Mis Raíces
Contenido:
Vida y teatro en Guatemala: Conversación con Manuel Corleto
por Edward Waters Hood
Manuel Corleto y su aporte personal en el Teatro Guatemalteco Contemporáneo
Corleto entrevista a Otel Roc (Premio de Novela Rogelio Sinán )

© 1996: Manuel Corleto

Ninguna parte de esta publicación
puede ser reproducida, almacenada o
transmitida en manera alguna ni por ningún medio,
ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación
o de fotocopia, sin permiso por escrito del autor.                                   

mcorleto@hotmail.com
starsfactory@msn.com

    
De pie (iz. - der.):
Martín, Hedthel, Manuel, Javier, Jorge.
Sentados: Gabriela, Manuel, Manuela.


Vida y teatro en Guatemala:
Conversación con Manuel Corleto
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Manuel Corleto, recipiente del Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán para1996, tiene una larga trayectoria literaria en Guatemala. Varias de sus obras teatrales se han editado en colecciones—El canto de Gregorio, Algo más de treinta años después, El animal vertical, Los Dogo$, (Guatemala: Volumen 1, Dirección General de Cultura y Bellas Artes); ¿Quién va a morderse los codos?, Lluvia de vincapervincas, Vade retro, El día que a mí me maten (Guatemala: Volumen 2, Dirección General de Cultura y Bellas Artes, 1979); El tren, Opus uno, Opus dos, Dios es zurdo, Ellos y Judas (Guatemala: Volumen 3, Dirección General de Cultura y Bellas Artes, 1994); La Profecía, Edición del Autor, 1989)—y tiene cinco novelas publicadas—Bajo la fuente (Guatemala: Ministerio de Cultura y Deportes, 1a. edición1987 y 2a. edición 1994); Se acabó el tiempo (Guatemala: Artemis Edinter, 1992); Malasuerte murió en Pavón (Guatemala Artemis Edinter, 1992); A fuerza de llorar tanto (Guatemala: Oscar de León Palacios, 1994); y Con cada gota de sangre de la herida (Panamá: Universidad Tecnológica). Esta entrevista, por Edward Waters Hood, se realizó en la Ciudad de Panamá en marzo de 1998 durante el VI Congreso Internacional de Literatura Centroamericana.
Manuel, ¿podrías hablar un poco de tu lugar de origen y las experiencias de tu juventud?
    Soy de la costa sur de Guatemala, en el departamento de Escuintla. Ese lugar está muy cerca del mar y es una región muy cálida. Nací en ese lugar porque mi papá trabajaba para una compañía que encontraba agua y abría pozos. Pasé los primeros siete años de mi vida en lugares completamente áridos y sin agua, porque el trabajo de él era precisamente encontrarla. Eso de alguna manera siempre ha marcado mi vida en el sentido de que la primera memoria que tengo es del mar, de la playa, del sol, del calor, del trópico, en fin. Y eso me ha hecho inclinarme hacia los países costeños, los lugares que tienen playas.  A los siete años mi familia llegó finalmente a la ciudad (de Guatemala) y entonces desde ese tiempo yo he sido una persona citadina.
    Estudié en un colegio que estaba en la vecindad de mi casa, un colegio suizo, con unos maestras muy estrictas, marciales ellas, que acostumbraban dar castigos muy severos, desde el tirón de orejas y de pelo al golpe con la regla; fue bastante difícil. Después, por razones económicas de mi familia, ya no pude estar en un colegio privado y pasé a establecimientos públicos. Pero en aquel tiempo todavía había cierto standard, cierto nivel en la educación pública; era bastante buena. No había mucha proliferación de colegios tampoco; eran para la gente de un nivel económico elevado, no existía el tipo de colegio para la gente de la clase media. Entonces, nosotros, la clase media, íbamos a las escuelas públicas y después al instituto.
    Me incliné desde muy joven por las artes plásticas y por la literatura; son dos cosas que siempre estuve desarrollando. La Academia de la Universidad Popular ocupaba el segundo y tercer nivel del edificio. En la planta baja estaba el auditorio, el teatro. Y un día—yo tendría catorce años—escuché sonidos extraños, bajé la escalera de caracol, llegué y abrí las cortinas y descubrí que había un teatro en ese lugar. Ya tenía rato estudiando allí, pero iba directamente a lo mío y no me entretenía. Me quedé esa noche, recuerdo, clavado, trabado en las cortinas, viendo lo que estaban haciendo. Y lo que estaban haciendo era la obra de un autor suramericano; no lo puedo olvidar porque estaban vestidos de gauchos, hablando con el acento argentino; era un drama muy bonito, alusivo a la madre. Los dos hermanos, uno de ellos hijo bastardo, la chica de la que ambos se enamoran, etc., una obra de un corte muy naturalista.
    Estaba yo tan etusiasmado. que quise saber qué era eso; pero yo era totalmente tímido, no sé si por haber vivido tanto tiempo en la provincia, por haber estado tanto tiempo solo, por la aridez de esos lugares. En fin. Le dije a un amigo que me fuera a inscribir a la Academia y así fue la cosa. Te cuento todo esto porque el momento en que yo me inscribí en la Academia de Teatro se murió el hombre de las artes plásticas. Tiré la bufanda y la pipa, y me convertí en un estudiante de teatro.
    Cuando a los siete años llegué a Guatemala con mi madre (que se había separado de mi papá en ese momento), fuimos a dar a la casa de una tía abuela; una casona  con una fuente en el primer patio, un pasillo para los caballos que llegaba desde la calle hasta el segundo patio donde había una higuera, un árbol extrañísimo. Y no cualquiera, que yo sepa, tiene una higuera, y un altillo completamente derruido, lleno de palomas.
    También había una biblioteca increíble. Mi abuela era lectora y mi familia había sido muy inclinada a los libros. Cuando ya era capaz de leer, me topé con ese mundo maravilloso de los libros. En ese época uno no aprendía a leer antes de los siete años, y ante cualquier intento decían que no, que eso no le correspondía a uno, que era de los siete en adelante, no sé por qué. Lo interesante es que pasé esos años de mi formación adolescente metido en esa biblioteca donde estaban los clásicos, enciclopedias, la Biblia iluminada a mano—unas cosas maravillosas—y los escritores latinoamericanos más importantes del inicio de este siglo. Ahí tuve el primer contacto con ese tipo de literatura.
    Te cuento todo esto porque fue en esa época que escribí mi primer intento de  novela policiaca. Cuando ya estaba en el teatro, trabajaba como actor, hacía mis prácticas como director, y ya empezaba a escribir drama entre los catorce y diecisiete años. No era una escuela formal de arte, pero había cursos, talleres y mucha actividad práctica. Uno llegaba y ya estaba trabajando en una obra, y estaba metido en lo que era un problema escenográfico. Y hacíamos frecuentemente giras en el interior de la república con obras de todo tipo. Mientras tanto ya había abandonado los estudios formales y estaba dedicado totalmente al arte escénico.

Hay muchos novelistas centroamericanos que empiezan la carrera literaria escribiendo poesía.
    Ese no fue mi caso. Escribí poesía a las enamoradas, al amor. Creo que es un proceso normal darle a una muchacha un poema; eso es muy bonito, da mucho ambiente y muchos resultados. Como en El cartero, donde un hombre toma los poemas de Neruda y logra su conquista amorosa. Y cuando le cuestiona Neruda, él le dice que la poesía es para eso, que la necesita, que es suya porque es el vehículo para la conquista de la mujer. Pero no empecé a cultivar el género de la poesía sino que entré directamente a escribir teatro. Y más extraño aún, después de veinte años de escribirlo exclusivamente, no pensaba en otra cosa. Para mí era pecado mortal pensar en ser novelista, por ejemplo. Y me ocurría una cosa extraña, porque la palabra escritor no me cautivaba. Yo era dramaturgo. Eso me daba lo que deseaba tener, a tan grado que no quería ser confundido con un escritor; quería ser identificado totalmente con un hombre de la escena que escribía drama y hacía teatro.
    Todo era simultáneo. Creo que fue muy importante en mi formación como dramaturgo conocer el teatro por dentro, y también de haber tenido un aprendizaje en las artes plásticas. Eso me permitió meterme en campos técnicos del teatro en lo relativo a diseño de escenografías, realización de escenografía, de vestuario, de maquillaje. Hice todo al mismo tiempo.
En Guatemala, ¿quiénes era tus amigos que escribían y hacían teatro?
    Era una hermandad muy fuerte, y a mí me ocurrió algo particularmente extraño: yo estaba viendo que se hablaba de las generaciones tal, los grupos tal, y ocurrió que yo estaba solo por mi edad. Estaban los viejos que eran los maestros, los grandes, y venían atrás los jóvenes. Pero no tuve gente de mi generación, por decirlo de alguna manera, y eso me inclinó hacia los maestros los cuales se abrieron totalmente conmigo: Manuel José Arce, Carlos Menkos-Deká, Hugo Carrillo, el hermano Raúl Carrillo que es un buen cuentista y novelista que había sido traducido al alemán en esa época.
    Mi familia, no estaba bien económicamente. Había perdido algunas propiedades, producto de la guerra. Y uno de mis tíos abuelos había estado metido en política; y estar metido en política en esa época significaba que andaba mal con el gobierno de turno, que era o el de Estrada Cabrera o el de Ubico, no me acuerdo, y que le iba a ir mal porque iba a perder muchas cosas o ir a la cárcel o al exilio. Entonces mi familia vivía modestamente, pero recibía algunos beneficios de propiedades que tenía en Honduras y El Salvador. Mi familia básicamente se instaló en El Salvador y Honduras originalmente, y de ahí se movió una parte a Guatemala y otra parte permanece en El Salvador. Tengo la doble nacionalidad Honduras/Guatemala, porque mis padres son hondureños de nacimiento, en San Pedro Sula en la costa Atlántica y en Ocotopeque, un pueblo en la línea divisoria entre Honduras, El Salvador y Guatemala. Algo también que me marcó a mí fue el hecho que mi tía abuela —virgen y mártir— tuvo un novio que amó mucho y que fue uno de los cadetes en el atentado con la bomba contra Estrada Cabrera y fue uno de los cadetes fusilados. Y mi tía abuela conservaba la foto de su amado en su ropero y nunca se casó.
    A esta casa, curiosamente, llegaban las personalidades de las letras de la época. Claro, antes de que yo naciera y cuando era pequeño, llegaban Miguel Angel Asturias y Mario Monteforte Toledo, que estuvo enamorado de una tía mía. Bueno, a esa casa llegaba la gente a hacer la tertulia del café, a platicar, y mi tía abuela era muy conocida en ese círculo y ahí tuve contacto con varios escritores nacionales. A Mario Monteforte lo reencontré después, cuando volvió del exilio en el ochenta y ocho y logramos una buena amistad a través del teatro y otras actividades literarias. Ya platicando con Mario después me dijo que sí la conoció a mi tía. Hablé con mi tía Julia y le dije que Mario Monteforte estaba de regreso y se puso un poco nerviosa. Les concerté una cita para que se vieran después de esa cantidad de años, pero finalmente no pudo llevarse a cabo por diferentes razones.
    Gané varios premios de dramaturgia; cada año ganaba algo y se convirtió en una tradición para mí participar y ganar en los prestigiosos Juegos Florales de Quetzaltenango. Y ahí me topaba con los grandes como Roberto Sosa y Manlio Argueta, Manuel José Arce, toda esa gente conocida. Estoy hablando de finales de los sesentas y principio de los setentas, cuando todos coincidimos en Xela muchas veces para las fiestas de septiembre con motivo de nuestros premios. Hicimos—a pesar de que todos ellos eran mayores que yo—una buena relación y eso fue para mí muy significativo.
    Cuando yo publiqué mi primera novela, el prologuista, que fue Francisco Morales Santos, comentaba particularmente el hecho que un dramaturgo estaba incursionando en la narrativa y agregaba, además, que con buen pie. Obviamente, ese entrenamiento que yo había tenido, ese acercamiento al teatro, le daba un sello característico a mi obra, particularmente en el manejo de los diálogos. Es el Waterloo de muchos, verdad, es el punto difícil de mucha gente que quiere escribir. No estoy hablando de los que escriben y que lo hacen con propiedad. Pero cuando uno empieza a escribir narrativa, dice: ¿cómo pongo a conversar a mis personajes de una forma creíble y natural? Eso es muy difícil, pero estoy seguro que en mi caso el teatro fue muy significativo.
    Tengo una vida en la literatura bastante larga—tengo cincuenta y cuatro años en este momento y empecé a escribir teatro a principios de los sesenta—y me siento apenado, me siento incómodo. Conozco las causas, conozco que se forman las camarillas, las capillas de gente, pero van seis congresos de literatura (Congreso Internacional de Literatura Centroamericana), y de no ser por la feliz coincidencia del premio Rogelio Sinán, yo hubiera pasado inadvertido también en el sexto congreso. ¿Te imaginas? Algunos, coincidentemente y extra congreso, se dan cuenta que soy un autor guatemalteco que ha hecho un trabajo serio, por decirlo de alguna manera, que ha hecho teatro e incursionado en la novela. Bueno. Esto a mí me abrió otra dimensión. La gente puso sus ojos en mí, y bien o mal, ahí está mi obra. Estoy totalmente consciente que alguién se va a interesar en cualquier momento, que va a querer refirirse a mi obra anterior, que va a querer ver qué pasa con el teatro, y eventualmente podrían interesarse en hacer una traducción, y quizás en el próximo congreso habrá una ponencia sobre mi obra.
    Estoy muy contento de haber ganado el premio Rogelio Sinán, especialmente porque son tres mujeres (Alina Camacho-Gingerich, Alondra Badano e Itzel Velásquez) las que han escogido este libro y son mujeres de calidad, super inteligentes, muy profesionales, sumamente preparadas y cada una en su campo, incapaz de hacer concesiones. Eso me llena de mucho orgullo.
¿Puedes hablar de algunas de tus obras teatrales?
    Sí, voy a empezar con El animal vertical. Es una obra que fue estrenada durante un festival de teatro guatemalteco y con el gané el premio de la dirección, y de montaje de la obra en el festival. Fue remontada, con muy poco éxito en 1996, en el teatro la Cúpula. Quizás es una obra que marca mi inicio formal dentro de la dramaturgia; eso fue en el setenta y tres que la estrené. En 1974 estrené en uno de los festivales de Antigua Guatemala una obra que se llama Algo más de treinta años después. Con ella gané también un premio de montaje. Es teatro del absurdo básicamente, y mucho del absurdo hay en mi novelística también. Si voy a mencionar otra, hay una pequeña pieza. Yo me hice una pregunta una vez. La gente quiere tener el equivalente de lo que paga. Si yo pago mi boleto, tengo dos horas de teatro. Y ese es mi derecho. Y cuidado si alguien toca ese derecho. Decidí hacer un experimento que no llevé finalmente a la práctica porque ningún teatro se animó. Quise darle al público siete minutos de buen drama (y luego, terminada la presentación, los actores se iban a sus casas y el público, sin saber lo que estaba pasando, seguramente empezaba a protestar y finalmente terminaba rompiendo el teatro). Pero bueno, esto para demostrar que no es el tamaño de lo que estamos hablando; el público no está pagando por dos horas, está pagando por ver una obra, y esa es una obra de teatro. Después se convirtió en una pieza mayor y llegó a una de duración "normal" que se llama Lluvia de vincapervincas. Tengo otra que se llama El día que a mí me maten. Esta es la letra de un corrido mexicano que dice: “El día que a mí me maten que sea de cinco balazos y estar cerquita de ti para morir en tus brazos”. Y agrega, que afortunadamente de los cinco balazos sólo uno era de muerte. La temática del grueso de mi obra es política social; es una crítica al sistema, muy fuerte además, desarrollada en los años de la peor represión en mi país. Lo que a mí me salvó—y no a algunos compañeros que murieron, que fueron desaparecidos como Otto René Castillo, por ejemplo—, es que yo jamás milité políticamente. Me cuidé en ese sentido. Viviendo en México, trabajando en México, entre el setenta y el setenta y tres, llegaron comisiones de la guerrilla a hablar conmigo—compañeros, a pedirme que me incorparara al movimiento. Entre ellos, un querido amigo mío que había sido campeón de motociclismo. Me pusieron entre la espada y la pared un día en que me fueron a visitar en mi apartamento en México, y me cuestionaron el hecho que yo bla-bla-bla hablaba muy bonito y ¿qué?, ¿cuál era mi responsibilidad frente al movimiento, cual es mi aporte a la lucha revolucionaria? Y yo que tenía una idea clara en relación a eso, les respondí que admiraba su decisión, su lucha; y que creía que a través de mi dramaturgia, de mi trabajo, de mi crítica  iba a poner mi granito de arena (con las limitaciones lógicas en un teatro de trescientos expectadores con una temporada de treinta días y se acabó la obra).
    Esa fue mi forma de zafarme olímpicamente y ellos quedaron muy disgustados conmigo. Tiempo después llegó un hombre negro de Africa, Ives Florima de nombre, al Teatro Universitario de Guatemala. Y Carlos Menkos-Deká, que era el director y un hombre muy generoso, le dio posada en el edificio. Y se podía ver a este hombre durmiendo literalmente colgado en los telares del teatro, en la parte superior del escenario, a quince metros de altura. El hombre se abrazaba a las vigas y ahí se dormía; y yo me decía que en cualquier momento se iba a caer. Te cuento esto porque hice una buena amistad con él, nos llevamos bien porque era un hombre de teatro. Y de repente se desapareció, se fue de Guatemala. Me enteré que un músico de la sinfónica, que era militante de la guerrilla, estaba preso. Otro músico amigo lo fue a visitar y el preso le contó que mi cabeza estaba ya con precio porque se decía que tenía algo que ver con la CIA. Aparentemente este hombre, Florima, era un agente de la Central de Inteligencia. Yo, por otras razones y sin saber nada, me fui a vivir a México. Y se dijo que si yo no me hubiera ido, la guerrilla me hubiera ajusticiado. Es todo lo que sé. Eso fue del lado de la izquierda. Y del lado del ejército, un día uno de mis alumnos de karate se acercó y me dijo, para ponerme sobre aviso, que había problemas conmigo en la comandancia del ejército, que mi expediente era muy grande, y que sólo estaban esperando encontrar algo por ahí que les confirmara que yo tenía alguna relación directa con el movimiento para volarme la cabeza.
    Tiempo después, lo pude comprobar con la publicación de mi primera novela, Bajo la fuente. Fue a inicios del gobierno de la Democracia Cristiana. Bueno, como yo había sido Premio Froylán Turcios, Bellas Artes se interesó en la publicación. Hicimos los arreglos y se editó la novela. En ese momento llegó una orden del Estado Mayor Presidencial diciendo que ese libro no debía entregarse a ese autor. Preguntando las causas, respondieron que porque se trataba de un libro obsceno, con muy malas palabras, four-letter words, y que cómo iba a publicar el estado una obra así. Ellos no mencionaron en ningún momento el asunto político, se escudaron en el asunto de la moral. Mario Monteforte se enteró y llegó a la presidencia de la república y dijo: si ustedes no entregan ese libro, yo me subo en un avión y me regreso a México al exilio, porque yo volví creyendo que aquí había una apertura, y no voy a permitir ningún tipo de censura. El gobierno, que había tomado a Mario Monteforte como bandera política. Le ofrecieron ministerios, y Mario les dijo que no estaba interesado. Admirable. En otra ocasión le dieron patrocinio económico para montar una obra y devolvió el dinero que le sobraba. ¿Quién hace eso? Mario Monteforte Toledo. Le dieron cien mil quetzales, y devolvió al estado veinticinco mil que le sobraron porque no los gastó. ¿Quién hace eso? Nadie. Lo trataron de seducir, que le iban a dar el ministerio de Educación y Mario dijo que no, el de Cultura, y respondió que no, porque no estaba totalmente de acuerdo con su política. ¿Quién hace eso? Esto te demuestra el valor que tiene este hombre ideológicamente, por decirlo de alguna manera, y que no hace concesiones. Cuando Mario les dio el ultimátum, el libro ya estaba impreso, había una fecha para entregarlo. Tuvieron que ceder. Y el mismo Monteforte hizo la presentación. Lo penoso del caso fue que solamente un funcionario medio del gobierno se hizo presente en el acto de entrega. Nada más. No hubo reseña en los periódicos. La edición fue de mil ejemplares y me dieron la mitad. Mis ejemplares circularon; los del ministerio desaparecieron. Posiblemente la humedad y la polilla se hicieron cargo de ellos al final. El gobierno aceptó el ultimátum de Mario, pero se vengaron a su manera. Fue un tipo de sucia negociación, seguramente.
    Sí tuve problemas por la temática de mis obras y fui uno de los pocos escritores que no salió huyendo del país, que siguió trabajando durante los años más álgidos de la represión sin hacer concesiones y conociendo el riesgo. Pero como te repito, mi lógica de supervivencia la basé en el hecho de que yo no estuve militando, a mí no me podían pisar la cola. Soy un escritor, estoy trabajando, tengo mi ideología,  soy un rebelde, pero no me pueden acusar de subversivo.

Para ti, ¿existe una literatura no política, no social?
    No hay líneas divisorias; todo se conecta. Pero estamos hablando del precio de la cabeza de uno en estos países, algo muy evidente si contamos los desaparecidos. No creo que hay una división. En todo caso, es la medida en que uno puede hacer concesiones, pienso yo. Alguién se me acercó una vez y me dijo: ¿quieres seguir vivo en este país? Usa la autocensura. Usa tu criterio para no tocar a esta gente y lo vas a pasar bien. A mí eso me pareció terrible. Creo que no hay una línea, que todo se conecta. La gente en el poder le tiene terror a la palabra. Mario Monteforte dijo, por ejemplo, en un análisis que hizo de mi teatro y de mis primeras novelas, que en mí no había rabia, que lo que yo escribía era como puro; pero que en mí la palabra era más aguda y más destructora que una bala.
    Si una persona adquiere conocimientos sobre ciertos temas, junto al conocimiento tiene la capacidad de cuestionar. Conociendo ya, por ejemplo, tus derechos y tus obligaciones, puedes hacer un esquema y cuestionar el sistema. De esa cuenta, las dictaduras tradicionalmente han tratado de mantener a la gente en un estado de ignorancia, porque de esa forma el control es mayor. ¿Y quién ha colaborado con eso fuertemente? La religión, la parte dogmática. Es pecado esto, no se hace lo otro, el poder de Dios, etcétera, que te ha llevado a decir amén y aceptarlo como algo que es y que no es cuestionable. La educación para ellos en nuestros países significa oposición. Y eso no les gusta. Si conozco la ley, si conozco mis derechos, yo puedo cuestionarte.
Las letras no se comen, ¿verdad?
    Se toman sólamente en forma de sopa. Para la gran mayoría de escritores, la literatura es un trabajo que se realiza en horas robadas al trabajo y al descanso. Sí se comen las letras, pero pocos pueden vivir de ellas.
    Cuando yo me encontré al teatro, o el teatro se encontró conmigo, y se dio este amor a primera vista, como te cuento, acababa de salir de la Escuela de Artes Plásticas. Y la única forma posible para mí de hacer una carrera, de ganar dinero, era en una agencia de publicidad. Entonces estudié sobre mercadeo, sobre promoción, sobre producción comercial. Y caí en el lugar donde tenía que caer que era el departamento de arte de una agencia de publicidad. Estuve trabajando muchos años en el medio, escalando posiciones y jugando diferentes bases; entonces pasé a director artístico del departamento de arte y después a director creativo de la agencia de publicidad. Después el dueño de una agencia me dijo que yo podía ser un buen ejecutivo de cuenta y fui un ejecutivo de cuenta. Inmediatamente antes de irme a México, en los setenta, este hombre, dueño de la agencia de publicidad me hizo una propuesta: “Estoy por comprar una agencia que quebró. Quiero que tú la manejes, y vamos como socios”. Yo en ese momento era subgerente en su agencia. Por un lado tenía la seguridad de un trabajo  y esa propuesta que era muy importante, especialmente para alguien con veinte y pico de años. Por el otro lado, quería ir a vivir, a experimentar el teatro y la televisión. Por supuesto que rechacé la oferta de mi jefe.
    Cuando regresé de México también trabajé un poquito en publicidad. Hasta que me hartaron los contenidos. Fue un choque fuerte: me mandaron a Costa Rica para hacer un estudio sobre wax, cera líquida, antideslizante. Nosotros, los de la agencia, estábamos de un lado del vidrio que es espejo al otro lado, en una cabina, donde no nos podían ver ni escuchar las personas que estaban siendo entrevistadas. Se preguntaba a las amas de casa, gentes que han usado el producto, si la cera era antideslizante. Bajo ciertas condiciones,  sí, era menos deslizante que otras. Pero llegamos a la conclusión de que era relativamente peligrosa en los pisos. Y vine yo y les dije a los ejecutivos de la cera que esa cera no era antideslizante (y nosotros basábamos nuestra campaña en el hecho de que nadie se iba a quebrar el cuello o una pierna). En fin, me miraron como a un animal extraño, me ignoran totalmente y sacaron la campaña como si nada. Yo renuncié, no sólo de la agencia sino de la publicidad.
    Claro, eso fue como el vaso que se rebalsó de agua. Ya había una serie de cosas, como la fuerte connotación sexual en la publicidad. Toda esta serie de cosas me habían hartado de tal manera que me salí. Y punto. En mi primera época sobreviví gracias a mi trabajo en el departamento de arte, como ejecutivo y luego como subgerente de una agencia. Y cuando volví a Guatemala decidí a que no iba a trabajar más en publicidad, tuve la fortuna de ser contratado por una editorial muy importante, especializada en material didáctico, en material escolar. Esta empresa hizo una fortuna millonaria con hojitas que costaban un centavo a los estudiantes, con mapas geográficos, dibujos del aparato digestivo, de los inventos más grandes de la humanidad, etcétera. Y los maestros pedían al niño que investigara sobre el aparato reproductor masculino, por ejemplo, y ahí estaba la hojita de un centavo. Crearon un imperio sobre esa base. Y fue la invención de este hombre.
    Cuando yo llegué, la editorial ya tenía más de veinte años de existencia y se había diversificado: ya había producción literaria, producción de libros que no eran didácticos. Yo llegué en un momento justo en que la empresa estaba sufriendo una transformación. Pasaba de ser un pequeño negocio familiar muy próspero a competir en un fuerte mercado, porque ya había otras editoriales y empezaban a llegar materiales de Venezuela, de España, de Costa Rica y de México. Entonces me tocó a mí organizar un departamento de producción editorial. En la parte gráfica. Después ya me fui metiendo en la cuestión puramente editorial, en la creación de proyectos editoriales y la implimentación de ciertas cosas. Y eso es lo que a mí me ha permitido sobrevivir en mi país. No ha sido el teatro, no ha sido la literatura, por supuesto, sino que ha sido de la producción de libros.
    Por otro lado, el karate fue introducido en Guatemala en 1952, por un hombre que había escuchado sobre ju-jitsu después de la segunda guerra mundial, cuando se empezaba a conocer sobre las artes marciales. Hubo un boom, un gran interés, muchos maestros llegaron de los Estados Unidos, otros de México. Un día ese hombre se encontró con un libro y empezó a practicar por su cuenta. Abrió un pequeño gimnasio y de pronto conoció a un japonés que era técnico en electrónica o algo así. Se hicieron amigos. El japonés resultó ser un maestro de karate que lo conectó con una escuela en México, con Estados Unidos, con Japón, Y ese hombre resultó ser el introductor del karate en Centro América y el Caribe. En el año 1967 empecé a recibir clases. Andaba buscando un deporte de contacto. Primero el box, y mi nariz sangraba todo el tiempo; y dije no, mi nariz no es para el box. Después, la lucha, pero yo no tenía la consistencia física suficiente para la lucha: el peso, el cuerpo. El judo me parecío que era interesante, pero también era mucho el contacto físico, mucha fuerza. Y me encontré finalmente con el karate y eso me quedó bien: hay cierta distancia con el oponente, no es necesario mucho peso ni una gran constitución física, etcétera. Y empecé con el karate poco tiempo después que con el teatro. Y lo tomé en serio como una disciplina, como una filosofía, y lo he practicado casi toda la vida. No sé si eso me ha ayudado para la literatura o al revés, pero ha sido una experiencia muy valiosa para mí el arte marcial; y sí creo que de alguna manera ha influído. En los últimos diez años he sido instructor. Tengo una licencia de la federación japonesa, y el grado de sensei, que significa maestro. El karate lo sigo haciendo, pero no como un negocio. Tengo un gimnasio muy modesto; trabajo con jóvenes, mujeres y niños, a precios realmente accesibles.
    

¿Puedes hablar un poco de tu novela premiada, Con cada gota de sangre de la herida?
    Escribí una primera novela a principios de los ochenta. Una novela de unas trescientas páginas, y como había trabajado con editoriales la llevé hasta artes finales y montaje total para la edición. El libro estaba formateado, pero yo tenía mis dudas. En ese momento, con el libro terminado en las manos, decidí desecharlo. Jamás lo publiqué y jamás voy a hacerlo. Decisión que celebró mucho Mario Monteforte, diciendo que pocos escritores tienen el buen tino o la suerte de no publicar su primera novela, porque normalmente una primera novela está saturada de imperfecciones, porque es un experimento que nos lleva a terrenos desconocidos. Por eso el resultado final no es del todo halagüeño. El lo celebró, y con él yo sigo celebrando el hecho que no publiqué esa primera novela que era una especie de refrito de toda mi dramaturgia. Había tomado muchos elementos de ella y les di la forma de novela. Pero, la dejé.
    Entonces escribí Bajo la fuente, que considero mi primera novela. Ganó el premio Froylán Turcios en Honduras en el 85, y luego me gusto. Seguí trabajando el género de la novela. Gané dos veces consecutivas el premio guatemalteco de la novela, con Se acabó el tiempo en 1991, y en 1993 lo gané con A fuerza de llorar tanto. En el interín, se acercó a mí una persona que quería que yo escribiera su historia. Esta persona resultó ser un drogadicto y delincuente muy famoso en Guatemala apodado Malasuerte, y me dijo “te doy cuatro mil quetzales si me escribes mi historia”. Y no me lo dijo dos veces. Sin embargo—y lo aclaro en ese libro— yo tenía ciertas reservas porque había leído un artículo en esa época sobre los condenados a muerte que pasaban a la notoriedad y la celebridad, cediendo sus derechos un instante antes de ser ejecutados y con libros que han tenido un éxito tremendo. Yo me cuestioné eso, y llegué a la conclusión de que yo estaba siendo contratado para un trabajo, que debía tomarlo como tal. Si él quería que contara su historia, la iba a contar: la historia de un drogadicto, un maleante, que en algún momento cambia; y muere en la cárcel al crimen y renace como una persona nueva, funda un hogar para drogadictos, lo mantiene cierto tiempo, se vuelve orador, un pastor evangélico. Marc Zimmerman me critica esa novela; no le gustó. Yo ya  tenía tres novelas premiadas. Esa de Malasuerte, la escribí por contrato.
    Estaba en un momento en que quería hablar más sobre mi niñez, quería hablar sobre mi barrio y lo que yo había vivido en esa época de la adolescencia. Y aquí, en Con cada gota de la sangre de la herida, me remití a un viejo trabajo que tenía un capítulo famoso sobre la casa de mi tía abuela. Entonces retomé esos elementos, reinventé la historia sobre el encuentro de dos amigos que han crecido juntos, que se separan a raíz de un evento terrible, un crimen que ocurre en ese barrio: un homosexual es asesinado y descuartizado, un reparador de muñecas, y de paraguas y sombrillas—un relojero de profesión, pero su afición es reconstruir estas muñecas. Y en su taller este hombre tiene colgadas las partes de las muñecas, las cabezas, los brazos, los torzos. Y es cierto, yo lo vi de niño: había en una esquina el taller de reparación de muñecas. Y eso es el disparador de la historia. Estos amigos se separan a raíz del horrible crimen de ese hombre, el cual aparece descuartizado, junto con sus muñecas. No se sabe qué pasó, se sugieren algunas posibilidades. Este había violado al hermano pequeño de unos de los protagonistas. Lo cierto es que los dos amigos se reúnen después de muchos años— veinte o treinta años más tarde—en un momento en que uno de ellos está dispuesto a morir porque ya no le interesa la vida, y hacen un pacto de sangre. La historia termina con la muerte de uno de ellos—aparentemente ayudado por el otro—en un ritual parecido al hari kari japonés.
    La universidad tomó un texto de teatro mío llamado El tren. Los personajes son el hombre encargado de la estación, que tiene un hijo que se fue a la ciudad a trabajar y está metido en el movimiento revolucionario, y la maestra de la escuela que después de muchos años decide regresar a la capital. Entonces la acción se desarrolla en el contexto de ese momento en que la maestra y el muchacho van a regresar a la ciudad. Y viene en el tren un militar que viaja a dar sus respetos a su madre como todos los años. Te cuento esto porque cuando me invitaron a ver el montaje de mi obra, el director, que era gay, decidió que este personaje era gay. Y le dio una dimensión tan interesante a mi obra, algo que yo no había imaginado, y para mí fue un logro dentro del montaje.
    Lo que me pasa conmigo con Con cada gota de la sangre de la herida, en este momento, es que voy novela y media en adelante. Ya terminé otra novela y llevo la mitad de la siguiente. Y volver sobre esto me es un tanto penoso y extraño, y confundo inclusive a los personajes; estoy metiendo algunas cosas de otra novela aquí aunque la leí hace poco. Me ocurre un distanciamiento grande con la obra. Parte de la obra que me parece interesante es cuando en la escena que se desarrolla alrededor de una partida de ajedrez, se va conociendo algo sobre el crimen. Esa parte me gusta mucho, es brevísima, en media docena de jugadas hay un jaque mate, y está dicho todo. Podía estar inscrito dentro de la novela policíaca, pero no fue la intención. Hay un crimen, un problema existencial, lo que ocurrió en ese barrio, se conoce sobre la política del momento, sobre los hechos reales más importantes que le tocó vivir a esta gente y que de alguna manera marcaron su vida. Como te dije al principio, es muy autobiográfica, sobre mis experiencias personales en ese querido barrio de Gerona.

¿Cómo ha sido recibido tu narrativa?
Hay dos cosas que me molestaban de mis críticos: quieren saber por qué estoy abusando de los recursos teatrales e inclusive de algún material dramático en mi narrativa; y segundo, que por qué es tan autobiográfica. Otra cosa que han criticado mucho de mi novela es la completa licencia que tomo con el lenguaje, con la gramática. Creo que estos aspectos son los aciertos del trabajo, el asunto de estilo.



Con Maximón


Manuel Corleto y su aporte personal
en el Teatro Guatemalteco Contemporáneo
(Disertación dictada en Alianza Francesa, en el marco del Festival Apolo con la también participación
por sus respectivos países de Roberto Gusteve de El Salvador y de Isidro España de Honduras, 1995)

Me considero producto de la revolución de octubredel 44. Nací ese año, mamé la esencia de la libertad y de la democracia. Pero no tuve tiempo de disfrutarla a causa de la nefasta y vergonzosa invasión patrocinada por los gringos en el 54.
    Circunscrito dentro de ese marco de contemporaneidad, sufrí un fenómeno que marcaría mi vida dentro del teatro y que me coloca en una posición casi solitaria entre generaciones. Cuando joven, me tocó alternar con los viejos. Y ahora, alcanzada la plena adultez, con los jóvenes.
    Soy, por lo tanto, contemporáneo en mi quehacer pero fuera del tiempo. Mi generación corresponde a la de los sesentas, pero no se puede hablar de una generación teatral de los sesentas propiamente dicha.
    Decía que eso marcó mi vida, permitiéndome ver hacia arriba a mis mayores y hacia abajo a los que me siguen. No en el sentido peyorativo sino cronológico.
    Me tocó vivir, por ejemplo, la época de oro del teatro español con don Alberto Martínez, la escuela de teatro de Manuel Lisandro Chávez en la Universidad Popular, la belle époque del Teatro de Arte Universitario de Carlos Menkos-Deká, la creación de los Festivales de Teatro Guatemalteco de Luis Domingo y Rubén Morales, el teatro chusco de Rubén Aguirre "Plantillas del zapato", el intento de Compañía Nacional de Teatro de Hugo Carrillo, los Festivales de Antigua Guatemala de Eunice Lima, el Gadem de Luis Herrera primero y de Carlos Catania después, estuve en contacto, de diferentes maneras, con el trabajo de Domingo Tessier, de Seki Sano, de Jack Brooking, Manuel José Arce, Francisco Salvador, el "Bolo" Flores, Víctor Hugo Cruz, Tito Medina, César Avilés "Tamakún", Claudio Lanuza, Mario González, René Molina (entre muchos otros) y, a través de su obra, con Galich, Solórzano, Asturias y los demás grandes que nos antecedieron.
    En los sesentas, decía, ese increible movimiento teatral sirvió de basamento, de asidero para mi desarrollo como actor primero, y dramaturgo y director después. Es curioso observar como la invasión y posterior gobierno liberacionista no lograron reprimir la creación a todo nivel como lo hicieran los siguientes gobiernos militares y los actuales gobiernos mal llamados democráticos, pero eso se debió, indudablemente, a la indiscutible calidad de las generaciones revolucionarias que mantuvieron en su máxima expresión a las artes de ese tiempo.
    El teatro, como arte integral, permitía, entonces, el más estrecho contacto con los grandes de la música, la danza, la pintura.Yo mismo, antes de soñar siquiera con ser gente de teatro, estudié en la Escuela de Artes Plásticas.
    No cabe duda, desde esa óptica, que mi trabajo dentro del teatro, profundamente influenciado por la plástica, la música, la danza, tendría que estar cincunscrito a una búsqueda personal y, más que eso, solitaria. Por un lado estaban mis maestros y amigos mayores y por el otro nadie, excepto yo. Los grandes me ayudaban a esclarecer algunas dudas, a corregir muchas cosas; pero no tuve, no sé si afortunada o desafortunadamente, gente de mi generación con la que pudiera discutir sobre aspectos de la creación y de la experimentación.
    Por esa tan especial circunstancia me tocó el honor y la responsabilidad, por decirlo de alguna manera, y conforme iba creciendo en edad y en experiencia, de enfrentar muchos retos y de experimentar muchas cosas. Mientras fui joven, fui visto con benevolencia por mis mayores, quienes consideraban que eran travesuras de un enfant terrible; cosa que con el paso de los años se fue atenuando —la benevolencia, digo— para dar paso a una actitud de rechazo que he tenido que enfrentar cada día con más fuerza y determinación para no terminar engullido por la mediocridad, cada vez más evidente, del medio teatral.
    Hablar de uno, de su trabajo, de su aportación a la corriente de teatro contemporáneo no es tarea fácil. A riesgo de parecer jactancioso e inmodesto —que no me considero lo primero pero sí soy mucho de lo otro—, me atrevo a afirmar que el teatro contemporáneo, tanto en propuestas escénicas como en dramaturgia, empieza conmigo y hasta el momento sigue conmigo. Mis antecesores se anclaron, por decirlo de alguna manera, en una corriente convencional y no se animaron lo suficiente para experimentar y para buscar otras formas de expresión, o simplemente emigraron o se retiraron para dedicarse a otra profesión más lucrativa y menos liberal. A eso se debe que me tocó, a lo largo de esa experiencia, inaugurar algunos eventos dentro del teatro, muchos de ellos considerados antes tabú, de mal gusto, en contra de lo establecido por las normas sociales, morales y éticas.
    Se mencionan muchos factores que parecen haber incidido en la notable baja de calidad del teatro en Guatemala en los últimos veinte años. El principal de ellos, la represión política, dejó su cuota de muerte y destrucción, retrayendo a los teatristas para no experimentar, enfrentar temáticas comprometidas ni llamar la atención. Y eso es claro, de alguna manera, porque el creador es subversivo. Y el subversivo es combatido por el sistema.
    Otro factor que ha sido determinante para el estancamiento del teatro guatemalteco en los últimos años es, sin lugar a dudas, el poco apoyo que ha recibido el creador, tanto del estado como de la iniciativa privada, para su desarrollo. Por el contrario, el establishment se ha encarnizado en su contra al considerarlo improductivo y conflictivo.
    Otro de los factores parece ser la falta de espacios adecuados para la experimentación. El teatro contemporáneo guatemalteco ha estado encerrado en un estrecho círculo que le hace el juego a la libre empresa con espectáculos teatrales para consumo. Si la represión de antes hizo que los teatristas se inclinaran por la comedia de enredos, por ejemplo, para sobrevivir, en la actualidad, sin haber podido salir de eso, se le agregan enredos con contenido político y social. Un tipo de teatro de mínimo esfuerzo y de fácil digestión para la alienada concurrencia.
    La producción teatral de los últimos años —que me atrevo a llamar contemporáneo únicamente porque corresponde a nuestro tiempo y no porque sea parte de un movimiento a partir de los sesentas— ha dado algunos chispazos en los casos de Abel Lam, Jorge Godínez y Olga Armírez. El primero de ellos, dramaturgo de gran sensibilidad en el difícil arte de la obra corta, no tuvo la fuerza suficiente para sobreponerse a la indiferencia del medio y tal vez de manera inconsciente, no se sabe, decidió medir fuerzas con un automotor que lo atropelló, matándolo recientemente. Jorge Godínez, contemporáneo mío en edad pero más nuevo en el teatro, dio muestras de mucho talento, pero abandonó la dramaturgia para dedicarse a la novela. Y Olga Armírez, dentro del teatro joven universitario, tiene calidad y promete. Pero, si no me equivoco, allí terminamos de contar.
    En los muy jóvenes, sin embargo, parece haber un nuevo aire. Tal vez dentro de unos años se podrá hablar de ellos como la generación que tomó en forma responsable los derroteros del teatro del año dos mil. Entonces ya estaremos muertos la mayoría de los contemporáneos de hoy, pero seguramente nuestra obra y nuestro esfuerzo germinará en ellos, como tiene que ser, para que el teatro siga siendo considerado un arte integral, el más bello y efímero que existe, y no un artículo de consumo para las mayorías. ¡Que para eso está el futbol, pues!


            
    El canchito, por Pablo Corleto


Corleto entrevista a Otel Roc
Autorretrato hablado del diz que ganador del Premio Centroamericano de Literatura "Rogelio Sinán" 1996

Corleto, que ese soy yo, es conocido como una persona conflictiva que por no tener pelos en la lengua se ha ganado algunas demandas judiciales y no poco portazos en la nariz. Tiene "bola negra" en el Ministerio de Cultura y Deportes por sus constantes críticas a la corrupción y al quémeimportismo oficial.
    Otel Roc (Corleto escrito al revés, como seudónimo), es mi otro yo, que además del Premio Rogelio Sinán con la novela Con cada gota de sangre de la herida, se ha ganado varios premios centroamericanos y nacionales en dramaturgia y posee el récord de cuatro novelas escritas y cuatro premiadas.

Ficha Técnica:
Manuel Corleto, Escuintla, Guatemala, 23 de febrero de 1944.
    Guatemalteco, escritor.
    Actor teatral, director, dramaturgo, productor.
    Actor, director, guionista, productor de televisión (México y Guatemala).
    MAESTRO EN ARTE ESPECIALIZADO EN TEATRO, Instituto Nacional de Bellas Artes, Guatemala, 1970.
    MAESTRE DE TEATRO, Juegos Florales Centroamericanos, Quetzaltenango, Guatemala, 1976.
    ORDEN DE LA UNIVERSIDAD POPULAR EN EL GRADO MIGUEL ANGEL ASTURIAS, Guatemala, 1982.
    GRAN CREADOR GUATEMALTECO DEL SIGLO XX, Declaratoria de El Agora, Guatemala, 1993.
Publicaciones:
    -CUATRO PIEZAS TEATRO. El canto de Gregorio, Algo más de treinta años después, El animal vertical, Los Dogos, Dirección General de Cultura y Bellas Artes de Guatemala 1974.
    -CUATRO PIEZAS TEATRO, ¿Quién va a morderse los codos?, Lluvia de vincapervincas, Vade Retro, El día que a mí me maten. Edición del autor 1979.
    -CINCO PIEZAS TEATRO. El tren, Opus uno, Opus dos, Dios es zurdo, Ellos y... Judas. Coedición del autor y la Dirección General de Cultura y Bellas Artes de Guatemala 1983.
    -BAJO LA FUENTE (novela), Editorial Cultura 1987. Premio Froylán Turcios 1985.
    -LA PROFECIA (teatro coreográfico y musical), edición del autor 1989.
    -MALASUERTE MURIO EN PAVON (testimonio-novela), Editorial Artemis-Edinter 1992.
    -SE ACABO EL TIEMPO (novela), Editorial Artemis-Edinter 1992. Premio Guatemalteco de Novela 1991.
    -A FUERZA DE LLORAR TANTO (novela), Editorial Oscar de León Palacios 1994. Premio Guatemalteco de Novela 1993.
    -BAJO LA FUENTE (novela), Segunda Edición, Editorial Cultura 1994.
    -CON CADA GOTA DE SANGRE DE LA HERIDA (novela), Premio Cantroamericano de Literatura Rogelio Sinán 1996.
En prensas:
    -MAS DE CINCO PIEZAS TEATRO. Un acto, El depredador, Te amaré toda la vida, La profecía 2, El café de la esquina, Los zapatos del muerto.
    -UNOS TIOS DE QUINIENTOS AÑOS (novela).    

    La siguiente entrevista, en tres partes (el que es mandado no es culpado), tiene lugar en el avión que lo condujo a Panamá, en el acto de premiación en Panamá y en el avión que lo trajo de regreso a Guatemala, entre las siete horas del 22 de abril y las veinte horas del 28 de abril de 1997.
Nota: Corleto no se responsabiliza por las declaraciones de Otel Roc. Y a Otel Roc eso lo trae sin cuidado.
PRIMERA PARTE DE LA ENTREVISTA (jueves)
Corleto: A Panamá, por fin, parecía que no lo ibas a lograr.
Otel Roc: Con las horas de vuelo que tengo, en ningún momento dudé que la primera edición del Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán iba a ser mío.
Corleto: ¿A qué se debió tal seguridad cuando eso de los certámenes parece ser una lotería en tiempos de crisis para el escritor?
Otel Roc: Jamás juego a la lotería. Los dados están cargados. El as lo tiene el tahur bajo la manga. Yo sabía que el premio era para mí por varias razones inconfesables y otras tampoco.
Corleto: ¿Podrías ser más específico?
Otel Roc: Que conste que estas declaraciones arrancadas a más de veinte mil pies de altura, cuando bajen a la superficie, no van a tener el mínimo de valor para los medios de comunicación chapines. Te lo puedo apostar.
Corleto: No te entiendo.
Otel Roc: Si me dirijo a la cabina y ordeno al piloto que desvíe la nave hacia Cuba, por ejemplo, mi nombre, mi foto y por ende mi hazaña al secuestrar un avión darían la vuelta al mundo en menos tiempo del que me tardo en decirlo. Pero un premio centroamericano de literatura, ¿a quién le importa?
Corleto: A mí, a los que como yo creemos en la cultura.
Otel Roc: (RISA) ¿A dónde voy? ¿Por qué me dirijo allá? ¿Qué trascendencia tiene el premio? Para decirte algo cierto, voy picado por la curiosidad. No entiendo cómo tres mujeres, tres damas profesionales, pudieron premiar mi novela.
Corleto: ¿Cómo que por qué? ¿Cinco años de trabajo no significan nada? ¿La constancia en el escritorio, la disciplina en el trabajo, el cuidado en el lenguaje, la habilidad para enhebrar palabras, el talento?
Otel Roc: ¿Has leído el capítulo uno? Es disgustante. Dos ancianas solteronas se la hacen a un cura al compás de las notas al piano de un Debussy.
Corleto: No. Pero sí he leído el fallo de las tres mujeres como miembros del jurado.
Otel Roc: La literatura pierde valor cuando se somete a la opinión de los académicos. Es una especie de autopsia. Por el contrario, adquiere su verdadera dimensión cuando es disfrutada por el lector.
Corleto: Ya anunciaron la llegada a Panamá.
Otel Roc: Lo oí. No estoy sordo. Yo también entiendo inglés. Dejemos ésta para más tarde, porque si algo me pone nervioso es pensar en un accidente al aterrizar.
Corleto: El único accidente, por lo visto, es tu récord de premios.
Otel Roc: Y otro más en ciernes para el de Novela de Mario Monteforte Toledo, aunque les duela a muchos.
SEGUNDA PARTE DE LA ENTREVISTA (viernes)
Corleto: Me cortaste en forma abrupta ayer. ¿Estás más calmado ahora que ya se llevó a cabo la ceremonia de entrega del Premio?
Otel Roc: La parte que más me disgusta de un premio es la ceremonia.  Todos esperan demasiado de uno sin recordar que somos simples mortales. A mí, por ejemplo, me estaba fastidiando un malestar de estómago de película en esos momentos.
Corleto: ¿Qué te hizo daño?
Otel Roc: Langosta al ajillo. Se nota que uno no está acostumbrado.
Corleto: Deberías, con tantos premios de teatro y de novela.
Otel Roc: Me refiero a la comida, estúpido.
Corleto: ¿Ya estás bien?
Otel Roc: Mejor. Si no fuera porque la he pasado de maravilla con mis tres mujeres jurado, haciendo turismo por el Canal, comiendo, viendo shows, hablando de cualquier cosa menos de literatura, ya hubiera tronado con este calor.
Corleto: ¿Qué opinión te merece el jurado?
Otel Roc: ¡Qué pregunta! Además de ser mujeres y de ser bellas y de no ser feministas, son gentes que saben de lo que están hablando cuando analizan Con cada gota de sangre de la herida, aunque yo no entienda nada.
Corleto: A propósito, ¿por qué el título?
Otel Roc: ¿Acaso el ser periodista te da derecho para meterte en todo? Los críticos crecen hasta debajo de las piedras y se preocupan de cosas baladíes. El nombre lo dice todo.
Corleto: Si lo dice todo, ¿para qué leer la novela ganadora del Premio Rogelio Sinán?
Otel Roc: He allí el punto. Se está premiando un manuscrito que no será accesible al lector sino hasta que se publique, lo cual ocurrirá durante lo que nos queda del año. Lamentablemente ocurre lo mismo con Rogelio Sinán, el gran literato panameño que da nombre al Premio. El grueso de su obra está agotada. Sería importante publicarlo. Y mejor no sigamos hablando porque me dan ñáñaras y tengo que depositar en una cajilla de seguridad los dólares, no sea que aquel negro allá quiera ponerme.
TERCERA PARTE Y FINAL DE LA ENTREVISTA (domingo)
Corleto: Y aquí estamos otra vez, volando, ya de regreso a la patria. ¿Cómo te sentís ahora?
Otel Roc: Mejor del estómago.
Corleto: De llevar un triunfo más al terruño, digo.
Otel Roc: ¡Ah! En el fondo, me viene flojo. El único terruño que de veras debe contar es el que nos echan encima cuando nos entierran. El único triunfo que cuenta es el del espíritu sobre la carne.
Corleto: ¡Puchis!
Otel Roc: Ya sé que, fuera de mi familia cercana y unos que otro amigo, a nadie le importa.
Corleto: Te equivocás, todo el mundo está pendiente de tu llegada.
Otel Roc: Especialmente los acreedores y los vividores. Seamos realistas, vos Corleto. Si volvieras después de un espectacular golpe, la prensa nacional e internacional se daría de cachetadas para conseguir una instantánea tuya, una declaración exclusiva tuya, aunque fuera una mentada de madre tuya. Pero dejémonos de historias vos y yo. La labor de los organizadores, de los patrocinadores, de los colaboradores, lo sabemos ambos, es titánica, loable y todo lo demás. Pero eso queda en un ámbito exclusivo, reducido, diría yo. Tu trabajo de escritor no es comprendido, porque les resulta cosa de otro mundo, impráctica, improductiva, que alguien en vez de estar atado a la noria de la producción en serie se la pase soñando con ideas y palabras, que no por hermosas van a solucionar los problemas y las crisis del hombre. ¿Dónde está la delegación de amigos del libro para recibirte? ¿Dónde un representante del Ministerio de Cultura y Deportes? ¿Dónde un reportero que busque una entrevista? ¿Dónde un editor para negociar los derechos de impresión? Creémelo, Manuel. Ese triunfo, aunque honroso, no sirve para nada en Guatemala, porque en estos momentos se está disputando un partidazo de futbol entre ticos y chapines en el Mateo Flores para la clasificación de la copa...
(Otel Roc se ha quedado solo y la azafata le dice que debe abandonar el avión de inmediato, que quién se cree que es).


    
    Brrr Utah!





    
    Mustang P-51 (Utah y Guatemala)