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Ocho leyendas de Guatemala mínimas versión de Manuel Corleto
Blancaflor
Los padres de Blancaflor no quieren que ella se case y le prohíben ver a su prometido. Los novios deciden huir y el papá se propone alcanzarlos sirviéndose para ello de sus excelentes caballos.
Los enamorados ponen varios obstáculos en el camino, valiéndose de un jabón, un peine y un espejo: Tiran el jabón, que se transforma en un deslizadero donde resbala aparatosamente uno de los caballos.
Eso les hace ganar tiempo y distancia a los enamorados. Después tiran el peine, que se convierte rápidamente en un aguzado estaquero donde se queda trabado el otro corcel del padre de Blancaflor.
Y finalmente tiran el espejo, que se vuelve una inmensidad de agua turbulenta, una gran laguna que se traga entero al tercer caballo ante la rabia e impotencia del obstinado perseguidor.
En ese instante, los novios se transforman en dos blancas palomas que pasan volando sobre la cabeza del confundido padre de Blancaflor, quien se ve obligado a aceptar a regañadientes el matrimonio de su bella hija.
El Sombrerón
Era tarde y estaba oscuro. Nadie se atrevía a salir de su casa porque se decía que en el Cerrito del Carmen se le aparecía a las muchachas bonitas un hombrecillo de gran sombrero.
A las jóvenes casaderas las encerraban, por si acaso. Nada importante pasó, a no ser que las colas de las mulas del carbonero amanecían trenzadas y que se escuchaba una guitarra y una vocecilla.
María tenía diecisiete años. Iba a misa todas las tardes y regresaba presurosa a su casa. Un día al cura le extrañó la ausencia de la joven en la iglesia. Y a la tarde siguiente lo mismo, y así durante una semana.
Entonces decidió ir a la casa de María. Los padres desconfiados, se pusieron de acuerdo con el religioso y decidieron seguirle los pasos. La muchacha caminó hacia el Cerrito del Carmen como siempre.
Cuando el cura y los padres de María llegaron al pie de una ceiba, no había nadie. Ella había desaparecido. Solamente encontraron una pequeña espuela de plata y el misal de la joven entre las grandes raíces del árbol.
La recomendación de Tío Conejo
Tío Conejo estaba sentado sobre una roca, mirando hacia el pueblo, cuando llegó sigilosamente Tío Coyote por detrás y le dijo: ¡Ah, bandido, ya te encontré. No te me escaparás ahora!
Tío Conejo le rogó que lo perdonara por la quemada de cola que le habían dado en otra ocasión por culpa suya; y que esta vez, como desagravio, iba a recomendarlo con el alcalde del pueblo para un trabajo.
A continuación, Tío Conejo escribió una nota que decía: Señor alcalde, aquí le mando a un recomendado. Cuando llegue apaléelo sin misericordia porque va a comerse sus cabras y gallinas. Y se la entregó a Tío Coyote.
Como Tío Coyote no sabía leer, no sospechó la trampa. Agradeció mucho a Tío Conejo y feliz se fue para el pueblo a buscar al señor alcalde. Al encontrarlo le entregó la carta muy sonriente.
El alcalde leyó la carta, y le dijo a Tío Coyote que iba a buscar una gallina gordita. En vez de eso se fue a traer a los alguaciles para que lo apalearan y lo echaran del pueblo.
La Remigia Coyota
A los dos años de haberse casado, el hombre se percata de que su mujer Remigia es una bruja que sale todas las noches de la casa, abandonando su piel en un rincón y volviéndosela a poner por la mañana.
Y cada mañana, el hombre encuentra en la mesa un suculento desayuno hecho a base de carne de aves, las cuales han sido hurtadas por su mujer convertida en coyota cada noche.
Preocupado, el hombre acude al cura y le cuenta lo ocurrido. El sacerdote le aconseja castigar a la mujer, echando un poco de sal sobre el pellejo que ella deja en la casa, cosa que él hace la siguiente noche.
Pero el hombre no ha seguido fielmente las instrucciones del religioso. Por el contrario, ha puesto demasiada sal sobre la piel, lo que le impide a ella ponérsela para volver nuevamente a su condición de mujer.
Remigia ha quedado convertida en coyota para siempre, y cada mañana, sin falta, el marido saborea el delicioso desayuno que ella le procura, consistente en manjares a base de carne de aves.
La Tatuana
Había en Ciudad Vieja una hechicera conocida como la Tatuana, pero nadie sabía en qué barco y a qué puerto había llegado. La buscaban para curar males, quitar encantamientos, leer el futuro.
La Iglesia la capturó para ser juzgada por la Santa Inquisición. Durante el juicio, temían se fugara montada en una escoba. La Tatuana fue condenada a morir en la hoguera al amanecer del día siguiente.
Cuando se le preguntó su última voluntad, pidió un trocito de tiza que le fue concedido y se pasó toda la noche dibujando en las paredes de su celda las aguas del mar, el sol y olas encrespadas.
También dibujó tortugas marinas, sirenas, muchos peces y un barquito de vela del tamaño de su mano. Cuando fueron a buscarla al amanecer para cumplir la sentencia, había desaparecido.
Quedaron de mudos testigos las figuras en los muros, pero no estaba el barquito. Dice la leyenda que se fue la Tatuana, montada en su pequeño velero que se escurrió entre los barrotes de su celda al infinito.
La zorra y el lobo
El rey estaba enfermo y los animales de la selva llegaban a visitarlo y a llevarle medicina y alimentos. Todos, menos la zorra. El lobo aprovechó la ocasión para comentarle al rey sobre el desinterés de la zorra.
El rey se enojó mucho y pidió a los animales que le fueran a traer a la zorra. Cuando la encontraron, le contaron que el rey estaba enfermo y furioso porque era el único animal que no lo había llegado a visitar.
La zorra se encogió de hombros y no dijo nada. Sonrió y se fue directamente a ver al rey. Le explicó al soberano que no se había presentado porque andaba en tierras lejanas buscándole la medicina para su mal.
El rey se interesó al escucharla, la perdonó y le preguntó que con qué podía curarse ese terrible reumatismo. La astuta zorra encontró la deseada oportunidad para vengarse del lobo.
Fue cuando le respondió al rey, con una velada sonrisa y acercándose para que le escuchara mejor: Para que usted pueda curarse de esa enfermedad, Excelencia, debe estar bien abrigadito con una piel de lobo.
Los ganadores de maíz
Como hay mucha escasez de alimentos en sus tierras, tres hombres deciden ir en busca de comida. Los dos primeros son muy amables, pero el último es un malcriadote y abusivo.
Después de varios días de caminar, llegan a un sembradío de milpa y el dueño, al enterarse de su historia, les propone que pasen tres pruebas para ganarse el maíz que se han de llevar a su aldea como regalo.
La primera prueba consiste en aceptar con humildad lo que se les ofrezca. Y mientras que los dos hombres comen calladamente las tortillas y beben su atol, el otro se queja y protesta como un necio.
Las otras consisten en domar unos caballos tordillos, cosa que hacen, y aceptar como pago una mazorca sin comérsela en el trayecto. Después de pasar las pruebas, los hombres emprenden el camino de vuelta.
El malcriadote, impaciente, mordisquea la mazorca. Los otros cumplen a cabalidad el recorrido sin tocarlas. Para los dos hombres amables y pacientes hay una buena cosecha de maíz el siguiente año, pero para el necio la hambruna sigue peor que antes.
Pie de Lana
El hombre camina bajo la lluvia envuelto en su negra capa y con el sombrero calado hasta los ojos. Se detiene en el portón de una casa señorial y rápidamente escala una de las ventanas.
Camina sobre el techo y se descuelga en el patio. Haciendo palanca con una herramienta, abre la puerta de una habitación y penetra. Camina hasta un mueble, abre la gaveta, toma un joyero y escapa.
Ya en el otro lado de la ciudad, el hombre se acerca a una pordiosera y le ofrece un collar y algunas monedas. La mujer agradecida mira los extraños zapatos de lana del hombre.
Ese mismo amanecer, un niño camina sin rumbo, llorando. El hombre se le acerca silenciosamente, mete la mano en su bolsillo y le da unas monedas de oro para que compre comida.
Cuando la policía vio las huellas de lodo, supo que se trataba de una nueva fechoría de Pie de Lana. La gente pobre opinaba: como ladrón, es ladrón; pero como bueno, sí que es bueno el Pie de Lana.