigación. El prelado religioso aduce que no se mueve la hoja del árbol sin. Finalmente, deciden suspender el asunto hasta que la susodicha llave maestra aparezca. Luego hay otra escena que a mi juicio fue la mejor lograda. Se comentó que era de antología y, en eso, estoy de acuerdo con los críticos. La secuencia final, cuando los funcionarios han encontrado la llave, es de gran efecto dramático. El secretario sigue leyendo mientras el general abre los candados, el monseñor rompe los sellos y el ministro abre la tapa. Voz del secretario: Y certificará que el cuerpo de, se encuentra en el mismo lugar donde fuera colocado hace un año. Después se trasladarán los restos al anfiteatro anatómico para el examen legal. El forense, ya sin lugar a dudas, reafirmará lo dicho sobre su muerte. El gobierno quiere con esto poner fin a las murmuraciones, demostrando una vez más que, con la ejecución sumaria de los culpables, se puso punto final a este caso mundialmente conocido como el genocidio del siglo. El ataúd estaba vacío, por supuesto. Sobre esta imagen iban los créditos finales. Debo confesar, muy a pesar mío la gran satisfacción que siento cuando escribo para la publicidad. Al ponerle precio a una cuartilla, hay que sacarle el jugo hasta a la última palabra. El genio y el ingenio se dan a tacos, los golpes bajos son válidos y obligatorios para que el mensaje penetre las capas superiores del consciente y ataque subliminalmente los centros directores del yo quiero, yo necesito aunque ni lo uno ni lo otro. Debo apelar a mañas y artimañas, insinuaciones y promesas, gustos y aberraciones, prédicas y comandos, virtudes y deslices, sueños y pesadillas, realidades y utopías, sexualidad e inapetencia; a conceptos de antes y después, de hoy y mañana, de ahora o nunca, de lo toma o lo deja, de bueno y malo, de bueno y mejor, de bueno y superior. Cuando hago un anuncio para prensa o televisión, echo mano al decálogo de los contenidos de la publicidad y me lanzo a la conquista de las masas consumidoras.
¿Qué más puede pedir un ser humano que poseer un Peugeot 205? Esta campaña publicitaria fue líder y me valió un premio de la cámara de la libre empresa. El Peugeot 205 se convirtió de la noche a la mañana en la máxima aspiración del hombre. Se agotaron rápidamente las existencias y hubo que pedir a la fábrica automotriz una sobre producción que fue servida en el término de la distancia. El mensaje al final, Genuinamente francés, puso en grave peligro a los competidores japoneses y americanos, quienes respondieron agresivamente con eslogans América para los americanos y Remember Perl Harbor, lo que traducido libremente puede significar algo así como No olvides al Puerto Perla o Genuinamente japonés. Ya no pude seguir los ires y venires de tal disputa de mercado, porque me vi forzado a dejar el país después de dos atentados contra mi vida. El primero, financiado por la General Motor y la CIA, costó la vida de un colega mío en circunstancias que fueron dudosamente establecidas. Se presume que lo confundieron conmigo. El segundo, más sofisticado y a cargo de los ninja de Toyota Motors y los Yakuza, hizo volar en pedazos a un grupo de agentes de seguridad del estado que, por rara coincidencia, habían sido comisionados a hacerse de mi persona; es decir, desaparecerme. A ambas noticias se les dio un giro diferente ante la opinión pública. Se dijo, por ejemplo, que las fuerzas de seguridad fueron vilmente masacradas por delincuentes subversivos, mientras se dedicaban a repartir juguetes de casa en casa con motivo de las fiestas de la natividad del niño. En el caso del muerto equivocado, la CIA comunicó no tener nada que ver en el asunto, que ellos donde ponen el ojo ponen la bala y punto.
Quien maneja el decálogo de los contenidos de la publicidad posee la llave maestra de los siete candados del ataúd de mi telenovela. Conoce la clave de letra y música de productos líder en el mercado, el número de la combinación de la caja de seguridad de poderosos e indigentes que, quiéranlo o no, sépanlo o no, se ven obligados a consumir lo que otros producen. El establishment maneja muy bien aquello de pan y circo. Apela al sexo, al bienestar, al poder, a la belleza, a la necesidad del alimento espiritual, al llamado sueño americano otra falacia importada por el colonialismo cultural de tener la mayor cantidad de posesiones terrenas en aras del capital.
Cuando escribo Poemas no hago concesiones. No compro ni vendo. No hay tarifa por página o palabra. Lo único que tiene precio es mi cabeza.
DESPUÉS DE LEERLA VARIAS veces decidí hacer una copia, dice el licenciado a su audiencia directa compuesta por las dos meseras, la señora de la telenovela de las cinco y el Capitán Thor Tuga. Metí el original en otro sobre y para evitar que se extraviara de nuevo, la puse personalmente en el buzón del periódico. Durante semanas busqué en la columna Arriba el corazón. Cuando estaba a punto de darme por vencido, apareció la tan esperada carta de Desesperado y la respuesta de Rina.
Mi acompañante fuma, entreteniéndose con las uñas de su mano izquierda. La dueña del lugar está sentada, con las piernas abiertas y la falda metida entre ellas, mirando fijamente al hombre tendido en el suelo. El maestro de artes marciales dormita recostado en el pecho de la quinceañera que pasa apuros para acomodar esa gran cabeza entre sus senos. Afuera hay silencio y ya no se ve ninguna sombra quebrar la fina raya de luz que se filtra por la base de la persiana.
No sé leer, le dice una de las empleadas, pero tengo una prima que sí y ella se hizo novia del que ahora es su marido por carta.
Dicen que el papel todo lo aguanta, chula, dice la otra, de nombre Martita, muy sonriente.
En mis tiempos, dice la señora, a eso le llamaban amor de papel.
Escuchen, dice el licenciado, iniciando la lectura de la carta. Querido Desesperado: He leído tu cartita con especial interés y he observado cuidadosamente la magnífica copia de la que sabemos, refiriéndose a la foto, explica el licenciado. Tu problema no es cosa del otro mundo, y no hay por qué desesperar. Sólo la muerte no tiene arreglo y tanto tú como yo estamos vivitos y coleando.
Un grito y la dueña se ha puesto de pie señalando al bolito. ¡Se ha movido, se ha movido!, chilla aterrorizada.
Zorrilla abre los ojos y trata de levantarse, pero la colegiala lo abraza, impidiéndoselo.
Duérmase mi niño, duérmase mi amor, lo arrulla.
¡Qué duérmase ni que nada! Un hombre como yo aparenta dormir, se incorpora Zorrilla, con la colegiala prendida a su cuello como un insecto sin peso. Un hombre como yo ha aprendido a usar la mitad de su cerebro mientras la otra descansa.
De buena se ha librado, compañero, le dice el licenciado, señalando al bolito. Aunque a veces es mejor que se mueran de una vez por todas. Ha habido casos de fuertes demandas por lesiones que para qué le cuento. Un muerto no pleitea a nadie.
El Capitán Thor Tuga ya está al lado del bolito y lo examina. Después de un momento, mueve la cabeza negativamente.
Guatemala es la bullshit capital del mundo. Siempre lo he afirmado.
¿Qué palabra es esa?, pregunta la empleada.
No sé. Suena a fea.
Alto allí, gringuito, dice Zorrilla, llevando a cuestas a la colegiala quien se le prende como lapa. El que habla de mi país enfrente mío, tiene que responder por sus palabras.
El licenciado se interpone, blandiendo la carta como bandera de paz.
Deduzco por tu lenguaje, dice el licenciado que dice la carta, y los claros rasgos de tu letra, que estoy tratando con una persona formal y de carácter. Aún no alcanzo a comprender claramente lo que te preocupa, pero si es lo que me imagino que debe ser, sigue adelante con lo tuyo, no te desanimes y, sobre todo, confianza. Ser hijo espurio, no ser hijo de matrimonio o reconocido, porque padre todos tenemos o hemos tenido alguna vez, ya no es como antes.
Con un movimiento circular rápido, Zorrilla coloca a horcajadas sobre su pecho a la colegiala y la sostiene como a una muñeca. Ella ríe divertida y lo besa.
Contigo me siento etérea y bebé otra vez, le dice mimosa.
Hace mucho calor, bufa Zorrilla. Cerveza para todos. Yo invito.
¿Ya oyeron, patojas?, pregunta la dueña a las meseras. Negocio es negocio y la vida tiene que seguir.
Zorrilla sienta sobre una de las mesas a la colegiala y se seca el sudor. Las empleadas se mueven como hormigas, limpiando, poniendo vasos y servilletas, sirviendo.
Veo en ti grandes cualidades literarias, prosigue el licenciado con la lectura de la carta. ¿Has pensado seriamente en escribir? Una novela, por ejemplo. O un drama. No lo eches en saco roto, Desesperado: La casualidad a veces nos empuja por derroteros inimaginados para que veas que también puedo expresarme con finura, si quiero. Escribe. Y escribe bien. Y dame a leer lo que escribas. Puedo serte de gran ayuda si decides participar en concursos y ganarlos.
¿Qué querría decir con bullshit el gringo, mi amor?, pregunta la colegiala. En la tele, por cable, oigo esa palabrota cada rato.
Por eso prefiero las telenovelas, aprovecha la señora. Hasta los más malvados saben decir las cosas con propiedad.
Por la censura. Pero déjenme terminar con ésta, ruega el licenciado. Volviendo a lo que motivó tu misiva, debo decirte que ya puedes dormir tranquilo. Consultando un archivo logré identificar al individuo de la foto. Se trata de Miculax, el sátiro violador de niños y asesino múltiple que fusiló Arévalo. Y aquí se despide, concluye el licenciado, diciéndole que en cuanto alguien se comunique le avisará de inmediato. Tuya, Rina.
El Poeta era un sujeto muy caricaturizable, me dice mi acompañante, y aceptaba con resignación de Esfinge el ser objeto de retratos a la acuarela, al óleo, a lápiz, al pastel de pintores consagrados y noveles. Conservaba una pequeña colección de firmas de Cabrera, Rojas, Franco, Saravia (Max y Otto), Quiroa, Urrutia, Amaya, Banús, Espada. Y de algunos infaltables caricaturistas de la Plaza Garibaldi.
El Tenampa y el Teatro Blanquita son paradas obligatorias para quien visita México DF por primera o centésima vez. Siempre existe un pretexto, alguien a quien invitar a beber un tequila y a ver a la encueratriz-cantante de moda. El humo de los cigarrillos ha imprimido pátina a paredes y mobiliario. Hasta los meseros parecen arrancados de una película Camp de los años cincuenta con la Félix y Arturo de Córdova de protagonistas. Los mariachis complacen a pedido entre tequilazas con limón y sal y rancheras de ayer y de siempre. El caricaturista traza con rasgos ágiles y simples los perfiles de gringas y paisanas, de jóvenes y viejos con el toque mágico de la nariz a lo Cyrano, el pronunciado mentón a lo Hope, los atristados ojos de un Peter Lorre, la oreja de coliflor a lo Rubén Olivares, el cabello envaselinado a lo Presley, los anteojos gigantescos o minúsculos de un Elton John o un Lennon, el prognatismo severo a lo Fernandel.
Cuando pasó a la clandestinidad, prosigue mi acompañante, las fuerzas represivas no tuvieron empacho en usar algunas reproducciones de estos retratos para distribuirlos en los puestos fronterizos de migración.
¿Qué tanto secreto se traen ustedes?, se aproxima el licenciado. ¿Qué opinan de la carta?
Otra ronda de cervezas a mi cuenta, dice Zorrilla desde la mesa del rincón.
¡Corruptor de menores!, sentencia la señora de la telenovela de las cinco. Como hay un Dios que eso no va a quedarse sin castigo.
Cada quien su vida, dice la dueña. A ver patojas, sirvan, sirvan para algo, urge a las meseras.
El fin del mundo está cerca, afirma el Capitán Tuga. Los cambios están a la vista y el suceso es inevitable.
Esa noche, me dice mi acompañante, el Poeta y yo estábamos en el Tenampa escuchando llegó borracho el borracho, con sólo un par de tequilas entre pecho y espalda, pero ebrios de anécdotas, de historias, de chismes, de proyectos. Me decía, entre trompetas y falsetes, que hay palabras, números, sonido. Que hay un nahual que es protector, ángel guardián, el equivalente del hombre en animal.
¿El Poeta? Sí, fue un caso sonado, dice el licenciado. Lo capturó la policía judicial mejicana.
Sus hábitos nocturnos, sigue mi acompañante, lo hacían parecerse a las sombras negras que pasaban volando por las noches en la casa de la abuela. Una vez pudo ver uno colgando de los alambres de la luz del zaguán. Las paredes amanecían con pequeñas manchas rojizas y duraznos, nísperos, naranjas, higos, tenían las huellas de los dientecillos y el cóncavo y seco agujero. Con una linterna descubrió la cueva cuando el murciélago replegó sus alas entrando como una piedra entre el tejado y el tapanco.
Y comida para todos, invita Zorrilla. Tengo un hambre canina.
A ponerse las pilas, muchachas, urge las dueña. Comida para todos por cuenta del maestro.
En el Teatro Blanquita, prosigue mi acompañante, Lucha Villa cantó como nunca. Al Poeta no pareció impresionarle mucho su actuación porque me comentó en el entreacto que otra vez vio uno de cerca, disecado, en el Museo de Historia Natural, mamífero, quiróptero, parecido al ratón, pero con los dedos de las manos unidos por una membrana que se extiende desde el cuello hasta la pata y la cola y le permite volar. La segunda parte del espectáculo lo dejó igualmente frío y cuando volvimos en taxi me dijo, mirándome fijamente a los ojos, que en los lugares más oscuros e intrincados uno solo o cientos vuelan sin estrellarse, guiándose por las ondas de su complejo sistema de radar.
Las meseras parecen multiplicarse, hay humeante comida frente a cada comensal, la dueña supervisa cuidadosamente la operación con amplia sonrisa o grave gesto, según el caso. Zorrilla se abalanza, literalmente, sobre la sopa y esa parece ser la señal para que todos, menos el gringo, empecemos.
¿Y usted no va a comer, mister?, pregunta solícita la dueña, pensando especialmente en los billetes que va a perder si el Capitán Tuga rechaza la cena.
Gracias, soy vegetariano, señora; responde Thor Tuga. Pero estoy preparado siempre, no se preocupe.
Y dicho y hecho, saca algunas bolsas de su mochila y prepara granos, miel, yogurt y pan integral.
Estos gringos son raros, dice una de las empleadas.
Sí, responde la otra. Y tan canches.
¿Serán de ese color en todas partes? Tuve una patrona, recuerda la mesera, que era rubia oxigenada. Pero allá donde te conté, sus pelos eran más negros que la noche.
Las dos ríen. La severa mirada de la dueña las hace hacer como que hacen, esa actitud que se repliega ante los ojos del jefe para justificar que uno se esfuerza lo suficiente para merecer lo que le paga.
¿Se les ofrece alguna otra cosita?, circula por todo el local la dueña, tratando de parecer normal ante el creciente sonido que llega del exterior. Si alguien quiere ir al baño. Van a disculpar que no haya agua, así que. Ustedes comprenden.
Parecía obsesionado con el asunto, dice mi acompañante sin haber tocado su comida y con un cigarrillo entre los dedos, y me convertían el escucha perfecto. El interrogatorio empezó como todos, dijo, entrecerrando los ojos.
¿Nombre?
Perimaus.
¿Perimaus? Eso no es un nombre.
Es más fácil retener una palabra que nos asocie al sujeto con la cosa, animal, idea o concepto.
Entiendo. Los sobrenombres.
Por ejemplo, los más comunes son los relacionados con la estatura, color de la piel o cabello, si se tiene o no dientes bonitos y completos, por belleza o fealdad.
¿Qué significa?
Como la palabra no existe en los idiomas que conozco, tendríamos que fraccionarla, buscar su raíz. Así habría dos para empezar.
Peri y Maus.
Exacto.
¡Ratón!
¿Qué?
Maus. ¿No ha oído hablar del Miki Maus de Disney?
Sí. ¿Quién no? Pero se escribe con eme, o, u, ese, e.
¿Y Peri?
Tenemos la preposición inseparable. Peri (pausita) feria. Peri (pausita) cráneo. Peri (transición) acabo de recordar que maus es ratón en alemán. Podríamos partir de la raíz griega.
Alrededor del ratón.
Suena incoherente.
¿Entonces?
Ponga atención al sonido.
Campana.
Me refiero a otra clase de sonido. El abracadabra.
¿Un conjuro o palabra mágica?
Tal vez. En la mitología persa, Peri es el hada bienhechora.
Hada y ratón de la Cenicienta.
No significa nada descomponiendo la palabra.
Ni junta.
Excepto por el sonido.
Un juego de palabras.
O de números, son ocho letras. Símbolo del infinito.
¿Cuál?
Un ocho acostado.
Cada vez entiendo menos. ¿Un ratón volador infinito?
Ponga atención al sonido.
¡Ah, no importa! ¿Edad?
Y así continuaba la relación. Quedamos en vernos al otro día, pero por esas cosas que pasan, el siguiente día tuvo que ir a Monterrey. Y en la carretera, entre Monterrey y Matamoros se vio envuelto en un incidente.
LA DULCE PASIÓN DEL Poeta se estrenó en el Teatro Nacional en versión libre de Luis Tuchán sobre un libreto de Víctor Hugo Cruz, basado en la adaptación teatral de Hugo Carrillo. Estuvo presente el señor Presidente de la República, su distinguida esposa la Primera Dama de la Nación, Secretarias Privadas de la Presidencia, miembros prominentes del Gabinete Ministerial, Directores y Subdirectores de dependencias gubernamentales descentralizadas y semi-autónomas, representantes de las principales Universidades, el Nuncio Apostólico de Su Santidad y el Arzobispo Metropolitano, el Alcalde, Síndicos y Concejales; Asesores y Consultores, Congresistas nacionales y extranjeros, Embajadores y Cónsules, Periodistas profesionales y empíricos, cuerpos colegiados, miembros del Ejército de los Pobres. Miembros del Ejército Nacional, Sindicalistas de dependencias públicas y privadas, Deportistas Federados, Deportistas no Federados, Representantes y Correligionarios de Partidos Políticos de derecha, del centro, de la izquierda, público en general.
La Función de Gala se programó a las 8:30 PM, pero por razones de seguridad de tan importantes invitados, hubo un congestionamiento tal en los patios de estacionamiento, en el lobby del teatro, en los pasillos, que fueron inevitables los roces, empujones, golpes e intercambio de credenciales e identidades. No fue sino hora y media después que la función dio inicio con el Himno Nacional, palabras alusivas al acto y uno que otro eslogan propagandístico.
Haré un análisis de la obra desde diferentes ángulos. Su estructura dramática, su puesta en escena y la interpretación. Pero antes quiero mencionar que, en palabras del Presidente de la República después de la presentación, nunca había visto algo semejante.
Hugo Carrillo, Maestro de maestros, se dio a la tarea de dramatizar la obra del Poeta. Tarea nada fácil si tomamos en cuenta las dificultades que debió superar. Estructuralmente, un poema sobre todo un poema del Poeta, no obedece a los cánones ortodoxos de rima y métrica. No tiene el planteamiento de la acción, un desarrollo, para finalizar con el clímax y desenlace. Con los poemas del Poeta uno debe estar en guardia contra lo inesperado. Se debe leer entre líneas, se debe atender a la melodía pero, al mismo tiempo, es necesario ignorar las pausas, olvidarse de reglas gramaticales y liquidar la metáfora.
El adaptador tuvo que partir de esa premisa y reinventar la historia, la dulce pasión del Poeta, dramatizando, dialogando, jugando con los elementos de la escena que son tan ricos en contenidos vidual y auditivo. La dividió en tres partes, a la manera tradicional: Vida, la primera; pasión, la segunda y muerte, la última.
En la primera parte nos muestra al hombre común, a ese muchacho pueblerino que llega a la capital con el bagaje de ilusiones, en busca de oportunidades, que debe trabajar en cualquier cosa para sobrevivir y que fuma, bebe y se enamora, como todos.
En la pasión, el germen de la rebeldía lo lleva a intentar romper con las estructuras establecidas. Dice hasta aquí y decide no trabajar más. Vive del aire y se nutre de experiencia. Produce lo más importante de su obra en esa etapa.
En la última parte, Carrillo experimenta magistralmente con lo que podríamos acuñar como dimensión desconocida por no llamarlo realismo fantástico y nos muestra a un Poeta que, aunque físicamente muerto, sigue produciendo ahora en la mente y con la pluma del fecundo adaptador poemas de gran belleza. Al final se escucha un grito de ¡el Poeta vive! Y cae el telón.
Víctor Hugo Cruz toma la magnífica adaptación de Carrillo y desarrolla un libreto de cerca de quinientas cuartillas a renglón cerrado su especialidad, con increíbles encuadres y posibilidades escénicas. Rompe con la rígida estructura de tres actos y divide la obra en treinta y tres escenas número cabalístico que nos recuerda la edad del Cristo. Las primeras once escenas nos representan su vida, las siguientes once su pasión y las últimas once nos hablan de su muerte.
Una característica del libreto de Cruz, es que el Poeta en sí no es personaje de la obra sino es la obra. Nunca aparece ante el espectador, pero está presente en cada uno de sus actos, su voz dice las palabras, su cuerpo se mueve por la escena y su sangre lo llena todo con esa magnífica idea de usar el color púrpura como predominante a partir de la escena número veintitrés.
El libreto de Cruz llega a manos de Luis Tuchán quien ya estaba familiarizado con la adaptación de Carrillo en un momento crucial. Se encuentra buscando la obra que ha de llevar en gira por algunos países de este continente y de otros. Lo lee y decide que él interpretará al Poeta. Su grupo lo apoya. El Ministerio de Cultura dice que no puede por razones de presupuesto, pero eso no lo detiene. Por el contrario, lo estimula a luchar por su cuenta y riesgo.
Lo primero que Luis hace es analizar la obra desde todas sus posibilidades. Pide a Carrillo su adaptación y la pone en el otro lado de la balanza. Pesa más la de Cruz no olvidar sus casi quinientas páginas y toma una decisión salomónica.
El resultado es un increíble monólogo. Pero no un monólogo a la manera de Corleto donde el discurso pesado e incoherente reemplaza a la acción, dejando a ésta en el plano donde el que habla relata más que decir, sino una versión libre monologada donde la acción dramática sustituye al texto, donde el ir y venir del personaje, el Poeta en este caso, se traduce en un trabajo interpretativo del actor desde ya propuesto al premio Opus como el mejor actor del año, apoyándose en algunos símbolos y signos a lo Fulcanelli.
La versión de Tuchán, dirigida y actuada por él mismo, adolece de un solo defecto: exceso de preciosismo, de cátedra de actuación. Nuestro medio todavía no está preparado para este tipo de manifestaciones histriónicas donde la calidad artística supera las expectativas y estándares de la mediocridad a los que estamos acostumbrados.
Un viva al señor Presidente por su apoyo económico al montaje. Un viva a Hugo Carrillo, Maestro de maestros, quien con su adaptación puso la piedra angular y los puntos sobre las íes. Un viva a Víctor Hugo Cruz por ese libreto de increíbles dimensiones físicas y dramáticas. Un viva a Luis Tuchán, responsable de la versión libre que hoy comentamos y esa actuación que recordaremos siempre. Hasta la próxima semana. Roberto Peña.
ocho
BUSCABA EL HORÓSCOPO DE Madel cuando me topé con la columna de Rina y me dio un vuelco el corazón al leer Querido Desesperado.
Cada loco con su tema, dice una mesera a la otra, tocándose la sien.
Más respeto, aprieta los dientes la dueña. Se trata de un cliente. No lo olviden, patojas de mis pecados.
Venga, mi amor, es la colegiala. Sígame contando sobre sus aventuras en el oriente, y lo lleva a la más apartada mesa.
Nadie presta mayor atención al ruido que llega del otro lado de la persiana metálica. El licenciado saca de su portafolios varios papeles y husmea entre ellos. El Capitán Tuga se pone de pie, con un gran libro en las manos.
Las palabras bien y mal no tienen importancia. Esto se basa en la ciencia y no en una simple opinión, dice Thor Tuga apoyándose en el libro. Los físicos descubrieron un complemento fundamental del fenómeno individual que funciona en el universo. Esto fue ampliado con el subsecuente descubrimiento de lo que llamaron simple-y-único-diferente, del siempre-coexistente protón y neutrón que, con sus siempre-coexistentes electrones, positrones, neutrinos y antineutrinos, son intertransformables eternamente.
Aquí está, agita un recorte de prensa el licenciado. Desde que te leí, lee, quedé profundamente impresionada. Y la impresión fue tan grande, pero tan grande, que hasta hoy me es posible sacar fuerzas de flaqueza, tomar pluma y papel y empezar diciendo Queridísimo Desesperado.
Nunca más fue válida la teoría de la construcción en bloque del universo, es el gringo de nuevo. Se descubrió que la unidad era plural. Todas las intercomplementaciones son esenciales al éxito que acompaña al universo regenerativo. El descubrimiento científico del complementarismo fundamental ha ocasionado que científicos en lo personal den cuenta que la palabra negativo, usada como opuesto a la palabra positivo, es descuidada y malinformadamente empleada.
Jamás, y cuando digo esto es cierto, dice el licenciado que dice la carta que lee, algo me había golpeado tan hondo, tan hondo. Pero como hay golpes de golpes, diré que este ha sido con guante de seda, con bolitas de algodón, con lo más delicado y menos ofensivo que exista en el mundo.
Puesto que el complementarismo es esencial en el éxito del eternamente regenerativo universo, el fenómeno identificado como opuesto a positivo no puede ser negativo, y tampoco puede ser malo, porque el fenómeno conocido como bueno y malo es esencial en el éxito del cien por ciento del eternamente regenerativo universo. Ambos son buenos para el universo, concluye Thor Tuga.
Mi pobrecito Desesperado. Se necesita valor para poder sobrellevar tanta pena, semejante sufrimiento. Debes haberte sentido mal por no haber conocido a tu padre, por no recibir sus caricias y, ¿por qué no decirlo?, regaños y unas cuantas nalgaditas. Es admirable que a estas alturas no seas un delincuente al estilo de Malasuerte antes de morir en Pavón, o que acabaras como el de la foto que tan bien describes.
La ciencia reconoce muchos aspectos complementarios fundamentales del universo, es Thor Tuga de nuevo. El agujero negro es negativo. Como la combustión interna es a la llama, el fenómeno del hoyo negro es de adentro hacia fuera en el universo que se expande. El hoyo negro es la fase en el universo -la interna fase- de la evolución cósmica. Lo que los humanos hemos identificado espontáneamente como bueno y malo, positivo y negativo, son complementaciones evolucionarias en necesidad de más exactas identificaciones.
Yo no tengo mucho que ofrecerte, sube un poco la voz el licenciado. Soy pobre y algo enfermucha: pero tan identificada contigo como estoy, creo que podría darte más que consuelo. Sin embargo, ni nos conocemos y ya me estoy poniendo romántica.
Si usted desea navegar -y yo también soy marino para saberlo-, navegar su bote contra el viento por un pasaje estrecho, tiene que hacer lo que los hombres de mar llamamos vencer al viento. Primero se dirige a babor, luego a estribor, a babor, a estribor y de nuevo y otra vez; no hacia el lado bueno y hacia el lado malo del viento. Nosotros caminamos pie derecho, pie izquierdo, no pie bueno, pie malo.
El otro día, sube más la voz el abogado, viendo que el gringo está por ganarle el público; el otro día, preguntando por ahí, un amigo (no vayas a creer que es más que eso, un amigo), me contó que había conocido a tu papá. Que era encantador y que debes sentirte orgulloso de él.
Este libro, lo señala, bajando intencionalmente la voz para atraer mayormente la atención, fue escrito con la convicción de que no hay gente buena o mala, no importa cuán ofensivos o excéntricos puedan parecer a la sociedad. Tengo la confianza de que si yo hubiera nacido y sido criado bajo las mismas circunstancias que otros conocidos humanos, habría aprendido tanto como ellos.
Cuando nos veamos, que no dudo será pronto, voy a contarte sobre eso, dice el licenciado, pronunciando de más como para que no se pierdan una palabra. Creo que es mejor hacerlo pupila con pupila, tú me entiendes; aunque frente a ti estoy segura que se me trabará la lengua y me quedaré muda como una perfecta estúpida.
Si usted cree identificarse con alguien de este libro, asegúrese de comprender que no tengo personajes buenos o malos. Ustedes y yo no designamos gentes. Dios designa gente. Lo que yo trato de hacer es descubrir por qué Dios incluyó a los humanos en el universo.
No me hagas caso, Desesperado, pero no vayas a creer que soy tonta. ¿Verdad que no, Deses? (La próxima vez ya sabré tu nombre. ¿Cómo será? He bajado a todos los santos de la corte celestial para ponerte uno, pero no estoy segura de haber acertado). Escríbeme hoy mismo. No pegaré los ojos hasta posarlos en tu letra. Tuya, y aquí el nombre que se reservaron por razones obvias, concluye la carta el licenciado.
Estoy tratando de averiguar por qué Dios nos permite progresivamente saber y preferentemente hacer, si los humanos debemos continuar en el universo.
Hay un fuerte silencio en ambos lados de la cortina de metal. Afuera ya no se escuchan las carreras, gritos, maldiciones y disparos. Adentro, el licenciado y el Capitán Tuga están frente a frente, quietos, usando carta y libro como escudo protector. Mi acompañante me codea y señala al extremo opuesto de la cafetería, donde el maestro Zorrilla y la colegiala hacen el amor sin moverse, sin reírse, en un pie, en una mano, adelante, atrás, atrás y adelante
LAS ARAÑAS SON SERES despreciados e infunden terror a la mayoría de personas. Esta fama, apenas reivindicada en los últimos tiempos por Spiderman el héroe de historieta, sigue dando pie a que se les elimine en la primera oportunidad que se presente. La cucaracha, por ejemplo, no tiene rival en cuanto a repulsión y asco. Si alguien siente deseos homicidas dice que va a aplastar al fulano como a cucaracha. Si está nervioso, sin deseos de ver a nadie, alterado, dice que se siente como araña de Corpus, refiriéndose a esas animalas de hule que venden los achimeros durante las celebraciones religiosas en ferias de barrio que, pendiendo de un hilo, tiemblan como gelatina al menor movimiento.
¡Es un incendio, animales!, dijo mi tía Anselma, cuenta el licenciado. Muerta de la risa y con el rostro encendido como un tomate Mi tía Roxana reía también, blanca como el papel, reponiéndose apenas de un susto por un asalto sufrido horas antes. Mi tía Yaya, acompañando en el sentimiento, como siempre, no se quedó atrás y su risa llenaba la acústica de la sala. Ese trío de tías, que si yo hubiera escogido la carrera de tahúr me harían invencible en el poker, tenían gran facilidad para cambiar de lo festivo a la violencia verbal. El cotorreo, la subida de tono, el bisbiseo coloquial, las pausas para encontrar la puya, las anécdotas del tiempo de Cabrera o de Ubico, esos dictadores de no muy grata recordación por cierto, para remediar los males del presente, fluían con gran facilidad que el mismo García Márquez envidiaría para amenizar su literatura complaciente y recargada de forma y contenido telenovelesco.
La araña es maestra en el arte de la paciencia. Puede aguardar durante horas, sin movimiento alguno, a que su víctima caiga en la red. Y esa fina red, esa tela de araña podría, bajo ciertas circunstancias, soportar el peso de un elefante columpiándose. Dos elefantes es más que improbable, pero los juegos infantiles aguantan con todo.
Mis tías comentaban lo del asalto en un autobús urbano, a las seis y media de la tarde, lleno de gentes que vuelve a su casa después de una larga jornada de trabajo. Decía mi tía Roxana que varios jóvenes estaban en la parte posterior, donde ella se encontraba y en la puerta de salida también. Que de pronto sintió que alguien le tocaba la cabeza, inclinándosela hacia atrás para que una mano le cubriera la boca con fuerza, el licenciado aprieta los dientes. Con el rabo del ojo pudo ver una pistola y al grito de nadie se mueva esto es un asalto sintió como en un sueño que le arrancaban violentamente el anillo del dedo y le quitaban el bolso. Cuando se repuso del susto, ya los jóvenes habían bajado de la camioneta, perdiéndose en las estrechas callejuelas de la zona 5.
Hace un año que mataron al Poeta y las pesquisas han conducido a algunas conclusiones preliminares, las pistas llevan a otras nuevas, según decir del actual jefe de policía, que a su vez van cerrando la espiral en la que, invariablemente, quedarán atrapados los culpables, blablablá, como en una gigantesca red en forma de embudo. Tal eufemismo es usado por las autoridades para no decir que están en gallo. Estar en gallo es no entender ni jota, no dar una, no encontrarle ni pies ni cabeza a la cosa, es andar pajareando, es estar en la luna de Valencia, es tomar sopa con el tenedor, es no saber. El que no sabe es como el que no ve. El que no ve ignora. Y el que ignora cae fácilmente en la tela que teje la araña fea y peluda por la que uno siente atracción y a la vez repulsa. Dicen que la araña de culo colorado es venenosa, que la meada de araña puede matar los tejidos y secar un brazo. Y nombres como tarántula, viuda negra, araña de caballo son capaces de ponerle los pelos de punta a cualquiera. Hay cientos de miles de variedades de arañas en el mundo. Desde las que tienen delgadas y largas patas que salen de un cuerpo proporcionalmente pequeño, hasta las de vientre gordo, a veces con coraza, y robustas y peludas patas. Desde las regordetas y diminutas cazadoras de moscas hasta las gráciles y ágiles volatinas que penden de un hilo y se balancean con el viento. Todas, creo, tienen en común la tela. Casa y trampa de caza a la vez. Caerán en nuestras manos afirma enfáticamente el nuevo jefe de policía, golpeando con el puño derecho la palma izquierda y frotando el uno contra la otra para evidenciar que serán triturados o algo así. Es cuestión de tiempo. Y el tiempo no cuenta, relativamente, en asuntos de vida o muerte. ¿Cuál es la medida, cuál el medidor? ¿Acaso el que muere ha de volver a la vida con la vida de sus matadores? La ley es clara, sin embargo, y no vivimos en la edad media o en el oeste de los western de espagueti. No se trata del ojo por ojo en el sentido profano. Cuando la vendetta y la ley del más fuerte imperan, todos los caminos conducen a los hornos de Spandau y no a Roma. Nos llevan directo a la exterminación selectiva en un principio, y al terror que no discrimina después. Es cuestión de tiempo, digo, dijo el nuevo jefe policiaco y se va con su música y guardaespaldas a otra parte. A escupir a la calle, a ver si ya puso huevos la cocha, a amaestrar monos al Brasil, a recabar información entre las piernas de su querida que en resumidas cuentas es el prime lugar y el último donde el ser humano encuentra la savia y pierde la sabiduría. Entre olanes, sedas y tafetanes. Entre telas, redes y marañas.
A mí ya me pasó una vez, cuenta el licenciado. Fue durante una noche de apagón general, como ahora. Al principio creí que se trataba de un cortocircuito. Yo sé algo de esas cosas y me puse a investigar. Los perros ladraban como desesperados y las sirenas de ambulancias contribuían a crear un ambiente a lo Bela Lugosi de miedo. No encontré la falla y tuve que contentarme con las nalgas de mi vecina, con el perdón de las señoras presentes, que casualmente llegó momentos antes a pedirme prestada una taza de azúcar. Como el tiempo pasaba y no estaba en condiciones ni de humor para saber sobre azucareras y esas cosas, hice lo que cualquiera que se precie de ser respetuoso con los traseros ajenos y salía la calle pretextando una repentina y aguda claustrofobia. Ni bien puse el pie en la puerta, sentí unos fuertes brazos alrededor mío. Me cagué, literalmente, en los calzones del susto, otra vez con el perdón de las damas presentes, y cuando pude reaccionar ya estaba de alfombra en el piso de un carro que arrancó, haciendo una salida de gangster a juzgar por el chirrido de las llantas y la aceleración del motor. Fue en ese instante que lo supe. Había faltado a una regla elemental. Ella iba por azúcar y yo salí por hiel.
Se hace una pausa profunda. Mi acompañante enciende un cigarrillo y la cafetería se ilumina brevemente, para quedar a oscuras de nuevo.
Mi tía Anselma, sigue la voz del licenciado, explicaba que se llenaba de incendios cinco o seis veces al día. Mi tía Yaya disertaba sobre la menopausia y mi ti Roxana callaba sobre ese punto, para evidenciar que a ella todavía no le tocaba.
La brasa del cigarrillo de mi acompañante permite ver sus ojos entrecerrados por el humo y los labios delgados apretándose con cada aspiración.
Si uno viaja de alfombra en un automóvil y tiene las botas de sus captores sobre riñones y cabeza, todo parece que pesa una eternidad. Renuncié a abrir la boca una vez más cuando me dieron de patadas como respuesta. Después de a saber cuánto tiempo y quién sabe en dónde, sentí que los oídos me zumbaban y el cuerpo se me adormecía, entumecido por la posición y la inmovilidad. Recordé haber leído en alguna parte que los yoghis , y aquí me dará la razón el maestro Zorrilla que es un experto en la materia, son capaces de meterse en estrechas y diminutas cajas y permanecer adentro de ellas sin comer, sin moverse, por períodos largos. Sonreí pensando en el juego infantil de la pelotita contra la pared. O-a, sin moverme, sin reírme, en un pie, en una mano, adelante, atrás, atrás y adelante, media vuelta, vuelta entera y. Mi única preocupación durante minutos fue recordar el movimiento final del juego. El auto se detuvo bruscamente y todo se hizo silencio un instante. Vuelta entera y. Fue inútil. Me sacaron a puro trancazo limpio y me vi dentro de un cuarto vacío, a no ser por un ensangrentado y húmedo colchón en el piso, donde me situaron de potente culatazo. No sé cuánto tiempo permanecí sin moverme, en un pie, en una mano. En ese sopor uno teme hasta parpadear, no vaya ser que la realidad resulte peor que la pesadilla. Pero también se quiere despertar con la esperanza de que se trate únicamente de un mal sueño. Los vi entrar. Dos, tres, cuatro hombres fuertemente armados. Se acercaron a mí, observándome. ¿Es él?, preguntó uno. Creo que sí, respondió el otro. Me sentía un pez observado a través del vidrio del acuario. ¿Cómo estar seguros? Ni su propia madre lo reconocería con la trompa tan hinchada, agregó el hombre, agregó el licenciado, aprovechando para tomar aliento. Me pincharon las costillas con el cañón de un arma. Temblé, convulso, no queriendo mover ni un pelo y sabiéndome hombre muerto. ¿Cómo te llamás? Creí responder mi nombre. El que parecía ser el jefe me levantó en vilo con facilidad. Sentí su pesada respiración en mi cara. Parece que metimos la pata, muchá. Este no es el tipo. Ya se pueden imaginar lo que sentí al oír eso. Después de lanzarme a un barranco me dejaron por muerto. En el intensivo dijeron que estaba bien jodido. Mis tías, gracias a Dios, legaron a verme. También mi vecina, la de la taza de azúcar y esas nalgas capaces de parar el tráfico, con el perdón de las féminas que se encuentran en este lugar.
A mí se me hace que este licenciado es oreja, dice bajito una de las meseras.
¡Qué va a ser!, responde la otra. A mí se me hace que él y el tal Desesperado son la misma persona.
A LAS CASAS LES ocurre lo que a las personas. Envejecen y mueren. Dos cañones de bergantín, uno a la par del otro, verticales, aleación de bronce y hierro con sus tonos do-mi, anuncian retumbantes en el portón la inminente visita. Los habitantes de la doce, mote con que se conoce la casa por estar en la doce avenida sur, cañonean constantemente con do-do-mi, mi-mi-do, do-do-do, mi-mi-mi-do, según quien sea el que llama. Y la María, criada nacida india en un pueblecito de la sierra de Yucatán, arranca de la cocina cruzando a lo largo del corredor con sus dos puertas, que desemboca en el zaguán de baldosas agujereadas y abre la sólida hoja de cedro para franquear el paso.
La abuela está casi siempre en su sillón de mimbre, atalaya vigilante entre lecturas de Para ti, Billiken, El Imparcial y cabeceos de las tres en punto de la tarde. Y la casa cumple años con la abuela. Envejecen huesos y vigas, paredes y piel, cubriéndose de pátina y canas, grietas y arrugas, de asma y goteras. Habitaciones comunicadas entre sí con las puertas ya clausuradas. Paredes de machihembre y plywood para robarle espacio al pasillo. Mesa de comedor extensible, que acomoda a veinte comensales, comprimida en su mínima expresión y siempre sola. Piano vertical de dorados candelabros, con sus entrañas oxidadas, distendidas. Libreras saqueadas, cuyos libros repletan estantes de baratillos de usado. El ángel del centro de la fuente destruido y una tubería siempre seca. Montañas de bolitas de migajón de pan entre los peces muertos, desaparecidos, olvidados como la parte del fondo de la casa, el altillo, donde anidan palomas réquetetataranietas de las primera de Castilla y calzadas. Al salir la abuela en hombros de los hombres y con los pies para adelante, al cerrarse la puerta, el Poeta también llora por la muerte de la doce.
Aquel no era su primer viaje en tren, pero sí el primero del que guarda memoria. Cuando su madre le anunció que se iban, no comprendió las palabras. Estaba distraído viendo pasar el ganado por el polvoriento camino del fondo de la casa. Una vecina le metió un gallo blanco bajo el brazo y de pronto estaba a bordo del tren. Cuando llegaron al lago de Amatitlán, en la parte exacta donde se quiebra para formar un ocho, obra del hombre para acortar el camino del ferrocarril del sur, sentía acalambrado el brazo y ya no soportaba el calor húmedo que emanaba del pequeño cuerpo del ave. Lo puso en el asiento, en el rincón, y pegó la frente al vidrio de la ventanilla, entreteniéndose en ver que su aliento opacaba el cristal. Con el dedo índice dibujaba animales y cosas que desaparecían con un nuevo vaho de aire caliente recién salido de sus pulmones. Y así una y otra vez, hasta que la madre llamaba su atención hacia el maravilloso paisaje que pasaba veloz frente a sus ojos.
Al legar a la capital, entre dormido y despierto, no estaba seguro de ser él quien ahora viajaba dentro de un gran automóvil que los conducía por calles y avenidas llenas de gente, de casas de colores, de ruidos increíbles. Si soñaba, aunque era éste un sueño diferente donde había de todo menos árboles, vacas, caballos, gallinas, tierra, pájaros, no tenía por qué preocuparse. Con despertar bastaba. Pero si estaba despierto, que lo estaba porque sentía el tibio y húmedo contacto bajo el brazo, significaba el fin de su viaje. Y aunque cerró los ojos para querer soñarlo, el brusco detenerse del auto frente a una casona pintada de verde pálido y con tocadores muy extraños en la puerta, son cañones dijo la madre, lo devolvió a la realidad. El hombre que lo llamó sobrino varias veces, llevaba el equipaje y tocaba enérgicamente. El choque de metal contra metal sonaba a disparo, amplificado por la madera de la puerta y la acústica del zaguán. Una mujer gorda y de cabello negro pegado a la cabeza, abrió. La doce se los tragó por entero.
El jardín atrajo la atención del Poeta. En la fuente había decenas de peces de colores nadando en círculo. De la base del ángel, en el centro, saltaban chorritos de agua que filtraban la luz y la descomponían en colores. La pared del fondo estaba casi oculta tras la hiedra y árboles frutales. Macetas grandes y pequeñas, rosales, claveles, gardenias, azahares, campanillas, lirios del campo, margaritas, orquídeas, geranios, orejas de burro, se alineaban en cuadro. Fuertes columnas de madera sostenían en capitel de dos aguas, hacia el comedor. A lo largo del corredor, colas de quetzal en macetas de alambre, suspendidas del techo, se mecían con el viento. Los botones rojos de bugambilia parecían gotas de sangre prendidas y cayendo entre las hojas del pinabete japonés. Su grueso tallo, sus retorcidas ramas semejaban una maraña de tensos músculos y tendones, de figuras entrelazadas en grotescas posiciones, de seres fosilizados en el momento más inoportuno. El olor a clorofila, savia, polen, llenaba el ambiente. Los rayos del sol poniente se filtraban entre las ramas del níspero y del naranjo, dando iridiscencias al predominante verde del entorno con motitas de colores, semejando un tempranero adorno navideño en pleno abril. Todo era de una belleza tal, de quietud y paz, que podía escucharse el rumor de la fuente, el canto de los pájaros, las burbujas de aire que explotaban en la superficie del agua.
Y así, de la misma manera que las entrañas de la doce aceptaban al Poeta, llegado el momento lo expulsaron en un parto difícil, con los pies para adelante, como dicen que nacen los que tendrán suerte para toda la vida. La doce se brindó entera a sus ansias, permitiéndole hurgar en sus rincones, recorrer palmo a palmo su extensión en todas direcciones, descifrar sus secretos encerrados en los agujeros de polilla, en las madrigueras de los murciélagos, en las rajaduras por los terremotos, en las cuevas de las ratas, en la leche de los higos, en el zumo de las naranjas, en las escamas de los peces, en el moho de las cañerías, en incontables libreros con libros antiguos y modernos en castellano y otras lenguas vivas y muertas; en sus tapices, plafones, candelabros, vidrios biselados y lámparas colgantes. En sus espejos italianos y en su reloj de péndulo con el IIII en números romanos que daba sonoras campanadas con la hora y las medias horas. De pronto empezó a negarse. Sus puertas se desprendían de los marcos a la menor provocación, las goteras se multiplicaban cada invierno, las flores se secaban y morían los peces, los vidrios sufrían fracturas de primero, segundo y tercer grados. El capitel se balanceaba peligrosamente con el viento y el paso de pesados camiones en la calle, la gente salía de pie propio o en andas para no volver.
Cuando la doce fue demolida, cuando un tractor niveló el terreno, cuando un arquitecto levantó los planos de la nueva casa, el Poeta se fue a la montaña.
siete
ME ENCUENTRO EN LA playa con la arena hasta los tobillos. Por un instante dudo si realmente no se trata de un par de muñones los que descansan en la arena, porque no siento los dedos de los pies. No me atrevo a mover y las olas barren la arena y me hundo unos centímetros más cuando el mar jala de nuevo hacia adentro. Es de día. Estoy seguro porque el sol brilla intensamente. Lo busco con la vista pero el reflejo me ciega y cierro los ojos. El calor me conforta y el sudor se me entra en las cuencas y siento como si llorara. Pero al revés. Como si en vez de salir lágrimas éstas se me estuvieran metiendo. El mismo efecto que produce ver una acción en el cine de adelante para atrás. Es decir, corriendo el filme en el sentido contrario. Sé que estoy en la playa y que lloro para adentro. Sé que es de día porque el sol me calienta. Sé que tengo pies aunque no los sienta. Hago el esfuerzo y levanto una pierna con facilidad. Luego la otra y estoy suspendido en el aire en una posición de salto congelado. Oigo el agua que barre la arena por debajo. El aire que me pasa zumbando por arriba, pero yo no me muevo. De pronto escucho algo. Parece un murmullo. Un susurro. Abro los ojos. El mar ha retrocedido hasta el horizonte, la arena se ha transformado en cristal de roca, mi cuerpo gravita a varios metros de altura. La voz sigue susurrando obscenidades. El calor empieza a hacerse insoportable. La posición de ingravidez me causa malestar, me marea, me produce un vómito que se derrama por mi cuerpo y escurre de mis tobillos al lugar donde se supone están mis pies, los pies de cualquiera que los tenga en su sitio. Cierro con fuerza los ojos. Un millón de puntitos se forman en mi cerebro y sé que los miro, porque nadie puede ver con los ojos cerrados, pero allí están, en mis células, en mis nervios, en mis genes, en mi memoria antediluviana. Los puntitos crecen y se multiplican, explotan y caen como lluvia de estrellas, lluvia de vincapervincas, formando figuras increíbles en el caleidoscopio de mi mente. Intento un grito. Este nace en alguna parte de mi cerebro o de mi espalda o no sé de dónde, pero se queda trabado en mi garganta. Intento otro y más que grito es un gemido. Algo que nace en el bajo vientre y se queda en los pulmones, transformándose en tos. Un tercero logra romper la barrera de los dientes pero sale sin fuerza mezclado con saliva, bilis y sangre. La voz, mientras tanto, se ha hecho totalmente audible. Me dice cosas espantosas. Me hace promesas de vida, muerte y resurrección. De momento no entiendo. Solo sé que suena a amenaza, a provocación. Palabras aisladas, inconexas, forman un gran crucigrama en mi mente, donde éstas se cruzan vertical y horizontalmente, donde puede leerse de arriba abajo, diagonalmente, de derecha a izquierda, en bustrofedón, en redondo. Donde, separadamente, tienen significado, pero juntas no obedecen a reglas gramaticales, retórica, sintaxis. Ya no hay mar ni horizonte ni cristal de roca. Todo ha dado lugar al vacío. A la inmovilidad. Es una escena imaginada por Dante, pintada por Dalí, que ahora empieza a desprenderse a pedazos, a desintegrarse frente a mis ojos, a transformarse en la nada, un lugar donde hay luz y sombra al mismo tiempo, donde todo cabe y no hay cosa alguna. Recuerdo mis pies. Trato de pensar en ellos como en algo que es parte terminal de mis miembros, uñas, hongos, juanetes, callos, ampollas. Miro los muñones a la altura de los tobillos y me parecen el extremo de dos zancos con sus tapones de hule para que no se deslicen, con espolones de metal para hacerlos aptos al escalamiento. Sé que mis pies se quedaron enterrados en la arena y que ahora mismo estarán sirviendo de alimento a cangrejos y gaviotas, a peces y tortugas, hasta quedar blanqueados, desarticulados en tantas partes como huesos los conforman. Centro mi atención en la voz. Ahora se torna melosa, gutural, llena de promesas. Las palabras explotan como pompas de jabón y se pegan como chicle a mis oídos. Más bien como gelatina. O como miel. Todo eso al mismo tiempo. Pienso en la hora. Imposible saber si es de día o de noche, si hace frío o calor, si estoy de pie o de cabeza. No hay punto de referencia alguno, sólo esa voz que se me mete lascivamente, que me penetra por uñas y piel, que crece y me engulle por completo. De pronto soy ameba, protoplasma, miasma. Parece como si el milagro de la vida se manifestara en ese supremo momento de la muerte, con el estiramiento de músculos y órganos, con el desmembramiento que se da en la célula que se divide en dos exactamente. Núcleos y cromosomas. Lados de un mismo ser. ¿Por qué pienso en eso y no en otra cosa? Por mi mente pasan escenas progresivas de mi existencia. Como en el cinematógrafo. Actor y espectador a la vez. Como en la vida. Mi atención está en la voy y ésta se descompone en sonidos ininteligibles, igual que cuando se escucha una cinta magnetofónica a velocidad menor. Cambia el tono, la cadencia, el ritmo; obliga a frenar el entendimiento, bajan las pulsaciones y los niveles de oxígeno y adrenalina. Estoy en suspensión inanimada escuchando los sonidos de adentro de mi cuerpo y, de pronto, todo adquiere sentido y la voz coherencia. Me está dictando un poema. No tengo que preocuparme en tomar notas, en prestar demasiada atención. Las palabras quedan impresas en mis genes, en mis ansias, en cada molécula que me conforma. Allí quedará para siempre y será dado a mis descendientes, a quienes me siguen un paso atrás, un paso adelante. Es un canto a la vida donde no hay lugar a la desesperanza, al tedio, al cansancio. Pero tampoco se da cabida a la pereza, la indolencia y al derrotismo. Es un canto a la muerte donde sobran lágrimas y lamentos, fracasos y frustraciones. Es, en suma, el poema que escribieran Virgilio, Poe, Neruda, Safo, Elliot, Asturias. El que algún día escribirán en las paredes de inodoros públicos a la par de números de teléfono de maricones que ofrecen sus especializados servicios eróticos, en las pintas que hacen en los muros de la ciudad junto a las tradicionales Yanki go jom y Muerte a Fidel. El poema que llenará volúmenes que sustituirán a la Biblia, a la Guía telefónica, a la Constitución de la República y al Who's who? Siento que he nacido de nuevo, que he sido purificado por el agua y la corriente eléctrica. Sé que la sangre que sale de mis muñones terminará por secarse algún día, transformándose en costra, mezclándose con el polvo del camino, alimentando luego a pequeños seres que a su vez serán alimento de otros y así en la rueda sin fin de la lucha por la supervivencia, donde impera la ley de la jungla. Y mi sangre será flor o picaflor y luego perfume o medicina o veneno. No importa. Veo en la distancia las olas que se acercan. Ya escucho el bramido del viento del norte. Ya siento el calor del sol de oriente. Ya me encuentro de nuevo con la arena hasta los tobillos. Levanto una pierna y la otra. Los agujeros en la arena se llenan rápidamente de agua formando pozas que luego son barridas por las olas para desaparecer mis huellas. Ahora mis pies están sobre la arena y yo sobre ellos. Recuerdo el poema. Más bien que había sonido de latidos, de torrente sanguíneo, de viento en mis pulmones, de efervescencia en mis jugos gástricos, de bisbiseo de terminales nerviosas. No recuerdo el poema. Me esfuerzo y nada. Sé que está en mí, en alguna parte, para que otros lo lean. Sé que no podrá hacerlo cualquiera, como en aquel cuento de Borges donde un personaje quiere saber el nombre oculto del dios de la creación y lo busca en todas partes sin éxito, durante toda su vida, hasta que lo descubre casualmente en la configuración de las manchas del tigre un instante antes de ser devorado por éste. Tal vez tenga una moraleja y el precio del conocimiento sea la muerte. No estoy en la posición de decirlo. Pero me gustaría poder seguir soñando con los pies a respetable distancia de las olas, bajo una sombrilla, con lentes ahumados para protegerme del sol y entre las rocas para no ser molestado por el viento. Voy a escribir un poema cuando despierte.
LAS MANOS DE RODIN siempre han tenido especial atracción para mí, dice el licenciado, a ninguno en particular. Las vi por primera vez en el Museo de Arte Moderno de México y quedé maravillado con esas piezas talladas directamente en mármol.
La anatomía de la mano siempre ha fascinado a científicos y artistas, me dice mi acompañante. Y quizá parte de ese atractivo estriba en la dificultad que presenta para dibujarse, por ejemplo. O articularse en una máquina.
Las funciones de la mano quedan establecidas a través del sentido del tacto y son capaces de determinar aspectos tan importantes como la temperatura de los cuerpos, textura, forma, peso.
La anatomía, prosigue mi acompañante, de ese instrumento que sirve para tocar, palpar, apretar, estrujar, es muy simple. Va de la muñeca a la punta de los dedos y hay derecha e izquierda. Cada dedo tiene características únicas en la yema de sus dedos donde no hay dos huellas digitales iguales en el mundo.
Durante siglos la ciencia ha tratado de reproducir este instrumento y tenemos prótesis de las más variadas formas y usos, y tenazas de robots que dejan mucho que desear estética y funcionalmente. El Capitán Garfio, de Peter Pan, es un ejemplo del uso de estas prótesis.
Juegos de manos son de villanos, dice una empleada a la otra y ríen.
Son un arma mortal, enfatiza Zorrilla, mostrando las manazas.
¡Qué va a ser, mi amor!, dice la colegiala. A mí sólo me hacen cosquillitas.
En estas prótesis, sigue mi acompañante sin prestar atención a los comentarios. Las hubo con mangual, con dedos de goma articulados no autónomos. Sin embargo, la ciencia, a partir de las computadoras, ha perfeccionado aditamentos capaces de reproducir la mayoría de las funciones de la mano, pero su forma sigue siendo más parecida a la de tenazas o ganchos prensiles.
La biogenética ha proporcionado, en los últimos tiempos, soluciones más cercanas a la realidad, pero sigue habiendo problemas con la presión. La fuerza es difícil de controlar y los resultados son estrujantes y trituradores cuando debieran ser delicados y justos. Se da el caso de aplastar un huevo o dejar caer un objeto, cuando la presión ejercida debió ser más o menos. Sin embargo, no es la mecánica y la electrónica al servicio de la mano, tampoco ejemplificar los logros plásticos de artistas modernos y antiguos al reproducirla lo que me mueve.
Es la fascinación que a lo largo de siglos ha ejercido esta parte del cuerpo humano y que ha servido para crear un lenguaje que no tiene nada que ver con las señas y signos que se hacen con la mano, si no con algunas acepciones que he arrancado al Larousse para ilustrar el punto y que tengo aquí a la mano en alguna parte de mi portafolios, busca el licenciado.
Puede convertirse en un martillo, en un hacha, en un ariete, en un machete, en un punzón, un mazo; todo depende de la posición de la mano en el momento del golpe, explica el maestro Zorrilla. Puede aplastar un pómulo, estrujar testículos o, golpea fuertemente la mesa, partiéndola en dos. No se preocupe, señora, estas demostraciones tienen sus costos, y le da un par de billetes que saca de su cartera.
Muy impresionante, maestro; pero por favor, dice el licenciado hurgando en su maleta. Estoy seguro de que cualquiera lo comprende y se admira de la fortaleza y facilidad con que usted puede hacer eso; pero como decía un amigo mío empuñando su mano y estirando y encogiendo el dedo índice: Desde que se inventó la pólvora.
También un amigo mío decía, cuando le decían eso: Pólvora eres y en pólvora te convertirás, responde Zorrilla con mirada asesina.
¿Dónde he oído eso?, pregunta la señora de la telenovela de las cinco a la dueña del negocio.
Dónde va a ser, señora. En la biblia, prolonga la última vocal.
Aquí está, muestra los papeles manuscritos el licenciado. Tengo en la mano uno de los trabajos más importantes sobre el tema. Es parte del estudio relacionado con el vocablo mano y que publicaré algún día si es que salgo con vida de esta ratonera.
¿A quién le interesa eso, mi cielo? Véngase y me sigue contando todas las maravillas que saben hacer esas manos suyas, arrastra la colegiala al maestro a la apartada mesa.
Cuando se echa en capas, una mano de pintura. Cuando se juega, una mano de poker. Cuando se brinda ayuda, echar una mano. Cuando se pretende esposa, pedir la mano. Cuando está al alcance, a la mano. Cuando se habla de un conjunto de cinco cosas, una mano. Cuando es trabajo de obreros u operarios, mano de obra. Cuando lo que se hace es eficaz, tiene mano de santo. Cuando acierta con frecuencia, tiene buena mano. Cuando lo hace violentamente, a mano aireada. Cuando lo hace con gran empeño, a mano armada. Cuando es ocultamente, bajo mano. Cuando sin intermediarios, de mano a mano. Cuando es el autor, de primera mano. Cuando ha sido de otro antes, de segunda mano. Cuando pega fácilmente, largo de mano. Cuando es justamente, sin ventaja, mano a mano. Cuando se es menos riguroso, se abre la mano. Cuando se le quita la posibilidad de hacer algo, se ata las manos. Cuando se insiste demasiado, se carga la mano. Cuando se le agarra infraganti, con las manos en la masa. Cuando se ampara a alguien, se le da la mano. Cuando se vale de algo, echa mano de eso. Cuando se es ayuda indispensable, se es la mano derecha. Cuando se las arregla con habilidad, tiene mano izquierda. Cuando se dispone de eso, se le tiene a mano. Cuando se anticipa, le gana la mano. Cuando riñen, se van a las manos. Cuando se le soborna, se le unta la mano. Cuando con gran abundancia, a manos llenas. Cuando dan ganas de pegar, se le calientan las manos. Cuando no hace nada, mano sobre mano. Cuando se saluda, dar la mano. Cuando se desentiende, se lava las manos. Cuando se hace una compostura provisional, mano de gato. Cuando se somete, se pone en manos de. Cuando se es muy torpe, tiene manos de trapo.
Cuando sobijea a alguien, le mete mano. Cuando se empieza a trabajar, manos a la obra, concluye el licenciado.
El cúbito y el radio se conectan con los huesos del carpo; sigue el metacarpo, falanges, falanginas, falangetas, está la muñeca; después la eminencia tenar, eminencia hipotecar, palma, pulgar, índice, medio, anular, auricular.
Esto, en otras palabras, multiplicado por dos, le fue cortado al Poeta, dice quedamente mi acompañante. Siempre se tejen historias alrededor de un hecho. Se echan a rodar bolas, se cuentan chistes más o menos ingeniosos, se manipula la información para dificultar el esclarecimiento. Dicen que algún soldado israelita, admirador profundo de Jack el Destripador hizo el trabajo de separar las manos del cuerpo usando una técnica quirúrgica altamente especializada. Dicen que cuando el esbirro le cortó las manos, le cayó un chorro de sangre en los ojos cegándolo de inmediato. Dicen que el Poeta se sujetó con tal fuerza al cuello de su matador, que tuvieron que cortárselas para evitar que lo estrangulara. Dicen que pretendía a la hija de un cuelludo ministerial a la que manoseaba impunemente. Dicen que las vendieron en el mercado negro internacional para trasplantarlas al hijo de un multimillonario iraní que había tenido la mala fortuna de ser cogido con las manos en la masa. Dicen que se suicidó, pero que se hizo tan exageradamente fuerte el corte en las muñecas que se le pasó la mano. Dicen que no aparecieron porque se las llevaron a algún descendiente del Dr. Frankenstein para un experimento. Dicen que dijeron que alguien oyó decir que seguramente se le habían gastado de tanto escribir cosas contra el gobierno legalmente constituido.
MI PADRE SALIÓ UN día a comprar cigarrillos y no volvió más. No recuerdo un beso de despedida. Con esas palabras, más o menos, empieza la historia de mi vida. Le he dado vueltas en la cabeza a ese hecho simple y tal vez intrascendente, pero cuando alguien muere se le llora, se le entierra y se llevan flores a su tumba cada aniversario. Se le recuerda, se le dedica el acto de graduación en el colegio, se le incluye en las participaciones de boda con el infaltable q.e.p.d., se nombra con su nombre al primer hijo y al primogénito de éste. Cuando alguien muere, reafirma su existencia en ese instante y entra en la historia con pie derecho, con pelos y señales, con la majestad que imprime el dejar de existir. Cuando alguien muere se pelea la herencia, se disputan sus pertenencias, se dispone de sui habitación, se toman las riendas del negocio y se tira a la basura sus recuerdos. Es más sencillo cuando alguien muere.
El avió sobrevolaba la ciudad sin que nada le opusiera resistencia. Su regordete aspecto de torpedo alado era familiar para David. Un Thunderbolt P-47, me dijo y yo estuve totalmente de acuerdo conque lo era. Teníamos los planos del Mustang F-51 también y en nuestros sueños de pilotos nos veíamos en los controles de esas naves que fueron historia en la Segunda Guerra Mundial. No tiene marcas, dije. El avión carecía de insignias. Lo vimos picar hacia el barranco y zambullirse en él, para emerger sobre el fuerte militar, dejar caer algo -desde esa distancia parecía un pájaro defecando- y ese algo hacer explosión con los consiguientes gritos de mi madre que decía bájense del tejado, patojos babosos, ¿no ven que ya empezó la guerra? El tableteo de ametralladoras subrayaba sus gritos y tuvimos que obedecer, muy contrariados de perder de vista el avión.
Con David íbamos a los patios del ferrocarril, después o en vez de la escuela, robábamos tablones de madera balsa de las cajas de empaque y modelábamos toda clase de naves aéreas. Algunas planeaban, otras no obedecían las leyes aerodinámicas y caían de mala manera, quebrándose en pedazos; pero la mayoría eran una réplica de los que supuestamente íbamos a pilotear algún día. La Guerra de Corea puso de moda los Sabre F-6 y los Mig-15 a reacción. En ese tiempo los cielos de la patria eran sobrevolados por gigantescos cuatrimotores comerciales Constellation y nunca habíamos visto uno a propulsión, a no ser por los Messerschmitt a chorro que los alemanes desarrollaron el las postrimerías de la gran guerra, poniendo en serios apuros a los aliados y que eran mostrados en documentales fílmicos junto con escenas de Aushwitz, Dachau, Treblinka, Buchenwald, Nuremberg y Spandau en los intermedios de funciones regulares de cine. Pinemunde me sonaba a palabra mágica, V-1 y V-2 a ecuación matemática; pero al igual que Zero, Stuka, Fiat, Corsair, Spitfire, B-20, Catalina, Twin Mustang, partiendo del helicóptero de Leonardo da Vinci, las máquina voladora de Blanchard, el aparato volador de Degén, el aeroplano de Victor Tatin, el de Lilienthal, el primer avión de Clemente Ader, el aeroplano de Maxim, el aparato de los hermanos Wright, el de Santos Dumont, el biplano de Farman, el monoplano de Bleriot, el biplano de Voisin, el hidroavión Boeing, pasando por el Fokker del Barón Rojo y el Espíritu de San Luis de Charles Lindbergh, no tenían mayores secretos para nosotros. Nos apasionaba la historia de las fantásticas máquinas volantes, su anatomía de ave, su capacidad para remontarse más allá de las nubes; y aunque nunca habíamos volado, nuestros sueños se colmaban de hazañas indescriptibles por los aires.
A cada nuevo tableteo de ametralladora, a cada nueva explosión se sucedían avemarías y santo-santo-santos en ese oscuro refugio improvisado con camas, colchones, madera. Las noticias de la invasión armada eran cada vez más alarmantes y la gente sin dar oídos al locutor de TGW, la Voz de Guatemala, que decía en cadena nacional de radiodifusión que no debían preocuparse porque las fuerzas leales al gobierno de Arbenz habían tomado el control de las acciones hacía lo del avestruz y creaba laberintos y túneles cubiertos por tablones, sacos de arena, materiales diversos llamados a resistir en caso de bombardeo indiscriminado. Las casas estaban de cabeza. Se dormí en el suelo, debajo de camas y mesas, dentro de esos corredores fortificados. Como existía la prohibición de encender luces, por aquello de no orientar a los pilotos de los aviones mercenarios, aquello era una cueva apenas iluminada por una veladora, si mucho, y los conatos de incendio se daban con la misma facilidad que las metidas de manos y los apretones de chiches. Un vecino, Carlos, casi fue violado por doña Clara, la esposa del herrero; pero parece que lo salvó el comunicado de las Fuerzas Rebeldes de Liberación Nacional que anunciaba la caía del gobierno. Doña Clara sumó a su excitación el júbilo de la noticia, pero ya Carlos se había escurrido entre vivas y bravos. El herrero entreabrió los ojos, se echó otro trago de aguardiente y siguió durmiendo la mona.
Mi tío llegó con expresión grave y habló con mi mamá durante algunos minutos. Mi mamá asentía con la cabeza, le decía que sí, pero se notaba que no quería acceder a su petición. El señalaba con su brazo hacia un lugar que podía estar a algunos metros o muchos kilómetros de donde nos encontrábamos y ella asentía nuevamente y así. Finalmente me dijo que me preparara porque mi papá había vuelto. Me dio un vuelco el corazón. Mi papá. ¿Había vuelto? ¿De dónde? ¿Iba a quedarse con nosotros? ¿Cómo era? Claro que lo recordaba con su sonrisa que hacía brillar ese incisivo superior derecho ahora que lo pienso, él y don David se parecían en eso. Siempre había sentido una gran atracción por ese gesto que dejaba al descubierto el dorado metal. Y en mi mente, en mi memoria, no importaba si había sarcasmo, burla, incredibilidad, alegría, indiferencia en esa mueca. Era la sonrisa de mi padre y eso bastaba. Decían que más de una mujer se había quedado prendida de esa sonrisa y que la causa de su desaparición, su fuga, su deserción, había sido precisamente esa. También me dijeron que tirando con honda a unos pájaros, se le reventó el hule y se había pegado tan fuertemente con la horqueta de madera en la boca, que se quebró el diente. Y que después yo, accidentalmente, lo había golpeado en el labio mi entras me cargaba en brazos y que el dolor le había hecho propinarme una paliza de padre y señor nuestro que no recuerdo. Lo cierto es que la sonrisa de mi padre era para mí como la del gato del cuento de Alicia en el país de las maravillas. Lo era todo y era nada, si se entiende lo que quiero decir.
Cuando las tropas libertadoras entraron a la capital, julio estaba en su plenitud. David y yo fuimos al reducto donde decían que acababa de librarse la batalla final. Era el edificio de una escuela en las afueras de la ciudad, donde algunos elementos de tropa leales al gobierno de Jacobo Arbenz frenaron durante días el avance de los invasores. Los aviones mercenarios dejaron caer sus bombas de quinientas libras cada una y los cráteres evidenciaban el poder devastador y la mala puntería de los pilotos, ya que las paredes del edificio estaban agujereadas por las balas, pero todavía en pie. No sentí mucha pena porque acababa de leer sobre el Enola Gay y su fatídico vuelo sobre Hiroshima, así que me concentré en recoger algunos cascabillos, un pañuelo azul y rojo con un símbolo que era entre espada y cruz que los rebeldes usaban como distintivo, una tolva de cartuchos útiles y una bayoneta sin funda. David había encontrado también algunos objetos y nos escurrimos sigilosamente, evitando un encuentro con los sombrerudos centinelas, rumbo a mi casa con nuestro botín de guerra oculto entre la chumpa y el uniforme de la escuela.
A eso del mediodía de un día en que las barricadas y refugios ya habían desaparecido; que camas, tablones, colchones, sacos de arena habían vuelto a los lugares donde se supone deben estar normalmente; cuando los pobladores ya empezaban a olvidar el hambre, el miedo, la frustración que habían sentido en esas ratoneras en que se metieron para salvaguardar sus vidas; cuando ya se había levantado el estado de sitio y los mismos funcionarios se presentaban al Palacio Nacional con la mágica frase de siempre leales al gobierno constituido, recibimos la tan esperada visita de mi padre. Se mostró encantador y nos trajo regalos. Mi mamá se alisaba la falda nerviosamente y balbuceaba que se me quema lo que dejé en la estufa o algo así, y se fue sin más, dejándonos a mis hermanas y a mí con ese desconocido de franca sonrisa que nos contaba sobre maravillosos viajes, extrañas gentes y lugares que había conocido. Esa noche me llevó a ver un partido de fútbol al estadio y después de dormir con él a la pensión donde se hospedaba. No pude pegar los ojos en toda la noche pensando en lo extraño de la situación. Tantas veces que había soñado con ese encuentro y ahora que se presentaba, que se había materializado, era más bien una pesadilla que quería acabar de una vez por todas. A los doce años no se le puede decir a un padre que no importa, que comprendo, que tuvo sus razones y el derecho de vivir su propia vida lo mejor que pudiera. No se le puede recriminar, porque ni siquiera conocemos el significado de la palabra. Me dijo que me quería, que siempre me había extrañado y esas cosas que un padre puede decir a un hijo en tales circunstancias. Yo no sé si respondí algo, pedro noté que la sonrisa se había helado en su rostro, dando lugar a una mueca que me dio mucho miedo. Cuando me llevó a mi casa la mañana siguiente, mi padre se tronaba los dedos de angustia por algo que él le decía. Respondía únicamente es cosa de él, yo no puedo decidir, preguntale, y se miraban. Desde mi docena de años de estatura respondí que no. El se encogió de hombros con una sonrisa y se fue, despidiéndose con un beso esta vez.
seis
LLEGA UN MOMENTO EN la vida que, de repente, estamos listos para encontrarnos a nosotros mismos. Las palabras son huecas y no lo suficientemente útiles para llevarnos renglón a página a libro a compendio al lugar donde quisiéramos estar si no estuviéramos aquí. La acción que sigue al pensamiento se nos parece como en aquellos sueños que nos impiden movernos naturalmente con la celeridad necesaria para ir y venir o, por el contrario, nos permiten caminar en nubes y volar sin alas y sin peso. Tal vez no diría esto porque si escribo digo a no ser por una serie de acontecimientos que me parecen importantes no por extraños o poco comunes sino por cotidianos y vulgares. Y sin lugar a dudas no lo escribiría sin estar seguro de que ese acto largamente meditado va a conducirme con precisión milimétrica a la posición nada envidiable del fracaso.
Dicen que nací a media semana, un miércoles a medio día. El segundo de tres que fuimos. Cuando hablamos de antes y después, de arriba y abajo, de un lado y del otro, generalmente nos colocamos hoy, en medio, al centro. Y desde esa posición difícilmente se llega a protagonista. El mayor hace y deshace, el menor crea y recrea. El de en medio vive a la sombra de uno y de otro. Un emparedado de pasiones y de conjunciones. Ni grande ni pequeño. Ni frío ni caliente. Segundo siempre en la línea de sucesión. Muy pequeño para participar en las actividades del mayor y muy grande para poder disfrutar de las cosas del pequeño.
Mientras escribo y digo, allá afuera se gesta una revolución, se comete un magnicidio, se promueven cambios, se vive y se muere. A nadie parece importarle realmente la suerte del mayor o menor. Cuando hablan de uno y de otro, las opiniones se dividen abismalmente para celebrar o criticar las conductas. Cuando escucho con el oído izquierdo lo de mi hermano grande y con el derecho lo del otro mi centro nervioso, mi cerebro crece y se atomata es decir, se pone rojo, blando, jugoso para que, al final, dos titanes increíbles llenen el ámbito de mis sueños y realidades aplastándome como a cucaracha.
EN LA PÁGINA 346 de la recién editada Historia de la Literatura Nacional, aparece una cita atribuida al Poeta. Dice el Poeta, refiriéndose a un autor de moda, que el momento culminante de la historia, donde se funde y confunde la vida del personaje con la propia del que escribe, donde la voz del narrador está en primera y tercera persona a la vez, donde coinciden artificiosamente características psicológicas y físicas, es ni más ni menos la metáfora de la vida misma. Todo lo que gira alrededor de la metáfora, se sustenta en las bases de la experiencia propia vivencia del escritor y en la actitud de la dualidad personaje/autor frente a los acontecimientos que se narran. Parece ser que a lo largo y ancho de la experiencia, la metáfora se transforma en parábola y cuestiona paradójicamente a la verdad expresada en ese intento de creación primigenia que se niega, al final, en el acto de la revaloración de la anécdota. Están por un lado, entonces, las historias que se cuentan a partir de un hecho real determinado y las que, por el otro, conducen irremediablemente al momento álgido, al clímax y a la resolución. El autor que nos ocupa en este estudio, parte de la anécdota inventada a raíz de un hecho concreto. Reinventa, por consiguiente, y replantea el hecho. Esto lo hace muy bien García Márquez y los que como él manejan la simbología audiovisual, los códigos de comunicación a nivel masivo, la siempreviva filosofía popular elevada a la máxima potencia. El hecho, según esta fórmula, pasa a segundo plano. La acción se desarrolla a partir de la no acción. El diálogo, del silencio. La descripción de la nada. El momento culminante llega o demasiado pronto o demasiado tarde. Hay sensación de distanciamiento, de alegoría, de anticlímax. Pero el manejo del lenguaje, descarnado a veces, despiadado otras, ingenioso siempre y reiterativo en el leit motiv, nos arrastra hacia una espiral, un embudo, un callejón, un vórtice apasionante de imágenes, de estampas, de iconos, que magnifican el episodio por reacción contraria. Los opuestos se manejan desde todos los ángulos y combinaciones. Los adjetivos son escupidos, esculpidos en frases de un alto contenido onírico. Hay quienes duermen y sueñan. Quienes sueñan que duermen. Y también los hay que sueñan despiertos que duermen. Dentro de ese marco de situaciones, de posibilidades, el que habla, por ejemplo, dice algo referente al sueño; pero lo dice desde la angustiosa perspectiva de una pesadilla. No es fácil la lectura de este autor. Para conocerlo, para comprenderlo, hay que desnudarse primero. Hacer a un lado las vestiduras de lugares comunes y frases prefabricadas. Después, tener la capacidad de leer entre líneas, de pescar las cosas al vuelo y, finalmente, los hígados suficientes para no vomitar. El lector, definitivamente, se encuentra frente a un reto.
En la siguiente página 347 de la mencionada obra, hay otra cita que subraya la pasmosa capacidad de recordar lo que todos han olvidado. Se complace en hurgar dentro de una herida que él mismo ha ocasionado, para luego saltar a otro tema, otro ámbito sin transición alguna, sin primeros auxilios, sin importarle siquiera. Esa manera de atacar sin previo aviso, de golpear donde de veras duele y retirarse después como si no hubiera pasado nada, le valió la cárcel, el destierro, la confiscación de sus publicaciones y escritos. Durante años fue letra prohibida, impublicada, no permitida en los tratados de importación. Sin embargo, a la manera de los copistas antiguos en los monasterios, algunos se dieron a la tarea de fotocopiar y pasar de mano en mano su obra, de estudiarla en su texto y contexto, arrancándola del estado de letra muerta. Gracias a esos hombres y mujeres, a su dedicación y esfuerzo, tenemos hoy la capacidad de poder recordar lo que la mayoría creyó olvidado, perdido para siempre. Nos dio una conciencia. Nos llevó de la mano a través de pasajes oscuros y arenas movedizas. Nos indicó el camino de los pasos perdidos, de las huellas profundamente impresas en la roca, del sendero cubierto totalmente por la jungla. Hurgó, sí, en nuestra carne lacerada por el látigo y la ignominia, en nuestros huesos fracturados por la culata del arma homicida.
Toda historia posee la cualidad o defecto, según la posición del auditorio, de ofrecer una versión particular de los acontecimientos que fueron determinantes en ese momento dado. En lo personal, cualquier hallazgo relacionado con el Poeta, venga de la fuente que venga, me permite complementar, comparar, compartir conocimientos y experiencias. Las fechas, lugares, nombres y esas cosas que aisladamente son tan rígidas y frías, proporcional al biógrafo la materia prima sobre la que ha de fundamentar el andamiaje de la historia. En la parte dedicada al Poeta, la Historia de la Literatura Nacional le pone un marbete de dudosa reputación. Lo llama un artista fuera de serie, fuera de tiempo, fuera de realidad. Fuera de serie, porque su obra es única en el ámbito. Su temática trasciende las fronteras, pero se estrella contra la idiosincrasia de su pueblo. Un pueblo analfabeto que no sabe reconocer su voz y prefiere entregarse indolentemente al cine, la televisión y las revistas extranjeras y extranjerizantes. Fuera de tiempo, porque camina varios pasos delante de los demás. Cuando él corre, otros gatean. Cuando él habla, otros balbucean apenas. Cuando él escribe otros empiezan a conocer la o por lo redondo. Fuera de realidad, porque la educación y el arte son artículos de lujo en una sociedad que se debate entre el dogma y el hambre. El Poeta es parte del sistema que combate. No podría ser de otra manera. Aún si se hubieran dado las condiciones para un cambio, él habría seguido siendo el mismo. El artista trasciende el ámbito político y social, promueve la revolución y lucha contra el establishment. Su voz, su palabra es un aguijón en el centro nervioso, en el trasero de ese organismo putrefacto que se nutre, precisamente, de la sangre del pueblo. El Poeta es, en resumen, un iluminado y un fanático.
En esa misma publicación se le atribuye un escrito que a todas luces no corresponde a su visión cosmogónica del mundo que le rodea. Sostiene que a partir de la creación, todo gira alrededor del ciclo menstrual (?)al igual que usted, tuve que leer nuevamente para ver si no me había equivocado, pero no, del ciclo menstrual de 28 días. Veamos por qué. La reproducción juega un papel importante para la especie. De la fertilidad depende la continuidad de la misma. Si la creación tuvo lugar en 7 días y 28 es múltiplo de 7, vemos la relación natural que existe entre el acto divino y el profano del acoplamiento. La reproducción se da de acuerdo al ciclo reproductivo y la relación natural que existe entre ese acto y el acto de la creación literaria salta a la vista. El escritor, de alguna manera, ovula cada 28 días y se acopla con el universo. Allí se lleva a cabo la concepción. Allí queda preñado y da a luz. Si nace una obra maestra o un engendro, depende de otros factores ajenos totalmente al hecho creativo en sí. De eso hablaremos más adelante. Y más adelante afirma estoy convencido que el genio y el ingenio son la misma cosa. El genio es un don divino, insuflado en el momento de la creación. Algunos lo llaman alma o espíritu. El ingenio es el genio más la malicia, ese componente que hace posible sacar agua de las piedras o beber té de una taza vacía, si se comprende a donde quiero llegar.
Toda historia oficial tiene algo en común. Está escrita por el vencedor, por el poderoso de turno, por el que tiene la sartén por el mango y el mango también. Toda historia autorizada es complaciente y poco confiable en su objetividad. Eso no quiere decir, por supuesto, que la historia no autorizada, la escrita por el perdedor, por el oprimido, por quien no tiene petate en que caerse muerto, carezca de valores y consistencia. Es, simplemente, que todo aparato burocrático de la producción está al servicio del sistema y entrar al sistema es como pretender irrumpir impunemente en las bóvedas del tesoro sin el gafete de identificación respectivo.
Creí que esta Historia de la Literatura Nacional iba a darme un asidero para conocer mejor al hombre y al artista. Pero me equivoqué. Solamente me ha dejado una sensación de vacío en el estómago.
LOS DOMINGOS SON DÍAS que tradicionalmente se dedican al culto, a la recreación y al descanso. En ese orden, según mi abuela. Desde muy temprano había preparativos para ir a misa. El recorrido de cinco cuadras sobre la doce avenida sur se hacía s pie hasta la iglesia de Santo Domingo y el servicio religioso duraba una hora entre las ocho y las nueve. Previa confesión de los pecados el día anterior, se comulgaba durante la elevación y la frágil hostia, por el ritual ayuno, azuzaba más el apetito que era saciado con un frugal desayuno. Se nos daba una moneda y a la función matinal de cine. Después del almuerzo, a la una la campanilla anunciaba puntualmente las horas de comida, se dormía la obligada siesta y después a volar barrilete, a comer helados o a pasear al lago, según el clima imperante y el humor de los mayores.
La rutina del domingo se rompía en muy raras ocasiones. Recuerdo particularmente una, cuando se me anunció la llegada de mi primo Henry. Mi primo Henry el piloto, hijo de mi tía Marta quien se casara con gringo y vivía desde entonces en California. Mi primo Henry, el de la fotografía con su azul uniforme de la Fuerza Aérea y que sonreía a la manera de los actores de Hollywood. Mi primo Henry, en fin, quien era capaz de sentarse a los controles de esos enormes aviones caza a reacción y de volar tan alto como quisiera.
Mi amigo David estaba tan excitado como yo. Lo vimos descender del auto, trasponer el portón, cruzar el zaguán, caminar por el corredor y meterse en un flanco derecho perfecto en el comedor. El comedor era el lugar habitual donde se llevaban a cabo las tertulias y se recibía a las visitas importantes. Orientado de norte a sur, hacía posible que el atardecer se metiera por entre los vidrios de colores de las ventanas que formaban un arco iridiscente. El verdor, los agresivos y delicados tonos de las flores, el murmullo del agua en la fuente; uno era capaz de escuchar cuando las burbujas explotaban en la superficie del agua, cuando los peces abrían la boca para atrapar insectos sobre los lotos, cuando un colibrí con rápido batir de alas succionaba insaciable el néctar de las flores, cuando una oruga perforaba la rugosa superficie de su hoja favorita. Y los invitados, ajenos a la batalla por la supervivencia que se debí estar librando en esa pequeña jungla, perdían la vista en la maravilla vegetal de ese jardín, fascinados por la exuberancia de olores y colores, por la riqueza de formas y contrastes.
Mi primo Henry resultó ser más bajo de estatura de lo que había imaginado. Después me enteré que no había logrado superar las pruebas de la academia militar de aviación al carecer de la suficiente longitud de extremidades inferiores para maniobrar los pedales de las naves de propulsión a chorro. Eso explicaba el hecho de no verlo con uniforme. Y sin uniforme mi primo Henry parecía cualquier cosa menos un piloto de combate. David y yo fuimos a medirnos de inmediato. Hicimos los cálculos de estatura de acuerdo a edad, auxiliados con una tabla de medidas/peso, y llegamos a la feliz conclusión que, al menos, no tendríamos igual problema. Lo importante era llegar allá, y aunque los preparativos prosperaban, todavía no habíamos resuelto el medio de transporte que usaríamos. Una posibilidad era comprarle al carbonero una de sus bestias para llegar a lomo hasta la frontera con México, por lo menos. Ya estábamos en tratos secretos con él, pero el precio todavía nos parecía inalcanzable. Era cuestión de tiempo, de afinar los detalles y conseguir el dinero.
En cuanto a esto último, don David era la única fuente posible que teníamos a la vista. Su abultada billetera y repleta caja registradora de la carnicería nos coqueteaban insinuantes, pero ahora no se trataba de dar el cajonazo para hacerse de unos cuantos billetes e ir a comer algo o al cine. Esta vez necesitábamos mucho más para poder cruzar el territorio mejicano y llegar a la Base Edwards, en Texas, nuestro destino. Los frecuentes apropiamientos del dinero de don David apenas nos habían procurado lo suficiente para comprar una mula. Se hacía necesario un plan para el golpe.
Mi primo Henry se fue una semana después. Yo aproveché el tiempo con él informándome con todo lo relacionado con la base, tipos de avión, equipos de supervivencia. Mis notas crecían, mis mapas y planos eran calcados del Atlas de la biblioteca, los billetes que día a día eran sustraídos de las arcas de don David se apilaban en lugar secreto. Mientras tanto aparentábamos una tranquilidad que estábamos muy lejos de sentir ante la inminencia del viaje. Había llegado el momento de escribir nuestras cartas de despedida y de volar, con el viento, rumbo a la aventura, a la consecución de nuestros sueños, a la cita con el destino.
Hubo reunión de familias. Se nos señalaba con el dedo. Se nos gritaba a la menor provocación. Don David se metía la mano en la bolsa del pantalón, tal vez para comprobar nuevamente si su billetera seguía allí. Mi mamá se rascaba la cabeza y repetía algo así como ¿cómo es posible? Mi hermana estaba correctamente sentada en el enorme sillón con la expresión de a mí no me echen la culpa de nada. Nuestros archivos fueron violados, nuestras notas y mapas manoseados, se le mentaba la madre al carbonero por aprovechado e hijo de la gran. Pero el dinero seguía intocado. Se nos amenazaba con la correccional de menores, con la furia divina de Jehová, con castigos diversos. Se nos ofrecía el perdón, un viaje con todo pagado para cuando creciéramos. Y nada. No nos sacaban una palabra sobre el escondite del tesoro. De pronto, mi hermana se levantó y caminó directamente hacia el jardín. Todos la mirábamos sin decir una palabra. David y yo quedamos petrificados, no sabiendo qué hacer o dónde meternos. Y ella, inmutable, señaló con su regordete dedo la maceta roja. Don David fue el primero en llegar y con sus manazas la levantó, examinándola. La puso nuevamente en el suelo. Nos miró. Se pasó la lengua por los labios resecos y tomando la planta por el talló la arrancó. La tierra compacta entre las raíces salió con la forma de la maceta. Allí estaba, en el fondo, envuelto cuidadosamente con plástico, el dinero. Así, la USAF perdía a dos de sus mejores pilotos en el cumplimiento del deber.
¿QUÉ HORA ES?, PREGUNTA angustiada la señora de la telenovela de las cinco.
Nadie responde. El silencio es apenas quebrado por la rítmica respiración del maestro Zorrilla que suda copiosamente, ejecutando extraños movimientos con brazos y piernas, girando, saltando con una agilidad insospechada en alguien de su talla y peso. Miro mi reloj. Son las tres y cuarto.
¡Ponerse a hacer ejercicio en estas circunstancias!, protesta la señora!
Las mesas han sido corridas hacia las paredes para hacer espacio. El cuerpo del bolito permanece en el mismo lugar donde cayera, obstruyendo porción del área donde Zorrilla ejecuta su rutina. Todos contenemos la respiración cuando el maestro, con un empuje asesino y un alarido escalofriante, salta sobre el inerte miembro de la autoridad sin tocarlo siquiera.
¡Oneigashimasu!, con una reverencia finaliza el maestro.
¡Salud!, le dice solícita la colegiala.
¿Qué es eso que estaba haciendo?, le pregunta la dueña del negocio. Por un momento sentí miedo de que aplastara al infeliz ese, por el bolito.
No fue estornudo, le dice a la joven. Se trata de una kata, le responde a la dueña. En cuanto a lo otro, señala al bolito, cada movimiento está fríamente calculado.
El cerco se cierra y será cuestión de horas acabar con los delincuentes subversivos, decía el escueto comunicado del ejército. El circo tal abre sus puertas a niños y grandes por igual, seguía un anuncio. Y luego una telenovela y así.
¿Qué hora es, por el amor de Dios?, ruega la señora. Que no quiero perderme el capítulo final de Doña Estrella.
Cuando apagué el televisor, pienso, me quedé meditando en lo hermoso que sería vivir en un mundo pleno de armonía, donde se siguiera al pie de la letra el ejemplo de la naturaleza.
¿Kata?, es el licenciado. ¿Son esos bailes de los artistas marciales?
Dondequiera que el hombre pone su huella, la tierra se contamina, dice el Capitán Tuga, siguiendo el hilo de mi monólogo interior sin saberlo. El agua se ensucia y los bosques y montañas son liquidados. Dondequiera que el hombre se establece, hay basura, ruido, plagas, promiscuidad, vicios, desequilibrio. La naturaleza del ser humano parece estar reñida con la naturaleza misma y la lucha por la supervivencia de las especies adquiere dimensiones apocalípticas en manos del hombre. Lo irracional predomina entonces en el raciocinio y lo indiscriminado, lo furtivo, lo casual se transforma en selectivo y letal.
La colegiala se encarga de dar masaje en la espalda al maestro, quien montado en horcajadas sobre una silla, trata de relajar los músculos.
Lo siento, señora, digo, pero mi reloj se paró a las tres y cuarto. ¿Alguien tiene hora?
Tranquilo, mi amor, que se le está enchinando toda la piel del cuello, y se lo muerde juguetonamente.
¡Cuidado, niña, que el cuello es mi talón de Aquiles!, le dice en tono de advertencia.
Llega el momento de poner las cosas en su lugar, es mi acompañante, como dicen los políticos. Y de volver a la naturaleza, como proclaman los religiosos. Es curioso observar que todo queda a nivel de lo discursivo, de propaganda, sin que se tomen las medidas proteccionistas de acción efectiva. La preocupación está centrada en las esferas interiores evolutivas donde la carrera armamentista, la dominación, la enajenación ocupan lugares prioritarios.
Es allí, precisamente, donde la comunicación masiva ocupa un lugar importante, interviene el licenciado. Y la televisión coadyuva a que esa labor de piel de zapa sea efectiva en sus procedimientos y finalidades.
Esta mañana, decía el comunicado, fue encontrado el cuerpo sin vida del Poeta. Le habían cortado las manos. En seguida, un anuncio del gobierno que empezaba con una cancioncita de mano a mano en la lucha por la democracia. Después de eso una homilía dominical del Arzobispo Metropolitano que aconsejaba que no sepa tu mano derecha lo que hace la izquierda. Y por si quedara alguna duda en el orden de ideas, un programa infantil basado en juegos de manos son de villa nos. Los ejemplos de este tipo de manipulación se dan con frecuencia modulada. Nada se deja al azar. Lo subliminal ha pasado a segundo plano y se usan y abusan procedimientos de un descarnado prosaísmo.
Se trata de una serie de movimientos, explica el maestro Zorrilla, para ser repetidos una y otra vez. Eso es kata. Los grandes maestros las crearon y son producto de sus experiencias personales en el campo de batalla. Cuando una técnica no funcionaba, el maestro era mal herido o moría. El discípulo, entonces, ocupaba su lugar y hacía las modificaciones necesarias. Este, a su vez, las probaba en combate y si sobrevivía, la técnica era registrada como efectiva.
La forma indiscriminada en que se manosean los conceptos y el mal uso de los vocablos contribuyen al caos. Una locutora de telenoticiero, por ejemplo, refiriéndose a la quema de la Embajada de España, dice que todo fue consumado por las llamas. Un comentarista apunta que las fuerzas de seguridad actuaron precipitadamente en Santiago Atitlán, a causa del nervio imperante. Un ministro de estado aclara, refiriéndose a once cadáveres con el tiro de, que por gracia de Dios la fatalidad no llegó a mayores consecuciones.
No se preocupe, doñita, todas acaban igual, consuela la dueña a la señora de la telenovela de las cinco. Yo, la última que vi me pareció igual a la antepenúltima que vi.
El candidato presidencial se promociona con la promesa de un rostro nuevo e inteligente, y el spot se basa en tomas en primer plano de su rostro en diferentes actividades y actitudes. Está vendiendo confiabilidad y carisma. Casi sin transición, el siguiente corte muestra el rostro de un conocido terrorista internacional, buscado por la Interpol en todo el mundo. ¿Coincidencia? ¿Casualidad? ¿O un plan orquestado para liquidar la imagen del candidato?
La moda actual, es el licenciado, se basa en el concepto de la no molda, y la apariencia es de un descuida casual. Perro para que estos hombres y mujeres se vena descuidadamente casuales deben pasar horas con el peluquero, el cosmetólogo y dedicar especial atención a las prendas de vestir que usarán. El efecto final se logra. La muchacha se mira como si acabara de salir de la ducha, con el cabello húmedo, y que se puso encima lo primero que encontró. El joven, como si jamás se peinara, afeitara o usara desodorante.
¿Oíste eso, vos?, dice una mesera a la otra. Como si una tuviera tiempo de tanta miquería.
Pero, Martita, dice la otra, él se refiere a la gente que no trabaja, pues.
Detrás del aparato de la producción televisiva ocurre lo mismo, soy yo muy a pesar mío. Cuando el artículo llega al consumidor, prosigo, ya ha sido probado y la programación cuidadosamente pautada. Nada, entonces, es producto de la casualidad en este mundo.
Los depredadores copan la existencia, es el Capitán Thor Tuga, acercándose con el gran libro en la mano. Agotan los recursos naturales, contaminan el ambiente, exterminan las especies, redactan las leyes, imparten justicia, dirigen los destinos del pueblo.
La palabra pueblo, los gritos y balazos retumban en el negocio. El acre humillo se filtra por la rendija. Las luces parpadean, apagándose un instante para encenderse después. Mi acompañante enciende un cigarrillo.
Se me ocurre algo, es Zorrilla. Si hemos de permanecer aquí por tiempo indefinido, por qué no ocuparnos de algo interesante.
La colegiala ríe nerviosamente. La señora de la telenovela de las cinco se persigna repitiendo santo-santo-santo, no otra vez. El licenciado mueve la cabeza negativamente. La dueña estira la cara y las meseras cuchichean.
¡Vamos, n o es lo que todos están pensando! Hay más tiempo que vida. Les doy la oportunidad de aprender los fundamentos del karate, judo, aikido.
¿Ahora, mi amor?
Ahora. De pie todos. Vamos a empezar con una técnica especial para ser ejecutada por el sexo femenino.
cinco
ESTA ES LA PIEDRA, dijo el abuelo, que marca el punto donde se unen los tres países. El peñón se levanta imponente frente a nosotros, sobre los cuatro puntos cardinales, sobre las cuatro esquinas de colores de la tierra que nuestros antiguos consignaron en los papeles del pueblo, el Popol Vuh. Fiel atalaya de valles y montañas, limitando políticamente tres naciones hermanas con una misma historia, un mismo destino. Se llama Caja de Agua, agregó, explicándome que por sus vertientes el agua de lluvia se desliza para regar la tierra que la sustenta. Que para los naturales del lugar posee cualidades mágicas. Que para los estrategas militares es el punto que deberá tomarse para obtener el control absoluto de la zona. Que para los alpinistas es un reto por sus perfiles cortados casi a plomo. Lo veo en la distancia y me prometo descubrir sus secretos en la primera oportunidad. Es tierra de nadie, concluye mi abuelo y da media vuelta, apoyado en su nudoso bastón.
Las tropas invasoras pasaron la raya con devastador empuje. Tanquetas y camiones hollando el sendero de herradura, aplastando plantaciones, vadeando el río. Los pacíficos moradores fueron sorprendidos en su lecho, el alba joven, sin comprender de momento lo que pasaba. La escasa guarnición del pueblo se desperezaba apenas con el toque de diana del corneta que desafinó sin transición en a la carga, cuando se tuvo noticia del ataque. La gente trataba de ponerse a salvo precipitadamente, con sus hijos y pocas pertenencias bajo el brazo. Corrían hacia el campo de aviación, se ocultaban entre las tumbas y mausoleos del cementerio, cruzaban las vegas en busca del monte. Las tropas avanzaban con empuje arrollador. Los defensores, en escaso número y desorganizados, se ponían a salvo sin dar casi resistencia. En pocos minutos el pueblo estaba rodeado por los invasores y empezaba la muerte y el pillaje.
La gente del campo nos brinda siempre una perspectiva diferente de las cosas. Su comportamiento es congruente y racional con la naturaleza. Su mística acerca de la vida y de la muerte es armónica con el todo universal. Mi abuelo jamás quiso incorporarse a la civilización. Prefería sacar agua del pozo, alumbrarse con velas, dormir en esteras de paja. Lo único que desentonaba en el ámbito era el pequeño aparato radiorreceptor de transistores.
Jamás viajó a Europa mi abuelo, o a los Estados Unidos, pero estaba al corriente de los sucesos del mundo. Radio Habana Cuba, The Voice of America, XEW de México, la BBC de Londres, Radio Moscú y noticieros de otros países en castellano, le proporcionaban un muy amplio panorama de los principales acontecimientos políticos y culturales del planeta. Era sorprendente su locuacidad cuando trataba temas relacionados con la conservación de las especies, con los satélites artificiales y los OVNI's, con la guerra fría, con la revolución de Castro, con leyendas de aparecidos, con Kennedy y Nikita; pero enmudecía de pronto con la sola mención de una planta generadora de electricidad, una cama con sommier, un vehículo rural con tracción en las cuatro ruedas, una estufa o refrigerador de gas, un baño con tina; y se ponía a ver con esos ojillos grises de gato en dirección a la iglesia. Siempre sé si viene un carro o camión y a qué distancia se encuentra de nosotros, decía; y, por cierto, rara vez fallaba en su apreciación. Las luces e los vehículos pegaban en la blanca fachada y según las sombras que se proyectaban, reconocía el recodo o pendiente u hondonada del camino en que éstos se encontraban.
Cuando las tropas invasoras pasaron la raya de regreso, los pocos pobladores salieron de sus escondrijos del cementerio, de los bosques, de la montaña. Las calles estaban repletas de basura, de moscas, de heces. Las puertas de las casas violentadas, rotas a culatazos. Las paredes caídas por el empuje de los tanques, por las granadas. La alcaldía quemada hasta los cimientos. La guarnición destrozada por os obuses de artillería y el fuego de aviación. La escuela convertida en morgue con sus hileras de cadáveres. Un día había bastado para convertirlo todo en un desastre.
Este es Palomo, me dijo el abuelo, señalando un pequeño caballo blanco. Ahora está viejo. Se lo presté a Castillo Armas y en él entró cabalgando a Esquipulas.
En toda civilización, en todo pueblo, el anciano goza de consideración y respeto. Cada arruga, cada cana, representa para los menores el resumen de su experiencia y sabiduría. Su palabra es respetada, su decisión es inapelable, su memoria es el patrimonio del pueblo. A él acuden jóvenes y viejos en busca de consejo. Viudas y vírgenes se acogen a su juicio. Cada diente que el anciano ha perdido es guardado en los anales del pueblo, asociado a algún hecho trascendente de su vida.
Es un punto estratégico, decía el abuelo, refiriéndose al Caja de Agua, y hacía tres rayas con forma de i griega en la tierra del patio con su bastón. Aquí, señalaba, hay mucha gente y poco espacio. Aquí hay cierto equilibrio, es verdad, pero el conflicto tendrá que darse a nivel regional. Yo ya no estaré aquí para verlo.
Y no estuvo para ver que su ganado era metido en camiones del ejército, arriado al otro lado de la frontera. Que las casas y comercios eran saqueados. Que jóvenes y viejos eran asesinados, mujeres y niñas violadas, animales sacrificados. Que en la ONU, en la OEA, en muchas organizaciones internacionales de derechos humanos, el Caja de Agua no era más que un pequeño punto en el mapa del tamaño de una cagada de mosca, traspasado por un alfiler de cabeza roja.
ESCRIBÍA POEMAS PARA NIÑOS o adultos 3. Siete palabras bastan para definir al Poeta. Alrededor de ellas se van armando polémicas para llenar sobradamente siete volúmenes. Si hemos de convenir que nada es producto de la casualidad, este número cabalístico es capaz, por sí solo, de generar material para otros tantos tratados. Seria prolijo enumerar las bondades o fatalidades atribuidas al siete, pero no está de más recapitular sobre algunos aspectos significativos. Cuatro son los eleven tos de la tierra. Tres forman la trinidad. Cuerpo y espíritu. El siete se encuentra repetido con mayor frecuencia de lo que imaginamos. Los colores del arcoiris, las fases de la luna que son cuatro, pero tardan 28 días en completarse, una cada siete días. La menstruación múltiplo de siete como quedó apuntado antes en alguna parte de este estudio, el sietemesino que nace alrededor de las 28 semanas de gestación. Hay armonía y equilibrio en ese número. Las notas musicales, las maravillas del mundo, los huesos que conforman el tarso, los sabios de Grecia, las colinas de Roma, los pecados capitales, los días de la semana, las palabras de Cristo en la cruz, los siete mares. Hay fantasía: Blanca Nieves y los siete enanos, el sastrecillo valiente que mata siete de un golpe, Pulgarcito y el siete leguas. En la sabiduría popular: Siete oficios, siete necesidades; siete años de mala suerte, la picazón del séptimo año. En la representación del pecado, con los nombres de siete letras: Mefisto, Satanás, Lucifer, Demonio, Cachudo, Culebra, manzana, paraíso. En los juegos y artificios: El siete en los dados, el siete veces lo diré, el siete de oros en la baraja. Y en una miscelánea de cosas y eventos: Los siete sellos, domingo siete, siete mujeres para cada hombre, siete caras iguales en el mundo, siete por ciento de impuesto, los siete pelos del diablo.
Escribía poemas para niños o adultos 3, según se vea. Parece que la fuerza del Poeta radica, precisamente, en una visión renovadora de conceptos añejos y caducos. De esa manera la división que tradicionalmente se hace de la literatura infantil y de la literatura para adultos, no existe en la producción del Poeta. No en el estricto sentido de la palabra.
Patria, tierra, nación, país, cuna, territorio
nuestro.
Tierra, mundo, comarca, región, suelo, terreno.
Nación, estado, pueblo, dominio.
País, terruño, nido.
Territorio, término, paraje, lugar
nuestro.
Libertad, independencia, rescate.
osadía, franqueza, privilegio, autonomía
de otros.
Y así hasta llegar a la médula. La médula del asunto, quiero decir; de esa dualidad única que hace posible crear una literatura sin edad, una literatura no complaciente, pero no por eso menos dedicada al hombre y a su esencia. La literatura para niños se concibe en un marco de enseñanza de lo malo que no debe hacerse, haciendo todo lo posible porque la maldad se desarrolle hasta las últimas consecuencias. Es como si pretendiéramos que alguien deje de fumar viendo los pulmones cancerosos de un cadáver. El fumador jamás asociará esa masa purulenta e informe con sus propios pulmones. Es más, lo grotesco del ejemplo lo pondrá en guardia y su subconsciente creará una barrera a prueba de esas imágenes. La pretensión moralizante de la literatura infantil aunque aquí me corro el riesgo de crear polémica al respecto, porque no es lo mismo literatura infantil que literatura para niños apela a contenidos similares a los de la publicidad, donde los valores estéticos se anteponen a los éticos. El Poeta se rebela, de entrada, contra el establishment y crea a partir de la premisa: El niño está contacto permanente con la realidad de su hogar, la calle, la escuela; los medios de comunicación ponen a su alcance los temas e imágenes para todo público; su propia búsqueda lo lleva al descubrimiento del mundo y las cosas que le rodean, de primera mano, sin abstracciones, sin imposiciones, sin deformaciones.
EL SUEÑO QUE DE niños tuvimos con David, se concretó de alguna manera en él. Cuando su papá se vio obligado a enviarlo a los Estados Unidos, después de vender carnicerías y propiedades, toda la familia emigró incluyendo al cuñado el de las cartas. Nos escribimos algunas, pero paulatinamente la comunicación fue haciéndose más espaciada. Hasta que cesó por completo.
Durante algunos años no supe nada de mi amigo, hasta una vez que me topé con Hilda, su hermana, en pleno centro de la ciudad. Hilda era una hermosa mujer del tipo de la Loren y no con menos atributos que ella. Parecía salida de un filme de Visconti y ese lunar al lado de la boca incitaba, provocaba al beso. La besé una vez medio en serio medio en broma con motivo de la canción mejicana que dice ese lunar que tienes cielito lindo junto a la boca no se lo des a nadie cielito lindo que a mí me toca. Nada en serio, por supuesto. Como hermana de mi amigo era impensable bueno, no tanto, era como faltar a la confianza, ¡qué sé yo! Lo cierto es que cuando la vi lo primero que vino a la conversación fue David y de David hablamos mientras recorríamos la zona 8 en busca de una dirección a la que ella iba a dar.
Lo que Hilda me dijo entonces, David me o confirmó después. Pero esa vez en la zona 8, la dirección parecía no existir. Estábamos vuelta y vuelta y, sin darnos cuenta el subconsciente actúa de manera extraña, desembocamos a un edificio con varias entradas para auto y sin pensarlo mucho estacionábamos en el número 10. Hilda y yo nos miramos. Me encogí de hombros, disculpándome. Ella sonrió, como diciendo qué le vamos a hacer. Yo cerré os ojos para poner en orden mis ideas y escuché su voz que decía será mejor entremos, ¿no? Asentí y lleno de júbilo la tomé de la mano y decidí que no importaba, que era la vida, que no era malo y toda esa serie de sandeces que uno se dice cuando quiere decirse lo contrario.
La habitación se veía confortable. La gigantesca cama de agua presidiendo el acto con un espejo colgando sobre ella. Un televisor encendido en un canal de circuito cerrado con videos XXX. No sé por qué no podía quitarme de la mente la imagen de Hilda niña con su uniforme azul y blanco del colegio evangélico, con David adolescente con el águila recién tatuada en su musculoso brazo, yo mismo dibujando un mapa con la ruta más corta para el norte. Ahora que la veía mujer, me parecía otra. El lunar seguía allí, junto a la boca. Su voz era la misma, pero había algo en su mirar, en su forma de moverse, en su manera de quitarse la ropa, que me desconcertaba. Penetrar a una mujer es un acto de agresión en cierto modo, aunque no se haga uso de la violencia. El macho se manifiesta y reafirma su poder en ese acoplamiento; aunque pueda tratarse, según psicólogos, de un deseo subconsciente, de una regresión al útero materno. A mí todas esas pendejadas me tenían sin cuidado, pero penetrar a la hermana de mi mejor amigo me parecía algo impropio, sucio, fuera de lugar. Cuando se tiene un amigo, su familia se convierte también en nuestra. Al diablo, pensé, con todo eso. En mis sueños adolescentes Hilda fue el objeto de mi placer, y ante la idea de esa forma de incesto, mi deseo creció y terminé disfrutando plenamente ante la vista de nuestros cuerpos entrelazados y convulsos, reflejados en el espejo colgante del motel.
Fue sorprendente la facilidad con que encontramos la dirección después de eso. Ya no dijimos mucho y nos despedimos con la misma alegría que sentimos al vernos después de tantos años. No volvimos a encontrarnos, pero cada vez que pienso lo que le ocurrió a David en Vietnam, su herida se transforma en una vulva, una vagina y un lunar junto a.
cuatro
EL CALOR ES INSOPORTABLE. Hace un momento una de las meseras sufrió un terrible ataque de nervios. Gritaba y pataleaba y estrellaba su cabeza contra la cortina metálica. La intervención del maestro Zorrilla, tomándola del cuello y presionando la yugular, la envió a la lona como acostumbra decirse en el boxeo cuando alguien sufre un KO técnico, y ahora está plácidamente dormida sobre unas mesas. La visión de esa mujer que parece descansar el sueño de los justos sobre la loza de la morgue y del bolito que permanece inmóvil a poca distancia, con esa tenue iluminación de las velas, acrecienta mi inquietud. El licenciado conversa quedamente con la dueña de la cafetería y la otra empleada llora en silencio, sentada a los pies de su compañera. No alcanzo a distinguir a Zorrilla y a la colegiala en su retiro íntimo del otro lado del local. La señora de la telenovela de las cinco, con un movimiento involuntario de sus manos sobre el regazo, parece desgranar un irreal rosario de oraciones. El Capitán Tuga duerme. LO veo de perfil, el tronco recto, las piernas cruzadas a la manera oriental.
El tema de la libertad, esa manoseada metáfora, nunca dejará de tener actualidad, me dice mi acompañante con voz cansada y pausada. Se dice que se vuela libre como un ave, y el ave vuela para procurarse alimento, construir y proteger su nido, hacer largos viajes migratorios, cuidar su espacio vital, su territorio. Duerme con los ojos abiertos, siempre a la defensiva, siempre sintiéndose acechado, siempre pendiente de cualquier cambio atmosférico, cualquier movimiento extraño.
Afuera, en la calle, no se escucha sonido alguno. No me explico por qué ninguno de nosotros hace algo por salir de aquí.
Se dice que se quiere ser libre como el viento, prosigue mi acompañante. Y el viento queda atrapado en una rama, una pared, contra un objeto. Se le contiene en tambos, en globos; se le agita con un ventilador o con un simple soplido a las velitas del pastel de cumpleaños. Se le rasga con un sable en las ejecuciones, se le quema por fricción, se le rompe con la velocidad del sonido. Se dice que soplan vientos de libertad cuando rugen los tanques y carros de guerra, cuando vomitan metralla los cañones, cuando hay represión y muerte, cuando hay consignas y gritos, cuando las banderas ondean agitadas en sus astas.
Adentro, en la cafetería, se escuchan las risas de Zorrilla y la joven colegiala que, sin lugar a dudas, están dedicados a sus juegos amorosos. Son tal vez los únicos que no querrán salir de aquí.
Se dice que alguien es finalmente libre cuando muere, cuando ha dejado de sentir pasión, frío, hambre, dolor, miedo; cuando ha renunciado a esperar al amado, cuando ya no conoce la esperanza, cuando ya no importan las metas imposibles, las realizaciones impostergables, pasar sobre el cadáver de su madre para lograr un propósito; cuando el honor, la fidelidad, la integridad, la familia, la paz valen un pepino.
Mi acompañante sigue hablando casi sin inflexiones, casi sin voz. Estoy a punto de perder el interés cuando saca una vieja fotografía del bolsillo de su abrigo y me la muestra.
El Poeta fue libre porque no quiso ser ave ni viento. Fue bandera y consigna, sable y rugido. Para él la libertad se manifestaba primordialmente en la existencia misma. Se puede ser libre entre cadenas / prisionero de pasiones. En el momento supremo de su vida que suele, paradójicamente, coincidir con el de la muerte, fue libre para regar la tierra con su sangre, para ser alimento de rapiña, para ser separado de los vivos. Sus manos desprendidas volaron como temblorosas mariposas de colores, gráciles e ingrávidas. Se posaron tal vez en los muñones de Marcel Marceau para ayudarlo a crear esas maravillosas imágenes que no por inexistentes son menos reales, y no por menos reales una ilusión. Se detuvieron algún tiempo en la sonrisa las madonnas de Sanzio, da Vinci, Buonarotti, para transformar el sempiterno gesto virginal en el consiguiente de provocación y lascivia. Sus manos, lejos del gobierno de su cuerpo, de su mente, tomaron estropajos y solventes para borrar de los muros de las paredes de la ciudad las vergonzantes consignas libertarias, se armaron de brochas y pintura para ilustrar los códices con estampas de amor libre y de desmadre; revirtieron los valores fundamentales éticos y morales, propiciaron el extrañamiento y la confrontación, alentaron las bajas pasiones y el libertinaje. Esas manos-mariposas volaron a los confines del país de nunca jamás y se perdieron para siempre.
Miro la fotografía. En realidad no es tan vieja sino deteriorada. Apenas se distinguen los rasgos de un rostro de hombre que estoy seguro no conozco.
Si yo fuera el Poeta, dice mi acompañante como despertando de un sueño, si tuviera su voz y sus manos empezaría las historia de otro modo. Gozaría una niñez normal, con padre y madre y perro que me ladre, estudiaría en el Colegio Salesiano Don Bosco, me graduaría de bachiller con honores, entraría en la Universidad Católica y sería licenciado. Me casaría con la joven que me fuera prometida, tendría dos o tres lindos hijos, iría de vacaciones a Miami cada año y de tour a Europa y el lejano oriente. Abriría una cuenta en dólares y pagaría con tarjetas de crédito. Me compraría una casa en la Cañada y en Panajachel o en la Antigua. Mi esposa sería miembro directivo del Patronato de Bellas Artes y nuestro auto un Mercedes Benz 280. Pertenecería al Club de Leones y a la Cámara de Comercio e Industria invirtiendo en el negocio del café y los seguros de vida. Tendría avioneta privada, chofer y guardaespaldas. Mi querida sería una actriz o cantante de mediano éxito pero muy guapa y sostendría relaciones con mi secretaria. Me sometería a un chequeo anual en el Centro Médico o en Houston y sería fanático de la Liga Americana de béisbol. Iría cada cuatro años a las finales del Campeonato Mundial de Fútbol, haciendo porra con los fanáticos ingleses por bullangueros. Tendría una madurez plena y una vejez respetable y digna y confortable. Gozaría de una muerte pacífica en cámara de oxígeno, rodeado por amada esposa, hijos, nietos y demás deudos. En mi lápida se leería aquí descansa un hombre, esposo y padre ejemplar.
Si yo fuera el Poeta, le dije con una fuerza interior que desconocí, si no tuviera voz ni manos, proseguí, concluiría la historia de otro modo, sin adornos ni pretensiones, con la llanura de un cuento para la hora de acostarse, cuando el músculo duerme y la ambición descansa, donde la voz es arrullo y al mismo tiempo conciencia, en el lugar exacto donde termina la realidad y empieza el sueño, la vigilia, el despertar. El acto creador puso al Poeta en el filo de la espada, erguido en su desnudez de hombre pensante, vulnerable en su posición de decidor de cosas que a nadie gusta escuchar, blanco fácil en la mira del cállenle la boca a ese que ya se le está pasando la mano.
¿Cuál es la discusión, chicos?, es la voz de Zorrilla.
Déjelos, mi amor, y venga aquí a su nidito.
El Poeta fue un soñador, dije, acercando mis labios al oído de mi acompañante, porque aún sabiendo que el sol terminaría por derretir sus alas de cera, tentó al sol con un dedo y se quemó las manos. Tal vez por eso nunca aparecieron, tal vez se hicieron cenizas y nadie reparó en ello. Fue un místico, porque aún habiendo renunciado a la promesa de lo eterno, tocó a Dios con las manos sucias de tinta y Dios, en venganza, hizo que ángeles, arcángeles y querubines se las cortaran. Tal vez por eso nunca aparecieron, tal vez se volvieron libélulas y nadie se fijó en su vuelo. Fue un romántico, porque aún sabiendo que el amor es falacia y utopía, tomó a la mujer con ambas manos quemantes de pasión y deseo y la mujer, en el momento supremo del acto, se tragó enteras las manos del Poeta. Tal vez por eso nunca aparecieron. Tal vez eso explica que se viera a una mantis religiosa en el sitio baldío donde niño y perro encontraran el cuerpo mutilado.
¿Disculpen, me pueden decir dónde estoy?
La señora de la telenovela de las cinco pega un grito y se desmaya. El licenciado y la dueña de la cafetería se ponen de pie, pálidos como el papel. Frente a nosotros está el bolito, balanceándose como velero sin rumbo y sin marinero.
LA ABUELA TUVO OTRO acceso de asma. No ha podido levantarse en semanas de la sólida cama de cedro finamente labrada. Se encuentra entre los almohadones, no sentada, no acostada; en una posición aparentemente incómoda, pero no protesta por eso. Parece preferirla, incluso, porque la ayuda a respirar. El Aralén con su bombita de presión que rocía la garganta con un líquido refrescante que alivia de momento. Debe reposar, no moverse, necesita aire así que váyanse todos para afuera.
La ancianita de cuerpo pequeño y enjuto mira con sus pequeños ojos alrededor. Las puertas entornadas, las ventanas herméticamente cerradas, con batientes de oxidadas bisagras, en desuso. Esa habitación lleva meses en la penumbra. El aire viciado se podría cortar con un cuchillo, pero persiste la creencia de que un chiflón o la luz pueden liquidar al paciente. El sonido de vehículos con el escape abierto y bocinas que se filtran por las rendijas, se repiten en el eco de la semivacía habitación. Hace calor. Es abril.
La doce se encuentra como en sus mejores tiempos, llena de gente. Parece un 24 de diciembre, cuando en medio de la cohetería de la media noche, la familia se reúne a rezar al pie del nacimiento tradicional con inditos, ovejas, pastores, ríos de papel celofán azul y plateado, montes y valles de aserrín verde, el pino adornado con bricho, pelo de ángel, bombitas de colores, lucecitas que se encienden y apagan rítmicamente, hojas de pacaya, patas de gallo, sartas de olorosa manzanilla. Y el niño Dios es sacado de la bomba de cristal donde permanece todo el año para ser colocado en el pesebre entre el buey y la mula, con la solitaria virgen María que fuera concebida por obra y gracia del espíritu santo, idea reafirmada por la ausencia del santo carpintero, su esposo.
En el jardín, la pileta se ha secado. No más peces de colores azul, naranja, blanco, plata; de cola larga, aletas transparentes, ojos convexos y negros, fijos y estrábicos. No más branquias que se mueven rítmicamente, burbujas que explotan en la superficie con un ¡ploc! La frondosa bugambilia fue podada años atrás y solo queda su nervudo tallo seco y muerto. Un rosal sobrevive silvestre en el arriate árido y sediento. Las paredes han perdido cal y tono. El techo traquea y se duele de sus rojas tejas fracturadas. Las puertas con cristal biselado del corredor han sido arrancadas, destruidas, acabadas por la polilla y el tiempo. Los pisos se opacaron y las colas de quetzal que pendían de las vigas, a la orilla del jardín, han desaparecido, al igual que cientos de macetas de barro y cemento, de latas de manteca pintadas de gris y verde, de rojo y negro, con infinita variedad de plantas y flores. La pequeña salita inmediata al zaguán ha sido encerrada entre machihembre y plywood para dar cabida a un sillón hidráulico, de respaldo y brazos graduables, con soportes acolchados para la cabeza, y un tronco relleno de alambres y mecanismos que, en vez de copa como un árbol, ostenta el brazo articulado de un barreno, una lámpara circular y un plato para sostener instrumentos. Pequeña sala de tortura ahora, lo que fuera esa estancia de muebles de mimbre, mesa de madera ornamentada con plancha de mármol de Carrara, reloj de pared con péndulo y campana horaria que después fuera llevado al comedor, puerta doble con vidrios opacos, paredes cubiertas con gigantescos gobelinos, plafón de tela estampada y una lámpara colgante al centro, con ricos encajes y bolitas de cristal. Un motor gira a veinte mil revoluciones por minuto, la fresa hende el esmalte y el zumbido de aloja en la coronilla, adentro mismo de la cabeza.
En el segundo patio, los niños han sido concentrados y juegan vigilados por familiares que fuman, mastican chicle y cuentan chistes de todos los colores. La María corre de la cocina al corredor y del corredor a la cocina con bandejas repletas de bocadillos y humeante café.
Alguien prueba suavemente una octava en el piano.
Alguien reza en el corredor.
Alguien llora en un rincón de la doce.
LA DULCE PASIÓN DEL Poeta, bestseller subdesarrollado, agotó su primera edición en pocos meses. Algo insólito en nuestro medio, donde solo ocurre tal cosa con autores como Og Mandino y García Márquez. La cubierta del libro, realizada por Zipacná de León, mereció muchos elogios y no menos críticas por su audacia, presentando un par de manos que acababan de ser trasplantadas, con una técnica digna de Manolo Gallardo pictórica, no quirúrgica, impresionante por su realismo y significación. Los coautores del libro, un triunvirato formado por Mario Roberto Morales, Dante Liano y el Bolo Flores, se basan en un trabajo de los doctores Luz Méndez de la Vega y Mario Alberto Carrera titulado Luz y Sombras, una antología del Poeta, y rebasan las expectativas de la novela histórica para darnos un documento que, a mi juicio, se acerca a la no-comunicación del año 2000.
Pero vayamos por partes. La antología e Méndez y Carrera no solo contiene la producción del Poeta, sino un análisis semiológico y estilístico de su producción, con valiosos aportes neo-conservadores (hablaremos de eso más adelante), que revolucionan la literatura nacional. La Real Academia de la Lengua se manifestó al respecto apuntando que para que una revolución literaria tenga lugar deben existir dos condiciones: La primera, que se dé un sisma y la segunda, que se propongan cambios. Los autores de Luz y Sombras, una antología del Poetacontinúa la Real Academia, hacen gala de temeridad y producen la causa y no el efecto, anarquizando, desordenando, rompiendo el orden establecido. La propuesta de los estudiosos se plantea, según quien escribe, en un retorno entre el clasicismo y el romanticismo. Dice la Academia que los autores del estudio afirman que el Poeta canta a la manera de Virgilio y cuenta ala de Darío. Que nos lleva como Dante a las profundidades del averno y nos saca de allí a o de Neruda en su primera época. Concluyo yo, que el valor y el arrojo de estos profesionales es admirable. A ver si no les cuesta su Membresía de Número en la Academia.
Los coautores del libro me refiero ahora al bestseller se prenden, literalmente, del ala y se dejan llevar por las alturas sin paracaídas y sin red protectora; pero también sin miedo, gozosamente, sabedores de lo que tienen entre manos. Joyce, Proust, Miller, Cecil B. de Mille, Sylvester Stallone los apadrinan en este titánico y loable esfuerzo. Monteforte Toledo, en su introducción a la primera edición hard cover, nos pone en guardia contra lo que lama el reflejo distorsionado de un falso lobo con piel de oveja auténtica. Reconoce los méritos de la obra y recomienda romper los moldes cartesianos en aras de una nueva visión cosmogónica del Poeta. Una columnista política del diario opositor hizo una pausa entre entregas de agrio contenido acusatorio contra el gobierno constitucional, para decir que estaba como la chingada de que al Poeta se le mostrara como a un Rambo con caites y no como el delincuente subversivo que era. La respuesta no se hizo esperar y el semanario de oposición a la oposición analizó cuidadosamente la obra, calificando de imprudente y temeraria la acusación. Varias bombas incendiarias pusieron punto final a la polémica y el sobreviviente sigue atacando al gobierno, que para eso le pagan bajo mano.
Volviendo al libro que hoy nos ocupa, hay evidentes muestras de su paralelismo con obras anteriores de sus coautores. Mario Roberto Morales, con un estilo narrativo fascinante que, a partir de una novedosa estructura mezcla varios lenguajes, para entregarnos en toda su complejidad personajes que se mueven dentro de un universo profundamente humano y poético, nos lleva desde principio a fin por la cuerda floja de la que es tan difícil no caer. Hay un pasaje que ejemplifica la calidad y contenido. Pero antes que nada té tienes que adoptar una actitud serena frente a este asunto, Poeta. Contar esta historia no te será fácil porque su naturaleza es oscura y huidiza, aunque, si tú quieres, claro, eso puede determinar que el constante cambio de vista vaya acompañado por una nutrida variedad de trucos narrativos, tal y como los has hablado con ella cuando fumaban acostados en tu colchón sobre el suelo de tu departamento, esas veces que decidías mojar con tu saliva sus tetillas y luego soplabas suavecito mientras pasabas tu mano sobre su vientre. El suelo de tu departamento puede ser uno de tus lugares recurrentes a lo largo de la historia. Puedes situar la cámara justo en medio de ella y tú, y encuadrar tus libros, los tubos (?) que colgaban de la pared sostenidos por alambres a lo largo del muro derecho. (La cámara puede ir lamiendo en traveling y primer plano algunos títulos, hasta llegar al Kama Sutra, debajo del cual ella citó textualmente algo así: Los besos y los golpes deben ser devueltos por igual. Y te firmó: Poetutra )
Dante Liano es el encargado de cerrar con broche de oro la novela y lo hace con un lenguaje elaborado que presenta al Poeta inmerso en la soledad de la vida cotidiana. Hay gentes que, muy temprano en la mañana, soñolientas y tétricas, sienten que se les viene encima un ramalazo de angustia. Duélese su cabeza, en serio, formalmente, del día por delante. Y entonces piensan en pegarse un tiro. Esa noche, el Poeta soñó que sus amigos lo querían. Le daban la mano calurosamente, un beso en la mejilla, quién un abrazo. Y salió en sus sueños la gente que había muerto sin reconciliarse con él, que venía de la muerte a perdonarlo, a ponerle la mano segura sobre los hombros. Su padre, un severo mestizo, dejó de odiar, en ese sueño, a los gestos caseros que sobrelleva una familia y le pacificó el alma con una mano sobre la cabeza. Cuando despertó, era como si esa mano de bronce le hubiera lastimado los sesos y un dolor pesado le comenzó a morder detrás de la frente. Así que, antes de salir al frío de las seis de la mañana, a pelearse con la gente por un puesto en la camioneta, para terminar colgado de la puerta trasera, el Poeta abrió parsimoniosamente el frasco, vio delante de sí el desierto de ese día, el viento arenoso que azotaba los libros, el horizonte amargo de las estanterías de la biblioteca, plano e infinito, pensó que ya ninguna impiedad le era desconocida, luego de tantos funerales y flores y alaridos, oyó el eco de una imploración perderse retumbando en su cerebro, vio los colores indefinidos pero ya fuertes de la mañana; una pistola, una soga, un frasco de pastillas y una sonrisa le pasaron por la mente. Entonces, dejó caer una pastilla sobre la palma de la mano y con cierta dificultad se tragó la segura, redonda y blanca abdicación de una aspirina.
El Bolo Flores pone su parte medular en el grueso del relato, pero entraremos a analizar su contribución en nuestro próximo artículo. Hasta luego, amigos. Fernando Pintos.
JAMÁS SENTÍ MAYOR VERGÜENZA en mi vida que cierta mañana al recordar un sueño. Seguramente sueño con frecuencia, como todos, dice el licenciado, pero se me olvida de inmediato y apenas, con el paso de horas o de días, puedo recordar algunos pasajes.
El ambiente ha cambiado radicalmente en el interior de la cafetería. A pesar de que la cortina metálica sigue bajada y no hay energía eléctrica, a pesar de los disparos, gritos y gases lacrimógenos que se filtran de cuando en vez, los parroquianos se comportan con naturalidad, como si la cosa no fuera con ellos. Yo sigo contemplando la fotografía que me diera mi acompañante, frotándola con la yema de mis dedos índice y pulgar, midiendo su grosor, tratando de descifrar por el peso el misterio de ese rostro desconocido que quedó eternizado en un clic.
Envidio a las personas, sigue el licenciado aproximándose, que se te acercan y te dicen ayer tuve un sueño maravilloso, fíjate que y se lanzan a contarte una historia coherente y llena de detalles, con sorprendentes descripciones de lugares, colores, olores y todo tipo de sensaciones. Como si se tratara de la última película de Schwarzenegger. Encuentran significado en lo que suelen llamar la simbología onírica y son capaces de interpretarlos, haciendo del sueño que soñaran una especie de oráculo infalible.
Eso se ve mucho en la tele, se aventura la señora de las cinco. Solo que allí, los sueños se vuelven realidad.
Lo que recuerdo del sueño, dice el licenciado como si estuviera en el tribunal frente a un jurado, es que me encontraba en la calle en compañía de algunas personas que no puedo identificar. Mientras habla, fija la atención en la fotografía que tengo en la mano. Era de noche, creo. Más bien lo deduzco por lo que sucedió después, pero no nos adelantemos a los hechos. Permítame y toma la foto sin más. En algún momento giré y lo vi parado allí, frente a mí, nada menos que al Poeta quien me tendía la mano y me saludaba, usando el diminutivo de mi nombre que solo mi madre y algunas personas muy cercanas suelen decirme. Miré a mi alrededor y las personas que me acompañaban se habían ido. Algunos pasaban a nuestro lado y se sorprendían obviamente al descubrir de quien se trataba. Yo me sentía cómodo en su compañía y también complacido de ser admirado por los transeúntes que se detenían a saludarnos cortésmente y seguían su camino.
Mi marido, que en paz descanse, dice la dueña de la cafetería, comí mucho de noche, licenciado. Era carnívoro a morir y se pasaba las chuletas como obleas. Se lo digo, porque él tenía unas noches horribles.
Mi querida dueñita, lo mío fue un sueño, no una pesadilla. Pero déjenme terminar. Aquí sigue un bache que no puedo recordar, retoma el hilo del sueño el licenciado. Se suceden imágenes confusas y sin relación. Lo siguiente de lo que tengo memoria es que estábamos sentados el Poeta y yo a una mesa en un restaurante, platicando de cosas intrascendentes. Lo cierto es que en algún momento de la conversación, sentí tremendas ganas de orinar y me excusé. Cuando volví, el Poeta se me quedó mirando gravemente y me preguntó si me había lavado las manos.
La carcajada de Zorrilla nos hace volver la cabeza. Éste se acerca, sin dejar de reír, llevando de lastre a la colegiala.
¿Qué es lo que le hace tanta gracia?, pregunta molesto el licenciado.
Que yo tuve un sueño igualito, responde en una pausa entre carcajadas.
Es muy descortés burlarse de las personas, regaña la señora de la telenovela de las cinco.
No me río de él. Me río de mi sueño.
Cuente, mi amor, cuente, ruega la quinceañera.
Pero Zorrilla no puede continuar. Tiene un ataque de risa monumental. El vientre convulso entre las manazas, los ojos llenos de lágrimas, la boca abierta en una grotesca mueca. La colegiala ríe también. La dueña de la cafetería protesta. La mesera abre los ojos y se incorpora asustada, abrazándose a su compañera. El bolito se lleva la mano a la cintura y hurga preocupado. La señora de la telenovela de las cinco dice hay que echarles agua. Ni que fuéramos chuchos, responde el maestro Zorrilla con una explosión mayor de hilaridad. Mi acompañante me codea. El Capitán Tuga despierta molesto. El licenciado trata de concluir su relato.
Sentí que me caí un balde de agua fría encima y corrí al lavabo. Ensaya un gesto de seriedad cuan do ríe involuntariamente. Mientras me enjabonaba pensé en la desafortunada conclusión de ese encuentro. Ríe a pesar suyo. No deseaba volver a la mesa, una carcajada, y cuando finalmente lo hice, dos carcajadas seguidas, estaba vacía, un torrente de carcajadas incontenible. Ni rastros del Poeta. Traté, sin éxito, de restar importancia al hecho. Me dije que después de todo no se trataba más que de un sueño donde nada importante se hizo o dijo; pero fue en vano. Esa sensación de vergüenza persiste en tal forma que ni el agua ni el jabón pueden borrarla de mis manos, finaliza llorando de la risa.
Una fuerte explosión en la calle apenas es escuchada cuando todos reímos contagiados inevitablemente.
tres
MI TÍO CELEBRÓ SUS primeras nupcias al cumplir 58 años. Nunca antes se le supo de alguna relación formal y le huí al matrimonio como dicen que el diablo a la cruz. Conoció a la muchacha mientras ella sostenía a San Antonio de cabeza. Y esto, según la creencia popular, significa que se busca novio. Sin embargo, nada que ver realmente. Ella se encargaba de pintar santos de yeso aunque después se vería que no se iba a quedar para vestirlos, a razón de cinco centavos la pieza. El floreciente negocio de Jules Jr., iniciado por Jules padre treinta años antes, se especializa en niños Dios de largas pestañas, ojos azules, regordetas carnes a lo Rubens, para ocupar su lugar en los tradicionales nacimientos navideños; aunque tiene en su catálogo imágenes de santos y beatos más continentales, vírgenes y querubines. No hay hogar que se precie de cristiano, que no exhiba alguna escultura de Jules padre o Jr. En bomba o vitrina de vidrio. Las técnicas han evolucionado para poder cubrir la gran demanda y popularizar los precios. Las veladuras y laminados de oro han sido reemplazados por la brocha de aire y la pintura dorada. El fino tallado directo en madera, casi ha desaparecido para dejar lugar al molde para vaciados en yeso. No obstante, los escaparates de El Divino Arte, que así se llama el negocio, muestran en todo su esplendor a la corte celestial en pleno, sin que falten dragones flamígeros, culebras tentadoras, mulas y bueyes, pastores y reyes magos, pesebres y estrellas de paz.
Allí se conocieron mi tío y la que después fue su mujer. Allí ella le obsequió un pequeño y regordete Cupido y él le dio su corazón. El matrimonio, por las dos leyes, se llevó a cabo poco tiempo después en una parroquia de área marginal donde el cura era, curiosamente, también abogado y notario titulado; efectuando las ceremonias a puerta cerrada a petición del novio, sirviendo de testigos el sacristán y la señora encargada de hacer la limpieza del lugar.
Cuando, días después, le fuera presentada la recién casada a mi madre, no pudo escapar a su perspicaz mirada el abultado vientre de la novia. Mi tío, después de algunos rodeos, confesó que la había preñado durante una visita que hicieron a Maximón y que el alumbramiento sería en cuatro semanas.
La criatura nació en el tiempo previsto. Un varón que pesó ocho libras y pico. El feliz papá todavía no se decidía a vivir con su esposa. Siempre tenía algo de última hora que arreglar y los días pasaban inexorables. Primero fue comprar la cama, ropa y enseres de cocina; después, esperar el momento propicio para el traslado. Según su creencia o su decir, porque para entonces ya se había enfriado lo suficiente para ver el atolladero en el que estaba metido, hay días mejores que otros para tomar decisiones y emprender acciones, aprovechando la influencia de los astros y la coincidencia de un feriado. Pero, por una u otra razón, la fecha elegida era sustituida por la siguiente. Y así, hasta que la mujer le puso un ultimátum.
En ese momento ignoraba las tremendas fuerzas que se estaban activando. Como espectador es difícil ponerse en los zapatos de otro y es posible cometer errores de apreciación y sacar conclusiones equivocadas. Nunca había oído hablar de San Cipriano, por ejemplo, ni había tomado en serio la magia y la hechicería. Toda la v ida escuché que se enfrasca a alguien o se le fuma el puro o se le mete un sapo en la barriga; también hablar sobre filtros, amuletos y bebidas especialmente preparadas. No ignoraba que son importantes ciertos requisitos de día, hora, lugar, fase lunar, objeto que use la persona, ingredientes de diversa procedencia, alfileres, agujas, hilo, puros, hierbas y piedras preciosas.
Mi tío, como era de esperar, no hizo el menor caso al ultimátum y propuso una nueva fecha para el traslado. La esposa se encogió de hombros y respondió que sea la voluntad de Dios y no insistió más. Él llegaba a visitarlos los fines de semana y los proveía de lo necesario. Cuando el niño cumplió seis meses, mi tío evidenciaba un deterioro físico impresionante. El cabello se le caía y el color cetrino de su piel contrastaba con las rosadas carnes de su hijo. Se quejaba de mareos, de falta de apetito, diarreas, cansancio, dolor en las articulaciones y pérdida de memoria. Fue entonces cuando llegó a concluir que debía buscar el origen del mal en el arcano de los antiguos y luchar contra las fuerzas negativas en igualdad de circunstancias.
Según el tratado de San Cipriano o El Libro Infernal, todos tenemos aptitud para la magia. Lo que nos falta a muchos es el valor para enfrentar los riesgos que implican los pactos y alianzas con espíritus del averno. También nos falta, dice San Cipriano quien, cuenta la historia, ejerció la hechicería hasta los 30 años y horrorizado del gran poder de las tinieblas se acogió al cristianismo, sufriendo el martirio tiempo después, la total entrega a la práctica, ya que si no lo hacemos correctamente podríamos perder la voz, la vista, la razón y aún la vida. Los espíritus no pueden ser engañados, leen las mente; de ahí a la afirmación anterior. Y de la magia blanca a la negra no hay más que un paso. Paso que conduce a la consecución de lo que se desea a cambio del alma.
Como todo veneno tiene antídoto, lo importante era saber qué tipo de brujería estaba causándole semejante daño. No quiso dejar nada al azar, recorriendo el índice de El Libro Infernal en busca de posibles conjuros para revirar en contra si se llegaba al extremo o, por lo menos, neutralizar el efecto del encantamiento con un talismán exterminador.
Me vino a la memoria una noche de luna llena de mi niñez. La doce estaba silenciosa y no podía dormir a causa de las horribles ganas de orinar. Era imperativo que vaciara la vejiga cuanto antes y, por esas cosas que pasan la bacinica no estaba debajo de la cama. El solo pensar en tener que salir, cruzar el comedor, llegar al segundo patio y entrar a ese baño semi derruido en plena oscuridad, me ponía los pelos de punta. La única solución era llegar al jardín y abreviar el riesgo, así que me armé de valor y abrí la puerta lentamente.
Afuera estaba claro de luna desde entonces comprendo mejor a Debussy y el jardín mostraba una belleza excepcional con esa blanquecina luz. Me puse a silbar y oriné en el primer arriate. Un ruido llamó mi atención. Pensé en murciélagos y aparecidos y estuve a punto de gritar cuando distinguí una figura al fondo, encuclillada y que hacía un movimiento circular que producía el sonido de algo que se raspa rítmicamente. Paralizado por el terror, no acertaba a moverme. Permanecía con los ojos abierto mirando esa fantasmagórica aparición.
Mi tío hizo una señal y me llamó bajito. Desconfiado, me acerqué, adivinando un extraño brillo en sus ojos. Él seguía agitando el contenido de una gran olla de aluminio con la paleta. Dijo que era líquido para abonar sus plantas y que prefería hacerlo de noche porque los rayos de luna contribuían a hacerlo más efectivo. Que a esa hora todo estaba tranquilo y nadie lo molestaba ni él ocasionaba molestia alguna.
Lo cierto es que cuando el hijo de mi tío cumplió un año, ambos tenían buen aspecto, muy saludable. La esposa no se veía mal, había adelgazado y estaba siempre sonriente. Se notaba que eran lo felices que podían ser, aunque todavía no llegaba el momento propicio para que mi tío se fuera a vivir con ellos.
SIEMPRE QUE SE HACE UNA historia se habla de un viejo, de un niño o de sí, dice el cantautor. Pero mi historia es distinta, también digo. La imaginación nos lleva por derroteros insospechados, caminos sinuosos, callejones sin salida. Imaginar es crear, pero también recrear porque no hay nada nuevo bajo el sol. Todo es, según la medida, producto de la mente. Y algo que viene de la mente puede convertirse en demencial cuando no se ajusta a los cánones éticos, morales, de costumbre. Porque cuando nos metemos a definir, es la costumbre aceptada por el conglomerado en cuestión, la que indica si algo se ajusta o no a lo ético y moral.
Eructar ruidosamente, es considerado de muy buenos modales en elk oriente, dice Zorrilla, haciendo esfuerzos por no reír.
Ya está bien, por favor. Por su culpa, Martita se orinó en los calzones, dice la dueña.
Y sin agua, para más fregar, apoya la otra mesera.
Hay incontables muestras de la relatividad de una definición, de un término. Lo que no varía es el acto creador y en cualquier idioma, en cualquier latitud, el creador manifiesta su gracia y da forma a la nada.
Se van a meter a problemas si no me devuelven el cohete, amenaza el bolito.
Ya le dijimos que le daremos su arma en cuanto salgamos de aquí, señor agente. ¿Para qué le va a servir la pistola en este lugar?
Me pone muy nervioso, protesta Zorrilla. Se me enchina el pelo en todo el cuerpo.
Venga, mi amor, tranquilícese, le frota la espalda la colegiala. Vamos a ponerle remedio a eso.
Ahora no, linda. ¿Crees que soy Superman?
Hay historias de historias. Hay dires y decires. Pero únicamente un vehículo del que el escritor se vale para comunicarse: La palabra. Y entre palabras y palabras, la disyuntiva de cuales usar, marca la diferencia.
Insisto, señores. Su pájaro está en peligro, sentencia Thor Tuga gravemente.
En las telenovelas, los degenerados son siempre los negros y los indios. Los Americanos se ven limpios y buenas gentes, dice la señora dse las cinco.
Imaginemos a una pareja de recién casados, es mi acompañante. Él la carga en brazos, entrando románticamente al hogar. Le dice: No puedo creer que sea verdad, que al fin estemos solo tú y yo, Eleonora. Ella responde: Mamá se viene a vivir con nosotros, Everardo. En primer lugar, nadie se llama Eleonora y Everardo en estos tiempos. En segundo, después de doscientos cincuenta escalones el apartamento en mención queda en un séptimo piso y el elevador está dañado, se encuentra sin aliento, sin poder articular palabra. Y en último lugar, con una respuesta así, bien haría en devolverla inmediatamente a su mamá y mandarlas a ambas de paseo.
Todos tenemos algo de músico, poeta y loco, dice el licenciado, hurgando en su portafolios. Tengo aquí algo que va a reafirmar lo dicho por usted, a mi acompañante. Seguí el consejo de Rina y tengo unos escritos.
Mi pistola, o algo pesado va a pasar aquí, es el agente.
No haga caso de las provocaciones, mi amor, es la colegiala que detiene al impulsivo Zorrilla.
Aquí están, es el licenciado. Si me permiten, y se pone a leer sin más.
Asumamos que se usan las palabras adecuadas. ¿Cómo vamos a ordenarlas, a ponerlas una detrás de la otra?, es mi pensamiento.
Imaginemos al candidato para Alcalde Metropolitano que dice desde la tribuna: Les prometo, es la voz de mi acompañante. El chofer del bus urbano le dice a sus pasajeros: Buenos días o buenas tardes -según la hora-, es el licenciado, y ambas voces fluyen, una en cada uno de mis oídos. Que durante mi administración edilicia no faltará agua en la ciudad, que la plata recaudada con el impuesto del Boleto de Ornato se usará exclusivamente en obras de beneficio colectivo. Buenos días mis queridos usuarios, tengan la bondad de correrse un poquito hacia atrás. Que los empleados de la Municipalidad, con nueva mística, con nueva filosofía, atenderán con la sonrisa a flor de labio, con eficiencia y honradez. O el amigo que le dice al amigo ¿observaste el brillo de ese hermoso par de ojos negros de la señorita cuyo perfume está a punto de ocasionarme un paro cardiaco? Esto ya sonó mejor, pero nadie le va a creer de cualquier manera. Cuando normalmente diría: Viste ese par de aquí hace un movimiento circular con ambas manos.
La acción motiva a la palabra, y éstas han sido empujadas por el pensamiento, pienso. Nada es imposible desde esa óptica. No hay barreras infranqueables. Palabra y acción se transforman en armas en manos del escribidor.
LICENCIADO: La lógica dice que Pedro llega a la puerta de su casa y que solo puede hacer tres cosas: Sacar el llavín, tocar el timbre o chiflar para que le abran. Pero puede ocurrir que Pedro llegue a la puerta de su casa y no haga ninguna de las tres cosas antes apuntadas, porque acaba de ver a la muchacha de enfrente que lo trae loco desde hace rato y que esta vez le sonríe angelicalmente, llena de promesas.
MI ACOMPAÑANTE (SIMULTÁNEAMENTE): Con esto de escribir ocurre como con aquello de comer. ¿Cuál sería el resultado después de una cena a media noche con coctel de camarones para empezar, pollo rostizado, plátanos con crema y tamal colorado, acompañada de media docena de pastelillos, pierna al horno, bacalao a la vizcaína, café con leche, jugo de naranja, huevos revueltos y tostadas a la francesa? Así, un fiambre de palabras y acciones provocarán la misma congestión intestinal y, probablemente, la muerte de escritor y lectores.
Parece que a estos los gases les afectaron la cabeza, dice Martita.
Después de lo que se puso se pone cualquier cosa, pienso. No hay límite de tiempo en este negocio. No hay dos de tres caídas como en la lucha libre. Es nocaut como en el boxeo.
Sí, chula. Lo que es a mí, dice la otra mesera, los gases me están matando. Tengo un nudo en las tripas.
Haga lo que yo, aconseja Martita. Aproveche el relajo de afuera, los balazos y nadie se dará cuenta.
Lo que escribo, es mi acompañante, es lo que quiero expresar cada día con acciones y palabras congruentes con la situación. Nadie va a solicitar un empleo diciendo: Soy la persona ideal para el puesto aunque jamás he trabajado, detesto levantarme antes de las once de la mañana, no me lavo los dientes ni me peino ni uso desodorante porque estoy en contra de la sociedad de consumo y, para terminar, no tengo ni idea de lo que significa analista y programador de computadoras. Es evidente que la impresión que se ha dado es negativa y si el empleo es suyo, a pesar de eso, hay que pensar seriamente en una camisa de fuerza para el gerente de la compañía.
Si nuestro personaje necesita ir al baño, es el licenciado, diremos simplemente quiero ir al baño. O ya no aguanto las ganas, según la situación especial en que se encuentra y el lugar y la compañía, por supuesto.
Ay, qué pena, Martita, éste nos oyó.
Si está solo, dice el abogado, ignorándolas olímpicamente, no lo haremos decir nada. Con llevarlo al baño, todo arreglado.
Pienso que la palabra es el vínculo del lenguaje al igual que la acción nos sitúa dentro de un marco creíble.
Dicho de otra manera, es mi acompañante, un personaje puede exclamar: Dios existe, que pocos dudarán de su palabra. Pero si lo vemos en la playa, nadie va a creer que está cumpliendo una sentencia de por vida en prisión. Lo que quiero decir debo expresarlo simple y directo. Quiero agua, es exactamente lo mismo que quiero H2O, pero nadie va a pedir un vaso de H2O en la cafetería.
Se han usado palabras, se han puesto unas detrás de las otras en el orden justo, pienso. Se ha colocado todo junto, palabras y acción y de pronto, cuando el material consistente en ochocientas cincuenta y cuatro cuartillas mecanografiadas a renglón cerrado está listo, nos damos cuenta que la segunda alternativa es venderlo a la televisión venezolana para alegría de la señora de las cinco o, y esta es la primera alternativa, hacer un drástico y draconiano recorte de todo material de relleno, toda frase rebuscada, toda expresión fuera de tono, toda escena excesivamente larga e inconsistente, etcéteras.
¿Hay un teléfono, transmisor de radio, algo?, pregunta el policía.
Lo siento, señor, dice la encargada. No llegamos ni a paloma mensajera.
Algún día, dice Thor Tuga con aire solemne, me será impuesta la Orden del Quetzal por mi trabajo en pro de la conservación de las especies en peligro de extinción en este país.
Al paso que vamos, es Zorrilla, te impondrá alguna condecoración póstuma.
No sea tan lúgubre, mi amor, es la colegiala. Menos ahora que algo nuevo vive en mis entrañas.
En definitiva, es el licenciado, las reglas en el arte no son como en el deporte. Aquí no estamos disparando un esférico desde fuera de lugar, o dando un golpe prohibido abajo del cinturón. Aquí podemos manejar un automóvil a más de cien kilómetros por hora y con las luces apagadas en el centro de la ciudad. Aquí podemos matar, inclusive, a un cristiano impunemente y robarnos a la esposa de nuestro mejor amigo y viajar por el mundo con el producto del espectacular robo que hicimos al Banco Nacional. Pero eso sí, debemos situarnos. Hablar de nuestras experiencias. Imponer nuestro criterio y puntos de vista. Contar aquello que nos pasó cuando éramos pequeños y el día en que íbamos ganando cuatro a cero en el primer tiempo y terminamos con ocho goles en contra. O la noche en que dijimos por primera vez te quiero.
Le pondremos Adolfo, como mi abuelo, dice Zorrilla, acariciando el abultado vientre de la colegiala.
Si es niña, déjenme nombrarla Estrella, en honor a, dice la señora de la telenovela de las cinco.
¿Qué sería del genio sin la técnica, pienso, sin la forma? Anarquizando el arte no se llega a ninguna parte. Para contar algo hay que empezar por el principio y terminar por el final poniendo algo en medio. Podemos contar nuestra vida entera en una página o contar un pequeño incidente a lo largo de un voluminoso libro. En un clavado desde el trampolín se puede entrar al agua de pie o de cabeza. Si es de panzazo, habrá dolorosas consecuencias; aunque para todo hay gustos. Pero lo que para el clavadista es normal, para el paracaidista, por ejemplo, podría significar la fractura del cráneo. Para un aeroplano hay dos cosas que nunca cambian, el despegue y el aterrizaje. Una vez en el aire puede hacer mil evoluciones y las piruetas que sean; pero para tomar tierra o elevarse tiene que ser de panza. En literatura hay despegue y aterrizaje también. Lo que va en medio, la ruta de vuelo, corresponde plenamente a escritor.
Cuando mataron al Poeta, es mi acompañante, cuando su sangre estaba fresca, cuando constatamos que le cortaron las manos, tenía mucho que decir aunque sabía poco. Hoy, que me son familiares los hechos como a nadie en el mundo, que sé donde se encuentran sus manos, que conozco la identidad de sus matadores, no encuentro las palabras adecuadas, no sé como ponerlas unas detrás de otras; ni siquiera sé si voy a decir realmente lo que quiero.
MI ABUELO TENÍA UNA vieja .38 de cañón largo, niquelada. La guardaba en la gaveta del ropero, a la par de incontables billetes de los tres países, monedas que circulaban libremente en ese lugar fronterizo de la Caja de Agua. La indiferencia que siempre he sentido por el dinero, contrastaba enormemente con la pasión que en esa época me provocaban las armas de fuego. Me gustaba tirar al blanco, desarmarlas y armarlas en la oscuridad, engrasarlas, cazar El depredador natural que uno lleva dentro se manifestaba en mí con una fuerza tal que le disparaba a todo lo que se movía. Esa afición permitía a esa sencilla gente de campo comer carne todos los días, convirtiéndome en el abastecedor de proteínas animales de la pequeña comunidad. Cazaba a cualquier hora. De noche salía a lucear conejos, hasta que por accidente maté a una vaca de mi abuelo yo solo vi un par de ojos que brillaban como chispas en la oscuridad y la prohibición automática de volverlo a hacer a esa hora no se hizo esperar. Pero pasado el medio día era mejor, cuando el calor era insoportable y los pequeños roedores buscaban la sombra de sus nidos entre la hojarasca y las matas para dormir la siesta. Mi rifle calibre .22 era suficientemente poderoso para ese tipo de presa menor, y cuando no cazaba me la pasaba practicando con latas de jugo vacías y monedas que colocaba en los troncos de los árboles. Me había hecho fama de poner la bala donde ponía el ojo, pero la impaciencia me hacía fallar con mayor frecuencia de la esperada en un experto tirador. No fue el caso cuando vi a una ardilla en la rama de un aguacatal a unos 50 metros de distancia. Hice el primer disparo y apenas se movió. Hice un segundo y nada. Apunté cuidadosamente, conteniendo la respiración, para un tercero y cuarto sin resultados visibles. Cuando estaba seguro de haber fallado, vi que se desprendía del árbol, cayendo a plomo. Al recuperar la presa, comprobé que todos los disparos habían hecho blanco, pero que indudablemente al recibir el primer impacto se prendió de la rama con sus garras, dando la impresión de no haber sido tocada. Esa piel, totalmente agujereada, estuvo de adorno mucho tiempo y la mostraba orgulloso de mi maestría.
La .38 de mi abuelo no era apropiada para la cacería, pero da gusto tirar con un arma de calibre mayor. Mi tío Huberto tenía una escuadra tipo militar calibre cuarenta y cinco, cuya funda de madera se colocaba de culata, convirtiéndola en ametralladora con tolva de 50 rondas. Solo bastaba con mover el seguro y dejaba ir el cargador completo al presionar suavemente el gatillo. Impresionante máquina de destrucción y muerte. Pero tanto ésa como la del abuelo las disparé ocasionalmente para comprobar su poder y nada más.
Salir a lucear era el pretexto para verme en apartados rincones con señoras y señoritas del lugar que, evidentemente, no estaban interesadas en conejos y codornices. En esas ocasiones lograba escamotearle el revólver al abuelo y eso me hacía sentir más seguro. Una noche que debí verme con la señora de Pinto en la pista de aterrizaje, llegué más temprano y me oculté para poderlo observar todo sin ser visto. Casi en mis narices tuve un gran pizote, un tepezcuintle y otros animales nocturnos que en diferentes circunstancias habrían sido fácil blanco. Pero no debí evidenciar mi presencia si no quería verme envuelto en problemas.
Cerca de la hora convenida, ella llegó. Lo supe antes de verla por el olor a aceite de zapuyul que despedía. Su brillante cabellera negra, larga y fuerte, producía el efecto de una enredadera en mi cuello, mis brazos, mis piernas. Su aliento sabía a anís y su piel exudaba aromas vegetales. El encuentro se dio en silencio, con urgencia animal, entre monte y eucaliptos. Casi fuimos aplastados por un jinete y su bestia, que pasó de largo sin percatarse de nuestra presencia.; pero ese tipo de incidente, de peligro a la manera de Mastroianni una película donde solo es capaz de hacer el amor en situaciones extremas de riesgo acicateaba nuestros sentidos y nos producía un multiplicado placer. A eso debía sumarse la temeridad de meterse con una mujer casada, y casada con un hombre que tenía fama de pendenciero.
Una tarde iba yo al pueblo, montado en Palomo, el viejo caballo blanco, cuando una figura en el centro de la vereda, con las piernas abiertas en una posición que brinda gran equilibrio y estabilidad, aparentemente esperaba mi llegada. Lo reconocí de inmediato. Era Pinto y tenía un arma en la cintura y el sombrero echado hacia atrás en actitud de reto. El sol mugiente me pegaba en los ojos y un sudor frío recorría mi espinazo. Instintivamente llevé la mano a la cintura, deteniendo mi cabalgadura. Pinto dijo algo que podía ser un saludo o insulto. Lo escupió entre los dientes y me quedé inmóvil, esperando que desenfundara. El tiempo se detuvo. Ojos y oídos y todos mis sentidos eran solo para ese hombre que parecí haber echado raíces en el lugar. Palomo, nervioso por naturaleza, bufaba, empapado en sudor y babeante. Desmonté lentamente por el lado derecho, porque en ese momento el cuerpo del caballo me brindaba protección y puse mi mano en la empuñadura del arma. ¿Qué pasa, Poeta, acaso ya no somos amigos?, preguntó extendiendo su mano con una botella de aguardiente semi vacía. Te invito a un trago.
No sé si fue por eso que perdí la afición por la cacería y las armas de fuego, o por un incidente que tuve poco tiempo después. Desde mi atalaya, en la vega del río, divisé a un tacuazín saliendo de entre las piedras. Preparé el arma y apunté con cuidado. Disparé, reteniendo el aliento. El animal pegó un brinco y desapareció entre el pedregal. Sin dejar el arma, hice a un lado la roca y vi al animal. Lo tomé por las patas traseras para sacarlo y lo levanté. Algo se movió y pensé que estaba vivo, pero no fue así. En el fondo de la cueva había una camada de tacuazines recién nacidos, con los ojos cerrados todavía, que se movían agitados, presintiendo que algo grave ocurría. Tremendamente impresionado, tembloroso, comprendí que no sobrevivirían. Tomé una piedra y golpeé tantas veces como animalitos había. Puse a la madre sobre los inmóviles y ensangrentados cuerpos, sellando la cueva con piedras y tierra. Contra esas mismas rocas destrocé el rifle e hice una promesa.
La he cumplido. Desde entonces solo cacé para comer en la montaña. Con los hombres que he matado, es diferente. Estábamos igualmente armados y eran tan racionales como se supone que lo soy yo.
dos
DAVID ES UN VETERANO de la guerra de Vietnam, y está entre el número de los miles que sufrieron heridas graves sin haber llegado jamás al frente de batalla. En esa época, una de las formas automáticas de obtener residencia en los Estados Unidos era enrolarse en el Army. Había crisis y las protestas en contra del servicio militar obligatorio llegaron a primer plano mundialmente cuando Cassius Clay, campeó de los pesos pesados y musulmán de religión, destruyó su boleta y se negó a ir a una guerra que no era suya y verse obligado a matar semejantes, aunque fueran éstos de color amarillo, según sus propias palabras. El Bocón, como le llamaban por sus frecuentes exabruptos orales fuera y dentro del cuadrilátero, fue despojado de su corona de Campeón Mundial y enviado a la cárcel. Día a día se sumaban descontentos y los muchachos se negaban a ser enviados para servir de carne de cañón en el lejano oriente, con lugares y gentes de nombres incomprensibles e impronunciables. Los latinos y otras minorías decidieron jugarse el todo por el todo a cambio de la tan deseada Greencard que les proporcionaba el status de residentes y dinero mensual al ser licenciados como veteranos.
Cuando platiqué con él en Los Angeles, California, me contó que gozaba de pensión vitalicia y tratamiento médico permanente. Inhabilitado para trabajar como quedó, recibí cursos de mecánica de aviación pagados por el gobierno, que no escatimaba los esfuerzos de los contribuyentes en un afán de tenerlos con la mente ocupada, alejados lo más posible del horrendo recuerdo de esa experiencia.
David trataba de hacerme entender el principio de la combustión interna, provocada por la chispa de la bujía que quema la gasolina inyectada por el carburador y provoca la explosión que activa los pistones, etcétera. Se inclinaba sobre el motor de la Cessna y señalaba partes que componen esa increíble maquinaria que hacía posible que una nave pudiera levantar vuelo con su fuerza e impulsarla para permanecer en el aire y recorrer grandes distancias sin semáforos, curvas peligrosas, baches, túneles y puentes. Después nos sentamos a los controles de la avioneta y recordamos, llenos de emoción, nuestros planes de niños. Bueno, dijo, abróchense los cinturones. Y tomando el micrófono, agregó en la jerga que hablan los pilotos a la torre de control para indicar que quieren salir y todo eso. Una voz en el aparato de radio respondió que sí.
Allá arriba todo es diferente. La sensación de libertad es única y en manos de David la avioneta cabeceaba suavemente, inclinando la proa antes de virar a babor. Yo nunca antes había tomado los controles y no pude evitar recordarle, que en este caso refiriéndome al incidente en el Cadillac verde de su papá, aunque no había arriates ni inditos momostecos vendedores de ponchos a la vista, era sumamente riesgosa una caída. Se rió, indicando la forma correcta de mover el timón y los pedales, la lectura de instrumentos del tablero para reconocer la dirección, altitud, nivel. Fue mi primera y última experiencia como piloto. Y fue allí a esas alturas, que David me contó la suya como soldado.
Don David seguía siendo el mismo, con algunas canas y arrugas de más y las mismas manazas callosas y fuertes. Desde sus sesenta y pico de años me observaba sonriente y no desperdició la oportunidad para recrear el incidente de la maceta de la doce, cuando nos descubrieron por un chivatazo de mi hermana. Don David trabajaba en las oficinas de una cadena de gasolineras de sírvase usted mismo. Me gustaba acompañarlo algunas veces para escuchar sus historias tan llenas de imágenes y sucesos increíbles. Una vez me pidió que hiciéramos una prueba y me llevó a una pequeña habitación donde había una máquina que le hubiera evitado a Pinocho que le creciera tanto la nariz como le creció. Para solicitar un puesto en la corporación, me explicaba, era requisito indispensable pasar la prueba del detector de mentiras. Con tanto terrorista internacional, agregaba, debían tomar sus precauciones para evitar actos de sabotaje. Atado a esa máquina, respondí a las preguntas una a una. ¿Ha atentado alguna vez contra las instituciones democráticas? ¿Ha tenido asociación con grupos extremistas enemigos de la democracia? ¿Ha participado en acciones contra el pueblo y gobierno de los Estados Unidos? La máquina saltaba a cada respuesta y don David reía a más no poder. ¿Cree en Dios? ¿Ha atentado contra la propiedad pública? ¿Y privada? Menos mal que solo se trataba de una prueba entre don David y yo, por fregar, si no.
David nunca llegó a poner su propio pie en Vietnam. El helicóptero que los conducía se vio atrapado entre dos fuegos. Cuando empezaba a ganar altura, ya David tenía un orificio en el vientre y un cráter en la espalda, cerca de la cintura. Volvió al continente americano en el primer avió y de allí en adelante los hospitales se convirtieron en parte central de la rutina de su vida. Una bala expansiva le hizo destrozos de consideración. Solo su fortaleza, el deseo de vivir y la perspectiva de la Tarjeta Verde pudieron rescatarlo de una muerte segura.
SE LO DIGO Y se lo repito, querido maestro Zorrilla. De buena se ha salvado. Porque supongo que tienen un registro de su puño.
Supone bien, licenciado, responde Zorrilla con una mueca llena de orgullo y mostrando el mazo que tiene por mano. Pero allí es donde fallan las matemáticas. El golpe se lo di con la rodilla y no con los nudillos.
Rodilla o puño es un formalismo. Dado que su cuerpo está considerado un arma letal, el caso es delicado.
Hace rato que ambos está enfrascados en la discusión. El bolito escucha a dos pasos en espera de una pausa para intervenir. Más allá, las mujeres rodean a la quinceañera y la abruman de atenciones. El Capitán Thor Tuga lee su voluminoso libro, alumbrándose con una linterna a baterías. Mi acompañante tiene en sus manos la fotografía que me mostrara antes la hace girar con un dedo sobre la mesa.
Si me devuelven la pistola ahora, voy a olvidar que fui atacado y no haré cargos por agresión a la autoridad. De otra manera, me veré forzado a detenerlos a todos, sentencia el bolito, con la mente puesta más en un trago que en su arma.
Así estaba yo cuando iba a tener a mi primer hijo, consuela la dueña de la cafetería a la colegiala, secándole el sudor de la frente con un paño.
Duele mucho, se queja ésta, tocándose la colita con una mano y el vientre con la otra.
De cabeza, las cosas se miran diferentes, señala la fotografía mi acompañante. Pude experimentarlo una vez, casualmente, mientras estaba en un segundo piso y veía pasar a los transeúntes en la banqueta de enfrente. Las personas cuando caminan se notan rígidas y casi nada las hace distinguirse unas de otras, pero cuando se les veía de cabeza, como yo las miraba reflejadas en los vidrios de esa ventana inclinada, parecían tener resortes en las rodillas, meciéndose graciosamente con una elasticidad que bien conocen los dibujantes cuando animan a un personaje negro en la televisión.
Será mejor hacer lo que dice, dice el licenciado.
A mí no me asusta ni el pelotón anti motines, reta Zorrilla poniéndose de pie.
Ya viene, ya viene, es una de las meseras.
A ver, patojas, pongan a hervir agua.
Todos vemos las cosas diferentes, dice Thor Tuga leyendo el volumen de Mr. Fuller. Ver es sentir. Escuchar es sentir. Tocar es sentir. Oler es sentir. Lo que cada uno de nosotros siente es diferente. Y nuestras diferencias en sentir son afectadas de manera diferente bajo diferentes circunstancias. Nuestros cerebros individuales integran coordinadamente todas las siempre-diferentes sensaciones de nuestras diferentes facultades.
Disculpe, mister, ¿es usted doctor por casualidad?
No van a creérmelo, pero en el capítulo de ayer, Estrella estaba a punto de dar a luz, es la señora de las cinco.
Viendo esta fotografía de cabeza, la señalo a mi acompañante, distingo rasgos familiares en el individuo.
Lo que quiero dejar bien claro, es que siento un terrible dolor de huevos, es la autoridad. Y si me jodió de por vida, muy maestro de artes marciales puede ser, pero me lo quiebro.
Un aullido de la colegiala evita que Zorrilla se abalance sobre el bolito.
¡Un doctor, Dios mío!, es la señora de la telenovela de las cinco.
El producto integrado de nuestros múltiples sentidos individuales producen conciencia. Solo a través de nuestros sentidos estamos conscientes de las complementarias diferencias.
Respire, niña, respire, urge Martita a la colegiala.
Conciencia de las diferencias es información, continúa el Capitán Tuga, sin levantar la vista de su libro. El complejo de informaciones sucesivas experimentadas produce episodios entretejidos. Y el complejo de caso-episodio-especial-entretejido produce el escenario que el banco de memoria de nuestro cerebro identifica como nuestra individual forma de vida.
Usted, como autoridad, debe saber que no debe amenazar a nadie frente a testigos, sentencia el licenciado al bolito.
A ver, niñas, traigan de inmediato los manteles blancos.
La primera plana de El Gráfico mostraba una fotografía a todo color del Poeta, tal como fuera encontrado en ese sitio baldío. El ángulo de la toma lo mostraba con la cabeza hacia el lector, me entrega mi acompañante una página de periódico cuidadosamente doblada.
Si es niño, lo llevaré al oriente para que se haga un experto en artes marciales, dice Zorrilla tratando de esconder el temor que siente ante el inminente nacimiento.
El camino único-nuestro-propio, integridad individual del ser, responde espontáneamente solo a nuestros sentidos exclusivos ante cualquier diferente episodio, es lo que quiero decir cuando uso la palabra sentir: ¿Y cómo siento acerca de la vida? ¿Cómo siento sobre eso ahora? ¿Y luego después? Nuestros sentimientos cambian con frecuencia. ¿Qué es lo que siento que debo hacer acerca de lo que siento?
¡Ya se le mira la cabecita!, chilla la mesera.
Uno de los maravillosos seres humanos que he conocido, sigue Thor Tuga, que ha afectado a otros seres humanos en un marcado grado de inspiración, es el Poeta.
No se haga cómplice de ese hombre, licenciado, y devuélvame el cohete.
Él escribió una obra, es Tuga, llamada Consejos el Poeta, la que siento que aclara el por qué yo tiré por la borda todo lo que siempre había aprendido a creer y por consiguiente procedí a razonar y a actuar solo en las bases de la experiencia personal directa.
Y doña Estrella se encontraba solamente en compañía del caballerango, quien secretamente estaba enamorado de ella, recuerda la señora de las cinco.
-El poema del Poeta, sigue leyendo Thor Tuga, también explica por qué, actuando enteramente por iniciativa propia, llegué a descubrir que si algo puede ser complementado por un pobre, individual desconocimiento (operando solo en beneficio de toda la humanidad) en espera de producir sustancialmente favorables avances físicos y metafísicos de la integridad de toda la vida humana en el planeta, la cual es una ventajosa tarea omnihumana a intentarse en lo individual, es inherentemente imposible de lograr por cualquier nación, empresa privada, religión, o cualquiera otra combinación de actos de mucha gente.
Esa no es la cabecita. Son los pies, corrige la dueña.
Despliego la páginas del periódico y en el reverso hay un poema atribuido al Poeta.
Un poeta es alguien que se siente, es la voz e mi acompañante que no lee sino dice de memoria, y que expresa sus sentimientos a través de palabras. Esto puede parecer fácil. No lo es. Un montón de gente cree o piensa o sabe (pero eso es pensar o creer o saber; no sentir). Y poesía es sentir, no saber o creer o pensar.
Hay que tratar de darle vuelta, aventura Martita.
Casi cualquiera puede aprender a pensar o creer o saber, sigo escuchando la voz de mi acompañante, pero ni un solo ser humano puede ser enseñado a sentir. ¿Por qué? Porque ya sea que usted piense o usted crea o usted sepa, usted es como otras personas; pero el momento en que usted siente, usted no es nadie más que usted mismo.
Si me promete guardársela callada la boca, se la doy, le dice el licenciado al bolito. No quiero meterme en problemas.
Ser nadie más que usted mismo (en un mundo que hace lo que puede, noche y día, para hacer de usted cualquier otro) significa pelear la más dura batalla que un ser humano pueda pelear; y nunca dejar de pelear.
¡Arnulfo, Arnulfo!, llama desesperadamente la colegiala a Zorrilla.
Expresar nadie-sino-usted-mismo en palabras, significa trabajar un poquito más que cualquiera que no es poeta pueda posiblemente imaginar. ¿Por qué? Porque nada es más fácil que usar palabras como todo el mundo. Todos nosotros lo hacemos exactamente así la mayoría del tiempo. Y comoquiera que lo hagamos, no somos poetas.
Aquí estoy, mi amor. Puje y no hable.
Si, al final de sus diez o quince años de pelear y trabajar y sentir, descubre que ha escrito una línea de un poema, usted será en verdad muy afortunado.
Vaya, pues. Le prometo no armar ningún clavo. Lo que pasa es que me cargo una goma de película.
Así que mi consejo a todos los jóvenes que desean ser poetas es: Haga algo fácil, como aprender cómo hacer volar el mundo, al menos que no solo lo desee sino que esté feliz de sentir y trabajar y pelear hasta la muerte.
Aquí pasa algo raro, dice la empleada a la dueña. Huele a podrido.
¿Suena esto funesto? No lo es. Esta es la más maravillosa vida sobre la tierra. Así lo asiento.
¡Es niño, es niño, le acabo de ver el pajarito!, es la señora de la telenovela de las cinco.
Explorando, experimentando, sintiendo y (con lo mejor de mi habilidad) actuando estrictamente y solo sobre mi intuición individual, me vi impulsado a escribir este libro, es el Capitán Thor Tuga leyendo nuevamente. No estoy diciendo ser un poeta o que este libro es poesía, pero conocí al Poeta muy bien para estar seguro que se sentiría feliz de que lo haya escrito.
El Capitán Tuga cierra el libro y se acerca al grupo de mujeres, apartándolas suave pero enérgicamente. El licenciado entrega su arma al bolito por debajo de la mesa para que Zorrilla no se dé cuenta. Mi acompañante enciende un cigarrillo y con el mismo fósforo quema la hoja de periódico. Yo trato de escuchar el llanto de un niño, como es natural; pero solo reconozco el sonido de los latidos de mi propio corazón que parece querer salírseme por la boca.
uno
EN LA OBRA DEL Poeta se notan rasgos característicos del estilo del joven artista: El predominio de lo imaginativo sobre el elemento racional; en lo simbólico, cierta influencia surrealista; además, está presente el descontento existencial que rebasa lo propiamente local, y por último, una intención de agresividad frente al lector.
Me llamó poderosamente la atención un poema que no cuenta precisamente una historia, sino la historia tan antigua y tan actual al mismo tiempo de un matrimonio agonizante. Por ello la temática puede parecer a ratos intrascendente aún cuando el lenguaje es ágil. Pero hay que comprender que la intención del Poeta va más allá del reflejo fotográfico de la realidad. Más bien con ese sentido lúdico e imaginativo que ya señalábamos, va a deformar la realidad como en los espejos de las ferias para que sus imágenes tragicómicas adquieran un simbolismo grotesco, pero muy humano al mismo tiempo.
El poema es poco convencional. Su aparente hermetismo conduce, paradójicamente, a una riqueza latente en la interpretación de los diversos signos manejados por el autor. Lo desconcertante lo es solo en un principio. La ruptura del nivel lógico en elementos de causa y efecto, tiempo y lugar, etc., ya que el poema no fue diseñado para ser aprehendido exclusivamente a un nivel racional, sino más bien y en este sentido se acerca a la tendencia contemporánea pretende crear en el lector una vivencia global, esencialista, que despierte no solo su sensibilidad, sino también su imaginación. (Y no digo todo esto como una excusa por su hermetismo que algunos encontrarán válido. Todo lo contrario. El rumbo innovador del arte no puede ni debe ser detenido por nadie, y aquí no hay excusas que valgan. Impedir la experimentación implica sofocar la imaginación individual, tan esencial para la creación artística. ¿Por qué pecar de falso populismo o de paternidad cultural, expresiones realmente pequeño burguesas dentro de la estética? Ciertamente en la actualidad no es este un poema al alcance ni al goce ni de la comprensión de las mayorías; pero eso o nos impide creer, ni por un momento, que llegará el día en que esa masa amorfa pueda y deba tener acceso a todo tipo de obra. Inclusive las del Poeta, que estoy seguro muchos tacharán de intelectuales). Otro elemento que el Poeta maneja abundantemente para dar sabor a su obra es el humor agrio, siempre presente en la pesadilla cotidiana que produce una relación acabada. Cuando ya no se es lo que se fue, ni para el otro, ni para sí mismo. Y surgen asíos zarpazos. Ese juego hiriente que tan bien se muestra en el poema, caricatura descarnada y dolorosa. Detrás del caos aparente, el Poeta hace que sugestivamente leamos el drama de una historia simplificada pero no simplista. Un juego dramático tgan real como solo lo irreal puede serlo.
¿Qué hacías en el jardín? Nada.
Tienes las manos llenas de tierra. Voy a lavarme.
¿Y después? Voy a hacer exactamente lo que hago cada noche desde hace exactamente cuatro años dos meses y nueve días. ¿Correcto?
Y diez días. Apenas acaban de dar las doce.
Dejó de ser ayer. Está bien, no discutamos por un minuto de más o de menos cuando
Cuando hay cosas más importantes en la vida que discutir por unos minutos de más o de menos. Sí.
Sí. Tan importantes como hacer gárgaras en el baño, roncar como condenado toda la noche, doblar metódicamente la ropa al acostarte. Yo no quiero hacer el amor
Y tú. Te divierte el juego, ¿no es cierto?
Me aburre. Por eso andabas en el jardín.
Es domingo. Ayer fue domingo.
¿De verdad te interesa? Antes mirábamos juntos las estrellas.
¿Sí? No me acuerdo. Cuando un lucero fugaz cruzó allá arriba los dos pedimos un deseo.
¿Sí? Hace tanto tiempo de eso. Con poco éramos felices.
Me odias. No necesitábamos hablar para decirlo todo.
¿Por qué no lo dices? Porque tienes las manos llenas de tierra. ¿Te miraste las uñas?
Acabo de enterrar un recuerdo. ¿Otro? Enterraste uno la semana pasada.
Sí, supongo que sí. Anda a lavarte.
Después. Y límpiate las uñas.
Lo haré. Dilo. ¿Qué?
Lo que tienes en mente. Tengo en mente muchas cosas.
Ir a escarbar en el jardín, ¿por ejemplo? Echaría a perder mi manicure.
Es mejor que asarte la noche en vela porque no sabes lo que acabo de enterrar, en un hoyo, allá atrás.
Déjame adivinar. Una estrella fugaz o la fórmula de un nuevo invento.
O el retrato de tu madre. O de la tuya o el de las dos. ¿Tenemos alguna foto donde estén juntas?
Bien sabes que no. Claro, no te lo dije antes, porque cuando sonó el teléfono estabas en el jardín escarbando.
¿Decirme qué? Que llamó el tío Roberto.
¿Otra vez? Una sola.
Digo que empiezas de nuevo. ¿No me crees?
Está bien, ¿por qué no me avisaste? Hubieras dejado hecho un asco el teléfono.
Supongo que no era importante. Era.
¿Sí? Dijo algo sobre una carta.
Pero me dije nadie nos escribe. Además, andabas fuera. Si yo no hubiera estado aquí.
Aquí estabas. Iba a salir.
No lo hiciste. Si escuchaste el teléfono, ¿por qué..?
No lo oí. Está cortado desde la semana pasada. Estuvo. Estaba.
¿Tratas de confundirme? Levántalo.
Te creo. Debiste pegarme un grito. ¿Y despertar a los niños?
No era necesario. Con decir teléfono, todo arreglado. Si no escuchaste el timbre, tampoco me hubieras oído.
No estés tan segura. Has cambiado.
Es posible. Lo digo en serio.
Y yo te digo en serio que es posible. Antes mirábamos la luna. Voy a lavarme.
Sonó el teléfono.
No está. Dije aló tres veces.
Me engañaste. Después el clic. Colgaron sin decir palabra.
¿Qué enterraste en el jardín? Lo sabía, sabía que no ibas a aguantarte.
¿Por qué me haces eso? Eres cruel. ¿Leíste el periódico? ¿Qué te parece?
Busqué detrás del rosal. Te ensuciaste las manos.
Qué tonta. Olvidé ponerme los guantes. Ven, siéntate; leamos juntos la sección deportiva.
Se me quebraron dos uñas. Hay cosas más interesantes que un par de uñas fracturadas. Ven. Veamos qué podemos hacer.
¿Vas a aprender algún día? Contemos las estrellas.
Como antes. Cortaron el teléfono, la luz, el agua. Suspendieron la entrega de leche, pan. Ni siquiera nos traen el periódico.
Mira nuestras manos. Si tan solo lloviera.
La sequía está matándolo todo.
ANTES DE MATARLO LE cortaron las manos. Las tías se reunieron a rezar nueve días completos con sus noches para evitar que su alma atormentada se fuera al lugar donde se supone que van los que no tendrán descanso eterno. Se efectuó una limpia con incienso y hojas de eucalipto, con imploraciones y conjuros para alejar a los malos espíritus y propiciar que las puertas del Edén se abrieran de par en par a esta alma que, por estar mutilada, necesitaba el apoyo total que se le pudiera brindar en la tierra para que no quedara vagando en el submundo. Alguien que dijo saber de estas cosas sugirió que se le pusieran cinco capullos de rosas blancas cubriendo los muñones y una moneda de plata dentro de la boca, debajo de la lengua, para que el metal y las flores atrajeran la atención de las almas en pena y no se fijaran que estaba incompleto. Otro, menos avispado pero más realista, dijo que la única forma eras convertirlo en cenizas. La mayoría estuvo de acuerdo, pero se toparon con problemas legales y los trámites burocráticos no prosperaron con la celeridad necesaria. La madre no decía nada y a todo asentía, concretándose a mirar fijamente el ataúd con los ojos secos y vidriosos de tanto llorar.
Terminado el novenario, uno a uno fueron desapareciendo familiares y amigos. En las páginas de los diarios no se tocaba más el punto, salvo por algunos campos pagados de ambos polos políticos. Los unos pidiendo el esclarecimiento del crimen y el castigo a los culpables. Los otros ofreciendo jugosa recompensa en dólares americanos para quien diera datos que condujeran a la recuperación de las manos del Poeta.
El caso sigue abierto. Las diferentes comisiones de derechos humanos de organismos nacionales e internacionales se han ocupado en recabar información y algunos ya llegaron a conclusiones definitivas; pero todavía no son de dominio público. Es más, no se trata ya de las manos del Poeta únicamente sino de las manos de todos los poetas del mundo que se cortan y echan a los cerdos en un intento por infundir temor con el ejemplo. Dicen que las manos del Ché fueron separadas del cuerpo en Bolivia. Dicen que las manos de Perón fueron robadas de su tumba en Argentina. Es probable que la CIA, los israelitas o cualquier otro organismo de este tipo cuente con modernos laboratorios genéticos, bancos de trasplantes de órganos, programas experimentales de corte fascista para descubrir o cubrir quién sabe qué cosas. Es más lógico pensar en estudios del cerebro de esos seres privilegiados para conocer donde radica la esencia de la genialidad, del bien y del mal; pero está visto que las manos del prestidigitador, por ejemplo, o del orador ponen ingredientes de habilidad que dan el atractivo para los que somos incapaces de tales destrezas. Además, aunque sea el cerebro quien genera los impulsos, si no existiera la mano para ejecutarlos con esa perfección, nadie se enteraría de nada.
Las manos del Poeta no son una metáfora para medir causas y consecuencias, para eso existen analistas y sicólogos; tampoco son un pretexto para acusar indiscriminadamente y obtener justicia condicionada. En ambos casos los mecanismos de defensa del establishment se disparan automáticamente para bloquear las posibilidades reales del esclarecimiento, poniendo cortinas de humo, pistas falsas, verdades a medias, falacias con apariencia de veracidad, todo tipo de elementos de distracción que eviten el resquebrajamiento del sistema. Y el sistema consolida su hegemonía precisamente gracias al infantil juego de los dedos de la mano, donde ese pícaro gordo se lo comió.
Las palabras del Poeta, dichas en ocasión del Premio Cervantes son elocuentes y rubrican su pensamiento: Detesto la sopa de letras porque se traga, digiere y caga.
¿COMO MIEMBRO FUNDADOR DE Defensores de la Naturaleza, tengo la autoridad moral para decir, dice Thor Tuga, que cualquier intento que se haga por la verdadera conservación será considerado subversivo por las grandes compañías que patrocinan a los grupos estatales o privados.
Yo no entiendo mucho de eso, Capitán Tuga, responde la señora de la telenovela de las cinco, pero en Doña Estrella, el dueño de la hacienda decide dar la libertad a los esclavos.
Yo no entiendo mucho de telenovelas, dice gravemente el gringo, pero cualquier iniciativa que es tomada por los poderosos, obedece ni más ni menos a la necesidad expansionista de los mismos.
Perdone, mister, es el bolito con una mano sobre el bulto en su cintura y la otra en el de los genitales, pero ¿es usted doctor o algo parecido?
La energía eléctrica ha sido restablecida y cada rincón de la cafetería es visible ahora. Zorrilla está sentado de espaldas a mí, con la cabeza gacha, inmóvil. Un charco de sangre se encuentra a sus pies y las meseras tratan de limpiar clon servilletas que se empapan de inmediato y son sustituidas por otras que corren igual suerte. La colegiala, en su rincón preferido, mece entre sus brazos un bulto envuelto en toallas, ante la mirada de aprobación de la dueña de la cafetería y el licenciado. Mi acompañante fuma en silencio y escribe en un cuaderno con un lápiz de punta afilada.
Doctor en biología, es Thor Tuga.
Afuera, el rumor de vehículos que pasan, hace temblar la persiana aún baja.
Me recuerda el nacimiento de mi primer nieto, un muchachón grande y saludable.
Nadie creería que es usted abuelo, licenciado.
Pues ya lo ve, señora. Cuando mi hija se casó, el olor a suegro era nuevo pero todavía soportable. En cuanto al olor a abuelo, ese fuerte olor a naftalina, es otra cosa.
Thor Tuga y el bolito llegan hasta Zorrilla y el primero lo examina. Mueve la cabeza negativamente.
Tiene tus manos, dice feliz la colegiala a Zorrilla, pero éste parece no darse cuenta.
Bueno, patojas, es la dueña, suban la persiana. Vamos a abrir.
¿Qué hora es?, pregunta la señora de la telenovela de las cinco.
Miro mi reloj. Está parado a las tres y quince. Las empleadas suben la persiana.
Levantaremos un acta y aquí no ha pasado nada, señores, dice el livcenciado abriendo su portafolios.
Pongan orden, patojas, que para eso les pago.
Ya, señora, es Martita.
¿Qué hacemos con esto?, por Zorrilla, pregunta la otra empleada.
Déjeme ver, que para algo soy autoridad, dice el bolito, acercándose.
Toma a Zorrilla por un brazo y lo hace girar. Este muestra en vez de manos un par de muñones sangrantes. El bolito, con gravedad profesional, toma la llave y le quita las esposas. La colegiala pega un gritito de satisfacción.
Tiene tus manos, tiene tus manos.
Trataremos de que no alegue brutalidad policiaca. Yo soy testigo de su fuerza.
La señora ayuda a la colegiala a ponerse de pie.
Vuelva otra vez. Estamos para servirle.
Mi acompañante acerca sus labios a mi oído.
¿Me invita a un café, don?
El licenciado y Thor Tuga miran el bulto que la colegiala tiene entre sus brazos.
No cabe duda de la paternidad.
Madre natura no se equivoca.
Ambos cubren las manazas de Zorrilla con la toalla y ayudan a la colegiala a salir. La señora de la telenovela de las cinco se abalanza sobre el primer transeúnte y le pregunta la hora, pero no puedo escuchar la respuesta. Miro, por primera vez, con atención hacia la calle. Afuera es octubre y el invierno se ha metido en un mes que no le corresponde.
ESTABA ESCRIBIENDO EN ESA época una novela por encargo, sobre un hombre que a la manera de Papillón pero sin que éste se haya fugado también de la Isla del Diablo había liquidado su carrera de delincuente para entregarse a Cristo.
La voz de mi acompañante parece otra ahora que se ha restablecido la energía eléctrica y que cada rincón de la cafetería es visible. La colegiala, en su apartada esquina, mece entre sus brazos un bulto envuelto en toallas, ante la mirada aprobatoria de la dueña y del licenciado. Las meseras conversan en silencio. El bolito revisa su arma frente a las narices de la aterrorizada señora de la telenovela de las cinco. El Capitán Tuga y Zorrilla están enfrascados en una discusión metafísica.
La noticia de la muerte del Poeta me alcanzó de lleno entre un capítulo muy descriptivo de crímenes y violencia y otro que empezaba con el arrepentimiento y demás.
La voz de mi acompañante no puede competir con el vozarrón de Zorrilla.
Nin, significa el arte de la paciencia.
Y Karma es la capacidad de aceptar el sino y hacer que confluyan las fuerzas naturales y sobrenaturales, ratifica el Capitán Tuga.
Ya me está dando miedo la platiquita esa, Martita.
Si salgo vivita y coleando de esta, responde a su compañera, te juro que iré de rodillas hasta e templo de Esquipulas como penitencia.
Mi querida señora, es el licenciado, espero que esta amarga experiencia que nos ha tocado vivir juntos sea el inicio de una buena amistad.
Deje de hacer eso, es la señora de la telenovela de las cinco, que me pone nerviosa. Se le puede ir un tiro, hombre.
Ganas no me faltan, señora, y echa una mirada asesina a Zorrilla.
Eso está en manos de Dios, licenciado. Él da y el quita.
Pero todo tiene un límite, Capitán Tuga. Ha llegado el momento de salir de aquí.
Después de usted, maestro, cede el paso a Zorrilla.
Este, sin mayor esfuerzo, sube la persiana metálica. La fuerte luz de día entra con violencia y todos tenemos que entrecerrar los ojos para acostumbrarnos a su intensidad.
A un lado, dice el bolito. Como autoridad me corresponde ser el primero.
El bolito es tragado, literalmente, por la calle. Lo veo perderse entre la gente y los autos. Mi acompañante se pone de pie.
Gracias por el café, don, y sale sin más trámite, corriendo igual suerte que el anterior.
¿Qué hora es? ¿Qué hora es?, sale la señora de la telenovela de las cinco.
Miro mi reloj. Se detuvo a las tres y quince.
Lo dicho, señora, da calidamente la mano el licenciado a la dueña. Hasta pronto.
Adiós, Desesperado. Buena suerte.
El licenciado la mira intensamente, sonríe con complicidad y besa devotamente su mano, alejándose sin dejar de apretar su portafolios bajo la axila.
Bueno, niñas, ¿qué hacen aquí con cara de tontas? Busquen algo en qué ocuparse.
Trato de poner en orden mis ideas, pero ya no importa. Camino hacia la lluvia y me empapo la cara y las manos.
LA ENERGÍA ELÉCTRICA HA sido restablecida y rastreo con la vista el caos del lugar. Toallas y servilletas llenas de sangre se encuentran cerca del lugar donde la colegiala y las demás mujeres forman un círculo alrededor del maestro Zorrilla que se desangra con varios agujeros de bala en la espalda.
Hay que hacer algo, Dios mío. Este hombre se está muriendo, urge la señora de la telenovela de las cinco.
¿Cómo fue? ¿Qué pasó?, es la colegiala en un ataque de nervios.
No lo sé. Yo estaba de espaldas, encendiendo la estufa, cuando oí los plomazos.
Yo solo lo vi caer, afirma la otra mesera.
¿Alguien lo vio disparar?, pregunta la dueña de la cafetería, señalando al bolito que se encuentra en el grupo que nosotros formamos.
Ganas no me faltaban, pero alguien se me adelantó, dice el bolito con un encogimiento de hombros.
Es cierto. Al menos esta arma no ha sido disparada recientemente, dice el licenciado, olfateando el cañón de la pistola.
Allá, dice mi acompañante, señalando hacia la persiana.
Y en la persiana, tres agujeros dejan pasar sendos rayos de sol.
Pobre maestro, dice Thor Tuga. Es karma.
Es un poema.
Es un crimen.
Es el castigo.
La persiana metálica es subida violentamente con un estruendo y podemos ver las figuras recortadas de varios hombres en uniforme de campaña que se agrupan.
¡Bullshit!, dice Thor Tuga.
¡Fuego!, grita el comandante.
ES OCTUBRE Y EL invierno se ha metido tanto en un mes que no le corresponde, que termino por creer que las noches de luna tan hermosas han sido tragadas por el agujero en la capa de ozono y levadas más allá de la galaxia, dondequiera que eso quede. La lluvia es tan copiosa que nos moja en todas direcciones, nos empapa la planta de los pies y se nos mete por el espinazo. Hago la señal de parada a un autobús en el instante en que un auto golpea un bache oculto por el agua y me baña con un pom y un esplash. Alguien ríe a mis espaldas. El autobús no se detiene y ya no importa esquivar los chorros de agua que saltan de ese surtidor que es el bache, que es el agua que no alcanza a ser chupada por los tragantes taponeados de lodo e inmundicia, anegando los cruceros de las calles y avenidas de la ciudad. Alguien tose a mis espaldas. ¿Usted no es de aquí, verdad? escucho y siento un dedo punzante en mi espalda. ¿Me regala diez len para la camio, don? Hurgo en mis bolsillos. Están vacíos. Palpo el agujero por donde debió salirse hasta el último centavo. Vuelvo la mirada y ensayo un gesto de excusa. Gracias, de cualquier manera, don y da media vuelta, alejándose con paso pequeño y vacilante. La ropa se me pega al cuerpo dando esa sensación de fría viscosidad. Me recorre un escalofrío. Las gotas me nublan la vista y limpio mis lentes con la yema de los dedos. Una ambulancia pasa rápida y la veo desaparecer cien metros adelante tras una estela de agua.
Hay algo en esas manos, pienso y vuelvo la cabeza. Su figura se perdió entre el mundo de gente que se materializa, prácticamente, al detenerse la lluvia. Hay gran animación, se forman grupos que corren hacia un punto en la otra calle. Así fue la vez pasada, don y veo nuevamente sus manos. Esta vez hay un humeante cigarrillo entre los dedos. Salen a relucir pancartas, mantas y consignas. Estaban dispuestos a morir, pero cuando empezó la lluvia, patitas pa'que te quiero, se disolvió la manifestación.
¿Qué ocurre allá, en la otra esquina?
Dicen que coparon al poeta en una cafetería. Parece que mataron a todo el mundo en ese lugar. Hay un río de sangre.
Lo dice así, con la misma cadencia e inflexiones que pudiera usar para describirme un evento cualquiera el guía de turismo.
Escribía poemas.
Miro mi reloj. ¡Caramba!, se paró a las tres y cuarto.
acknowledgements
QUIERO AGRADECER AL DEPARTAMENTO de Estado de los Estados Unidos de Norteamérica la beca que hiciera posible que durante estos años pudiera dedicarme por entero, lejos de preocupaciones económicas o de otra índole, al estudio y preparación de este documento. Al Gobierno de la República que se me permitiera recabar información en el Ministerio del Interior y en las diferentes dependencias a su digno cargo. Al Ejército Nacional que me facilitó parte de los archivos confidenciales sobre éste y otros casos similares. A la señora Madre del Poeta quien tuviera la paciencia y confianza para mostrarme manuscritos, fotografías y demás pertenencias de su hijo, y quien me contara además todo lo relacionado con su niñez, la casa de la abuela, sus amigos y demás.
Sin el auxilio de estas y otras instituciones y de muchísimas personas que creyeron en mí, jamás hubiera podido hacer esta historia.
Tengo un último y especialísimo reconocimiento al tío del Poeta quien accediera gentilmente a proporcionarme el manuscrito que reproduzco a continuación y que fuera, en gran medida, mi principal fuente de inspiración. God bless you. Un millón de.
Soy el Poeta. Arquero, arco, flecha, viento, blanco, herida. Nunca pedí a otros lo que no soy capaz de dar yo mismo, excepto por una cosa. Amistad. Cuando muera no quiero bombos ni platillos ni reconocimientos; ni siquiera lágrimas o pena. Quiero tus manos, vida. Unas manos fuertes y firmes, tibias y confortables, cariñosas y amables. Las quiero sobre la frente, presionando en mis sienes para soportar la tensión que está a punto de hacer explotar mi cabeza; sobre mi boca, para no escupir la angustia que siento, ni la ira; sobre mi pecho, para arrancarme esta piedra que tengo por corazón; sobre mi sexo, para que riegue mi simiente en cada acto tuyo, en cada entrega tuya. Cuando muera no vayas a pensar que me he ido para siempre porque nunca estuve aquí. Lo soñaste junto con otros sueños que confundes y que no por hermosos y perfectos son más reales que la pesadilla que sueles tener cuando vuelas y te sientes libre y dueña de tu futuro, tus ganas, tus pasiones. Yo estuve allí, ¿lo recuerdas?, junto a ti en todo momento. Llené tu vida, hasta las heces, con mi plenitud de hombre y de artista. Fui tu padre, tu hijo, tu hermano, tus ansias y futuro. Fui todo y nada.
Diez
nueve
ocho
siete
seis
cinco
cuatro
tres
dos
uno
Se acabó el tiempo.