Ocho mitos griegos mínimos
© 2005: Manuel Corleto

Ninguna parte de esta publicación
puede ser reproducida, almacenada o
transmitida en manera alguna ni por ningún medio,
ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación
o de fotocopia, sin permiso previo del autor.Ocho mitos griegos mínimos

La obra únicamente podrá ser representada
con autorización por escrito del autor.

mcorleto@hotmail.com
starsfactory@msn.com


Ocho mitos griegos mínimos
versión de Manuel Corleto

Creación del mundo

Al comienzo no había nada, sólo espacio, el vacío, a lo que se llama el Caos. De Eros, el amor, motor del universo, y el Tártaro, una región espectral, nace Gea, la Tierra. También surgirá Nix, la noche, que junto a Erebo engendrará a Eter, la luz celestial, y Hemera, la luz del día. Gea, al recibir la luz crea a Urano, el cielo, el cual tiene su misma extensión, y con el que podrá tener todos los hijos que desee.
Urano hace llover sobre Gea, lo cual dio origen a plantas, animales, mares, ríos, etc., que son los Titanes (Océano, Ceo, Crío, Hiperión, Iápeto y Cronos) y a las Titánides (Temes, Rea, Tetis, Tea, Mnemósine y Febe). Tuvieron otros hijos, los monstruosos Cíclopes (Argos, Asteropes y Brontes) y los monstruos de cien brazos, los Hecatónquiros (Coto, Briareo y Giges).
Por otro lado, Nix engendra a Tánatos, la muerte, a Hipnos, el sueño, a las Hespérides, a las Moiras y a Némesis. Urano tenía el poder total y encierra a todos sus hijos en el Tártaro. Al verlos prisioneros, Gea decidió ayudarlos a vengarse de su padre. De sus entrañas hizo brotar una afilada hoz, pero ninguno de sus hijos era capaz de matarlo.
Ninguno excepto Cronos, que tomó el hierro afilado y, cuando su padre fue a fecundar a su madre, le cortó los testículos y los arrojó al espacio. De la sangre que se derramó sobre Gea nacieron las tres Furias que viven en el infierno, los Gigantes, las Meliadas y Afrodita. Después de derrotar a Urano, Cronos pidió el poder, liberó a todos sus hermanos y hermanas y dio a cada uno de ellos una parte del mundo.
Tomó como esposa a su hermana Rea, que pronto le hizo padre de tres hijas (Hestia, Demeter y Hera) y tres hijos (Hades, Poseidón y Zeus). Cronos recordando la promesa que realizó de eliminar a todos sus descendientes, se los fue comiendo a medida que iban naciendo, pero Rea en complot con Gea en vez de entregarle a Zeus le entregó una piedra envuelta en harapos que Cronos comió sin darse cuenta.
Prometeo encadenado

Prometeo era uno de los titanes. Tanto a él como a su hermano Epimeteo se les encargó la creación del hombre y que proporcionaran a éste y a todos los animales las facultades necesarias para su conservación. Epimeteo dio sus cualidades a los brutos, pero al llegar al hombre ya las había agotado todas; así que tuvo que pedirle a Prometeo que lo ayudara.

Prometeo, auxiliado por Minerva, subió al cielo, encendió su antorcha en el carro del sol y bajó el fuego, dándoselo al hombre para que pudiera imponerse y subyugar a las demás especies, introduciendo los conocimientos de la acuñación de la moneda, los medios de intercambio y de comercio, la manera de contar el tiempo, la ciencia de los números, el alfabeto, la navegación y hasta la medicina.

Júpiter creó a la primera mujer, llamada Pandora, y la mandó para castigar a Prometeo por robar el fuego sagrado, y al hombre por aceptarlo. Le dio una caja, advirtiéndole que no la fuera a destapar porque contenía cosas nocivas. Pandora, obedeciendo a su curiosidad femenina, abrió la caja y de ella escaparon multitud de plagas que se esparcieron sin control por el ancho mundo.  

Pandora cerró la tapa de la caja, pero ya era demasiado tarde. Solamente pudo conservarse en el fondo la esperanza, que se dice nunca abandona al hombre aunque haya grandes calamidades. Prometeo enseñó la civilización y todas las artes, pero Júpiter hizo recaer sobre él su enorme furia por contradecir su voluntad e interceder a favor de los hombres.

Júpiter encadenó a Prometeo a una roca en el Cáucaso, donde un buitre hizo presa de su hígado, que se renovaba a medida que era devorado. Prometeo hubiera podido poner término a su suplicio si se sometía a la voluntad de su dios; pero desdeñó hacerlo, convirtiéndose de esta forma en el símbolo de la magnánima resistencia al sufrimiento desmedido y de la fuerza de voluntad contra la tiranía.

Faetón y el carro de fuego

Faetón, hijo de Apolo y la ninfa Climena, preguntó a su madre si realmente era de origen divino. Ella le respondió que su progenitor era el sol y que fuera a encontrarlo donde nace la luz para cerciorarse. Faetón fue en su busca y se detuvo a distancia porque el resplandor lo cegaba. “Padre mío, le dijo al dios Apolo, dame alguna prueba que demuestre que soy de tu raza”.

Apolo le respondió abrazándole: “Confirmo lo que dijo tu madre y para disipar tus dudas te  concederé lo que quieras”. Faetón le pidió entonces a su padre que le permitiera conducir el carro del sol por el firmamento. “He hablado imprudentemente, le dijo el dios. Te lo concederé todo, menos eso. Eres un mortal y nadie sino yo puede guiar el flamígero carro del día”.

“No te sería fácil frenar a los caballos, con sus pechos llenos de fuego que arrojan por la boca y las narices, agregó Apolo. Yo mismo apenas puedo contenerlos para que no destruyan todo con las llamas. Pídeme lo que quieras, pero escoge con más prudencia”. Faetón se abrazó al cuello de su padre diciéndole que nada más le interesaba y le suplicó que le concediera la gracia solicitada.

El dios, después de haberse resistido todo lo que pudo, se dio por vencido y le condujo finalmente hasta donde se hallaba el carro, indicándole que subiera. Los caballos, al sentir que el peso era más ligero que de costumbre, se lanzaron hacia delante como flechas. Faetón era arrastrado sin control en el carro llameante por el espacio, lugares intransitados, ciudades, islas y  bosques, provocando destrucción y muerte.  

Las constelaciones eran abrasadas por el calor. Pero la Tierra con sed y convertida al paso del carro en desierto, despertó al trueno y fulminó a Faetón que cayó como una estrella fugaz al río Erídano que enfrió su cuerpo ardiente. Sus hermanas, las Heliadas, que se lamentaban de su muerte, fueron convertidas en álamos y sus lágrimas, que se derraman hasta nuestros días, se vuelven de ámbar cuando tocan el agua.

Dédalo e Ícaro

Dédalo, el gran inventor, vivía en Atenas. Su discípulo Talos, que también era su sobrino, resultó más inteligente que el mismo Dédalo porque a los doce años inventó la sierra, inspirándose en la espina de los peces. Dédalo sintió envidia y mató a Talos empujándole desde lo alto de la Acrópolis.

Para no ser castigado, huyó a la isla de Creta donde el rey Minos lo recibió amistosamente y le encargó trabajos. Dédalo se casó con mujer cretense y tuvo un hijo llamado Ícaro. Minos ofendió al dios Poseidón y éste se vengó haciendo que su esposa, la reina Pasifae, se enamorara de un toro y concibiera al Minotauro, monstruo mitad hombre, mitad toro.

Para encerrar al Minotauro, Minos ordenó a Dédalo construir un laberinto formado por muchísimos pasillos y pasadizos dispuestos de una forma tan complicada que era imposible encontrar la salida. Pero Minos, para que nadie supiera como salir del laberinto, encerró dentro a Dédalo y a su hijo Ícaro.

Estuvieron encerrados mucho tiempo hasta que a Dédalo se le ocurrió la idea de fabricar unas alas, con plumas de pájaros y cera de abejas, con las que podrían escapar de Creta volando. Antes de salir Dédalo le advirtió a su hijo Ícaro que no volara demasiado alto porque el sol derretiría la cera.

Empezaron el viaje y al principio Ícaro volaba al lado de su padre, pero después se acercó tanto al sol que se derritió la cera que sujetaba las plumas, cayó al mar y se ahogó. Dédalo enterró a su hijo en una pequeña isla que más tarde recibió el nombre de Icaria. Después llegó a la isla de Sicilia, donde vivió hasta su muerte en la corte del rey Cócalo.

Los doce trabajos de Hércules

Heracles, hijo de Zeus, es el más famoso de los héroes helénicos, conocido como Hércules por los romanos. Para purificarse y obtener la inmortalidad, Heracles debía encaminarse a Argos y ponerse al servicio de Euristeo  para terminar unos trabajos que éste le impondría.

Fue convenientemente equipado por los dioses: Atenea le regaló una túnica, Hefesto una armadura, Hermes una espada, Poseidón caballos y Apolo un arco y unas flechas envenenadas. Aunque los regalos eran magníficos, Heracles generalmente utilizaba como toda arma una clava y un arco que se fabricó el mismo.

Mató al león de Nemea, cuya piel pasó a ser parte de su vestimenta; acabó con la Hidra de Lerna, monstruo de múltiples cabezas que continuamente se regeneraban; cazó vivo al jabalí que devastaba los bosques de Erimanto; capturó la cierva de Cerinea, empresa que le llevó hasta el lejano país de los Hiperbóreos, y consagró su cornamenta en honor a Artemisa Enoatis.

También  destruyó las aves del lago Estinfalo, cuyas plumas eran flechas de bronce; limpió los malolientes establos del rey Augías, desviando las corrientes de los ríos Alfeo y Peneo; cazó el toro que recorría Creta exhalando fuego por las narices y destruyendo todo a su paso; domeñó las yeguas de Diomedes, peligrosas antropófagas; consiguió el cinturón de Hipólita, que era de oro y que simbolizaba el poder de esta reina sobre las amazonas.

Además arrebató una manada de bueyes rojos a Gerión, monstruo de tres cabezas, seis brazos y tres cuerpos unidos por la cintura; recolectó las manzanas de las Hespérides, que tenían la virtud de conceder la inmortalidad; y finalmente ató al perro Cerbero en los dominios subterráneos del infierno. De esta manera, Heracles volvió triunfador al Olimpo.

Eco y Narciso

Eco, era una ninfa hija de la Tierra y del Aire que estaba enamorada de Narciso. Ella había sido castigada por Hera, pues la había distraído con relatos y cuentos mientras Zeus salía al encuentro de cualquier aventura para serle infiel. De esta manera, Eco sólo podría hablar cuando alguien le hiciera una pregunta y solamente contestaría lo que le preguntaran y nada más.

Narciso era casto, hijo del río Cefiso, divinidad de las aguas y de la ninfa Liriopea; pero esta pureza más bien era producto de su desinterés por las mujeres. Para Narciso, los ofrecimientos y gestos de Eco carecían de atractivo, y en uno de tantos encuentros le preguntó: “¿Qué quieres, Eco?”. Ella suspiró de alivio y le contestó: “Quiero demostrarte mi amor, Narciso, deseo que nos unamos igual que lo hacen los dioses y los humanos”.

Narciso, molesto, la alejó con brusquedad diciendo: “Las mujeres son odiosas, pesadas; déjame en paz”. Y sin hacerle caso, se fue. Irritada por el insulto, Eco acudió ante Zeus y le pidió que la ayudara a castigar a Narciso. El dios le aconsejó que se olvidara de ese muchacho y que mejor se fijara en el sátiro Pan, que sí la quería. “Pan no me gusta”, contestó Eco, “es feo y deforme, de pies hendidos y cola de cabra; tiene cuernos y sólo sabe tocar la siringa pastoril”.

Ante la insistencia de Eco, Zeus sentenció: “Este casto joven se enamorará apasionada e inevitablemente de la primera imagen o persona en quien pose sus ojos”. Y así, ocurrió que cierto día, fatigado después de la cacería, Narciso se acercó a una laguna a saciar su sed cuando vio su imagen reflejada sobre la superficie del agua, quedando fascinado; cumpliéndose así la condena de Zeus.

Narciso se enamoró de sí mismo hasta perder la razón. Alucinado, permanecía largo tiempo inmóvil, admirando su propia belleza; hasta que un día se convenció de que esta imagen era otra persona que le tendía los brazos amorosamente. Narciso se arrojó al lago, queriendo poseer esa imagen, y se ahogó. Cuando las náyades acudieron al lago encontraron, justo en el lugar donde Narciso había muerto, una pequeña planta blanca y amarilla: era Narciso convertido por Zeus en una flor.

Pan

Cuando Hermes pastoreaba los rebaños, tuvo amores con una de sus hijas. Fruto de esta relación nació un pequeño dios que tenía su parte inferior en forma de macho cabrío y el resto de su cuerpo con apariencia de hombre. Poseía en la cabeza dos cuernos, su cara era arrugada, la barbilla prominente y estaba cubierto de pelo. Al nacer escapó a las montañas, pero Hermes fue a buscarlo y lo llevó al Olimpo envuelto en una piel de liebre. Una vez allí, los dioses lo llamaron Pan.

Pan era el dios de la brisas del amanecer y del atardecer, vivía en compañía de las ninfas en una gruta del Parnaso. Se le atribuían dones proféticos y formaba parte del cortejo de Dionisos, puesto que se suponía que seguía a éste en sus costumbres libertinas. Era cazador, curandero y músico. Dotado de una gran potencia, acechaba continuamente a las ninfas. Vivía en los bosques y en las selvas, correteando tras las ovejas y espantando a los hombres que penetraban en el bosque, llevaba en la mano el cayado y tocaba la flauta.

Le agradaban las fuentes y la sombra de los bosques, entre cuya maleza solía esconderse para espiar a las ninfas. Pan era especialmente irascible si se le molestaba durante sus siestas. Tuvo amores con la ninfa Pitis, a la que también pretendía Boreas, éste, movido por los celos, arrojó a Pitis desde lo alto de una roca. Gea, sintiendo pena, la transformó en un pino y, desde entonces, Pan aparece coronado con las hojas del pino, árbol que gime cuando sopla Boreas.

Pan amó a la ninfa Siringa, quien no le correspondía. Una vez mientras huía, ella se lanzó al río Ladón. Y allí, acorralada, pidió ayuda a sus otras  hermanas ninfas, quienes, conmovidas, la convirtieron en un cañaveral. Cuando Pan llegó sólo pudo abrazar las cañas mecidas por el viento y el rumor que producían le agradó en tal manera que decidió construir un nuevo instrumento musical con ellas. De esta forma creó la flauta llamada siringa en recuerdo de la ninfa de igual nombre.

Pan sedujo a Selene, la luna, regalándole un vellocino de gran blancura. Ambos eran venerados en una caverna del monte Niceo, donde las ceremonias de fertilidad originales fueron asumidas a partir del siglo V por las Bacantes, ritos paganos que duraron bien entrada la edad media. A partir de entonces y hasta nuestros días, la imagen tradicional de Pan se asocia con la imagen del diablo en forma de macho cabrío y los aquelarres.

Teseo y el Minotauro

Androgeo, hijo del rey Minos de Creta, había participado en los juegos deportivos de Atenas, siendo declarado el ganador de todas las competiciones. Los sobrinos de Egeo, envidiosos, lo acusaron de conspiración para quedarse con el trono de Atenas y lo asesinaron.

El rey Minos protestó ante los dioses del Olimpo, los cuales ordenaron a la ciudad de Atenas que cada nueve años entregara catorce jóvenes de ambos sexos para que sirvieran de alimento al Minotauro, un terrible monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro que estaba encerrado en un laberinto que había sido construido por el arquitecto Dédalo.

Para acabar con el Minotauro, Teseo decidió ser uno de los siete muchachos que se entregarían al monstruo. En un barco de velas negras se dirigieron a la isla de Creta. Egeo había ordenado que llevara también velas blancas y le había dicho: “Si logras derrotar al Minotauro iza las velas blancas de regreso, así sabré que has vencido”.

Teseo llegó a Creta y fue llevado junto a los otros trece jóvenes al laberinto. Ariadna, la hija de Minos, se enamoró de él, y le dio un ovillo de hilo para que atara un extremo en la entrada del laberinto y pudiera encontrar la salida, cosa que hizo cuidadosamente para no perderse.

Teseo mató al Minotauro y salvó a todos sus compañeros. Estaban tan contentos, que olvidaron cambiar las velas negras por las blancas. Egeo esperaba en las costas de Grecia y divisó el barco con las velas negras a lo lejos. Pensando que su hijo había muerto, se arrojó al mar ahogándose. Y así, Teseo gobernó Atenas desde entonces.