Bajo la fuente (novela)
Editorial Cultura 1, primera edición, Guatemala, 1987

Editorial Cultura 17,  segunda edición, Guatemala, 1994

Texto íntegro a continuación


(Texto en contraportada, primera edición)
Al otorgar el Premio Unico "Froylán Turcios", el jurado calificador fundamentó su decisión en los siguientes elementos de juicio: La novela tiene una estructura bien organizada y la trama observa una sucesión congruente con la responsabilidad psicológica y física de los personajes en nombre de lo verosímil. Los personajes están bien delineados y los retratos han sido logrados con la justa proporción psicológica. Manejo profesional del lenguaje narrativo con simetría y rompimientos justos en el tratamiento de la persona que narra. El ritmo y musicalidad básicas del lenguaje están tratados en secuencia uniforme que no permite fisuras en el estilo. Creemos que deberá afinarse el estilo apenas en la intromisión subjetiva del autor en el tratamiento de los personajes.
Manuel Corleto es un dramaturgo guatemalteco con varios premios centroamericanos. Fue declarado Maestre de Teatro y recibió la Orden Miguel Angel Asturias, entre otras distinciones.
Bajo la fuente es su primera novela.

(Texto en contraportada, segunda edición)
Corleto no esta hablando de lo que no conoce. En este caso ha sido testigo del dolor y de la muerte. Y lo está demostrando. El está aquí, poniendo en papel una tragedia que a veces si no fuera tan dolorosa parecería una sátira. Y lo es. En el fondo Bajo la fuente es un libro satírico, en el fondo es una parábola de la verdad. Y es una sátira y por lo tanto compensa esto un hecho que es de señalar. Y es que en los libros de Corleto —y me refiero también a sus piezas de teatro—, hay indignación pero no hay cólera, no hay odio. Todo lo aque escribe Corleto es como puro. Y la gran dureza y sobriedad con que trata esta impureza le da a su crítica una mayor fuerza. En él la ironía es mucho más punzante que una bala.
En Bajo la fuente hay además un valor de la palabra. Corleto se convenció temprano de que el uso de las palabras es una de las tragedias más grandes para el escritor y que a medida que uno envejece, va tratándolas cada vez con mayor cuidado y con mayor humildad. Sólo cuando se tiene veinte años se disparan las palabras como quien reparte puñados de maíz, con una inconsciencia adorable de la cual uno más tarde, a veces se arrepiente. Cuando uno ya es viejo, va buscando las palabras con el cuidado con que va buscando a las mujeres, para que lo quieran a uno y no lo aruñen de noche.
Mario Monteforte Toledo


Premio Froylán Turcios de Novela 1985


© 1987-1994: Manuel Corleto

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Bajo la fuente
Manuel Corleto

UNO

EFRAÍN, CON SU ANTIGUA versión de Casiodoro de Reina (1569) revisada por Cipriano de Valera (1602) bajo el brazo, va presuroso casi en puntas de pie, sorteando las piedras y charcos de la calle de su iglesia en la zona 5. Quiero contarlo de una manera ordenada, fácil y sin complicaciones retóricas. Consignar los hechos tal como ocurrieron, cronológicamente, de principio a fin —final que es hoy, pero no necesariamente la conclusión del asunto—y tratar de colocar mi mente en otra dirección, como hago cuando más vale machete estate en tu vaina que cien volando. Repite mentalmente las palabras mágicas, el abracadabra que aprendiera en la escuela militar y que no eran precisamente las que él quería pensar en ese momento que metió un pie hasta el tobillo entre el lodo. Hice desgracia mi zapato, piensa, y yo digo que la casualidad es la madre de la causalidad. El origen, el motivo. La conjugación de las circunstancias imprevistas cuyos principios son desconocidos. Voluntad de Dios, exclama, y yo digo que allí están calle, lluvia, piedras, charcos, iglesia. Una serie de factores que inciden en la combinación infinita que puede darse una sola vez en la vida terrena. Efraín lo sabe. Aprieta fuertemente la antigua versión bajo la axila. Su contacto duro y blando a la vez le produce un escalofrío, un latigazo en el espinazo que lo yergue y hace que olvide el húmedo y viscoso contacto del barro cuando llega a las puertas del templo.
    La claridad le pega de lleno. Esa frase no alcanza a describir en su totalidad el hecho y me siento obligado a echar mano del recuerdo de una vez que fui a lucear conejos y el brillo de esos ojos me hicieron pensar en una pieza más codiciada. Mi abuelo materno lamentó por mucho tiempo la pérdida de una de sus vacas en la montaña. Efraín entrecierra los ojos y penetra acompañado de cánticos y palmas. Tropieza con una señora gorda, enloda su vestido y le propina un pisotón de padre y señor nuestro. Perdón, excusa. No ¡ay! cuidado, hermano y se sienta a la diestra y palmea entusiásticamente en el justo momento del chan-chán. Tarda unos compases en darse cuenta que todos lo observan y frena vigorosamente su mano izquierda con la derecha en un gesto que le es característico de siempre y que parece parafrasear aquello de que no se entere ésta de lo que la otra hace y que posiblemente inspirara el motto de su cruzada.



LEONEL HACE UN GESTO a sus acompañantes y salta ágilmente del vehículo militar sorteando los charcos y piedras que conocemos. La acción descrita corresponde exactamente en secuencia a la anterior y prueba de ello es que se escuchan los cánticos y palmas que finalizan cuando el especialista corta la ignición y el oficial coloca su Galil en el piso del jeep y baja. Puta, dice, ni que estuviéramos en la maldita montaña. Los soldados que le siguen ocupan lugares estratégicos a la vista de las puertas de esa iglesita de la zona 5. Operativo de rutina, según parece, aunque en estos tiempos lo más probable es que quién sabe. Leonel, antes de penetrar la luz, se detiene en la penumbra para acostumbrarse a ese cambio y recrea una imagen a pesar suyo: se encuentra en el baño del apartamento de ella y el dormitorio está con la luz apagada. Se precipita y ¡pum! Tropieza con uno de sus botines y se rompe la frente en el borde de la cama. Cinco puntos y los manuales básicos de supervivencia en la selva lo hicieron más precavido desde entonces, trátese de luz a oscuridad o a la inversa como en este caso.
    La voz del pastor lo hace dudar. Más bien la voz del pastor se diluye en tiempo y distancia para llegar a sus oídos la de su comandante en el patio de la escuela militar que dedica el momento en que la luz del sol cae a plomo para moralizar a los caballeros cadetes que sudan la gota gorda sin comprender realmente cómo se puede estar con dios y con el diablo al mismo tiempo. Cuando sube la grada palpa la reglamentaria cuarenticinco como para asegurarse que sigue allí entre el cinturón e hígado y se descubre lentamente para aprovechar la sombra que momentáneamente le proporciona el kepis.
    Efraín levanta la mano y cuando nadie parece querer ocuparse de su testimonio, gira para observar hacia donde centran su atención. Y mira lo que todos: a un coronel del ejército en uniforme de campaña camuflado. Y mira más porque reconoce a Leonel y éste parece distinguirlo ahora entre la concurrencia.



UN TAL RALPH J. GLEASON define los riesgos y consecuencias cuando afirma que cualquier intento de combatir al sistema lo hace a uno víctima automática del mismo. Lo que es igual a —agrego yo con el permiso de los filósofos populares— que quien se mete a redentor se lo lleva la gran puta. Sin embargo, como solía expresarlo un anónimo amigo mío, no hay peor que unas enormes ganas de defecar y pasársela taponeado todo el santo día como si te hubieran metido un tarugo allá donde te conté —él no lo decía así, pero evito citarlo textualmente por las canas, la decencia y, sobre todo, al prurito de refinamiento que tienen los que gustan de leer este tipo de basura—, sin embargo, repito, alguien debe rendir testimonio en aras de la verdad, lo cual te lleva de nuevo a un callejón sin salida porque a nadie le gusta la desnudez cuando está acompañada de estrías, lonjas, celulitis, manchas, cicatrices, etcéteras, tan contrarias éstas a los ideales de belleza, perfección, éxito pregonados por los medios de comunicación social —incluyendo a la cadena nacional de radio y televisión—. Prometo, eso sí, salpicar la historia con sexo, intriga, violencia, traición; ingredientes indispensables para que mi libro se venda como pan caliente en stands de supermercados, librerías y farmacias, con pretensiones de bestseller subdesarrollado. Para terminar, agrego que cualquier parecido con personas, instituciones y demás, NO es coincidencia.





DOS

EL COMANDANTE DE GUARDIA grita sus órdenes y de inmediato los cuques empiezan a correr como hormigas en todas direcciones ganando posiciones defensivas. Las luces de las barracas de tropa y cadetes se encienden cuando todavía resuena el eco del disparo. El nerviosismo provoca sequedad de garganta, altos niveles de adrenalina y uno que otro calzón mojado, pero la disciplina evita que el pánico produzca una tragedia mayor como aquella vez que dicen que el soldado Tucux se durmió estando de guardia y el fusil se disparó al caer hiriendo al cabo González en la ingle. Y el cabo González —cuyo parte posterior no es muy claro, dejando dudas razonables sobre el hecho por la pública e irreconciliable enemistad con el soldado Tucux por líos de faldas en una cantina— en un movimiento instintivo descargó el peine de su ametralladora en el durmiente. Segundos después aquello era un infierno de plomo y sangre. La versión oficial justificaba la acción con un supuesto ataque guerrillero a las instalaciones de la escuela, dando una nómina de siete soldados y dos caballeros cadetes muertos en el cumplimiento del deber y otros tanto heridos en iguales circunstancias.
    En estado de shock y con palidez cadavérica, Efraín es sometido a curación de emergencia en el hospital militar. Un oficial lo interroga ante la desaprobatoria mirada del médico que cauteriza. ¿Qué pasó, Campos? Se me fue un tiro limpiando la escuadra, mi teniente. No se mueva, cadete, dice el doctor. Cuidado, mi capitán, dice al doctor, el dedo me duele mucho. ¿Quién estaba con usted? Imposible, dice el capitán, un dolor reflejo, se lo acaba de volar. Creo que estaba solo, mi teniente. ¿Qué acaba de decir de mi dedo, mi capitán? El cadete García informó que a él se le fue el tiro. No recuerdo. Listo, cadete, espero que la pérdida del dedo medio no afecte su carrera militar. En todo caso, continúa el doctor con franca sonrisa, tendrá problema en sus relaciones sexo-sentimentales. ¿Dedo medio? Menos mal que no es el del gatillo, dice el teniente. Pero sí el cangrejero, ríe el doctor.



DISCULPEN, POR FAVOR. NO es mi intención in quietarlos, pero necesito hablar con Efraín Campos. El pastor da unos pasos. Los hermanos se mueven para formar un escudo protector frente a Efraín quien se ha puesto de pie. Está bien, hermanos, dice, no hay cuidado, es un amigo. Todo queda detenido un instante, en suspensión inanimada. ¿Te duele?, pregunta. No, responde, sólo cuando me río. El tribunal militar falla que fue un lamentable accidente que a cualquiera puede pasarle. Sin embargo, por tratarse de un impedimento físico reñido con el código militar, ha sido dado de baja con una pensión más que decorosa. Augusto César lo hacía al licenciar a sus hombres. Estos, sin mayores preocupaciones económicas, no representaban una amenaza para el imperio. Lo siento, dice. Lo sé, susurra, mala suerte, es todo. ¿Suerte? ¿Ves aquella mosca en la pared? Toma la escuadra y con un rápido clac-clác la bala está lista en la recámara. Demasiado fácil, ¿no te parece? Extiende su mano, con la palma apuntando al frente, los dedos hacia arriba, separados. Como esas suertes de circo: la mujer atada a una rueda que gira frente al certero lanzador de cuchillos. O el hombre del látigo que apaga una a una la llama de las velas, hasta arrancar el humeante cigarrillo de los labios de esa bella rubia platinada. Efraín se aproxima. Creí que estabas en la Zona. Acabo de volver. Se estrechan la mano. Leonel aparenta no darse cuenta de la fuerza de esos cuatro dedos que se prenden como garra. Estoy a tus órdenes. Ambos salen a lo oscuro, seguidos por las miradas de docenas de pares de ojos que, instantes antes, no apartaban la vista del apolillado machihembre de su casa de oración.



QUERIDOS HERMANOS, HE OÍDO la voz del Señor. ¡Aleluya! Esa  voz de trueno y miel, de mandato y ruego. No soy digno de Su gracia y, sin embargo, escuché Sus palabras. ¡Alabado sea! Me encontraba en oración, orando como siempre hago cuando tengo hambre, cuando tengo frío, cuando tengo penas, y ¿por qué no? Cuando hay júbilo en mi corazón. En mi alma. Sí, hermanos, llegó a mí con la claridad de un murmullo y la precisión de un rayo luminoso que nadie es capaz de detener. Nada más que Su voluntad. ¡Así sea! Mi esposa daba el beso de buenas noches a nuestros pequeños y yo, desde la puerta, agradecía al Señor por lo bueno y lo malo de la jornada. De pronto sentí una poderosa fuerza que me paralizó por completo. Allí estaba yo, clavado, sofocándome, afiebrado, sin poder articular otras palabras que: ¡Estoy en tus manos, Señor! ¡Aleluya! ¡Cúmplase tu designio! ¡Amén! Pude ver a mis hijos que dormían el sueño bendito de los inocentes y a mi esposa que los arropaba amorosamente. Todo envuelto en un manto de luminosidad increíble, en un ámbito de paz total. Y me dijo: En tu rebaño hay una oveja que no es igual a las demás porque tiene una marca. Y pregunté: ¿Seré yo, Señor? Y respondió: Antes de que finalice el día lo sabrás. ¡Aleluya-aleluya! Y todo volvió a ser como antes. Mis hijos, mi esposa, mi hogar, el mundo. Y todo fue diferente para mí, queridos hermanos, me acometió un temblor que aún persiste y siento henchido el corazón y más liviana mi alma. Por Su designio, uno de nosotros tiene la marca. Y uno de nosotros será señalado por El esta noche. ¡Palabra del Señor!



EFRAÍN, CON SU ANTIGUA versión bajo el brazo, camina contando los pasos, tratando de encontrar el camino perdido atrás en la nebulosa de su recuerdo. Podría decirse que lo arrastra el viento. Más aún, que es empujado por un gigantesco dedo invisible que presiona justo entre los omóplatos, porque su cuerpo desafía la vertical del equilibrio no hacia delante como cuando algo ofrece resistencia sino hacia atrás para no caer de bruces. Dejó de llover. La tierra caliente condensa las gotas que suben convertidas en niebla. La temperatura de su cuerpo hace otro tanto con la ropa mojada, dándole una incómoda sensación de pegajosidad. Hemos pensado en vos, Efraín. Soy siervo del Señor. Pero antes que nada, un patriota. Y yo pienso: Patria es esa extensión de kilómetros cuadrados. No. Cúbicos. Incluyendo la tal distancia hacia adentro de la cáscara del globo y la tal hacia fuera. Largo, ancho subsuelo y espacio aéreo. De esa forma adquiere la cuarta dimensión que los más parecen ignorar cuando hablan de geografía. Mi patria es un grano de arena en el sistema. Y yo una molécula de ese grano. Y la molécula es la esencia. Y la esencia lo es todo. Partamos de lo micro a lo macro o de lo general a lo particular y ¿qué somos si no producto de esa Fuerza infinita? Vayamos a lo concreto. Se inició un movimiento armado para dar el golpe. Es cuestión de tiempo. Urge formar un poder nuevo, tomar las riendas para sacar del caos al país. Somos marionetas en Sus manos, Leonel. Rodríguez, Zea, Paniagua, Gómez, Álvarez y los demás están con nosotros. ¡Palabra del Señor! Llega a las puertas de su iglesia por segunda vez esa noche. Siente las miradas clavadas en su humanidad y empequeñecido por dentro se yergue majestuoso y avanza. ¡Es él! ¡Es él! ¡Él! ¡Elelelelelelelelél! Resuena el eco a pesar de la ausencia de acústica. Palmas y cantos lo acompañan hasta el púlpito. El pastor se aparta y levanta los brazos en señal de silencio y Efraín gira para enfrentar a sus hermanos, transfigurado. El silencio se hace insoportable sobre sus hombros e incapaz de articular palabra cierra los ojos y ora, solloza, grita, aúlla y cae desvanecido en un pozo de ayes y lamentos.





TRES

HAY SILLAS DE SILLAS. En otra oportunidad haré una antología de la silla. O una apología, si se me permite.  Es un tema que no se ha tratado con la debida importancia. Es más, la tónica peyorativa ha sido una constante sobre el asunto, destacando principalmente su función de asiento con respaldo para una persona. Se llama sillín, por ejemplo, al asiento de una bicicleta y sillón, a una con brazos y de mayor tamaño para más comodidad.
    La silla mecedora que tantos recuerdos trae de noches cálidas en la costa, simboliza, por así decirlo, el último estadio del hombre. Mi abuela solía sentarse en una, al final del corredor, dormitando la siesta de las tres de la tarde. En la pequeña edad, la silla alta para comer y la sillita con un agujero para no hacérselo en los calzones. La silla del comedor es algo personal, asociada por supuesto al lugar que cada quien ocupa alrededor de la mesa para tan indispensable condimento. La silla de la escuela con muescas y manchones, tan personal también como la silla del lugar donde se trabaja. La silla del salón de espera que no suele ser tan cómoda como obligan las circunstancias. La silla eléctrica, para no cansar, que sirve para lo que sabemos y es el último lugar donde alguien no quisiera reposar las asentaderas.
    Hay, entre todas, una que rompiendo con los cánones tradicionales de estructura, forma y color, tiene el poder de la transmutación de los metales con el toque de Midas (resultante de la misma operación una y otra vez en el caldero del alquimista) que convierte en oro sólido de 24 quilates el trasero del fulano que se sienta en ella. Efraín lo sabe. Camina en un círculo para admirar el ancho respaldo y la perfección simétrica de sus flancos. Se aproxima tembloroso y se sienta en el mullido cojín, acariciando lascivamente los acolchados brazos rematados por sendas cabezas de león. Recorre la estancia con la vista en un lento paneo cinematográfico de izquierda a derecha y se detiene en la ventana abierta de par en par con panorámica del parque. ¿Da su permiso, señor presidente? Todavía no, mi querido Ramiro. Adelante. Los pasos son tragados por la mullida alfombra de Damasco y la araña produce un tintineo de buen agüero con el refrescante viento del norte que sopla. Su pueblo pide que se asome al balcón, señor. Todavía no, mi querido secretario. Cuando suene la última de las seis campanadas de Catedral, saldré. Entrecierra los ojos y aspira profundamente el aroma de los matilisguates en flor de los arriates repletos de simpatizantes, curiosos, vagos y orejas. ¿Qué tenemos? El coronel Sosa, una comisión de cooperativistas, el Nuncio Apostólico, la hermana gorda, el embajador gringo, reporteros de Aquí el mundo, doña Tere de Volandas… ¡Que pase Mr. Taylor!



ESTADO DE SITIO. PATRULLAS militares recorren las maltrechas calles de la ciudad toda la noche. El comandante bosteza y hace ejercicios faciales para espantar al sueño. El ronroneo del motor no ayuda gran cosa. Decide vaciar la vejiga y ordena un alto.¡Permiso para mear!
    La escena presenta características especiales dignas de recordar. Un jeep aparcado en la intersección de tercera y tercera, casi a media calle, con las luces apagadas. Un oficial,  cuatro soldados y un especialista que orinan con desenfado en todas direcciones, formando una fuente de chorros que irradian del centro que es el vehículo. Un poste de alumbrado público con el foco posiblemente quemado. Un gato que maúlla desde el tejado de la casa sita en la esquina nororiente y el ulular lejano de una sirena, ayudan a crear el suspenso necesario para lo que viene. Y lo que viene viene tan rápido que, prácticamente, congela la acción un  instante (como en el infantil juego del estancado, donde nadie deberá moverse o pierde), culminando en una variante donde tampoco alguien podrá moverse porque perdió la vida.
    El oficial que ha sido el primero (por rango y necesidad) proyecta el chorro con fuerza untar de metros adelante, justo en la boca de la alcantarilla. Ensaya una mayor presión, ayudándose con un movimiento de la mano hacia arriba y logra superar la marca sobre la banqueta. El especialista Galindo, en el lado opuesto del jeep, no es tan hábil y moja una de las botas del cabo Cano antes de poder controlar la situación. El cabo Cano, en venganza, suelta un ruidoso pedo con dedicatoria a Galindo. El soldado más cercano escupe y ríe, mientras los otros dos orinan de una manera que podrí llamarse ortodoxa (piernas separadas, mano que sostiene el miembro con la palma hacia abajo para poner una cortina e impedir la exposición excesiva del mismo, chorro con alcance promedio de un metro con presión uniforme, tres o cuatro sacudidas —no más por aquello de que ya se trataría de una paja— y guardada del  miembro con un movimiento de nalgas hacia atrás para acomodarlo en su lugar y no sufrir un doloroso accidente al subir el zipper de la bragueta).
    Un pick-up se aproxima rápido con los faros apagados. El primero que lo ve es el cabo Cano y es lo último que el cabo Cano verá antes de caer abatido por una ráfaga que barre a los somnolientos militares. El pick-up embiste al jeep y de él saltan tres o cuatro hombres con armas automáticas que se aseguran de que nadie quede con vida. Suben rápido a la palangana y lanzan una granada que explota violentamente cuando el vehículo se pierde en una calle cercana. Ni un lamento, ni un maullido. Todo ha durado 30 segundos. Flat.



MALDITA MOSCA, COMO EVOLUCIONA inquieta, zumbante, incansable. Si hasta parece que anda loca la pobre animala del demonio, que le falla el timón o brújula o radar o comoquiera que se llame eso que tiene en alguna parte de su minúsculo cerebro de insecto y que le sirve para detectar mierda dondequiera que esta se encuentre. El tiburón es igualmente digno de admiración al ser capaz de identificar una partícula de sangre en un mar de agua. Ahora está allá, de cabeza, en el techo, desafiando la ley de gravedad y mirándome con sus miles de ojillos como al través de un prisma. Aquí llega otra vez la jija de la mañana, se para en mi brazo, elude el golpe con extraordinaria habilidad. Parece burlarse diciendo aquí estoy en cada pasada por mis orejas a que no me alcanzas en cada picada en dirección a mi nariz y cierro la boca. ¿Qué pasa, Efraín? Nada, una mosca. Duérmase mi amor, que mañana tiene que ir a trabajar.
    Otra mosca. Otro lugar. Otra época. ¿La ves en la pared? Guardá el cuete, hombre. Y ahora empieza de nuevo a dar vueltas, zumbante. ¡Clac-clác! ¡¿Estás loco, Leonel?, deja eso y dormite! Se siente un calor terrible. Debe estar a 35 grados a la sombra. De nuevo se posa en la pared. Da dos o tres saltitos y queda inmóvil. Desde esa distancia es fácil. Extiende una mano. ¡Cuidado! Efraín da un paso. ¡Pum! Truena el balazo e n el silencio de la noche.
    ¿Oíste? ¿Qué? No sé. Escuchan en la oscuridad. Ni el zumbido de una mosca. ¿Sabés en qué estaba pensando? ¿Mjú? En algo que Ramiro me dijo hoy. ¿O fue ayer? Hoy, me parece. Dijo que hay un camino para encontrar la paz. Tú sabes lo tormentosa que ha sido mi vida. La dirección que ha tomado muy a pesar mío. El accidente en la Escuela Politécnica, el licenciamiento, el alcoholismo —al fin lo reconozco—, uno y otro y otros tratamientos de rehabilitación. ¿Qué te dijo? Algo sobre nacer de nuevo. ¿Te pasa algo, Efra? No. Nacer a la vida eterna. Estás hablando como esos fanáticos gritones. Somos católicos, apostólicos y romanos. Además, ahora que la nena va a hacer su primera comunión, que ni te oiga. Pero… ¡Y mejor durmámonos! Túme despertaste, yo… Es que creí oír algo.



OÍ LO QUE OÍ, hermanos, ¿alguien lo duda? Si es así, que dé un paso al frente y pida de rodillas ayuda para sanidad. Porque no es sordo el que no oye ni ciego el que no mira sino quien se niega a aceptar que hay un camino. Y que ese camino no nos lleva a Roma, como dice un refrán popular ni como dijo el poeta, se hace camino al andar. No, hermanos, esa distancia deberá recorrerse entre un nuevo nacimiento, una vida totalmente apegada a los preceptos del libro de libros y una muerte que llegará para dar cabida a la vida por siempre jamás. ¡A la vida eterna! ¡Aleluya! Hace una pausa profunda y mira en una lenta barrida a su auditorio, a esos hombres y mujeres y niños que le escuchan con la cabeza baja, los ojos cerrados, los labios entreabiertos en una letanía de alabados, aleluyas, glorias, benditos, mostrando las palmas de las manos en una actitud de entrega total y como diciendo aquí estoy, Señor, indefenso, sin más armas que mi fe, sin más deseo que encontrarte, sin otra voluntad que la Tuya. ¡Aleluya! Soy el Primero y el Último, dice el Señor. El Primero y el Último y el que Vive. Una vez morí, dice el Señor, pero ahora vivo por siempre y para siempre. Yo tengo las llaves de la muerte y del infierno…  ¡De la muerte y del infierno! Y como soy el Primero y el Último y el que Vive por siempre, dice el Señor para que no olvidemos que serán muchos los llamados y muy pocos los elegidos, tengo las llaves de la muerte y del infierno. ¡Palabra de Dios! El pastor toma aliento. La nueva pausa es aprovechada por un niño que hace desesperados esfuerzos por no orinarse y dice a su mamá que ya no aguanta las ganas. La madre, arrancada de pronto de las regiones metafísicas a un estrato tan prosaicamente terreno, eleva los brazos con desesperación y exclama ¡hágase Tu voluntad! La inocente mente del infante interpreta el exabrupto como tácita autorización y pasando del dicho al hecho se moja los pantalones en un decir Jesús. La señora gorda, bañada en sudor, se pone de pie e intenta oxigenar sus pulmones. Después de una grotesca bocanada a mandíbula batiente, cae desmayada, provocando una reacción en cadena que convierte la estancia en un caos cuando algún chistoso —de los que nunca faltan— grita ¡fuego! En pocos segundos aquello es un infierno de gritos, carreras, maldiciones, sálvese quien pueda. La estrecha puerta del templo provoca un aprietacanuto de dolorosas consecuencias, con destrozos de mobiliario y conciencias. El pastor, desde el púlpito, echa mano de cuanta fórmula retórica recuerda con pésimos resultados. Alguien grita ¡sho!, otro le mienta la madre, uno de los ancianos trata de convencerlo para que abandone la nave y se ponga a cubierto; pero la dantesca visión lo arrastra a tal grado de excitación, que le provoca la más intensa, prolongada e insospechada eyaculación que haya experimentado en su vida.



¿UN BUNKER DEBAJO DE la fuente, señor? Voy a tener que masticarlo, tragarlo y digerirlo muy despacio. Hechos: Los primeros cristianos, perseguidos a muerte por el imperio romano, evitaron su total extinción de esta forma. Una maqueta a escala sobre la mesa, blueprints y perspectivas muestran el proyecto de parqueo subterráneo bajo el parque central. Las protestas generalizadas no han sido capaces de detener la iniciativa del ejecutivo. La obra es calificada de faraónica por unos, de innecesaria por otros, de descabellada por los más, pero la gran mayoría no puede ver más allá de  sus narices. La gran verdad queda oculta tras la cortina de humo de gastos confidenciales, verborrea demagógica en cadenas nacionales de radio y televisión, comunicados oficiales y campos pagados en los medios de comunicación social.
    Estamos a punto de lograrlo, Ramiro. ¿No es paradójico? Es esta mano, el poder político con sus implicaciones en economía, educación, salud, arte; en leyes, reglamentos, dimes y diretes. En la otra mano, el mandato divino; cabeza de playa en la lucha a  muerte con el enemigo. La combinación perfecta para un buen desayuno, como dice el comercial, señor Presidente. Todavía  no, Ramiro. Jefe de Estado, en todo caso. Pero aquí entre nos, hermano a secas. En cuanto a desayuno, lo hemos sido durante siglos del pez grande que es quien sabemos. Hemos crecido a pasos agigantados últimamente, nuestra congregación es fuerte y poderosa, somos soldados del Señor y estamos a punto de transformarnos en comensales. Señala la maqueta. Un parque sin árboles no es muy estético ni ayuda mucho con el problema ecológico que nos cargamos, pero permite buena vigilancia. Además, nos da una mejor vista de los edificios que lo circundan, y sabes por qué lo digo. Levanta la tapa de la maqueta. Parqueos subterráneos para vehículos oficiales y particulares. Éstos últimos alejados lo suficiente para no dar problemas en caso de que alguien tenga la idea genial de poner una carga de dinamita o algo parecido, y separados del complejo gubernamental con sólidos muros. Comprendo, señor. Hechos: Las catacumbas… Son interrumpidos por un barullo creciente, voces y ruido de maquinaria pesada. Los trabajos de remodelación urbanística del casquete central, como se le ha dado en llamar, son iniciados en el momento de cubrir con un gran plástico la hermosa fuente truncada. Un par de beatas que salen de la catedral murmuran y sonríen extrañamente, señalando en esa dirección. Y no es para menos. A distancia, parece un gigantesco miembro don preservativo de color azul nacional.





CUATRO

DE LA MAÑANA EN punto. Un vehículo patrulla abre el paso. Le sigue un auto americano con los vidrios polarizados. Atrás, un patrol blindado, jeeps y camiones repletos de gente armada. En las solitarias calles de la ciudad, los perros husmean en promontorios de basura y suciedad. Un bolito trasnochado vomita abrazado a una señal de alto que es ignorada por la caravana que enfila rápidamente hacia el sur.
    Cuatro de la mañana y diez. Un avión comercial de gran envergadura vuela a 12,000 pies de altura sobre el nivel del mar. En la cabina presurizada el sonido de los motores se confunde con el aire acondicionado. El piloto hace contacto por radio con la torre de control. Vira suavemente hacia el sur.
    Cuatro de la mañana y quince. La caravana dobla la veinte calle hacia el poniente. Los faros son vistos a lo lejos por los periodistas, familiares y autoridades que aguardan inquietos la llegada de los condenados al cementerio general.
    Cinco de la mañana y treinta. La nave se desliza por el aire como un dardo blanco. El Papa ora en la cabina. Una turbulencia lo hace abrir los ojos en el instante en que alguien toca con suavidad en la puerta. ¡Adelante! Lamento interrumpirlo, Su Santidad. No hay cuidado, padre. ¿Qué ocurre? Acabamos de recibir este mensaje de la Santa Sede. Le entrega un papel cuidadosamente doblado.
    Cinco de la mañana en punto. ¡Ya deja de fumar, Efra y acuéstate! Da unos pasos y aplasta la colilla contra el cenicero repleto. Camina hacia la ventana y abre las cortinas. Afuera está oscuro. ¿Qué hora es? No sé. Deben ser… Suena el timbre del teléfono. ¿Aló? No. Está bien. Enterado. Voluntad del Señor. Cuelga. ¿Qué hora es, Efra? ¿Quién llamó? La sentencia ha sido ejecutada.
    Cinco de la mañana y cuarenta. Su Santidad ora en silencio, el papel estrujado en su mano. El piloto lee en el tablero de instrumentos. Hay un cambio de 90 grados en el curso. La brújula indica dirección norte.
    Cuatro de la mañana y cincuenta. ¡La gracia ha sido denegada por el presidente! ¡La sentencia es firme!  ¡Si alguien, en este momento, pide clemencia para los reos, será ejecutado de inmediato junto con ellos! La luz roja intermitente imprime matices surrealistas a la escena. Los cuatro condenados frente a un muro de sacos de arena. El pelotón frente a los condenados. ¡Atención!
    Ocho de la mañana y minutos. ¡Dicen que los fusilaron! ¡Dicen que el Papa canceló su visita a Guatemala! ¡Dicen que hay soldados y tanques y cañones rodeando el palacio! ¡Dicen que van a disolver los tribunales de fuero especial! ¡Dicen que el embajador gringo se las peló para los Esteits! ¡Dicen que uno de ellos, al momento de recibir la descarga, gritó que viva Arévalo! ¡Dicen que murió de frío..!
    Siete de la mañana y cinco. ¡Metiste la pata, Efra! ¡Si me hubieras escuchado! Pero no, nunca lo haces. Si ellos te dicen que te tires de cabeza en el precipicio, allí vas como manso cordero al matadero. Si yo te digo que tal cosa yo creo que está bien o que está mal, ni siquiera te das por enterado, como si yo fuera una retrasada mental o un ser de otro mundo. Soy tu esposa. Tu mujer. La que te ha aguantado humores, olores, ronquidos, borracheras, fracasos, malos tratos, quemones de canilla, humillaciones. Y todo te lo perdono, menos esto, Efra. ¡Yo quería conocer al Papa! ¡Yo quería besar su bendita mano! ¡Y nos dejaste con los colochos hechos a mí y a la nena! ¡Ahora sí me voy con mi mamá!



¿POR QUÉ YO LEONEL? Soy la persona menos indicada. Los dos caminan por la vereda que separa la fracción tres de la cuatro y se detienen entre los mausoleos de las familias Tristán Ramírez y Godínez Pérez. El siguiente gobernante debe ser civil. El consejo de comandantes llegó a esa decisión. Efraín parece no escuchar, su mirada clavada en la lápida que dice después del nombre, fechas de nacimiento y de muerte: HASTA PRONTO. Los políticos, por supuesto, quieren que el ejército seleccione a alguno de ellos… Risas interrumpen. Una pareja de enamorados casi se da de bruces contra ellos y, sin inmutarse, pasan rápidos y felices. ¡Vaya lugar para una cita! Caminan hacia otra sección del camposanto donde la verde grama y árboles y arriates con flores producen un clima propicio para promesas y conspiraciones. A una señal, estará hecho, Efraín. Nunca he tenido nada que ver con política, Leonel. Lo sabemos. Déjame ponerlo de este modo: todos los comandantes te conocemos. Fuimos compañeros en la Escuela. Eres uno de los nuestros aunque ese lamentable accidente del que yo fuera culpable directo, no te haya permitido seguir la carrera. Eres un militar a pesar de eso. Lo llevás en la sangre, Efraín. Y eso lo sabemos bien los comandantes. Si aceptás colaborar con nosotros, nos encargaremos de que en 24 horas no haya una sola persona que pueda cuestionar tu designación. Nuestro departamento de relaciones públicas se encargará de darte una imagen adecuada. Borraremos cualquier rastro de tu paso por la Escuela si fuera necesario, con tal de que no se te ligue en forma alguna con el ejército. Tu fe cristiana y tu militancia en la iglesia dará confiabilidad a tu nombre. En fin, si aceptas jugar ese importante papel, te pondremos al corriente y sabrás todo lo que necesites saber. No estoy autorizado para decirte más por ahora, excepto que tienes mi incondicional apoyo y total confianza como amigo, como soldado y como patriota. Empieza a declinar el día. El viento sopla refrescante. Los pájaros, en bullicioso vuelo, regresan a sus nidos en los árboles. El olor a tierra mojada lo llena todo. Unos quejidos en algún lugar cercano, llaman su atención. Avanzan hacia una depresión formada entre dos árboles de robustos troncos y miran a la bulliciosa pareja de antes entregada al empuje de su pasión, como queriendo reafirmar el acto, entre cielo y tierra, entre vivos y muertos, que la fuerza creadora del hombre va más allá del poder, el éxito, la fortuna. Leonel y Efraín giran y emprenden silenciosos el camino de regreso. Cuando llegan hasta el auto oficial que espera con las puertas abiertas y éstas se cierran detrás de ellos, ambos no pueden reprimir un escalofrío. Leonel, porque cree verse dentro de un ataúd. Efraín, porque cree verse atrapado en una ratonera.



VAYA USTED A SABER lo que pasa por la mente de una persona en el momento de su muerte. Siempre me ha impresionado la teoría de que quien muere recibe una especie de proyección cinematográfica de su vida, en versión condensada e instantánea. Es decir que en una fracción de segundo apenas, caben una infinidad de hechos que, de otra manera, sumados en tiempo normal darían extensiones telenovelescas. Quizá la explicación de este fenómeno la diera Einstein con su ecuación: E=mc²; no lo sé. La verdad es que cualquier aseveración al respecto queda dentro del campo de la hipótesis y, como tal, puras pamplinas hasta que no se demuestre científicamente lo contrario.
    De cualquier  manera, no es más interesante que lo que pasa por la mente de una persona que da muerte a otra. Una vez escuché las declaraciones de un asesino convicto que resumía de esta manera su pensamiento en el instante del crimen: ¡Aplastaba a un gusano! Leí en alguna parte que el homicida, independientemente del móvil, disfruta de una manera voluptuosa y sensual los estertores  de su víctima, con este pensamiento: ¡Me estoy viniendo!, o algo parecido.
    Pienso que tal vez lo que pasa por la mente del que mata y el que muere no es muy distinto en esencia. ¿Acaso no es posible que el que está siendo aplastado por un trailer piense: ¿Soy una cucaracha?



UN RESPETUOSO SILENCIO PESA como plomo en la pequeña iglesia de 20 metros cuadrados —incluyendo la sección que sirve de vivienda al pastor y familia— cuando Efraín se incorpora con dificultad. Su mano de cuatro dedos se extiende suplicante-autoritaria, para pedir-impedir que alguien le ayude. ¡Es un valiente!, dice la hermana gorda. ¡Es él!, exclaman a coro y las palmas y cánticos transforman la ascensión en algo para ser visto, oído, contado.
    Afuera, Leonel observa en la penumbra. Grandes gotas empiezan a caer espaciadas en ritmo y distancia. Luego, se hacen más pequeñas y tupidas. Finalmente, cae la lluvia cerrada. Un soldado le lleva un impermeable, pero Leonel lo rechaza con un gesto. No se mueve, dejándose calar hasta los huesos, recibiendo el agua en un bautismo simbólico en el nombre de la patria, del ejército y del pueblo. La vida es extraña, piensa, sin mover un solo músculo del cuerpo chorreante. Efraín y yo fuimos inseparables. Desde un principio congeniamos, pero también desde entonces se creaba una rivalidad entre nosotros. Una pugna que no terminaría con la pérdida del dedo medio de la mano derecha. Ni tampoco con su matrimonio con Beatriz.
    Empieza a sentirse incómodo, fastidiado, con ganas de no sé qué. Camina rápido hasta el jeep, lo aborda y parten. La lluvia pertinaz sigue cayendo. La ropa empapada se le pega y lo hace temblar. Maldice entre dientes. ¿Le ocurre algo, mi coronel? No, estoy bien. Estaba bien hasta que pensó en ella. Beatriz, él es Efraín. Mucho gusto, Leonel no deja de hablar sobre usted. Espero que diga cosas buenas. También, por supuesto. ¿Te importa si bailamos? No, claro que no. ¿Por qué no te fijás en el camino, mula? Disculpe, mi coronel, no vi el hoyo. Y ese baile en el Casino Militar fue el principio. Nunca se dijeron nada abiertamente, pero ambos contendían por el amor de Beatriz.
    Adentro, Efraín se yergue tembloroso en el púlpito. Tengo miedo, piensa. Imágenes del pasado me atormentan, quitándome el hambre, el sueño, el reposo. Fui pecador en pugna constante entre la razón y los instintos pasionales. Lo mío fue una carrera desenfrenada por ser el número uno, por poseer la mejor hembra, el mejor carro, lo que se me viniera en gana. Los cánticos y palmas lo llenan todo y lucha por no dejarse arrastrar en ese torrente de histeria, excitación, exaltación colectiva. Levanta los brazos, y sus brazos acrecientan las olas. Grita, pero su voz no es rival para cien voces. Gesticula, en un esfuerzo supremo, más el grupo compacto, impenetrable, termina por engullirlo en un torbellino donde Efraín pierde nombre, edad, estado civil, profesión, para convertirse en anónima oveja de un rebaño que espera el sonido del cencerro, la voz del trueno, la legión de ángeles, el juicio final; la muerte, en otras palabras, para volar al reino prometido por las Santas Escrituras, Apocalipsis 1:18.





CINCO

HAY SILLAS DE SILLAS. Ponérsela (de montar) a alguien, quiere decir dominarlo. Moverle la silla, significa hacer peligrar su estabilidad para ocupar su puesto. Hay infinidad de expresiones populares en torno a este curioso objeto. Estar ocupada la silla, quiere decir que él (o ella) tiene pareja estable. Sentarlo en la silla, ya es algo más específico y significa llevarlo al poder supremo del estado, sea por elección popular o por la fuerza.
    Hay otra acepción que también se relaciona estrechamente con nuestra historia: La Silla, a secas, es el trono de San Pedro. Y el trono de San Pedro lo ocupa el Papa. Y el Papa canceló su visita a Guatemala después de que su petición de gracia para los cuatro reos de muerte fuera ignorada por el gobierno de facto de Efraín Campos. Las repercusiones de tal extremo se sintieron de inmediato. Hubo un enfriamiento de relaciones entre iglesia y estado. Y más que eso, entre la iglesia y la iglesia, dando pie a hostilidades que empezaron a cobrar víctimas de ambos bandos.
    Para familiarizarse con el problema, hay que hacer un poco de historia reciente. Después del terremoto, se declaró estado de emergencia y la ayuda internacional no se hizo esperar. Entre ellos una organización cristiana, aprovechando la coyuntura de la reconstrucción inminente, envió a sus marines, levantó de entre los escombros un pueblo y sentó su cabeza de playa con catequistas en primera línea. La conquista había empezado 400 años después de aquella otra donde a plomo y fuego fuera cristianizada nuestra tierra. Y a oro y plata establecido el diezmo. Al poco tiempo, estos hermanos separados de la iglesia católica, ganaron adeptos entre las clases dominantes y planearon su estrategia partiendo de una premisa simple: Divide y vencerás. La iglesia católica siempre anduvo de la mano con el estado, con los políticos, con los militares, con los ricos. Su estabilidad estaba cimentada en las buenas relaciones con los poderosos y, de esa cuenta, a la par de los feriados oficiales por el día de la madre y el día del ejército, estaban los de la virgen tal, patrona de este lugar y de el santo cual, protector de aquel otro. Políticos se acogieron de buena gana a la misericordia divina y adoptaron iconos religiosos como símbolos de partido. Las florecientes cadenas de moteles y los mini casinos con máquinas traganíqueles eran inaugurados con misa cantada en el lugar de los hechos y la bendición administrada por el arzobispo en persona. Todo esto no pasaba inadvertido por la iglesia cristiana que reunió de emergencia al consejo de ancianos para encontrar una solución práctica, rápida y efectiva. La corrupción en la cúpula y periferia del gobierno había llegado a niveles nunca vistos. La guerrilla amenazaba con dar el golpe final y la Embajada de los Estados Unidos de Norteamérica se tronaba los dedos para parar la cosa. La solución se presentó donde nadie la esperaba. Estaba próxima la celebración del centenario de la introducción del evangelismo en el país. Las iglesias se preparaban con todo lo que tenían. Los católicos, por su lado, calculando que la cosa no era para tomarla a chiste, se vieron en la necesidad de usar artillería pesada para neutralizar a los hermanos separados y se programó de emergencia la visita del Sumo Pontífice. El efecto fue inmediato y contundente. Por primera vez en la historia el que calza las sandalias del pescador iba a pisar y besar suelo americano en una gira que comprendía este país. El alfil ponía un jaque peligroso, ganando una torre.
    En las historias del antiguo oeste, el temible pistolero invencible en docenas de duelos, moría de un disparo de suerte del novel tirador. El campeón de Fórmula-Uno muere en un choque al sacar el automóvil del garage de su casa y el otro se da a la fuga. El tragafuego de circo muere ahogado en la tina de su baño. El gallo invicto en combates con navaja de tres pulgadas, muere de accidente. Y así, por muy calculados que los riesgos sean, la casualidad define el juego donde tiene que haber, forzosamente, vencidos y vencedores.
    Todo estaba perdido en apariencia. Faltaban menos de seis meses para sufrir l;a derrota. No había poder humano que inclinara la balanza y diera la victoria. Al menos que ocurriera un milagro… ¡Y sucedió!
    El consejo de comandantes del ejército, el Embajador de los Estados Unidos, representantes del Banco Interamericano del Desarrollo y otros personajes clave, concertaron un plan denominado “Tortillas y chile”, cuyos principales puntos eran: 1) Derrocamiento del gobierno e instalación de uno provisional. 2) Convocatoria a Asamblea Constituyente e inicio del proceso democratizador. 3) Enjuiciamiento a todos los funcionarios corruptos. 4) Convocatoria a elecciones presidenciales en el límite máximo de doce meses. Pero había algo en que no se podían poner de acuerdo: ¿Quién sería el Jefe de Estado? Por una parte, las constantes violaciones a los derechos humanos atribuidas al ejército en su llamada lucha antisubversiva, hacía imperativo que el hombre fuera un civil. Por otra parte, no podía ser un ex-funcionario, político o alguien que en una u otra forma pudiera estar relacionado con los regímenes anteriores.
   Fue entonces cuando uno de los comandantes pronunció las palabras mágicas: ¿Qué tal si nuestro hombre fuera fulanito? Y como el abracadabra, el ábrete sésamo, se vieron de par en par las puertas de una salida. Ahora todo dependía de que el hombfre estuviera de acuerdo. ¡Y lo estuvo!
   El currículum de Efraín se limpió impecablemente. El pueblo fue el primero en celebrar la designación. En su discurso inaugural desde el balcón presidencial de palacio nacional tuvo un par de exabruptos, dispensados por la emoción del momento, pero una frase pegó centro como un dardo en mente y corazón de quienes escuchaban. Mi Dios, dijo, mi Rey y Salvador me puso aquí. Y sólo Él podrá moverme de la silla. Dios da, Dios quita. Y yo agrego: en las puertas del infierno se desquita. A estas horas deber ser así, pero no nos adelantemos a los acontecimientos.
   Declarada  la guerra, la iglesia católica se replegó prudentemente y unos cuantos monjes y sacerdotes desaparecieron, fueron muertos o expulsados del país. Todo el mecanismo gubernamental se puso al servicio de los cristianos. Las medidas económicas, tendientes a quebrar empresas no alineadas, surtieron desastrosos efectos. La represión en el interior del país fue mayor porque el indio que había sufrido antes la dominación española y la imposición del catolicismo, se negaba ahora a aceptas otra doctrina exótica. El estado permanente de sitio impedí que la prensa denunciara las atrocidades cometidas en el nombre del Señor.
   La iglesia tenía, pues, un peón dominante en el juego. Y no iba a permitirse el perderlo, sin antes ganar una sólida posición en el tablero.



       
TIEMPO ES HISTORIA. HOMBRE es tiempo. Historia resume tiempo y hombre. Raza humana es el resultado de un átomo que se tragó entero el universo. Bla-bla-bla-blá. Todos, de alguna manera, tratamos de justificar nuestras acciones. Por consiguiente, podría escribir mañana un libro que tratara los porqués del libro que escribo hoy. Y otro pasado mañana, aclarando por qué no escribí ayer (que es hoy) un capítulo del libro sobre las motivaciones que tuve para decir (o callar) determinadas cosas. En primer lugar, cuando inicié este trabajo con la frase EFRAÍN CON SU ANTIGUA VERSIÓN, tuve miedo a ser demasiado explícito. EFRAÍN CON SU BIBLIA, que es como debiera haber empezado, me pareció que no dejaba nada a la imaginación. En segundo lugar, se habla mucha paja sobre el compromiso del escritor. Que si es testigo de su época, que si debe estar alineado, que si es capaz de provocar cambios en las estructuras políticas y sociales, que si se trata de una amenaza para el sistema. En tercer lugar (e íntimamente relacionado con el primer lugar), ya no se sabe si debe ser basura digerible para las mayorías o calidad dizque literaria para algunos. Comoquiera que sea, con o sin justificaciones, estamos hablando de algo que hará ruido. Escuchemos.
    Este es el lugar. No cabe duda. Y diciéndolo presiona el timbre. El hombre que lo acompaña, aspira el humo de su cigarrillo nerviosamente. Después de un par de chupadas, lo lanza con un movimiento de los dedos medio y pulgar. Éste hace un largo arco y cae en la otra banqueta al tiempo que la puerta se abre y trasponen el umbral.
    La espaciosa estancia es una bodega con fardos, cajas, un montacargas y una mesa con varios bancos alrededor. Dos hombres que aguardan se ponen de pie cuando los recién llegados se acercan. Gracias por venir, dice uno de ellos estrechando manos. El quinto personaje se les une. Cuando imagino la escena no puedo hacer abstracción y caigo en el lugar común de las series de televisión con  los tipos malencarados y armados hasta los dientes que planean un golpe o, simplemente, se reúnen para hacer la partición del botín. De pronto el montacargas se lanza contra ellos y mueren aplastados como hormigas entre gritos de terror y rabia, no sin antes disparar muchos balazos y maldecir al estilo Hollywood. El hombre del montacargas se apea, toma tranquilamente el dinero, escupe por el colmillo y sale después de soltar una carcajada triunfal.
    Pero para su tranquilidad y la mía, no ocurre nada de eso. Todos se sientan alrededor de la mesa iluminada por una lámpara colgante con pantalla que concentra la luz no más allá del área. Todo está listo para que dé inicio una partida de poker diferente.



SU MANO IZQUIERDA ES frenada vigorosamente por la derecha, en ese característico gesto que poco a poco fue siendo conocido por colaboradores y no, como precursor de una salida fuera de lugar. Es increíble la forma en que las actitudes dicen mucho de las personas. Un tic, un movimiento involuntario que rompe la barrera de lo que se oculta detrás de una glacial apariencia o ese aire de lo que se oculta detrás de una glacial apariencia o ese aire de estudiada despreocupación. A veces la carga es demasiado para un solo hombre y, sin embargo, no se desea compartir por nada del mundo. Es algo que le pertenece a uno, que es su karma o su cruz (como prefiera llamarse), lo cual se deberá llevar hasta el límite de las fuerzas. Existe también lo contrario. Ese gesto estudiado, manejado por el consciente, que sirve para crear las expectativas necesarias. Efraín lo  maneja desde el púlpito y la silla, ante las cámaras de televisión los domingos por la noche en su acostumbrada alocución moralizadora y en su intimidad, frente al espejo. Algunos opositores han tratado de ver más allá de sus narices, y asocian el movimiento con una tendencia izquierdista que Efraín trata de ocultar (léase comunismo, jajá); pero todos estaremos de acuerdo en que la derecha suele ver rojillos hasta en la sopa, sea ésta de tomate o no.
    Recuerdo, dice Efraín, cuando Jorge Surqué gano una de las vueltas ciclistas a Guatemala. El periodista le preguntó cómo se sentía después de haberlo logrado y Jorge Surqué contestó: Carrero es carrero y el que gano, gano. El competidor tiene una sola idea en la mente: La meta. Y más aún, llegar de primero. No se detendrá a preguntar sobre sutilezas tales como si los otros corredores están bien alimentados, si sus bicicletas están en condiciones, si están libres de preocupaciones, enfermedades, penas, dolores. Eso a él qué le importa. Literalmente pasará sobre el cadáver de su madre para lograrlo. ¿Vamos a culparlo por eso? Pero, señor presidente, ¿qué opina usted de los integrantes de su equipo? Eso es otra cosa, amigos. Los grupos, sectas, cofradías, gremios, se unen para tener fuerza (entre otras cosas). El competidor defiende los colores de su quipo y, más que eso, la hegemonía del mismo frente a los otros. Pedro, señor presidente, ¿quiere eso decir que usted, con el perdón de su madre, pasaría sobre el cadáver de ella para llegar a la meta? Bueno, si lo dice en sentido figurado, sí. Y llegaría en primer lugar. De otra manera, imposible; mi madre ya rindió cuentas al Creador hace algún tiempo. Mi sentido pésame. Usted, señor presidente, pertenece a una secta; ¿quiere eso decir que la defendería a sangre y fuego? Vea, señor periodista, si hubiera alguna amenaza, que no la hay, mi deber como guía es defenderla como usted dice; pero, ya hablando en plata, ¿a qué peligro se refiere? Bueno, se dice que usted pretende hacer una campaña moralizadora con el fin de ganar adeptos. Algo parecido al proyecto de los pueblos de desarrollo que dicen que no son otra cosa que campos de concentración. ¿Quién dice eso? La gente. ¿Y quién es la gente? El pueblo. Mentira, el pueblo no tiene voz. Son unos cuantos ateos y falsos cristianos los que pretenden hablar por ellos. Pero les digo, cuando termine con esos, el pueblo no sólo carecerá de portavoz, sino que también perderá la cabeza en un zaz. ¡Buenos días, señores!



RAMIRO, POR FAVOOOOR. LA última “o” arrastrada y golpeada para transformar la petición en mandato. El respetable anciano calla, como corresponde hacerlo a un secretario privado y consejero cuando el jefe de estado así lo ordena. No es fácil para Ramiro sobrellevar la doble función. Cuando Efraín fuera seleccionado por los militares para ser cabeza de gobierno, ya el pastor había tenido la revelación y no hubo problema en asociar lo uno con lo otro. Era la mano de Dios la que había tocado la frente de esos hombres, quien se hizo lengua y voz para que el nombre del hermano Efraín fuera pronunciado. De igual manera era la voluntad del Señor las que se cumplía cuando le pidió que lo auxiliara en la difícil tarea de conducir a un pueblo por los caminos del Jesús Cristo.
    Menos de diez años antes, Ramiro se topa en una oscura calle con Efraín. En cuanto lo reconoce puede darse cuenta de que el hombre pasa por una severa crisis. Te invito a un café. Cuando conversan, le propone una salida. Venite conmigo a la iglesia. Se resiste automáticamente. No puedo, tengo que hacer. Lavar los pañales, sentarse a coser, agrego yo de metiche. Paga la cuenta, le da su dirección y teléfono. Tuve mucho gusto en verte. No dejés de buscarnos. Adiós.
    ¿Puedo hablarle al hermano, señor presidente? Adelante, Ramiro. El consejo de ancianos se reunió anoche de emergencia. Lo sé. Se llegó a una importante conclusión. También lo sé. No podés permitir que eso pase. Se trata de un jefe de estado, Ramiro. No puedo, abiertamente, impedir que venga sin crear un conflicto internacional. Hay formas de formas, Efraín. Los caminos del Señor son increíbles y sabios. Los dos están frente a la ventana mirando el caos de tierra, máquinas, hombres, en el agujero que antes fuera el hermoso (no), el bonito (tampoco), el simpático (¡no!), el de los abuelos (¡qué cursi!), el centenario parque central.
    Tiempo después de ese encuentro casual, Efraín llega por propio pie e impulso hasta las puertas de la iglesia de la zona 5. Permanece allí, en el umbral, varios minutos, pero no entra. Le parece cosa de locos estar palmeando y cantando, aunque el ritmo (¡claclaclacaclác!) le hace mover acompasadamente un pie. ¿Qué demonios estoy haciendo aquí?, dice, reprimiendo el movimiento. Entrad por la puerta estrecha, han cesado los cantos y palmas, es la voz del pastor; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos los que entran por ella… Sigue la voz del  pastor: Porque estrecha es la puerta, y angosto el camino, que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan. Entra, la puerta ni ancha ni estrecha, y camina un par de pasos. Una señora gorda le sonríe fraternalmente y se corre para hacerle lugar. Efraín se sienta. Ramiro dice algo al oído del pastor y ambos le miran. El movimiento no pasa inadvertido y muchos de los hermanos giran curiosos. En pocos segundos es objeto de la atención general.
    ¿Qué sugiere el consejo de ancianos? El Papa ha pedido gracia para los cuatro condenados a muerte por los tribunales de fuero especial. No la tendrán, Ramiro. Son delincuentes y subversivos. Estamos de acuerdo, Efraín. Habrá un retraso. Serán ejecutados después de la visita del jefe de estado. Una pala mecánica echa bocanadas de tierra arrancada de las entrañas del que fuera el parque. Ambos se alejan de la ventana. Ojalá lloviera. Sí. El calor, el polvo, el ruido son insoportables. Volviendo a lo que estábamos, Efraín, el consejo de ancianos considera de vital importancia que la condena se cumpla en el tiempo estipulado. Ni un minuto más, ni un minuto que falte. ¡Ese hombre no debe llegar!
    Efraín hace el intento de levantarse, pero no puede. Está clavado en la banca, sin fuerzas, sin otro deseo que cerrar los ojos, dormir, descansar, olvidar. ¡Pedid y se os dará! ¿Dónde oí algo semejante? Las campanas de San Juan, piden pan y no les dan. Es la ronda en el patio de la escuela. ¡Que llueva, que llueva, la virgen de la cueva! La escuela, la escuela, el patio querido de mi escuela. El polvo que se levanta con nuestros pasos y saltitos bajo ese sol abrasador. ¡Que cese el ruido! ¡Silencio! ¡Silencioooooo!
    ¿Qué pasa, Efraín? ¿Quién soy, Ramiro, sino un heraldo del Señor? Él vendrá pronto y dejará caer su furia contra los ateos, los gentiles, los malos cristianos. Unos morirán mañana, pagando sus crímenes contra la propiedad pública. Otros, los que no han aceptado al Señor como su único Salvador y Guía, morirán pasado mañana y después. No quedará piedra sobre piedra. Los pocos bajaremos a las entrañas de la tierra y esperaremos allí el tiempo necesario hasta que seamos contados entre los 144,000 y nos salvemos para siempre. ¿Quiere decir que..? Quiere decir que escrito está que todos debemos morir, más tarde o más temprano; más que no todos viviremos eternamente después de ese llamado. ¿Me seguís, hermano?
    ¿Qué le ocurre, hermano? Es la señora gorda. Nada. Es Efraín. Ramiro y el pastor han llegado a su lado. Bienvenido, Efraín. Bienvenido, hermano. Esta es su casa. Esta es su familia. Todos juntos somos el cuerpo de Cristo. Puta, ¿estoy muerto? ¿Son esos cantos los cantos funerarios? Has nacido de nuevo. Son alabanzas a Dios por tu resurrección. ¡Alabado sea!





SEIS

AMBOS CADETES SUDAN COPIOSAMENTE. Beatriz los observa fascinada, dando voces de ánimo. Uno parece ahora tomar ligera ventaja. ¡Eso es, Leonel, tú puedes! El otro logra frenarlo con gran esfuerzo, aspirando profundo, poniendo todo en un intento supremo. ¡Vas a lograrlo, Efraín, un poco más! Pero las fuerzas son equilibradas. Después de quince minutos, los puños están lívidos, las venas de los brazos en posición de escuadra —ángulo recto— han saltado pareciendo a punto de reventar. ¡Un beso al campeón! ¡Un beso al campeón! ¡Me leva la que me trajo, piensa Efraín, no puedo con este! ¡Es inútil, piensa Leonel, no lo lograría  ni que el premio fuera la salvación eterna! ¡Vamos, muchachos, ¿es que ya no me quieren?!
    Todo empezó en ese baile del Casino Militar. Leonel dice que son inseparables, dice Beatriz. Es cierto, como hermanos. ¿Qué pasaría si los dos se enamoraran de la misma chica? Si así fuera, dice Efraín sonriéndole de una manera sensual que la cautivó desde siempre, dejaríamos que ella lo decidiera con una moneda. ¡Tonto! Al principio de ese último año en la escuela militar, durante un patrullaje en la selva petenera, ocurrió algo que estuvo a punto de costarle la vida a Leonel. Déjeme contarlo a mi manera. Se organizó una batida anti-rebelde para bautizar con un baño de sangre a los futuros militares. Los oficiales tenían órdenes de no exponer innecesariamente a los caballeros cadetes y eran los efectivos regulares de tropa los que iban a vanguardia y a retaguardia. Conforme se ad entraban en la jungla, el equipo se hacía más pesado y la respiración más dificultosa. El teniente Batres era el oficial a cargo e impartí las órdenes en forma silenciosa, pero enérgica. Todo parecía indicar que harían contacto con el enemigo en cualquier momento. Ni un solo pájaro cantaba. La región, pantanosa por naturaleza, debí cobijar infinidad de especies, pero el instinto de conservación las hacía esconderse en sus madrigueras ante el inminente peligro del más salvaje animal del globo. Te quiero, Beatriz, le confesó Leonel una noche que Efraín estaba arrestado por alguna falta al servicio y Beatriz sonriendo nerviosamente le respondió: Sos un tonto, ¿Qué va a decir Efraín? Con el agua hasta el tobillo, Leonel miró de reojo a su compañero. En ese momento, por primera vez, supo que lo odiaba. Efraín tropezó. Tropiezo y disparo fueron simultáneos. Cayó de bruces en la ciénaga al tiempo
     Que estampidos y explosiones se multiplicaban progresivamente. De inmediato se entabló una lucha cuerpo a cuerpo. Un guerrillero había degollado al teniente Batres y ahora corrí hacia el atónito cadete, con el sangrante machete en alto. Efraín, incorporándose apenas, miraba fascinado la escena. El hombre del machete se acercaba más y más. Leonel no reaccionaba. Se escuchaban disparos aislados y gritos. Efraín pensaba  en Beatriz, en su voz, en sus ojos, en su aliento, imaginando las mil y una delicias de su cuerpo virgen. Un soldado mató al guerrillero en el instante en que éste iba a descargar el golpe, desplomándose a los pies de Leonel. Este tenía la mente en blanco. Efraín soñaba despierto con las piernas de Beatriz enroscadas lascivamente en su cuello.



UNICAMENTE ILUMINADO POR EL foco colgando sobre la mesa, el galerón estaba silencioso. Con las cartas en la mano, los cinco hombres mantienen una gravedad tal que se podría pesar el silencio y perpetuar la inmovilidad. Sobre la mesa no hay efectivo ni fichas, sólo el mazo del descarte. Una, dice el más viejo. No quiero, dice otro. Dos, dice el más joven. Una y tres dicen los restantes. Toman sus cartas y las acomodan pausadamente. Veamos, dice el viejo. Despliegan su juego sobre la mesa. Veinticinco cartas en un abanico impresionante de pares y tríos de ases, cuinas, sotas, reyes. Parece que el mío es el mejor, dice el capitán Moscoso. Poker de dieces. Afirmativo, sí, exclaman los demás. Te corresponde. Has ganado el derecho.
    Dos días antes, estos mismos hombres se reunían de urgencia en otro lugar. El general Quijano, ministro de la defensa, había citado a cuatro oficiales de su entera confianza y amistad para hablar sobre la impostergable decisión que debía tomarse. Ya no se trata únicamente del honor de la institución armada. Dos poderosas fuerzas se encuentran involucradas en una absurda guerra que está levando a la ruina al país. Yo vengo del bunker ahora, dice Moscoso; aquello es algo indescriptible.
    La oportunidad se presentará mañana en algún momento entre las diez y las diez y treinta. Al concluir los actos de ordenanza, develizará la placa conmemorativa y se retirará a orar. Si le permitimos que efectúe la reunió de gabinete que ha programado con carácter de urgente, solo Dios sabe que nueva ocurrencia nos tendrá preparada. Yo, dice el coronel Goicolea, tendré a mis hombres en el aeropuerto. Yo, dice el mayor Infante, me haré cargo de reducir a la guardia presidencial. Yo, dice el coronel Bustamante, tomaré la central de comunicaciones y transmitiré el comunicado. Y yo, dice el general Quijano, hablaré con el consejo de comandantes. ¡Que el Seños nos ayude!
    El ministro recoge las cartas y las coloca en el mazo, barajándolas. De pronto, la puerta salta en pedazos con gran estruendo. Una tanqueta irrumpe y la estancia se ilumina. En segundos están rodeados por soldados que apuntan sus Galiles hacia los cinco militares que aún permanecen sentados, sorprendidos, asustados, perdidos. ¡En nombre del señor presidente de la república, se les ordena no ofrecer resistencia!



DIA DE INAUGURACIÓN. BANDERITAS bicolores por todos lados flamean al viento de septiembre, cumpleaños de la patria. En el balcón presidencial, Efraín y su gabinete reciben el saludo de la compañía de caballeros cadetes. El desfile se inicia con los aires marciales exportados por los Marines durante sus múltiples pasos por suelo centroamericano (desde Sandino, pasando por la Segunda Guerra Mundial, sus bases de entrenamiento en el área, hasta las actuales maniobras en  los mares territoriales) y hay impresionante despliegue de armamento, uniformes, vehículos. Después de una hora, sigue el desfile escolar. Establecimientos educativos públicos y privados visten sus mejores galas para desfilar frente al palacio y gobernante de turno que, con mal disimulado aburrimiento, piensa en cualquier otra cosa para matar el tiempo. Es curioso observar como se esfuerzan en imitar la disciplina y uniformes tipo castrense; llegando al extremo de portar armas. Las escuelitas laicas tienen batonistas al estilo gringo, un triste remedo que evidencia la miseria y falta total de identidad nacional de nuestro pueblo.
    Terminado el desfile, presidente y comitiva —en medio de un excesivo aparato de seguridad—, se trasladan al parque para proceder a los actos de inauguración del estacionamiento subterráneo. Les esperan embajadores y funcionarios públicos, ministros religiosos y el consejo de ancianos. El arzobispo y los clérigos brillan por su ausencia, aunque hay rumores de que éste se encuentra en uno de los campanarios de catedral, tomando la película.
    Con una oración al Creador se inicial los actos protocolarios, sucedidos por discursos donde se trata de justificar la millonaria inversión en aras del bienestar del pueblo (?), un mejor planteamiento urbanístico (?) y una visión futurista (?) de los gobernantes de facto. Recorren las diferentes secciones con exclamaciones aprobatorias y de asombro, muy a tono con la ocasión y Efraín corta la cinta simbólica.
    Para algunos no ha pasado inadvertido un murmullo que viene de la superficie. Los guardias presidenciales y los guardaespaldas de funcionarios se muestran nerviosos y requieren informes por sus aparatos portátiles de radio. El jefe de estado mayor dice algo al oído de Efraín. Este asiente y gira sobre sus talones rápidamente, alejándose hacia el interior de las instalaciones seguido por miembros de su seguridad personal, ante la sorprendida mirada de los invitados. El murmullo crece y se hacen audibles gritos y arengas. Las pesadas puertas del acceso son cerradas mientras vibran ensordecedores los timbres del sistema de alarma. Se escuchan los primeros disparos y el terror se apodera de todos cuando las luces se apagan, pero las de emergencia se encienden de inmediato. Los jefes de delegaciones tratan de calmar a sus asustadas esposas y alegan inmunidad diplomática y exigen una explicación rápida y satisfactoria. La balacera allá arriba parece generalizarse. Los gases de bombas lacrimógenas empiezan a invadir el lugar, provocando histéricos desmayos y síntomas de intoxicación a algunos. Los soldados, aturdidos y sin saber qué hacer, tratan de remediar el caos de la única forma que saben: A chingazados y culatazos. El embajador gringo recibe un golpe en la boca. El guardaespaldas del embajador gringo patea a un soldado. Otros soldados llegan en su auxilio, pero retroceden indecisos cuando un oficial grita algo. Ramiro se convulsiona en el suelo y varias señoras y señores, en su aterrorizada carrera, lo pisotean dejándolo sangrante y maltrecho. Los disparos allá afuera se van haciendo más espaciados, la energía eléctrica es restaurada y las sirenas de alarma silenciadas. La calma y cordura parecen retornar cuando las puertas se abren, pero los soldados se ven obligados a parar la avalancha de funcionarios y esposas, haciendo una pared con sus cuerpos y armas. Un oficial de alta graduación llega e imparte órdenes. Con la escuadra en la mano les pide a todos que conserven la calma que no pasa nada que ya van a poder salir que se trató de un accidente, etc.
    Arriba, ambulancias militares acomodan los cuerpos de ciudadanos civiles. Excepto por los soldados, no hay un alma en el parque y alrededores. Funcionarios y esposas son conducidos a sus respectivos autos aparcados en las inmediaciones y van partiendo sin más trámite. Nadie se ha dado cuenta de que Efraín desapareció por un pasaje secreto hacia las entrañas del parque. El bunker bajo la fuente ha sufrido su primera prueba de fuego.



BELICE ES NUESTRO, DICE el estribillo popular. Las constituciones dicen que Belice es nuestro y que el derecho  nos asiste en las reclamaciones a la Gran Bretaña… pero ahí muere la cosa, al menos en lo que se refiere a los mecanismos legales para recuperar el territorio. Leonel piensa y vuelve a pensar y su pensamiento va y viene y en el aire se detiene con la precisión y gracilidad de los Harrier ingleses estacionados allí. Leonel piensa y vuelve a pensar en las tropas de elite británicas, en los modernos aviones, en el sofisticado armamento; pero sabe que su efectividad será grandemente restringida en condiciones reales de combate en las montañas y selva impenetrables. Nuestros Kaibiles resisten cualquier cosa. Están acostumbrados a no comer, no dormir, a las enfermedades endémicas, a la lucha de guerrillas. Efraín lo planteó de la siguiente manera, recuerda palabra por palabra, el pequeño David sin blindaje, sin otra arma que una honda, se las vio con el temible Goliat; puso la piedra, hizo girar la cuerda y dejó que Dios lanzara el proyectil por él, con los resultados que todos conocemos.
    Los relojes sincronizados a las doscientas horas, los corazones a doscientos latidos por minuto, prohibición absoluta de fumar, hablar, moverse innecesariamente. Todo está preparado para la incursión. En el bunker, Efraín  y su estado mayor, en el salón de comunicaciones, frente a un gigantesco mapa grabado en vidrio y con luces multicolores que se encienden y apagan rítmicamente, esperan en silencio el resultado de la operación denominada Escalera al Cielo Fase I. La idea del nombre se la dio una canción que dice para subir al cielo se necesita / una escalera grande y una chiquita; pero nadie se atrevería a dudar que está inspirado en las Santas Escrituras.
    La ciudad duerme. A las seis de la mañana, el toque de queda finaliza y los lecheros, panaderos, periodiqueros, inician tardíamente sus actividades. Durante la noche y la madrugada se han  escuchado los habituales sonidos de los últimos tiempos: balazos, bombazos, sirenas; pero nadie se sorprende ya de la situación. La prensa, amordazada por el estado de sitio, ocupa planas y tiempo en el aire con comunicados oficiales, eventos deportivos, acontecimientos sociales y noticias internacionales vía UPI. Los padres de familia ya no envían a los hijos al colegio desde que en misión suicida un camión cargado con dinamita fuera empotrado en las paredes de un conocido establecimiento educativo evangélico con decenas de bajas entre alumnos, maestros, personal administrativo y desde que la respuesta no se hiciera esperar contra un colegio católico con el; resultado menos dramático de tres educandos, una maestra y el perro del conserje muertos y algunos golpeados que no ameritaron hospitalización.
    La cadena de radio y televisión transmite marchas militares y la hora nacional, aumentando el nerviosismo de los escuchas que no saben lo que pasa pero que están seguros de que se cocina algo grande. Los rumores o bolas se echan a rodas con aseveraciones que van desde el orden político: Parece que hay un nuevo golpe de estado; hasta el religioso: Dicen que el Nuncio Apostólico se volvió hermano separado; pasando por todas las escalas de la vida nacional e internacional: Nos invaden los sandinistas, etc., etc.
    Leonel consulta su Citizen digital. Son las quinientas horas. Da la señal y el primer grupo formado por comandos entrenados en la Zona del Canal y Fort Braggs, avanzan. El objetivo está a sólo dos kilómetros. Da un último vistazo a sus órdenes, revisa el equipo y se pone en marcha seguido por sus ayudantes de campo.
    ¡Fase I en progreso! Efraín cuelga el auricular y señala en el mapa la región norte. Una luz verde intermitente se enciende en la frontera. ¡Belice es nuestro, señores! Un silencio total llena la estancia. Los rostros demudados, las cabezas gachas, la respiración agitada; miles de emociones encontradas ante el inminente riesgo que representa enfrentar al temible león británico. ¿Y si ganamos? ¿Por qué no? Goliat fue vencido. Las aguas del Mar Rojo se abrieron para dar paso a Moisés y los suyos. Noé y su arca sobrevivieron el diluvio universal. Cristo resucitó al tercer día. La fe mueve montañas. Además, no puedo dar marcha atrás ahora. Cualquier comunicación  podría ser interceptada por el enemigo. La suerte está echada. ¡Que el Señor nos proteja!



LA COLUMNA DE HUMO negro es visible a varios kilómetros de distancia y la patrulla se desplaza directamente hacia la ladera de la montaña de donde proviene. El impacto fue a plomo y, según informes de la avioneta que sobrevoló el lugar, no hay señales aparentes de vida.
    La columna de humo negro es observada con preocupación por miles de almas congregadas en la Plaza de San Pedro. Todavía No Habemus Papa. Todavía está fresca la herida y el olor a pólvora se aspira en el ambiente. El Papa ha muerto. El mundo entero, vía satélite, presenció la tragedia con horror y consternación. Los victimarios no pudieron ser cogidos vivos y la policía está en un callejón sin aparente salida.
    El lugar donde cayó el helicóptero Bell artillado es una escarpada  montaña del altiplano. La patrulla llega después de escalar por varias horas. El oficial y soldados ubican los cuerpos desparramados veinte metros a la redonda. Nadie sobrevivió, es comunicado por radio. Del otro lado alguien responde con todo, diríamos, de alivio: Enterado. El oficial recolecta las identificaciones de los militares muertos y se dan a la tarea de meter en bolsas de polietileno los cadáveres desmembrados.
    El lugar donde cayó abatido el Papa está acordonado por la policía. Todo ocurre tan rápido que a pesar de que el ojo humano es capaz de registrar los hechos con precisión, el cerebro sufre un bloqueo automático producido por la confusión, sorpresa, el shock y, en la mayoría de los testigos, por el repudio a la acción. Sin embargo, gracias  a los avances tecnológicos en electrónica, es posible reconstruir el paso a paso grabado en videotape, filmado en cine y fotografiado por profesionales y amateurs de la cámara.
    La noticia de la vuelta al mundo en pocos minutos. El Phileas Fogg moderno se desplaza a la velocidad de la luz y su Picaporte gira desafiando la ingravidez en el espacio. De uno al otro lado del globo los teletipos, antenas parabólicas, potentes transmisores y receptores ya  no dejan nada a la imaginación. Traducciones simultáneas en senegalés, árabe, vietnamés o esperanto, dan acceso a informaciones y conocimientos que antes eran exclusivos de las clases privilegiadas; pero sin dar mayores variantes a la imposición de ideas, directrices, tendencias propagandísticas hábilmente diseñadas para alinear a las masas. No se trata más del colonialismo cultural. Tampoco de la guerra industrial. Ahora parece que es dominar a través del dogma lo que las potencias se proponen, instrumentalizando la obra por medio de títeres subdesarrollados que bailan al son que les tocan si les ponen un par de cientos de dólares frente a las narices.
    En su despacho, Efraín recibe dos noticias con especial interés. La primera habla de un helicóptero militar que por causas desconocidas —aparentemente desperfectos en el rotor de popa—, se vino a tierra. Los nombres de las víctimas: General Arturo Quijano, ministro de la defensa; coronel Antonio Goicolea, jefe de operaciones especiales; coronel José Bustamante, jefe de inteligencia militar; Mayor Augusto Infante, comandante de la base militar del sur y capitán Manuel Moscoso, jefe de escuadrilla de la fuerza aérea, le hacen fruncir el entrecejo y aspirar profundo. La segunda, la confirmación de que el atentado perpetrado contra Su Santidad el Papa había sido exitoso, le produce un cosquilleo en el esfínter y siente urgente necesidad de evacuar.
    Las noticias dan la vuelta al mundo, decíamos. Mientras mira los papeles sobre el escritorio, pasa revista mentalmente al casi un año de ejercicio en el poder. Echa de menos su pequeña iglesia en la zona 5. Ahora es tan grande, desodorizada, con miles de hermanos que han perdido, a su parecer, la acogedora intimidad que sólo puede lograrse en grupos reducidos. Hasta la hermana gorda ha cambiado; parece estar mucho más delgada y viste al último grito de la moda. El pastor tiene ahora un aire de preocupación que no puede ocultar al consejo de ancianos que día a día parecen estar más lejos de poder controlar al hermano Efraín. Los titulares de los periódicos de todo el mundo afirman que nuestro país enfrenta una guerra religiosa en la que el único ganador será el Tío Sam. Yo no alcanzo a comprender eso, aunque me imagino que hay connotaciones de tipo económico y social derivadas del petróleo y riquezas naturales de nuestro país; pero lo que sí entiendo es que a partir del golpe el deterioro económico llevó a la devaluación de la moneda, la política de pacificación del país dio paso a un nuevo problema: Los huérfanos y campos de refugiados, la justicia se impartió a través de tribunales secretos y la corrupción normó todos los actos del gobierno.
    Efraín recibe informes constantemente sobre los resultados del rescate de las víctimas del helicóptero que cayó en el altiplano. El comunicado oficial es meticulosamente preparado por el departamento de relaciones públicas del ejército …los oficiales antes mencionados, volvían de una aldea en Huehuetenango a donde los altos jefes militares habían asistido para coordinar el programa de alfabetización, al mismo tiempo hace rodar la bola dicen que los guerrilleros botaron el helicóptero usando un bastón chino. Efraín y el alto mando, constituidos en tribunal secreto, condenaron a muerte a los cinco oficiales por conspiración, intento de regicidio y traición a la patria, ejecutándolos de inmediato. Montar el aparato del accidente del helicóptero no fue difícil, pero nada de eso será dicho. En todo caso, es la mano de Dios la que tiene que ver con lo que se mueve y deja de hacerlo.
    Efraín redacta el escueto mensaje: Gobierno y pueblo de Guatemala consternados. Stop. Unímosnos sentimiento y condenamos hecho. Stop. Voluntad Señor. Stop. Cristiana resignación. Stop.
    Mientras tanto el humo negro aparece de nuevo. Cientos de almas miran al cielo. Oran. Lloran. Desesperan. El humo blanco será la señal esperada por algunos. La señal esperada por otros dicen que llegará luminosa del cielo, acompañada por trompetas y voces de trueno. Probablemente nadie vivirá para contarlo, tal como están las cosas en este mundo.





SIETE

LA PRESIDENCIA ES COSA de adultos 3. Muchos piensan que se trata de un juego de niños. Que es sentarse a dar órdenes, a recibir personajes más o menos ilustres, a  dirigir los negocios del estado, a pasársela en inauguraciones y cócteles, rodeado de gente interesante y hermosas mujeres; no, dice Efraín. Esa es la parte romántica, idealista de la medalla. La cara oscura es otra. Se te envidia, critica, teme, odia. Se te acecha, como a una fiera, aguardando la oportunidad de darte caza. Tu horario de trabajo no existe. Tu vida privada no es posible de llevar en tales condiciones. Leonel escucha en silencio, su mente adelante y atrás, de un lado y otro, sumida en contradicciones. No es simple. No. Y menos aún cuando tienes que enseñar también acerca de lo diabólico del comunismo y de la necesidad de obedecer al ejército y al gobierno. Cuando tienes que hacer comprender que quien cierra su corazón al Señor es también incapaz de amar a las autoridades. Cuando tienes que machacar en la cabeza de los indios que Dios quiere que se sometan al gobierno, que hay que escoger entre las dos únicas opciones: Cielo o infierno. ¿Cómo hacerlo entender? Les damos comida, les proporcionamos un lugar seguro para vivir, les enseñamos el camino de la verdad y la salvación. ¿Acaso no es cierto que quien se resiste a la autoridad se está resistiendo a lo que ha sido establecido por el mismo Dios? Leonel asiente vigorosamente, más para sacudirse una idea que para evidenciar que está de acuerdo. ¡Se aferran como lapas a su cultura e ideas y prefieren que se los lleve la tristeza! Leonel recuerda San Salpucio, una aldea de la Verapaz donde casi toda la población fuera muerta en un día de mercado. El indio no es rentable en nuestra sociedad. No, al menos que se incorpore con alma, corazón y sombrero al movimiento cristiano renovador. Dios no hace distinciones de raza entre sus criaturas, es cierto, pero sí es celoso de que su palabra se respete y obedezca. Ama a su pueblo, pero es capaz de hacer desaparecer ciudades enteras que viven en el pecado. ¿Cómo poder amar a los enemigos del Señor? Aquel que es contrario al gobierno, odia al Señor. Aquel que critica las acciones tomadas por el gobierno, odia al Señor. Y aquel que no es frío ni caliente, será escupido de Su boca, porque está escrito que la autoridad del hombre le ha sido delegada por Dios. Efraín, dice Leonel, aprovechando la pausa. A propósito, ¿qué solución daremos al problema de los pueblos de desarrollo? Muchos se niegan a abandonar sus tierras. ¿No lo estoy diciendo acaso? ¿No tengo razón? Tenemos todo un programa en marcha. Tortillas y chile significa que si están con nosotros, los alimentamos. Si en contra, los matamos y se acabó el problema. No podemos mostrar debilidad en momentos como este. ¿A dónde iríamos a parar si no? Ahí están Cuba y Nicaragua. Ahí estaba Granada y no está más. Cruz y calavera, como dice el decir. Vamos, Leonel, ¿por qué esa cara? Tenemos una fuerza. Tenemos el poder. Tenemos la oportunidad de cambiar el curso de la historia a favor de una causa única. ¿Vamos a desmayar acaso? Nadie dijo que fuera fácil, ¿o sí? Leonel niega lentamente con una mezcla de cansancio y hastío. Dios me puso aquí. Por conducto de ustedes, representantes de las fuerzas armadas y de mis hermanos en Cristo, puedo ser un instrumento útil a sus designios. La Palabra se está expandiendo por todos los lugares de la tierra, levando la buena nueva. Un sol luminoso alumbrará por siempre jamás, aunque no quede piedra sobre piedra.
    Piedra sobre piedra, piensa Leonel, recordando tantas aldeas como santos hay en el almanaque y sintiéndose profundamente con fundido. ¿De qué está hablando? ¿Quién es el enemigo? El papel del ejército es el de velar por la seguridad nacional. ¿Qué significa eso? Que debe mantenerse la integridad territorial. ¿Y hablando de subversión? Que los valores del pueblo que conforma la nación, no sean cambiados por doctrinas foráneas. ¿Acaso el cristianismo no es una doctrina foránea como lo son el fascismo y el comunismo? Matamos y somos muertos en nombre de la patria. Usamos la fuerza y la tecnología que tenemos para erradicar la guerrilla marxista-leninista. ¿Queremos una nueva inquisición? ¿Es catequización lo que necesita nuestro pueblo? No, Efraín, el ejército ha sido usado como brazo religioso del sistema político, económico y cultural, formando parte de la penetración norteamericana. Hasta un ciego mira eso. ¿Qué escucho, Leonel? La ayuda norteamericana será siempre bienvenida por nosotros. Sin ella no habría sido posible la reconstrucción después del terremoto ni tampoco la reactivación económica.  Nuestra iglesia hizo posible eso y mucho más. Hemos cambiado, Leonel. La lucha anti-subversiva quedó atrás. Hoy, si tuviéramos que explicarlo de una manera que no dejara duda, diríamos que el enemigo es el demonio, comoquiera llamársele. La biblia es nuestra constitución. Cristo es nuestra bandera. Y el ejército es nuestra legión de arcángeles.



EL PATIO DE LA ESCUELA rural número 5 se ha constituido en improvisada cancha de futbol. Los jugadores corren detrás de la pelota, levantando nubes de polvo que se arremolinan en el dribleo, en el codazo, en la patada en la espinilla. Un fuerte empujón provoca una pelea que adquiere dimensiones campales cuando interviene el profesor Hernández que toma de la oreja a dos de los protagonistas y los lleva a la dirección donde, sin más trámite, les baja los pantalones y les aplica unos cuantos correctivos con vara de membrillo. Ninguno emite queja ni permite que una lágrima evidencie su dolor y rabia. Tienen las nalgas curtidas y el récord de peleoneros, pendencieros y capiuceros más voluminoso desde que ingresaron cinco años atrás.
   Puede decirse que en esa querida escuelita número cinco se hicieron hombres. La cantidad y calidad de las diabluras aumentó con los años a tal grado que, ahora  en sexto, se podrá suponer que en vez de certificado de primaria les darán su traslado a la correccional de menores.
   A los dos principales revoltosos no se les permite volver a la chamusca, pero se las ingenian para sacarle el jugo al tiempo que les queda para que termine el recreo. Uno de ellos se sube al techo y el otro se queda abajo, recibiendo las tejas que el primero le lanza desde arriba, una a una, hasta que una buena porción del techo queda descubierto. Después baja y entre los dos llevan las tejas hasta el pozo que está en la parte de atrás, dejándolas caer con gran gozo una a una. Pero como nunca falta alguien que yo lo ví, se salvan una  vez más de ser expulsados cuando sus familiares tienen que comprar las tejas y se comprometen a que los mismos patojos las pongan en su lugar después de darles una chicoteada de padre y señor nuestro que no les permite sentarse por un tiempo a ver si así entienden este par de huevotes que para que  no terminen como burros deben estudiar y aprender a comportarse como gentes decentes si quieren llegar a ser algo que valga la pena en la vida y no terminen en la cárcel o frente al pelotón de fusilamiento como les ocurrió a Moncho y a Gerardo que también fueron alumnos de esta escuela para deshonra y muestra de lo que no debe hacerse pero qué van a enmendarse si parece que se proponen acabar no solo con los  muebles sino también con mi paciencia y les juro que la próxima vez no habrá nada que los salve ¿entendido?
   Efraín sonríe al recordar aquello y mira a Beatriz que duerme tranquila a su lado, la maraña de sus cabellos negros suelta sobre hombros y espalda que pronuncia su curvatura a la altura de la cintura para explotar, literalmente, en dos soberbias nalgas que se muestran ahora en toda su plenitud. El ex-cadete coloca su mano sobre el omóplato de su mujer, contrastando dramáticamente esa piel morena y tersa con la mutilada y tosca mano de Efraín. La desliza a lo largo de la espina dorsal y se pierde ansiosamente bajo las sábanas. Ella, en un movimiento instintivo cierra las piernas con fuerza, aprisionando esos dedos que se mueven como sierpes en busca del lugar húmedo y tibio donde concentra el fluido vital de la conservación de las especies. Efraín recuerda por milésima vez la socarrona voz del médico del hospital militar que dice problemas sexo-sentimentales, cadete Campos. El dedo cangrejero…
   En el río cercano a la escuela, los dos niños se entretienen afinando la puntería con las hondas. Los caparazones de los cangrejos saltan astillados. ¡Van cuatro! Ranas, pájaros, libélulas son fácil blanco de esos indiscriminados tiradores. Tiempo después, leyendo Leonel sobre el genocidio selectivo de Hitler, encontrará marcadas similitudes en el comportamiento de su ex–compañero y amigo, ahora presidente de facto de la república, Efraín Campos. Ese pasaje fue ampliamente comentado en su oportunidad. En un decreto ley, el jefe de estado se investía con la banda y el rango de presidente, ante la sorpresa y descontento de muchos de sus colaboradores. Ese auto nombramiento era un abierto reto a las críticas de diferentes sectores productivos del país, de instituciones políticas y del pueblo en general que veían con certeza que deseaba perpetuarse en el poder. La embajada gringa, principal artífice del proyecto Tortillas y chile, temía que el proceso democratizador se detuviera una vez más y movía pitas y presionaba. Ustedes son una de las naciones más poderosas de la tierra, señor embajador Mr. Taylor, y ese poder les viene de Dios In God we trust. Nosotros somos una nación pequeña, pero el Señor ya ha tomado su decisión al respecto y sólo él, poderoso entre pigmeos, puede cambiar Sus designios. Do you follow me, my dear mister embajador?



ES UNA DECISIÓN DEL consejo de ancianos, Efraín. Las palabras vibrando en sus tímpanos, siente náusea y vértigo. Es lo mejor para todos. La mano izquierda frenada violentamente por la derecha. Y debes acatarla sin cuestionamientos o dudas.
    No es fácil para un hombre tomar la decisión correcta. Más bien, es fácil tomar la decisión correcta para él; pero no quiere decir que deba serlo, necesariamente, para el conglomerado. Tampoco significa que la decisión que tome el conglomerado tenga que ser la adecuada para el hombre. Es más, ni siquiera puede afirmarse que la decisión tomada por el conglomerado sea la correcta para todos. Ante semejante perspectiva, Efraín piensa que no tiene por qué acatar una decisión que podría ser la menos conveniente para todos y los despide pretextando un agudo malestar estomacal. El consejo en pleno se retira, aconsejándole que pruebe los Papelitos de don Yemo, que son de lo mejor para esos casos. Que si no tiene mejoría, que vea mejor al médico, blablablablá. Efraín los despide agradeciéndoles, pero que los tales papelitos no le sirvieron para nada cuando le dio aquella currutaca, etc., etc., sin embargo que el organismo no siempre responde de la misma manera, así que hará la prueba que nada pierde y puede ganar mucho patatín-patatá.
    Efraín está rabioso. En ese instante no sabe qué hacer para calmar la ira creciente que terminará por dominarlo con la misma precisión infalible de una araña que envuelve en su tela a la presa y la deja como un taco —un capullo, sonaría menos folclórico—. En los últimos tiempos le ha sido imposible contenerse y sus ayudantes ya saben que lo mejor es hacer lo que se hace en los juegos infantiles —sin moverse, sin reírse, en un pie, en una mano, etc.— si se quiere salir con bien de la racha. Golpea con sus manos empuñadas el escritorio hasta que le duelen, aúlla maldiciendo al consejo de ancianos a la puta que los parió hasta enronquecer, su vista se nubla y tiene que sujetarse de un mueble para no desplomarse.
    La primera vez fue en el instituto. Los dos muchachos estaban juntos, espalda contra espalda, repartiendo golpes y burlándose abiertamente del grupo de jóvenes que, tijeras y máquinas de rasurar en mano, intentaban practicar el acostumbrado bautizo a los nuevos.
    Entonces, piensa, hubiera muerto antes de dejarme tocar un sólo cabello. ¿Por qué vacilo? Ese muchacho dio un paso en falso descuidadamente, perdiendo el balance. Lo atraje hacia mí, quitándole las tijeras y acogotándolo. Si Leonel no detiene mi brazo, le hubiera atravesado el cuello. Tiemblo como mujer. En el Central para Varones pronto supieron quién era yo y nadie intentó jamás hacerme alguna broma pesada, exigencia o mandato. ¡La ley del más fuerte! ¡La ley de supervivencia! Me encuentro en la cúspide de la pirámide. Soy el sumo sacerdote y allá están los cenotes sagrados. Sangre para la fiera, sacrificio para los dioses. Mi pulso tiembla y tengo seca la garganta. ¿Por qué? Viene una partida de eunucos que no traen tijeras en las manos sino pinzas para castrar y me piden  que acate sus disposiciones. ¡Señor, tú me diste ojos, manos, cuerpo; me enseñaste a vivir una nueva existencia! ¿Por qué dudo? ¡Tú me diste la luz y me mostraste el camino! ¡Tú me diste el poder y me llamaste el elegido! ¡Cómo dar crédito a otra voz que no sea la tuya? ¿Qué debo hacer, Señor?
    Una potente explosión hace añicos los cristales de las ventanas. La onda expansiva lo estrella contra la pared. El humo se le mete en los ojos y boca y sus oídos, reventados, sangran. La puerta se abre y entra gente y lo levantan en vilo, colocándolo sobre el escritorio. Le aflojan cinturón y corbata. Alguien lo ausculta. Le habla. Efraín, cómo te sientes, hermano? Efraín lo mira como a través de un vidrio empañado. No te preocupes, vamos a llevarte al hospital. Trata de enfocar la borrosa imagen. Te pondrá bien. Ahora mira a Leonel que se encuentra a un palmo de sus narices, la respiración contendida, pero no puede escucharlo. Trata de preguntar qué pasó, pero el dolor de los oídos le hace gritar y, como en las pesadillas de niño, no escucha el sonido. Queda inerte, pero Leonel sabe que no ha muerto porque su mano de cuatro dedos se ha prendido a la suya con tal fuerza que le hace saltar lágrimas de los ojos.



AYER TUVE UN SUEÑO, dice Beatriz, la cara transfigurada por la emoción. Me llevaste flores. Un ramo de siemprevivas. Y me decís esta flor también se llama flor de muerto. Y yo te decía que me daba miedo. Y tú decías que ¿por qué? si la vida y la muerte eran la misma cosa. Y yo te respondía que no, que la vida era algo maravilloso; en cambio, la muerte, es horrible. Y tú reías con esa risa que me vuelve loca y decís algo así como que antes de nacer no somos nada y después de morir tampoco. Lo que somos en vida es flor de muerto. Y yo, sin entender lo que querías decirme, te dije que sí como siempre y tú me mirabas serio y preocupado, como siempre haces cuando no entiendo o meto la pata. Después me llevaste a un lugar maravilloso y me dijiste aquello que ves allá es un campo sembrado de siemprevivas y yo me quedé mirando largo rato las flores de muerto. Cuando te  busqué no estabas. Me asusté mucho y te llamaba ¡Efraín, Efraín! Y el eco respondía ¡ín, ín! y del susto pasé al pánico cuando me vi de pronto en el centro del campo de siemprevivas. Era un manto de color morado, pero había algo que las hacía diferentes a todas las demás flores que conozco: La inmovilidad. Me agaché a verlas y tocándolas me di cuenta que estaban secas, parecían artificiales y ni una sola mariposa, gusano, hormiga era visible. Ninguna criatura viviente, excepto yo, en kilómetros a la redonda. Corrí desesperada tratando de llegar al final de esa extensión, pero hacia donde me dirigiera el horizonte se perdía uniformemente en un océano de siemprevivas. Me detuve agotada, ya ni podía gritar tu nombre, me salía un gemido ¡n, n! y tú no estabas para decirme qué hacer, a dónde ir. Bien sabes que soy miedosa por naturaleza. Te imaginas cómo me encontraba a esas alturas del sueño que yo sabía que era un sueño pero que después de un rato se transformaba en pesadilla en esa playa de flores de muerto a donde me habías llevado. Empecé a llorar. ¿Qué otra cosa se le puede pedir a una mujer sino llorar? Mis lágrimas rodaban a caudales y así estuve largo rato hasta que me di cuenta que mis lágrimas habían producido un increíble efecto en las flores que ahora parecían cobrar vida, moverse con el viento, inclinarse al sol; y miles de insectos de todas clases también estaban allí volando, entre los tallos, en la tierra. Algo maravilloso estaba ocurriendo a mi alrededor. Ante mis ojos las flores se vestían de muchos colores y te juro que hasta oí música de esa que ponen nuestros vecinos en la noche, como de coros y que suena a ángeles. En esas estaba cuando reapareciste. No sé decir cómo. Si volando, si caminando, si te materializaste —como en aquel programa de la tele que vimos el otro día—  y allí estabas. Como quien dice a esta distancia, ni más ni menos. Ya no sonreías, Efraín. De momento creí que no eras tú porque la luz del sol me pegaba de frente, ;pero cuando hablaste, al escuchar esa voz tuya que me pareció lo más hermoso y dulce que haya oído en mi vida, ya no tuve duda. Dijiste sé que lloras por mí, Beatriz, y tengo frío porque tus lágrimas mojaron mis pies. Y yo miré tus pies y vi que tenías puestas unas botas como esas que usabas en la Politécnica y que estaban empapadas, sumergidas en un líquido viscoso y rojo que  no podía haberme salido de los ojos como lágrimas porque de haber sido así me habría dado cuenta en seguida. Me tendiste la mano y era tu mano de antes del accidente, completa, con todos tus hermosos dedos, los mismos que se apretaban a mi talle cuando bailamos por primera vez en el Casino Militar ¿te acuerdas? Yo tomé tu mano y la besé dedo por dedo y tú permitías mis caricias en una entrega total. Uno de tus dedos estaba dentro de mi boca y mordí con fuerza, tragándolo. Inmediatamente hubo un cambio en mi interior. Me creció el vientre, mis pechos se volvieron como de piedra y supe que se acercaba el momento de dar a luz. Te quitaste las botas y las colocaste con cuidado entre las flores como si temieras que éstas las dañaran. Extendiste la mano frente a mí, con la palma hacia delante y los cuatro dedos se transformaron en garras y se clavaron con fuerza en mi vientre. No tuve miedo porque sabía que no serías capaz de hacerme daño, Efraín, pero sí me preocupé un poco por nuestro pequeño hijo que íbamos a tener. Dijiste entonces  no llores más y me llamaste amor, cariño y todas esas cosas que se dicen los recién casados en sus arrumacos y yo te dije que no eran lágrimas sino sangre. En ese momento del sueño, me acuerdo muy bien, desperté. Estaba oscuro y extendí el brazo para encender la lámpara pero toqué únicamente el vacío. Te llamé una vez más ¡Efraín! y dijiste ¿es ya? y yo respondí creo que sí. Y prendiste la luz y me encontré de nuevo en el campo de siemprevivas y tú hacías algo entre mis piernas y me ocasionaba dolor y te pregunté ¿qué ocurre? y dijiste cavo una sepultura. Me sorprendí de mi sangre fría, del valor que nunca tuve y tenía en ese momento supremo en que me sabía la víctima propiciatoria, la doncella sacrificada, la primera y última mujer de la creación. Y seguías cavando como un topo y yo estaba pariendo como una perra, como una loba y me dijiste fue varón y yo dije le pondremos Leonel como tu hermano pero pareciste no escucharme  bien y repetías ¡mano, mano! Como un loco. Y pregunté ¿qué te pasa? y respondiste por un momento creí que estaba muerto. Son las flores, te dije. Son las flores, dijiste y seguiste durmiendo y yo ya no pude pegar los ojos en toda la noche a causa del fuerte olor a flor de muerto que se hacía más insoportable.



¿EL ISLOTE DE FLORES?, imposible, Ramiro. Necesitamos un milagro y no nos queda mucho tiempo, Efraín. El hombre se sume en el confortable sillón de piel color marrón. Desde este ángulo, parece haber envejecido prematuramente y se mira más pequeño y enjuto de lo que es en realidad. Nunca antes me había fijado en su físico. Beatriz dice, por ejemplo, que es de mediana estatura y complexión fuerte. Que su voz metálica, de timbre sonoro, puede ser dulce como un arrullo y autoritaria, sin verse forzado a levantarla. Que su cabello oscuro y lacio lo peina con raya a la derecha, lo que es común en os zurdos. Que sus ojos almendrados de un café profundo tienen un brillo extraordinario. Pero que lo mejor es esa sonrisa sensual que la enloquece desde el primer día que lo vio y que parece salirle del fondo mismo del alma. Hoy que pienso en eso, personalmente no encuentro en Efraín alguna característica relevante de su físico o ademanes que puedan hacerlo notorio, inolvidable; carismático como suelen decir hoy en día. Leonel, por su lado, que creció con él y lo conoce muy bien, escribió una composición escolar que casualmente llegó a mis manos —no me pregunten cómo—, y que en uno de sus pasajes dice mi mejor amigo es tan alto como yo y tiene las manos grandes y fuertes, tanto que nunca he podido vencerlo en un pulso… ni él a mí. Como cronista no puedo consignar algo que no haya corroborado yo mismo. En su cédula de vecindad aparecen sus datos personales: Estatura: 1.69 m. Color del cabello: negro. ¿Es lacio?: Sí. Color de los ojos: Café. Y en lunares, cicatrices visibles, impedimentos, defectos físicos: Ninguno —lo que demuestra que la pérdida del dedo medio fue posterior a la extensión del documento—.
    Ramiro se sienta cerca de él y pone la mano en su hombro. El hombre lo deja hacer. En estos momentos nuestros muchachos la están pasando muy mal, Efraín. La flota inglesa viene en camino. Las potencias continentales han decidido en definitiva conservar una posición neutral en el conflicto. Estamos solos, Efraín. El hombre parece reaccionar ahora y aunque el gesto de detener su mano izquierda con la derecha es menos enérgico, Ramiro sabe que debe prepararse para contener la avalancha que se avecina. ¡Dios está con nosotros! ¡Nos aplastarán como a cucarachas, Efraín!  El hombre se para hecho una furia, derribando a su paso una lámpara de pie que provoca un chisperío tremendo y la luz se apaga. La oscuridad es total y en ese instante Ramiro cree ver los ojos de Efraín como dos brasas encendidas, sobrecogiéndose involuntariamente al recordar las historias de Cadejos y aparecidos que su abuela contaba allá en el pueblo. De inmediato se mira un resplandor y entran rápidos varios miembros de la guardia presidencial con lámparas y las armas preparadas en las manos. La iluminación se restablece y Ramiro despide con un gesto a los hombres. Efraín se encuentra en un rincón de la estancia de cara a la pared, inmóvil.
    Sí, pienso, hay en ese gesto de sus manos una fuerza que parece venir de alguna parte dentro de él y que, sin lugar a dudas, produce un efecto inmediato en el interlocutor. En cuanto  a su físico, insisto, bien pasaría por maestro de escuela. Tuve uno, don Roberto, quien probablemente nació con un defecto que lo obligaba a tener siempre la mano metida dentro del bolsillo del pantalón. En una oportunidad se la vi. Parecía una pata de puerco, sonrosada y con pequeños apéndices redondos en vez de dedos. Nunca tuve miedo a ese hombre que andaba con la mano oculta bajo los pliegues del faldón de su chaqueta a cuadros. Por el contrario, me inspiraba una confianza que sobrepasaba los límites filiales. Pero con Efraín ocurre lo que con los hombres que ha vuelto del frente con una mutilación. La muestran orgullosamente para que uno, si conoce la historia, no olvide que fue herido en acción; y si no la conoce, que ya es tiempo de irse enterando que la medalla que la medalla que lleva en el pecho no le fue dada por buena conducta en la escuela. Me atrevería a comentar que hay algo de obsceno en  la exposición excesiva de esa cicatriz donde una vez tuvo que haber falange, falangina, falangeta, uña y piel; pero eso ya es campo fértil para la sicología.
    Efraín se vuelve. Ramiro observa en silencio la transfiguración en el antes descompuesto rostro. Hasta parece asomarse una sonrisa en esos labios gruesos y carnosos. ¿El islote de Flores?, pregunta suavemente. No es mala idea, Ramiro, se responde rápido. Es tiempo ya de poner en práctica la Fase Alterna de nuestro plan maestro.





OCHO

¿QUÉ VAS A SER cuando seás grande? Bombero. Años después, el joven le dice a su madre voy a ser militar. Aquello tuvo que ser tomado con filosofía en el seno de esa familia católica, apostólica y romana, donde recientemente el hermano mayor había hecho sus votos sacerdotales y, como es de suponer, donde la carrera de las armas estaba proscrita.
    Hay algo oscuro en el pasado de la familia Campos. El padre, terrateniente, murió en circunstancias extrañas cuando Efraín tenía 8 años. La versión oficial de los hechos consigna que a las 17:45 horas de ese fatídico día, la víctima se encontraba en el retrete —o excusado, como dice ahí, para ser exactos— cuando fue muerto de un balazo por la espalda. Las investigaciones llevaron a la captura de un individuo que se encontraba en la cantina del pueblo haciendo alarde de que era el mejor tirador de oriente y, para demostrarlo, soltó unos cuantos plomazos que hicieron otros tantos blancos perfectos. Cuando la policía llegó, mucho rato después, estaba tan borracho que se lo llevaron en volandas con facilidad. Al día siguiente —por esas casualidades que nunca faltan y que trataré de explicar luego—, se demostró que el arma usada en el crimen era la misma que ese fulano tenía en su poder. Se le encontró culpable y a su tiempo fue pasado por las armas sin que dejara de repetir hasta el último instante soy inocente.
    Algo curioso es apuntar que Leonel vivió en la casa de la familia Campos desde pequeño. Nadie sabe en realidad sobre sus padres y nadie preguntó jamás su procedencia. Efraín lo aceptó como un hermano más y así quedó la cosa. Yo también quiero ser militar, dijo. Y a todos pareció lo más natural del mundo que ambos decidieran seguir juntos la carrera al igual que juntos habían estudiado en la escuela del pueblo y en el Instituto Central.
    Lo que nunca apareció en el parte oficial del homicidio de papá Campos, fue lo que una vecina comentaba en el velorio y que fue escuchado por Efraín. Creo que a don Justo lo mataron, dijo, por el asunto ese del hijo espurio. La palabrita le sonó como una bofetada, pero no se atrevió a preguntar sobre el significado. Lo sabía sucio y cada vez que pensaba en eso le dolía. Lamentaba no haberle saltado al cuello a esa vieja y hacerla tragar la lengua. No haberle pedido, por lo menos, una explicación. En su cuarto, la noche del entierro, lee en el diccionario Larousse el significado una y otra vez ciego de ira e impotencia. Leonel entra y lo observa en silencio. Cree que llora por el padre. Efraín sabe que es por el hijo bastardo.



CUENTE DE UNO A diez y expire, dice el cartel y explica el paso a paso de la forma correcta de tomar el fusil, de apuntar, de disparar, etc. La máquina de destrucción está  conectada. Antes de permitirle a un indio tomar un arma hay que guardar ciertas precauciones. Para empezar, se les uniforma, lo que anula en cualquiera la posibilidad de verse diferente —mucho menos sentirse diferente—. Se les instruye a puro vergazo limpio sobre las generalidades de la disciplina castrense y los deberes y obligaciones del soldado que debe acatar sin vacilaciones las órdenes recibidas. Se les enseña a matar con manos y dientes, primero, para que se acostumbren al sabor y temperatura de la sangre, antes de graduarse con un cristiano. Se les remacha en la cabeza que el único enemigo bueno es el enemigo muerto —reminiscencias del oeste— y se les proporciona un radar que lo detecte dondequiera se encuentre.
    La forma de reclutamiento no ha variado con el paso de los años. Los camiones irrumpen en aldeas y caseríos y a puro culatazo son seleccionados los jóvenes que no han tenido tiempo de poner pies en polvorosa o que se encuentran bien borrachos en cantinas o celebraciones patronales. Una vez metidos en los camiones, la última oportunidad es saltar de uno de ellos en marcha y tirarse de cabeza en alguna barranca para no ser muerto en el intento o recapturado. Ya en el cuartel la cosa se pone color de hormiga porque existe un registro completo del individuo y un fuero militar que condena la deserción. Las familias de los conscriptos se quedan sin sus brazos en las siguientes épocas de cosecha y, los más probable, para siempre, al ser absorbidos os ex-soldados por la ciudad.
    Para evitar que lazos familiares o nexos sentimentales les impidan cumplir con su deber, son transferidos a cuarteles en la capital o a pueblos distantes del suyo. De esa forma, aunque maten a un hermano en alguna escaramuza, se trata de uno de etnia y no de sangre.
    La indoctrinación es la etapa más importante y en la que los oficiales instructores ponen el mayor empeño. Si el lavado de cerebro no se aplica  bien, cualquier teniente que le vuele la mujer a un sargento podría ser liquidado por éste. Se dan casos aislados, pero la generalidad aprende rápido y bien su papel de guardianes de la seguridad del país, tomándose éste como sinónimo del estado y el estado como sinónimo del poder castrense sobre las instituciones políticas, sociales, jurídicas, económicas, etcéteras.
    En el ejército es el orden jerárquico el que se impone. En esa escala, el soldado que es un hijo, un amigo, un hermano, como dice el jingle propagandístico, está en la escala más baja y en condiciones de pronóstico reservado. Y eso es todo lo que querí decir sobre ellos.
    En la iglesia, el orden jerárquico arranca un  mucho más alto que en el ejército. En la posición superior está el Creador. Abajo, arcángeles, ángeles, querubines, profetas, pastores. Y en la escala inferior los hermanos, soldados rasos de la fe, forman filas compactas, sin otras armas que el libro más subversivo que se haya escrito jamás.
    Si partimos de la definición de que subversivo es aquel que atenta contra el orden —o poder— establecido, ojo con los cristianos. Mencionaré al azar algunas cosas y ustedes sacarán sus propias conclusiones y, si les interesa, escribirán un tratado sobre el tema. Yo me concretaré a decir lo que considero determinante en el contexto de la historia y a crear un clima propicio para que mis personajes justifiquen acciones a lo largo de ella.
    Con la biblia en la mano, este poderoso conglomerado está atentando contra la libre empresa. No baila, no frecuenta lugares de diversión. Las empresas fabricantes de cigarrillos, por ejemplo, está n pasando grandes apuros para vender su producto. Si usted quiere dejar de fumar y ya lo ha intentado todo, nazca de nuevo. Y lo mismo es aplicable al consumo de bebidas alcohólicas. Si la iglesia de su barrio y de otros barrios crece peligrosamente y usted es accionista de una licorera o tabacalera, ataque con todos los recursos a mano el mercado de los jóvenes y asegúrese unos cuantos años de consumidores antes de que los soldados del Señor entren al rescate y así, sucesivamente, si no quiere verse en serios apuros financieros que, eventualmente, puedan conducirlo a la quiebra; al menos que cambie de línea de negocio y se haga oveja del rebaño.
    Estos soldados de la iglesia marchan en grupos cerrados en dirección al cielo. Más allá del espacio aéreo territorial, más aún de la galaxia, hasta los límites mismos de la imaginación donde el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo los esperan para darles la bienvenida y cumplirles la promesa de vida eterna.
    Todos somos hermanos ante los ojos del Señor, dice Efraín a la tele audiencia un domingo por la noche, pero así como en un rebaño hay ovejas negras, también en un hogar existen hermanos que se salen del redil. Eso significa que no todos somos iguales para Él. La diferencia estriba en dos palabras: nuevo nacido. Cuando primero nacemos, no tenemos conciencia. Fuimos lo que nuestros padres quisieron que fuéramos. En nuestro segundo y verdadero nacimiento, al decir ¡oh, Señor, por tu sangre, me entrego a ti! y al ser bautizados, nacemos a la vida eterna. Pero no es suficiente haber nacido de nuevo. Se necesita vivir esa maravillosa existencia, esa única experiencia de haberlo encontrado y de poder seguir a su la
    luz se apaga. La ciudad queda a oscuras. Se escuchan sirenas de alarma. Un par de viejos, desde un piso alto de lujoso hotel en la zona 9, rememoran una noche en Berlín durante la segunda gran guerra cuando los sorprendió el bombardeo en plena luna de miel. La máquina de la destrucción está conectada.



ME MUERO POR CONOCERLO, dice Beatriz con el entusiasmo propio de la edad. Leonel, con un gesto mecánico, coloca el espadín entre sus piernas y se sienta a la par de la joven. No te pierdes nada del otro mundo. Tiene verrugas y es miope. ¡Mentiroso, ríe, si hasta me mostraste una foto! ¡Maldita sea, piensa Leonel, qué tuve que abrir la boca! ¿En qué momento se me ocurrió enseñársela?
    La fotografía en mención fue tomada en el cráter del Volcán de Agua y es una instantánea de buena calidad en blanco y negro. Leonel y Efraín son los sujetos, ambos sonrientes y felices, el brazo del primero sobre el hombro de Efraín y en la mano de éste último, el banderín con el emblema de la escuela militar. ¿Podrías creer que yo mismo tomé la foto? ¡Mentiroso!, dice Beatriz. Es verdad. Te mostraré como hice, dice tomándola del talle y colocándola a la par del sillón. Digamos que tú eres Efraín. Y tú eres tú. Bien. Tomo la cámara, camina unos pasos hasta el otro extremo de la sala que no está más distante de tres metros, enfoco, hace la mica, la coloco sobre una piedra, acciono el disparador y corro al lado de Efraín, camina rápido hacia ella, le coloco el brazo sobre el hombro, lo hace, y el dispositivo automático de tiempo de la cámara hace funcionar el disparador ¡clic! y la foto está tomada. Sus rostros están juntos, su mano presiona el hombro de ella, la hace girar lentamente y la estrecha entre sus brazos, besándola. Ella no se resiste, pero tampoco le devuelve el beso. Él la mira como si fuera la primera vez. ¡Te amo, Beatriz! Yo también te quiero, Leonel, pero. Él afloja la presión, ¿pero qué? Ella le besa la punta de la nariz. No sé. El desliza sus manos a lo largo de ese talle y ella juega con uno de los botones de su guerrera. Se nos hace tarde. Sí, responde Leonel y la ilusión se rompe para siempre.



HAY SILLAS DE SILLAS. Y hay una en especial que tiene la rara cualidad de permitir que muchas personas se sienten al mismo tiempo. Leonel trata de apartar la idea con un movimiento de cabeza o quizá de deshacerse de una mosca que hace rato pasa zumbante en derredor. Cualquier puesto de elección popular delega en una persona la representación del conglomerado.
    La voz de Efraín de hoy se diluye con otra voz que es la misma pero de hace mucho tiempo. ¿Y ahora qué hacemos? La respuesta no es fácil. Hay una relación ambivalente en el cuestionamiento. Lo que ayer significó una decisión importante a nivel individual, porque estaban en juego valores subjetivos relacionados con vocación, gustos, aspiraciones, conveniencia; hoy por hoy era determinante para un pueblo o, loo que es parecido pero no igual, para un numeroso grupo de la población que estaba involucrada en el movimiento.
    Por un lado, la familia de profundas y fuertes raíces religiosas, confiaba en que el muchacho iba a seguir una carrera universitaria y ya había manifestado su preferencia al respecto. Por el otro, el fuerte temperamento de Efraín —en todo hogar siempre hay alguien que pasa inadvertido, ocupando un lugar a la zaga, siendo un poco la sombra del otro—, recuerda con rabia Leonel. ¿Qué haremos?, repite la voz de timbre metálico a través del hilo telefónico, a su oído en la reunió de gabinete, en su sueño que ser torna en pesadilla.
    Cuando Efraín empezó a sentir la presión de grupos antagónicos sedientos de poder, sintió también la necesidad de apoyarse en algo que le ayudara a consolidar la posición. Es necesario, dijo a Leonel, que demos al gobierno una estructura democrática. ¿Estás hablando de elecciones? No. ¿Plebiscito? Tampoco. ¿Entonces? De algún mecanismo que avale mis decisiones y haga sentir que son las del pueblo. Una asamblea legislativa. Por ahí va la cosa.





NUEVE

LO CONOCÍ UN VERANO. Me sorprendió el tono ceniciento de su piel. El timbre suave y mesurado de su voz. La geografía apergaminada de su frente. Rehusó darme la mano. No dejó de sorprenderme, pero imaginé temor a gérmenes o algo así y no le di mayor importancia. Juegos de manos son de villanos, dijo a manera de excusa. No conducen a nada bueno. Propician, entre otras cosas, el relajamiento, la intemperancia, la negligencia y, lo que es peor, despiertan instintos primitivos con las consabidas consecuencias. ¿Quién inventó el pizpizigaña? Todo eso de la lleva la araña es puro cuento, un pretexto para el sobijeo. Y de eso al desmadre no hay más que un paso. No se trataba de puritanismo. Ese hombre estaba más allá de lo que nosotros entendemos por bien y mal. Y cuando hablaba, sabía lo que estaba diciendo. Por ejemplo, con eso de las manos, insistió en que detrás de la inocencia de infantiles juegos está el monstruo agazapado. Que hablamos de manos y entendemos crueldad. Y allí o terminó la cosa, quiso estar seguro de que comprendía y vaya si lo hice después de una completa relación que incluía la mano que aprieta, la mano del muerto, la mano cortada, la mano del mono, le lame la mano, le pide la mano y le toma el pie, se le pasa la mano, de la mano y por la calle, le mete mano, mano a mano. Hablar de falla genética es hablar paja, me dijo una tarde de verano. De efectos radioactivos, malformación congénita, atrofia muscular o cerebral o ambas. De causa y efecto, acción y reacción. Si te pinchan, duele. Si te empujan, caes. Si te aman. Sólo conozco un punto sobre el que era total y rotundo. Intransigente. Volvamos la  mirada al pasado. No hay rastros relevantes de la izquierda. Si vamos a creer en la mitología, Thor era diestro con el martillo al igual que Neptuno con el tridente. La flecha de París hizo blanco en el talón de Aquiles ¡derecho! Si magia y alquimia significan algo, Merlín usaba la vara diestramente y Nostradamus escribió a su hijo una carta con la que sabemos. Me era difícil seguir el hilo de su pensamiento. La lógica humana tiene todo menos eso, me dijo muerto de risa. Vamos a ver. Ver para creer. Creer es tener fe. La fe mueve montañas. Luego aquello de Mahoma. Maomenos. Más por más. El que da recibe. Dadaísmo. No es igual pero suena lo mismo. Optimismo. Capital. Común. ¡Oportunismo! Que si la derecha enciende la mecha. Que si la izquierda lo manda todo a la. ¡Lógica! Capacidad para hacer o destruir. Ir y venir. Devenir de los tiempos y hay más de éste que vida. Ciencia y conciencia. Máquina y hombre. Botones para los preguntones. San Isidro Labrador. Usemos código color zafferano. Pon el agua y quitasol. Usemos código color ciclamino. Espejito. Y colorín colorado. Rojillo. Si el gavilán se comiera como se come el ganado, derecha o izquierda, hijos del mismo creador, partes de un único cuerpo, ocupando igual lugar en relación al espacio, desplazando idéntica cantidad de agua al sumergirse, consumiendo parecida energía y con capacidad de generar similar fuerza, yo me estaría comiendo al gavilán colorado. ¿Estamos? Estamos, será mi huevo, dijo un  bolito que escuchaba sin pasar advertido. Aramos dijo la pulga al buey. El comal le dijo a la olla. También me sé aquello de arrancacebolla y estoy lleno del espíritu y filosofía populares mientras mi estómago que no está ni a la derecha ni a la izquierda llora, clama, siente, lamenta, grita, llama, deplora, duele, se estira y se encoge ente la indiferencia de los dueños del circo que manipulan controles y sólo miran la realidad a través de sus pantallas, informes, radiografías, vivisecciones, disecciones, intersecciones, cuadros estadísticos, quinielas, sentencias de divorcio, telegramas oficiales, notas necrológicas, rojas, amarillas, anuarios de colegios religiosos, listas negras, cuerpos del delito, impuesto sobre la renta, solicitudes en papel sellado de la menor denominación, distorsionadas imágenes que nada tienen que ver con lo cotidiano en nuestras vidas. ¡No estamos! Para terminarla de joder, el bolito vomitó los zapatos de Efraín y dio la media vuelta, blanco como el papel, sin disculparse siquiera.



SIN EMBARGO SOY YO, no cabe duda. Este es mi cuerpo y mi sangre fluye a torrentes y siento más frías las manos y calientes las orejas y. ¿Qué tengo que hacer? Lavar los pañales, sentarme a coser. Estampar mi firma (qué no darían algunos cazadores de autógrafos) en documentos oficiales. Palacio Nacional a tantos de tantos. Mi mamá me lo decía: Cuidate ese pie de atleta, hijo. Un hombre como tú deberá oler a santidad. Y punto. Desde entonces me acompaña siempre a donde vaya. Haga frío o calor. Lluvia o sequía. Nadie es perfecto. Beethoven sordo. Margarita tuberculosa. Gandhi desnutrido. Ché asmático. Hitler maniático. Ezra loco. Greco astigmático. Einstein judío. Roosevelt paralítico. Presley gordo. Cervantes manco. Buda panzón. Nelson choco. Jerónimo indio. Rosemberg espía. Nerón piromaniaco. Sansón peludo. Cucurumbé negrita. Napoleón chaparro. Magdalena Puta. Wilde hueco y así podríamos seguir ad infinitu. Pero volvamos al asunto. Hay un sexto sentido. Me veo sentado en la silla, que no es fría ni caliente, de madera pulida ni áspera, con cojín ni blando ni duro, pero que da una sensación a toda madre. Dicen que hay que tener los pies bien plantados en la tierra. Falso. Es en el culo donde empieza y termina la estabilidad. Rodín lo sabía cuando su Pensador. Y los conocedores de esas cosas no se equivocan al decir a la diestra de. Empecé hablando del sentido y terminé sentado por mi voluntad libre y soberana. Deber y derecho ciudadano de servir a la patria. Mi mamá me lo decía: Está escrito en la palma de tu mano, hijo. Y de paso lávate-las. Hice el compromiso de cambiar. Hice la promesa de no sentir, no pensar, no fornicar. Estoy comprometido hasta el copete por cumplir. ¿Y usted?



NO PUEDO RECORDAR LA historia del café. Un día unos hombres altos y rubios que llegaron en caballos de acero. ¡Estoy seguro que empezaba así! ¿Era África o Vietnam? Qué importa. Llovía mucho entonces, nunca he visto un temporal como ese. Los tragantes eran insuficientes y se formaban largas avenidas en las calles. No hubiera tenido necesidad de cruzar a nado. Habría bastado con sentarse sobre el paraguas de cabeza (el paraguas, no uno), dejándose llevar por la corriente calle abajo. Río abajo. ¿Por qué siempre aparece un cadáver destrozado río abajo? Las huellas digitales borradas a mordiscos de pez, sin ropa. ¿Y esos golpes y señales de ataduras? El paraguas te protege de la lluvia, el sol y penetra en las partes blandas del cuerpo con facilidad. Mi padre llevaba siempre uno colgando del brazo. Era ya la extensión de sus miembros. En el ataúd quedó horizontal, como parte del hombre. ¡La historia del café! ¿Por qué no puedo recordarla? Un día unos hombres rompieron con la culata de sus metralletas la puerta. Estoy seguro que era algo así. Mi padre fue sacado violentamente. No pudo darnos ni un beso de despedida. Empezaba una larga noche de cuchillas afiladas y fierros incandescentes, de manos que trituran las de hermanos, de alaridos que mueren en burbujas que salen a la superficie como pompas de jabón, de gemidos que se ahogan tras las paredes de hule o tela o plástico impregnado de insecticida, siendo objeto de infantiles juegos, pendiendo de pulgares o del sexo. Derramando gota a gota vísceras y polvo. A mi papá le gustaba la música. Era un experto en arrancar lamentos al pito de agua. Pasaba horas y horas, incansable, volviendo a empezar. Su posición, sentado en el suelo, me hace recordar la figura de Buda, esa que usan como envase de agua de colonia con olor a limón. Yo me deslizaba sobre mis cuatro extremidades babeante, comiendo polilla de los agujereados marcos de las puertas, jugando con el maravilloso producto hecho por mí, sin la ayuda de nadie, y a lo que llamaban caca-nene. Papito quiso enseñarme a tocar el pito de agua. Con sus largos y huesudos dedos modeló en barro la figura de un hombre en cuatro patas. Se soplaba por el ano, saliendo por su boca una nota aguda y cristalina. Los gritos de mi madre, con el sonido agudo de la única nota atravesado entre las orejas, eran familiares para mí. No conocía entonces otros. Al menos no lo recuerdo. En cuanto a las formas, era más complejo. Existí un maravilloso equilibrio entre las cosas y las personas. Una mesa, la silla, el marco de la puerta ¡y el espejo! Recuerdo la última vez que vi todo a través del sonido.  No pude contener un grito de terror cuando un  animal se plantó frente a mí. Papito corrió y, al darse cuenta de lo que ocurría, se puso a reír. Rápidamente, al querer tomarme entre sus brazos, retrocedió. Reflejado en el espejo donde yo, animal que se arrastra me encontraba, vio su pito hecho añicos en el suelo. Me miró con fijeza, sin parpadear. Sin rabia ni pena. Algo se había roto también dentro de nosotros. Durante cada  noche de muchas dejé sin pasador la puerta, las zapatillas al pie de la cama, los libros de cabecera, Robinson Crusoe, Kama Sutra, Selecciones del Reader’s Digest, la toalla amarilla, la Haffner de Mozart , la cafetera y la planta hindú que florece una vez cada trescientos sesenta y cinco días. Un café negro. Traté de recordar la historia una vez más. Un día unos hombres altos y rubios que llegaron en caballos de acero abandonaron la tierra sembrada con cadáveres de máquinas. Sólo quedaron las aspas en cruz. Finalmente eché pasador y doble llave. Un día, me dijo alguien, unos hombres altos y rubios que habían llegado en caballos de acero, arrasaron nuestros cafetales. Sólo cuando no quedaba un rano de oro se iban a repetir la historia a otra parte. Tiempo después cuando la tierra estaba enferma o muerta llegaron en grupos reducidos. Se decían portadores de regalos. Trocaron el grano dorado por baratijas, alianzas y convenios. No se fueron más. Lo miré alejarse, amando su estatura y el color de su pelo y de sus ojos. Me gustaría contárselo a todo el  mundo.



LOS HE CONVOCADO HOY, dijo el hombre desde el podio, para tratar un asunto de la mayor importancia. La izquierda ha decidido lanzar una escalada final para tomar el control sobre todos y cada uno de los puntos neurálgicos. Yo no sabía dónde estaban todos y cada uno de mis puntos neurálgicos. No me interesaba nada más que una aspirina, un baño caliente, meterme a la cama y si te vi no me acuerdo. La susodicha izquierda, continuó el orador, sobre enfatizando, ha llegado al extremo de asegurar que Dios, su único hijo y toda la corte celestial están de su parte, argumentando, entre otras falacias, que es el lado del corazón. Vino a mi memoria aquello de que nada podrá igualar a la naturaleza en su perfección. Nuestra apariencia exterior es simétrica, con dos lados, derecho e izquierdo, y se repiten por pares los miembros y algunos órganos; pero tenemos un cerebro, un estómago, un corazón. ¡Que es el lado del corazón!, repitió en un chillido. Nos corresponde, en esta hora decisiva, no permitir el despojo de lo que por derecho nos pertenece, tratándose de una herencia natural rubricada por el creador. Seguí dándole vueltas a la idea. Tenemos un cerebro, un estómago, un corazón. Y en nuestra única existencia, una vida y una muerte. Esto no es casual. La derecha es y ha sido, prosiguió, señalando con el índice de esa mano, durante la historia de la humanidad la única posición aceptada y, por consiguiente, mayoritaria. Si el hombre basara todo en la unidad, pienso, se lograría el equilibrio, la perfección, lo absoluto. Nombremos cualquier cosa: Un trabajo, un techo, una cama, un sexo, una mente, una meta. Nadie puede vivir en dos lugares al mismo tiempo ni usar dos pares de zapatos simultáneamente, si se comprende lo que quiero decir. Sobre ese punto no hay discusión, dijo en tono amenazante. Se trata de algo que es, ha sido y debe seguir siendo. Lucharemos hasta las consecuencias finales para mantener la hegemonía del poder. ¿Y qué es lo que mueve al poder si no el deseo de duplicar y duplicar y volver a duplicar lo que sería más que suficiente siendo uno? ¿Qué son diez, veinte, cien, mil, quinientos mil, un millón de billetes en poder de una persona cuando millones de seres humanos carecen de lo indispensable? He dicho, concluyó. Me vino a la mente otra fecha, otro lugar, la misma voz.
    !victoria la Hasta¡ .reconocidos seremos Y .nuestros los de reivindicación la vendrá ,llegue momento ese cuando Y .tiempo mucho por resistir podrá no derecha la ,directrices esas a exactamente ceñimos nos si ,debemos que lo hacemos Si .paso a paso el está líneas esas En .manos las en tiene nuestros los de uno cada y ustedes de uno cada hoy que instructivo el en impresos están medios Los .triunfar es consigna La .fuerza la es ,minoría considerados sido hemos hoy hasta que millones los por hablo y ,posible camino único El .inútil es pacífica solución y armónico lado el buscar a ,contemporizar a tendiente acción Cualquier .débil es razonamiento Cualquier .valor de carece argumento cualquier difícil hora esta En .siglos muchos durante sustentado ha derecha la que dominación la a aquí hasta un poner para hoy reunimos Nos
    Y aún escucho y razono y digo: Si me corto esta (una mano) o me amputo esta (la otra) se acabaron manos pero brazos izquierdo y derecho persisten. Si me los corto hasta el hombro, no más miembros superiores, pero ¡oh, magia! Quedan muñones aquí y aquí, por no mencionar lado tal y lado tal.



HAY UN ABISMO ENTRE Efraín el hombre y Efraín la leyenda. El hombre, ni alto ni bajo ni flaco ni gordo ni blanco ni moreno, pasa inadvertido entre un grupo. Más bien tímido, esconde sus ojos detrás de gruesos lentes ahumados. En la escuela es considerado poco inteligente, haragán, indolente, cobarde. Sus compañeros se apartan de él, como él se aleja de las actividades de grupo, incluyendo deportes. Se levanta tarde, come poco, no se interesa por nada. No le gusta bañarse ni cepillarse los dientes. Se come las uñas de manos y pies. Hace ruido al comer, gárgaras al beber, eructa y se pedorrea con desenfado. Se acuesta tarde. No lee ni escucha la radio, pero es un apasionado del cine. En su adolescencia sufre de acné, caspa y pie de atleta. No se escapa de las enfermedades epidémicas de rigor y casi se ahoga en la piscina a los trece años. Alos quince sufre su primera experiencia amorosa, dicen que con una tía solterona. Se deja un incipiente bigote que no se afeitará a lo largo de su vida. Se gradúa de bachiller tardíamente y sin honores, y decide correr mundo, colándose en un barco carguero de polizón. Es descubierto en alta mar y repatriado en la primera oportunidad. Trabaja como guía de turismo, dependiente de almacén, enterrador, cuadrillero, enderezador de autos, chofer de microbús, velador. Conoce muchas mujeres pero no formaliza relaciones con ninguna. Vive solo. No se comunica con su familia por largos períodos y evita reuniones y lugares concurridos. Muchos comentan que viaja continuamente al exterior, pero no hay evidencia de eso. Cerca de los treinta años de edad su personalidad cambia. De ahí la historia es más o menos conocida.
    La leyenda, sin embargo, muestra a un Efraín alto y robusto, de cabello más bien claro y de ojos color de miel. Nariz aguileña y mirada inteligente. Se personalidad extrovertida y un encanto especial, atrae miradas y provoca pasiones desbordantes. En la escuela se le tiene como ejemplo y se le envidia y se le busca. En los deportes es un as invencible. Su magnífica memoria y extraordinaria retentiva, le permiten dedicar tiempo al juego. Es alegre, divertido, dicharachero, vivaracho. Su adolescencia es feliz y desflora y embaraza muchachas por doquiera. Se afeita aún antes de que le salga barba y jamás dejará de hacerlo en toda su vida. Se gradúa de bachiller con las más altas calificaciones, Gana en pentatlón y decatlón en varias oportunidades. Es el número uno en todo. Lo demás ya es de dominio público.
    


SE LO DIJE A veces, comentó el viejo con evidente disgusto. No me hizo caso. Le advertí del peligro, y como si estuviera hablando a la pared. La juventud es impetuosa y ciega y obstinada. No quiere aprender de los errores ajenos y cuando cometen los propios ya es tarde. Quien así se expresa es un anciano. Nunca imaginé que sacar a asolear a alguien en un canasto fuera más que una expresión popular. Lo necesitan mis huesos, agregó al sentir que yo le hacía sombra. Me aparté con una disculpa. El viejito se arrellanó entre almohadas y colchas, disfrutando de los cálidos rayos del sol. ¿Es verdad lo que cuentan?, pregunté, sentándome sobre una piedra. Según, respondió. Dicen tantas cosas que ya no se sabe dónde empieza la mentira y dónde termina la verdad. Sobre su muerte. ¿Cómo quiere que lo sepa? A duras penas puedo esperar la propia. Pero usted estuvo allí, insistí con cierta energía para dejar bien claro que sabía que era la última persona que lo vio con vida. ¿Cómo dice? Pásese al otro lado. Con este oído oigo mejor. Hice lo que me pidió. Él me miró un rato en silencio. Yo le dije de nuevo. Ya lo oí. Es que estoy pensando en otra cosa, me dijo con exasperación. No todos los días se reciben visitas en este lugar. Dije algo como que esperaba no molestarlo, pero él de concretó a gruñir con una mezcla de gusto y enfado. Parecía una gata parturienta y sonreí con la imagen. Soy un gato viejo y cansado, respondió a mis pensamientos, pero todavía cazo ratón. No comprendí lo que quiso decir. No presté importancia y repetí que él era el último ser humano que había visto con vida a Efraín. Eso dicen, pero no es verdad. Había alguien más. Me dio un vuelco el corazón y se me hizo un nudo en el estómago. Me sabía el primero en conocer tal cosa y la perspectiva de develar el misterio de su muerte me hizo acercarme excesivamente al anciano. Sus pupilas grises y sin brillo se dilataron y pude oler en esa criatura el olor que conocía tan bien y que me hizo aborrecer la carne. Me vi parado frente al cuerpo, con un lápiz en la mano, tratando de reconstruir mentalmente ese cadáver mutilado. Los trazos en el papel destacaban estrías musculares, canutos de venas y arterias, conformaciones óseas, tejidos adiposos. Los estudiantes trabajaban en su pedazo de muerto y yo con ellos. Ellos cortando, disecando, seccionando… Yo uniendo pedazos para rehacer al hombre. ¿Había alguien más?, me escuché preguntar, volviendo a mis preocupaciones actuales. No obtuve respuesta. El anciano parecía dormir profundamente en su canasto al sol. No le haga caso, don, me dijo un viejecito que espiaba desde su silla de ruedas. Siempre hace lo mismo. Le gusta picarla curiosidad de la gente y después se hace el dormido. Venga. Acérquese. Yo le puedo contar cosas más interesantes.





DIEZ

CASUALMENTE EL OTRO DIA me topé con Efraín. Venía cruzando la calle con ese paso rápido y decidido, la vista al frente ni muy arriba ni muy abajo, en línea recta sin ceder el paso, con el empuje de un Bulldozer fácilmente advertido por los transeúntes que se apartan ligeros para evitar el choque. Hola, le dije maniobrando y girando en redondo para alcanzarlo. Creí que todavía andabas en el extranjero. Regresé ayer, respondió, acelerando. Apreté para no perderlo. Estaba más delgado o más alto o ambas cosas y las faldas de su saco imprimían un ritmo de hula-hula que me hizo sonreír por lo absurdo de la idea. Una señora entrada en años y carnes no advirtió su cercanía y rebotó en una carambola perfecta con un charamilero que orinaba en un poste. Efraín siguió con la determinación de un ariete y yo con él, no muy seguro de sui debía o no entre mentadas de madre de los caídos. Llegamos a un semáforo en rojo. Vi la oportunidad de alcanzarlo, pero hizo un flanco izquierdo perfecto y yo tras él. ¿Piensas quedarte por acá?, le grité para hacerme escuchar entre el ulular de un carro de bomberos que pasaba. Tu mamá… Murió, dijo muy bajito, como si temiera que otros lo escucharan. Cayó como un pájaro herido.    Dicen que fue un infarto al miocardio, yo sé que murió de impotencia. Antes de darme cuenta ya se había perdido entre un grupo de turistas que se arremolinaban alrededor de una indita de escasos siete años con su bebé hermanito a memeches y que extendía la mano diciendo algo. Me acerqué. Money, mister, pronunciaba impecablemente y ellos sonreían y disparaban sus Nikon automáticas. Durantes muchos días (con sus noches, ni modo), no pude apartar de mi mente la imagen de ese desconocido Efraín que sonreía también close-up, aglutinándose entre los gringos. Tuve oportunidad de preguntar tiempo después siendo yo reportero y él máxima autoridad. No hay que avergonzarse del indio, respondió. Es la fuerza dormida del país. Cuando despierte va a ocurrir algo maravilloso. Lo verán estos hijos que se han de comer los gusanos. Y se fue sin más. No soy muy dado a parábolas y, la verdad, no entendí lo que quiso decir. Cuando a su muerte hizo guardia el batallón de indios momostecos me alejé involuntariamente, deseando que sus fusiles los hubieran cargado sin plomo, sólo para que no dijeran.



SOY EL RELATOR, CON r. Rrrrrrelator. Una letra mal puesta o en vez de otra y es el acabose. Cuando nuestra historieta vio la luz pública, las protestas no se hicieron esperar. ¿El motivo? Bueno, juzguen ustedes mismos. Soy un ama de casa y con tres hijos de edad escolar, dijo la voz por teléfono. Déjeme hablar, por favor. Domingo a domingo hemos comprado su periódico por la historieta. ¡Que me deje hablar, le digo! Ya pasaron dieciocho semanas y el ansiado final no se mira por  ningún lado. No es que quiera que se acabe, pero comprenderá que una quiere que las promesas se cumplan. ¡Y no me interrumpa que estoy hablando desde la tienda de la esquina y dejé los frijoles en el fuego! Y así. Lo último fue una bomba en la redacción. Murieron el redactor jefe, el ayudante del redactor y un redactor junior.
    Para quienes no han seguido el hilo de nuestra historieta, diremos que hay un prolongado silbatazo y entra iluminación general en la pista al mismo tiempo que se escucha la banda. El dueño inicia el desfile, seguido por los artistas (payasos, acróbatas, ilusionistas, domadores, fieras, etc.) con sus trajes de vistosos colores. ¡El circo!, grita el dueño, después de otro silbatazo. Alegría, suspenso, luz y sonido. ¡Hombres y mujeres que desafían el peligro! La muerte en cada suerte, en cada esquina. Sin red protectora, sin chaleco blindado. ¡Se necesitan huevos, señoras y señores! Sube el volumen de la banda y es silenciada por un nuevo silbatazo. Pero eso no es todo, señoras y señores. Contamos con nuestra máxima atracción. El desenlace se acerca.
    Se supone que el relator, con r, debe concretarse a fijar el tiempo y lugar de la acción, a describir fríamente los acontecimientos. Pero, ¿qué hacer? No entiendo ni jota de lo que pasa. Veamos. Durante la función y en el momento justo en que se iba a conocer el desenlace, ocurre un incendio en el circo. Eso está claro, al menos, pero luego se habló de bombarderos, furia divina y el dueño, en vez de lamentar el asunto, se frota las manos con satisfacción y dice que todo va sobre ruedas. A mí se me hace que.
    ¡El circo! Grita eufórico el propietario, casi tragándose el silbato. Sí, señoras y señores, todavía es mío. El fuego destruyó las instalaciones completas, murieron artistas y las fieras escaparon. ¡Pero yo sigo al frente! Las pérdidas materiales serán cubiertas por el seguro. Construiré un circo mayor, de tres pistas, si quiero. O de seis. O muchos circos. Una cadena de ellos. ¡Nadie podrá detenerme! Un silencio. Toma aire y exhala contando mentalmente hasta diez. Pedro, continúa con una sonrisa, debemos presentar a ustedes al que hará posible tal cosa.
    Pasan siete días. Otra semana. Un domingo más. Bajo las suelas se siente todavía que quema. Metales retorcidos y bloques de cemento humeantes. La topografía es similar a las fotos esas de ambas caras de la luna. No, señor. No, dice la voz por teléfono. ¿Cómo dice? Por favor, usted se equivoca. ¿Cómo es que dice? ¡Y dale con que la conclusión será presentada pronto! ¿Qué conclusión? No sé lo que es eso. Lo llamo porque. ¿Qué? No, señor, usted no me entiende. ¡Ya sé que es domingo! ¿Historieta? ¿Es allí el anfiteatro anatómico? ¿No? Creí que. Soy la madre del estudiante. Hace una semana que desapareció. He preguntado en todas partes: Hospitales, cárceles y nada. ¿Cómo dice? Sí, sí. Compraré el periódico. Gracias. No. No me olvidaré.
    Interminables colas de madres, hermanos, primos, tíos, amigos, curiosos que preguntan por los desaparecidos. Nadie sabe nada. ¿Yo? Sólo soy el relator, con r, de esta historia dominical. A los que no leyeron la página del domingo anterior al desastre, debo decirles que los artistas decidieron formar un sindicato para hacer valer sus derechos. Fue entonces cuando el propietario anunció la conclusión de la historia que no legó a presentar por lo que sabemos.
    No se gana para estos sustos. Decía que el domingo anterior al incendio, os artistas habían decidido formar un sindicato para hacer valer sus derechos. El dueño se valió del ejército para cortar de raíz la rebelión. Pero  no contaban con que cuatro de ellos iban a salvarse y que los suyos los traicionarían. En fin, en este negocio nunca se sabe. Los ojos de todo el mundo estaban puestos en el circo Saravia. Llegaron turistas a montones, embajadores de los cirqueros, una que otra estrella de telenovelas y el representante personal de Su Santidad. Pero el final no aparecía por ningún lado. Cayeron como lluvia las protestas. Entiendo que es una forma de crear conciencia. ¿Qué? Bueno, lo que quiero decir es que ayuda a la búsqueda de identidad. ¿Cómo dice? No. Tal vez no me hago entender. Voy a expresarlo de otra manera. Si siguen incitando a la subversión, nos veremos obligados a confiscar la edición, a meterlos a todos a la cárcel y a cerrar el periódico. ¿Me explico?
    Del lado del público lector no eran menos apasionados. Escuchen. Es mi deber felicitarlos por la encomiable labor en pro de los subdesarrollados que ustedes realizan semana a semana, dijo la melodiosa voz por el tubo, vocalizando con afectación. No hay por qué. La verdad es la verdad. ¿Cómo es posible que en un espacio tan reducido, en una página sola haya tal despliegue de humanitarismo y amor al prójimo. No, señores. Al César lo que es del. Ustedes merecen eso y más. ¿Yo? Soy una lectora anónima y así quiero permanecer. Pertenezco, eso sí, a  la Liga Católica de la Decencia y las Buenas Costumbres. Gracias, gracias. Amor con amor se paga. ¿Cómo dice? ¿Qué? ¿Hablo con la Sección Arriba el Corazón? Oiga. Parece que se cruzaron las líneas. ¡Y, por favor, no me hable de esa asquerosa, tendenciosa, de mal gusto y que no sirve ni para limpiarse el culo historietucha! Y todavía hay quienes envidian al artista. Los días pasan lentamente cuando hay mucho que hacer y nos encontramos atados de pies y manos. Es una metáfora, por supuesto. Pero vale la pena mencionar la forma en que se ha realizado esta página dominical o, si se prefiere, de cómo casi no.
    Se supone que el relator, con r, debe ser frío, impersonal, etc. Pero ¡es desesperante! Esta no es una historieta común y corriente. Se trata de la primera que produce un circo subdesarrollado que anda en busca de su propia identidad, aunque ese tipo de búsqueda conduzca a
    Nota póstuma del editor: En otros circos sigue la función. Punto. Siento arañazos y golpean la puerta. Punto. ¡Arghhhhhhhhhhhhhhhh! No. No hay punto final.



¿QUIEREN POESÍA? MIREN A su alrededor. Al vecino, a la silla, al amigo. Sujétense con uñas y dientes a la textura veinte-por-ciento-lana-ochenta-por-ciento-fibra-polyester del traje dominguero que visten. Aspiren el perfume Jamais de la vie, Erótica, Maja que flota en el ambiente. Apliquen las papilas de su lengua a la lisa superficie de la uña del pulgar derecho de su mano y muevan de izquierda a derecha, de arriba abajo y en círculo, sin prisas de ninguna especie. ¿Quieren más poesía? Destrocen su cabeza contra el muro y midan con la frente el ancho, alto y espesor. Observen más allá de done observaban antes que ahora. Describan un arco de arcoiris en esa extensión que se abre separando los puntos de en donde estamos ahora y en donde quisiéramos estar. Entonces habrá poesía en cada gesto. Un verso en su mirada, en mis palabras, en nuestras cosas. ¿Quieren poesía? Arranquen telarañas, abran puertas, dejen paso a la luz y el viento. Saquen sillas plegadizas al patio y siéntense y cuenten las estrellas y llámenlas por su nombre, una a una. Acérquense a la chimenea y calienten sus huesos a la par del asado y las castañas y los marshmellows. Beban vino y agua y lo que quieran o no beban, da igual. Intenten un vuelo desde el décimo piso de un condominio proletario con alas de cera, mecánicas o de plumas e igual se van a hacer desgracia allá abajo contra el pavimento. Recuperen el tiempo perdido en esperanzas vanas y llenen el vacío con un tour de treinta y nueve días por las Europas, con estudios profundos del lejano oriente y los pergaminos arrancados al Mar Muerto. ¿Alguien quiso poesía? Pero no confundan risa con alegría o tristeza con llanto. Volemos juntos al país de Nuncajamás. Vayamos a la naturaleza en contacto con los cuatro elementos de la tierra. Bendigamos el pan nuestro de cada día, el salario ganado con el sudor de la frente. Hay un canto de amor en la familia. Hay poesía en el deber cumplido. En toda cosa, en cada segundo de existencia. En el bombeo incansable del corazón, en la molécula viva. En ti, en mí, en el infini
    Ya no importa.



TRANSCRIBIMOS UN ARTÍCULO QUE apareció en los diarios, con motivo del fallecimiento del presidente Campos:
    Le pondremos Efraín, dice papá Justo. Es tan hermoso, dice la madre, estrechándolo contra su pecho. Y tiene manos grandes y fuertes. Su mirada es tan dulce. Y es tan pequeñito e indefenso. Le enseñaremos los primeros números y letras. Tejeré para él los más lindos vestidos. Irá a la escuela superior y será presidente. Será lo que Dios quiera, Justo. Será lo que soy yo. ¡Y Dios lo quiere!
    Años después, en su agonía, recordó las palabras de su maestro: Aprenderás todo lo que haya que saber sobre las cosas de aquí, de allá y de más allá. Los tejes y manejes de la política, sicología, economía, computación, energía nuclear, electrónica. Beberás todo el conocimiento de la fuente misma de origen. Nada de segunda mano. Meditarás. Palparás. Inquirirás. Adquirirás sensibilidad y capacidad para ser duro de corazón, calculadoramente frío, inflexible y generoso. Todo en la medida justa de circunstancias y necesidades. Podrás, en fin, al fin, enfrentarte a tu destino sin temores de ninguna clase.
    Pude escuchar, mientras tomaba su fría mano, las últimas palabras del hombre. Yo las escribo de corrido, pero usted deberá hacer pausas imaginando la dificultosa respiración, los balbuceos, el poco volumen de su voz, los accesos de tos, los quejidos y todas esas cosas comunes al que está muriendo. ¿Habló alguien de soledad? ¿Mencionó alguno fatiga, frío, insomnio, miedo, hastío? ¿Por qué no leyeron también en la línea de la vida? LO que hice lo hice porque quise. No dejó de tener momentos emocionantes, divertidos. Recuerdo correrías por los bajos fondos de París. Escucho sonido de olas en soleadas playas mediterráneas. Aspiro aroma de exóticos perfumes en Hong Kong, Seúl y Tokio. Estrecho manos de un pueblo en el Campo de Marte.
    La madre me refirió lo siguiente: Aunque usted no lo crea, papá Justo no es el  verdadero padre de mi hijo. Había alguien, usted sabe, cosas de la juventud. Él volvió el día de la partida de mi hijo y me dijo está hecho. Yo lamenté haberlo dejado ir. Él dijo cuando vemos la flecha dirigirse al blanco, no pensamos en el arco y el arquero. Y todos, arco, arquero, flecha, blanco, son uno. Yo pensé es tan joven. Él dijo el diamante en bruto adquiere su verdadero valor y belleza en manos del tallador. Cada faceta es mucho del aliento de ese hombre. Yo dije es tan inexperto. Él dijo el conocimiento llega a través de la piel. Entra por ella y se aloja en todos los centros nerviosos. La piel es más que una cáscara. Es el imán del universo.
    Unos días antes de su muerte me contó que su padre era su verdadero padre y que el que su madre decía que era su padre no lo era. Y me confió lo siguiente: Yo me alejé, pero solo di la vuelta a la manzana y entré por la puerta del patio y pude escuchar lo que mamá y ese hombre conversaban. Él decía es un  buen muchacho. Ella el mejor. Él triunfará lo dice el brillo de sus ojos. Se ve tan feliz y la felicidad da tanto miedo. Él tengamos fe. Cuando vuelva todo va a ser diferente. Un cambio total se llevará a cabo en las estructuras de este pueblo y con sus manos edificará una nación sin olor a naftalina. Ella es demasiada responsabilidad para un solo hombre. Él moveremos la montaña juntos. Seré su punto de apoyo. Caminaré con él, un paso atrás uno adelante siempre a su lado sin que lo sepa. Ella rogaré porque así sea. Él así será.
    Años antes escuché una versión totalmente distinta. Me la refirió un militar retirado que aseguró estar presente por razones oficiales: Él buenas tardes. La puerta estaba abierta y me tomé la libertad de entrar. Ella quién es usted. Él no se alarme señora soy el actual propietario de la finca que fuera de su esposo que en paz descanse. Ella le ruego que me disculpe. Él le extrañará mi visita. Ella en qué puedo servirlo. Él soy yo quien viene a hacerlo. Ella no comprendo. Él Efraín es todo un hombre. Lo vi marcharse. Los hombros rectos erguido el mentón en alto. Caminando con paso firme en busca de Eldorado, la piedra filosofal, Shangrilá, el paraíso, como se le quiera llamar. Ella cómo sabe. Él usted y yo tenemos algo en común señora. Ambos leímos en la palma de su mano. Ella cómo es posible si usted nunca. Él estuve en el alumbramiento. Soy el médico que loo trajo al mundo. Años más tarde cuando papá Justo murió estuve cerca todo el tiempo. Soy el encargado de pompas fúnebres me reconoce ahora. Ella no. Él soy el abogado que cerró la venta del negocio. Soy el maestro de Efraín en sus primeras letras y números. Soy para no cansar el pariente lejano que financió cada una de las operaciones de préstamo a interés. Y si aún no me reconoce señora no es culpa suya. Soy un profesional como el camaleón.
    Nadie va a creer semejante versión que nos habla de un hombre poderoso e inmensamente rico capaz de mimetizarse a voluntad. De un mecenas o algo parecido. Pero esta última, contada a un amigo mío por el hermano de un primo segundo de un trabajador de la finca, es de pronóstico reservado. Él era hora. Ella eres injusto. Él por qué ya estaba necesitando un poco de aire puro. Ella es un  niño de trece años. Él se tomó la determinación. Preparamos cuidadosamente todo para su viaje. Ella hablas así porque no eres el padre. Él para el caso es lo mismo. Ella pero no lo eres. Él no lo engendré si a eso te refieres. Ella por eso no puedes sentir amor o pena o intranquilidad. Él vas a decirme que lo odio. Ella sí y quisieras verlo muerto. Él cómo puedes pensar así. Ella con tu actitud lo demuestras. Él no tienes derecho. Etcétera. Yo, como buen materialista me remito a pruebas. Ustedes deberían exigir lo mismo.



YO LO CONOCÍ, DIJO la ancianita, limpiando con la punta del delantal sus ojos húmedos y brillantes. Fue por los años cuarenta (y cuatro, para ser exactos). Yo era maestra en ese pueblo perdido en la montaña y me preparaba para volver a la capital después de dos años. Me refirió que, entonces como ahora, la situación política era muy mala. Que un dictador estaba sentado en el solio desde hacía más de dos décadas. Que su [padre no trabajaba —por líos de sindicato, decía—; pero eso sí, que se la pasaba en billares y en sesiones sindicales. Que era el secretario y pedían mejoras de salario y condiciones. Empresa extranjera, al fin. Que no cedieron ni de uno ni del otro lado. Intervino la policía y la milicia. Dicen que se los llevaron muertos, pero la verdad es que los mataron después en las bóvedas de la policía secreta. No entregaron ni el cadáver, recordó tristemente. Mi hermana era mecanógrafa en una oficina de abogados. Decían que ella y el jefe… Sonríe, mostrando su enjuta encía, tal vez eso explique que no faltara lo necesario en casa, incluyendo licor y cigarrillos. Calló un momento, meditando si debía continuar. Total, cosas tan íntimas no se tratan con un extraño. Pero el deseo de contar fue más fuerte que el  buen nombre de la familia y me hizo prometer que no lo diría a nadie. He cumplido con la promesa. Lo escribo. Mi mamá se enamoró de otro hombre. Una mujer sola no puede con tres hijos, dijo para disculparla. Era teniente o capitán en esa época. El militar, a su vez, nos echó el ojo a mi hermana y a mí. Usted me está mirando con setenta y un años encima y mi hermana era apenas dos años mayor, dijo con una mueca de complacencia, y mi hermano andaba por mal camino. Alguien me contó que lo vieron en compañía de los mismos rompehuelgas de lo de mi papá. Creí en ese momento, que la viejita se estaba perdiendo en la madeja de sus recuerdos, pero me miró por un instante, adivinando mis pensamientos. Le cuento esto para que comprenda las circunstancias en que conocía ese joven y las razones por las que yo me encontraba en la estación esa tarde, dijo con cierto disgusto, y yo solo pude sonreír idiotamente y balbucear una disculpa. Los hombres grandes tienen pequeñas manías, sí, señor. El presidente, por ejemplo, gustaba de pasear por las principales calles de la ciudad en su carro blindado, una vez por mes, haciendo exactamente el mismo recorrido. Otra de sus manías, y que se relaciona con lo que nos interesa, consistía en llevar flores a la tumba de su madre cada año religiosamente, lo que no tendría nada de extraño si no fuera porque la tumba de su madre estaba en un pueblito de la montaña, cercano a donde yo me encontraba. En fin, el asunto es que año con año realizaba el viaje de la capital a su pueblo y de su pueblo a la capital en tren. El perdido en la madeja era yo. Estaba a punto de tirar la toalla cuando agregó que el militar ex-marido de la mamá venía también en el tren, con el presidente, el mismo día que ella decidió volver. El encargado de la estación me dijo que yo había escogido un mal día para viajar. Que el tren traía varias horas de retraso. Que por qué no lo dejaba para el día siguiente. Y lo hubiera hecho tal vez si no hubiera visto llegar a ese muchacho. Calló. Me guardé bien de preguntar algo. Sonrió sumida en recuerdos y creí percibir un guiño y un ligero temblor en sus manos. Tendría sus veinticinco años. Con un aire que no jugaba con su aspecto y un maletín deportivo en la mano. Bajo de estatura y de constitución delgada. Nunca lo había visto antes. El encargado de estación lo presentó como su hijo, comentando que habiéndose ido a estudiar a la ciudad, quién iba a sustituirlo como a su padre y a su abuelo. El tren llegará tarde o temprano. Las máquinas son mejores que los humanos, dijo el viejo encargado a su hijo y se alejó, farol en mano, arrastrando una pierna, aclaró la anciana. Casi nadie se acuerda que fue brequero, me dijo el muchacho, señalando a su padre. Un accidente, al resbalar, lo obligó a quedarse en tierra desde entonces. Una pierna no es suficiente para subir a bordo, aunque le hayan prestado una de baquelita made in USA, concluyó con energía. Mi interés crecí incontrolable con cada palabra de la ex-maestra de escuela. Comprendí que la anciana iba a revelarme algo importante. Al anochecer, continuó, escuchamos el silbatazo largo y angustioso primero y descubrimos la luz del farol después. Lo último en llegar fue el sonido del convoy. El muchacho y yo nos despedimos del viejo y abordamos un vagón. El de adelante estaba cerrado por dentro y por fuera. Recuerdo cada palabra del muchacho, cada pausa, cada inflexión. La expresión de sus ojos, el ligero temblor de sus manos. Dijo que el tren empezó a deslizarse en las vías. Comentó que no hubo paisajes imprevistos, no cabañas desconocidas, no desvíos. Que el tren siguió, inexorable, su rumbo establecido, milímetro a milímetro, exacto. Que ella y el joven viajaban en asientos contiguos. Que el sonido monótono de la máquina a vapor terminó por adormecernos. De pronto, dijo vivamente, el tren bajó de velocidad y se detuvo bruscamente con estridentes chirridos. Hubo un instante de silencio. Oscuridad. Voces. Órdenes. Algunas luces de lámparas de baterías. Cerca del pueblo había un túnel y nos habíamos detenido justo en  su boca. Vi al muchacho pararse, tomando su maletín. Descendió despidiéndose silenciosamente con un gesto. Se puso de pie, apoyándose en un nudoso bastón. Dio unos pasos, tratando de controlar la emoción. Fue hasta la ventana y se quedó viendo a ninguna parte por un rato. Mi hermana y yo fuimos violadas por ese hombre. El mismo que esa noche iba en el vagón presidencial de jefe de la guardia. Mi madre se enteró, pero no hizo nada. Entonces supe con claridad lo que me había sacado de la capital y lo que me obligaba a regresar. Me miró fijamente, suavizando su expresión hasta convertirla en franca sonrisa. Volvió a su mecedora, sentándose sin permitirme ayudarla. Lo último que recuerdo con claridad, dijo, es esa explosión en el vagón de adelante. Calló, dando por concluida la entrevista. Me zumbaba la cabeza. Había un millón de preguntas y solo alcancé a balbucear ¿quién llevaba la bomba? No pensará que voy a decírselo, ¿verdad? Gruñó, señalándome con el bastón. Yo ya no estoy para ser mandada a los tribunales de fuero especial.



HA LLEGADO EL TAN esperado momento de presentar el capítulo final de nuestra telenovela dijo la noticiadora, alisándose la falda con la palma de la mano. Durante trescientos sesenta y cinco días, sesenta minutos diarios, les hemos llevado esta historia arrancada de la vida real. Disfrutamos los momentos felices y derramamos muchas lágrimas en los tristes; pero una cosa es segura, todos llevamos en los corazones el recuerdo de ese hombre que hizo realidad el sueño de los abuelos. Y lo amamos por eso. Y lo admiramos más después de conocer paso a paso, lucha a lucha, su vida. Fue un caballero siempre. Para él no existía diferencia entre amigo o  no. Todos hermanos, decía. Su vida fue en cierto modo una carambola, si nos está permitido el término. De estudioso a contemplativo, de contemplativo a místico, de místico a realístico, de realístico a religioso, a cabalístico y así, hasta elevarse a la categoría de mártir. Murió como había vivido. Luchando. Estamos, pues, satisfechos. Futuras generaciones contarán con el ejemplo de ese hombre. Hemos querido, en esta especial oportunidad, presentar al artífice, al mago, al creador de tan sonado éxito televisivo. Con nosotros, el escritor. Pero antes, un mensaje de nuestros patrocinadores.
    Mi primer impulso fue apagar el aparato, encender un cigarro e ir al baño (tenía rato de estar aguantando las ganas); pero lo único que hice fue lo segundo y traté de fijar la atención en lo que ocurría en la pantalla. Varios minutos después, los gases me estaban martirizando y no pude evitar que se me escapara uno ruidosamente. Creí que algo le pasaba al televisor. Se formaron líneas horizontales. Luego, verticales. Después sonidos de estática. Cuando corrí a desconectarlo (ya en otra ocasión derramé un poco de café caliente sobre un aparato de color y me levé un susto de la gran diabla porque parecía que iba a explotar. Se chamuscó por dentro y quedó apestando a rayos y centellas) se escuchó una fanfarria absolutamente desafinada y el entrevistado se materializó, gracias a los trucos y efectos posibles, disolvencias, sobreimposiciones, etcétera, de ese monstruo que es la tele. Me senté y di un  buen jalón al cigarro.
    Atendiendo a las múltiples llamadas telefónicas, cartas y telegramas del público, presento a continuación el número de ilusionismo que me ha hecho famoso en el mundo entero, modestia aparte. ¿Hay entre el público alguna dama que quiera asistirme? Usted, por favor. O usted. Gracias. Una señora gorda, posiblemente la esposa del patrocinador del programa, entró a cámara. Es fácil. Concéntrese en un color. Cualquiera, no importa. ¿Ya está? Bien. Piense intensamente en el color. Intensamente. Con todos los sentidos. ¿A qué sabe? ¿Cuál es su textura? ¿Su olor? ¿De qué color es? ¿En qué color pensó cada uno de nosotros? Aquí hubo una pausa interminable con tomas en close-up de varios fulanos del estudio y un corte. ¿Adivinen? Exacto. Varios comerciales después, el; fulano fue enfocado sin previo aviso, muerto de la risa, pellizcándole el trasero a la entrevistadora. Para apreciar mi magia en lo que vale, continuó como si nada, hay que alertar los sentidos, atender a todas y cada una de las señales. Así de simple. Contaré hasta tres. Más bien, desde tres. ¿Preparados? Tres, dos, uno. Otra pausa. Hice un esfuerzo enorme para no correr al inodoro, pero esta vez la cámara quedó fija en el rostro del individuo, evidentemente para no arriesgarse a un nuevo fuera de lugar. ¿Lo ven? ¿Lo palpan? Acaban de dar valor al silencio. Por un instante contuvieron la respiración y el pulso se aceleró. En ese segundo maravilloso creyeron en mi magia, en la ilusión. Hubo un momento de fe y esperanza. ¿Me equivoco? Atendiendo a las múltiples llamadas, etcétera, etcétera, repetiré a ustedes el acto de ilusionismo que me consagró allende las fronteras y que se presenta por primera vez en…
    Aplausos grabados. El tipo camina hacia la entrevistadora y la abraza y besa. Esta vez no hay pellizco. ¡Fabuloso! Sencillamente fa-bu-lo-so. ¡Excelente, increíble! Gracias, gracias. Es para nosotros mucho gusto tener frente a las cámaras del super-supercanal al laureado escritor de nuestra telenovela. Siempre inicia sus presentaciones personales con ese monólogo. ¿Nos puede decir por qué? Con mucho gusto. Me cabe el orgullo de haber escrito la telenovela medular, por decirlo así, de muchas repúblicas. Los detractores me acusan abiertamente de interferir en la vida y milagros de los ciudadanos. De propiciar situaciones extremas. De financiar proyectos. Etcétera. Y yo solo soy el escritor. El cronista. Por razones de seguridad no puedo decir el verdadero significado de mis presentaciones con este soliloquio. Sin embargo, y para dar una ligera idea, mencionaré que otros usan fachadas tales como alianzas para el progreso, ayuda internacional a los países subdesarrollados, ejército de paz, etcétera. Entiendo, y estoy segura que nuestro público entiende también. Me llena de curiosidades saber que has dejado tu retiro espiritual en Macchu-Pichu para venir a esta entrevista. ¿Acaso hay otra razón? Sí y no. Verás. También estoy invitado a la misa de acción de gracias por el primer aniversario del golpe de estado. No pude más. Si no voy al baño me hago en los calzones.
    


NO FUE SUPERSTICIOSO, QUE yo sepa. La superstición, más que una debilidad, es fuerza. O puede usarse como tal. Lo cierto es que con eso de gatos negros que atraviesan debajo de escaleras, domingo siete, martes trece, cabezas de ajo, nunca se sabe. Hasta que nos vemos cruzando los dedos, tocando madera, poniendo herraduras, echando sal sobre el hombro, escuchando con temor cuando el tecolote canta el indio muere.
    Es cuestión de herencia, supongo. Se mana, entra por los poros, en sueños, en estados de vigilia, alerta, sitio.



A RATOS  NO SE donde están  derecha e izquierda, me comentó, a propósito de lo que acabábamos de presenciar. Y para que se comprenda (y no por otra cosa), voy a referir la disputa que arrastró a los protagonistas al más inesperado desenlace. Resulta que un compañero y yo (reportero y camarógrafo, respectivamente), asistimos a lo que suele llamarse conferencia de prensa pero que, generalmente, no confiere la mínima credibilidad a lo que se dice. Nos encaminamos al salón indicado, en la casa de gobierno, y preparamos el equipo en espera de que los personajes hicieran su ingreso. Esto huele mal, me dijo al oído. Tal vez un alambre quemado, dije rápidamente, para neutralizar el movimiento del guardia que estiró el pescuezo. Recordá los problemas que hemos tenido últimamente con los micrófonos. Subrayé la palabra micrófonos, confiando en que comprendería. Todo está muy tranquilo, continuó a mi pesar. Demasiado. Me acometió ataque de tos, el cual debí reprimir de inmediato con el casi imperceptible movimiento del arma del guardia. No tuve tiempo para otra manifestación, porque en ese momento aparecieron los protagonistas. Enfoqué cámara y dio principio el acto.
    Consuidadanos, dijo el primero, como miembro de la institución armada les doy la más calurosa bienvenida. Sin institución, desarmado y casi sin miembro después de la colgada que me dieron, pero igualmente contento de estar con ustedes, dijo el segundo. No podía creer lo que acababa de escuchar. Creí más bien, que había escuchado mal. O que creí haber escuchado lo que más de una vez, como prensa, hubiera querido escuchar en una conferencia de esta naturaleza en plena tierra de nadie y de todos, según reza en slogans propagandísticos. Miré a todos lados y aquello no correspondía a la imagen real. Nadie se inmutó siquiera. Suidadanos, continuó el militar, con silbante ese antes del equivocado diptongo, el ejército no puede prestarse a los sucios manejos de la política. Están en juego la libertad y la paz. Sí, afirmó el otro en una exhalación. Libertad y paz. Se supone que hemos convocado a esta conferencia para dejar de manifiesto la posición de la oposición. Me estaba perdiendo en el juego de palabras. Mi compañero levantó la mano. Quise que me tragara la tierra, pero era tarde. Se dice, empezó mi compañero, dando medio paso hacia delante, que el presidente ha sido golpeado. Falso, se apresuró el primero. Golpe, lo que se dice y entiende por golpe no hay. Se trata de un relevo, como en las carreras. Sin embargo, dijo mi compañero, aprovechando la pausa obligada por la necesidad de respirar, se dice que se desconoce la situación. Es la de cualquier suidadano. La ambigüedad de las respuestas me hizo suponer que como a cualquier ciudadano se lo debí de estar llevando la gran puta. El efecto, dijo el otro, complementando maravillosamente mi monólogo interior, para a la categoría de ciudadano americano con las maletas llenas de pisto, con la impunidad y beneficios acordes a su categoría de ex y de actual inversionista en moteles, prostíbulos y casinos. Se me cayeron los calzones al escuchar semejante afirmación. No me atreví a ver a mi alrededor. Se dice, dijo una voz con  acento exótico, y yo escuché como en un sueño, que en sustitución del presidente actuarán ustedes dos. Mis preguntas, concretamente, son: Primera, ¿se dará libertad? Segunda, ¿habrá paz? En relación a la primera, respondió el militar, desde ya garantizo el ejercicio de derechos. Hubo una pausa. Levanté la vista y corregí el encuadre de la toma que, durante el tiempo que me distraje, estaba enfocando la punta de mi zapato, y traté de poner mi mente en blanco para no gritar lo que se trababa en mi garganta. La segunda, dijo el otro, puedo responderla con gusto. Hasta hoy me encontraba privado de libertad. Era la oposición y, como tal, mi posición era diferente. En este momento hay paz en mi corazón porque la oposición de ayer ya no lo es hoy, para mí al menos. Y la oposición de hoy, para mí, también, ya no opone sino comparte. Pero, insistió el reportero, ¿se garantiza la paz tanto a opositores de ayer como a los de hoy, si he comprendido lo que dice? Cada quien es cada quien. Yo como hombre puedo responder que a saber. Como funcionario me veo obligado a decir cosas que tal vez pienso que no son pero que pueden ser en determinadas circunstancias. Que bien lo dice usted, licenciado. Gracias, general. Ambos dirigieron la vista al denso grupo de hombres de prensa, esperando la siguiente. Como esta no llegó, se pusieron de pie, dando por concluida la conferencia. Una última pregunta, ¿hacia dónde vamos?, me oí decir sin pensar y me arrepentí en el acto. Ambos quedaron, literalmente, congelados, fuera de balance, con un pie en el aire, casi de espaldas, conturbados; uno con las manos en las verijas, el otro con la diestra en el lomo del susodicho. Para mí pasó una eternidad. Podría decir que el tiempo se detuvo, como la imagen impresa en papel fotográfico. Yo al W.C., dijo el licenciado. En el pasillo a la izquierda. Puerta a la derecha, apuntó solícito el militar. Y ambos salieron por donde habían llegado. Mi compañero me puso la mano en el hombro e hizo el comentario que encabeza esta parte. No te preocupés, le dije. Te indicaré donde está el baño.



SIEMPRE HE CREÍDO QUE es la estupidez el más grande pecado del hombre. No se trata, sin embargo, de celebrar un culto a la inteligencia. Sería idiota. Es un simple y llano comentario que no pretende hacer polémica. En algún lugar antes dije que es difícil presentar los hechos con objetividad. Hay versiones y diversiones, fechas y cronología, dimes y diretes. Todos reclaman el privilegio de haber sido confidentes, familiares, compañeros, amigos, enemigos. Las anécdotas adquieren dimensiones de me dijo, escuché, estuve allí, lo acompañé, fuimos y mil situaciones más que solo pueden darse en grados de intimidad y confianza. Por otro lado, los sucesos simples y cotidianos se transforman en extraordinarios, llegando a extremos de dudosa credibilidad. Cuando supe que Efraín había muerto, creí que se trataba de un error. Hacía apenas un par de horas que me había despedido de él y nada hacía suponer que estuviera enfermo. Su corazón era fuerte, a toda prueba. Y decía tener más de uno. Muestro un falso corazón en la boca para ser visto por todo el mundo. Y todo el mundo está encantado de poder tocarlo. Tengo otro, en el pecho, para familiares y amigos pero no conocido por nadie más. Y familiares y amigos, aunque no lo ven, saben que está allí, todo para ellos. Infarto al miocardio. Es increíble como una existencia puede resumirse en un certificado de defunción, condensarse sobre la fría losa del anfiteatro anatómico con sexo, edad, estado civil y señas particulares. Pero, agregaba con ese gozo propio del que divulga un secreto a medias, el verdadero, el oculto, el no conocido por otro sino por mí mismo, está sólo Dios sabe donde. Amaba a los animales. Gatos, perros, aves y cosas que se movieran valían para él más que la especie humana. Era un cruzado de la causa de Noé y su casa, en cierto modo, resultaba una réplica del arca con sonidos, olores, colores, adoc. Ellos sienten y sufren y aman, me decía, enfatizando de más. Son criaturas de la creación, incapaces del menos signo de maldad. Fieles y cariñosos. Estaba a punto de hacer lo que hago siempre cuando la cosa no me interesa o se fue por otro lado o, simplemente, no tengo ganas de discutir: meterme en mi campana neumática. Pero Efraín impidió que cerrara la puerta del mutismo. Y sobre todo, remató, no son estúpidos. Carecen de ese atributo humano, gracias a Dios.



¿QUÉ HORA ES?, PREGUNTÓ el inquieto parroquiano. Media noche. El lugar estaba repleto. Grupos de hombres alrededor de mesas llenas de copas y envases. La rockola fue silenciada por el encargado, ignorando las protestas de los presentes. Es prohibido después de las doce, dijo el hombre que bebía en silencio en un rincón. Los vecinos necesitan dormir, pero le arruinan a uno el negocio. El hombre asintió. El encargado, sin esconder su curiosidad, se acercó. Usted no es de por aquí, ¿verdad? No, respondió el hombre. Tomaré la última copa. Va por cuenta de la casa. Gracias. El encargado tuvo que ir a tranquilizar a un par de clientes que discutían sobre los acontecimientos que habían sido primera plana en los últimos tiempos y que concluirían al amanecer. Los ánimos estaban caldeados y había gran animación. El único que permanecía solitario y callado era el hombre. Esos que ve allí, son capaces de matarlo a uno por cualquier insignificancia. Usted se ve una persona, así, con todas las letras. Bueno, dijo el hombre con gravedad, soy un estudioso. En mis tiempos libres, claro. Bien, muy bien; ya no hay estudiosos. ¿Otro trago? No, gracias. Debo estar lúcido al amanecer. ¿Irá a…? Sí. No puedo faltar. Dormiré un poco, agregó. Durante el día saldré de paseo con la familia. Después de la ejecución, pienso llevar a los niños al. ¿Tiene hijos? ¡Adoran el circo! ¡Son unos apasionados de la cuerda floja! Ya sabe lo molesto que es eso. Sí, por supuesto. Si se decide a ir con la familia, le dijo en tono confidencial, recuerde que las localidades se agotan rápidamente. Le reservaré unas en primera fila. Gracias, balbuceó el encargado muy impresionado. ¿Con quién tengo el honor? Soy el oficial que comandará el pelotón de fusilamiento. El tiro de gracias y esas cosas. No falte. Salió rápidamente. El aire fresco le pegó de frente. Aspiró profundo y se caló la gorra hasta los ojos, alejándose con paso lento. El encargado lo vio partir. No sabía si sentirse bien o mal. Es una profesión como cualquier otra, pensó, pero en el fondo sabía que no era así. La ley es la ley, dijo en voz alta. La ley es el malido de la leina, dijo un chinito, y su ocurrencia fue celebrada con grandes carcajadas y gritos. El encargado volvió a la barra y trató de poner en orden sus ideas. Por un lado, ¿a él qué le importaba? Juicio secreto o no, un magistrado había condenado a esos infelices a la última pena. ¿A dónde iríamos a parar si se declarase ilegal la ley? Por otro lado, la vida continúa cada día, cada instante. Y no metiéndose a babosadas, lo más probable es que pudiera alcanzar una tranquila vejez. Y uno nunca sabe. Las conexiones pueden servir de algo en  el momento menos pensado. Y si el oficial ejecutor en persona lo ha invitado, él no va a hacer un desaire al oficial. Además, su trabajo se relaciona con la muerte de otros y lo dice con orgullo y puede ser señalado con la frente en alto. ¿De cuántos puede decirse lo mismo en estos tiempos? Bien, amigos: A escupir a la calle, dijo decididamente a los parroquianos. Voy a cerrar.



ESO DE LA MUERTE es curioso. En todo sentido. Biológicamente, se puede definir como el fin de la vida, de la existencia física. Y la existencia se encierra entre dos palabras: Nació y murió. Vida es, de acuerdo a eso, la medida entre el momento del nacimiento y el instante del fallecimiento. Hay ideas, teorías, sobre lo que ocurre antes y después; pero no estoy interesado en eso, al menos por ahora. Cuando alguien nace entra a la vida. Adquiere identidad con raza, nombre, edad, sexo, estado civil y profesión. Se le asigna un número y pasa a formar parte de la estadística. Si queremos información general sobre un individuo determinado, las fuentes oficiales deben ser consultadas. Archivos de escuelas, institutos, universidades, para tener un panorama de su educación; actas de matrimonio y sentencias de divorcio, para conocer sobre su estabilidad emocional y cargas familiares; entradas y salidas del país, para obtener datos de sus contactos en el exterior; historias clínicas, para saber de su salud, enfermedades, operaciones quirúrgicas, accidentes, prótesis de todo tipo; filiaciones políticas y religiosas, para medir su grado de fanatismo; demandas judiciales y antecedentes penales, para determinar su grado de peligrosidad; premios, condecoraciones, honores, para deducir sus posibles resentimientos y frustraciones; títulos de propiedad y récord de operaciones bancarias, para establecer su estado financiero y patrimonial; etc., etc.; sin olvidar asociaciones culturales, artísticas, deportivas, educativas y demás; sindicatos, gremios, agrupaciones, a las que ha pertenecido. Si deseamos profundizar y conocer sobre sus hábitos, gustos, tendencias, etc., podemos recurrir a los almacenes, tiendas, mercados, bares, prostíbulos, que frecuentaba. Sin embargo, lo que hemos obtenido son fechas, cifras, datos fríos que sólo permiten un conocimiento superficial de la persona. Un cuerpo sin alma como suelen llamarlo los que saben de esas cosas. Ahora bien, lo anterior son bases sólidas, os cimientos sobre los que construiremos la personalidad del individuo en base a testimonios directos de las personas que lo conocieron, amaron, odiaron; gente que compartió, de alguna manera con él, momentos de su existencia. En esta segunda etapa tenemos el peligro de dejarnos levar por apasionamientos, inexactitudes, falsedades, malas intenciones o indolencia del informante; pero es quizá el material más valioso desde el punto de vista documental. En ese momento hemos llegado a la piel, conociendo su esqueleto y su apariencia. Y es entonces, precisamente, cuando tenemos frente a los ojos el acta de defunción, que empieza nuestro trabajo. Cualquier cosa que el individuo haya escrito o grabado en cinta magnética u otra forma de reproducción de su voz, sus objetos de uso personal, sus colecciones (incluyendo los boletos de camioneta capicúa, por absurdo que nos parezca), deberían considerarse de gran valor para dar un alma a ese cuerpo que ya conocemos. El preámbulo era necesario. Yo he seguido paso a paso la vida, pasión y muerte de Efraín y me considero una autoridad en la materia. No obstante, no había llegado a conocerlo realmente hasta que leí una pequeña libreta de apuntes misceláneos. Me tomo la libertad de reproducir algunas partes.

    Orfeon LP1-038
    Mireille Mathieu
   (en direct de l’olympia)

   Cuando la mayoría de las
   personas se enfrentan a
   un reto, la primera cosa que
   se les viene a la mente son objeciones;
   en cuanto a mí, la primera
   y última cosa que conozco
   son objetivos.
       Adolf Hitler

   Promedio mensual en 7 meses: $2,190.00

   Donde la luz brilla más claro,
   Allí también las tinieblas son más espesas.

   1 escritorio
   4 sillas
   1 secadora de pelo
   1 lámpara de pie

   En el principio era el verbo.

   Neosporin gotas.

   Sal inglesa U.S.P.
   Sulfato de magnesia
   Sal de Epsom

   ¿Verdad que es increíble? Mi tesis de doctorado versará sobre esto.





ONCE

CIENTO CUARENTA Y CUATRO    mil es una cifra conservadora, señor embajador. Estoy sorprendido, señor embajador, del fanatismo sectario de esa gente que me hace recordar el grito Banzai de los japoneses en el Pacífico Sur. La plática se extiende un poco sobre Guadalcanal, el Paralelo 38 y otras posiciones tomadas palmo a palmo por las fuerzas aliadas durante el último gran conflicto mundial. Después, a causa de varias explosiones que se escuchan más o menos cerca, son vueltos a la realidad del momento en ese pequeño, país del istmo centroamericano donde les tocara la suerte de representar a sus respectivas naciones. Mr. Taylor, viejo conocido nuestro, recibe en su sede a Mr. Stroom, excelentísimo embajador sueco, encargado de los asuntos de la Gran Bretaña en nuestro país. El primero mira los numerosos papeles que tiene sobre su escritorio. Mr. Stroom se rasca la incipiente calva suavemente con la punta de su dedo índice de su mano izquierda. Debemos hacer algo para evitar que siga la carnicería, dice y Mr. Taylor asiente con gravedad.
    En las calles ocurre algo increíble, digno de contarse para que futuras generaciones sepan de primera mano lo que significa para un pueblo la confrontación religiosa, por un lado, y la invasión extranjera, por el otro. Millares de mujeres y niños deambulan sin aparente prisa, cargando sobre sus espaldas las pocas pertenencias que pueden llevar. Hay casas en ruinas en una vasta zona y, como dice el dicho, mientras unos andan en la pena otros andan en la pepena. Jóvenes y viejos recolectan cosas de los hogares abandonados. En una vista panorámica nos damos cuenta que han desaparecido varios edificios del Centro Cívico y del centro de la ciudad. Columnas de humo negro dan una impresionante visión de hongos con sus piececillos y sombrerones. Sirenas de ambulancias se escuchan por algunos lados, aunque su labor ha decrecido al estar los hospitales repletos de heridos. Diríase que nos encontramos ante una dantesca realidad.
    He tratado, dice el embajador americano, de comunicarme con el presidente Campos, pero los canales con el bunker están interrumpidos. Yo, dice Mr. Stroom, espero respuesta sobre la rendición incondicional solicitada por mis representados. Es cuestión de tiempo, señor embajador, no se preocupe. Esperemos noticias del general García. ¿Leonel García? El mismo. Venga, tomemos un whisky.
    Efraín estruja un papel entre sus fuertes dedos, la mano lívida por la presión. El rostro bañado en sudor, los ojos rojos, los labios resecos y agrietados y sangrantes. ¡Falso! ¡Mentira! ¡No es posible que el Señor nos haya abandonado! Ramiro, los ojos cerrados, parece orar un poco alejado. Leonel, con los ojos clavados en la pared, sonríe a causa de una idea que se le cruza por la mente en blanco y que se relaciona con el infantil juego de estaba la mosca en la pared, pues ahí que se esté, pues ahí que se esté; vino la araña a comerse a la mosca y la mosca en la pared, pues ahí que se esté, pues ahí que se esté; vino la rata a comerse a la araña, la araña a la mosca y la mosca en la pared, pues ahí que se esté, pues ahí que se esté; vino la gata… Da un manotazo al aire para sacudirse el sonsonete de la cabeza o, tal, vez, para alejar una mosca que pasa zumbante a su alrededor. La mosca. La mano. El dedo medio crece de nuevo en el muñón de Efraín ante sus ojos. Dejá el arma, Leonel. ¿Ves aquella mosca en la pared? ¿Qué pasa hombre? ¡Claclác! Se te puede ir un tiro, Leonel. Te amo, Beatriz. Su voz en eco. Te amo-te amo-te amo. ¡Me la quitaste! ¿De qué demonios estás hablando? Yo la amo. Te equivocas, yo. ¡Siempre así, Efraín, desde  niños! Hemos sido como hermanos. Mi apellido es García por parte de madre. Lo sé. Soy un Campos por parte de padre. También lo sé. ¿Y lo crees justo? ¿Por qué no se lo preguntaste a  nuestro padre? Está muerto. No hay nada que hacer ahora. Guardá el arma. Dormite. ¿Por qué no me la quitás también? ¡Estás loco, hermano; dejemos las cosas como están! ¡Esta vez no voy a permitirlo! Traga saliva. Tiembla de pies a cabeza. Mira a Efraín, su lívida mano de cuatro dedos estrujando el papel. Ramiro habla. Es mi opinión que debemos ceder, Efraín. ¡Jamás!, es la respuesta. No hay ira, violencia, dolor, pena. Sólo determinación que le sale no se sabe de dónde. ¡Abandonemos el bunker mientras se pueda! ¡Jamás! ¡Él me puso aquí y sólo Él me quitará si esa es Su voluntad! Efraín, dice Ramiro, el congreso ha redactado el acta de rendición. Hiciste lo que pudiste como patriota y como soldado del Señor. ¡Jamáaaaaaaaaaaas!
    Escuche, Mr. Stroom, parece ser el comunicado oficial. Les habla el general García. Es verdad, Mr. Taylor. Escuchemos. Nuevo jefe de estado y comandante supremo del ejército. Pueden volver a sus hogares ahora. Todo está bajo control. Efraín ha muerto. La pesadilla ha terminado. Como primer acto de mi gobierno… Salud, Mr. Stroom. Sí. Salud, Mr. Taylor.