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EFRAÍN, CON SU ANTIGUA versión de Casiodoro de Reina (1569) revisada por Cipriano de Valera (1602) bajo el brazo, va presuroso casi en puntas de pie, sorteando las piedras y charcos de la calle de su iglesia en la zona 5. Quiero contarlo de una manera ordenada, fácil y sin complicaciones retóricas. Consignar los hechos tal como ocurrieron, cronológicamente, de principio a fin final que es hoy, pero no necesariamente la conclusión del asunto y tratar de colocar mi mente en otra dirección, como hago cuando más vale machete estate en tu vaina que cien volando. Repite mentalmente las palabras mágicas, el abracadabra que aprendiera en la escuela militar y que no eran precisamente las que él quería pensar en ese momento que metió un pie hasta el tobillo entre el lodo. Hice desgracia mi zapato, piensa, y yo digo que la casualidad es la madre de la causalidad. El origen, el motivo. La conjugación de las circunstancias imprevistas cuyos principios son desconocidos. Voluntad de Dios, exclama, y yo digo que allí están calle, lluvia, piedras, charcos, iglesia. Una serie de factores que inciden en la combinación infinita que puede darse una sola vez en la vida terrena. Efraín lo sabe. Aprieta fuertemente la antigua versión bajo la axila. Su contacto duro y blando a la vez le produce un escalofrío, un latigazo en el espinazo que lo yergue y hace que olvide el húmedo y viscoso contacto del barro cuando llega a las puertas del templo.
La claridad le pega de lleno. Esa frase no alcanza a describir en su totalidad el hecho y me siento obligado a echar mano del recuerdo de una vez que fui a lucear conejos y el brillo de esos ojos me hicieron pensar en una pieza más codiciada. Mi abuelo materno lamentó por mucho tiempo la pérdida de una de sus vacas en la montaña. Efraín entrecierra los ojos y penetra acompañado de cánticos y palmas. Tropieza con una señora gorda, enloda su vestido y le propina un pisotón de padre y señor nuestro. Perdón, excusa. No ¡ay! cuidado, hermano y se sienta a la diestra y palmea entusiásticamente en el justo momento del chan-chán. Tarda unos compases en darse cuenta que todos lo observan y frena vigorosamente su mano izquierda con la derecha en un gesto que le es característico de siempre y que parece parafrasear aquello de que no se entere ésta de lo que la otra hace y que posiblemente inspirara el motto de su cruzada.
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LEONEL HACE UN GESTO a sus acompañantes y salta ágilmente del vehículo militar sorteando los charcos y piedras que conocemos. La acción descrita corresponde exactamente en secuencia a la anterior y prueba de ello es que se escuchan los cánticos y palmas que finalizan cuando el especialista corta la ignición y el oficial coloca su Galil en el piso del jeep y baja. Puta, dice, ni que estuviéramos en la maldita montaña. Los soldados que le siguen ocupan lugares estratégicos a la vista de las puertas de esa iglesita de la zona 5. Operativo de rutina, según parece, aunque en estos tiempos lo más probable es que quién sabe. Leonel, antes de penetrar la luz, se detiene en la penumbra para acostumbrarse a ese cambio y recrea una imagen a pesar suyo: se encuentra en el baño del apartamento de ella y el dormitorio está con la luz apagada. Se precipita y ¡pum! Tropieza con uno de sus botines y se rompe la frente en el borde de la cama. Cinco puntos y los manuales básicos de supervivencia en la selva lo hicieron más precavido desde entonces, trátese de luz a oscuridad o a la inversa como en este caso.
La voz del pastor lo hace dudar. Más bien la voz del pastor se diluye en tiempo y distancia para llegar a sus oídos la de su comandante en el patio de la escuela militar que dedica el momento en que la luz del sol cae a plomo para moralizar a los caballeros cadetes que sudan la gota gorda sin comprender realmente cómo se puede estar con dios y con el diablo al mismo tiempo. Cuando sube la grada palpa la reglamentaria cuarenticinco como para asegurarse que sigue allí entre el cinturón e hígado y se descubre lentamente para aprovechar la sombra que momentáneamente le proporciona el kepis.
Efraín levanta la mano y cuando nadie parece querer ocuparse de su testimonio, gira para observar hacia donde centran su atención. Y mira lo que todos: a un coronel del ejército en uniforme de campaña camuflado. Y mira más porque reconoce a Leonel y éste parece distinguirlo ahora entre la concurrencia.
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EL COMANDANTE DE GUARDIA grita sus órdenes y de inmediato los cuques empiezan a correr como hormigas en todas direcciones ganando posiciones defensivas. Las luces de las barracas de tropa y cadetes se encienden cuando todavía resuena el eco del disparo. El nerviosismo provoca sequedad de garganta, altos niveles de adrenalina y uno que otro calzón mojado, pero la disciplina evita que el pánico produzca una tragedia mayor como aquella vez que dicen que el soldado Tucux se durmió estando de guardia y el fusil se disparó al caer hiriendo al cabo González en la ingle. Y el cabo González cuyo parte posterior no es muy claro, dejando dudas razonables sobre el hecho por la pública e irreconciliable enemistad con el soldado Tucux por líos de faldas en una cantina en un movimiento instintivo descargó el peine de su ametralladora en el durmiente. Segundos después aquello era un infierno de plomo y sangre. La versión oficial justificaba la acción con un supuesto ataque guerrillero a las instalaciones de la escuela, dando una nómina de siete soldados y dos caballeros cadetes muertos en el cumplimiento del deber y otros tanto heridos en iguales circunstancias.
En estado de shock y con palidez cadavérica, Efraín es sometido a curación de emergencia en el hospital militar. Un oficial lo interroga ante la desaprobatoria mirada del médico que cauteriza. ¿Qué pasó, Campos? Se me fue un tiro limpiando la escuadra, mi teniente. No se mueva, cadete, dice el doctor. Cuidado, mi capitán, dice al doctor, el dedo me duele mucho. ¿Quién estaba con usted? Imposible, dice el capitán, un dolor reflejo, se lo acaba de volar. Creo que estaba solo, mi teniente. ¿Qué acaba de decir de mi dedo, mi capitán? El cadete García informó que a él se le fue el tiro. No recuerdo. Listo, cadete, espero que la pérdida del dedo medio no afecte su carrera militar. En todo caso, continúa el doctor con franca sonrisa, tendrá problema en sus relaciones sexo-sentimentales. ¿Dedo medio? Menos mal que no es el del gatillo, dice el teniente. Pero sí el cangrejero, ríe el doctor.
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QUERIDOS HERMANOS, HE OÍDO la voz del Señor. ¡Aleluya! Esa voz de trueno y miel, de mandato y ruego. No soy digno de Su gracia y, sin embargo, escuché Sus palabras. ¡Alabado sea! Me encontraba en oración, orando como siempre hago cuando tengo hambre, cuando tengo frío, cuando tengo penas, y ¿por qué no? Cuando hay júbilo en mi corazón. En mi alma. Sí, hermanos, llegó a mí con la claridad de un murmullo y la precisión de un rayo luminoso que nadie es capaz de detener. Nada más que Su voluntad. ¡Así sea! Mi esposa daba el beso de buenas noches a nuestros pequeños y yo, desde la puerta, agradecía al Señor por lo bueno y lo malo de la jornada. De pronto sentí una poderosa fuerza que me paralizó por completo. Allí estaba yo, clavado, sofocándome, afiebrado, sin poder articular otras palabras que: ¡Estoy en tus manos, Señor! ¡Aleluya! ¡Cúmplase tu designio! ¡Amén! Pude ver a mis hijos que dormían el sueño bendito de los inocentes y a mi esposa que los arropaba amorosamente. Todo envuelto en un manto de luminosidad increíble, en un ámbito de paz total. Y me dijo: En tu rebaño hay una oveja que no es igual a las demás porque tiene una marca. Y pregunté: ¿Seré yo, Señor? Y respondió: Antes de que finalice el día lo sabrás. ¡Aleluya-aleluya! Y todo volvió a ser como antes. Mis hijos, mi esposa, mi hogar, el mundo. Y todo fue diferente para mí, queridos hermanos, me acometió un temblor que aún persiste y siento henchido el corazón y más liviana mi alma. Por Su designio, uno de nosotros tiene la marca. Y uno de nosotros será señalado por El esta noche. ¡Palabra del Señor!
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EFRAÍN, CON SU ANTIGUA versión bajo el brazo, camina contando los pasos, tratando de encontrar el camino perdido atrás en la nebulosa de su recuerdo. Podría decirse que lo arrastra el viento. Más aún, que es empujado por un gigantesco dedo invisible que presiona justo entre los omóplatos, porque su cuerpo desafía la vertical del equilibrio no hacia delante como cuando algo ofrece resistencia sino hacia atrás para no caer de bruces. Dejó de llover. La tierra caliente condensa las gotas que suben convertidas en niebla. La temperatura de su cuerpo hace otro tanto con la ropa mojada, dándole una incómoda sensación de pegajosidad. Hemos pensado en vos, Efraín. Soy siervo del Señor. Pero antes que nada, un patriota. Y yo pienso: Patria es esa extensión de kilómetros cuadrados. No. Cúbicos. Incluyendo la tal distancia hacia adentro de la cáscara del globo y la tal hacia fuera. Largo, ancho subsuelo y espacio aéreo. De esa forma adquiere la cuarta dimensión que los más parecen ignorar cuando hablan de geografía. Mi patria es un grano de arena en el sistema. Y yo una molécula de ese grano. Y la molécula es la esencia. Y la esencia lo es todo. Partamos de lo micro a lo macro o de lo general a lo particular y ¿qué somos si no producto de esa Fuerza infinita? Vayamos a lo concreto. Se inició un movimiento armado para dar el golpe. Es cuestión de tiempo. Urge formar un poder nuevo, tomar las riendas para sacar del caos al país. Somos marionetas en Sus manos, Leonel. Rodríguez, Zea, Paniagua, Gómez, Álvarez y los demás están con nosotros. ¡Palabra del Señor! Llega a las puertas de su iglesia por segunda vez esa noche. Siente las miradas clavadas en su humanidad y empequeñecido por dentro se yergue majestuoso y avanza. ¡Es él! ¡Es él! ¡Él! ¡Elelelelelelelelél! Resuena el eco a pesar de la ausencia de acústica. Palmas y cantos lo acompañan hasta el púlpito. El pastor se aparta y levanta los brazos en señal de silencio y Efraín gira para enfrentar a sus hermanos, transfigurado. El silencio se hace insoportable sobre sus hombros e incapaz de articular palabra cierra los ojos y ora, solloza, grita, aúlla y cae desvanecido en un pozo de ayes y lamentos.
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OÍ LO QUE OÍ, hermanos, ¿alguien lo duda? Si es así, que dé un paso al frente y pida de rodillas ayuda para sanidad. Porque no es sordo el que no oye ni ciego el que no mira sino quien se niega a aceptar que hay un camino. Y que ese camino no nos lleva a Roma, como dice un refrán popular ni como dijo el poeta, se hace camino al andar. No, hermanos, esa distancia deberá recorrerse entre un nuevo nacimiento, una vida totalmente apegada a los preceptos del libro de libros y una muerte que llegará para dar cabida a la vida por siempre jamás. ¡A la vida eterna! ¡Aleluya! Hace una pausa profunda y mira en una lenta barrida a su auditorio, a esos hombres y mujeres y niños que le escuchan con la cabeza baja, los ojos cerrados, los labios entreabiertos en una letanía de alabados, aleluyas, glorias, benditos, mostrando las palmas de las manos en una actitud de entrega total y como diciendo aquí estoy, Señor, indefenso, sin más armas que mi fe, sin más deseo que encontrarte, sin otra voluntad que la Tuya. ¡Aleluya! Soy el Primero y el Último, dice el Señor. El Primero y el Último y el que Vive. Una vez morí, dice el Señor, pero ahora vivo por siempre y para siempre. Yo tengo las llaves de la muerte y del infierno ¡De la muerte y del infierno! Y como soy el Primero y el Último y el que Vive por siempre, dice el Señor para que no olvidemos que serán muchos los llamados y muy pocos los elegidos, tengo las llaves de la muerte y del infierno. ¡Palabra de Dios! El pastor toma aliento. La nueva pausa es aprovechada por un niño que hace desesperados esfuerzos por no orinarse y dice a su mamá que ya no aguanta las ganas. La madre, arrancada de pronto de las regiones metafísicas a un estrato tan prosaicamente terreno, eleva los brazos con desesperación y exclama ¡hágase Tu voluntad! La inocente mente del infante interpreta el exabrupto como tácita autorización y pasando del dicho al hecho se moja los pantalones en un decir Jesús. La señora gorda, bañada en sudor, se pone de pie e intenta oxigenar sus pulmones. Después de una grotesca bocanada a mandíbula batiente, cae desmayada, provocando una reacción en cadena que convierte la estancia en un caos cuando algún chistoso de los que nunca faltan grita ¡fuego! En pocos segundos aquello es un infierno de gritos, carreras, maldiciones, sálvese quien pueda. La estrecha puerta del templo provoca un aprietacanuto de dolorosas consecuencias, con destrozos de mobiliario y conciencias. El pastor, desde el púlpito, echa mano de cuanta fórmula retórica recuerda con pésimos resultados. Alguien grita ¡sho!, otro le mienta la madre, uno de los ancianos trata de convencerlo para que abandone la nave y se ponga a cubierto; pero la dantesca visión lo arrastra a tal grado de excitación, que le provoca la más intensa, prolongada e insospechada eyaculación que haya experimentado en su vida.
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¿POR QUÉ YO LEONEL? Soy la persona menos indicada. Los dos caminan por la vereda que separa la fracción tres de la cuatro y se detienen entre los mausoleos de las familias Tristán Ramírez y Godínez Pérez. El siguiente gobernante debe ser civil. El consejo de comandantes llegó a esa decisión. Efraín parece no escuchar, su mirada clavada en la lápida que dice después del nombre, fechas de nacimiento y de muerte: HASTA PRONTO. Los políticos, por supuesto, quieren que el ejército seleccione a alguno de ellos Risas interrumpen. Una pareja de enamorados casi se da de bruces contra ellos y, sin inmutarse, pasan rápidos y felices. ¡Vaya lugar para una cita! Caminan hacia otra sección del camposanto donde la verde grama y árboles y arriates con flores producen un clima propicio para promesas y conspiraciones. A una señal, estará hecho, Efraín. Nunca he tenido nada que ver con política, Leonel. Lo sabemos. Déjame ponerlo de este modo: todos los comandantes te conocemos. Fuimos compañeros en la Escuela. Eres uno de los nuestros aunque ese lamentable accidente del que yo fuera culpable directo, no te haya permitido seguir la carrera. Eres un militar a pesar de eso. Lo llevás en la sangre, Efraín. Y eso lo sabemos bien los comandantes. Si aceptás colaborar con nosotros, nos encargaremos de que en 24 horas no haya una sola persona que pueda cuestionar tu designación. Nuestro departamento de relaciones públicas se encargará de darte una imagen adecuada. Borraremos cualquier rastro de tu paso por la Escuela si fuera necesario, con tal de que no se te ligue en forma alguna con el ejército. Tu fe cristiana y tu militancia en la iglesia dará confiabilidad a tu nombre. En fin, si aceptas jugar ese importante papel, te pondremos al corriente y sabrás todo lo que necesites saber. No estoy autorizado para decirte más por ahora, excepto que tienes mi incondicional apoyo y total confianza como amigo, como soldado y como patriota. Empieza a declinar el día. El viento sopla refrescante. Los pájaros, en bullicioso vuelo, regresan a sus nidos en los árboles. El olor a tierra mojada lo llena todo. Unos quejidos en algún lugar cercano, llaman su atención. Avanzan hacia una depresión formada entre dos árboles de robustos troncos y miran a la bulliciosa pareja de antes entregada al empuje de su pasión, como queriendo reafirmar el acto, entre cielo y tierra, entre vivos y muertos, que la fuerza creadora del hombre va más allá del poder, el éxito, la fortuna. Leonel y Efraín giran y emprenden silenciosos el camino de regreso. Cuando llegan hasta el auto oficial que espera con las puertas abiertas y éstas se cierran detrás de ellos, ambos no pueden reprimir un escalofrío. Leonel, porque cree verse dentro de un ataúd. Efraín, porque cree verse atrapado en una ratonera.
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UN RESPETUOSO SILENCIO PESA como plomo en la pequeña iglesia de 20 metros cuadrados -incluyendo la sección que sirve de vivienda al pastor y familia- cuando Efraín se incorpora con dificultad. Su mano de cuatro dedos se extiende suplicante-autoritaria, para pedir-impedir que alguien le ayude. ¡Es un valiente!, dice la hermana gorda. ¡Es él!, exclaman a coro y las palmas y cánticos transforman la ascensión en algo para ser visto, oído, contado.
Afuera, Leonel observa en la penumbra. Grandes gotas empiezan a caer espaciadas en ritmo y distancia. Luego, se hacen más pequeñas y tupidas. Finalmente, cae la lluvia cerrada. Un soldado le lleva un impermeable, pero Leonel lo rechaza con un gesto. No se mueve, dejándose calar hasta los huesos, recibiendo el agua en un bautismo simbólico en el nombre de la patria, del ejército y del pueblo. La vida es extraña, piensa, sin mover un solo músculo del cuerpo chorreante. Efraín y yo fuimos inseparables. Desde un principio congeniamos, pero también desde entonces se creaba una rivalidad entre nosotros. Una pugna que no terminaría con la pérdida del dedo medio de la mano derecha. Ni tampoco con su matrimonio con Beatriz.
Empieza a sentirse incómodo, fastidiado, con ganas de no sé qué. Camina rápido hasta el jeep, lo aborda y parten. La lluvia pertinaz sigue cayendo. La ropa empapada se le pega y lo hace temblar. Maldice entre dientes. ¿Le ocurre algo, mi coronel? No, estoy bien. Estaba bien hasta que pensó en ella. Beatriz, él es Efraín. Mucho gusto, Leonel no deja de hablar sobre usted. Espero que diga cosas buenas. También, por supuesto. ¿Te importa si bailamos? No, claro que no. ¿Por qué no te fijás en el camino, mula? Disculpe, mi coronel, no vi el hoyo. Y ese baile en el Casino Militar fue el principio. Nunca se dijeron nada abiertamente, pero ambos contendían por el amor de Beatriz.
Adentro, Efraín se yergue tembloroso en el púlpito. Tengo miedo, piensa. Imágenes del pasado me atormentan, quitándome el hambre, el sueño, el reposo. Fui pecador en pugna constante entre la razón y los instintos pasionales. Lo mío fue una carrera desenfrenada por ser el número uno, por poseer la mejor hembra, el mejor carro, lo que se me viniera en gana. Los cánticos y palmas lo llenan todo y lucha por no dejarse arrastrar en ese torrente de histeria, excitación, exaltación colectiva. Levanta los brazos, y sus brazos acrecientan las olas. Grita, pero su voz no es rival para cien voces. Gesticula, en un esfuerzo supremo, más el grupo compacto, impenetrable, termina por engullirlo en un torbellino donde Efraín pierde nombre, edad, estado civil, profesión, para convertirse en anónima oveja de un rebaño que espera el sonido del cencerro, la voz del trueno, la legión de ángeles, el juicio final; la muerte, en otras palabras, para volar al reino prometido por las Santas Escrituras, Apocalipsis 1:18.
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LA PRESIDENCIA ES COSA de adultos 3. Muchos piensan que se trata de un juego de niños. Que es sentarse a dar órdenes, a recibir personajes más o menos ilustres, a dirigir los negocios del estado, a pasársela en inauguraciones y cócteles, rodeado de gente interesante y hermosas mujeres; no, dice Efraín. Esa es la parte romántica, idealista de la medalla. La cara oscura es otra. Se te envidia, critica, teme, odia. Se te acecha, como a una fiera, aguardando la oportunidad de darte caza. Tu horario de trabajo no existe. Tu vida privada no es posible de llevar en tales condiciones. Leonel escucha en silencio, su mente adelante y atrás, de un lado y otro, sumida en contradicciones. No es simple. No. Y menos aún cuando tienes que enseñar también acerca de lo diabólico del comunismo y de la necesidad de obedecer al ejército y al gobierno. Cuando tienes que hacer comprender que quien cierra su corazón al Señor es también incapaz de amar a las autoridades. Cuando tienes que machacar en la cabeza de los indios que Dios quiere que se sometan al gobierno, que hay que escoger entre las dos únicas opciones: Cielo o infierno. ¿Cómo hacerlo entender? Les damos comida, les proporcionamos un lugar seguro para vivir, les enseñamos el camino de la verdad y la salvación. ¿Acaso no es cierto que quien se resiste a la autoridad se está resistiendo a lo que ha sido establecido por el mismo Dios? Leonel asiente vigorosamente, más para sacudirse una idea que para evidenciar que está de acuerdo. ¡Se aferran como lapas a su cultura e ideas y prefieren que se los lleve la tristeza! Leonel recuerda San Salpucio, una aldea de la Verapaz donde casi toda la población fuera muerta en un día de mercado. El indio no es rentable en nuestra sociedad. No, al menos que se incorpore con alma, corazón y sombrero al movimiento cristiano renovador. Dios no hace distinciones de raza entre sus criaturas, es cierto, pero sí es celoso de que su palabra se respete y obedezca. Ama a su pueblo, pero es capaz de hacer desaparecer ciudades enteras que viven en el pecado. ¿Cómo poder amar a los enemigos del Señor? Aquel que es contrario al gobierno, odia al Señor. Aquel que critica las acciones tomadas por el gobierno, odia al Señor. Y aquel que no es frío ni caliente, será escupido de Su boca, porque está escrito que la autoridad del hombre le ha sido delegada por Dios. Efraín, dice Leonel, aprovechando la pausa. A propósito, ¿qué solución daremos al problema de los pueblos de desarrollo? Muchos se niegan a abandonar sus tierras. ¿No lo estoy diciendo acaso? ¿No tengo razón? Tenemos todo un programa en marcha. Tortillas y chile significa que si están con nosotros, los alimentamos. Si en contra, los matamos y se acabó el problema. No podemos mostrar debilidad en momentos como este. ¿A dónde iríamos a parar si no? Ahí están Cuba y Nicaragua. Ahí estaba Granada y no está más. Cruz y calavera, como dice el decir. Vamos, Leonel, ¿por qué esa cara? Tenemos una fuerza. Tenemos el poder. Tenemos la oportunidad de cambiar el curso de la historia a favor de una causa única. ¿Vamos a desmayar acaso? Nadie dijo que fuera fácil, ¿o sí? Leonel niega lentamente con una mezcla de cansancio y hastío. Dios me puso aquí. Por conducto de ustedes, representantes de las fuerzas armadas y de mis hermanos en Cristo, puedo ser un instrumento útil a sus designios. La Palabra se está expandiendo por todos los lugares de la tierra, levando la buena nueva. Un sol luminoso alumbrará por siempre jamás, aunque no quede piedra sobre piedra.
Piedra sobre piedra, piensa Leonel, recordando tantas aldeas como santos hay en el almanaque y sintiéndose profundamente con fundido. ¿De qué está hablando? ¿Quién es el enemigo? El papel del ejército es el de velar por la seguridad nacional. ¿Qué significa eso? Que debe mantenerse la integridad territorial. ¿Y hablando de subversión? Que los valores del pueblo que conforma la nación, no sean cambiados por doctrinas foráneas. ¿Acaso el cristianismo no es una doctrina foránea como lo son el fascismo y el comunismo? Matamos y somos muertos en nombre de la patria. Usamos la fuerza y la tecnología que tenemos para erradicar la guerrilla marxista-leninista. ¿Queremos una nueva inquisición? ¿Es catequización lo que necesita nuestro pueblo? No, Efraín, el ejército ha sido usado como brazo religioso del sistema político, económico y cultural, formando parte de la penetración norteamericana. Hasta un ciego mira eso. ¿Qué escucho, Leonel? La ayuda norteamericana será siempre bienvenida por nosotros. Sin ella no habría sido posible la reconstrucción después del terremoto ni tampoco la reactivación económica. Nuestra iglesia hizo posible eso y mucho más. Hemos cambiado, Leonel. La lucha anti-subversiva quedó atrás. Hoy, si tuviéramos que explicarlo de una manera que no dejara duda, diríamos que el enemigo es el demonio, comoquiera llamársele. La biblia es nuestra constitución. Cristo es nuestra bandera. Y el ejército es nuestra legión de arcángeles.
10
AYER TUVE UN SUEÑO, dice Beatriz, la cara transfigurada por la emoción. Me llevaste flores. Un ramo de siemprevivas. Y me decís esta flor también se llama flor de muerto. Y yo te decía que me daba miedo. Y tú decías que ¿por qué? si la vida y la muerte eran la misma cosa. Y yo te respondía que no, que la vida era algo maravilloso; en cambio, la muerte, es horrible. Y tú reías con esa risa que me vuelve loca y decís algo así como que antes de nacer no somos nada y después de morir tampoco. Lo que somos en vida es flor de muerto. Y yo, sin entender lo que querías decirme, te dije que sí como siempre y tú me mirabas serio y preocupado, como siempre haces cuando no entiendo o meto la pata. Después me llevaste a un lugar maravilloso y me dijiste aquello que ves allá es un campo sembrado de siemprevivas y yo me quedé mirando largo rato las flores de muerto. Cuando te busqué no estabas. Me asusté mucho y te llamaba ¡Efraín, Efraín! Y el eco respondía ¡ín, ín! y del susto pasé al pánico cuando me vi de pronto en el centro del campo de siemprevivas. Era un manto de color morado, pero había algo que las hacía diferentes a todas las demás flores que conozco: La inmovilidad. Me agaché a verlas y tocándolas me di cuenta que estaban secas, parecían artificiales y ni una sola mariposa, gusano, hormiga era visible. Ninguna criatura viviente, excepto yo, en kilómetros a la redonda. Corrí desesperada tratando de llegar al final de esa extensión, pero hacia donde me dirigiera el horizonte se perdía uniformemente en un océano de siemprevivas. Me detuve agotada, ya ni podía gritar tu nombre, me salía un gemido ¡n, n! y tú no estabas para decirme qué hacer, a dónde ir. Bien sabes que soy miedosa por naturaleza. Te imaginas cómo me encontraba a esas alturas del sueño que yo sabía que era un sueño pero que después de un rato se transformaba en pesadilla en esa playa de flores de muerto a donde me habías llevado. Empecé a llorar. ¿Qué otra cosa se le puede pedir a una mujer sino llorar? Mis lágrimas rodaban a caudales y así estuve largo rato hasta que me di cuenta que mis lágrimas habían producido un increíble efecto en las flores que ahora parecían cobrar vida, moverse con el viento, inclinarse al sol; y miles de insectos de todas clases también estaban allí volando, entre los tallos, en la tierra. Algo maravilloso estaba ocurriendo a mi alrededor. Ante mis ojos las flores se vestían de muchos colores y te juro que hasta oí música de esa que ponen nuestros vecinos en la noche, como de coros y que suena a ángeles. En esas estaba cuando reapareciste. No sé decir cómo. Si volando, si caminando, si te materializaste como en aquel programa de la tele que vimos el otro día y allí estabas. Como quien dice a esta distancia, ni más ni menos. Ya no sonreías, Efraín. De momento creí que no eras tú porque la luz del sol me pegaba de frente, ;pero cuando hablaste, al escuchar esa voz tuya que me pareció lo más hermoso y dulce que haya oído en mi vida, ya no tuve duda. Dijiste sé que lloras por mí, Beatriz, y tengo frío porque tus lágrimas mojaron mis pies. Y yo miré tus pies y vi que tenías puestas unas botas como esas que usabas en la Politécnica y que estaban empapadas, sumergidas en un líquido viscoso y rojo que no podía haberme salido de los ojos como lágrimas porque de haber sido así me habría dado cuenta en seguida. Me tendiste la mano y era tu mano de antes del accidente, completa, con todos tus hermosos dedos, los mismos que se apretaban a mi talle cuando bailamos por primera vez en el Casino Militar ¿te acuerdas? Yo tomé tu mano y la besé dedo por dedo y tú permitías mis caricias en una entrega total. Uno de tus dedos estaba dentro de mi boca y mordí con fuerza, tragándolo. Inmediatamente hubo un cambio en mi interior. Me creció el vientre, mis pechos se volvieron como de piedra y supe que se acercaba el momento de dar a luz. Te quitaste las botas y las colocaste con cuidado entre las flores como si temieras que éstas las dañaran. Extendiste la mano frente a mí, con la palma hacia delante y los cuatro dedos se transformaron en garras y se clavaron con fuerza en mi vientre. No tuve miedo porque sabía que no serías capaz de hacerme daño, Efraín, pero sí me preocupé un poco por nuestro pequeño hijo que íbamos a tener. Dijiste entonces no llores más y me llamaste amor, cariño y todas esas cosas que se dicen los recién casados en sus arrumacos y yo te dije que no eran lágrimas sino sangre. En ese momento del sueño, me acuerdo muy bien, desperté. Estaba oscuro y extendí el brazo para encender la lámpara pero toqué únicamente el vacío. Te llamé una vez más ¡Efraín! y dijiste ¿es ya? y yo respondí creo que sí. Y prendiste la luz y me encontré de nuevo en el campo de siemprevivas y tú hacías algo entre mis piernas y me ocasionaba dolor y te pregunté ¿qué ocurre? y dijiste cavo una sepultura. Me sorprendí de mi sangre fría, del valor que nunca tuve y tenía en ese momento supremo en que me sabía la víctima propiciatoria, la doncella sacrificada, la primera y última mujer de la creación. Y seguías cavando como un topo y yo estaba pariendo como una perra, como una loba y me dijiste fue varón y yo dije le pondremos Leonel como tu hermano pero pareciste no escucharme bien y repetías ¡mano, mano! Como un loco. Y pregunté ¿qué te pasa? y respondiste por un momento creí que estaba muerto. Son las flores, te dije. Son las flores, dijiste y seguiste durmiendo y yo ya no pude pegar los ojos en toda la noche a causa del fuerte olor a flor de muerto que se hacía más insoportable.