(Texto en contraportada)
Manuel Corleto es dramaturgo, actor, director teatral, novelista, cuentista, guionista de televisión y dibujante de tiras cómicas. Nació en la ciudad de Escuintla, Guatemala, en 1944; ha residido por algún tiempo en Los Angeles, California, y en la ciudad de México, donde perfeccionó sus destrezas artísticas, pero es en Guatemala donde ha realizado su tarea creadora, participando de las limitaciones y los problemas enfrentados por el escritor en nuestro medio.
Como dramaturgo, Corleto se hizo acreedor al título de Maestre de Teatro, por haber ganado en tres ocasiones el primer premio en esa rama, en los Juegos Florales de Quetzaltenango. Sus obras de teatro son polémicas y atrevidas, tanto en sus temas como en los planteamientos escénicos. Ha escrito más de quince piezas, entre las que destacan El animal vertical, El tren, Dios es zurdo.
Es autor de la modalidad de Teatro Continuo, que está diseñado para presentarse en escenarios naturales, aprovechando el entorno y permitiendo que el espectador, en vez de permanecer sentado a la manera tradicional, circule entre las cinco o seis escenas que se repiten varias veces (ciclos continuos), en un recorrido prefijado. Y también de la polémica teoría del Noteatro, que enuncia que "el teatro, perfecto como obra literaria, muere en el escenario".
Como narrador, ha publicado las novelas Bajo la fuente, que le valió el Premio Froylán Turcios, 1985, otorgado en Honduras; Se acabó eltiempo, Premio Guatemalteco de Novela 1991; Malasuerte murió enPavón(1992); A fuerza de llorar tanto, Premio Guatemalteco de Novela 1993; Con cada gota de sangre de la herida, Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán, 1996, otorgado en Panamá.
Con el opúsculo que ahora entregamos, Corleto se nos revela como un digno rival de Augusto Monterroso, al construir relatos breves en donde el ingenio, la picardía y el fluido estilo hacen que la lectura no se detenga una vez iniciada.
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La polilla batía vigorosamente sus alitas.
Parecía querer llegar al cielo, hasta el mismísimo sol.
Pero sus fuerzas no le daban para tanto.
Entonces, una noche, descubrió la llama y vio que su luz la llenaba por completo.
Y se lanzó a volar en círculos para sentir de cerca su calor.
Lejos de la flama, en lo oscuro, nadie podía darse cuenta de su presencia.
Cerca, estaba seducida por el brillo que la dibujaba de cuerpo entero para que todos la vieran; fascinada por el calor que lamía sus alitas y le proporcionaba ese bienestar indescriptible.
Una noche, quiso volar más cerca para ver qué se sentía.
Ya algunos la habían puesto sobre aviso.
Le hablaron sobre los peligros del fuego.
Pero la polilla crecía en su audacia día a día.
Así que una noche se lanzó sin más sobre la flama.
Cuentan que desde entonces se la pasa entre los libros, semi ciega, perforándolos.
Tratando de leer sobre Dédalo, el fabricante de alas.
Sobre el vuelo de Ícaro.
Y otros mitos.
El toro y su fuerza
Es dueño de una constelación y de un signo zodiacal.
Cecil B. de Mille nos lo mostró en un a mano limpia en la arena romana enfrentado por un tal Ursus, si mal no recuerdo.
Y en la lidia todavía ensangrienta el coso en nuestros días.
Es el toro y su fuerza.
Han inventado que está enamorado de la Luna.
Y que gracias a sus atributos puede hacer que los muertos retornen de la tumba.
Literalmente.
Bueno, no, eso es en sentido figurado.
Porque igual maña se han dado los hombres a lo largo de la historia con otros muchos animales.
Con sus jugos, sus polvos, sus esencias.
En su búsqueda por la eterna juventud.
El inmortal vigor.
En aras del dulce himeneo y la bendita concupiscencia.
Para dizque recuperar lo que se va perdiendo con los años.
Lo que se gasta.
Lo que simplemente se va o se les quita, al ponerles el yugo en la testa.
Por muchas razones y pretextos.
Ignorando por completo el decir que dice:
Lo que Natura non da, Salamanca non lo presta.
El gato viejo y el ratón tierno
Relamíase el gato viejo los bigotes anticipando las delicias de la velada.
No es que fuera quisquilloso con la comida.
Nunca lo había sido.
Tampoco con la bebida.
Nada de eso.
Con los años sentía que se le iba agudizando el gusto.
¿Cómo decirlo?
De cachorro le hacía a lo que su gata le servía. Desde leche materna hasta pechuguitas de pollo, por ejemplo.
De joven gato, le metía el diente con gran energía y desenfado a lo que enfrente se le ponía, sin reparar en detalles culinarios.
Pero de viejo, ya sin muelas y con los colmillos flojos, no podía entrarle a una rata sazona con igual presteza.
Por esa razón, el gato viejo relamíase los bigotes anticipando el delicado platillo.
La alcahueta de su mujer, la gata vieja, le ofrecía ratón joven.
Carne tierna para sus ansias.
Suculento banquete de los Dioses.
La araña y su araño
La araña patuda teje con su tela un largo camisón de noche.
Se esmera en demasía porque esa tarde contraerá nupcias y quiere estar bella y sensual para su araño.
El araño que tiene un poco de poeta y de loco delira en sus ansias por poseer al oscuro objeto de su deseo.
Sueña con ser su dueño y señor.
(En las buenas y en las malas).
Sueña con ser el fundador de una familia.
(Crecer y multiplicarse).
Sueña con envejecer a su lado.
(Hasta que la muerte los separe).
Mientras tanto la araña teje y teje su camisón de tela para que luzca soberbio en la boda.
Para que ondee ingrávido en cada giro de la música.
Para que caiga grácil a los pies del tálamo llegada la hora de la cópula.
Para que a merced del encanto del momento pueda repetirse una vez más la añeja historia de la creación.
A la mañana siguiente (tal vez antes) la viuda negra teje con su tela un largo sudario.
Se esmera en demasía porque se acerca el invierno y no quiere exponerse a la hambruna.
Solícita envuelve al araño vuelta a vuelta.
En su vientre se gestan los hijillos.
No escaseará el alimento para ellas.
La cucaracha y el Tercer Milenio
La cucaracha sabía que el siglo XXI había llegado con la hora cero.
Por supuesto que no hay que ser cucaracha para eso.
Sin embargo a ella le ayudaba su memoria.
Una suerte de memoria genética y antediluviana que le hacía reconocer los peligros del mundo y que le había permitido, por ejemplo, primero, prepararse adecuadamente contra los efectos de los cada día más potentes y letales venenos.
Segundo, caminar con las antenas muy paradas por aquello de las trampas caza-bobos.
Tercero, no dejarse sorprender por el minino de la casa.
Y cuarto, no caer en la tentación de andar por la alacena y los alrededores de la cocina en los momentos en que todavía no era plenamente protegida por las sombras de la noche.
La cucaracha sabía que el siglo XXI le llegaba con la hora cero.
Y como era tradición entre las de su especie, degustó las doce uvas con cada campanada.
Un ruidoso eructo indicó que había tragado la última como si nada.
Feliz y confiada, se preparó a entrar con pie derecho.
Si había sido capaz de llegar hasta allí, ¿por qué no..?
En ese estado de júbilo andaba, cuando un fuerte pisotón la dejó estampada en el prometido génesis del nuevo milenio.
El pollo y el conejo
Contrariamente a lo que la tradición exige, el pollo y el conejo se lanzaron a la carrera.
No es que un pollo y un conejo no puedan medirse en semejante lid, pero es bien sabida aquella vieja historia de la tortuga y la liebre.
De que la tortuga gana por perseverancia.
De que la liebre pierde por exceso de confianza.
Tratando de ignorar el decir que dice que camarón que se duerme...
Pero eso es otra cosa.
O casi lo mismo.
Bueno, lo cierto es que ya en la línea de salida, el asunto olía muy mal.
El conejo llevaba sobre la espalda el estigma de la metida de pata de la liebre del cuento.
Y el pollo, experto en esperas, por eso que dicen que la distancia es el olvido, que veinte años no es nada -y otra serie de sandeces-, se colocó el carapacho de tortuga.
Y lo demás, ya lo sabemos.
Porque la imbecilidad, por desgracia, no prescribe.
La mosca y su gusto
Se sabe, por tradición y conocimiento, lo que le gusta a la mosca.
Yo también creí que era lo que ustedes pensaron.
Pero resulta que decimos que a la mosca el gusto le ha cambiado.
No es cosa de extrañar.
Le puede pasar a cualquiera.
Ocurre hasta en las mejores familias.
Si no, contradíganme ustedes.
Para que se oiga bonito, decimos que el gusto se refina.
Que cambia con las edades.
Que se va volviendo más exigente.
Que se va muriendo con los años y las ganas.
Eso y mil novecientos noventa y nueve cosas más.
Lo que nunca decimos, sin embargo, es que aunque se vista de seda, mona se queda.
Porque la mosca responde a su naturaleza.
Como todos.
Y porque cualquier intento que hagamos por excusar el gusto nos llevará a la raíz primaria del insecto que fue creado, como todos, para cumplir una misión sobre la tierra.
Aunque trate de ocultarlo bajo fragancias importadas, convengamos en que a la mosca no le cambió el gusto sino el gesto.
Y cada quien a lo suyo. Provecho.
El cerdo y el gusano
El cerdo y el gusano vivían juntos.
Parece imposible una unión de ese tipo, pero el cerdo había oído que los gusanos se vuelven mariposas.
Y el cerdo, que no es tonto, decidió cuidar al gusano en espera de ese feliz momento.
Para regalar a la vida un hermoso animal, según él.
Para que dejara de arrastrarse y pudiera emprender el vuelo.
Pero el tiempo pasaba y el gusano seguía siendo gusano.
El cerdo le rascaba la espaldita para ver si así estimulaba el crecimiento de las alas.
El cerdo le frotaba la cabecita para que le crecieran las antenas.
Pero el gusano seguía siendo gusano y el cerdo, cerdo.
Un día, el gusano se le quedó mirando fijamente y le dijo:
Eres un cerdo.
Y el cerdo, que entendía perfectamente que lo era, le respondió:
Tú no eres una mariposa.
El gusano, haciendo una pequeña pausa en su actividad, miró a otro gusano compañero, de los muchos que había a su alrededor, y le dijo con la boca llena:
Este ya me da náusea.
Y, en unión de sus compañeros gusanos, se fue a buscar otro cerdo que estuviera bien gordito.
Los zopilotes y su curul
Gracias al voto popular, llegan a su curul.
Después del hartazgo inaugural, lo primero que hacen es declarar al quetzal non grato.
Decretar que a partir de ese momento, ya oficialmente, el ave negra se convierte en nacional por excelencia.
Las cosas van a la medida de las expectativas.
Porque ¿qué, si no, se espera de una partida de rapiña en el hemiciclo?
Que levanten el ala a la hora de tomar decisiones.
Sí.
Que levanten el ala a la hora de tomar decisiones.
Sí.
Y que levanten el ala a la hora de tomar decisiones.
Nada más.
Nada menos.
Porque los zopes de la patria están puestos allí para eso.
Para sacar lustre a su pluma.
Para afilar el pico y meterlo donde corresponde.
Para usar la garra diestramente en el agarre.
Y, sobre todo, para que usted mamá, para que usted papá, sean dignamente representados a la hora de la hora.
Amén.
La abeja reina y el zángano
En todo panal hay una reina.
Y una partida de zánganos, que para qué les cuento.
Reina es aquella que manda en el dominio.
Zángano es el que vive en función de la que manda en los dominios.
Para estar claros, y lo estamos.
Bueno, en lo posible, dadas las circunstancias.
Si la reina quiere dormir, nadie hace ruido.
Si la reina quiere comer, todo el mundo se desvive en atenciones.
No es fácil el trabajo ni de la una ni el de los otros.
Entendámonos bien.
Parece que sí, pero que no.
Si la reina quiere languidecer, el zángano se encarga de que todo sea propicio.
La continuidad de la especie.
El milagro de la vida.
El acto en sí carece de significado, según parece.
La reina está urgida, eso es todo.
Y el zángano, deshojando una margarita, hace a la reina la eterna pregunta:
¿Me quieres o no me quieres?
Como si realmente importara.
El gavilán pollero
Se le distingue a lo lejos por sus amplias evoluciones en círculo.
Unas veces más alto.
Otras veces más bajo.
Es el gavilán pollero que -así su nombre lo indica- no engorda aunque se atore del suculento manjar del gallinero.
Con el ojo avizor como el de su cercana congénere el águila recorre la extensión en busca de su presa.
No existe la pasión.
No hay pecado.
No hay diversión.
Sólo instinto en ese eterno matar y ser matado.
Y aunque en este intercambio de adrenalina y proteínas el cazador sea eventualmente el cazado, es bueno saber que alguien vigila desde arriba.
A veces desde abajo.
Con el mandato de que no se rompa el equilibrio vital de las especies.
Porque por todos es bien sabido:
Que gallina que come huevo, aunque le salga el gavilán colorado.
El gavilán pío-pío-pío.
El gavilán tau-tau-tau.
La hormiga, el hormigo y el hormigón
Parece imposible que la hormiga, el hormigo y el hormigón puedan relacionarse en una fábula.
La una es un insecto himenóptero muy trabajador.
El otro provee la sonora madera para hacer la marimba.
Y el de más allá, (mezcla compuesta de piedras menudas y mortero de cal y arena), sirve para la construcción de edificios, puentes y carreteras.
¿Dónde está pues el quid del asunto?
A la hormiga le encanta recorrer, incansable, el largo tronco y las robustas ramas del Platymiscium dormophandrum en busca de hojas y granos para la despensa.
Pero ojalá todo se redujera a eso. Trabajar para alimentarse y vivir.
No. La hormiga tiene un vicio secreto.
Pasa las horas de labores escuchando los armoniosos sonidos de las ramas que se entrechocan a merced de los vientos.
O por el peso de un ave o de un pequeño mamífero provocando ondulaciones y temblores que se traducen en golpecitos rítmicos y pausados.
De eso trataba la armonía de los elementos en la naturaleza.
Hasta que un día el bosque de hormigos fue tumbado para dar lugar a una rápida autopista.
Desde entonces, la hormiga solamente escucha el rugido de la aceleración de los motores.
Y se hace cruces para no morir atropellada por un camión.
El grillo y el mar
Las olas mojan, con el ritmo imprimido por millones de ensayos sobre ella, la cálida arena.
Los agujeros de los cangrejos borbotean en la pulida superficie de la playa.
Y, a prudente distancia, el grillo rasca las cuerdas de su violín con los ojos idos en el horizonte.
Sea día o noche.
Invierno o verano.
Cuentan que el antepasado vino escondido en las bodegas de un bergantín o carabela.
Que saltó a la playa en los albores de la civilización.
Pero allí termina la cosa.
No hay crónica, bitácora o cómputo alguno.
Tal vez únicamente la memoria genética de la que hablan los conocedores.
La verdad es que la costumbre, tradición o mandato, debe pasar de padres a hijos, de abuelos a nietos.
Y cada cierto tiempo, no sé cuánto, un grillo desaparece así nomás, sin dejar rastro.
Los que siempre dicen que lo vieron todo, dicen que se trepó a una cáscara de coco.
Que se dejó llevar por la corriente hasta el lugar en donde todo empieza.
O donde debe estar el fin, tal es el caso.
La perra y sus peros
Pasaremos por alto los detalles del pedigrí porque esta es una perra como muchas de las que hay en el vecindario.
Mueve la cola si es de contento.
(O de los puros nervios).
Gruñe si algo le incomoda.
(O le place en demasía).
Hinca el diente si se trata de alguna pendencia.
(O necesidad alimenticia).
Da tantas vueltas como la que más para echarse a dormir la acostumbrada siesta.
Vida de peros, comentaría cualquiera, y con razón.
Un día, la perra se rebela y le dice a su perro:
Estoy cansada de tener la correa al cuello desde cachorra.
Me hartan las actividades culinarias perrunas.
Quiero divertirme y ver el mundo.
Y del dicho pasó al hecho.
Una perra liberada, ladraba con admiración uno.
Una perra callejera, babeaba otro.
Una perra sin prejuicios, celebraban a coro los vagos de la cuadra.
¿A qué tanto alboroto?, dice por entre los flojos colmillos uno viejo y sarnoso, lleno de cicatrices, sin un ojo.
¡Al fin perra!, escupe.
Y se va renqueando, muerto de la risa.
El quetzal y sus nombres
Uno de los moradores del bosque le llevó la primera noticia.
El quetzal no le quiso dar mayor importancia.
Y siguió como siempre la vida en la jungla.
Pero no había día de dios en que alguno no se le acercara para comentárselo.
Quetzalumán...
Relámpago verde...
Ave indiana...
Estallido de luz y clorofila...
Lo abrumaban los nombres y sobrenombres, los dimes y diretes, los cuentos y asegunes.
Estaba en entredicho.
En boca de muchos.
Manoseado por todos.
Era más de lo que su pecho escarlata podía soportar.
Así que envió delegaciones a los cuatro puntos cardinales.
Dentro y fuera de las fronteras patrias.
Embajadores de buena voluntad y mejores razones, uno a uno volvían con la misma historia:
...no se puede
...así está escrito
...en los papeles del pueblo
Dicen que, desde entonces, no se deja ver mucho porque teme ser confundido con el zopilote.
El colibrí y las flores
Volaba de flor en flor el pájaro mosca.
Ellas abrían sus cálices para que él introdujera su largo pico y bebiera las mieles.
Las flores y el picaflor se llevaban muy bien.
El las amaba a todas por igual.
Y ellas lo querían.
Parecía que nada en el mundo era capaz de romper esa armonía.
Hasta que un día empezaron los cuchicheos:
Margarita languidece...
Azucena sufre de mareos...
Violeta palidece...
Girasol pierde sus pétalos...
Rosa no quiere oler...
Tulipán desfallece...
Clavel se está secando...
Camelia no florece...
Orquídea se muere...
El buho, que no se perdía detalle, le hizo una seña al pavoreal para que se acercara.
Ni las flores más bellas y apetecibles -le dijo- pueden lograr que la naturaleza tuerza su rumbo. El picaflor seguirá bebiendo la miel de una y otra, pero es únicamente con la picaflora que va a tener su propia descendencia.
El pájaro y su reflejo
Aterrizaba el pájaro a la orilla del estanque, como solía hacerlo día a día a esas horas.
En un gesto mecánico, largamente ensayado, sacudía sus alas y estiraba el cuello para acercarse al agua.
Cualquiera diría que iba a saciar la sed.
Pero no era así, ciertamente.
Dedicaba algunos minutos a la contemplación de su imagen reflejada en la pulida superficie del agua.
Después, satisfecho, hundía su pico, bebiendo con un movimiento oscilatorio de adelante hacia atrás.
Y se divertía con la distorsión de su reflejo arrastrado por las ondas que se expandían.
Luego, complacido con la operación, emprendía nuevamente el vuelo.
Un día, divisó desde lo alto lo que parecía ser un pequeño charco.
Aterrizó a su vera.
Repitió la rutina.
Y al llegar al momento de beber, su pico chocó fuertemente contra una dura superficie, lastimándose de mala manera.
En su desventura, nunca supo sobre los siete años de mala suerte para la bella que rompió el espejo.
Pero sí sobre ese deforme pico que ahora odiaba contemplar en el reflejo del agua.
La mariposa nocturna
Sus colores eran opacos y las manchas en sus alas semejaban grandes ojos y huesos cruzados.
¿Por qué me esquivan?, preguntaba a su madre.
Son supersticiosos le decía ella, una polilla peluda y regordeta, creen que traes presagios de dolor y muerte.
No eran pocas las veces que se había tenido que avispar para esquivar los golpes y hacer de tripas corazón por los insultos.
¿Por qué quieren matarme?
Está en su condición. Luchan contra sus propios demonios.
No te entiendo, madre.
Todo, en la naturaleza, corresponde a los opuestos. Día y noche, blanco y negro, grande y pequeño, bueno y malo.
Los primeros rayos del sol amenazaban con penetrar las sombras circundantes.
Oscuridad y luz continuó la madre. Vida y muerte.
¿Quieres decir que nos tocó en suerte estar en el lado equivocado?
No lo sé concluyó ella, señalando en dirección a una bella mariposa Monarca, prendida con un alfiler en el cuadro.
La rata y el queso
Hacía rato ya que la rata estaba entretenida con el pedazo de queso.
Cualquiera podría pensar que había hecho los redondos agujeros a propósito.
Eso la tenía sin cuidado.
Porque los quesos suizos son así.
Perforados.
No se sabe si con el objeto de proporcionarles ventilación.
O si por aquello de escamotear el peso a la hora de la venta y poder de esa manera ganar más pesos los comerciantes.
Pero eso nos tiene igualmente sin cuidado a usted y a mí.
No digamos a la rata que ya terminaba de comer el trozo de queso.
Satisfecha, se dirigió a su madriguera.
Las hijas, como siempre, la esperaban casi muertas del hambre:
¿Qué nos trajiste, mamá? -preguntaron a coro.
Los agujeros, mis niñas, los agujeros les respondió la vieja rata relamiéndose del gusto los bigotes.
El andasolo que mal acompañado
Le gustaba vagar sin rumbo, hacer mucho ruido, asustar a las aves, robar la comida de otros, dormir la mayor parte del tiempo.
Las quejas crecían de volúmen, de tono.
Pero al andasolo le entraba por un oído y le salía por el otro.
Y armaba camorra a la menor provocación.
No había autoridad moral, civil o religiosa que pudiera ponerlo en cintura.
Desafiaba a los más fuertes y desoía a los más sabios.
Era carne de cañón y de presidio.
Pero se sentía feliz a su manera.
Un día, sábado, para ser más exactos (dicen que a todo pizote le llega tarde o temprano), la vio entre la espesura del bosque.
Por un momento pensó que le había caído un rayo.
O que estaba en el medio de un terremoto, tal era la conmoción que lo envolvía.
Para no hacer larga la historia, diré que se casaron.
Que fueron felices por un tiempo y que tuvieron descendencia.
Pero para el andasolo no era sino una jaula con barrotes de oro.
Donde lo tenía todo, se supone.
Menos la ansiada libertad perdida.
El gayde los animales
Se enviaron bandos a los cuatro puntos cardinales.
En cada esquina del dominio, el gritón real se encargó de leerlo a pulmón tendido.
De boca en boca fue extendiéndose la nueva, hasta llegar a oídos del enorme y varonil felino melenudo, de afiladas garras y agudos colmillos.
¡Ya me tienen cansado con tanto requisito para poder optar a la ansiada corona! Moveré mis influencias en el Senado y en el Congreso, y ya veremos si como roncan duermen exclamó, acompañándose de un rugido aterrador.
Se llegó el anunciado día de la elección. Todo estaba listo y previsto para que el enorme y varonil felino melenudo de afiladas garras y agudos colmillos fuera confirmado en su puesto, como siempre ocurría desde que el mundo es mundo.
Pero he aquí la inesperada sorpresa: Coronaron a la frágil y femenina gacela.
El enorme y varonil felino melenudo, de afiladas garras y agudos colmillos estaba indignado. Aullaba y rugía como loco.
Cuando se le acercó el secretario búho y le dijo:
Calma tus ansias, mi querido león. Sigues siendo el indiscutible rey de la selva.
Y se marchó, soltando algunas plumas, a la fiesta en honor a la gacela, gay de los animales.